Estructuras
de la Economía-Mundo,
Christopher Chase-Dunn
Christopher Chase-Dunn. Global Formation: Structures of The World-Economy. New
York: Basil Blackwell, 1989. American Sociology
Association PEWS Distinguished Publication Award,
1992. Revised Second edition published in 1998 by Rowman and
Littlefield.
Translated by Daniel
Piedra Herrera
El enfoque teórico estructuralista del
análisis de los sistemas-mundo
(sistemas-mundiales)
desarrollado en este libro, le debe mucho a mis profesores en la Universidad de
Stanford, especialmente a John W. Meyer y Michael T. Hannan, pero también a
Morris Zelditch, Jr. y a Jozseph P. Berger. Las ideas fueron surgiendo en
interacción muy cercana con Walter Goldfrank, Volker Bronschier, Albert
Bergesen, Albert Szymanski, Joan Sokolowsky, Stephen Bunker, Alejandro Portes,
Craig Murphy, Katherine Verdery, Peter Evans, Michael Timberlake, Richard
Rubinson, David Harvey, Vicente Navarro, y Neil Smith. Estas ideas han sido
presentadas en reuniones de la Asociación Sociológica Americana, la Sociedad
para el Estudio de Problemas Sociales y la Asociación de Estudios
Internacionales. Versiones anteriores de varios capítulos han aparecido en el International Studies Quarterly, en los Political Studies, en Politics and Society, el Humboldt Journal of Social Relations, en
Anthro-Tech, y varios de los Annuals de Economía Política del Sistema-Mundo. Una
versión anterior del capítulo 8 tuvo como coautora a Joan Sokolowsky; una parte
del capítulo 11, a Richard Rubinson y una parte del capítulo 15, a Aaron Pallas
y Jeffrey Kentor. También he recibido comentarios y críticas útiles sobre
varios capítulos, de Giovanni Arrighi, Robert Wuthnow, Kathleen Schwartzman,
William R. Thompson, Christian Suter, Ulrich Pfister, Pat McGowan, David A.
Smith, Patrick Nolan, Terry Boswell, Patrick Bond, Michael Johns, Phil Vilardo,
Linda Pinkow, Roland Robertson, Richard G. Fox, Phil McMichael, Peter Grimes,
and Ken O’Reilly.
Quisiera agradecer a Immanuel Wallerstein,
Terence Hopkins, Giovanni Arrighi y los demás investigadores y miembros del
Centro Fernand Braudel en la Univesidad Estatal de Nueva York de Binghamton por
estimularme a formular un enfoque estructural al estudio de los sistemas-mundo. Espero
haberle hecho justicia a su obra. El proyecto colectivo para desarrollar una
ciencia social acumulativa es a menudo socavado por la presión para
individualizar la contribución teórica de uno. Yo he seguido el consejo de Kent
Flannery (1982) contra los que quieren sobresalir, encaramados sobre los
hombros de gigantes.
Tengo también una deuda con Shirley Sult por
su ayuda para teclear y reteclear el manuscrito. Mi esposa, Carolyn Hock me ha
dado apoyo e inspiración al tiempo que me aportó ejercicio, tanto del cuerpo
como de la mente.
Christopher Chase-Dunn
Baltimore, Maryland
Introducción a la Edición Actualizada
Formación
Global
fue escrita en una época anterior a que la globalización se convirtiera en una
palabra técnica popular. En el interim ínterin
han ocurrido varios procesos a escala mundial: la caída de la Unión Soviética,
la continuación del ascenso de las economías del Este Asiático y sus recientes
problemas, la más reciente ola de “democracia”, el surgimiento de la “era de la
información” y la expansión continuada de la integración económica y política
bajo la bandera del neoliberalismo. Estos procesos han sido interpretados por
muchos observadores como heraldos de una etapa nueva, cualitativamente
diferente, del capitalismo global.
La mayoría de las discusiones sobre la
globalización asumen que, como quiera que se la defina, este es un fenómeno
bastante reciente. Una de las reivindicaciones básicas de la perspectiva de sistemas-mundo es que
para comprender las continuidades y los nuevos procesos, hay que colocar los
eventos recientes dentro de una perspectiva histórica de largo plazo. Una vez
que uno concibe a la colección de sociedades nacionales como componentes de una
estructura mayor, es que se pueden estudiar las formas y procesos
institucionales del sistema completo. Entonces podemos decir si los fenómenos
recientes son verdaderamente únicos o si son más bien la continuación de ciclos
y tendencias de larga duración.
Yo me sigo manteniendo en la posición básica
con la que aposté en Formación Global (en
lo adelante FG): si echamos un vistazo de largo alcance a las constantes
estructurales, los procesos cíclicos y las tendencias seculares que han operado
en el sistema eurocéntrico durante varios siglos, podemos entender que no ha
habido grandes transformaciones recientes en la lógica de desarrollo del sistema-mundo. Desde
luego, el valor de este énfasis en la continuidad es enteramente totalmente [suggestion, not correction] dependiente
de la validez del modelo. El esquema de constantes, ciclos y tendencias que se
explica en el capítulo 2 sólo necesita modificaciones menores, a pesar de los
rasgos aparentemente únicos del “nuevo orden mundial”.
El enfoque de sistemas-mundo que se presenta en FG requiere que pensemos
estructuralmente. Debemos ser capaces de abstraernos de las particularidades
del juego de las sillas musicales que constituye el desarrollo disparejo en el
sistema, para ver las continuidades estructurales. Aunque algunos países se
hayan movido hacia arriba o hacia abajo, queda la jerarquía centro/periferia[1].
Queda el sistema interestatal, aunque tal vez la internacionalización del
capital ha restringido aún más las capacidades de los estados para estructurar
las economías nacionales. Los estados siempre han estado sometidos a fuerzas
geopolíticas y económicas mayores en el sistema-mundo, y como sigue siendo el caso,
algunos han tenido mayor éxito que otros en la explotación de las oportunidades
y en protegerse a sí mismos de los riesgos.
En esta introducción a la segunda edición de FG voy a revisar los eventos trascendentales
que han ocurrido desde 1985[2]
que, según muchos alegan, han hecho grandes transformaciones del mundo.
Aportaré una interpretación de ellos dentro del contexto de mi modelo de
constantes estructurales, ciclos y tendencias. También analizaré varias contribuciones
recientes a la ciencia social, que resultan relevantes para nuestra comprensión
de los sistemas-mundo.
Ha habido un enorme nuevo corpus de investigaciones, que resultan relevantes
para los tópicos principales cubiertos en Formación
Global. No es posible revisar todas estas investigaciones, pero entraré a
considerar especialmente aquellos estudios que desafían las afirmaciones que
contienen los capítulos siguientes. Voy también a reconsiderar las
implicaciones de los estudios de sistemas-mundo, para nuestros esfuerzos por sobrevivir y hacer
el bien sobre la Tierra. Los que busquen una introducción más básica a la
perspectiva de sistemas-mundo,
pudieran desear consultar a Shannon (1996).[3]
El gran público ha descubierto al sistema-mundo. La
existencia de una economía mundial competitiva es ya una legitimación
convencional para todo tipo de acciones y decisiones de la vida pública y
privada. De la globalización de las finanzas, las inversiones, la producción
para la exportación y las estrategias corporativas se habla diariamente, junto
con consideraciones sobre los flujos globales de información, la cultura global
y la aparición de instituciones políticas globales. Tan recientemente como en
1990, yo tenía que explicarle a los estudiantes descreídos de mi Curso
Introductorio de Sociología, que sus desayunos contenían el trabajo de personas
de continentes distantes. Ya este hecho se da por descontado, como un aspecto
natural de la economía global en la que todos vivimos.
.La
mayor parte del discurso de la globalización asume que hasta hace poco existían
sociedades y economías separadas y que ahora éstas han sido reemplazadas por
una expansión de la integración internacional, impulsada por las tecnologías de
la información y del transporte. La perspectiva de sistemas-mundo, por otro lado, plantea que
las sociedades nacionales durante siglos han formado parte de un sistema
internacional mayor, en el que fuerzas económicas y geopolíticas
transnacionales e internacionales han condicionado en modo importante el
desarrollo de las sociedades y economías nacionales.
Los estudiosos del sistema-mundo moderno ven la integración
internacional como una tendencia de largo plazo, que ya en siglos anteriores la
inversión internacional, el comercio y la competencia político-militar
alcanzaron volúmenes significativos. Los analistas de sistemas-mundo también saben que la
integración económica ha sido una característica cíclica del sistema mayor, con
algunos períodos de autarquía nacional, seguidos por otros períodos de mayor
integración internacional.
Si calculamos la proporción de inversiones
internacionales con
respecto a las inversiones internas de los países, la economía mundial ya tenía
en 1910 un nivel de “globalización de la inversión” casi tan alto como el que
alcanzó en 1990 (Bairoch 1996). Similarmente, si calculamos la proporción de
las exportaciones internacionales mundiales respecto a la suma los PIBs [stands for...] de todos los
países, hubo un pico muy alto de “globalización del comercio” justamente antes
de la I 1a Guerra
Mundial, con una rápida disminución después, que llegó hasta 1950. Y luego hubo
una lenta elevación hasta el actual alto nivel de globalización del comercio.
Estas trayectorias de la globalización
económica indican una historia de la integración del sistema-mundo, que resulta más complicada
que la noción comúnmente sostenida de que antes el mundo estaba compuesto por
economías locales y nacionales separadas y que luego hubo un brote de
globalización en las décadas recientes. La mayoría de los observadores
contemporáneos asume que el período actual es único. En verdad, la rápida tasa
de cambio tecnológico ha producido un foco ciegamente obsesivo sobre el
presente, que relega los eventos que tuvieron lugar antes de la II 2a Guerra
Mundial, al basurero de la historia antigua.[4]
Pero las evidencias acerca de las trayectorias de la integración económica
internacional indican que, por el contrario, las comparaciones de los patrones
de desarrollo del siglo veinte con los de los siglos anteriores, ciertamente
nos pueden ayudar a entender nuestros propios tiempos.
Un nuevo e importante cuerpo de ciencia
social que ha crecido aceleradamente desde la publicación de Formación Global, es la aplicación de
los conceptos de sistemas-mundo
al estudio de las sociedades sin estado y las precapitalistas. Los
antropólogos, arqueólogos, especialistas en historia del mundo y las
civilizaciones, han adaptado las nociones de centro y periferia para explicar
los patrones de cambio social que han ocurrido en el pasado más distante. En
Sanderson (1995) y en Chase-Dunn y Hall (1997) se revisa y se critica una buena
parte de estas investigaciones. Chase-Dunn y Hall hacen una reformulación de
conceptos clave de sistemas-mundo,
para realizar la tarea de comparar sistemas muy diferentes y para usar los
sistemas completos como unidades de análisis de una nueva teoría sintética de
la evolución social. Estos autores se abstraen de la escala espacial, para
comparar sistemas de pequeńa escala, compuestos de cazadores-recolectores
sedentarios y nómadas, con sistemas regionales mayores basados en el estado, y
el sistema global contemporáneo durante los últimos doce mil ańos.[5]
Chase-Dunn y Hall (1997: Capítulos 5 y 6) adaptan la explicación de presión-intensificación-circunscripción
de la formación de jerarquías y cambio tecnológico, al estudio de sistemas-mundo completos
y ańaden la hipótesis de “desarrollo semiperiférico” para explicar las
transformaciones de la lógica sistémica: las transiciones de pequeńos sistemas
normativos sin estado, a sistemas de imperio imperiales
tributarios y la eventual aparición de fuerzas de mercado y el sistema
capitalista moderno.
La perspectiva comparativa de sistemas-mundo
desarrollada por Chase-Dunn y Hall no requiere la reformulación del esquema de
constantes estructurales, ciclos y tendencias que se presenta en el Capítulo 2
de FG. La perspectiva de muy largo
plazo revela en efecto que muchos de los procesos dinámicos que operan en el sistema-mundo moderno son
análogos a los patrones que pueden observarse en sistemas anteriores. Las ondas
de Kondratieff (ciclos de negocios de cuarenta a sesenta ańos, compuestos por
fases A de expansión y fases B de estancamiento), probablemente existieron en
la China del siglo décimo. La secuencia hegemónica (la elevación y caída de las
potencias hegemónicas centrales) es la manifestación particular en el sistema
moderno, de una secuencia general de centralización y descentralización del
poder, que es característica de todos los sistemas-mundo jerárquicos. En todos los sistemas-mundo grandes y
pequeńos, los grupos culturalmente diferentes comercian, pelean y hacen alianzas entre sí en
modos que condicionan de manera importante los procesos de cambio social.
La hipótesis del desarrollo semiperiférico
también implica que es probable que las regiones semiperiféricas desempeńen un
papel importante en la posible transformación futura. Pudiera suponerse que el
fin de la Unión Soviética y la reintegración de China a la economía mundial
capitalista es una evidencia en contra de la noción de desarrollo
semiperiférico. En lo que sigue se hace una consideración ulterior de este
problema.
Andre Gunder Frank y Barry Gills (1993)
también han empleado una perspectiva temporal más profunda de la historia del sistema-mundo. Ellos
enfocan la atención en las continuidades estructurales que han caracterizado la
historia del sistema “central” que apareció con la formación primaria del
estado en Mesopotamia hace quinientos ańos. Plantean que este sistema se ha
caracterizado desde el comienzo, por un desarrollo y unas relaciones
centro/periferia/hinterland
[“silvana” might be an
alternate option here, but I’m far from sure on this one] disparejos y
procesos de desarrollo y estancamiento cíclicos. Aunque es un importante avance
reconocer las continuidades estructurales y procesales que han existido en los sistemas-mundo basados en
el estado, Frank y Gills niegan que ocurriera ninguna transformación
cualitativa en el modo de acumulación, con el ascenso de la hegemonía europea.
Ven correctamente que en los sistemas basados en el estado existieron desde
mucho tiempo los aspectos de riquezas, bienes, tierras y trabajo
mercantilizados. A partir de aquí deducen que el sistema central siempre ha
sido capitalista. Pero el enfoque comparativo de sistemas-mundo [hereafter not highlighted] desarrollado por
Chase-Dunn y Hall (1997) estudia cómo la acumulación normativa se transformó en
acumulación basada en el estado (tributaria) y cómo la mercantilización fue
apareciendo de modo lento y disparejo por miles de ańos, para eventualmente
quedar en el predominio de la acumulación capitalista con el ascenso de los
estados centrales capitalistas europeos en el siglo diecisiete.
Sinocentrismo
Más recientemente Frank (1998) ha planteado
que China fue durante siglos la potencia hegemónica del sistema afroeurasiático y que la
hegemonía china duró hasta el 1800. Frank defiende también que el predominio
europeo fue un corto interludio y que en la actualidad la hegemonía se está
desplazando de regreso al Asia Oriental. Es cierto que China tuvo las mayores
ciudades de la Tierra hasta principios del siglo diecinueve y que las
mercancías manufacturadas chinas fueron durante largo tiempo superiores a las
producidas en Europa. Pero Afroeurasia era un sistema en donde interactuaban
entre sí tres regiones centrales contiguas (Asia Occidental, India y China),
principalmente mediante el intercambio de bienes de prestigio. Aunque China
poseía efectivamente una ventaja comparativa en la producción de bienes de lujo
para este comercio, el país no tenía influencia político/militar sobre otras
regiones centrales distantes.
Esta es una situación muy diferente respecto
al período contemporáneo, en el que hay una sola red político/militar, así como
una sola red global de comercio, tanto para bienes de prestigio como básicos.
Todos los centros se definen a sí mismos como el centro del universo. Pero lo
que constituye la verdadera hegemonía es la capacidad de respaldar esta
afirmación con fuerza y poder económico. La posible hegemonía futura del Asia
Oriental tendría que estar dentro de un solo centro global, no dentro de un
sistema multi-céntrico del tipo que existió anteriormente en el sistema afroeurasiático, antes de la
hegemonía europea.
Como se mencionó anteriormente, el Capítulo 2
de FG proponía un esquema de
constantes estructurales, procesos cíclicos y tendencias seculares, que se
afirma que representan los procesos institucionales y patrones de desarrollo
principales en el sistema-mundo moderno como un todo. Los Capítulos 3 y 4
impugnan las diversas formulaciones de etapas del capitalismo y plantean que el
esquema de constantes, ciclos y tendencias puede capturar adecuadamente la
historia estructural de la hegemonía europea y del capitalismo, sin recurrir a
una periodización en etapas cualitativamente diferentes. Desde que esto fue
escrito, han aparecido nuevas versiones de las etapas del capitalismo
(especialmente de la última etapa), por lo que el esquema necesita ser
reconsiderado a la luz de estos desafíos. Aquí yo presento una versión simplificada
del esquema que se explica en el Capítulo 2.
Esquema de constantes, ciclos y tendencias del sistema-mundo
Las constantes estructurales son:
1.
El capitalismo – la acumulación de recursos mediante
la producción y venta de mercancías para obtener ganancia;
2.
El sistema interestatal – un sistema de estados
nacionales soberanos desigualmente poderosos, que compiten por recursos, dando
apoyo a la producción rentable de mercancías y comprometiéndose en la
competencia geopolítica y militar;
3.
La jerarquía centro/periferia – en la cual las
regiones centrales tienen estados fuertes y se especializan en la producción de
alta tecnología y altos salarios, mientras las regiones periféricas tienen
estados débiles que se especializan en la producción intensiva en trabajo y de
bajos salarios.
Estos rasgos estructurales del sistema-mundo
moderno se reproducen continuamente. En otra parte hablo de cómo estos se
vinculan entre sí y son recíprocamente interdependientes, de modo que cualquier
cambio real en uno, necesariamente alteraría a los demás de modo fundamental
(Chase-Dunn, 1989).
Además de estas constantes estructurales, hay
otras dos características estructurales que veo como continuidades, a pesar de
que involucran un cambio de patrón. Éstas son los ciclos sistémicos y las
tendencias sistémicas. Los ciclos sistémicos básicos son:
1. La onda de Kondratieff (onda K) – un ciclo
de escala mundial, con un período que va de cuarenta a sesenta ańos, en los que
la tasa relativa de actividad económica aumenta (durante los ascensos de “fase
A”) y luego desciende (durante los períodos de “fase B”, de crecimiento más
lento o estancamiento.
2. La secuencia hegemónica – el ascenso y
caída de las potencias centrales hegemónicas, en la que el poder militar y la
ventaja económica comparativa se concentran en un solo estado central
hegemónico durante algunos períodos y estos son seguidos por períodos en los
que la riqueza y el poder se distribuyen de modo más parejo entre los estados
centrales. Ejemplos de estados hegemónicos son el holandés, en el siglo
diecisiete, el británico en el siglo diecinueve y los Estados Unidos en el
siglo veinte.
3. El ciclo de severidad de la guerra central
– la severidad (muertes en combate por ańo) de las guerras entre estados
centrales (guerras mundiales) despliega un patrón cíclico que sigue de cerca la
pista de las ondas K desde el siglo dieciséis (Goldstein, 1988).
4. La oscilación entre comercio mercantil
versus una interacción más estructurada políticamente entre los estados
centrales y las áreas periféricas. Esto está relacionado con ciclos de
expansión colonial y descolonización y está manifestándose en el período
actual, en forma de los bloques comerciales que están apareciendo y que
incluyen tanto a los países desarrollados, como a los menos desarrollados.
Las tendencias sistémicas que constituyen el
procedimiento operatorio normal en el sistema-mundo moderno son:
1.
La expansión y profundización de las relaciones
mercantiles – la tierra, el trabajo y las riquezas están cada vez más mediadas
por instituciones de tipo mercantil, tanto en el centro como en la periferia.
2.
La formación estatal – el poder de los estados sobre
sus poblaciones ha aumentado en todas partes, aunque esta tendencia algunas
veces se ralentiza por los esfuerzos desregulatorios. La regulación estatal ha
tenido un crecimiento secular, mientras las batallas políticas se enconan
respecto a la naturaleza y los objetos de regulación.
3.
Incremento en tamańo de las empresas económicas –
mientras se va reproduciendo un gran sector competitivo de firmas pequeńas, las
firmas mayores (aquellas que ocupan lo que se denomina el sector monopólico)
han aumentado continuamente de tamańo. Esto sigue siendo cierto, aún en el
período más reciente, a pesar de que es caracterizado por algunos analistas como
un nuevo “régimen de acumulación”, de “especialización flexible”, en el que las
firmas pequeńas compiten por cuotas del mercado global.
4.
La integración económica internacional – el
crecimiento de la interconexión del comercio y la transnacionalización del
capital. El capital ha cruzado las fronteras estatales desde el siglo
dieciséis, pero la proporción de toda la producción debida a la operación de
firmas transnacionales ha ido aumentando en cada época. La atención que se
presta contemporáneamente a la naturaleza transnacional de los recursos y a la
unicidad de una economía global e interdependiente, es la agudización de la
conciencia de algo que viene operando como tendencia desde hace largo tiempo.
5.
La creciente intensidad en capital de la producción
y la mecanización – varias revoluciones industriales que han ocurrido desde el
siglo dieciséis, han hecho crecer la productividad del trabajo en la
agricultura, la industria y los servicios.
6.
La proletarización – la fuerza de trabajo mundial
cada vez depende más de los mercados de trabajo para satisfacer sus necesidades
básicas. Esta tendencia de largo plazo puede ser ralentizada temporalmente o
hasta invertida en algunas áreas durante períodos de estancamiento económico,
pero el desplazamiento secular que se desplaza, alejándose de la producción de
subsistencia, tiene una larga historia que continúa hasta el período más
reciente. Parte de esta tendencia es la expansión del sector informal, a pesar
de sus similitudes funcionales con reductos rurales anteriores, de
subsistencia.
7.
La brecha creciente – a pesar de excepcionales casos
de movilidad ascendente exitosa en la jerarquía centro/periferia (p.ej., los
Estados Unidos, Japón, Corea, Taiwán), la relativa brecha en los ingresos entre
las regiones centrales
y periféricos [suggestion only] ha
continuado creciendo. Esta tendencia existe desde por lo menos finales del
siglo diecinueve y probablemente desde antes.
8.
La integración política internacional – la aparición
de instituciones internacionales más fuertes, para regular las interacciones
económicas y políticas. Esta es una tendencia desde el ascenso de la
Concertación de Europa, después de la derrota de Napoleón. La Liga de las
Naciones, las Naciones Unidas e instituciones financieras tales como el Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional, muestran una tendencia ascendente
hacia un gobierno mundial creciente.
żCómo queda parado este modelo contra los
desarrollos recientes y los nuevos conocimientos que aporta la literatura sobre
el capitalismo global? La expansión ulterior de las corporaciones
transnacionales y la globalización de las transacciones financieras facilitadas
por las nuevas tecnología de la comunicación pueden ajustar cómodamente en este
esquema, con la noción de la internacionalización del capital. Pero, żqué decir
de la aparición de la denominada “era de la información” y del supuestamente
nuevo régimen de acumulación basado en la “especialización flexible”? La idea
de la era de la información asume muchas formas. Una versión temprana fue la noción
de Daniel Bell sobre una sociedad post-industrial basada en los servicios. El
pop-futurismo acerca de la Tercera Ola y la sociedad virtual, son sus
encarnaciones más recientes.
Las tecnologías nuevas tales como la
imprenta, las máquinas de vapor, los ferrocarriles y los telégrafos, siempre
han introducido relaciones organizacionales nuevas y únicas. Pero, poniéndonos
del lado de las continuidades, podemos preguntar si estos cambios en la
tecnología y la organización han alterado o no los procesos fundamentales de la
acumulación capitalista. La revolución tecnológica es una de las
características básicas del capitalismo, que lo distingue de los modos de
acumulación anteriores. Los modos anteriores también revolucionaron la
tecnología, pero a un paso mucho más lento. Las revoluciones tecnológicas del
sistema-mundo capitalista han ocurrido cíclicamente, en tándem con las fases de
la onda de Kondratifeff. Los nuevos sectores de punta del procesamiento de la
información y la biotecnología están creando algunas formas organizacionales
nuevas, justo como lo hicieron tecnologías de punta anteriores (la manufactura
textil, los ferrocarriles, la industria química, los automóviles). Estas
revoluciones tecnológicas anteriores tomaron la delantera y otras quedaron atrás.
Crearon nuevos estratos de trabajadores e hicieron obsoletas otras formas más
viejas de trabajo. Expandieron la escala de interacción, incrementaron la
rapidez y disminuyeron los costos de las comunicaciones. Los anteriores
“milagros” estuvieron rodeados de la misma clase de mística y fascinación que
hoy día caracteriza a la supercarretera de la información (en la que usted
puede programas su secadora de pelo desde el receptor de radio de su carro).
Especialización Flexible
A la especialización flexible la anuncian
quienes se aferran a la escuela del “régimen de la acumulación”.[6]
Esto es la formación de una red de pequeńas firmas que producen bienes a la
medida, usando trabajo altamente calificado. Se le pone en contraste con el
modelo anterior de “acumulación fordista”, que se basa en la producción de
bienes estandarizados en grandes fábricas, usando trabajo de baja calificación.
Esta forma nueva se hace posible por el costo disminuido de las comunicaciones,
la transportación y el procesamiento de la información, de modo que los bienes
a la medida pueden hacerse disponibles económicamente a mercados mayores. La
acumulación flexible no está atada a grandes inversiones de capital fijo, de
manera que es libre para vagar por el mundo produciendo y comerciando donde
quiera que aparezcan las oportunidades. La especialización flexible altera la
relación entre el capital y el trabajo. Los grandes sindicatos de trabajadores
organizados en las grandes fábricas propiedad de firmas enormes, son
reemplazados por trabajadores no organizados, empleados por pequeńas firmas que
subcontratan con firmas mayores, en una red de producción coordinada, pero
descentralizada.
Si la especialización flexible es
verdaderamente una nueva etapa del capitalismo, deberíamos esperar encontrar
que la distribución del tamańo de las firmas habrá cambiado. Durante mucho
tiempo ha existido una estructura de negocios, en la cual un enorme sector
competitivo de firmas pequeńas que obtienen flacos beneficios, lucha en una
arena dominada por las grandes corporaciones. żNo será acaso que la
especialización flexible es sobre todo una continuación (con algunos rasgos
nuevos) del sector competitivo? Yo no he visto evidencias de que la
distribución del tamańo de las firmas en la economía mundial (ni en los Estados
Unidos ni en ningún otro país) se haya desplazado hacia una mayor proporción de
firmas menores. Esto puede haber ocurrido en algunos sectores particulares,
pero no en la economía como un todo. Por el contrario, las fusiones de firmas
grandes han proseguido el proceso de centralización del capital previsto por
Marx.
Ciclos Sistémicos de Acumulación
El trabajo de Giovanni Arrighi (1994) sobre
los “ciclos sistémicos de acumulación” en los seis últimos últimos seis siglos, constituye una periodización
más convincente del desarrollo capitalista mundial. El análisis de Arrighi
posee la enorme ventaja de una gran profundidad temporal, aunque su
construcción, tanto de las continuidades estructurales como de la unicidad
organizacional de las diferentes épocas, enfoca principalmente al estrato
superior del capital financiero y sus relaciones con los estados más poderosos
del sistema. La narrativa estructural y la periodización de Arrighi constituyen
una gran mejoría contra versiones anteriores de las “etapas del capitalismo”.
Pero, al enfocar primariamente al estrato superior del sistema, el análisis de
Arrighi subestima el papel que han desempeńado las luchas de clase y
centro/periferia en la evolución del sistema. Esto restringe nuestra capacidad
para ver posibles aberturas futuras para una acción transformadora que pueda
mejorar de modo sustantivo la lógica del desarrollo del sistema-mundo. La
caracterización de la hegemonía como “liderazgo” apunta hacia el importante
hallazgo (de Gramsci) de que un aspecto necesario del poder global en el
sistema moderno, es un grado significativo de consenso basado en una ideología
coherente. Pero esto también trae a la mente las imágenes más explícitamente
funcionalistas empleadas por Modelski y Thompson (1994). Lo que se necesita es
un modelo que preste más atención a la interacción entre las ondas de largo
plazo de expansión capitalista y la contra-expansión de los movimientos
anti-sistémicos a la mercantilización, la dominación y la explotación (ver
Boswell y Chase-Dunn, futura edición).
El término de globalización ha sido usado de un modo diferente, para referirse al “proyecto de globalización” – el abandono de los modelos keynesianos de desarrollo nacional y un nuevo énfasis en la desregulación y la apertura de los mercados nacionales mercantiles y financieros al comercio y la inversión internacionales (McMichael 1996). Aquí se apunta hacia los aspectos ideológicos de la reciente ola de integración económica internacional. El término que yo prefiero para este giro del discurso global es el del “neoliberalismo”. La declinación a escala mundial de la izquierda política puede haber antecedido a las revoluciones de 1989 y la caída de la Unión Soviética, pero también fue ciertamente acelerada por estos eventos. La base estructural del surgimiento del proyecto de globalización es el nuevo nivel de integración que alcanzó la clase capitalista global. La internacionalización del capital ha sido desde hace tiempo una parte importante de la tendencia hacia la globalización económica. Y desde antes ha habido muchas reivindicaciones de representación de los intereses generales de los negocios. Pero la integración real de los intereses de los capitalistas en cada uno de los estados centrales, ha alcanzado un nivel mayor que nunca antes. Esta es la parte del modelo de una etapa global del capitalismo que debe ser tomada con la mayor seriedad, aunque ciertamente puede estar exagerada. El sistema-mundo ha alcanzado ahora un punto en el cual, tanto el viejo sistema interestatal que se basaba en clases capitalistas nacionales separadas, como las nuevas instituciones que representan los intereses globales de los capitalistas, existen y son poderosos simultáneamente. Bajo esta luz es posible ver que cada país tiene una importante fracción de su clase dominante, que está aliada con la clase capitalista transnacional.
El neoliberalismo comenzó como el ataque de
Reagan-Thatcher contra el estado de bienestar y los sindicatos de trabajadores.
Evolucionó hacia las Políticas de Ajuste Estructural del Fondo Monetario
Internacional y el triunfalismo de los negocios globales después de la caída de
la Unión Soviética. En la política exterior de los Estados Unidos, ha
encontrado expresión en un nuevo énfasis en la “promoción de la democracia” en
la periferia y la semiperiferia. Más que en el apoyo a las dictaduras militares
en América Latina, el énfasis se ha desplazado hacia la acción coordinada entre
la C.I.A. y la Dote Nacional de E.U.A. para la Democracia (“U.S. National Endowment
for Democracy”) para promocionar instituciones electorales en América Latina y
otras regiones periféricas y semiperiféricas (Robinson 1996). Robinson apunta
que la clase de “democracia de baja intensidad” que se promociona, como mejor
se entiende es como “poliarquía”, una forma de régimen en el que las elites
orquestan un proceso de competencia electoral y gobierno, que legítima el poder estatal y
recorta alternativas políticas más radicales que pudieran amenazar la capacidad
de las élites nacionales
para mantener su riqueza y poder mediante la explotación de los trabajadores y
los campesinos. Robinson (1996) plantea de modo convincente que la poliarquía y
la promoción de la democracia son las formas políticas más congruentes con una
economía mundial globalizada y neoliberal, en la cual se le sueltan las riendas
al capital para que genere acumulación dondequiera que sean mayores las
ganancias.
El análisis de la cultura global es otra
industria artesanal que ha florecido desde la publicación de Formación Global. La literatura de
ciencia política acerca de los regímenes internacionales (instituciones
normativas) ha continuado expandiéndose. El enfoque de “sociedad mundial”
desarrollado por John W. Meyer y sus colegas (Boli y Thomas 1997; Meyer, Boli y
Thomas 1997) ha producido muchos estudios importantes acerca de cómo los
valores y modelos occidentales de acción racional se han difundido por el mundo
en el último siglo. Volker Bornschier (1996) ha analizado la aparición,
expansión y disolución del modelo de sociedad keynesiano de desarrollo
nacional. Él también propuso la noción de un “mercado mundial de la
protección”, para explicar cómo y por qué los valores centrales del occidente
continúan institucionalizándose más en los estados centrales poderosos y en las
instituciones transnacionales.
Si bien es importante reconocer que los
convenios culturales juegan una parte mayor en la construcción de la hegemonía
y la interacción institucionalizada que nunca antes, y que ésta ha sido una importante
tendencia creciente durante los dos últimos siglos, todavía hay que mantener en
primer plano la perspectiva evolutiva que se presenta en el Capítulo 5 de FG. La mayoría de los sistemas-mundo han
sido fundamentalmente multiculturales, y el moderno primariamente sigue
siéndolo. El sistema-mundo moderno no es principalmente un orden global
normativo. La arquitectura cultural del sistema consiste de múltiples órdenes
normativos (nacionales y civilizacionales) que son integrados por fuerzas
geopolíticas y de mercado. Los valores y normas “globales” son todavía
primariamente los de los actores más poderosos. Así las fuerzas geopolíticas y
las de mercado, más que una regulación normativa, continúan siendo las
principales fuerzas integradoras del sistema.
La cuestión de la cultura global también ha
sido abordada por Jonathan Friedman (1994) y Albert Bergesen (1996). Friedman
plantea que los desplazamientos en los enfoques filosóficos entre el
universalismo y el particularismo han estado vinculados a fases de
centralización y descentralización durante miles de ańos, y que el actual auge
de la filosofía postmoderna está causado por y asociado con la declinación de
la hegemonía de los Estados Unidos. Bergesen plantea un argumento similar,
vinculando los vaivenes en los estilos artísticos con el auge y caída de los
estados hegemónicos centrales en el sistema moderno. El estudio de David Harvey
(1989) de los vínculos entre el postmodernismo y la especialización flexible
también es afín a este problema. Aunque es necesario reconocer que los ciclos
políticos e ideológicos tienen algunas conexiones importantes, estos campos
institucionales no están íntimamente acoplados. Las tendencias intelectuales en
el centro del sistema ciertamente parecen tener una lógica de desarrollo propia
(y algo frívola), que sólo mantienen con los cambios organizacionales y
estructurales un flojo vínculo.
La “sociología del sistema global” de Leslie Sklair (1991), con su énfasis en las “prácticas transnacionales” aporta algunos conocimientos importantes acerca de la aparición de una clase capitalista global, la difusión de la cultura del consumismo y el comportamiento de las corporaciones transnacionales. Pero la perspectiva temporal de Sklair no es lo suficiente profunda para que él vea las continuidades estructurales que son rasgos centrales del capitalismo como sistema global. Las prácticas y las instituciones transocietales han sido importantes en el sistema-mundo moderno durante siglos, tal como en los sistemas-mundo previos, aunque cualitativamente diferentes. No hubo jamás un tiempo en que las sociedades estuvieran solas como bolas de billar separadas. [Analogy loses a bit of umph in translation, though still conveys basic message; let me know if you want me to come up with something more poigniant.]
La crítica que hace Sklair al consumismo
desde el punto de vista de la autonomía cultural local, ignora completamente
las restricciones ecológicas que enfatizan Peter Taylor (1996) en El Modo en que Funciona el Mundo Moderno
y Peter Grimes (1998). Taylor y Grimes apuntan [(personal preference) possible alternative translations: “insisten”, “opinan”] que el proyecto
de globalización capitalista que se fundamenta en la noción de que los pueblos
del Tercer Mundo pueden alcanzar un estándar de vida similar a los pueblos de
los países centrales, sencillamente no va a funcionar. Este modelo constituye
un “impasse global”, porque si los chinos intentan comer tanta carne y huevos y
poseer tantos automóviles (per capita) como los americanos de ahora, la
biosfera va a hervir. Esta puede ser la contradicción más potente del
capitalismo global.
La crítica de Sklair al poder de las
corporaciones transnacionales es útil, pero ignora la más dańina de las
evidencias: todos los estudios comparativos entre naciones, que muestran el
efecto negativo a largo plazo que ha tenido la dependencia de la inversión
extranjera sobre el desarrollo. Los estudios que han tratado de probar que
estos resultados son artefactuales (p. ej. Firebaugh 1992) han sido fuertemente
contradichos por análisis más recientes (Dixon y Boswell 1996) y por datos de
antes de la II 2a Guerra
Mundial descubiertos con posterioridad, que muestran que estos efectos
negativos de la dependencia en la inversión persisten durante por lo menos
medio siglo (Kentor 1998).
El estudio de Charles Tilly (1990) de las ciudades capitalistas y los estados nacionales, arroja alguna nueva luz sobre las diferentes vías de desarrollo en el sistema-mundo moderno, pero la definición demasiado amplia de capital que da Tilly lo conduce a no comprender cómo han combinado la acumulación capitalista y la geopolítica los estados más exitosos en el sistema moderno. Su análisis más bien [confusing syntax, difficult to unscramble; suggest omission of yellow-highlighted text for clarity] estado-céntrico es un antídoto útil contra el economicismo, pero como mejor se comprenden los modos en que los estados tributarios evolucionaron para convertirse en estados capitalistas, es dentro de la perspectiva de muy largo plazo que aporta el enfoque comparativo de sistemas-mundo.
Lo que resulta único acerca del sistema moderno es su resistencia a la formación de un imperio que abarque a todo el centro. Está claro que ha habido imperios en el sistema moderno, pero se ha tratado de imperios coloniales, en los que estados centrales individuales ejercieron su dominación sobre las regiones periféricas. El patrón más usual en los sistemas precapitalistas de base estatal era que los estados [marcher] conquistaran toda una región central y que establecieran (temporalmente) un “estado universal”. Aunque esto ha sido intentado en el sistema moderno (la Francia napoleónica, la Alemania del siglo veinte), no ha tenido éxito. Más bien lo que ha ocurrido es que los estados más poderosos han sido balancistas del poder, que han protegido la estructura políticamente multicéntrica del centro.
Los hegemónicos modernos no han hecho esto
movidos por compromisos políticos con el principio de soberanía nacional (que
ellos han violado repetidamente en la periferia), sino más bien porque la
acumulación capitalista (la producción y venta de mercancías) les permite
apropiarse de recursos sin tener que recurrir a la extracción tributaria a
partir de los estados centrales adyacentes. De hecho la acumulación capitalista
es bien servida por un centro descentralizado, incapaz de regular los flujos de
capital y que le permite un amplio margen de maniobra a la riqueza privada. La
historia de la evolución de los estados capitalistas centrales debería
enfocarse en la transición a partir de estados ciudades capitalistas
semiperiféricos (tales como Venecia y Génova) pasando por la forma intermedia
de la República Holandesa, hasta los estados centrales nacionales capitalistas:
el Reino Unido y los Estados Unidos. El enfoque usado por Arrighi (1994) y
Taylor (1996) triunfa maravillosamente, mientras que el contraste que muestra
Tilly entre las ciudades capitalistas y los estados tributarios, pierde vista
muchos de los aspectos clave de esta evolución.
La perspectiva de sistemas-mundo plantea que
uno de los procesos macroestructurales importantes es la secuencia de relativas
centralización y descentralización del poder político y económico entre los
estados. El término empleado para este fenómeno en Formación Global es el de “secuencia hegemónica”. La hegemonía
holandesa del siglo diecisiete[7]
se compara con la hegemonía británica del siglo diecinueve y la hegemonía de
los Estados Unidos en el siglo veinte. La importante investigación de George
Modelski y Wiliam R. Thompson (1994) ha aportado valiosas evidencias empíricas
nuevas acerca de la relación entre la secuencia hegemónica (a la cual ellos
llaman ciclo de poder) y las ondas de Kondratieff. Su modelo de los “picos
gemelos”, de ondas K pareadas para cada ciclo de poder, muestra la
interposición de una guerra global entre potencias centrales, en la cual se
consolida el liderazgo de la potencia global. Este modelo es incompatible del
todo con el esquema mostrado en el Capítulo 2 de FG. La terminología funcionalista empleada por Modelski y Thompson,
así como su énfasis en las contribuciones positivas de los “líderes globales”
(hegemónicos) puede resultarle irritante a aquellos que perciben las
consecuencias negativas del desarrollo capitalista, tanto como sus maravillas,
pero estas cuestiones de estilo y de política no deben impedir que reconozcamos
la importante contribución que han hecho Modelski y Thompson al estudio
empírico del sistema.
Ellos predicen un fin en el futuro cercano
para el ciclo de poder, tal como ha funcionado en el pasado. Prevén una segunda
ronda de liderazgo por parte de los Estados Unidos que conducirá a un
condominio de estados centrales democráticos, que será supuestamente capaz de resolver
las contradicciones del desarrollo disparejo, sin tener que recurrir al
conflicto violento.
Rasler y Thompson (1994) presentan un enfoque parecido, aunque algo diferente, que analiza la interacción entre un ciclo de poder de nivel global y una dinámica regional de auge y caída, basado en un engrandecimiento territorial más tradicional. Notan que los retadores semi-centrales de los líderes globales (Francia, Alemania) han sido estados que buscaban conquistar regiones centrales adyacentes, más que perseguir una estrategia global de acumulación basada en el comercio, la producción de mercancías y las altas finanzas. Este modelo de dos ciclos de poder interactuantes conduce a Rasler y Thompson a ser algo menos confiados acerca de futuros conflictos entre potencias centrales, que el escenario que pintan Modelski y Thompson. Ellos prevén la posibilidad de que una lucha regional en el Asia Oriental pueda una vez más conducir a la guerra global entre las potencias centrales.
Chase-Dunn y Podobnik (1995) predijeron una futura “ventana de vulnerabilidad” para la guerra entre potencias centrales en la década de 2020, basados en un modelo de los factores que incrementan o disminuyen la probabilidad de guerra. Este modelo combina aspectos del esquema del Capítulo 2 con otras tendencias que se conoce que afectan la guerra. Asume que la secuencia hegemónica y la onda de Kondratieff continuarán operando como lo vinieron haciendo en el pasado y que la hegemonía de los Estados Unidos continuará declinando; la fase A de la onda K llegará a alcanzar un pico en algún momento de la década de 2020. Los estados tendrán recursos que gastar en la guerra y las viejas instituciones del orden mundial serán gravemente incongruentes con los cambios en la distribución del poder económico. El modelo también toma en cuenta las tendencias hacia una tecnología militar cada vez más destructiva, el desarme y la integración económica y política internacional. Chase-Dunn y Podobnik apuntan [(personal preference) possible alternative translations: “insisten”, “opinan”] que si los Estados Unidos son capaces de mantener su control sobre las armas de destrucción masiva, entonces no habrá guerra entre las potencias centrales; pero los procesos de desarrollo disparejo hacen que ésta sea una perspectiva improbable. Un verdadero estado mundial (con poder para prohibir la guerra) también podría resolver el problema, pero no hay quien prediga la aparición de una tal entidad dentro del período de tiempo relevante.
Respecto a las ondas largas de cambio
económico, ha habido varias contribuciones importantes en los ańos recientes.
David Hackett Fischer (1996) ha producido un estudio fascinante de ondas de
precios muy largas en los últimos 800 ańos. Su narrativa histórica y sus datos
sobre ondas largas de inflación y deflación describen un proceso de demanda
demográficamente propulsado, que llega hasta el siglo diecinueve, y luego un
proceso algo diferente a finales del siglo diecinueve y en el veinte. El
excelente estudio de los ciclos de deuda hecho por Christian Suter (1992),
muestra las íntimas conexiones entre las ondas K y los ciclos de expansión y
contracción financiera en el sistema-mundo desde inicios de la década de 1800[8].
Resulta interesante que la más reciente crisis de la deuda (todavía) no ha
conducido al colapso financiero internacional, sugiriendo la conclusión de que
las agencias reguladoras globales como el Fondo Monetario Internacional y el
Banco Mundial realmente han marcado una diferencia en la coordinación de las
acciones de los prestamistas del centro y en la negociación de la
reestructuración de las obligaciones, que han prevenido una escalada mayor de
los problemas. Esto indica la creciente importancia de la integración política
internacional en las décadas recientes.
Peter Grimes (1993) ha producido un valioso análisis que compara
las tasas de crecimiento del PIB, para ver cuán sincronizadas están en el
tiempo. Más que mostrar la hipotética tendencia de ascenso a largo plazo, que
sería el resultado de una integración económica internacional que crece de modo
estable, Grimes muestra que la sincronización es cíclica, con períodos de
grandes diferencias entre las tasas de crecimiento, seguidos por períodos en
los que están bastante sincronizadas entre países. Este hallazgo apoya la idea
de que la globalización económica es sustancialmente cíclica.
La diferencia principal (aparte de la
formulación verbal) entre el esquema que se presenta más arriba y la discusión
del Capítulo 2 de FG .[extra space, no big deal] es
la adición de una tendencia: la integración política internacional. A mí me
convencieron las investigaciones de Suter (1992) sobre los ciclos de la deuda y
el estudio de Craig Murphy (1994) sobre el crecimiento de las organizaciones
internacionales no-gubernamentales, que la tendencia hacia el gobierno global
debería formar parte del modelo de dinámica de sistemas. La capacidad de las
instituciones financiera internacionales para negociar un aterrizaje blando
para la crisis de la deuda de la década de 1980, más que una repetición del
colapso financiero internacional, es una indicación de que la integración de la
clase capitalista global está teniendo consecuencias importantes para la
operación del sistema. Dicho esto, no veo para dentro de poco la aparición de
un verdadero estado mundial, ni cargaría yo el énfasis en la declinación de la
lógica del sistema interestatal. La geopolítica interestatal continúa más bien
siendo una importante dinámica, al mismo tiempo que van surgiendo el gobierno
global y una clase capitalista global más integrada.
El último capítulo de FG va mucho más allá de las evidencias, a considerar cuestiones
acerca del curso futuro del sistema-mundo. El discurso de la globalización, la
caída de la Unión Soviética, la reincorporación de China a los “negocios como
de costumbre”, la retirada a escala mundial de la izquierda y el auge ulterior
del Asia Oriental, son todas tendencias que desafían a las especulaciones
hechas. Muy especialmente, se podría concluir que la noción de que los
retadores semiperiféricos transformen el sistema, parece ahora anacrónica. En
verdad, cualquier clase de desafío pudiera parecer impensable cuando la
historia termina con el triunfo del capital global.
Pero yo veo grietas en el terso rostro del capitalismo
corporativo global. Más que simplemente desbandarse frente a la especialización
flexible y el chantaje corporativo del empleo, los movimientos laborales en
muchos países están tratando de figurarse el modo para sobrevivir y prevalecer
en la nueva era. El internacionalismo de los trabajadores parece ahora menos
una consigna utópica que un necesario requisito organizacional. Los problemas
son grandes, pero los sindicatos están ensayando nuevos enfoques y asumiendo
nuevos riesgos.[9]
El precio que hay que pagar por el dinero
globalizado – inundaciones rápidas de fondos y desapariciones igualmente
rápidas – se está haciendo cada vez más evidente. Junto a las declamaciones
sobre la competitividad y las necesidades de libertad de comercio y
desregulación, ahora estamos empezando a oír voces que hablan acerca de las
consecuencias ecológicas y sociales de la competencia y la cooperación
internacional. La respuesta más obvia a la triunfal globalización corporativa
es una renovación del nacionalismo económico. Esto es lo que casi seguro
ocurrirá al irse desvaneciendo el florecimiento del fabuloso capitalismo
global. La perspectiva de sistemas-mundo nos recuerda que antes han ocurrido
olas de nacionalismo económico y que, aunque algunos pueden estar temporalmente
protegidos de las fuerzas de mercado, las tentaciones de globalización se
volverán a hacer potentes.
A largo plazo, la solución es la
“globalización desde abajo” – la creación de lazos culturales y
organizacionales entre pueblos de diferentes países, para coordinar acciones y
formas de resistencia al capital global (Robinson 1996). Anteriormente sólo
mencioné al trabajo. Las organizaciones de mujeres y las organizaciones
ambientales desde hace tiempo van delante del trabajo con respecto al
internacionalismo. Aunque será necesario que participen los pueblos de todos
los países, yo espero que los desafíos organizacionales más potentes procederán
de aquellos países semiperiféricos que no experimentaron el “socialismo real”
(los estados comunistas), sino allí donde las contradicciones del capitalismo
global son fuertes y el potencial para que los movimientos populares alcancen
el poder político son grandes.
La idea de una democracia global es
importante para esta lucha. El movimiento necesita empujar hacia una clase de
democracia popular que vaya más allá de la elección de representantes, para que
incluya la participación popular en las tomas de decisión a todos los niveles.
La democracia global sólo puede ser real si se compone de sociedades civiles y
estados nacionales que son, ellos mismos, verdaderamente democráticos (Robinson
1996). Y la democracia global probablemente sea el mejor modo de disminuir la
probabilidad de que ocurra otra guerra entre estados centrales. Esta es la
razón por la que a todos les interesa.
Para que la respuesta progresista al
neoliberalismo triunfe, hay que organizarla a los niveles nacional,
internacional y global. Los socialistas democráticos deberían estar cansados de
las estrategias que se enfocan solamente en el nacionalismo económico y la
autarquía nacional, en respuesta a la globalización económica. El socialismo en
un solo país nunca funcionó en el pasado y ciertamente no va a funcionar en un
mundo que está más intervinculado que nunca antes. Las viejas formas de
internacionalismo progresista eran algo prematuras, pero el internacionalismo
finalmente se ha hecho no sólo deseable sino necesario. Esto no quiere decir
que las luchas locales, regionales y de nivel nacional sean irrelevantes.
Siguen siendo tan relevantes como lo fueron siempre. Pero necesitan tener
también una estrategia global y una cooperación a escala global, so pena de a fin de no quedarse aisladas
y de ser derrotadas. La tecnología de las comunicaciones ciertamente puede ser
una importante herramienta para las clases de interacciones a larga distancia
que se requerirán para una cooperación y una coordinación realmente
internacionales entre los movimientos populares.
Sería un error contraponer las estrategias
globales contra las nacionales o locales. Todos los frentes deben ser el foco
de un esfuerzo coordinado. W. Warren Wagar (1996) ha propuesto la formación de
un “Partido Mundial” como un instrumento de la “mundialización” – la creación
de una comunidad de naciones socialista global. Su propuesta ha sido criticada
desde muchos ángulos – como un retroceso a la Tercera Internacional, y etc.[10]
Yo planteo que la idea de Wagar es buena y que en verdad surgirá un partido de
la clase del que él está defendiendo y éste contribuirá mucho a un sistema-mundo
más humano. La inseguridad y la reticencia post-modernas pueden hacer parecer a
un enfoque directo como éste, Napoleónico. Ciertamente es necesario aprender de
los errores pasados, pero esto no debe evitar que debatamos los pros y los
contras de la acción propuesta.
El segmento internacional de la clase
capitalista mundial ciertamente se va moviendo lentamente hacia la formación
del estado global. La Organización Mundial del Comercio y el Acuerdo
Multilateral de Inversiones (AMI) no son más que los elementos más recientes en
este proceso. Más que simplemente oponerse a este movimiento con un regreso al
nacionalismo, los progresistas deberían hacer todos los esfuerzos por organizar
la globalización social y política y por democratizar el estado global que
surge. Necesitamos evitar que la operación normal del sistema interestatal y la
futura rivalidad hegemónica causen otra guerra entre las potencias centrales
(p.ej. Wagar 1992; ver también Bornschier y Chase-Dunn 198). Y necesitamos
moldear la sociedad mundial que surge para que sea una comunidad de naciones
democrática y global, basada en la racionalidad colectiva, la libertad y la
igualdad. Esta posibilidad está presente en las estructuras que existen y están
evolucionando. Los agentes son todos aquellos que están cansados de guerras y
odio y que desean un sistema-mundo humano, sostenible y justo. Y ésta es
ciertamente la mayoría de las personas de la Tierra.
Notas
[1] En Chase-Dunn y Grimes (1995) hay una revisión de los estudios que miden
la posición de los países en la jerarquía centro/periferia.
[2] El manuscrito de Formación Global estaba casi completo en 1985, aunque el libro no apareció impreso hasta 1989.
[3] Si esta introducción les resulta opaca, les sugiero que lean a Shannon (1996) y que consulten el glosario en las páginas 346-8 de FG. Al final de este mismo libro se incluye una bibliografía con publicaciones nuevas importantes.
[4] Hay también una variación cultural en los horizontes temporales. Cuando a uno de los Ministros del Exterior de Mao le preguntaron acerca de las consecuencias de la Revolución Francesa, éste respondió que aún era muy temprano para decir.
[5] En Chase-Dunn y Mann (1988) se informa de un estudio de caso de un sistema-mundo muy pequeńo, compuesto de forrajeros sedentarios. En Peregrine y Feinman (1996) hay estudios de otros sistemas regionales en la América del Norte previa al contacto.
[6] David Harvey (1989) aporta un excelente resumen de esta literatura.
[7] En Misra y Boswell (1997) se aportan evidencias importantes acerca de la naturaleza de la hegemonía holandesa.
[8] En Dassbach, Darvutyan, Dong y Fay (1995) se presenta un resumen útil de las evidencias respecto a las ondas K anteriores a 1800.
[9] Ver los artículos sobre la organización global del trabajo, en la edición especial del Journal of World-Systems Research (1998:4[1]) (http://csf.colorado.edu/wsystems/jwsr.html).
[10] Ver las críticas a las propuestas de Wagar en la edición especial sobre “Praxis Global” del Journal of World-Systems Research, Volumen 2, 1996 (http://csf.colorado.edu/wsystems/jwsr.html).
La Estructura Profunda: El Capitalismo Real
El objetivo de este capítulo es
reformular la teoría de Marx de la acumulación capitalista usando conocimientos
aportados por el análisis del sistema-mundo moderno. Comenzamos explorando tres
enfoques de la teorización acerca de la dinámica estructural profunda del
sistema-mundo: (a) un enfoque puramente formal de la especificación de los
límites lógicos entre modos de producción; (b) el proceso de mercantilización y
sus limitaciones; y (c) el problema de las clases mundiales. Los supuestos
epistemológicos que están detrás de este esfuerzo por teorizar el sistema-mundo
son descritos y defendidos en el capítulo 14. Después de reformular la teoría
de Marx evaluaremos críticamente uno de los supuestos simplificadores de
Wallerstein, que es la idea de que el modo de producción es necesariamente un
rasgo de un sistema-mundo completo y el corolario de que cada sistema-mundo
tiene un solo modo de producción.
Mi objetivo último
es reformular la teoría de Marx teniendo en cuenta aquellos aspectos
sistemáticos del desarrollo capitalista que Marx despreció. Esto requiere:
1 una clara
especificación del modelo de Marx;
2 una crítica de
sus inadecuaciones a la luz de nuestro conocimiento de los procesos del
sistema-mundo;
3 una reformulación
de los conceptos y axiomas y
4 la comprobación
de la nueva formulación contra la realidad social contemporánea e histórica.
Este libro comienza estas
tareas, pero ciertamente no las termina.
El Modelo de Marx de la Acumulación
Capitalista
Marx comenzó su explicación de
las leyes del desarrollo capitalista con un análisis dialéctico de una
institución fundamental del capitalismo – la mercancía. A partir de esta forma
institucional, que supuestamente contiene los secretos de la estructura
profunda del capitalismo, él deriva la ley del valor, los roles del capital y
el trabajo y la acumulación del capital mediante la producción y apropiación de
plusvalía. Esta formulación teórica tiene varias ventajas. Es elegante. Se
enfoca en lo que indudablemente son rasgos esenciales del modo capitalista de
producción – el intercambio mercantil, el trabajo mercantilizado, la
concentración de medios de producción en manos privadas y la acumulación de
capital mediante la producción de mercancías y la explotación del trabajo
mercantilizado.
Hay dos asuntos
principales que dividen a los marxistas acerca de la definición de las
características básicas del modo capitalista de producción: (a) la naturaleza
de las relaciones de clase en el capitalismo y (b) la importancia del estado y
del sistema interestatal para el capitalismo. El modelo más abstracto del
proceso de acumulación capitalista, como se presenta en el volumen 1 de El
Capital (1967a), asumía un sistema cerrado, en el cual hay un solo estado
de laissez-faire respaldando las relaciones de propiedad, pero no
comprometiéndose directamente en el proceso de acumulación. El modelo también
asumía solamente dos clases: los capitalistas propietarios y con el control de
los medios principales de producción y los proletarios vendiendo su fuerza de
trabajo por salarios en un mercado competitivo de trabajo.
Marx definió al
capitalismo como un sistema en el que la propiedad y el control de los medios
principales de producción están en manos de empresarios privados (no estatales)
que producen mercancías para un mercado competitivo. Para Marx la
mercantilización del trabajo ocurre primariamente mediante un mercado de
trabajo competitivo – el sistema salarial – en el que los proletarios que no
son propietarios de ningún medio de producción son “libres” de vender su fuerza
de trabajo a los capitalistas. Él desarrolló su modelo sobre la base de sus
observaciones del capitalismo británico del siglo diecinueve. Él asumía que
Bretańa era la forma superior de desarrollo capitalista, de modo que el
análisis de la industria británica revelaría las características esenciales del
modo capitalista de producción. Él esperaba que todas las sociedades nacionales
se desarrollarían a lo largo del mismo camino básico que había sido seguido por
los británicos (1967a: 8-9).
Así, según Marx,
las características básicas del capitalismo plenamente desarrollado son:
1 La producción
mercantil generalizada: La producción de mercancías para venta lucrativa en
un mercado (competitivo) que establece los precios.
2 La propiedad
privada de los medios principales de producción: Los capitalistas privados
acumulan capital tomando decisiones inversionistas dentro de una lógica de
maximización de la ganancia. Esto implica que el estado capitalista no
interfiere directamente en las decisiones de inversión ni en el mercado, sino
que más bien aporta legitimación y orden, usando su poder primariamente para
garantizar la defensa externa y la paz interna consistentes con las
instituciones de propiedad privada.
3 El sistema
salarial: La fuerza de trabajo es una mercancía vendida por los proletarios
(que no son propietarios de medios de producción) a los propietarios
capitalistas de los medios de producción, en un mercado competitivo de trabajo.
El problema con la
formulación de Marx no es tanto lo que incluye como lo que deja fuera. Marx
busca superar las vacuidades de la economía política clásica conceptualizando
el capitalismo como un sistema histórico que llegó a existir mediante el uso de
la fuerza (ver Parte 8, volumen 1 de El Capital) y que dejará de existir
mediante el desarrollo de sus propias contradicciones internas. Pero, al buscar
elegancia analítica en su especificación, Marx se abstrae de una serie de
procesos que deberían ser incluidos dentro de la especificación del modo
capitalista de producción. Por ejemplo, en el volumen 1 de El Capital,
Marx asume:
1 la existencia de
un estado cuidador de tipo inglés, que no interfiere directamente en el proceso
de desarrollo;
2 ningún comercio
internacional – un sistema cerrado;
3 una relación
completamente competitiva entre los capitales; y
4 la completa
mercantilización de la fuerza de trabajo, de modo que solo existe una clase de
trabajadores sin poder institucional para obtener más que el salario de
subsistencia y una clase de capitalistas que son propietarios y controlan todos
los medios de producción.
Ciertamente se
requieren supuestos simplificadores en cualquier teoría que intente especificar
las tendencias esenciales de un modo de producción. Algunos procesos deben ser
designados como exógenos, mientras otros, con buena suerte, capturan el núcleo
del sistema social que estamos estudiando. El problema que estoy planteando es
que Marx puede haber distorsionado algo el núcleo por su elección de los
supuestos simplificadores.
Mi lectura de la
literatura de sistemas-mundo me conduce a cuestionar la sabiduría de varias de
las decisiones teóricas de Marx. No se trata de que los supuestos
simplificadores sean incorrectos en una u otra situación empírica concreta.
Esto es cierto para toda abstracción teórica. Es más bien que los procesos
esenciales de desarrollo capitalista pueden ser distorsionados por los supuestos
particulares que hizo Marx. Marx atribuía mucho a la especificidad histórica,
tal como han hecho muchos marxistas desde entonces. Pero su teoría era una
abstracción de las complicaciones de la historia. El enfoque que esbozaré aquí
hará lo mismo, excepto que trazará los límites entre el proceso endógeno
esencial del capitalismo y las excrecencias históricas de un modo diferente.
La tarea difícil es reformular una nueva
teoría del núcleo esencial del capitalismo. Bertell Ollman (1976) ha planteado
convincentemente que Marx se sujetaba a una filosofía de “relaciones internas”
en la cual una parte esencial (denominada “monada” por Leibnitz) contiene
relaciones que expresan la naturaleza básica del sistema completo bajo
análisis. Algunos marxistas (Dobb, 1947; Brenner, 1977) han planteado que la
relación social clave para la sociedad capitalista es la relación entre el
capital y el trabajo, como ocurre dentro de la firma, o como dicen los
marxistas, en el punto de producción. Esta es indudablemente una importante
relación y hay una multitud de excelentes estudios que se han enfocado en el
proceso de trabajo, tal como se desarrolló en el capitalismo central
contemporáneo (Braverman, 1974; Edwards, 1979; Burawoy, 1979). La perspectiva
de sistemas-mundo nos anima, sin embargo, a notar cómo las instituciones de
control (las relaciones de producción) están estructuradas más allá del punto
de producción, en los estados y ciertamente están institucionalizadas en la
jerarquía centro/periferia.
Adiciones al Modelo de Marx
La conceptualización del
sistema-mundo como un sistema de capas múltiples de grupos en competencia ha
sido muy útil para describir el desarrollo histórico del capitalismo. Aquí yo
sugeriría que los procesos de formación de estados, la construcción de
naciones, la formación de clases y la reproducción de la jerarquía
centro/periferia pueden ser teorizados como fundamentales para el propio modo
capitalista de producción. Obviamente, estos procesos están más allá del
alcance de una visión estrechamente económica del capitalismo, pero es
precisamente la trascendencia de una tal teoría economicista la que es
necesaria para ser capaces de teorizar el desarrollo del capitalismo como un
sistema completo.
La desventaja de
esta inclusión de procesos que anteriormente se pensaba que eran históricos en
el modelo básico de desarrollo capitalista, es que complica grandemente el
modelo. En lugar de una relación social nuclear localizada en el punto de
producción, tenemos un conjunto mucho más complicado de relaciones
organizacionales, políticas, de mercado, interestatales y de clases mundiales.
Lo que se necesita es una nueva síntesis de estos procesos que tenga las
virtudes de la teoría original de Marx: simplicidad y la identificación de un
núcleo relacional.
Uno de los
descubrimientos clave en el desarrollo capitalista, estimulado por los escritos
teóricos de Wallerstein (1979a) es que la producción de mercancías regularmente
tiene lugar en una arena que está importantemente estructurada por relaciones
no-económicas. Nunca ha habido un mercado perfecto empíricamente existente
dentro del sistema capitalista. En lugar de esto, el capitalismo está
estructurado como un conjunto de relaciones de poder, que algunas veces toma la
forma de mercados establecedores de precios, pero con igual frecuencia
constituido como poder institucionalizado o relaciones de autoridad entre
clases y estados. Así, el capitalismo es un sistema competitivo en el que
ninguna organización sola ejerce control monopólico sobre la producción y el consumo,
pero dentro de ciertas áreas organizativas, el poder monopólico es
temporalmente ejercido. Este poder organizacional está, con la mayor
frecuencia, institucionalizado dentro de estructuras estatales o es garantizado
por leyes de propiedad que son respaldadas por los estados. Así, el
mercantilismo no es una etapa del desarrollo capitalista, sino, con algunas
variaciones en forma y extensión, es un rasgo constante del capitalismo. A
largo plazo, no obstante, estas fuentes extra-económicas de control están ellas
mismas sometidas a la competencia en la arena del sistema-mundo.
Así las estructuras
organizacionales de los estados y las firmas y las relaciones estructuradas
entre las clases están sometidas a un proceso de eliminación por competencia
que ocurre en el sistema interestatal y en el mercado mundial (ver capítulos 7
y 8). Esto responde de ciertas regularidades que se pueden observar en la
economía-mundo. No solo están las periferias sub-desarrolladas, sino que el
desarrollo desigual de los países centrales da como resultado el auge y
decadencia de las potencias hegemónicas centrales. Esto es porque la
combinación correcta para el éxito en el sistema capitalista depende no
solamente de una producción eficiente para el mercado, sino también en la mezcla
correcta de inversión estatal en infraestructura, regulación de clases y el
ejercicio del poder militar y la diplomacia en el sistema interestatal.
El supuesto
simplificador de Marx de que los trabajadores en un sistema puramente
capitalista reciben solamente los salarios necesarios para la reproducción de
la fuerza de trabajo no refleja exactamente el proceso de lucha de clases que
ocurre dentro del sistema capitalista. Muchos trabajadores centrales
indudablemente reciben salarios por encima de la necesidad reproductiva y
muchos trabajadores periféricos reciben salarios que están por debajo de lo que
necesitan para reproducirse a sí mismos, por lo que tienen que apoyarse en
otros recursos. Marx asumía que los movimientos sindicales se desarrollarían más
o menos automáticamente para convertirse en desafíos socialistas a la lógica
del capitalismo. Por ahora es obvio que los sindicatos por sí mismos no
desafían la lógica básica del capitalismo, aunque ellos sí aumentan la cuenta
de salarios que paga el capital. Esto sugiere que el proceso por el cual los
trabajadores resisten su perfecta mercantilización debería verse como una parte
normal del propio desarrollo capitalista. Su éxito diferencial en esto, se sabe
que está mediado primariamente por el grado en el que sean capaces de ganar
acceso al poder estatal y utilizar este acceso para garantizar sus derechos a
negociar colectivamente con el capital.
Mientras las formas
del estado de bienestar y la legitimación política de los sindicatos existen no
solamente en el centro sino también en la periferia y mientras el nivel real de
protección que los trabajadores son capaces de recibir de sus propios
sindicatos y sus estados varía con el tiempo en todos los estados, sigue
ocurriendo que hay un significativo diferencial entre el centro y la periferia
en términos de la protección política versus el uso de la coerción política en
las relaciones de clases. Estas variaciones sistemáticas deben ser tenidas en
cuenta en cualquier teoría de la acumulación, desarrollo desigual y crisis. La
explicación de Erik Wright (1978: 147-54) de las diferentes teorías de la
crisis se refiere a una causa de la declinación de la tasa de ganancia como el
modelo de “exprime-ganancias”, en el que los trabajadores son efectivos en el
mantenimiento de un nivel de salarios que desanima a la nueva inversión de
capital. Este es un ejemplo de la inclusión de las consecuencias de la lucha de
clases en el modelo mismo de acumulación.
Otra consecuencia
de la sistemática inclusión de determinantes extra-económicos de la posición de
clase es que nos capacita para mejor entender la explotación en la periferia.
Entre los marxistas ha surgido un gran debate acerca de la definición del modo
capitalista de producción. Muchos reafirman la reivindicación de Marx de que el
modo de producción capitalista plenamente desarrollado solo puede existir en el
contexto del sistema salarial. Así, la esclavitud y la servidumbre que fueron
creadas en las áreas periféricas durante la expansión del sistema-mundo europeo
son clasificadas como modos pre-capitalistas de producción que estuvieron
articulados con el capitalismo.
Este debate acerca
de la articulación de los modos de producción ha sido revisado y esclarecido
por Aidan Foster-Carter (1978). Él sugiere que la teorización del modo
capitalista de producción a nivel de sistema-mundo puede producir una síntesis
de las actuales discusiones, algo balcanizadas, de cuestiones teóricas
particulares, por los marxistas preocupados con los problemas del desarrollo.
Foster-Carter recomienda que la teorización del capitalismo debería ir más allá
de un enfoque economicista, para incluir las dimensiones políticas. Creo que él
está equivocado, sin embargo, como lo estuvieron Brenner (1977) y Frank
(1979a), en sugerir que la articulación del sistema-mundo debería ser
conceptualizada como “intercambio”. Ciertamente la forma de intercambio
(producción mercantil versus entrega de regalos o pagos de tributo) es
importante, pero el comercio internacional y la jerarquía centro/periferia
deberían ser analizados en términos de relaciones de producción también. Como
ha planteado fuertemente Albert Bergesen (1983), es el poder institucionalizado
(en la forma de propiedad privada, colonialismo e influencia geomilitar
neo-colonial) que está detrás del comercio ficticiamente igual entre centro y
periferia.
Cuando incluimos
las dimensiones no-económicas de clase en nuestra definición de relaciones
capitalistas de producción, debemos abandonar el supuesto de un mercado laboral
establecedor de precios perfecto. La estratificación intraclasista en “mercados
segmentados de trabajo” suele estar estructurada por instituciones
extra-económicas – p. ej., el nacionalismo, el racismo, el sexismo, las
solidaridades étnicas o los sindicatos y las leyes de inmigración.
En la periferia, la
coerción extra-económica juega una parte mucho mayor en las relaciones de
producción. Aún así, el costo del trabajo del esclavo o del siervo y sus
eficiencias o ineficiencias relativas entraban en el cálculo de ganancias y en
las decisiones de inversión. La eliminación de estas formas extremas de
coerción del trabajo en la periferia no ha igualado, en modo alguno, los
niveles de coerción ejercidos sobre los trabajadores del centro y de la
periferia. El diferencial salarial más allá de la diferencia en productividad
analizada por Arghiri Emmanuel (1972) se basa en el ejercicio de la coerción en
el sistema-mundo. Los estados periféricos generalmente ejercen más controles
represivos sobre las organizaciones de trabajadores. Si existen las protecciones
legales para los trabajadores, estas usualmente no entran en vigor. Y la propia
división del trabajo centro/periferia (con diferencias tanto en la
productividad como también en los salarios) contribuye a las grandes
desigualdades en los ingresos que existen entre los trabajadores centrales y
los periféricos. Estas diferencias, que pueden ser parcialmente
conceptualizadas como una estratificación dentro del proletariado
mundial, son producidas tanto por el ejercicio directo del poder central mediante
la acción estatal y la política corporativa transnacional y como
consecuencia indirecta de la división centro/periferia del trabajo.
La perspectiva
wallersteiniana de sistemas-mundo sostiene que la jerarquía centro/periferia y
la explotación de la periferia por el centro son necesarias para la
reproducción del capitalismo como sistema. Así, más que una etapa temporal en
el camino hacia el capitalismo plenamente desarrollado, la “acumulación
primaria” (Frank, 1979a) por la cual el centro explota a la periferia es uno de
los mecanismos principales que permiten la continuación de la reproducción
expandida en el centro. La relativa armonía de los capitalistas y los
trabajadores en el centro (que puede ser observada en las alianzas
inter-clasistas tipificadas por los regímenes democráticos o la forma de
“sindicalismo de negocios” de la lucha de clases en los Estados Unidos de
América) es posible por el papel clave desempeńado por la explotación de la
periferia.
Es innegable que la mayor
proporción de plusvalía producida en la economía-mundo es, desde hace tiempo,
producida en el centro, pero la explotación de la periferia crea cantidades
extra de plusvalía que puede ser redistribuida en muchas formas indirectas a
los trabajadores centrales y también refuerza las ideologías de nacionalismo y
“desarrollo nacional” que facilitan las alianzas de clase en el centro. Albert
Szymanski (1981: capítulo 5) muestra evidencias contra varias propuestas que
apoyan el argumento de la “necesidad del imperialismo”. Sin embargo, él no
contradice la reivindicación de que la jerarquía centro/periferia permite que
la acumulación capitalista proceda como resultado de sus efectos sobre la paz
de clases en el centro. La evaluación crítica de Szymanski, de la tesis de la
“aristocracia del trabajo” (1981: capítulo 14) no prueba que los trabajadores
centrales no se beneficien de la jerarquía centro/periferia y de hecho
Szymanski admite que la concentración de empleos más limpios, mejor pagados en
el centro es una importante contribución a la despolarización del conflicto de
clases dentro de los países centrales. Esto sugiere que las disminuciones en la
explotación de la periferia por el centro pueda tener consecuencias
potencialmente revolucionarias para los países centrales, así como para el
sistema-mundo capitalista como un todo.
Límites Lógicos entre Modos de
Producción
El examen de las estructuras
suele proceder a un nivel meta-teórico en el que los grandes paradigmas chocan
pero poco se alcanza para la ciencia social acumulativa. Una reivindicación
meta-teórica de éstas es el holismo teórico que simplemente afirma que los
rasgos esenciales de un sistema social (la monada o núcleo) existen al nivel
del sistema completo. Como dispositivo heurístico tiene el mismo status
científico que la reivindicación de que el punto de producción es la
localización espacial de la monada sistémica. Estos dos puntos de partida
meta-teóricos tratan de conceptualizar espacialmente la estructura profunda y
lo hacen para ayudarnos a sortear las cualidades centrales a partir de las
cuales puede ser explicado el más complicado mundo de apariencias y realidades
concretas.
Pero el intento de
identificar las cualidades de los modos de producción con entidades espaciales
puede producir más confusión que esclarecimiento. Si asumimos que cada
sistema-mundo tiene un modo de producción y solo uno, como lo hace Wallerstein,
żcómo cambian los sistemas-mundo? Es más útil conceptualizar los modos de
producción en términos de límites lógicos más bien que de límites
espaciales. Esto permite la articulación entre diferentes modos y la
competencia entre modos dentro de un solo sistema socio-económico. Pudiera
darse el caso que la mayoría de sistemas socio-económicos espacialmente
designados tengan un solo modo de producción que sea dominante, pero si
eliminamos la posibilidad de coexistencia de modos, no podemos considerar
situaciones en que los modos de producción pudieran estar contendiendo entre sí
por la dominación y así nuestra capacidad de analizar la transformación quedará
limitada por esto.
Para distinguir las
formas institucionales y los movimientos sociales que reproducen al capitalismo
(o que le permiten intensificarse o expandirse a una escala mayor) de aquellas
formas y movimientos que pudieran actuar para transformar el sistema
capitalista en un sistema cualitativamente diferente, es necesaria una
especificación clara de las tendencias estructurales subyacentes del desarrollo
capitalista. Aquí Althusser (Althusser y Balibar, 1970) nos han dado un
distinción útil – la que existe entre el modo de producción (esencia básica del
capitalismo como sistema) y la formación social (el conjunto concretamente
existente de instituciones sociales que contienen sobrevivencias históricas de
modos anteriores de producción y elementos nacientes de los modos de producción
del futuro). La idea de “formación social” se aplicará aquí a todo el
sistema-mundo más bien que a sociedades nacionales separadas. Así, el libro se
titula Formación Global.
Lo anterior conjetura la
existencia de una esencia sistémica – las leyes tendenciales básicas del
desarrollo capitalista. Mi elaboración se enfoca en los “límites” lógicos entre
los diferentes modos. Se plantea que estos límites deben ser especificados
claramente para entender cómo el cambio social fundamental – la transformación
cualitativa de los sistemas sociales – ocurre. Debemos considerar la
posibilidad que dos o más modos de producción puedan coexistir dentro de un
solo sistema-mundo. La revisión de Foster-Carter (1978) de la controversia del
modo de producción examina varias importantes distinciones conceptuales. Él
apunta que tanto la articulación (en el sentido de la interpenetración
complementaria de los dos modos) como la contradicción (en el sentido de
conflicto y competencia entre modos) son necesarias para entender las
interacciones entre modos de producción. Como lo dice Foster-Carter, “Cada
concepto necesita al otro: articulación sin contradicción sería en verdad
estático y anti-marxista; pero contradicción sin articulación… falazmente implica
que los modos de producción que van y vienen son actividades bien separadas,
cada una internamente determinada, mientras de hecho ellas están vinculadas
como los luchadores en un abrazo” (1978: 73).
Una Narrativa Analítica
Ahora sigue un bosquejo más bien
abstracto y breve de la historia del sistema-mundo capitalista, que será útil
para ubicar la relación entre modos de producción y sistemas-mundo. Wallerstein
sostiene que la transición al capitalismo ocurrió por primera vez en la
economía-mundo europea durante el “largo siglo dieciséis” (14501640). Este
sistema fue imperialista desde el principio en que estaba compuesto de una
división jerárquica del trabajo entre el centro y las áreas periféricas. Surgió
del feudalismo europeo, un sistema social algo único, que es él mismo una
combinación de tránsito del Imperio Romano y las sociedades tribales germánicas
(Anderson, 1974a). El feudalismo europeo durante su periodo clásico (desde el
siglo noveno hasta el onceavo AD) no era un sistema-mundo en el sentido
wallersteiniano estricto. La economía seńorial estaba compuesta por unidades
económicamente auto-suficientes, por lo que no había división territorial del
trabajo, intercambiándose productos fundamentales. Este sistema débilmente
integrado fue tierra fértil para el surgimiento de los mercados y del
capitalismo. (1)
La narrativa de
Fernand Braudel (1984) sobre la economía-mundo europea difiere de la de
Wallerstein en modos teóricamente relevantes. Aunque evita comprometerse con
definiciones formales, Braudel hace una distinción entre capitalismo y economía
de mercado. Para él, capitalismo es haute finance y monopolio mercantil
que se extiende sobre el intercambio de mercado como un parásito, capaz de
influir en el desarrollo de los estados y economías por sutiles manipulaciones.
Braudel difiere de Wallerstein por concebir la economía-mundo europea como un
conjunto de modos superpuestos de producción, con el capitalismo encima y modos
pre-capitalistas tales como la esclavitud y la servidumbre en la periferia.
Este enfoque por capas lo conduce a incluir la economía-mundo mediterránea de
estados-ciudades del siglo doce en su narrativa del desarrollo del
sistema-mundo capitalista. Él también sostiene que una economía-mundo
necesariamente tiene una sola ciudad en su centro y describe las hegemonías en
vaivén de Venecia, Antwerpe y Génova
durante el periodo anterior a que el sistema-mundo europeo wallersteiniano
supuestamente experimentara la transición al capitalismo.
Lo que tenemos aquí
son dos nociones diferentes de la transición al capitalismo. Para Braudel solo
la capa superior era capitalista y era capitalismo mercantil o comercial, no
capitalismo industrial. Para Wallerstein cada sistema-mundo tiene un solo modo
de producción, de modo que la economía-mundo europea entera (tanto el centro
como la periferia) experimentaron la transición de feudalismo a capitalismo
durante el “largo siglo dieciséis” (Wallerstein, 1974: capítulo 8).
La noción de
Braudel de un sistema-mundo en capas, con el capitalismo encima y los modos
pre-capitalistas en la periferia, es similar a las formulaciones de muchos
otros teóricos (p. ej., LaClau, 1977). Pero a diferencia de LaClau, Braudel
implica no solamente que el capitalismo crea y sostiene la explotación
periférica, sino que el capitalismo es dependiente de la existencia de una
periferia. En esto él sigue el camino de Rosa Luxemburgo (1968). Aquí es donde
la formulación de Wallerstein es superior. La idea de un modo de producción
como una lógica de reproducción
auto-sostenida parecería requerir que los sectores o capas que son
necesarias para la reproducción de la lógica sean definidas como parte de esa
lógica.
Según Wallerstein,
el periodo de los siglos quince y dieciséis fue un periodo de transición en el
que la lógica del capitalismo llegó a dominar al feudalismo europeo. La lucha
clave fue la derrota del intento de los Habsburgo por convertir la
economía-mundo capitalista naciente en un imperio-mundo tributario.
La periferalización
de la Europa del Este fue posible en parte porque el tiempo del proceso de
feudalización allí se demoró debido a la influencia más débil del Imperio
Romado. La llamada “segunda servidumbre” de Europa del Este fue realmente su
primera servidumbre (Anderson, 1974a). El desarrollo de la servidumbre partiendo
de las comunidades aldeanas eslavas se correspondió, en Polonia, con el
surgimiento de la economía-mundo europea, de modo que la servidumbre se
convirtió en la forma de control del trabajo utilizada para la producción de
mercancías para la exportación a las áreas centrales de Europa Occidental.
Partiendo de su
base en Europa y América Latina, la economía-mundo capitalista centrada en
Europa se expandió en una serie de olas hasta eventualmente dominar el globo
completo para finales del siglo diecinueve. Pero el proceso de expansión fue
también acompańado por un proceso de profundización de las relaciones
capitalistas en las áreas donde ellas ya habían llegado a ser dominantes, es
decir, en Europa y América Latina. La mercantilización de la tierra, el trabajo
y la riqueza no sólo se expandió a nuevas áreas por el comercio y por la
fuerza, sino que también se intensificó para incluir más y más áreas de la vida
dentro de las regiones más viejas de la economía-mundo capitalista. En el
centro esto significó la más completa subyugación del proceso de trabajo a la
lógica de producción eficiente y lucrativa (Marx 1976: 1025-38) y en la
periferia significó la decadencia parcial de los aspectos directamente
coercitivos de control del trabajo y el auge de relaciones más opacas de
trabajo asalariado mediadas por el mercado.
La esclavitud y la
servidumbre capitalistas fueron eventualmente reemplazadas por formas de
control del trabajo menos directamente represivas. El proceso de
proletarización se profundizó tanto en el centro como en la periferia, al irse
mercantilizando la producción de subsistencia y la doméstica (jardines de
obreros, trabajo familiar no-monetizado, etc.), con lo que los obreros se
hicieron más y más exclusivamente dependientes de l a venta de su fuerza de
trabajo. En la periferia, por momentos, las formas “pre-capitalistas” de
control del trabajo eran creadas de nuevo o revitalizadas para producir
mercancías para exportación al centro. Además, muchos “proletarios de tiempo
parcial” recibían bajos salarios que eran posibles por su dependencia parcial
de las comunidades aldeanas, que servían como reservas de trabajo para el
sector de la economía que producía mercancías periféricas (Murray, 1980).
Así, la expansión
del capitalismo durante algunas fases reprodujo formas “pre-capitalistas” de
producción, mientras durante otras fases rompía estas formas y las reemplazaba
con relaciones de producción más similares a las del centro. La proletarización
y la mercantilización de la vida, por tanto, ha aumentado tanto en el centro
como en la periferia, con un cierto retraso en la periferia y la retención en
la periferia de tipos más coercitivos de control del trabajo. Estos son más
coercitivos en relación con el centro, pero menos coercitivos en relación con
la periferia anterior.
A nivel de la
jerarquía centro/periferia, las relaciones capitalistas de producción
similarmente se han hecho menos coercitivas y más formalmente organizadas como
relaciones de mercado entre iguales, aún a pesar de que el desigual poder de los
estados centrales y periféricos en el sistema interestatal y las “ventajas de
mercado” del capitalismo central (que emplea tecnología intensiva en capital y
trabajo calificado altamente pagado) siguen siendo grandes. De todos modos, el
neo-colonialismo no es colonialismo. La soberanía de los estados-nación
periféricos contemporáneos puede a menudo estar en tela de juicio, pero es
indudablemente mayor que cuando los imperios coloniales esculpieron Asia,
África y las Américas. Similarmente, la “industrialización periférica” y el
“desarrollo dependiente” (Evans, 1979) pueden no constituir el final de la
dominación económica por el centro, pero ciertamente involucran más relaciones
de producción semejantes a las del centro, que las industrias periféricas puramente
extractivas de siglos anteriores.
En esta breve
descripción de la extensión y profundización de las relaciones capitalistas de
producción, podemos ver la importancia de especificar los límites tanto
espaciales como lógicos del capitalismo. La intensificación de las relaciones
mercantiles tanto dentro del centro como de la periferia del sistema
capitalista es un importante proceso, que tiene consecuencias para la capacidad
del capitalismo de reproducirse. Una metáfora exclusivamente espacial para conceptualizar
las relaciones de producción emborrona la distinción entre las lógicas de los
diferentes modos de producción. Lo que estoy planteando es que, aunque la
articulación de la producción con trabajo asalariado con formas no-salariales
de trabajo mercantilizado, es un rasgo endógeno del capitalismo, debemos
analizar los límites lógicos de los modos de producción sin apoyarnos demasiado
en la dimensión espacial.
El socialismo es un
modo de producción que somete las decisiones de inversión y distribución a una
lógica de valor de uso colectivo y como tal, los movimientos socialistas
reintroducen relaciones no-mercantiles en los intersticios de las relaciones
capitalistas. Pero la completa institucionalización de un modo socialista de
producción espera el día en que esta lógica cualitativamente diferente llegue a
ser dominante en el sistema-mundo. Así, la cuestión de los límites lógicos es
importante para permitirnos ver cómo una forma organizacional particular puede
reproducir las relaciones capitalistas o contribuir a la formación del
capitalismo.
Una institución
particular puede, por supuesto, hacer ambas cosas al mismo tiempo. Así, los
sindicatos han forzado al capital a expandir la mecanización al mismo tiempo
que le han puesto restricciones al control capitalista de una cierta proporción
de la plusvalía. Similarmente, los estados “socialistas” pueden reproducir la
lógica de producción mercantil en una escala nacional (capitalismo de estado)
al menos dentro de sus propios límites políticos (Chase-Dunn, 1982b). Así, se
deben especificar los límites lógicos que nos capaciten para entender la
distinción cualitativa entre capitalismo y socialismo, aún cuando éstos no
estén diferenciados espacialmente.
Podemos tomar en préstamo una
metáfora de los sistemas biológicos para comenzar esta tarea. Alker (1982) y
Lenski y Lenski (1982) han planteado que los sistemas sociales se reproducen
por códigos “genéticos”. Estos teóricos comparten una concepción cibernética de
la estructura sistémica, en la que la información social llega a codificarse en
los sistemas cultural y simbólico. Los materialistas pueden utilizar las
imágenes de la teoría genética de la estructura profunda y la reproducción, sin
adoptar una filosofía idealista. Para Marx, la “estructura genética” de los
sistemas sociales era inherente a las instituciones por las cuales se
reproducía la vida material. Él suponía una tensión entre las fuerzas técnicas
y sociales de producción (la tecnología, el proceso de trabajo) y las
relaciones de producción (aquellas instituciones políticas que permiten que la
explotación tenga lugar). Se pensaba que las instituciones culturales fueran
reflejos de la lucha más básica por la producción material. Así, la naturaleza
esencial de un modo de producción particular podría entenderse partiendo de un
análisis de las instituciones de producción típicas y la explotación de clases.
Una teoría de la estructura profunda que siga el enfoque materialista arrancará
con un análisis de las relaciones de clase. Estas son conceptualizadas de diversas
maneras por diferentes marxistas y estas diferencias tienen profundos efectos
en la comprensión de los modos de producción y su transformación.
Un Enfoque Puramente Formal
żQué es un modelo de la
estructura profunda? Tenemos varias alternativas formales que pueden ser
útiles. Una teoría se puede especificar axiomáticamente como una serie de
proposiciones e hipótesis derivadas. Nowak (1971) ha formalizado así partes del
modelo de acumulación de Marx del desarrollo capitalista. Una tal teoría axiomática
podría emplear la clase de lógica causal dialéctica sugerida por Wright (1978:
15-26). También una teoría puede suponer la existencia de un conjunto de
procesos básicos en términos de relaciones causales entre un número de
variables. Las ecuaciones que describen esta clase de modelo pueden ser
escritas y fácilmente se suponen las especificaciones alternativas. Tomemos
esta segunda forma e imaginemos que hemos decidido acerca de un conjunto de
variables clave para representar el modelo subyacente de desarrollo
capitalista. Luego tenemos un número de ecuaciones que suponen relaciones
causales entre variables básicas, bajo condiciones especificadas de alcance. Si
deseamos usar la lógica dialéctica, podemos modelar complicadas relaciones
no-aristotélicas entre las variables (ver Alker, 1982). (2).
Pensemos en lo que
significaría especificar formalmente los límites lógicos de una
tal formalización de los procesos básicos del sistema capitalista. Podemos
preguntar qué tendría que cambiar para que constituyera un sistema
cualitativamente diferente. Si pudiéramos de algún modo conocer realmente la
especificación exacta que corresponde al modo de producción capitalista real en
un solo punto en el tiempo, probablemente encontraríamos que los historicistas
tenían parcialmente la razón. Aún ignorando aquellos aspectos de la realidad
social que son grandemente coyunturales, el modelo estructural más apropiado
probablemente estaría siempre cambiando en un cierto grado. Asumamos que
este cambio “de fondo” es bastante constante en el tiempo y que es
relativamente pequeńo. Si, en verdad, la estructura básica cambia rápidamente,
entonces las generalizaciones acerca de los modos de producción son
inapropiadas y lo mejor que podemos hacer es escribir la historia.
El problema de las
“etapas del capitalismo” podría ser entendido en un tal enfoque formalista,
enfocando los cambios mayores en los parámetros que especifican las relaciones
entre las variables. La transformación cualitativa en un tal enfoque formalista
podría ser designada como un cambio más fundamental en el modelo, de modo que
se creen procesos completamente diferentes con diferentes variables y se hagan
dominantes en la determinación general del desarrollo. Esto correspondería a la
transformación de las “constantes” estructurales que entonces no son vistas
como constantes en relación con todos los sistemas socio-económicos, sino solo
respecto a un modo de producción particular.
Un tal enfoque
puramente formal le plantea muchos
problemas a la transformación del sistema. żCómo podemos distinguir entre los
cambios en el modelo que no tienen importancia para la estructura básica, o que
reproducen la misma lógica del sistema usando nuevas formas organizacionales
(quizás en una escala espacial mayor), de los cambios que verdaderamente
transforman la lógica del sistema? Las distinciones entre el fondo, la etapa y
el cambio transformativo sugerido anteriormente se basan en distinciones
formales dentro de modelos matemáticamente o lógicamente especificados.
Ciertamente un tal enfoque necesitaría combinar estas distinciones formales con
consideraciones sustantivas acerca de la naturaleza de los modos de producción.
Si queremos ser capaces no solamente de decir qué cambio fundamental ha
ocurrido, sino también decir en qué dirección está ocurriendo el cambio,
necesitamos tener modelos sustantivos de los varios posibles modos de
producción: de base de parentesco, tributario, capitalista y socialista. Aquí
trabajaremos principalmente en la especificación del modo capitalista, aunque
debe recordarse que el problema de los límites lógicos implica la necesidad de
especificar los demás modos también.
Requerimos un
núcleo sustantivo de afirmaciones sobre las cuales basar nuestra teoría del
desarrollo del sistema-mundo. Sería posible trabajar inductivamente partiendo
de ciclos y tendencias empíricamente observables (ver capítulo 2). Debería
reconocerse que diferentes teorías de la estructura profunda podrían responder
de cualquier conjunto particular de patrones empíricos, aunque un enfoque
inductivo probablemente excluiría algunas teorías. En este punto procederé en
la otra dirección, partiendo de la teorización previa, aunque debe enfatizarse
que esta clase deductiva de desarrollo teórico no debería quedarse como un
universo auto-contenido. Las diferentes formulaciones deben eventualmente
contraponerse entre sí para responder de las evidencias empíricas. Estamos muy
distantes de la suficiente claridad, sin embargo y la primera tarea es pensar
completamente algunos problemas teóricos generales.
Una pregunta que plantea
bellamente el problema que deseo confrontar es “żqué es el capital?” Marx
entendía que el capital era una relación social, una institucionalización del
control mediante la propiedad de los medios de producción. Para Marx el capital
contenía dentro de sí la relación con el trabajo, relación ésta en la que los
trabajadores sin propiedad deben vender su tiempo de trabajo a los propietarios
de capital. żCómo podríamos modificar esta definición a la luz de los
conocimientos aportados al ver al capitalismo como un sistema-mundo? Enfocaré
este problema desde dos direcciones. La primera usa los conocimientos acerca
del estado y el sistema interestatal para reformular la definición de capital.
Esto involucra el análisis del proceso de mercantilización y sus límites. El
segundo, enfoca el problema de la dominación más directamente, analizando la
relación entre clases y la jerarquía centro/periferia. Considerémoslos por
turno.
La Mercantilización y sus Límites
Marx comenzó con la mercancía.
La mercancía es un producto estandarizado producido para intercambiarlo en un
mercado establecedor de precios, en el que las condiciones de producción están
sujetas a reorganización como resultado de los cambios en los costos de
entrada. Una obra de arte no es una mercancía porque no está (por definición)
estandarizada ni el reproducible. La madre de usted no es una mercancía porque
ella no es reemplazable en el mercado. No hay mercancías perfectas, pero muchos
objetos sociales se aproximan a mercancías. Es incontestable que la
profundización de las relaciones capitalistas involucra la mercantilización de
cada vez más áreas de la vida humana. La producción para el uso doméstico se ve
reemplazada por la compra de mercancías. Los economistas comúnmente proyectan
el carácter de las mercancías sobre todo. Los hijos se convierten en consumos
duraderos. Algunos sociólogos se comportan del mismo modo, aunque ellos algunas
veces distinguen entre el intercambio puramente económico y el “social” (Blau,
1964). La “mentalidad de mercado” tiende a analizar toda interacción como
intercambio mercantil.
No toda la vida
humana está organizada en forma de mercancías. Algunas cosas representan
“bienes” comunes o valores trascendentes que no tienen precio de mercado
calculable. Muchas relaciones, aún en los países “avanzados”, involucran una
solidaridad real, trascendente, que no es reducible a un trato de negocios. La
amistad, el amor, el patriotismo, suelen ser descritos en el lenguaje de la
“elección racional”, pero parte de la naturaleza de estas relaciones involucra
una fusión de los intereses individuales (la constitución de una entidad
corporativa) de modo que los términos de intercambio entre las partes están
indefinidos y son indefinibles.
Marx observaba que
el mercado, especialmente el mercado de trabajo, aunque formalmente representa
un intercambio entre iguales, es realmente una mistificación institucional del
tipo principal de explotación que tipifica la sociedad capitalista: la
apropiación de plusvalía. Una de sus grandes contribuciones fue mostrar cómo la
igualdad formal del mercado podía producir una desigualdad socialmente
estructurada. Anteriormente mencioné que el modelo de Marx de la acumulación
capitalista asume un sistema que opera perfectamente, de mercados de trabajo y
otros objetos mercantiles. Esta suposición ha conducido a la visión estrecha,
sostenida tanto por marxistas como por no-marxistas, de que el capitalismo se
limita al sistema de mercado en el que los propietarios “privados” de los
medios de producción emplean el trabajo mercantilizado para acumular capital.
La distinción
público/privado es fundamental para definición de Marx de “productores
independientes”, así como para su distinción entre producción para el uso y
producción para el intercambio. Se asume que, en una economía de mercado, los
productores independientes que buscan maximizar sus propios ingresos,
intercambian mercancías entre sí. La producción de valores de uso, por otro
lado, asume alguna unidad de intereses, ya sea porque un individuo o familia lo
está produciendo para sí mismos, más bien que para el mercado, o porque la
unidad que está produciendo valores de uso, lo hace según un cálculo que
incluye otros principios además de la eficiencia económica estricta. Así, los
valores de uso pueden ser producidos por una división tradicional del trabajo
en una aldea india, en la que los “precios”
son los acostumbrados (Mandel, 1970), por un estado dentro de un modo
tributario de producción según una lógica de dominación política, o por una sociedad
socialista en la que las decisiones de inversión y los términos de intercambio
son democráticamente determinados usando un cálculo de la necesidad social.
Una perspectiva
histórico-cultural del capitalismo sugiere que deberíamos buscar su núcleo en
los tipos específicos principales de competencia e integración que operan en
todo el terreno de la interacción. Como el principio de mercado es
históricamente solo una parte de la determinación del éxito y el fracaso en el
sistema-mundo, deberíamos incorporar la dinámica de aquellos procesos
no-mercantiles que son importantes para la acumulación exitosa a nuestra
conceptualización de las relaciones nucleares. Algunos críticos de Wallerstein
han planteado que los estados y el sistema interestatal (que forma la base
política del capitalismo mundial) operan de acuerdo con principios algo
diferentes a las firmas y clases que luchan por sobrevivir y prosperar en la
arena del mercado mundial (Skocpol, 1977; Zolberg, 1981). En el capítulo 7
planteo que la lógica de competencia y conflicto en el mercado mundial debería
ser entendida como determinantes interdependientes de la dinámica del
desarrollo capitalista. La tarea presente es fundamentar esta idea en un
análisis del proceso de mercantilización y sus límites. (3).
La expansión del
capitalismo ha consistido en gran parte de una profundización y ampliación de
las relaciones mercantiles. Cada vez más aspectos de la vida se comercializan.
Cada vez más interacciones son mediadas por los mercados. Y la escala espacial
de integración de mercado va creciendo. Pero existen claramente límites del
grado de comercialización que es posible para que el capitalismo sobreviva como
sistema social. Los propios capitalistas, las organizaciones obreras y
especialmente los estados algunas veces resisten las fuerzas de mercado y
actúan para erigir barreras institucionales a la mercantilización de ciertas
relaciones. Mucha de la política en la sociedad capitalista es una lucha que va
y viene entre diferentes grupos, por el proceso de mercantilización y sus
límites. Esta lucha es una parte normal del propio capitalismo, aunque la
resistencia a la mercantilización contiene la posibilidad de desafiar la lógica
básica del capitalismo.
Algunos de los
límites a la mercantilización son erigidos por grupos políticos que operan
explícitamente por sus propios intereses. Así, los carteles, gremios y
sindicatos son organizaciones que resisten a las fuerzas del mercado a nombre
de “intereses especiales”. Pero los esfuerzos más extensos por regular las
fuerzas del mercado son llevadas a cabo por los estados a nombre de la
“sociedad”. Las regulaciones de salud pública, la legislación de salarios
mínimos, los parques nacionales y muchos otros rasgos institucionales de las
sociedades capitalistas son legitimados en términos de la provisión por el estado de “bienes públicos”
que las fuerzas del mercado, o no aportan, o que deben ser protegidos de la comercialización en el nombre de aquellos
“intereses universales” representados por el Estado.
La abarcadora
descripción de Karl Polanyi /1944) de la “gran transformación” esbozó el
crecimiento de los mercados y la mercantilización de la riqueza, el trabajo y
la tierra en Inglaterra y en el continente. Polanyi también describió una
reacción societal a la mercantilización, en la que los efectos negativos de las
fuerzas del mercado se estaban sometiendo a regulación por los estados. Esta
reacción a la comercialización de la sociedad ha sido entendida por Polanyi
como la base del surgimiento del socialismo. La expansión del estado de
bienestar, aunque es un proceso largo y desigual, eventualmente alteraría la
lógica del capitalismo hacia una forma más colectiva de racionalidad.
La descripción de
Polanyi de la transición al socialismo es más histórica y de final abierto que
la noción funcionalista de un equilibrio entre la diferenciación y la
integración o una dialéctica automática que produce mecánicamente la
transformación social. Obviamente la disputa política acerca de la extensión y
limitación de la mercantilización involucra luchas de clases, hegemonía
ideológica, complicados asuntos de formación de conciencia, etc. y no es nada
automático. Pero el análisis de Polanyi
flaquea porque no consigue considerar la importancia del hecho que estas luchas
tengan lugar dentro de un terreno mayor formado por la economía mundial y el
sistema interestatal. A pesar de enfocar muchos aspectos internacionales del
desarrollo capitalista, Polanyi no ve que la estructura del sistema
interestatal misma interponga una dificultad mayor a su teoría de la transición
al socialismo. Los límites de la mercantilización, así como los límites de la
racionalidad colectiva, son establecidos en una lucha competitiva en las que
las firmas, las clases y lo más importante, los estados son los jugadores
que se oponen entre sí.
El mito de la
Nación como una solidaridad trascendente es un importante determinante del
éxito o el fracaso en esta lucha. Los estados deben ser capaces de legitimar
sus acciones y de movilizar la participación (el pago de impuestos y la guerra)
para sobrevivir o prevalecer en la economía-mundo. Los que hacen esto menos
eficientemente o con menor eficiencia tienen probabilidad de perder en esta
lucha competitiva. Así, tanto la movilización política como la ventaja
comparativa en el mercado mundial son importantes para la lógica del
capitalismo.
La mistificación
ideológica que sostiene que el Estado representa la “voluntad general” o el
interés “universal” no es falso solamente porque los estados están más
controlados por los capitalistas que por los trabajadores. También es falso
porque los estados representan solamente los intereses de sus propios
ciudadanos. Así, el Estado es solamente una organización política más en una
arena mayor de organizaciones políticas en competencia. Aún si un estado
representara a todos sus ciudadanos, estos no serían intereses universales
desde el punto de vista del sistema socioeconómico como un todo. La “sociedad”
representada por cada estado es una sociedad nacional, un subgrupo de un todo
mayor. Y no hay estado mundial que agregue los intereses de todos los
participantes en el sistema-mundo.
La estructura
política del capitalismo no es el Estado Capitalista. Es el Sistema
Interestatal Capitalista. Este hecho altera el modelo de Polanyi de mercantilización
y sus límites como un proceso para la transición al socialismo, porque no hay
organización efectiva que represente, ni siquiera ideológicamente, la
racionalidad colectiva de nuestra especie. Es por esto que los límites que se
establecen a la mercantilización no se suman fácilmente hasta llegar a la
transformación al socialismo. Como han demostrado las tendencias en los últimos
ańos, los regímenes de austeridad, la desregulación y la extensión de la
mercantilización dentro de los estados “socialistas” ocurren globalmente
durante ciertos periodos, aunque no del mismo modo en todas partes. La
capacidad de cualquier sociedad nacional sola de construir una racionalidad
colectiva está limitada por su interacción con el sistema mayor.
La expansión y profundización de la
mercantilización siempre ha creado reacciones y estimulado la formación de
estructuras políticas para proteger al pueblo de las fuerzas del mercado. Los
propios capitalistas organizan instituciones políticas que limitan las fuerzas
de mercado. Contrario a mucha de la ideología, la mayoría de los capitalistas
reales, vivientes, usualmente prefieren la certidumbre monopolística a los
caprichos y riesgos de la competencia de mercado. Así, los estados capitalistas
siempre han tratado de proteger a los capitalistas que los controlan. Los
estados actúan para expandir los mercados o para destruir las barreras a la
competencia de mercado cuando sus propios capitalistas se beneficiarán porque
ellos disfrutan de ventaja competitiva. Y los obreros y campesinos han tratado
de protegerse a sí mismos de las fuerzas de mercado mediante las organizaciones
gremiales, las estructuras comunitarias, cooperativas de obreros, sindicatos y
partidos políticos. La discusión de Marx (1976a) de la lucha por la extensión de
la jornada de trabajo muestra cómo los profesionales de estratos medios algunas
veces se involucran en la regulación de
las fuerzas de mercado, orientada hacia el bienestar. La abolición del
trabajo infantil y la esclavitud son ejemplos adicionales de límites a la
mercantilización, creados por movimientos con complejas identidades clasistas.
Las restricciones a
las fuerzas de mercado impuestas en una región, estado o industria, suelen ser
una de las fuerzas impulsoras más importantes de la mercantilización en nuevas
áreas. Una organización exitosa del trabajo causa que el capital mire hacia
otra parte buscando trabajo. Los monopolios organizados local o nacionalmente
estimulan a los consumidores a tratar de ganar acceso a mercados externos,
donde los bienes pueden ser más baratos, así como se estimula una producción
más barata en estos mercados externos. Así, la comercialización y la regulación
actúan en una espiral que guía un número de las tendencias de largo plazo
visibles en el sistema-mundo. La mercantilización causa que las organizaciones
políticas se fusionen, lo que luego da como resultado incentivos para la
extensión ulterior de la mercantilización. Esto puede socavar a organizaciones
anteriores, de más pequeńa escala, sacándolas de competencia por los precios o
causándoles que impongan internamente nuevas condiciones de “eficiencia de
mercado”. Hasta ahora la escala de las fuerzas de mercado siempre ha sido capaz
de escapar a la regulación política, llegando ahora hasta a abarcar los estados
“socialistas” y estimulando su movimiento hacia la desregulación y a niveles de
asignación más típicos en la economía-mundo mayor.
El tamańo de las
firmas, la escala espacial de los mercados y la profundidad de integración del
mercado aumentan parcialmente en reacción a los esfuerzos políticos por regular
las fuerzas del mercado. La “internacionalización del capital” la explica
parcialmente el escape de la regulación política y los sindicatos y una buena
porción de la tendencia hacia la formación siempre mayor del estado – la
arrogación de poderes sobre cada vez más áreas de la vida – puede se atribuida
a la acción del estado vis ŕ vis las fuerzas del mercado. Cada vez más
los estados no solamente reaccionan a las fuerzas de mercado con regulaciones,
sino que intervienen para crear fuerzas de mercado. Al haber aumentado
la dimensión de las firmas y la escala espacial de los mercados, la
responsabilidad del estado por el desarrollo económico ha aumentado. El estado
no solamente sirve a los empresarios privados y trata de atraer capital, sino
que a veces él mismo es el empresario. Esto ocurrió primero en varios países de
segundo orden y semiperiféricos que trataron de alcanzar la industrialización
británica, pero ahora los capitalistas periféricos usan regularmente la única
organización a la que tienen acceso, que es lo suficientemente grande para
competir en la economía global – el Estado. El capitalismo de estado es pues
una tendencia, no del socialismo, sino de la escala creciente de producción y
de la integración del mercado en la economía-mundo capitalista.
żCuáles son las
implicaciones de lo anterior para nuestro esfuerzo por redefinir al capital a
la luz de los patrones históricos de desarrollo capitalista en el
sistema-mundo? Por una cosa necesitamos reconsiderar la cuestión de las formas
de propiedad y el capitalismo. El énfasis en la mercantilización y la
importancia de los mercados en el contexto de organizaciones competidoras
múltiples y desigualmente poderosas, nos conduce a cuestionar una
interpretación estrecha de la propiedad “privada” como la única forma apropiada
de propiedad para el capitalismo. La General Motors seguiría siendo una firma
capitalista que compite en el mercado mundial de los automóviles aún si llegara
a ser de la propiedad de sus empleados y controlada por ellos. Hasta as firmas
propiedad del estado están sometidas a restricciones que se basan en la
capacidad del estado que es su propietario para competir en la economía
política global mayor. El capital es ese tipo de poder que es capaz de combinar
la operación de la producción mercantil lucrativa con la provisión
relativamente eficiente de aquellos “bienes públicos” que son necesarios o
ventajosos para la lucratividad. Así, los capitalistas, en este sentido, no sin
propietarios privados de riqueza productive ni administradores estatales, sino
más bien las operaciones combinadas que producen éxito o fracaso en el
sistema-mundo capitalista. No estoy sugiriendo que abandonemos la distinción
entre el capital privado y el estado, ni tampoco estoy sugiriendo que estos a
menudo no tienen intereses contradictorios. Lo que quiero decir es que el
“éxito” en el sistema capitalista los requiere a ambos y a su cooperación,
estén o no diferenciados sus empleos en organizaciones separadas o más integrados,
como cuando los estados controlan directamente a las firmas productoras de
mercancías. Así, los estados son parte de las relaciones de producción en el
capitalismo y el capitalismo no puede ser entendido separado de la lógica de la
construcción de nación, de la formación de estado y de la geopolítica, como
típicamente operan ellos en el contexto de un proceso en expansión y
profundización de la mercantilización.
Para entender cómo la
geopolítica y la competencia entre estados en el sistema interestatal se
integran con la producción capitalista de mercancías, debemos analizar la forma
y contenido de la competencia interestatal dentro de la economía-mundo
capitalista. Este asunto se asume en la segunda parte del presente libro.
Las Clases Mundiales y la Relación
Centro/Periferia
Regresemos ahora al modo en que
la explotación y la dominación están estructuradas – la interacción del
conflicto interclasista e intraclasista en el sistema-mundo. Albert Bergesen
(1983) ha planteado que la relación centro/periferia se puede conceptualizar
como una especie de relación de clases. El muestra convincentemente que la
relación entre el centro y la periferia no es simplemente un intercambio entre
socios iguales. El poder estructurado ha creado y sostenido la división jerárquica
del trabajo entre el centro y la periferia y continúa haciéndolo. El argumento
de Bergesen es una importante respuesta a la caracterización de Brenner (1977)
de la perspectiva de sistemas-mundo como “circulacionista”. Sin embargo, más
bien que colapsar las categorías de clase y centro/periferia, pudiera ser más
útil usarlas ambas y estudiar su interacción. Primero, żcuál es la diferencia
entre ambas? Según Marx, la relación capitalista/proletario se basa en la
propiedad y/o el control de la propiedad productiva versus una clase de
trabajadores que no poseen medios de producción y deben vender su fuerza de
trabajo. Esta situación institucional se entiende que llegó a existir mediante
el uso de la coerción extra-económica y que está en gran parte sostenida por
los procesos normales de la competencia económica capitalista. La relación
centro/periferia se entiende analíticamente como una división territorial del
trabajo en la que las áreas centrales se especializan en la producción
intensiva en capital usando trabajo calificado altamente pagado y las áreas
periféricas se especializan en la producción intensiva en trabajo usando
salarios bajos (o la coerción) y trabajo relativamente no calificado. (4).
La economía mundial
se compone de “cadenas de mercancías”, vinculaciones hacia delante y hacia
atrás de los procesos de producción (Hopkins y Wallerstein, 1986). Estas
cadenas de mercancías vinculan las materias primas, el trabajo, el
sostenimiento del trabajo, el procesamiento intermedio, el procesamiento final,
la transportación y el consumo final. La gran masa de consumo en la
economía-mundo capitalista es de productos cuyas cadenas de mercancías
atraviesan las fronteras nacionales y una gran proporción de éstas vinculan al
centro y la periferia. Wallerstein discute que las actividades centrales tienen
lugar en aquellos “nodos” de las cadenas de mercancías donde se usan la
tecnología intensiva en capital y el trabajo calificado altamente pagado y
donde es posible apropiarse una plusvalía relativamente mayor (ver capítulo
10).
La relación
centro/periferia fue traída a la existencia por el pillaje extra-económico, la
conquista y el colonialismo y es sostenida por la operación normal de la
competencia político-militar y económica en la economía-mundo capitalista.
La estructura
mundial de clases está primariamente compuesta de capitalistas (propietarios y
controladores de los medios de producción) y obreros sin propiedades. Este
sistema de clases también incluye a los pequeńos productores de mercancías que
controlan sus propios medios de producción pero que no emplean el trabajo de
los demás, (5) y una clase media creciente de trabajadores calificados y/o
profesionalmente certificados.
La jerarquía
territorial centro/periferia atraviesa esta estructura mundial de clases e
interactúa con ella en modos importantes. Así, las categorías de capitalista
central/capitalista periférico y la de obrero central/obrero periférico son
útiles para un análisis de la dinámica del capitalismo mundial. El trabajo
central usualmente se concibe como organizado por el sistema salarial en el que
la competencia en un mercado de trabajo determina los salarios. Pero al menos
algunos obreros centrales han estado desde hace tiempo en la categoría de trabajo
protegido en el sentido de que los sindicatos, la legislación de bienestar
y/u otras instituciones políticamente articuladas (tales como los controles de
inmigración) les dan alguna protección contra la competencia en el mercado
mundial del trabajo y algunas ventajas en la lucha con el capital. Los gremios
protegieron a los obreros y productores de la competencia dentro de las
ciudades medievales, estimulando el desarrollo de la producción capitalista
fuera de los muros de la ciudad. Los estados centrales y también los demás
estados, desarrollan mecanismos políticamente mediados para proteger a los
obreros, pero el proceso disparejo de acumulación capitalista se las arregla
para encontrar maneras de esquivar muchas de estas protecciones. La cuestión es
que el sistema mundial de clases como mejor se entiende es como un continuum
que va desde el trabajo protegido, pasando por el trabajo asalariado y llegando
al trabajo forzado (por coerción), lo que groseramente se corresponde con
la jerarquía centro/periferia.
Es importante darse
cuenta que el trabajo puede ser mercantilizado sin recibir un salario formal.
Los siervos y esclavos que producían plusvalía para los capitalistas
periféricos en los siglos anteriores eran tratados como mercancías en el
sentido que su proceso de trabajo estaba dirigido por una lógica de acumulación
de capital, aún cuando ellos no tuvieran la libertad jurídica para vender su
tiempo de trabajo al capital. Hay muchos grados y formas de mercantilización
del trabajo.
Sidney Mintz (1977)
aborda la pregunta, “żera el esclavo de plantación un proletario?” y su
respuesta, luego de examinar las interconexiones entre el capitalismo
industrial en Inglaterra y la producción de plantación de materias primas, es
un sí calificado. Mintz (1985) también enfoca la naturaleza organizacional de las
plantaciones de azúcar como firmas capitalistas. No solo estaban las
plantaciones produciendo mercancías por lucro, sino que Mintz apunta que la
combinación de la agricultura con el procesamiento de la cańa de azúcar exhibía
rasgos de la producción industrial usualmente asociados con el sistema de
fábrica en las áreas centrales. Más bien que tratar de agrupar a los esclavos y
trabajadores asalariados juntos como proletarios para poder responder de las
importantes vinculaciones entre ambos, el enfoque wallersteiniano los ve como
dos especies de control del trabajo, que están mercantilizadas, una típica del
centro y la otra, con una dosis ańadida de coerción extra-económica, de la que
se encuentra con la mayor frecuencia en el capitalismo periférico.
Marx distingue
claramente el trabajo proletario del esclavo en su modelo de acumulación
capitalista plenamente desarrollado. En el volumen 1 de El Capital, Marx
(1967a: 168) esboza su definición de trabajo mercantilizado como la compra y
venta de fuerza de trabajo. El proletario se define como quien es libre
de vender su tiempo de trabajo, pero que no es él mismo una mercancía en el
sentido en que el esclavo lo es. Él también está “libre” de la propiedad de los
medios de producción, de modo que está institucionalmente compelido a vender su
fuerza de trabajo, porque no puede producir para su subsistencia. Esperaríamos
encontrar un argumento de Marx en cuanto a por qué esta definición estrecha de
trabajo mercantilizado es importante en su teoría del capitalismo, pero en
lugar de esto encontramos una especie de circularidad en su definición de
mercancía. Declara él que “el intercambio de mercancías en sí mismo no implica
otras relaciones de dependencia que aquellas que resultan de su propia
naturaleza” (Marx, 1967a: 168).
Marx implica que el
trabajo esclavo no es en sí una mercancía, porque nos esclavos no se producen
para la venta. Realmente la cría de esclavos en la Virginia de mediados del
siglo diecinueve sí se aproximaba a la producción para el intercambio, pero podríamos
preguntarnos por muchos otros bienes que se producen tanto para la subsistencia
como para la venta. żDejan de ser las bananas una mercancía porque el campesino
puede tanto comérselas como venderlas (Trouillot, 1988)? żEs la fuerza de
trabajo, la capacidad del esfuerzo humano de transformar la naturaleza,
producida exclusivamente para la venta? Al estrechar su definición de
mercancía, Marx limita así su definición de capitalismo al sistema salarial.
Dice él, “A diferencia del capital, las condiciones históricas de su existencia
no están dadas en modo alguno con la mera circulación de dinero y mercancías.
Puede nacer solamente cuando el propietario de los medios de producción y
subsistencia se encuentra en el mercado con el trabajador libre que está vendiendo
su fuerza de trabajo. Y esta condición histórica comprende una historia
mundial” (Marx, 1967a: 170). Realmente comprende la historia de la zona
central, que no es ella misma comprensible sin consideración de la acumulación
llevada a cabo en la periferia mediante formas de trabajo que estaban
parcialmente mercantilizadas mientras también contenían un gran dosis de
coerción políticamente mediada.
La coerción, más
allá de la operación de los mercados libres de trabajo, sigue siendo una
importante condición para reproducir los diferenciales de salarios en el mundo
contemporáneo. Después de todo, si no hubiera barreras extra-económicas a la
migración del trabajo, los jornaleros en los Estados Unidos de América no
ganarían diez veces más que los jornaleros en México. No es la operación de un
mercado perfecto del trabajo lo que determina el status del proletario, sino la
sujeción del trabajo a la lógica del lucro y esto se realiza por una amplia
variedad de medios institucionales.
La combinación de
las relaciones capital/trabajo y centro/periferia produce muchas de las
consecuencias que son fundamentales para el proceso de desarrollo capitalista.
La dinámica del sistema interestatal y el proceso de desarrollo disparejo son
el resultado del conflicto y de la competencia interclasista e intraclasista,
así como de la competencia internacional. Las alianzas de clases o las
“relativas armonías” entre el capital y los sectores del trabajo dentro de los
países centrales causan y son causadas por los estados internacionalmente
fuertes y las naciones internamente relativamente bien integradas del centro.
Las relaciones interclasistas más coercitivas y explotadoras de la periferia
son parcialmente el resultado de las alianzas entre los capitalistas
periféricos y centrales, como lo son los estados relativamente más débiles y
las naciones menos integradas de la periferia. El socialismo de estado, el más
importante de los movimientos anti-capitalistas que han surgido dentro del
sistema-mundo capitalista, fue posible por el “desarrollo combinado y
disparejo” que ocurrió en las áreas semiperiféricas (Trotsky, 1932), donde las
contradicciones cruzadas (los conflictos entre los capitalistas y entre
capitalistas y trabajadores) fueron exacerbados por una posición intermedia en
la jerarquía centro/periferia.
El sistema
interestatal, centrado en poderosos estados centrales que se disputan unos a
otros la hegemonía, es una importante base estructural de la competencia
continuada dentro de la clase capitalista mundial. Ningún estado representa los
intereses “generales” de la clase capitalista como un todo. Más bien hay
subgrupos de la clase capitalista mundial que controlan estados particulares.
Esta estructura multicéntrica de la clase capitalista mundial permite que
continúe el proceso de desarrollo competitivo capitalista disparejo. El auge y
caída de los estados hegemónicos centrales y los cambios en la estructura de
las alianzas internacionales permite flexibilidad en la comunidad humana y
acomoda los cambios en la distribución de ventajas comparativas en la
producción de mercancías. Sería mucho más probable que un solo estado mundial
capitalista sostuviera políticamente los intereses de aquellos subgrupos
capitalistas que lo controlara, impidiendo así el desplazamiento en ventaja productiva,
de los productores menos “eficientes” a los más eficientes. Similarmente, un
tal estado se convertiría en el solo objeto de orientación de los movimientos
anti-capitalistas. Así, a diferencia del sistema interestatal del presente, en
el que cuando las restricciones sociales al capital tienen éxito esto conduce a
la pérdida por el estado de centralidad en el mercado mundial y a la huída del
capital, en un estado capitalista mundial la agregación de los intereses de los
trabajadores probablemente sería más efectiva en realmente transformar la
lógica de la economía política hacia un sistema más democrático y
colectivamente racional.
La perspectiva de
sistemas-mundo discute que la jerarquía centro/periferia, más bien que ser una
fase de paso en la transición de las áreas “atrasadas” hacia un capitalismo de
tipo central, es un rasgo permanente, necesario y reproducido del modo
capitalista de producción. Este punto de vista es apoyado por los estudios
históricos y las investigaciones comparativas entre naciones (ver Bornschier y
Chase-Dunn, 1985), que han sustanciado la continuación de mecanismos que
reproducen las desigualdades centro/periferia. La periferia de la
economía-mundo ciertamente se ha “desarrollado” y ha cambiado grandemente desde
la incorporación de América Latina, Asia y África a la economía-mundo
capitalista eurocéntrica, pero la relación jerárquica entre el centro y la
periferia persiste.
żCuál es la función
de esta jerarquía territorial para el capitalismo como sistema? Probablemente
jamás ha ocurrido, ni siquiera en los días de gloria del puro pillaje, que se
extrajera más plusvalía de la periferia que la que se producía en el centro. La
mayoría de la plusvalía que hay acumulada en el centro es producida por los
trabajadores del centro, usando una tecnología relativamente más productiva.
Sin embargo, la plusvalía extraída de la periferia ha jugado un rol crucial
para permitir que proceda el proceso relativamente pacífico de reproducción
expandida. Esto ha ocurrido por tres vías: a) reduciendo el nivel de conflicto
y competencia entre capitalistas centrales dentro de los estados del centro; b)
permitiendo que los ajustes de las relaciones de poder entre estados centrales
sean zanjados sin destruir el sistema interestatal; y c) promoviendo una
relativa armonía entre el capital e importantes sectores del trabajo en el
centro.
Este último punto
es políticamente sensible porque va en contra de buena parte de los análisis de
clase marxistas. Esto también plantea la cuestión, cuya dificultad se admite,
de los intereses de clase de largo plazo versus los de corto plazo. Ha habido
mucha discusión acerca de si los trabajadores centrales explotan o no a los
trabajadores periféricos o se benefician de su explotación (Emmanuel, 1972:
271-342). Está claro que muchos trabajadores centrales sí se benefician de la
explotación de la periferia en toda una serie de maneras diferentes. Son
capaces de comprar productos periféricos baratos. La división territorial del
trabajo entre el centro y la periferia capacita a una proporción mayor de
trabajadores centrales para tener empleos más limpios y calificados. Los
beneficios del imperialismo capacitan a algunos capitalistas centrales para
responder más flexiblemente a las demandas de mayores salarios por los trabajadores.
La mayor afluencia del centro le permite a los estados centrales dedicar más
recursos al bienestar y mantener un grado relativamente más alto de pluralismo
y democracia.
Así, están equivocados los
marxistas que han sostenido que la falta de militancia socialista entre los
trabajadores del centro es enteramente debida a la “falsa conciencia” basada en
el nacionalismo y en la propaganda anti-socialista, aunque los mecanismos de
hegemonía ideológica basados en el status son también importantes en el mantenimiento
de la armonía de clases en el centro. La estructuración objetiva de intereses
basada en la naturaleza transversal de clases y de la explotación
centro/periferia ha estabilizado la economía-mundo capitalista. Esta base
estructural del capitalismo implica que las restricciones a la capacidad de los
capitalistas centrales de mantenerse explotando a la periferia puede haber
tenido consecuencias revolucionarias para las relaciones de clases dentro de
los países centrales. Si los diferenciales salariales centro/periferia
aumentaran, los trabajadores centrales estarían menos sujetos al “chantaje del
empleo” respaldado por la amenaza (y la realidad) de la fuga de capital.
żQué es el Capitalismo Real?
Combinemos los exámenes
anteriores de mercantilización y clase-centro/periferia, para postular una
nueva especificación del modo capitalista de producción. El capitalismo real se
puede definir como:
1 La producción
generalizada de mercancías en la que la tierra, el trabajo y la riqueza están
sustancialmente mercantilizadas.
2 La propiedad y/o
el control privado de los medios de producción, que puede ser ejercido por
individuos u organizaciones, incluyendo estados individuales, que son ellos
mismos jugadores en la arena competitiva mayor de producción de mercancías y de
la geopolítica. Esto permite el “capitalismo de estado”.
3 La acumulación de
capital basada en una mezcla tanto de producción competitiva de mercancías,
como de poder político-militar, en la que la producción de mercancías tiene el
peso mayor en la determinación de los resultados en el sistema como un todo.
4 La explotación
del trabajo mercantilizado que, no obstante, no siempre es pagado como salario.
5 La combinación de
la explotación de clase con la explotación centro/periferia, de modo que la primera
es más importante cuantitativamente en la acumulación de capital, pero la
última es no obstante esencial a causa de sus efectos políticos en la movilidad
del capital y en la reducción del conflicto de clases y en el debilitamiento de
los movimientos anti-capitalistas en el centro.
Esto es una adición
considerable a la formulación más elegante de Marx, pero los elementos ańadidos
nos permiten responder de muchos de los rasgos estructurales del sistema-mundo
contemporáneo, refiriéndonos a su modo de producción. Samir Amin (1974) ha
sugerido una formulación ligeramente diferente, que define el capitalismo
central tal como Marx lo hizo, excepto que está articulada con y descansa sobre
el capitalismo periférico. El capitalismo central es definido por Amin como la
auto-expansión “autocéntrica” del capital, mientras el capitalismo periférico
está externamente determinado (por el centro) y usa una dosis extra de coerción
en sus relaciones de clase. La definición sugerida anteriormente busca combinar
analíticamente el sistema interestatal y la jerarquía centro/periferia en
nuestra definición de capitalismo, para explicar ciertos rasgos del
sistema-mundo moderno que son bastante problemáticos cuando se usa la
definición de Marx en su forma no modificada.
Ahora tenemos una
explicación, basada en el propio modo de producción capitalista, de por qué el
socialismo no ha surgido en las áreas “más desarrolladas” (del centro). La
jerarquía centro/periferia opera reduciendo los antagonismos de clase o
suprimiendo el conflicto de clase tanto en el centro como, en algún grado, en
la periferia. En las áreas periféricas, una burguesía compradora a menudo
gobierna con apoyo del centro, pero cuando surgen los movimientos
anti-imperialistas, con la mayor frecuencia ellos son amplias alianzas de
clases anti-centrales. Pero en la semiperiferia los antagonismos de clase no
están atravesados por la jerarquía centro/periferia y es ahí donde se han hecho
los intentos más fuertes por crear el socialismo.
La anterior
definición nos permite también responder teóricamente por los rasgos generales
que tienen en común muchas áreas periféricas diferentes. No queremos defender
que todas las áreas periféricas sean iguales. Las características
socio-estructurales y las culturas originales de las sociedades que se
incorporaron a la economía-mundo europea en expansión, indudablemente afectaron
las formas institucionales particulares que surgieron en las diferentes áreas
(ver capítulo 10). Sin embargo, el proceso de periferalización y explotación, con
sus fases de sostenimiento y destrucción alternos de las instituciones y formas
de control del trabajo “pre-capitalistas” (dependiendo de las oportunidades
cambiantes en el mercado mundial), tiene una cierta unidad que capta la
definición de sistema-mundo del capitalismo.
Los procesos de desarrollo
disparejo, el auge y caída de las potencias hegemónicas centrales y la
movilidad hacia arriba y hacia abajo de las áreas en la jerarquía
centro/periferia, se entienden más claramente cuando incorporamos al sistema
interestatal y a la jerarquía centro/periferia a nuestra noción de capitalismo.
Todas estas ventajas son fuertes razones para adoptar la anterior definición
del modo capitalista de producción que es sugerida por Wallerstein. Pero
algunos de los supuestos simplificadores de Wallerstein, como los de Marx,
pueden haber creado más problemas que los que resolvieron.
Límites del Sistema-Mundo y Modos de
Producción
Como se ha mencionado
anteriormente, el supuesto de totalidad de Wallerstein sostiene que el modo de
producción es un rasgo de un sistema-mundo completo y por extensión, que cada
sistema-mundo tiene un solo modo de producción. Este supuesto simplificador nos
ha permitido examinar las maneras sistemáticas en que están vinculados el
capitalismo y el imperialismo y reconceptualizar al modo capitalista de
producción de modo que incluya los tipos de explotación capitalista tanto
central como periférico. Ahora que esto se realizó podemos reexaminar el
supuesto de totalidad para resolver ciertos problemas que él causa.
Muchos críticos de
la perspectiva de sistemas-mundo han indicado que la ecuación de un modo de
producción con un sistema-mundo completo hace problemática la comprensión de la
transformación de los modos de producción. Si cada sistema-mundo solo puede
tener un modo de producción, żcómo cambian los modos? El supuesto simplificador
que iguala los límites espaciales con los límites lógicos se mete en
dificultades cuando tratamos de entender cómo han sido transformados los modos
de producción en el pasado y cómo podrían ser transformados en el futuro.
La definición
wallersteiniana más simple de un sistema-mundo se enfoca en una red de
intercambio material, el intercambio de bienes fundamentales o necesarios –
alimentos y materias primas. Para usar esta definición necesitamos no
considerar la cuestión del modo de producción o las formas institucionales de
los intercambios. Solo necesitamos conocer el grado de las densidades de flujo
material directas e indirectas. Esta es una definición conveniente y empíricamente
útil, que nos permite investigar las relaciones entre sistemas-mundo y modos de
producción, más bien que asumir que cada
sistema-mundo tiene un solo modo de producción. Su aplicación a la idea de una
economía-mundo europea plantea dificultades.
La idea de Europa
es una idea civilizacional. Wallerstein heredó una larga tradición de
interpretación histórica que respondía por el auge de Europa a la dominación
mundial en términos de las diferencias entre Europa y el “oriente”. Europa
nunca (o solo brevemente) fue un sistema-mundo separado, según la definición de
las redes de intercambio material. Más bien ahí ha existido durante por lo
menos dos milenios un sistema-mundo multicéntrico eurasiático. (6) El área
central europea y su densa red de bienes masivos (alimentos y materias primas)
ha estado fuertemente vinculada con el África del Norte y el Asia Occidental
desde que los griegos y los romanos surgieron al status central. Y este
subsistema occidental ha estado en una importante interacción con la India y
con China durante mucho tiempo.
Wallerstein
sustituye el criterio del modo de producción por el criterio de la red de
bienes masivos cuando analiza la interacción entre Europa y la India
(Wallerstein, 1986) o entre Europa y el Imperio Otomano (Wallerstein, 1979c).
Estos se supone que sean sistemas-mundo separados, porque Europa es
capitalista, mientras la India y el Imperio Otomano no lo son. El supuesto de
totalidad de Wallerstein tiende a afectar el análisis de las consecuencias
sistémicas de las interacciones entre Europa y la India. También tiende a
interpretar el surgimiento del capitalismo y de los sistemas de mercado dentro
de la región del Océano Índico (ver Chaudhuri, 1985) y dentro del Imperio
Otomano solamente en términos de la interacción con Europa.
Para ser justos, el
análisis de Wallerstein (1974: 59-63) de por qué el capitalismo no surgió en
China, se puede leer como una descripción de los modos de producción que pugnan
dentro de un solo sistema-mundo, así como su análisis de la transición al
capitalismo en la Europa del siglo dieciséis. Pero él evita el lenguaje de
modos de producción en pugna y el advenimiento del dominio de un modo de
producción. Su intento laudable es mantenerse alejado de las discusiones
escolásticas de la articulación, que han conducido a la proliferación de modos
de producción (Hindess y Hirst, 1975; Taylor, 1979; Wolpe, 1980). La fuerza
principal del análisis de Wallerstein ha sido demostrar la conexión de las
especies central y periférica de explotación. Una vez esto realizado
reconceptualizando al modo capitalista de producción como si hizo
anteriormente, ya dejamos de necesitar al supuesto de totalidad.
Este supuesto
también crea dificultades cuando tratamos de entender la transición al
socialismo en el siglo veinte. Aunque yo he planteado que los estados
socialistas existentes aún no han desarrollado un modo de producción autónomo
socialista (Chase-Dunn, 1982b), no quisiera que esto fuera verdad por
definición. Por más difícil que pueda ser en la práctica para una ciudad o un
estado-nación desarrollar un modo de producción autónomo y auto-sostenido en el
contexto del sistema-mundo capitalista contemporáneo, yo no diría que esto es
imposible en principio.
En conclusión,
permítaseme resumir. He redefinido el modo de producción capitalista para
permitir la explicación de los rasgos sistemáticos que no son fáciles de
explicar usando la definición de Marx. La incorporación del sistema
interestatal y la jerarquía centro/periferia como rasgos centrales del
capitalismo nos permite entender los patrones generales de desarrollo en la
economía política global y los rasgos generales de la lucha de clase y del
desarrollo internacional disparejo. También nos permite entender los rasgos
generales del desarrollo en las áreas periféricas. Al redefinir el capitalismo
como lo he hecho, se hace posible abandonar el supuesto de totalidad de
Wallerstein, reteniendo las ventajas explicativas anteriores. Esto también nos
permite analizar separadamente los límites lógicos de los modos de producción y
los límites espaciales de los sistemas-mundo.
żSugiere esto que
la articulación de modos de producción se “saca” hacia el límite entre el
capitalismo periférico y los demás modos de producción? Esta analogía espacial
es impropia, si implica que otros modos de producción pueden existir solo en el
perímetro del sistema-mundo. Es posible que existan elementos de socialismo, o
el modo tributario de producción, en el centro o en la semiperiferia así como
en la periferia y más allá. Ernest Mandel (1977) ha sostenido que las luces de
las calles, que son bienes gratuitos, no-mercantilizados, “públicos”,
producidos para el uso de todos, son instituciones socialistas aún dentro del
corazón del capitalismo.
Como se ha
mencionado, no obstante, el marco analítico general que nos permite tener más
de un modo de producción dentro de un sistema social concreto, por sí mismo no
nos dice cómo pueden estar estos en interacción, o en contradicción entre sí.
Para esto debemos tener una teoría sustantiva de la naturaleza de cada uno y
conocimiento de sus compatibilidades y contradicciones. En otra parte he
elaborado que el socialismo, modo holístico de producción por su propia
naturaleza, puede tener mayores dificultades para surgir y crecer en los
intersticios del capitalismo que las que tuvo el capitalismo dentro del terreno
del modo tributario de producción. Esto es porque el capitalismo se alimenta de
la competencia y el conflicto y solo a regańadientes construye una racionalidad
colectiva, mientras que el socialismo requiere de cooperación y tiene
dificultades para sostenerla en el contexto de una arena capitalista aún fuerte
y fieramente competitiva.
Volvámonos ahora a
una consideración de ciertos ciclos y tendencias seculares observables, que son
características del sistema-mundo capitalista completo.
Capítulo 2: Constantes, Ciclos y Tendencias
Este
capítulo describe un número de rasgos del sistema-mundo capitalista como un
todo que son, en principio, más directamente observables que su esencia
estructural profunda. De hecho, no obstante, mucha de la operacionalización y
de la recogida de evidencias que necesita hacerse para verificar estos
hipotéticos patrones del nivel de superficie no ha sido hecha. Examinaré
aquellos estudios que han sido llevados a cabo y sus implicaciones para el
esquema que estoy proponiendo en secciones posteriores, especialmente en el
capítulo 13.
En el capítulo 4 voy a plantear que una comprensión apropiada de
los rasgos estructurales, de la lógica
sistémica y de los ciclos normales de la economía-mundo capitalista,
revela que el sistema global no ha sufrido ningún cambio transformativo
importante en el periodo desde la Segunda Guerra Mundial. Los rápidos cambios
de escala y las formas institucionales aparentemente nuevas se interpretan como
continuaciones de procesos que están en operación desde hace tiempo. Este
argumento requiere que tengamos una idea bastante clara de la lógica
estructural profunda del capitalismo y una especificación exacta de los
procesos que mantienen los rasgos dinámicos del sistema-mundo moderno y que
empujan hacia adelante sus ciclos y tendencias.
Lo que sigue es una lista de constantes estructurales, ciclos y
tendencias, que se afirman que son rasgos del sistema-mundo completo. Las
constantes son aquellos rasgos estructurales profundos del modo capitalista de
producción, aducidos partiendo de nuestro examen en el capítulo 1. Los ciclos y
tendencias son sugeridos por nuestro conocimiento empírico del sistema-mundo
moderno, aunque solamente algunos de estos han sido cuantitativamente
estudiados durante periodos de tiempo largos. La lista presente es una versión
revisada de la presentada en Chase-Dunn y Rubinson (1977), modificada por
consideración de los exámenes similares contenidos en Hopkins y Wallerstein
(1982: capítulos 2 y 5) y los estudios empíricos citados más adelante.
El
término “ciclo” como se utiliza en los estudios de sistemas-mundo no implica
una curva sinusoidal perfecta de amplitud, simetría y periodo invariables.
Joshua Goldstein (1988; capítulo 8) defiende que los ciclos sociales
típicamente involucran procesos que son suficientemente indeterminantes como
para eludir una especificación matemática exacta, de modo que analizamos los
cambios secuenciales solo con periodos aproximadamente especificados. Robert
Philip Weber (1987) sostiene que las secuencias que tienen periodicidad
“bastante irregular” más bien deberían denominarse “fluctuaciones” y que la
palabra “ciclo” debería reservarse para ocasiones más rigurosas. No me voy a
preocupar por estos asuntos por ahora, ya que la mayoría de los “ciclos”
examinados en este capítulo son hipotéticos. (1)
Constantes
Sistémicas, Ciclos y Tendencias
Para
estudiar el cambio debemos tener una idea clara de las constantes
estructurales, ciclos y tendencias que operan en la economía-mundo capitalista.
Por el momento serán ignoradas las contingencias históricas particulares.
Constantes
Estructurales
Como
se explicó en el capítulo 1, la economía-mundo capitalista es un sistema-mundo
en el que se ha hecho dominante el modo capitalista de producción. Así, este
sistema histórico tiene una profunda lógica estructural de acumulación de
capital capitalista, que la conduce a expandirse y que contiene contradicciones
sistémicas que provocarán su transformación a una lógica diferente, una vez que
la expansión y profundización de las relaciones sociales capitalistas se hayan
aproximado a sus límites.
Los rasgos estructurales constantes del sistema-mundo
capitalista son:
1 El
sistema interestatal – un sistema de estados-naciones desigualmente poderosos,
que compiten por recursos para apoyar la producción mercantil lucrativa y
comprometiéndose en la competencia geopolítica y militar.
2 Una
jerarquía centro/periferia en la que los países que ocupan una posición central
se especializan en la producción central – producción relativamente
intensiva en capital, que utiliza trabajo calificado, de altos salarios. Las
áreas periféricas contienen mayormente producción periférica – intensiva
en trabajo, con trabajo no calificado, de bajos salarios, que históricamente ha
estado sometida a la coerción extra-económica.
3 Las
relaciones de producción en la economía-mundo capitalista son más complejas de
lo que asumía Marx (1967a) en su modelo básico de acumulación capitalista. Los
productores directos difieren en su acceso a las organizaciones políticas, las
más importantes de las cuales son los estados. Así, hay una diferenciación
reproducida entre el trabajo central y el trabajo periférico. El trabajo está
mercantilizado, pero no es una mercancía perfecta. Los productores directos
(trabajadores) varían en términos del grado en el que sus intereses son
protegidos o forzados coercitivamente por organizaciones políticas. Los
trabajadores centrales suelen disfrutar la protección de sindicatos estatalmente
legalizados y leyes de bienestar, aunque muchos se quedan en la condición de
trabajadores “libres” más sometidos a las vicisitudes del mercado de trabajo.
En el otro extremo están aquellos trabajadores periféricos que están
directamente sometidos a la coerción extra-económica – históricamente: siervos,
esclavos y trabajadores contratados, así como los trabajadores en países donde
los sindicatos y los partidos del trabajo son suprimidos por el estado. Así, el
continuum que va desde el trabajo protegido hasta el forzado por coerción es una diferenciación
constante dentro de la fuerza de trabajo mundial aunque, como veremos más
adelante, la tendencia hacia la proletarización mueve una mayor proporción de
la fuerza de trabajo hacia la dependencia de tiempo completo de la producción
mercantil capitalista.
4 La producción de
mercancías para el mercado mundial (que incluye a los mercados tanto nacionales
como internacional) es la forma central de competencia y la fuente de plusvalía
en el modo capitalista de producción. Esta forma de competencia está
fundamentalmente entretejida con los procesos políticos competitivos de
formación de estados, construcción de naciones y geopolítica, en el contexto
del sistema interestatal. El mercado mundial no es un mercado perfecto de
establecimiento de precios, aunque desde hace tiempo ha sido y sigue siendo una
arena muy competitiva. Los monopolios están políticamente garantizados dentro
de subunidades (estados individuales o los imperios coloniales de estados
centrales individuales) y las super-ganancias que se derivan de estos
monopolios están sometidas a una competencia de largo plazo ya que las
condiciones políticas para el mantenimiento de los monopolios están ellas
mismas sometidas a las fuerzas de la competencia económica y geopolítica.
Ciclos
Sistémicos
1 El ciclo de negocios largo (onda K).
Este es un ciclo económico mundial (ver VanDuijn, 1983) en el que la
tasa relativa de acumulación de capital y la actividad económica total aumenta
y luego decrece yendo al estancamiento en un período de 40 a 60 ańos. Este
ciclo fue descubierto por primera vez mediante el análisis de las series de
precios por N. D. Kondratieff (1979). Las causas de la onda K son explicadas
dentro de un marco marxista por Mandel (1980). Goldstein (1988) muestra cómo la
onda larga se compone de dos ciclos, un ciclo de precios de inflación y
deflación y un ciclo de producción de crecimiento y estancamiento. Según
Goldstein (1988: capítulo 10) el ciclo de precios se queda detrás del ciclo de
producción en alrededor de diez a quince ańos. Suter (1987) ha presentado
recientemente un análisis de los ciclos de la deuda de los sistemas-mundo, que
integra la onda K con el ciclo más corto (15-25 ańos) de Kuznets tal como
interactuaron en los siglos diecinueve y veinte.
2 La secuencia hegemónica. Esto se
refiere a una fluctuación de la hegemonía versus multi-centricidad en la
distribución del poder militar y la ventaja competitiva económica en la
producción entre estados centrales. Los periodos hegemónicos son aquellos en
los que el poder y la ventaja competitiva están relativamente concentrados en
un solo estado central hegemónico. Los periodos multicéntricos son aquellos en
que hay una distribución más igual del poder y la ventaja competitiva entre los
estados centrales. Este es un ciclo solamente en un sentido muy grosero, porque
su periodicidad es muy dispareja. Más bien debería denominársele secuencia o
fluctuación. Desde el siglo dieciséis ha habido tres estados centrales
hegemónicos: las Provincias Unidas de las Tierras Bajas, el Reino Unido de Gran
Bretańa y los Estados Unidos de América. Las condiciones de los procesos de
nivel nacional y de nivel de sistema que causan el auge y la decadencia de los
estados hegemónicos centrales se explican en el capítulo 9.2.
3 El ciclo de severidad de la guerra
central. Recientes investigaciones de Goldstein (1985, 1986) confirman que la
severidad de las guerras mundiales – guerras entre estados centrales
disputándose el dominio en el sistema-mundo – es periódica en un ciclo de 40 a
60 ańos que está fuertemente relacionado en tiempo con la onda de Kondratieff.
Ha habido varios picos de severidad (muertes en batalla por ańo) de la guerra
central desde 1500, p ero los tres periodos más severos de guerra mundial – la
Guerra de los Treinta Ańos, las Guerras Napoleónicas, y la 1Ş y 2Ş Guerras
Mundiales – fueron seguidas por el surgimiento de una nueva potencia hegemónica
central. Estos procesos se examinan en más detalle en la Parte II de este
libro.
Samir Amin (1980a) ha sugerido que las guerras mundiales
representan formas normales de competencia dentro del capitalismo como sistema.
La estructura política dentro de la cual procede la acumulación capitalista
pacífica llega a hacerse incapaz de aportar apoyo estable después de un periodo
de desarrollo económico disparejo y las guerras mundiales establecen un nuevo
marco de poder para la acumulación capitalista continuada. Albert Bergessen
(1985) examina esta idea en un análisis de las relaciones entre varios ciclos
de sistemas-mundo.
4 La estructura del comercio y el
control del centro/periferia. Desde 1450, el sistema-mundo se ha caracterizado
por un cambio periódico en el patrón de control e intercambio entre el centro y
la periferia. Periodos de intercambio multilateral de mercado relativamente
libre han sido seguidos por periodos en los que el comercio era más
políticamente controlado y tendía a estar contenido dentro de los imperios
coloniales (Krasner, 1976). Bergessen y Schoenberg (1980) también han
demostrado que las ondas de expansión de los imperios coloniales están
correlacionadas en el tiempo con la existencia de guerra entre estados
centrales. Los modelos de las relaciones entre estos ciclos se formulan en el
capítulo 13.
Tendencias
Sistémicas
Un
número de tendencias sistémicas van aumentando en ondas que corresponden
groseramente en el tiempo con algunos de los ciclos descritos anteriormente.
1 Expansión
a nuevas poblaciones y territorios. El sistema-mundo capitalista se ha
expandido para incorporar y (usualmente) periferalizar arenas anteriormente
externas en una serie de ondas desde el siglo dieciséis. Estas ondas han sido
documentadas en términos de la expansión de la administración colonial formal
por Bergesen y Schoenberg (1980). Los límites de este tipo de expansión fueron
alcanzados a finales del siglo diecinueve, cuando el globo casi completo llegó
a integrarse a una sola división jerárquica del trabajo.
2 La
expansión y profundización de las relaciones mercantiles. La tierra, el trabajo
y la riqueza han sido crecientemente mercantilizadas tanto en el centro como en
la periferia. Más esferas de la vida se han llegado a hacer mediadas por
mercados en el centro que en la periferia, pero todas las áreas han
experimentado un incremento secular en todas las épocas del sistema-mundo
moderno. Esta tendencia, como otras, es algo cíclica porque durante periodos de
estancamiento económico la mercantilización se enlentece o hasta se revierte al
ir cayendo algunas personas en la producción de subsistencia y/o reinventan las
formas de apoyo de ayuda mutua.
3 Formación
de estados. El poder de los estados sobre sus poblaciones ha aumentado en todos
los periodos tanto en el centro como en la periferia (Boli, 1980). Los estados
han ido expropiando crecientemente la autoridad y los recursos de otros actores
y organizaciones sociales, aunque esta tendencia ha sido dispareja y ha habido
periodos en que el control estatal disminuyó temporalmente o se hizo más descentralizado en áreas particulares.
4 Tamańo
incrementado de las empresas económicas. El tamańo promedio en términos de
activos y de empleados controlados por las empresas económicas ha aumentado en
todas las épocas. Las empresas agrícolas e industriales han atravesado periodos
en que esta tendencia se ha enlentecido o hasta temporalmente se ha revertido.
Las causas de esta concentración de capital son diferentes en las fases de
ascenso y en la de descenso de la onda K (Bergesen, 1981).
5 La
transnacionalización del capital. Mucha de la literatura contemporánea examina
la “internacionalización” del capital (Lapple, 1985; Hymner, 1979). Este uso es
incorrecto, porque los agentes del intercambio no son nunca naciones ni tampoco
son usualmente estados. El capital más bien fluye a través de las fronteras de
los estados y es entonces transnacional (o trans-estatal). El capital ha sido
transnacional por lo menos desde el largo siglo dieciséis, en que se hicieron
inversiones sustanciales directas por capital productivo y mercantil a través
de los estados centrales (Barbour, 1963) y por capitalistas centrales en las
áreas periféricas (Frank, 1979b). Desde entonces el capital se ha hecho cada
vez más transnacional en el sentido que la proporción de la inversión mundial
total que cruza las fronteras estatales
ha ido aumentando. La más reciente expansión de las corporaciones
transnacionales es pues una continuación de una tendencia de larga operación
(Bornschier y Chase-Dunn, 1985: capítulo 3).
6 Intensidad
creciente de la producción y la mecanización. Varias “revoluciones
industriales” tanto en la agricultura como en la manufactura han incrementado
desde el largo siglo dieciséis la productividad del trabajo tanto en el centro
como en la periferia, aunque el centro retiene su nivel relativamente superior
de productividad. Las relaciones capitalistas de producción se han profundizado
en todo el sistema, sometiendo el proceso de trabajo a mayores cantidades de
control directo, aunque la descentralización, en forma de producción mercantil
pequeńa, sub-contratación (“putting-out”) o burocratización del control del
trabajo (Edwards, 1979) reproduce un “sector competitivo” de productores y
formas de autonomía independientes. La tendencia de largo plazo entre las
firmas transnacionales ha sido hacia un control más directo sobre la producción
y la expansión de la escala de coordinación de la producción, pero algunas
industrias y sectores continúan descentralizados y en ciertos periodos la
centralización se enlentece o hasta se revierte en algunas regiones.
7 La
proletarización. El proceso de formación de clases ha aumentado la dependencia
de la fuerza de trabajo mundial de la participación en los mercados de trabajo.
Los reductos de subsistencia, los sectores urbanos informales y las economías
domésticas han funcionado para sostener un sustancial sector semi-proletarizado
de la fuerza de trabajo mundial, (3) pero la tendencia de largo plazo ha sido
mover una proporción cada vez mayor de los productores directos hacia la
dependencia de tiempo completo de la producción mercantil. Esto ha sido cierto
tanto para el centro como para la periferia, con una demora mayor en la
periferia. Similarmente, el grado de coerción extra-económica usado para compeler al trabajo en la periferia ha
ido decreciendo algo en el tiempo, al irse reduciendo las alternativas a la
participación en el mercado de trabajo. La esclavitud, la servidumbre y el
trabajo por contrato capitalistas han sido en gran parte eliminados, aunque el
grado relativo en que se aplica la coerción política en las relaciones de clase
sigue siendo mayor en la periferia que en el centro. Esto incluye la supresión
de los sindicatos y de los partidos campesinos y/o del trabajo por estados
periféricos autoritarios, que suelen estar apoyados por los estados centrales.
8 La
brecha creciente. Desde hace tiempo ha habido una tendencia al crecimiento de
la brecha en los ingresos promedio entre las áreas centrales y periféricas.
Dentro de las áreas centrales, los estratos medios de los cuadros necesarios a
la producción capitalista central han ido expandiendo su tamańo relativo como
proporción de la fuerza de trabajo y los salarios de sectores importantes de la
clase obrera han crecido en relación con los ingresos y niveles de vida en las
áreas periféricas. Mandel (1975) y Amin (1975) sostienen que los trabajadores
tanto centrales como periféricos recibieron solamente salarios de subsistencia
hasta la década de 1880 en que, alegan ellos, surgió por primera vez la brecha
entre estos ingresos. Pero si somos sensibles a diferencias menores e incluimos
a los estratos medios en nuestros estimados del ingreso promedio, probablemente
encontremos que la tendencia a una brecha creciente ha estado en operación
desde el siglo dieciséis.
El
esquema anterior de ciclos y tendencias estructurales ha sido combinado dentro
de un “modelo descriptivo” que describe las relaciones en el tiempo entre los
diferentes rasgos (ver Chase-Dunn, 1978: 170). En el capítulo 4 usamos el
anterior esquema para examinar las reivindicaciones de que han ocurrido cambios
fundamentales en el sistema-mundo desde la 2Ş Guerra Mundial. Comparemos ahora
la idea de las etapas del capitalismo con el esquema anterior de ciclos del
sistema-mundo.
Capítulo 3: żEtapas del Capitalismo o Ciclos del
Sistema-Mundo?
La
periodización del desarrollo capitalista ha demostrado ser un tópico
controversial en las teorías tanto clásicas como contemporáneas. La
conceptualización de etapas del desarrollo es importante, porque cualquiera sea
la posición que se adopte, tiene implicaciones para nuestra comprensión tanto
del pasado como de los posibles futuros de la transformación sistémica. La
mayoría de las teorías de etapas, incluyendo las de algunos marxistas y la
escuela de la modernización, enfocan las sociedades nacionales como la unidad
de análisis. Las sociedades nacionales se piensa que evolucionan mediante
etapas históricas, siendo relativamente “avanzadas” o “subdesarrolladas”. Otros
marxistas y teóricos de la dependencia han enfocado nuestra atención en el
hecho que las sociedades nacionales interactúan entre sí de maneras sistemáticas
y forman todas un sistema mayor que evoluciona él mismo. Esta
reconceptualización resuelve muchos de los problemas creados por el supuesto
que las sociedades nacionales son independientes, pero plantea una serie de
cuestiones nuevas. żCómo vamos a conceptualizar este sistema mayor y cuál es la
mejor manera de periodizar su desarrollo? żCuándo él simplemente se ha ajustado
a sus propias contradicciones y cuándo se han convertido en un tipo
fundamentalmente diferente de sistema? Quisiera despedir de entrada las nociones que admiten un desarrollo
unilineal de las sociedades nacionales y examinar diferentes enfoques de las
etapas del desarrollo del sistema-mundo. Pondré aquí en contraste dos visiones
contemporáneas. La primera enfoca una serie de etapas en las que las relaciones
entre el centro y la periferia se piensa que son cualitativamente diferentes,
sobre la base del predominio de diferentes especies de capital en el centro. La
segunda reconoce estas diferencias pero enfoca, a su vez, las características
del sistema como un todo que varían en el tiempo. Plantea que algunas
características del sistema son de naturaleza cíclica, mientras otras son
tendencias seculares, por lo que nuestra atención se enfoca en las similitudes
de los diferentes periodos más bien que en sus diferencias. Ninguno de estos
enfoques es “historicista” en el sentido de enfatizar lo que es enteramente
único acerca de un periodo particular. Más bien ambas enfocan la manera en que
las leyes sistemáticas de movimiento de la acumulación del capital producen
diferentes formas institucionales en diferentes periodos.
Etapas
del Capitalismo y Dependencia
Un
número de obras marxistas recientes que enfocan el sistema-mundo plantean una
periodización del desarrollo capitalista que distingue tres (o cuatro) etapas
en las cuales varían las características del capital central y sus relaciones
con las áreas periféricas. Revisaré y compararé estas periodizaciones y luego
esbozaré un enfoque diferente.
Albert Szymanski (1981: 95) resume su versión de periodización
como sigue:
El imperialismo ha pasado
por cuatro etapas cualitativamente diferentes: primera, el imperialismo
mercantil no-capitalista desde alrededor de 1500 hasta alrededor de 1800;
segunda, el imperialismo capitalista competitivo, desde alrededor de 1840 hasta
alrededor de 1880; tercera, el imperialismo monopólico capitalista temprano,
desde alrededor de 1890 hasta alrededor de 1960; y cuarta, el imperialismo
capitalista monopólico tardío desde los ańos de 1960.
En
otra versión, Andre Gunder Frank (1979a: 9) cita a Samir Amin aprobándolo, como
sigue:
Yo distingo 3 periodos:
(1) mercantilista, (2) capitalista desarrollado (achevé) (post revolución
industrial, pre-monopolista) y (3) imperialismo. A cada uno de estos periodos
corresponden funciones específicas de la periferia al servicio de las
necesidades esenciales de acumulación en el centro. En la etapa (1) la función
esencial de la periferia (principalmente americana, suplementariamente
africana, que proveyó a la anterior de esclavos) es permitir la acumulación de
riqueza monetaria por la burguesía mercantil atlántica, riqueza que se
transforma en capitalismo real (achevé) después de la revolución
industrial. De aquí, el sistema de plantaciones (luego del pillaje de las
minas) alrededor del cual gira toda América desde los siglos XVI y hasta el
XVIII. Esta función pierde su importancia con la revolución industrial, cuando
el centro de gravedad del capital se mueve del comercio a la industria. La
nueva función de la periferia entonces llega a ser rebajar (a) el valor de la
fuerza de trabajo (mediante la provisión de productos agrícolas de consumo
masivo) y (b) el valor de los elementos constituyentes del capital constante
(aportando materias primas). En otras palabras, la periferia permite luchar
contra la declinación tendencial en la tasa de ganancia (como bien observaba
Marx – AGF). Para lograr esto durante el periodo (2) el capital tiene un solo
medio a su disposición: el comercio. Durante el periodo (3), por otro lado, el
capital tiene también los muy eficientes medios de la exportación de capital.
La posición de Amin sobre la periodización se explica
ulteriormente en su Imperialismo y Desarrollo Desigual (1977: 229-35).
Enfoquemos las características atribuidas a cada etapa y las diferencias que se
alega que existen entre etapas. La primera transición es entre el capitalismo
mercantil (o mercader) y el capitalismo industrial (competitivo, desarrollado).
Las distinciones hechas aquí involucran aserciones acerca de las relaciones de clase,
las relaciones de intercambio y la relación entre el estado y la economía.
Mucho de esto sigue al examen de Marx del capitalismo mercantil en el volumen 3
de El Capital (1967b: 323-37) y su distinción entre capitalismo
mercantil y el modo capitalista de producción plenamente desarrollado –
capitalismo industrial. El modelo abstracto de Marx de la dinámica capitalista
que se presenta en el volumen 1 de El Capital asume un sistema en el que
hay competencia entre capitales, venta de mercancías a su valor de trabajo,
no-interferencia por el estado en la economía y un sistema cerrado en el cual
no hay comercio internacional. Por supuesto, Marx no reivindicaba que este
modelo representaba directamente ninguna sociedad concreta. Es más bien una
abstracción que emplea supuestos simplificadores, que intenta explicar las
tendencias de desarrollo subyacentes del modo capitalista de producción. La
sociedad nacional británica en el siglo diecinueve fue la inspiración de Marx y
es probablemente el caso que más se aproxima al modelo abstracto. Marx creía
que él se había burlado de la naturaleza
subyacente del capitalismo examinando lo que él consideraba que era su caso
concreto más puro y más altamente desarrollado y que los demás países seguirían
el camino británico de desarrollo.1 En el capítulo 1 se planteaba
que algunos de sus supuestos simplificadores eran erróneos, no porque fueran
empíricamente inadecuados, sino porque perdían de vista mucho de lo que es
fundamental para el capitalismo como sistema.
El modelo de Marx de la acumulación capitalista no estaba
previsto para aplicarlo a la etapa del capitalismo mercantil. En esta etapa, el
capitalismo comercial (que involucra la compra y venta de mercancías producidas
por productores independientes) es la forma más prevaleciente e importante de
empresa. El capital mercantil no coordina directamente la producción y las
ventas. La producción se deja a los productores independientes. Así, el capital
mercantil no somete directamente la producción a la lógica del capitalismo. Los
mercaderes hacen ganancias comprando barato y vendiendo caro, a menudo
explotando los diferenciales de precio entre áreas que no están integradas en
una sola economía de mercado. El capital de producción, por otro lado, combina
directamente las materias primas y el trabajo comprado a los proletarios para
producir mercancías para la venta. Esto integra las relaciones de valor entre
los diferentes tipos de producción, de modo que surge a la existencia el
“trabajo abstracto”. Esto significa que la integración de mercado es completa y
la división del trabajo está sometida a un solo sistema de precios. Los tipos
cualitativamente diferentes de trabajo se llegan a relacionar entre sí en una
sola dimensión cuantitativa, la del valor del trabajo. La mercantilización del
trabajo es necesaria para que esto ocurra y la mayoría de los marxistas creen
que esto solo se logra bajo el sistema salarial.
Así, el capital mercantil (antes de la existencia de los
mercados integrados) intercambia “desiguales” en el sentido que los bienes son
producidos en economías en las que no se ha formado un solo estándar de valor.
Los mercaderes hacen ganancias moviendo las mercancías de áreas en las que
tienen precios bajos a áreas en las que tienen precios altos. Es solamente
dentro del capitalismo industrial plenamente desarrollado que el capital
comercial (operando dentro de un solo sistema de precios) hace ganancias
recibiendo parte de la plusvalía producida en el proceso de producción, no
cambiando desiguales. El capital mercantil opera únicamente en la “esfera de
circulación”, aunque Marx afirmaba que actuaba como solvente en las relaciones
pre-capitalistas de producción bajo algunas condiciones.
Similarmente se afirma que la proletarización es solo
rudimentaria durante el periodo de capitalismo mercantil; eso es, la clase
asalariada es pequeńa y hay muchas restricciones extra-mercado que evitan que
el trabajo (y otros “factores de la producción”) tomen forma de mercancías. El
examen de Marx (1967a: 717-33) de la acumulación primitiva describe cómo los
campesinos ingleses y escoceses eran separados por la fuerza de los medios de
producción y convertidos en vendedores de fuerza de trabajo desde la última
parte del siglo quince en lo adelante.
La etapa del capitalismo mercantil también se caracteriza como
un periodo en el que las relaciones políticas eran mucho más determinantes de
los términos de intercambio y las condiciones de producción que en el posterior
capitalismo industrial. Los gremios, los monopolios municipales, los privilegios
nobiliarios y las políticas estatales del comercio mercantilista “armado”
(Parry, 1966) se entienden como prueba que los mecanismos de mercado operaban
entonces solo débilmente. Los estados operaban como organizaciones
“controladores por la violencia”, aportando protección para operaciones
económicas que capacitaban a sus beneficiarios para realizar lo que Frederic
Lane (1979) ha llamado “renta de protección”. Como veremos en la 2Ş Parte, esta
involucración del poder del estado y la competencia militar geopolítica en el
proceso de acumulación pueden ser entendidos como una parte normal del
capitalismo en todos los periodos.
La acumulación primitiva en la periferia (el despojo, el trabajo
forzado, el comercio monopólico) se entiende por muchos marxistas, incluyendo
al propio Marx, como uno de los procesos principales que crearon el modo
capitalista de producción, pero que no es en sí mismo parte de ese modo de
producción.
En el surgimiento del capitalismo industrial se alega que
ocurrió un número importante de cambios. De entrada, las “revoluciones
burguesas” en Europa destruyeron muchos de los impedimentos políticos locales
al comercio y la producción. La formación de mercados nacionales se logró con
la eliminación de muchas de las prerrogativas del capital mercantil y las
noblezas terratenientes.
La producción mercantil se hizo mucho más competitiva, al menos
dentro de los mercados nacionales de los países centrales. Y a mediados del
siglo diecinueve hubo una reducción temporal de las restricciones políticas al
comercio internacional con el levantamiento de las barreras tarifarias europeas
y americanas. Según muchos historiadores del desarrollo capitalista, éste es el
periodo en que el capital industrial (o productivo) llegó a dominar la economía
por primera vez. El sistema salaria y el proceso de acumulación expandida se
hizo auto-reproductor. La industria llegó a organizarse como una interacción
competitiva de firmas pequeńas y la tasa de cambio tecnológico aumentó
dramáticamente. El sistema de factoría, en el que el trabajo se juntaba con la
maquinaria, se creó en la región central de Inglaterra.
Se alega que la relación centro/periferia ha sido
predominantemente un asunto de comercio mercantil durante este periodo y Ernest
Mandel (citado en Frank, 1979a: 8) afirma que esto constituía el “intercambio
igual de iguales”. La única medida de valor mundial estaba constituida por la
integración de la división mundial del trabajo en un solo mercado interactivo.
Se alega que el comercio entre el centro y la periferia contenía cantidades
iguales de valor de trabajo en el periodo del capitalismo competitivo. Y Mander
(1975: 49-61) plantea que el capitalismo industrial competitivo estimulaba la
formación de capital originario en la periferia.
Hay algún desacuerdo acerca de los efectos del comercio
centro/periferia durante el periodo de capitalismo competitivo en la periferia.
Algunos estudiosos marxistas plantean que el capital mercantil tendía a
disolver las relaciones pre-capitalistas de producción llevando a las personas
a la producción mercantil para el mercado mundial. Por otro lado, Geoffrey Kay (1975) plantea
que el capital mercantil tendía a subdesarrollar a la periferia al perpetuar
las formas pre-capitalistas de producción, apuntalando a los gobernantes tradicionales
y extrayendo producto adicional. Él pone esto en contraste con lo que él ve
como los efectos de desarrollo del capital industrial, que somete directamente
al trabajo en la periferia a la producción capitalista, creando el potencial
para un crecimiento capitalista autónomo en la periferia. Bill Warren (1980)
plantea un argumento similar.
La mayoría de las teorías de etapas contemplan un importante
nuevo periodo del capitalismo surgiendo a finales del siglo diecinueve, con la
formación de los “monopolios”. Desde Lenin (1965) este desarrollo supuestamente
nuevo en el centro se ha vinculado causalmente con el “imperialismo”, es decir,
la explotación de las áreas periféricas por los capitales monopólicos del
centro. Amin (1977) reserva el término imperialismo para esta clase de
explotación y llama a la explotación capitalista anterior de la periferia,
“expansionismo”. El surgimiento del “capitalismo monopólico” se piensa que
involucra un cambio en la operación del proceso de acumulación. El
establecimiento de precios monopólicos dentro de los mercados nacionales y la
extracción de ganancias adicionales por las grandes firmas ha sido entendido
como una nueva separación, en la que la distribución de plusvalía está
distorsionada. El llamado “sector monopólico”, sector en el que las firmas
mayores dominan los tipos más lucrativos de producción, se piensa que obtiene
una mayor proporción de la plusvalía total, drenando plusvalía del “sector
competitivo”.
Adicionalmente, el crecimiento de los gastos estatales y los
aumentos en el salario social se entienden como subsidio a los costos de
reproducción de la fuerza de trabajo, que así rebajan la cuenta de salarios del
“capital monopólico”. El gasto estatal, especialmente en fuerzas militares, se
piensa que aporta una salida necesaria para el “exceso económico” (Baran y
Sweezy, 1966) y para ayudar a resolver las irracionalidades de la producción
capitalista, aportando oportunidades de empleo y de inversión no generadas en
el sector privado. La dominación del “capital financiero” (una coalición de
capital bancario e industrial) (Hilferding, 1981) en combinación con la
involucración mucho más directa de los estados auspiciando el desarrollo
económico (Poulantzas, 1973) se alega que han tenido importantes efectos en las
tendencias del proceso acumulativo. Planteando la posición directamente opuesta
a la de Kay (1975) examinada anteriormente, Mandel sostiene que el surgimiento
del imperialismo capitalista monopólico y la exportación de capital
inversionista a la periferia le ponen un freno al desarrollo del capital
originario de la periferia, que había comenzado durante el periodo de
capitalismo competitivo. La tasa declinante de ganancia en el centro condujo a
una exportación masiva de capital inversionista a la periferia, pero la
naturaleza monopólica de este capital y el uso del poder del estado en el
colonialismo formal condujeron a la explotación del subdesarrollo de la
periferia, según Mandel.
Mandel, Amin y Arghiri Emmanuel (1972) sostienen que la relación
centro/periferia se alteró durante finales del siglo diecinueve debido al
surgimiento en los ańos de 1880, de un diferencial salaria entre los
trabajadores del centro y los de la periferia. Previo a eso, los trabajadores
tanto del centro como de la periferia habían recibido salarios de subsistencia,
pero a finales del siglo diecinueve, debido a la disminución del ejército de
reserva del trabajo en Inglaterra y a causa del éxito parcial de las luchas de
clase allí, los salarios de los trabajadores ingleses comenzaron a elevarse por
encima de la subsistencia. Esto produjo el “intercambio desigual” analizado por
Emmanuel (1972) en el que el comercio centro/periferia llegó a ser el
“intercambio desigual de iguales”. Cuando hay un diferencial salarial que va
más allá de las diferencias en productividad, el intercambio de mercado oculta
una transferencia de plusvalía desde las regiones de salario bajo a las de
salario alto. Esto ocurre cuando hay una igualación de las tasas de ganancia
debida a los flujos de capital, pero ninguna igualación de las tasas de
ganancia debidas a la migración del trabajo. Mientras tanto el trabajo como el
capital han fluido desde el centro hacia la periferia y viceversa a través de
la historia del sistema-mundo capitalista, Emmanuel alega que las fricciones
que evitan la igualación de salarios son mayores que las fricciones que
encuentran las exportaciones de capital inversionista.
Muchos marxistas plantean que los mediados del siglo veinte
trajeron el surgimiento de una etapa más del desarrollo capitalista. Ésta ha
sido denominada “capitalismo tardío” por Mandel y se piensa que se caracterizó
por la importancia incrementada de las “rentas tecnológicas” y la ulterior
institucionalización de la ciencia en el proceso de hacer ganancias (ver
también Habermas, 1970). Este periodo
también se caracteriza por la gran expansión de las corporaciones
transnacionales que coordinan la producción y la obtención de ganancias en una
escala global.
Las alegadas consecuencias de esta nueva etapa para las
relaciones centro/periferia son descritas en el capítulo 4. Mientras Kay (1975)
planteaba que el capital de producción de cualquier especie que involucraba
inversión y control directos de la producción periférica causaba la acumulación
capitalista autónoma en la periferia, Warren (1980) planteó que es la
exportación de capital industrial la que causa el crecimiento
capitalista en la periferia. Siguiendo a Warren, Szymanski (1981) hizo una
distinción entre imperialismo capitalista monopolista “temprano” y “tardío”, en
la que solo el último tiene efectos positivos de crecimiento en la periferia.
La tesis de que la última etapa del capitalismo es menos
perjudicial para el desarrollo de la periferia es compartida en un cierto grado
por algunos teóricos de la dependencia (p. ej., Dos Santos, 1963; Cardoso y
Faletto, 1979). Peter Evans (1979) examina el surgimiento del “desarrollo
dependiente” en la periferia Latinoamericana, sobre la base de la producción de
bienes manufacturados para los mercados domésticos de países Latinoamericanos
por las corporaciones transnacionales. Mientras estos autores están de acuerdo
en que la “nueva dependencia” (o “desarrollo asociado-dependiente”) perpetúa la
estructura centro/periferia de poder de muchas maneras, ellos también creen que
el desarrollo económico general se incrementa por esta nueva forma de
penetración del centro. Este argumento es disputado por Frank, Amin y Mandel,
que creen que el desarrollo económico real en la periferia solamente es posible
en el contexto de una revolución socialista.
Como
se examina en el capítulo 4, Folker Fröbel, Jürgen Heinrichs y Otto Kreye
(1980) han planteado que una “nueva división internacional del trabajo” ha sido
creada por las corporaciones transnacionales usando zonas de producción libre
en la periferia para emplear trabajo barato para producir bienes manufacturados
para el mercado mundial. John Borrego (1982) defiende que la propia jerarquía
centro/periferia está desapariciendo con el surgimiento de una nueva etapa de
capitalismo “meta-nacional”. Esta clase de etapa emergente de capitalismo
global es también descrita por Robert Ross y Kent Trachte (próximamente).
Ciclos
de Desarrollo del Sistema-Mundo
Otra
visión de las etapas de desarrollo del sistema-mundo capitalista es la
propuesta en el capítulo 2. Esta visión periodiza el desarrollo en términos de
las características del sistema como un todo: rasgos constantes, procesos
cíclicos y tendencias seculares. Ella sugiere un modelo modificado del modo
capitalista de producción que es leal al espíritu, pero no a la letra del
modelo de acumulación de Marx. El modo capitalista de producción se entiende
como producción mercantil por ganancias en el mercado mundial, en el que el
trabajo es una mercancía, pero por la que no siempre se paga un salario. Las relaciones
de producción capitalistas se entienden como la articulación entre el trabajo
asalariado en el centro y el trabajo forzado por coerción en la periferia. La
interacción entre centro y periferia se entiende como fundamental para el
capitalismo como sistema. Así, el imperialismo (generalmente entendido,
incluyendo al colonialismo, la inversión directa, el comercio centro/periferia
y el neocolonialismo) son concebidos como integrales al funcionamiento del modo
capitalista de producción.
El capitalismo, pues, incluye tanto la reproducción expandida en
el centro, como la acumulación primaria en la periferia. La acumulación
primaria no es meramente un proceso de creación de relaciones capitalistas de
producción, sino que es más bien un rasgo permanente y necesario del
capitalismo como modo de producción. El estado y el sistema interestatal no
están separados del capitalismo, sino que más bien son los apoyos
institucionales principales de las relaciones capitalistas de producción. El
sistema de estados naciones desigualmente poderosos y en competencia es parte
de la lucha competitiva del capitalismo, de modo que las guerras y la
geopolítica con una parte sistemática de la dinámica capitalista, no fuerzas
exógenas.
Según Wallerstein (1974), la primera época de desarrollo
capitalista, de 1450 a 1640, fue el periodo de transición desde el feudalismo y
el surgimiento algo precario de las instituciones y relaciones de clase del
modo capitalista de producción en Europa. La crisis del feudalismo,
fundamentalmente una lucha de clases entre seńores y campesinos, fue resuelta
por una reorganización de la acumulación sobre la base de un capitalismo
primariamente agrario y una expansión territorial. El análisis de Marx (1967a:
713-50) de la “acumulación primitiva” como el proceso de creación de las bases
institucionales del capitalismo, claramente se aplica a esta época. El despojo
directo de África y del Nuevo Mundo que trajo capital monetario a Europa, fue
seguido por la creación forzosa de un proletariado en el centro y la extensión
de la servidumbre y la esclavitud en la periferia. La reorganización de la
agricultura sobre una base crecientemente capitalista, aunque de maneras muy
diferentes en el centro y en la periferia, fue acompańada por el desarrollo ulterior de la producción
capitalista en los pueblos del centro. El proceso de acumulación capitalista,
que involucró tanto al desarrollo disparejo como a periodos sucesivos de
expansión a nuevas áreas, se convirtió en el determinante principal del
desarrollo en la economía-mundo europea durante el largo siglo dieciséis.
La segunda época, de 1640 a 1815, se entiende como aquella en la
que la economía-mundo capitalista europea se estancó algo y luego fue
estabilizada (Wallerstein, 1980a). Este fue el periodo de la hegemonía
Holandesa y de la fiera competencia entre los holandeses, los ingleses y los
franceses por las ganancias coloniales de los antiguos imperios portugués y
espańol. La competencia entre los ingleses y los franceses por la hegemonía fue
finalmente resuelta después del fracaso de la oferta de Napoleón de imperio
mundial (o más temprano, ver Braudel – 1977: 102).
La tercera época, de 1815 a 1917, se entiende como el periodo de
la expansión final del sistema capitalista al globo completo y su
consolidación. Este periodo vio otra reorganización económica conocida como la
revolución industrial, que fue realmente justamente otra expansión de la
intensidad en capital en la producción industrial y agrícola. El “sistema de
factoría” ulteriormente extendió la tendencia hacia la rápida urbanización de
la fuerza de trabajo en el centro. La Pax Britannica fue seguida por el
“nuevo imperialismo” en el que las nuevas potencias en auge del centro y las
semiperiféricas – USA, Alemania, Italia y Bélgica, Japón y Rusia – disputaron
por territorio periférico en competencia con las viejas potencias centrales.
Este periodo de desorganización e intensa competencia condujo eventualmente a
lo que convencionalmente se llama la 1Ş Guerra Mundial.
La cuarta época, de 1917 al presente, se entiende como la
consolidación final del sistema y el comienzo del periodo de su crisis y
transformación en una especie fundamentalmente diferente de sistema. Este es el
periodo de la Pax Americana, la descolonización de casi toda la
periferia, la integración creciente de la producción global por las firmas
capitalistas (públicas y privadas) y el surgimiento de fuerzas
anti-capitalistas que limitan crecientemente el margen de maniobra para la
acumulación capitalista. El periodo desde 1945 se examina más detalladamente en
el próximo capítulo.
Las cuatro épocas esbozadas anteriormente pueden ser entendidas
analíticamente como que involucran tres especies de elementos estructurales:
(1) los que subyacen los rasgos institucionales y las leyes de desarrollo que son
básicos para el capitalismo como sistema; (2) los procesos cíclicos que se
repiten en cada una de las épocas; y (3) las tendencias seculares que aumentan
a una tasa variable durante todas las épocas. Estos elementos y algunas de sus
interrelaciones han sido descritos en el capítulo 2.
Los ciclos y tendencias relacionados en el capítulo 2 deben ser
aplicados a cada época con algunas calificaciones. La primera época
(1450-1640), debido a la aún pobremente formada e inestable base institucional
del desarrollo capitalista, no exhibió todos los rasgos característicos de
épocas posteriores. Así, Portugal y Espańa, aunque realizaban algunas de las
funciones de los estados hegemónicos centrales en este periodo, no fueron
centros de ventaja comparativa en la producción de mercancías. El intento por
los Habsburgo de imponer un imperio político a toda la economía-mundo europea,
reveló una predilección pre-capitalista por la dominación política,
reminiscente de los modos tributarios de producción. Es significativo que las
potencias hegemónicas posteriores nunca intentaron crear un imperium mundial.
Durante la primera época el centro de hegemonía económica se
movió de Venecia a Génova y luego a Antwerpe (ver Braudel, 1984). George
Modelski (1978) ha planteado que Portugal jugó el rol de “gran potencia”
aportando orden internacional mediante el liderazgo geopolítico durante el
siglo dieciséis. La diferenciación espacial de la hegemonía económica y
político-militar fue una característica común de los sistemas-mundo tributarios.
Solo en la economía-mundo capitalista plenamente institucionalizada que surgió
en Europa llegaron a fusionarse estos roles y esto ocurrió primero con el auge
de la hegemonía holandesa en el siglo diecisiete. En la segunda época
(1640-1815), la hegemonía de Ámsterdam fue plenamente establecida durante y
después de la Guerra de los Treinta Ańos. Su hegemonía fue pronto desafiada por
los rivales británicos y franceses. El enlentecimiento económico del siglo
diecisiete fue seguido por la economía atlántica en expansión del siglo
dieciocho, en la que Bretańa y Francia lucharon por la supremacía. La expansión
cíclica de los imperios coloniales ocurrió cerca del final de todas las épocas.
Bergesen y Schoenberg (1980) muestran que los picos de expansión (en términos
del número de nuevas colonias establecidas) fueron en 1640, 1785 y 1890 (ver
figura 13.4 debajo). La expansión colonial fue acompańada por más control
político por los estados centrales sobre el comercio centro/periferia, mientras
que durante los periodos en los que una sola potencia central alcanzó la
hegemonía económica, hubo una relación comercial más determinada por el mercado
entre el centro y la periferia. Este ciclo de estructuras de comercio y control
centro/periferia ocurrió en todas las épocas.
La tercera época (1815-1917) puede ser entendida como el periodo
“clásico” en términos de las tendencias y ciclos descritos anteriormente. Los
británicos llegaron a la hegemonía tanto político-militar como económica
después de la derrota de los franceses en una serie de guerras desde 1756 hasta
1815. El fracaso de Napoleón de imponerle un imperium a la economía mundial
permitió que la hegemonía británica en la producción se expandiera hacia los
mercados del continente y los nuevos estados independientes de América Latina.
La cuarta época (de 1917 al presente) es confusa en la medida en
que es un periodo en el que las contradicciones del desarrollo capitalista
chocan con ciertos “efectos de techo” u obstáculos que restringen el reajuste
del proceso de acumulación capitalista (Chase-Dunn y Rubinson, 1979). Por
ejemplo, un número de las tendencias seculares descritas llegaron a sus
límites. Ya no hay más sociedades humanas para que el modo capitalista de
producción las invada y conquiste. Ya no hay más territorio a capturar por los
estados centrales colonizadores. Como indicó Lenin, la expansión ulterior por
estados centrales en competencia debe involucrar la redivisión del territorio
ya conquistado. Esta restricción de la expansión ha sido ulteriormente exacerbada
por el logro de la soberanía formal en casi
toda la periferia. Así, los estados centrales competidores a menudo
deben pugnar unos con otros por el acceso a la periferia, ofreciendo mejores
términos. Este es un grito lejano del Congreso de Berlín sobre África en 1885,
en el que los estados centrales dividieron ese continente entre ellos sin
consultar en absoluto a los africanos.
Estos efectos de techo que limitan la ulterior expansión del
sistema capitalista a nuevas poblaciones y territorios, por supuesto que no
descartan su profundización. Ellos sin embargo sí tienden a limitar los grados
de libertad disponibles para el capital en su intento por ajustarse a las
contradicciones creadas en su propio desarrollo. Igualmente, las revoluciones
“socialistas” que han tomado el poder estatal en la semiperiferia y en la
periferia crean obstáculos a la maniobrabilidad del capital. Si el periodo
presente es de transformación, debemos esperar una combinación de los viejos
ciclos característicos de épocas previas con nuevas instituciones y formas de
lucha que surgen. Una de las tareas más importantes es sortear los procesos del
viejo sistema de los anuncios de uno nuevo.
Por ejemplo, el esquema del capítulo 2 predeciría que la declinación de la hegemonía
de los Estados Unidos de América sería seguida por un periodo de conflicto
intenso entre estados centrales, la expansión colonial en la periferia y el
surgimiento de un nuevo estado central hegemónico. Un número de nuevos rasgos
de desarrollo del sistema-mundo pueden modificar este escenario, no obstante.
La recolonización de la periferia por los estados centrales parece improbable.
Los sustitutos funcionales, en forma de diplomacia de cańoneras, intervención
encubierta y la disputa acerca de los “patios” o esferas imperiales de
influencia, pueden traer una similitud de los viejos imperios coloniales, pero
las diferencias son importantes. Los costos del imperio indudablemente han
aumentado en este mundo en que los estados periféricos se juntan para demandar
un “nuevo orden económico internacional”, aunque el éxito de esta solidaridad
periférica haya sido limitado. El surgimiento de un nuevo estado hegemónico, o
bloque de estados, en los próximos cuarenta ańos parece también improbable. Tan
probable es el surgimiento de alguna forma limitada de autoridad política
mundial que siga a un periodo de desorganización (o guerra) entre los actuales
estados centrales. La formación mundial de estados representaría un cambio
sistémico fundamental.
Con
las anteriores calificaciones al esquema cíclico en mente, permítasenos ahora
comparar el enfoque de sistema-mundo del desarrollo capitalista periodizante
con el enfoque de las “etapas del capitalismo” esbozado en la primera parte de
este capítulo.
Diferencias
Entre los Dos Tipos de Periodización
Hablando
ampliamente, el enfoque de ciclos mundiales enfatiza la continuidad de los
procesos capitalistas básicos en cada uno de los periodos, mientras que el
enfoque de las “etapas del capitalismo” enfatiza las diferencias de forma y
consecuencia.
El enfoque de Wallerstein implica que el capital de producción
(tanto el agrícola como el industrial) siempre ha sido la fuerza impulsora del
desarrollo, de modo que en cada época han ocurrido “revoluciones industriales”.
En el siglo dieciséis no fue el capital mercantil sino el capital de producción en la agricultura y las
manufacturas en los pueblos el que revolucionó las relaciones de clase, creó la
base para una productividad incrementada y un conjunto fortalecido de estados
en el centro. En el siglo diecisiete fue la ventaja reproductiva de Ámsterdam
en la industria del arenque, las lecherías y la construcción de buques la que
fue la base de su hegemonía, no solo del “comercio armado” mercantil
(Wallerstein, 1980: capítulo 2). Similarmente, la inversión en la periferia por
las grandes compańías contratistas, el establecimiento de plantaciones dotadas
con esclavos y la extensa exportación de capital de Ámsterdam a otros países
centrales así como a las áreas periféricas (Barbour, 1963) no pueden ser
entendidos bajo la rúbrica de “capital mercantil”.
El análisis de Sidney Mintz (1985) del lugar de la producción y
el consumo de azúcar en el desarrollo del sistema-mundo moderno describe a las
plantaciones de cańa en el Caribe como “factorías de campo”. Mintz (1985:
46-52) discute que estas empresas agrícolas, que combinaban la siembra con una
operación de procesamiento para producir sacarosa cristalizada, fueron una
importante y temprana instancia del sistema de factoría. El enjundioso examen de Mintz (1985: 59-61) de
la naturaleza capitalista del sistema de plantación califica en algún grado su
anterior discusión de que los esclavos productores de azúcar pueden ser
entendidos como proletarios (Mintz, 1977). Él enfatiza las conexiones
procesuales entre la esclavitud del Nuevo Mundo y el capitalismo de base
salarial que se estaba expandiendo en Inglaterra, pero también indica
importantes diferencias entre ambos. Estas diferencias se reconcilian con una
comprensión del capitalismo, una vez que empleamos las nociones de formas
central y periférica del capitalismo, necesariamente vinculadas entre sí.
Algunos autores han
discutido que el sistema de plantación de base esclavista era una forma de
capitalismo mercantil, planteo éste que aparentemente sería contradicho por el
hecho que las plantaciones involucraban la inversión directa de capital central
para producir mercancías. Para Marx el capitalismo mercantil era definido como
la compra de bienes que son revendidas con ganancia. La idea del capital mercantil
ha sido extendida más allá de su definición, especialmente por Fox-Genovese y
Genovese (1983). Ellos vinculan su idea del capital mercantil con la producción
esclavista y enfatizan la cosmovisión anti-capitalista de los poseedores de
esclavos como evidencia de que ellos no eran capitalistas. El trabajo anterior
de Genovese (1971, 1974) demuestra fascinantes vínculos entre la conciencia, la
ideología, la resistencia y las estructuras económicas, pero el planteo de que
los ideales aristocráticos de los poseedores de esclavos prueba que ellos no
fueran capitalistas iguala las posiciones ideológicas y estructurales con
demasiada simpleza. Las críticas por los dueńos de esclavos de los suburbios
industriales y del nexo estúpido con el dinero en efectivo del impersonal
sistema salarial (en contraste con su propia preocupación paternal por sus
esclavos) pueden más bien ser interpretadas como el fruto de la competencia
política entre dos grupos de capitalistas con intereses en conflicto. No sería
la última vez (ni tampoco la última) que un grupo de capitalistas con
inversiones enterradas en una cierta forma o escala de producción emplearan la
ideología del paternalismo (o del nacionalismo) contra un nuevo grupo
competidor.
La tendencia de los estados a interferir con el comercio,
regular la producción, el establecimiento de gremios y asociaciones que
intentaban proteger las posiciones de ciertos productores, no se ven como
características únicas del periodo de “mercantilismo”. Más bien estos intentos
de usar las organizaciones políticas para garantizar las ventajas de mercado se
entienden como momentos normalmente recurrentes del propio desarrollo
capitalista. Todo capital está ansioso por obtener la protección política de
sus propios mercados y recursos. Los argumentos a favor del comercio libre los
emplean aquellos que temen el control político de los demás. Bajo esta luz, es
como se hacen más evidentes las similitudes del “mercantilismo” con el
“capitalismo monopólico”. Esto es lo que plantea Braudel (1977: 95), pero él
argumenta que la creación de un mercado doméstico protegido solo llegó a ser
crucial en el siglo diecinueve. Previamente a esto, según Braudel, eran las
ciudades-estado más bien que los estados-naciones las que realizaban el rol de
potencias hegemónicas centrales. Podría ser
más bien que ciertos procesos crean una tasa bastante constante entre el
tamańo del mercado doméstico de la potencia hegemónica central y el tamańo
total del sistema. Así, las Provincias Unidas de Ámsterdam pueden ser
entendidas como intermedias entre el pequeńo territorio “nacional” de Venecia y
la Gran Bretańa de Londres. Y, por supuesto, el tamańo gigante del mercado
interno de los Estados Unidos de América se corresponde con la mayor extensión
y densidad del mercado mundial contemporáneo.
Algunos de los proponentes de la visión de “etapas del
capitalismo” de la periodización han propuesto el argumento de que la forma y
las consecuencias de la relación centro/periferia han cambiado de un periodo a
otro. El despojo fue seguido por el comercio y éste por las producción directa
para la exportación y luego el control corporativo transnacional de la
producción para el propio mercado periférico. Si bien está claro que las formas
de explotación del trabajo en la periferia han cambiado, el proceso básico
subyacente de “acumulación primaria” (en el sentido de control políticamente
coercitivo del trabajo) ha sido un rasgo reproducido de la relación
centro/periferia claramente hasta el presente.2
Es claro que la forma de acumulación primaria ha cambiado de
época en época y en algún sentido se ha hecho menos “primitiva” – o sea, más
próxima en forma al trabajo “libre” del centro. Así, el despojo directo del
tesoro y los esclavos fue reemplazado por el establecimiento de trabajo “cosechado por coerción” (la
esclavitud y la servidumbre capitalistas) – lo que fue más tarde reemplazado
por las economías comerciales coloniales en las que por el trabajo, o bien se
pagaba un salario por debajo de la subsistencia, o los pequeńos productores de
mercancías eran explotados mediante un intercambio desigual de mercado
políticamente controlado. Las formas neo-coloniales de explotación del trabajo
están indudablemente más próximas en la forma al trabajo “libre” del centro,
pero son aún más determinadas por la coerción política directa.
Giovanni Arrighi (1978) plantea que las diferentes formas de
relaciones centro/periferia son usadas en todos los tiempos, con peso variable
que depende del periodo y de la situación histórica de la potencia central
particular. El más probable es el caso de que la penetración “económica” de la
periferia por los mercaderes, los colonizadores y la inversión directa sea más
prevaleciente durante los periodos de crecimiento rápido en la economía-mundo,
mientras las formas más coercitivas de penetración (el colonialismo formal, el
comercio monopólico y el trabajo forzado) son empleados más frecuentemente
cuando la economía-mundo está en contracción y los productores en competencia
confían más en el poder del estado para proteger o extender su porción de
plusvalía mundial.
Puede ser cierto que la brecha entre el grado de coerción de
trabajo central versus periférico se haya estrechado, pero con toda certeza no
se ha eliminado. Lo que queda claro desde una perspectiva de largo plazo es que
la forma jurídica de control del trabajo, sea o no el trabajo pagado
formalmente como un salario, no es la única determinante de la naturaleza
mercantil del trabajo. Tampoco es la única dimensión de la jerarquía
centro/periferia. Aún si la economía-mundo entera estuviera compuesta de
capitalistas y trabajadores asalariados, el sistema interestatal tendería a
reproducir la jerarquía centro/periferia. El tamańo de la brecha relativa entre
los ingresos de los trabajadores centrales y los periféricos se ha incrementado
grandemente en el largo plazo, mientras los niveles absolutos de vida se han
elevado, aunque sea de manera dispareja, en la periferia. Así, la pauperización
ha tendido a ser relativa más bien que absoluta (ver capítulo 12), mientras la
explotación (en el sentido Marxista formal) ha aumentado en todas partes.
La perspectiva wallersteiniana de sistemas-mundo implica que
siempre ha habido un diferencial salarial centro/periferia, en contra de los
argumentos de Emmanuel, Amin y Mandel, de que éste se desarrolló solamente en
el siglo diecinueve tardío. Este diferencial ciertamente ha aumentado con la
operación a largo plazo del sistema, pero los trabajadores y estratos medios
del centro siempre han tenido ventajas políticas así como una involucración en tipos
de producción más lucrativos y más calificados y estos factores dieron como
resultado ingresos promedio más altos para los trabajadores del centro desde el
siglo dieciséis en adelante. Este problema se considera ulteriormente en el
capítulo 10.
Brenner (1977) ha hecho una importante crítica del planteo de
Wallerstein de que la “segunda servidumbre” en Europa del Este fue una
respuesta capitalista a las oportunidades de mercado creadas por la división
del trabajo que surgió entre el centro y la periferia en el largo siglo
dieciséis. Brenner plantea que el sistema en el que los siervos estaban
legalmente vinculados al trabajo en el lote del terrateniente no permitía
aumentos en la productividad mediante el uso de técnicas nuevas. Así, él
reivindica que no era capitalista. Por supuesto que es cierto que el trabajo
forzado por coerción es algo incompatible con los procesos de producción
intensivos en capital. Pero difícilmente fuera esta la cuestión para los
terratenientes polacos que deseaban producir algo para intercambiarlo por
productos de Europa Occidental. Su posición de clase les daba una ventaja
política que hacía que el uso de la coerción fuera racional desde del punto de
vista de sus propias ganancias.
Contrario a lo que implica Brenner, Wallerstein no ha dicho
nunca que el trabajo forzado por coerción es la forma más eficiente o
productiva desde el punto de vista del sistema completo. El trabajo del siervo,
aunque no es muy productivo, fue parcialmente mercantilizado en el sentido en
que fue sometido a explotación para el propósito de la producción lucrativa de
mercancías y sus “precios” (los costos de la coerción política) influyeron en
los costos de producción y en la lucratividad de la operación. Brenner
reivindica que la naturaleza jurídica de la servidumbre le evitaba responder a
las fuerzas del mercado, pero la servidumbre de los campesinos polacos en el
siglo dieciséis fue llevada hacia adelante en respuesta a la demanda de grano
de Europa Occidental. Y la explotación coercitiva de los siervos europeos
occidentales en el siglo diecisiete fue una respuesta a los precios mundiales
declinantes del trigo (Wallerstein, 1980a: 129-44).
Otro punto de disputa entre los dos tipos de periodización es si
las consecuencias de la
penetración del centro a la periferia han cambiado o no con las
reorganizaciones del capital dominante y las relaciones centro/periferia. Como
se declaró anteriormente, Kay (1975) y otros (Warren, 1980; Szymanski, 1981)
han planteado que la inversión transnacional contemporánea en los países
periféricos crea la posibilidad para un desarrollo económico capitalista
autónomo en estos países. Por otro lado, muchos teóricos de la dependencia han
planteado que la consecuencia de la inversión transnacional es continuar
subdesarrollando a los países periféricos en relación con los demás países
periféricos que son menos dependientes de la inversión extranjera. La
investigación comparativa entre naciones sobre el periodo de postguerra de la
2Ş Guerra Mundial revela que los países que tienen mayores niveles de
penetración por el capital extranjero crecen más lentamente (manteniéndose lo
demás igual) que los países con niveles más bajos de penetración corporativa
transnacional (Bornschier y Chase-Dunn, 1985). Adicionalmente, se ha demostrado
que, en contra del argumento de Szymanski, es la inversión transnacional en
la manufactura la que tiene mayores efectos negativos en el crecimiento
económico nacional agregado. Estos estudios revelan que los flujos de entrada
de la inversión de capital extranjero tienen efectos positivos sobre el
crecimiento del PNB, pero consecuencias negativas de largo plazo ya que los
efectos de las distorsiones estructurales y la repatriación de ganancias se
extienden a la economía nacional como un todo. La implicación de estos
hallazgos es que el capital central continúa teniendo el efecto de recrear la
brecha entre el centro y la periferia. Los cambios en la forma y estructura de
las relaciones centro/periferia que han ocurrido en el siglo veinte no han
operado para eliminar el desarrollo del subdesarrollo.
Pudiera ser el caso que, al igual que es conocido que los
términos de comercio entre el centro y la periferia se alternan cíclicamente a
favor de, o contra la periferia (Barrat-Brown, 1974), la brecha salarial
también exhiba un incremento tanto cíclico como secular. Si esto es cierto, el
aumento notado por Mandel (1975) y Amin (1975) en los ańos de 1880 puede haber
sido parte de un desplazamiento cíclico más bien que una tendencia
completamente nueva en las relaciones centro/periferia como ellos alegan. De
las investigaciones sobre las tendencia recientes en el diferencial salaria
centro/periferia se informa en el capítulo 12.
Una explicación del desarrollo disparejo es el efecto que tiene
la lucha de clases sobre la concentración de capital en un área particular. La
acumulación exitosa usualmente está acompańada por la elevación de salarios,
debida a la demanda de trabajo calificado, el agotamiento del ejército de
reserva de los desempleados y el crecimiento de los sindicatos, que le permite
a los trabajadores influir en el acceso a los empleos y en el nivel de
salarios. Este proceso de lucha de clases causa eventualmente que el capital
fluya a áreas en las que el trabajo es más barato, para obtener una ventaja
competitiva. Esto es parte de la explicación del flujo de capital a la
periferia. Pero el continuado abaratamiento de las entradas de capital
constante por el desarrollo tecnológico también puede causar que el trabajo
barato en la periferia pierda su ventaja competitiva. Así, como indica Mandel,
la producción agrícola intensiva en capital dentro de los países centrales en
el siglo veinte ha reemplazado a mucha de la producción agrícola periférica
intensiva en trabajo. Este proceso de “vaivén” del desarrollo disparejo, la
concentración alternante y la extensión de las técnicas y la inversión de la
producción capitalista, crea un ciclo en el que la brecha entre los salarios
centrales y los salarios periféricos pueden hacerse alternativamente mayores o
menores. Aunque la brecha definitivamente ha aumentado en los cien últimos ańos
(capítulo 12), falta por demostrarse empíricamente si esta tendencia contiene o
no un ciclo.
Al examinar las diferencias entre el siglo veinte y épocas
anteriores, es importante distinguir lo que es superficialmente diferente de lo
que revela una crisis fundamental del capitalismo. Una razón para considerar
cuidadosamente el problema de la periodización dentro del modo
capitalista de producción es que podamos ser capaces de distinguir aquellas
nuevas formas que reproducen el capitalismo, de las otras que podrían
transformarlo. La mera escala de los fenómenos en el siglo veinte, la tasa de
cambio, el tamańo de las organizaciones, la naturaleza global de la producción
y el consumo, se suelen ver como diferencias cualitativas respecto a épocas
anteriores. El enfoque de ciclos mundiales enfatiza la continuidad con las
épocas anteriores en términos de los procesos subyacentes que funcionan, pero
también nos alerta sobre aquellos rasgos clave que deben ser vigilados para
detectar signos de transformación estructural.
El examen del crecimiento del poder monopólico y oligopólico o
del surgimiento de una nueva etapa de “capitalismo monopolista”, a menudo asume
que el uso de las distorsiones de precios políticamente organizadas alteran las
reglas subyacentes del desarrollo capitalista. Sobre esta base, algunos
marxistas han planteado que el volumen 1 de El Capital de Marx ya no es
relevante para el análisis del desarrollo, porque asume precios de equilibrio y
competencia entre capitales. En el capítulo 4 yo planteo que no es éste el
caso. La economía-mundo sigue siendo una arena muy competitiva en la que no hay
monopolios de largo plazo. La tasa de ganancia que se iguala en el largo
plazo es la tasa de ganancia “adicional”, que incluye las ganancias debidas al
ejercicio del poder monopolista. Bajo esta luz, El Capital, con algunas
revisiones (la adición del sistema interestatal y la lucha de clases) sigue
siendo relevante para entender el desarrollo capitalista contemporáneo.
También, en el siglo veinte tenemos el “capitalismo de estado”,
en el que los propios estados actúan como firmas que están compitiendo en el
mercado mundial. Aquí el uso de la movilización política, de la coerción y de
la ventaja productiva se combinan de una manera muy directa. Este, no obstante,
no es un rasgo completamente nuevo. El poder político siempre ha sido
usado para distorsionar los procesos de mercado a favor de ciertos grupos. Lo
que sigue siendo el caso en esta época es que no hay ninguna autoridad política
general que pueda controlar la arena completa de la competencia económica, de
manera que el proceso de acumulación capitalista continúa. Miremos ahora más en
detalle al periodo desde la 2Ş Guerra Mundial.
Capítulo 4: El Sistema-Mundo Desde 1945: żQué Ha
Cambiado?
Para
responder completamente la pregunta hecha en el título de este capítulo,
necesitaríamos una formulación clara de la lógica estructural profunda de la
economía-mundo capitalista y una manera de determinar el grado en que los
nuevos desarrollos han alterado esta lógica. El nivel de especificación
obtenido respecto a la naturaleza del modo capitalista de producción en el
capítulo 1 es algo crudo. Sin embargo, podemos emplearlo y el esquema
presentado en el capítulo 2 para hacer algunas conjeturas acerca del grado de
cambio. Es de interés en un ejercicio tal el problema de cuándo el cambio
cuantitativo se convierte en cambio cualitativo.
żUna
Nueva Etapa del Capitalismo?
Varios
analistas reciente reivindican que el capitalismo ha entrado en una nueva etapa
desde la 2Ş Guerra Mundial. Este planteo utiliza la noción de que el
capitalismo pasa a través de etapas que difieren entre sí de maneras
sistémicamente importantes.1 En el capítulo 3 he planteado que una
teoría de ciclos y tendencias puede responder de la mayoría de los cambios en
las épocas que se reivindican como etapas del capitalismo. Aquí quiero enfocar
los cambios que se alega que han ocurrido desde la 2Ş Guerra Mundial o que
están ocurriendo ahora.
Albert Szymanski (1981: 95) sostiene que ocurrió una transición
del “imperialismo capitalista monopolista temprano” al “imperialismo
capitalista monopolista tardío” alrededor de 1960. John Borrego (1982) habla de
la reciente transición de la acumulación capitalista nacional a la
meta-nacional. Robert Ross y Kent Trachte (próximamente) hablan de la
transición del capitalismo monopolista al capitalismo global.
Las observaciones sustantivas en las que se basan las
reivindicaciones de una transición cualitativa difieren entre los diferentes
autores. Szymanski plantea que la etapa más reciente se basa en la
descolonización y la industrialización de la periferia. Borrego y Ross y
Trachte enfocan la importancia incrementada de las firmas que operan
globalmente. Debajo se analizarán estos planteos y otros más.
Este examen de las varias reivindicaciones acerca del cambio
cualitativo se organizará en los siguientes tópicos:
1 la transnacionalización del capital;
2 las rentas tecnológicas;
3 la nueva división internacional del trabajo;
4 las clases mundiales y la formación mundial de estados; y
5
un sistema-mundo socialista.
La
Transnacionalización del Capital
Algunos
científicos sociales, al acabar de percibir la realidad de la economía-mundo,
han asumido que su importancia como una lógica sistemática que tiene los
mayores efectos en el desarrollo de subunidades es de origen muy reciente (p.
ej., Michalet, 1976) o que solo recientemente se ha convertido en transnacional2
(Hymer, 1979). Estas reivindicaciones pueden ser descompuestas en sus
argumentos constituyentes, que involucran la lógica de las decisiones de
inversión, la monopolización, los efectos sobre los estados y los efectos en
los precios y el valor. Debajo se examinarán los argumentos acerca de los
efectos sobre el crecimiento y la reorganización de las firmas transnacionales
en los países periféricos, en la sección sobre la “nueva división internacional
del trabajo”.
Es innegable que las firmas transnacionales han crecido en
tamańo e importancia desde 1945. Su expansión y operaciones en países
particulares han sido objeto de muchos estudios excelentes (Biersteker, 1978;
Evans, 1979; Gereffi, 1983; Bennet y Sharpe, 1985) así como varios aspectos de
las instituciones económicas y políticas dentro de los países centrales, que
han afectado el crecimiento de la inversión transnacinal (Karsner, 1978;
Hawley, 1983; Lipson, 1985). Algunos analistas presentan el hecho de este
crecimiento como evidencia de que la lógica del sistema-mundo debe haber
cambiado. Esta conexión necesita ser examinada.
Las grandes compańías de contratación fueron las primeras
corporaciones transnacionales, que se comprometieron tanto en el capitalismo
mercantil (comprando barato y vendiendo caro) como en el capitalismo productivo
(en la organización directa de la producción de mercancías). Ellas eran
compańías de acciones conjuntas a las que se le asignaron derechos monopólicos
y protección político-militar por los estados centrales individuales a los que
estaban vinculadas. Estos “monopolios”, no obstante, eran usualmente
incompletos y de corta vida, porque la competencia entre las compańías
contratistas de diferentes estados centrales era rampante.
Algunos autores han alegado que las corporaciones
transnacionales contemporáneas está controladas por grupos internacionales de
capitalistas no alineados con ningún estado central particular (p. ej., M.
Dixon, 1982). En términos de la propiedad de las acciones, se ha demostrado que
casi todas las firmas transnacionales modernas son, de hecho, propiedad y están
bajo el control de capitalistas de un solo estado central (Mandel, 1975). De
todas maneras, hay alguna co-participación en la propiedad que atraviesa las
fronteras nacionales. Este rasgo, sin embargo, no es nuevo. Barbour (1963)
informa que los mercaderes insatisfechos del siglo diecisiete de Ámsterdam,
incapaces de obtener participación en la Compańía Holandesa de la India
Oriental, fueron instrumentales en la formación de la Compańía Inglesa de la
India Oriental.
El hecho de que algún capital era transnacional en el siglo
diecinueve no contradice el planteo de que ahora sea más transnacional. La
pregunta es, żqué importa eso para la lógica de las decisiones inversionistas y
la acumulación del capital? Las grandes compańías contratistas, junto con las
plantaciones y minas periféricas, eran operadas primariamente según la lógica
del capital productivo más bien que meramente capital mercantil (Barr, 1981).
Pero indudablemente el caso es que la organización directa de la producción por
el capital se ha hecho mucho más fuertemente establecida desde el siglo
diecisiete. El capital mercantil, comprando productos de productores
independientes, ha sido crecientemente reemplazado por capital productivo que
controla directamente la producción de mercancías. Los costos de transporte y
comunicaciones han declinado en forma geométrica, facilitando la expansión de
la extensión espacial de las estrategias de inversión. Así, la economía-mundo
está más integrada por decisiones inversionistas globales y por la búsqueda de
fuentes internacionales que nunca antes. Pero, żconstituye esto un cambio de
lógica o meramente un cambio de escala?
El esquema que se presenta en el capítulo 2 responde bastante
bien de la mayoría de los cambios recientes, especialmente al designar las
tendencias hacia la transnacionalización, la intensidad en capital y el tamańo
creciente de las firmas. Podría, no obstante, plantearse que estas tendencias
cuantitativas han conducido a cambios cualitativos en la naturaleza del juego.
Una consecuencia innegable de la creciente integración de la
economía-mundo por las corporaciones transnacionales y el desplazamiento que la
aleja del capitalismo mercantil es el incremento de la sistemicidad del
sistema. El capitalismo mercantil comercia con mercancías entre regiones que no
se han llegado a integrar plenamente como sistemas de producción. Mark (1967b)
describe como el capital mercantil eventualmente crea “trabajo abstracto” al
someter especies cualitativamente diferentes de producción a un estándar
equivalente – el “tiempo de trabajo socialmente necesario”. Los sistemas no
integrados tienen estructuras de precios que varían según su carácter único
social y estructural, las diferencias de dotación natural y las técnicas de
producción.
El capital mercantil mueve bienes desde áreas donde son baratas
a áreas donde son caras, en el
“intercambio de desiguales” (Amin, 1980a). Pero la consecuencia de largo plazo
de tales intercambios es alterar la asignación de tiempo de trabajo en ambas áreas,
de manera que se muevan hacia la formación de un solo sistema equilibrado en
términos de la asignación “eficiente” de trabajo y demás recursos escasos.
Ningún sistema de mercado está jamás en equilibrio perfecto en
el sentido anterior y realmente una cierta desigualdad de los valores del trabajo
es parte de la naturaleza institucional de la economía-mundo capitalista – el
intercambio desigual entre el centro y la periferia (Emmanuel, 1972). La
consecuencia de largo plazo de la acción de intercambio de mercado es producir
un solo conjunto interaccional de precios que reflejen la racionalidad
competitiva de un sistema de mercado. La mayoría de las barreras estructurales
restantes a la igualación de salarios y otros precios son generadas por la
estructura del propio capitalismo. Generalmente no son “remanentes” del pasado,
sino que ellas mismas son producidas por la competencia y el conflicto entre
clases y estados en el contexto del modo capitalista de producción.
Las tendencias hacia la transnacionalización del capital, la
integración ulterior de la economía-mundo y la creciente importancia de las
decisiones de producción en una escala global, reducen la importancia de los
remanentes de sistemas pre-capitalistas. El modo capitalista de producción se
hizo dominante en la economía-mundo europea del largo siglo dieciséis, pero
siguió interactuando con los modos pre-capitalistas de producción que
continuaron teniendo alguna influencia en el desarrollo histórico del sistema.
Al expandirse, éste incorporó a otros sistemas socio-económicos a sí mismo y
estos también han dejado algunos remanentes institucionales que han influido
las configuraciones particulares de desarrollo en diferentes áreas (Wolf, 1982;
Nolan y Lenski, 1985). Algunos aspectos institucionales de estos modos
pre-capitalistas de producción indudablemente quedan, pero su importancia
ciertamente ha disminuido con la creciente integración del sistema.
Algunos analistas han planteado que la creciente importancia de
las corporaciones transnacionales ha alterado la lógica del capitalismo hacia
un sistema más competitivo, más monopólico y más monolítico. Es cierto que un
componente grande y creciente del comercio internacional está compuesto por las
tansferencias intra-firmas. El efecto de esto, se plantea, es la disminución de
la cantidad total de competencia en el sistema.
Este planteo es análogo al examen de la transición del
capitalismo competitivo al monopólico (ver capítulo 3). Se alega que hubo una
vez una etapa del capitalismo en la que el estado no interfería en las
decisiones de producción ni en los mercados, sino que meramente aportaba apoyo
institucional para la operación de mercados libres de tierra, trabajo y
capital. Las firmas eran pequeńas, los costos de arrancada era bajos y así el
sistema competitivo de mercado forzaba a las firmas a producir lo más barato
posible y a vender sus productos a los precios más bajos posibles.
Se alega que esta versión describe a la Bretańa de finales del
siglo dieciocho y del siglo diecinueve temprano. De hecho describe ciertos
sectores de la economía británica que se han idealizado en el mito económico.
Es cierto que el capitalismo es un sistema dinámico que siempre ha tenido un
“sector competitivo” de alto riesgo, de empresarios de pequeńa escala y que en
ciertos periodos en ciertos países, algo que se aproxima al modelo del mercado
libre ha operado realmente.
Una vez que enfocamos la economía-mundo más bien que las
economías nacionales, se esclarece un número de cosas. Primero, la mayoría de los estados han
intentado la mayoría del tiempo de influir las fuerzas de producción y de
mercado a favor de algún grupo de
capitalistas. El estado de laissez-faire es meramente un caso especial,
en el que un conjunto de capitalistas comparativamente aventajados ha tenido
éxito en reducir el favoritismo político anteriormente ofrecido a otro
conjunto. Segundo, aunque los monopolios están garantizados por los estados y
puestos en vigor dentro de las municipalidades y por otras organizaciones
políticas, carteles, gremios, sindicatos, etc., no hay monopolios de largo
plazo en la economía-mundo capitalista. Las organizaciones políticas que
garantizan a los monopolios están ellas mismas en competencia entre sí y como
ninguna puede realmente escapar la interacción en la arena mayor durante mucho
tiempo, las propias medidas proteccionistas y derechos monopólicos están
sometidos a una lógica de competencia.
Estas observaciones no son menos ciertas en los ańos de 1980 de
lo que lo fueron en siglos previos, excepto que el tamańo de las firmas mayores
ha aumentado en relación con el tamańo de los estados. Es este último
desarrollo el que ha causado que algunos autores planteen que el capitalismo
competitivo se ha transformado en capitalismo monopólico.
El establecimiento de precios monopólicos le permite a las
firmas pasar los costos a aquellos consumidores sobre los cuales tienen alguna
influencia política directa o indirecta. Si el sistema-mundo tuviera un solo
aparato estatal general, los monopolios verdaderos y completos podrían
mantenerse. Pero en una economía-mundo con un sistema interestatal competitivo,
los monopolios son parciales y temporales.
A nivel global no hay industrias que puedan ser descritas como
no competitivas, a pesar del crecimiento de las firmas transnacionales. La
reciente acumulación de acero, automóviles, petróleo, barcos y otras mercancías
mundiales nos recuerda la continuada “anarquía de las decisiones de producción”
que siempre ha sido un rasgo del capitalismo (Strange y Tooze, 1981). Ross y
Trachte (próximamente) plantean lo opuesto: que el surgimiento del capitalismo
global incrementa la competitividad del sistema al no garantizarse más
porciones de mercado dentro de las fronteras nacionales. El mercado relevante
para las industrias centrales de punta ha sido siempre el mercado mundial (los
mercados tanto nacional como internacional).
El auge del oligopolio centro de los mercados nacionales
capacitó a las firmas centrales a competir en términos de desarrollo de
productos en lugar de por competencia en precios dentro de sus “propios” mercados nacionales,
mientras los mercados internacionales han sido y continúan siendo más
competitivos en precios. El ciclo de productos, en el que se desarrollan nuevos
productos en los países centrales y los productos más viejos se mueven para una competencia de segunda instancia en
a países semiperiféricos, no es nuevo. Las empresas conjuntas entre las firmas
de automóviles y electrónicas japoneses y norteamericanas pueden ser algo
nuevas, pero no constituyen un oligopolio a nivel global.
Ross y Trachte también reivindican que la fuga de capital ha
asumido nueva significación como una palanca clave de dominación en la relación
entre capital y trabajo. Es claramente cierto que la escala espacial de
localización de la producción se ha expandido más allá de la capacidad
organizacional de los sindicatos contemporáneos, pero esto también ocurrió en
el siglo diecinueve tardío y en el veinte temprano al salir la producción
textil de Nueva Inglaterra a los estados del Sur de los EUA. Un sindicalismo
realmente internacional podría una vez más capacitar a los trabajadores para
combatir la capacidad del capital de utilizar el chantaje del empleo, aunque
hay pocas seńales visibles de una nueva ola de internacionalismo sindical.
Varios analistas han sugerido que la importancia incrementada de
las corporaciones transnacionales ha disminuido el poder de los
estados-naciones. Raymond Vernon declaró esta tesis muy fuertemente en su La
Soberanía a Raya (1971). Una versión modificada ha sido examinada por
Marlene Dixon (1982) en su ensayo sobre el “poder dual”. Está claro el caso de
que las corporaciones transnacionales han aumentado su poder vis-ŕ-vis
los estados periféricos pequeńos. Y simplemente como una función de su tamańo,
las firmas mayores pueden haber aumentado su influencia también sobre los
estados centrales. Debería recordarse, no obstante, que también los estados han
aumentado sus poderes. La cuestión es si la relación cambiante entre el tamańo
de las firmas y el poder de los estados ha alterado o no la lógica del juego.
Anteriormente se indicó que, en contra del planteo de algunos
autores, la mayoría de las firmas mayores del mundo continúan estando
primariamente controladas por capitalistas de uno y otro de los estados
centrales. Así, no hay firmas verdaderamente multinacionales desde el punto de
vista de la propiedad. Entre las 50 mayores firmas transnacionales del mundo,
solamente Unilever y Royal Dutch Shell podrían ser consideradas “binacionales”
en términos de propiedad (Bergesen y Sahoo, 1985). El grado en que estas firmas
pueden constituir una burguesía mundial integrada, se examina más adelante, en
la sección sobre formación mundial de clases. Aquí deseo abordar la relación
entre firmas y estados.
Es obvio que las firmas transnacionales no controlan sus propios
ejércitos ni que tienen poderes de imposición de impuestos. La distinción usual
entre firmas “privadas” y organizaciones públicas se hace muy problemática
cuando consideramos el caso del capitalismo de estado. Pero, aún considerando
el crecimiento del control estatal directo de l a producción, queda una
importante diferenciación entre las fuentes económicas y políticas de poder en
la economía-mundo capitalista.
Las firmas continúan apoyándose en los estados para la provisión
de “orden”. Frederic Lane (1979) ha analizado esta interacción en términos de
la noción de “renta de protección” y el estado mejor (desde el punto de vista
capitalista) es aquel que provee las condiciones sociales para obtener
beneficios al costo.
Las corporaciones transnacionales tienen intereses
contradicciones vis-ŕ-vis los estados. Por una parte ellas necesitan un orden
mundial, no meramente el orden dentro de las fronteras nacionales y esto
requiere un conjunto bastante estable de
alianzas entre los estados centrales más fuertes. Por otra parte, ellas hacen
grandes ganancias por su capacidad para oponer unos estados contra otros. Los
estados compiten en ofrecer los mejores tratos para atraer las inversiones de
capital de los transnacionales. Y los transnacionales desean mantener la
maniobrabilidad que garantiza el estado multiestatal.
Sin embargo, el poder de las firmas transnacionales no debe ser
sobreestimado. Su dependencia de los estados individuales es todavía muy
grande. Ellas no pueden suprimir huelgas, desafíos políticos ni nacionalizaciones,
sin ser capaces de movilizar las fuerzas de policía y los ejércitos controlados
por los estados, de manera que deben mantener la influencia y el control sobre
los estados. Esto no puede hacerse solamente por la amenaza de la fuga de
capital. Debe ser hecho también apoyando a políticos amigos, pagando impuestos
y demostrando “buena ciudadanía” mostrada por campańas de asuntos públicos y
actividades “sociales”. Esto es lo más cierto en cuanto a sus relaciones con
los estados centrales, por supuesto. Pero aún en los estados periféricos ellos
deben cooptar algún apoyo, aún si esto signifique solamente sobornar algunos
generales.
La tesis de la “soberanía a raya” cuando fue más creíble fue
cuando fue lanzada en los ańos de 1960. En aquel tiempo la economía mundial
todavía estaba creciendo. El estancamiento todavía no había levantado la
bandera del proteccionismo y el uso del poder político para mantener el acceso
a los mercados y a las oportunidades de hacer ganancias. Cuando el pastel se
está encogiendo, el sistema-mundo se vuelve hacia un sistema mucho más
estado-céntrico, que aporta la base para interpretaciones neomercantilistas
“realistas” (p. ej., Krauser, 1978). La tesis de M. Dixon (1982) del poder dual
es correcta. El complicado juego de la competencia en la economía-mundo
capitalista es una combinación de producción lucrativa de mercancías con el uso
eficiente del poder geopolítico. Pero éste no es un desarrollo nuevo. Más bien
en los ańos recientes hemos experimentado un desplazamiento que ha ocurrido
muchas veces antes, de la obtención de ganancias capitalistas en un mercado en
expansión a la competencia geopolítica igualmente capitalista, que involucra al
mercantilismo, la austeridad y la amenaza de guerra mundial.
El
“financiamiento creativo” y la calidad de casino de las transacciones
financieras internacionales (Strange, 1986) ciertamente se han hecho más
sobresalientes en el periodo actual en parte por el salto geométrico en el
tiempo de retorno del capital financiero, que se asocia con comunicaciones más
rápidas y la ulterior transnacionalización del capital y la mercancía y los
mercados de dinero. Pero fue en los ańos de 1920 que Hilferding (1981) proclamó
por primera vez que el capital financiero había creado una nueva etapa del
capitalismo porque los bancos habían tomado el control de la producción
capitalista. La lucha entre el capital monetario y el capital de producción ha
ido y venido adelante y hacia atrás durante siglos. La cualidad aparentemente
mágica del dinero simpático siempre eventualmente ha regresado a alguna
relación más estable para el uso de valores y yo espero que el actual periodo
salvaje conducirá a un periodo de “desvalorización” de un modo u otro.
Las
Rentas Tecnológicas
Mandel
(1975) y Habermas (1970) plantean que el capitalismo posterior a la 2Ş Guerra
Mundial es diferente en modos importantes porque las más grandes firmas
compiten entre sí por las rentas tecnológicas derivadas de la aplicación de la
ciencia y la ingeniería a la producción. Más bien que competir por los mercados
para el mismo producto recortando costos y precios, las firmas mayores compiten
desarrollando nuevos productos. Una versión de este argumento ha sido usada por
Arrighi (1982) en su descripción de las importantes diferencias entre las
últimas décadas y los periodos anteriores del desarrollo del sistema-mundo.
Arrighi plantea que el énfasis en la competencia mediante la ingeniería de
nuevos productos es la explicación principal de la “estanflación”, la
supuestamente peculiar combinación de crecimiento económico más lento y más
alto desempleo, con inflación en los precios. El carácter único de la
estanflación está en alguna duda, no obstante. Goldstein (1986) plantea que
siempre ha habido un retraso entre el ciclo largo de producción y el ciclo largo
de los precios. Esto implicaría un intervalo “normal” de estanflación dentro de
la onda K (ver Goldstein, 1988: capítulo 10).
Arrighi
sin embargo puede tener razón en que la operación de las tendencias hacia el
tamańo mayor de las firmas, la transnacionalización y la competencia mediante
la diferenciación de productos han hecho de la estanflación un rasgo muy
sobresaliente de la más reciente caída.
La Nueva
División Internacional del Trabajo
Se
han ofrecido varias versiones de la “tesis de la nueva división internacional
del trabajo”. La versión más extrema de la tesis reivindica que la división
territorial centro/periferia del trabajo ha sido eliminada, teniendo lugar
globalmente la acumulación capitalista meta-nacional, independientemente de la
localización territorial. Otra versión sostiene que el capitalismo periférico
(basado en la acumulación “primaria” usando trabajo forzado por coerción, para
producir entradas de materias primas baratas, intensivas en trabajo) ha sido
eliminado como consecuencia de la industrialización de los países periféricos.
Otra versión más enfatiza la autonomía política de antiguas áreas periféricas
después de la descolonización y la decadencia de los imperios coloniales.
Examinaremos estos argumentos por turno.
Primero describamos la jerarquía centro/periferia como ha sido
conceptualizada en la perspectiva de sistemas-mundo. La base analítica
subyacente de esta jerarquía territorial es la distinción entre producción
central y producción periférica. Las producción central es relativamente
intensiva en capital y emplea trabajo calificado, de altos salarios; la
producción periférica es intensiva en trabajo y emplea trabajo barato,
frecuentemente forzado por coerción. En las áreas centrales hay un predominio
de producción central y la condición contraria es la que existe en las áreas
periféricas. Esto significa que puede haber aguas muertas de producción
periférica dentro de los estados centrales. Wallerstein define los estados
semiperiféricos como áreas que contienen una mezcla relativamente de partes
iguales de tipos central y periférico de producción.
Uno de los rasgos estructurales principales que reproduce esta
jerarquía territorial es el ejercicio del poder político-miliatar por los
estados centrales. No es simplemente un asunto de diferencias originales entre
áreas en términos de niveles salariales y de estándares “históricos” de vida,
como implica Emmanuel (1972). El diferencial de salarios entre trabajadores
centrales y periféricos es un rasgo dinámico y reproducido del sistema. Los
estados centrales (las organizaciones políticas más poderosas en el sistema)
son inducidos a proveer alguna protección para los salarios de sus ciudadanos,
sí como beneficios suplementarios que componen el salario social. El
diferencial salarial centro/periferia es mayor que el que sería debido a
diferencias en la productividad sola y este diferencial es mantenido por
restricciones a la migración internacional del trabajo de la periferia al
centro. Las grandes diferencias en intensidad en capital entre el centro y la
periferia también responden por una buena porción del diferencial de salarios.
Esta división territorial del trabajo no es estática. Se ha
expandido junto con la expansión del sistema completo y ha habido alguna
movilidad hacia arriba y hacia abajo dentro de la estructura. El sistema
completo se mueve hacia una mayor intensidad en capital, de modo que los
procesos de producción que eran actividades centrales en el pasado han llegado
a ser actividades periféricas en un momento posterior. La división
internacional del trabajo ha sido reorganizada varias veces antes en la
historia de la economía-mundo capitalista (Walton, 1985). El despojo original
por los estados centrales de las arenas externas (acumulación extremadamente
primitiva) fue reemplazado por la producción de materias primas utilizando
trabajo forzado por coerción. Las inversiones centrales en plantaciones y minas
fueron seguidas por inversiones en utilidades, comunicaciones e infraestructura
de transporte. Al irse desarrollando los mercados domésticos en la periferia,
el capital local y central se apoderó de oportunidades provechosas en la
manufactura y en la fase más reciente, la producción industrial para la
exportación ha surgido en la periferia. Mediante estas reorganizaciones, la
economía-mundo completa ha desarrollado una producción más intensiva en
capital, pero la brecha entre el centro y la periferia ha sido reproducida.
Ulrich Pfister y Christian Suter (1987) han demostrado que, a
pesar de las formas particulares de reorganización que experimenta la jerarquía
centro/periferia, hay ciclos recurrentes en la relación centro/periferia
también. El estudio de ellos y otro estudio de Suter (1987), demuestran la
existencia de ondas de exportación de capital desde el centro hacia la
periferia seguidas por periodos de crisis de la deuda de impagos por deudores
periféricos. La experiencia de los ańos 1970 y 1980 es similar en muchas
maneras a tres periodos anteriores de crisis masiva de la deuda que han
ocurrido en la economía mundial desde 1800.
La jerarquía centro/periferia ha sido reforzada por una
distribución desigual del poder político-militar entre los estados centrales y
las áreas periféricas. Históricamente esto fue organizado como un sistema de
imperios coloniales en los que los estados centrales ejercían el dominio
político directo sobre las áreas periféricas. Chirot (1977: mapa 2) y Szymanski
(1981) han planteado que la casi completa descolonización de la periferia ha
reducido el diferencial de poder entre los estados centrales y los periféricos.
En contra de la mayoría de los exámenes del neo-colonialismo, Chirot reivindica
que la soberanía formal ha eliminado a la periferia y que Asia, África y
América Latina pueden ser categorizadas ahora como semiperiféricas.3
La reivindicación de Chirot de que la descolonización ha creado
un sistema-mundo sin periferia es indudablemente un error. żEra entonces
América Latina semiperiférica inmediatamente que alcanzó la independencia de
Espańa a principios del siglo diecinueve? żSon Haití, Bangla Desh, o Chad
posiblemente semiperiféricos ahora? Pero el planteo subyacente de que el
diferencial de poder centro/periferia puede haber disminuido no debería ser
fácilmente descartado. El fenómeno de la OPEC, la Conferencia de Países
No-Alineados y el pesado apoyo de las Naciones Unidas a un Nuevo Orden
Económico Internacional pueden indicar alguna verdad en la hipótesis de una
reducción en la magnitud del diferencial de poder centro/periferia.
Está claro que algunos países anteriormente periféricos se han
hecho semiperiféricos y que los Estados Unidos de América han perdido algo de
su antigua hegemonía. Pero los estados centrales como un todo pueden haber
ganado poder adicional al mismo tiempo que los estados periféricos han
alcanzado la soberanía formal. Solo una investigación empírica cuidadosamente
operacionalizada sobre los cambios en el tiempo en la distribución global de
capacidades de poder militar, de acceso estatal a los recursos y el nivel de
desarrollo económico pueden resolver este problema. Hasta que esta
investigación sea hecha, sólo podemos usar evidencias parciales que nos
informen acerca de los posibles cambios y la magnitud de la desigualdad
centro/periferia (ver capítulo 12).
Otra discusión acerca de la nueva división internacional del
trabajo enfoca el crecimiento de la producción industrial en los Nuevos Países
en Industrialización (NICS, por sus siglas en inglés) (Caporaso, 1981). Algunas
veces este fenómeno se interpreta como el final de un sistema centro/periferia.
La desindustrialización en el centro, la industrialización en la periferia y un
desplazamiento hacia el control por corporaciones transnacionales globales son
representados como el comienzo de una nueva era de capitalismo meta-nacional
(Borrego, 1982).
La noción de países semiperiféricos móviles hacia arriba ha sido
convincentemente utilizada para entender
las recientes vías de desarrollo de Brasil, México (Gareffi y Evans, 1981) y la
India (Vanneman, 1979), así como los Estados Unidos de América del siglo
diecinueve (Chase-Dunn, 1980). La noción de “desarrollo dependiente”
conceptualizada por Cardoso (1973) y aplicada por Evans (1979) ha demostrado
ser extremadamente fructífera para entender la negociación y las luchas
competitivas entre firmas transnacionales, dirigentes de estados
semiperiféricos y capitalistas nacionales en Brasil y otros países.
El análisis de Cardoso (1973) del desplazamiento de la
dependencia clásica (producción de materias primas para la exportación al
centro) al desarrollo dependiente (producción brasileńa de bienes
manufacturados para el mercado doméstico por corporaciones transnacionales)
reivindicó que había ocurrido un cambio en los efectos de la dependencia en el
desarrollo económico general. Cardoso planteó que las firmas transnacionales ahora
tendrían interés en la expansión del mercado doméstico de manera que podrían
actuar económicamente y políticamente para promover el crecimiento de la
economía nacional, aunque en una manera que podría exacerbar las desigualdades
entre clases y esto se alegó que estaba demostrado por el “milagro” brasileńo.
La investigación entre naciones sobre los efectos de la dependencia en las
inversiones extranjeras en la manufactura no apoya la reivindicación de
Cardoso. Bornschier y Chase-Dunn (1985: capítulo 7) encuentran que la
dependencia de transnacionales manufactureras tiene un gran efecto retardatario
de largo plazo en el crecimiento del PNB en una comparación entre naciones,
aunque los efectos de flujo de entrada de capital extranjero a corto plazo son
positivos, respondiendo al menos en parte del milagro de corta vida en Brasil.
Esto muestra que uno de los mecanismos que reprodujeron la clásica jerarquía
centro/periferia (la explotación mediante la inversión extranjera) continúa
operando en la “nueva” división internacional del trabajo.
Fröbel, Heinrichs y Kreye (1980) han enfatizado la importancia
de la manufactura en la periferia para la exportación hacia el centro. Ellos
documentan el crecimiento de las llamadas zonas de producción libre, áreas
jurídicamente fuera de las regulaciones tarifarias y laborales de los países
periféricos, que le permiten a las firmas transnacionales tener “plataformas de
exportación” para la utilización de trabajo periférico barato, con frecuencia
femenino. Las exportaciones industriales de la “Ganga de los Cuatro” asiática
(Corea del Sur, Taiwan, Singapur y Hong Kong) son casos importantes del
desplazamiento hacia la producción industrial periférica para el mercado
mundial.4 Fröbel, Heinrichs y Kreye (1980) enfatizan que esta especie
de industrialización periférica roba empleos de las naciones centrales al
desplazar la producción industrial hacia el extranjero. Ross y Trachte (1983)
han planteado que el reciente crecimiento de las fábricas donde se explota a
los obreros empleando trabajadores indocumentados en la Ciudad de Nueva York es
un caso de la “periferalización del centro”.5
El problema es si estos desarrollos son o no las primeras etapas
de un desplazamiento hacia un capitalismo meta-nacional o son simplemente la
continuación del desarrollo capitalista disparejo en un periodo de
estancamiento económico, con una movilidad hacia arriba y hacia abajo
ocurriendo en una jerarquía estructural que sigue intacta. La decadencia de la
hegemonía económica de los Estados Unidos de América ha ocurrido principalmente
vis-ŕ-vis otras potencias centrales, Europa Occidental y Japón. Esto es
una continuación de la secuencia de competencia central, con el desarrollo
disparejo ocurriendo dentro de los países (la decadencia de la vieja “taza herrumbrienta”
industrial del Nordeste y el auge del Cinturón de Sol), así como
internacionalmente.
Nadie reivindicaría seriamente que la jerarquía centro/periferia
ya ha sido eliminada. Inmensas diferencias existen aún en el nivel de vida y la
intensidad en capital de la producción. Las corporaciones transnacionales
tienen su cuartel general en las grandes ciudades del mundo de los países
centrales. La producción industrial en la periferia ciertamente ha crecido,
pero sigue siendo una proporción muy pequeńa de la industria mundial (Petras y
cols., 1981: capítulo 6).
Las industrias pesadas intermedias (p. ej., el acero, los
productos químicos) que han crecido en la semiperiferia ya no son los sectores
líderes de la economía mundial. En el capítulo 12 reviso estudios que estiman
las tendencia recientes en la magnitud de las desigualdades centro/periferia.
No hay evidencias a favor de la noción de que la jerarquía centro/periferia se
esté moviendo hacia una mayor igualdad.
Ni la industrialización de la periferia ni la
desindustrialización del centro han reducido la magnitud de las desigualdades
centro/periferia. Reivindicar que los países del centro se han periferalizado
porque algunas áreas dentro del centro haya experimentado decadencia económica
es ciertamente una exageración. Similarmente, los exámenes de la llegada de la
sociedad “post-industrial” en el centro son ciertamente prematuros. La
proporción de la fuerza de trabajo en servicios y trabajo no-manual
indudablemente ha crecido en los países del centro. Pero al menos para los EUA
(una potencia central hegemónica decadente), esto es una repetición de un
patrón que puede verse en las trayectorias de los predecesores hegemónicos –
las Provincias Unidas de los Países Bajos y el Reino Unido de Gran Bretańa. Estas
dos potencias hegemónicas comenzaron su ascenso desarrollando una ventaja
competitiva en bienes de consumo, seguida por la exportación de bienes de
capital y finalmente vivieron el ocaso de sus eras doradas como centros de las
finanzas y los servicios mundiales. Los Estados Unidos de América están,
generalmente, siguiendo esta misma secuencia (ver capítulo 9).
Si bien es cierto que ha ocurrido industrialización en algunas
áreas de la periferia y en la mayoría de la semiperiferia, debería recordarse
que la industrialización es la aplicación de cantidades mayores de capital
fijo, maquinaria y energía no humana a la producción. Es un incremento en
intensidad en capital. Este incremento ha continuado en el centro al mismo
tiempo que ha ocurrido en la periferia, de manera que la distribución relativa
de la intensidad en capital no ha cambiano. En realidad, mucha de la
industrialización periférica ha sido bastante intensiva en trabajo. Y hasta la
producción intensiva en capital en las áreas semiperiféricas generalmente usa
tecnología que se ha hecho obsoleta en el centro.
Se ha hecho muy poco trabajo empírico en los cambios de magnitud
de las desigualdades en el sistema-mundo como un todo. En el capítulo 12 se
examina este asunto en detalle y se presentan nuevas evidencias. Aquí me
gustaría referirme a una tabla que calculó la distribución de los recursos
mundiales en 1950, 1960 y 1970, que se presentó en una revisión de las teorías
y tendencias de convergencia y divergencia entre sociedades nacionales por
Meyer y cols., (1975). Una versión actualizada de la tabla se presenta en el
capítulo 12, pero no contiene datos sobre reclutamientos educacionales y son
estos los que deseo comparar con otros atributos y recursos aquí.
La Tabla 2 en Meyer y cols. (1975: 232) mostraba que los países
más pobres no aumentaron su proporción del PNB entre 1950 y 1970, mientras que
sí aumentaron muy ligeramente su proporción de energía eléctrica mundial
consumida.
Entre 1950 y 1960 aumentaron su proporción de la fuerza de
trabajo no-agrícola mundial, de 7.3% a 9.5%. Estas cifras confirman la
impresión que la estructura económica de los países periféricos realmente ha
cambiado, pero que ellos, como resultado, no han incrementado su proporción de
la producción mundial.
Los mayores incrementos para los países menos desarrollados
están en las áreas de reclutamiento educacional y urbanización. Estos rasgos
institucionales (que suelen asociarse con la “modernización” de las sociedades
nacionales) han crecido rápidamente. Estos cambios, sin embargo, son sólo
superficialmente similares a los procesos de expansión educacional y de
urbanización que ocurrieron en tiempos muy anteriores en los países centrales.
La educación no solamente se expande en función del crecimiento
de la demanda doméstica de trabajo calificado en la industria y los servicios.
Entre 1950 y 1970, los reclutamientos educacionales se expandieron en todas
partes en la periferia y la semiperiferia del sistema-mundo (Meyer y Hannan,
1979) independientemente del nivel o la tasa de desarrollo económico. Es mucho
más fácil para los estados periféricos crear las trampas de la modernización
que cambiar su posición relativa en la división centro/periferia del trabajo.
Similarmente, la explosión de la urbanización en la periferia y
la semiperiferia ha sido bautizada como “sobre-urbanización” por algunos
observadores, porque ha ocurrido en ausencia de una tasa de crecimiento similar
del empleo industrial. Las gigantescas ciudades de la periferia, con la mayor
frecuencia importan desde el centro tecnología intensiva en capital, que no
crea una gran demanda de trabajadores en la industria. Los asentamientos
irregulares y el abultamiento del “sector informal” de vendedores ambulantes,
sirvientes domésticos y pequeńos productores de mercancías desbordan la
población urbana. Este sector informal hace aportes baratos a las empresas de
gran escala y al gobierno, subsidiando los costos de reproducción de fuerza de
trabajo y elaborando productos para la venta que son baratos a causa de la
explotación de trabajo familiar no-pagado, o por salarios sub-mínimos (Portes,
1981). El sector informal urbano, entonces, es el equivalente funcional de las
reservas rurales de trabajo, de las economías de aldea y del “modo doméstico de
producción” que abarató la cuenta de salarios en las economías dependientes
clásicas al reproducir proletarios de tiempo parcial (semi-proletarios).
Adicionalmente,
los sistemas de ciudades que han crecido en América Latina están mucho más
centralizados alrededor de una sola gran ciudad que los de los países
centrales. Esta “primacía urbana” surgió, no durante la era colonial, sino
durante los ańos de 1930 y 1940 (Chase-Dunne, 1985b). Así, los tipos de
urbanización experimentados por los países periféricos han sido muy diferentes
que en el centro. Kentor (1981) ha mostrado que una causa de la urbanización en
la periferia es la dependencia de inversiones extrajeras por las corporaciones
transnacionales. Y esta dependencia también se ha mostrado que causa
elevaciones en los niveles de empleo terciario (servicios) que son mucho
mayores que el crecimiento en empleo secundario (industrial) (Evans
yTimberlake, 1980; Kentor, 1981).
Las
Clases Mundiales y la Formación Mundial de Estados
Aunque
ha sido difícil mantenerlo en el periodo reciente de disputas, guerrerismo y
neo-mercantilismo, algunos han hecho el planteo que la burguesía mundial se
está haciendo más integrada como clase (Sklar, 1980; Borrego, 1982). Se alega
que las organizaciones internacionales como la Comisión Trilateral forman el núcleo
de una burguesía mundial monolítica emergente, basada en las corporaciones
transnacionales globales. Esta es una nueva formulación del viejo debate que
comenzó a finales del siglo pasado entre los miembros de la Segunda Internacional acerca del super-imperialismo
versus la rivalidad interimperialista continuada. Muchas de las cuestiones
examinadas anteriormente en la sección sobre la internacionalización del
capital son relevantes, pero aquí enfocaremos los cambios en el sistema
interestatal.
Desde el comienzo del sistema-mundo moderno ha existido una
burguesía mundial, pero ella ha sido una clase muy diferenciada, competitiva y
conflictiva. Los capitalistas periféricos que emplean trabajo forzado por
coerción han producido para la exportación hacia el centro. Los capitalistas
centrales, divididos por estado-nación, sector y acceso al poder estatal, han
hecho alianzas y librado guerras entre ellos. Estas alianzas a menudo han
atravesado las fronteras de los estados centrales. Es innegable que la frecuencia
e importancia de las alianzas capitalistas intra-centrales ha incrementado al
ir creciendo la escala de las firmas transnacionales.
La pregunta es, żrebaja esto la competitividad del sistema
(abordada anteriormente) y altera la operación del sistema interestatal? Los
recientes intentos por forjar una política común en todo el centro contra la
OPEC (liderada por la porción internacionalmente orientada de la burguesía de
los Estados Unidos de América) no fueron notablemente exitosos. La Comisión
Trilateral ha intentado coordinar las políticas económicas de los estados
europeos, norte-americanos y japonés, en un área de contracción económica,
nuevamente sin mucho éxito. Que estas especies de organizaciones
internacionales existan no es único para el periodo contemporáneo. Tampoco su
inefectividad es novedosa.
Algunos pueden discernir una tendencia hacia la integración
política internacional en el surgimiento de las Naciones Unidas. En verdad, las
organizaciones internacionales han proliferado al irse haciendo más integrada
la economía-mundo. El Concierto de Europa se destruyó, para ser reorganizado
como la Liga de las Naciones, que fue cargada con la guerra mundial, para ser
seguida por las Naciones Unidas.
Aunque indudablemente ha habido algún progreso hacia la
institucionalización de la resolución internacional de conflictos y la
seguridad colectiva en esta secuencia, las Naciones Unidas sigues estando muy
limitadas en su capacidad para prevenir las guerras entre los estados. La
pregunta que debemos hacer es si la importancia de la competencia militar entre
estados centrales se ha reducido o no.
Aquí se debe examinar el efecto de la extensión de las armas
nucleares. żHacen estas armas que la competencia continuada entre subgrupos del
capital mundial mediante la guerra sea obsoleta? Claramente, una guerra mundial
que involucre armas nucleares rompería las operaciones del sistema capitalista,
como una de sus consecuencias menos trágicas. Una tal guerra conduciría a la
involución social, sino al fin de nuestra especie. Este resultado es una
posibilidad real, porque los contendientes separados que se arriesgan a un
holocausto nuclear no tienen control de los resultados de su interacción
combinada. żEs el sistema-mundo un jinete sin cabeza, o más bien un caballo con
muchas cabezas, galopando hacia el borde un abismo?
Los dirigentes estatales, los banqueros mundiales y las firmas
transnacionales crean máquinas de guerra como un mecanismo que aporta
oportunidades de inversión, con seguridad, pero las armas tienen también un
“valor de uso” potencial como amenazas al mantenimiento o la extensión de la
hegemonía política. Estas amenazas involucran el riesgo de un holocausto, aún
cuando ninguno de los actores principales desee este desenlace.
La presencia de armas nucleares en sí misma no cambia la lógica
básica de interacción del sistema. La producción de mercancías y la competencia
geopolítica siguen siendo las formas principales de competencia. Pero la
existencia de estas armas sí implica que la operación normal del sistema, con
las consecuencias usuales de decadencia hegemónica seguida por guerra mundial,
seguida por el surgimiento de una nueva potencia hegemónica, no pueda
continuar. Una guerra mundial real entre potencias centrales indudablemente
traería el holocausto final. Así, el mecanismo que antiguamente había resuelto
las contradicciones del desarrollo disparejo, no puede seguir operando. O más
bien, si opera, se acaba el juego.
Los efectos combinados de los incrementos en la capacidad de las
organizaciones internacionales para mediar en los conflictos y la creciente
destructividad del armamento han disminuido la posibilidad de la explosión de
la guerra entre países centrales en algún grado. Pero debe recordarse que tanto
la organización internacional como la destructividad incrementada no son únicas
de la era post-2Ş Guerra Mundial. Muchos observadores de fin de siglo creían
que la “Gran Guerra” era impensable a causa de la brutal destructividad de la
tecnología industrial de la guerra. Mi punto de vista es que, si bien la
probabilidad de la guerra entre estados centrales puede haber disminuido algo,
la lógica básica de la competencia y el conflicto en el sistema-mundo no ha
cambiado y no hay en existencia instituciones lo suficientemente fuertes para
garantizar la paz.
En
un sistema puramente mecanicista, la desgracia sería la predicción más cierta.
Pero estamos tratando con un sistema humano, un conjunto algo inteligente de
actores que seguramente pueden ver la salida de tal dilema. Tal vez una
conflagración nuclear suficientemente grande, pero no totalmente devastadora,
empujará a los pueblos y líderes a la conciencia y creará la voluntad política
necesaria para excluir la guerra. La existencia de una tal amenaza a la
sobrevivencia de la especie humana aportaría la motivación para la movilización
de un movimiento para crear una base real para la seguridad colectiva, una
federación mundial capaz de prevenir la guerra entre estrados-naciones. Las
manifestaciones actuales de este potencial, no obstante, están muy distantes de
esta meta.
Un
sistema-mundo socialista.
Otra
versión de la reivindicación de que el actual sistema-mundo ha sufrido o está
experimentando ahora una transformación enfoca el surgimiento de los estados
socialistas. En otra parte he presentado una interpretación de estos estados
como territorios en que movimientos socialistas intencionalmente han llegado al
poder estatal, pero que todavía no han introducido exitosamente un modo
socialista de producción auto-reproductor (Chase-Dunn, ed., 1982b).
Polanyi (1944) examinó la interacción dialéctica entre el
principio de mercado y las necesidades de la sociedad de protección contra
ciertas consecuencias de la racionalidad de mercado, pero su análisis enfocaba
primariamente a las sociedades nacionales. Al nivel del sistema-mundo y de sus
movimientos anti-sistémicos vemos que los intentos por crear relaciones
no-mercantilizadas de cooperación llegan a encapsularse políticamente dentro de
organizaciones: cooperativas, sindicatos, partidos socialistas y estados socialistas.
El principio de mercado hasta ahora ha sido capaz de expandir su escala para
incorporar a estas colectividades dentro de la lógica de competencia dentro de
un sistema-mundo mayor.
Así, los estados socialistas contemporáneos son importantes experimentos
en la construcción de instituciones socialistas que han sido en algún grado
pervertidas por las necesidades de sobrevivencia y desarrollo en el contexto
del mercado capitalista mundial y el sistema interestatal.
La gran proporción de la población mundial que ahora vive en
estados declaradamente socialistas y las victorias en las recientes décadas de
movimientos socialistas, de liberación nacional en África, Asia, América Latina
y el Caribe, han sido interpretadas por Szymanski (1981) como una especie de
teoría del dominó de la transición hacia el socialismo mundial. Szymanski
sostiene que la Unión Soviética y Europa del Este constituye un sistema
socialista de sistema-mundo separado y que la lógica del capitalismo mundial ha
sido seriamente debilitada por el creciente número de estados socialistas.
Mi interpretación propia está en disputa con este planteo. Yo
veo que los estados socialistas (incluyendo a China) han sido
significativamente reincorporados a la economía-mundo capitalista. Sea esto
cierto o no, uno de los rasgos más desconcertantes de los actuales estados
socialistas es su conducta muy in-socialista recíproca. Esto lo interpreto como
una continuación del nacionalismo y la competencia interestatal que es una
conducta normal en el sistema-mundo capitalista.
Frank (1980: capítulo 4) saca la misma conclusión de las
recientes tendencias en las que los estados socialistas han aumentado sus
exportaciones para venta en el mercado mundial, las importaciones de países
declaradamente capitalistas y han hecho tratos con firmas transnacionales par
inversiones dentro de sus fronteras.
La planificación económica nacional, que está muy altamente
desarrollada en los estados socialistas puede simplemente ser la expresión más
completa de la tendencia hacia el capitalismo de estado que está ocurriendo en
la mayoría de los países del centro y la periferia. Y si bien la distribución
es más igual dentro de los estados socialistas, esto no cambia la lógica
competitiva con la cual ellos interactúan con los demás estados. Así, un mundo
posible se componen de estados que son internamente socialistas, pero que
compiten entre sí en mercados internacionales y en la geopolítica.
El
creciente número de estados socialistas no parece haber debilitado la lógica
del capitalismo mundial. Más bien, las restricciones políticas a la libre
movilidad del capital que han creado estos estados empujan la lógica de la
organización capitalista a expandir su escala. Los estados se convierten en
firmas y las corporaciones transnacionales tratan con todos los jugadores en un
mundo competitivo que sigue estando sometido a la anarquía de las decisiones
inversionistas.
Discusión
y Conclusiones
Plantear
que la lógica del sistema-mundo no se ha alterado fundamentalmente no implica
que esto sea imposible ni siquiera improbable. Tampoco se trata de plantear que
las expansiones masivas, las nuevas instituciones y los desplazamientos de
capital de un lugar a otro no hayan tenido efectos drásticos en las vidas de
las personas. Quisiera regresar a algunas de las preguntas hechas en las
secciones anteriores, para especular acerca de las posibles consecuencias de
los cambios que aún no han ocurrido, pero que podrían ocurrir en el futuro.
żY si fuera cierto que las tendencias recientes fueran el
comienzo del fin de la jerarquía centro/periferia? La teoría de sistemas-mundo
ha reivindicado que el capitalismo periférico es una parte normal y
necesaria del modo capitalista de producción y que la reproducción de la
acumulación expandida requiere la existencia de la acumulación primaria en la
periferia.
Esta idea no se basa en la reivindicación de que la producción
periférica cree la masa de plusvalía en el sistema, sino más bien en el
conocimiento de que la relativa armonía de clases en el centro, el algo pacífico
acomodamiento entre el capital y el trabajo que existe como democracia social,
corporativismo, o “sindicalismo de negocios”, se basa en la capacidad del
capital central de pagarle a un importante segmento de los trabajadores del
centro con más altos salarios, mejores condiciones de trabajo, más provisiones
de bienestar y mayor acceso al poder político mediante procesos democráticos.
Esto es posible, al menos en parte, porque la explotación de la periferia por
el centro aporta una medida de plusvalía adicional mediante el intercambio
desigual (p. ej., bananas baratas para los trabajadores del centro), ganancias
derivadas de las inversiones en la periferia y los efectos basados en el status
de la comparación con países “menos desarrollados”.
En una significativa frase, Wallerstein predice que “Cuando el
trabajo sea libre en todas partes, tendremos socialismo” (Wallerstein, 1974:
127). Esto implica que, si la división centro/periferia del trabajo desaparece,
ya el capitalismo no será capaz de superar sus propias contradicciones y las
estructuras políticas mantenidas por la jerarquía centro/periferia se
derrumbarán. La transformación socialista que Marx predijo que ocurriría
primero en las naciones centrales, finalmente las visitará.
Si el anterior análisis es correcto, la inminente aproximación
del capitalismo metanacional sería una buena noticia para el movimiento
socialista mundial, como defiende Borrego (1982). Pero la proletarización
formal de la fuerza de trabajo mundial (el fin del trabajo forzado por coerción
y la menor disponibilidad de alternativas a la dependencia en el mercado
mundial) no necesariamente significan el fin de los “mercados segmentados del
trabajo”. La estratificación política y étnica han resultado efectivas en el
mantenimiento de los diferenciales salariales entre proletarios formalmente
“libres”. La jerarquía centro/periferia se haría cada vez más basada en la
desigualdad entre el trabajo políticamente protegido y el trabajo “libre”.
Si fuera a ocurrir una contracción en la magnitud de la
jerarquía centro/periferia, esta exacerbaría las contradicciones del
capitalismo, que han sido suavizadas en el pasado por lo que David Harvey
(1982) ha llamado el “arreglo espacial”, la capacidad del capital de encontrar
espacio fresco para la acumulación, mudándose para donde la oposición y las
restricciones sean menores. La expansión del sistema-mundo capitalista ha sido
impulsada por la búsqueda de nuevos mercados, entradas baratas y oportunidades
lucrativas de inversión. Lenin (1965) indicaba que para fines del siglo
diecinueve, los estados centrales no podrían encontrar nuevos mundos que
conquistar y estaban forzados a dividir y redividir el mundo ya conquistado.
Esta expansión extensiva ha sido suplementada por una expansión intensiva, la
conversión de cada vez más aspectos de la vida a la forma de mercancía y por lo
tanto la expansión de oportunidades para hacer ganancias en la provisión de
desayunos con comida rápida, etc. El potencial para una mercantilización
ulterior es grande, especialmente en la periferia, en que queda por usarse un
terreno sustancial de la producción y el consumo.
Los aumentos en el grado y la extensión de la mercantilización
deben eventualmente alcanzar límites. Solamente una parte de la actividad
humana puede ser mercantilizada y la capacidad de los mercados y del capital de
expandirse más allá de la regulación política deben declinar al irse
emparejando la densidad y la escala de regulación política. Los movimientos
anti-sistémicos crean obstáculos a la maniobrabilidad del capital y le plantean
reivindicaciones a las ganancias. Este movimiento de vaivén hacia delante y
hacia atrás del capital debe eventualmente generar conciencia y coordinación
entre los grupos que tienen interés en la racionalidad colectiva al nivel de sistema-mundo.
La fuga de capital ha opuesto a unos trabajadores contra otros durante 500
ańos, pero la creciente escala y densidad de reivindicaciones políticas debe
eventualmente disminuir el incentivo a moverse y el nivel de ganancias. La
crisis sistémica del capitalismo involucrará la creación de un control
democrático y colectivamente racional sobre las decisiones inversionistas en un
contexto en el que la riqueza “privada” ya no tiene el poder ni la motivación
para continuar dirigiendo el proceso de producción.
El
crecimiento de los estados de bienestar, la descolonización de la periferia y
el surgimiento de estados en los que los partidos socialistas controlan el
poder del estado deberían ser entendidos bajo esta luz. A pesar del fracaso de
estos en cambiar la lógica del sistema-mundo hasta ahora, los desarrollos de
esta especie se las arreglarán para coordinar sus esfuerzos a una escala global
que pueda realmente transformar esa lógica. Estas cuestiones son abordadas en
mayor detalle en el capítulo 16.
Capítulo 5: Cultura Mundial, Integración Normativa y
Comunidad
Un
enfoque estructural del sistema-mundo moderno necesariamente plantea preguntas
acerca del rol de la cultura y la integración normativa. Este capítulo examina
el grado en el que existe la cultura mundial y el rol que juegan las
ideologías, la conciencia y las solidaridades colectivas en la reproducción y
transformación del sistema-mundo contemporáneo. Los críticos de la perspectiva
de sistemas-mundo se han quejado que los factores culturales se traten como
epifenomenales y se han hecho una serie de esfuerzos recientes para remediar
esa situación (p. ej., Wallerstein, 1984b: capítulos 15 y 16; Robertson y
Lechner, 1985). Mi propia teorización se basa en el materialismo histórico,
pero yo no acepto un modelo general en el que la “base” determine mecánicamente
la “superestructura”. Este capítulo plantea que la cultura mundial y la
integración normativa juegan roles más bien segundarios en lugar de primarios
en la reproducción del orden mundial contemporáneo a causa de la naturaleza del
modo capitalista de producción tal como opera en una escala global. Pero no
estoy planteando que la cultura y la integración normativa sean secundarias en
todos los sistemas ni que siempre será así en el futuro. En este examen de la
estructura, funciones y contenido de la cultura mundial contemporánea,
plantearé que la conciencia, la ideología y las definiciones consensuales de la
realidad y del bien no son las instituciones primarias que integran el
sistema-mundo moderno. Más bien, en comparación con sistemas socio-económicos
anteriores y con subunidades contemporáneas como las familias y las sociedades
nacionales, la economía-mundo capitalista está integrada más por el poder
político/militar y la interdependencia de mercado que por un consenso
normativo. Esto no es para defender que no exista una cosa como la cultura
mundial, sino más bien para plantear que su naturaleza y estructura dependen de
instituciones económicas y políticas más potentes. Después de considerar el rol
jugado por la integración normativa en el sistema-mundo contemporáneo,
examinaré la estructura de la cultura mundial consensual que surge y a la
resistencia a la dominación cultural del centro que hacen los grupos
periféricos. Una cultura se define ampliamente por muchos antropólogos como una
constelación de prácticas socialmente construidas (p. ej., Fox, 1985). Usaré el
término más estrechamente, para referirme a la conciencia y los sistemas
simbólicos de creencias y conocimientos. En este sentido la cultura se compone
de definiciones colectivamente mantenidas de la realidad y comprensiones de lo
que constituye el bien y el mal. Así, estamos hablando de ideología, aunque
ésta se entienda ampliamente como incluyendo todos los sistemas de creencias y
de religión, así como la ciencia y las ideas económicas y políticas laicas. La
construcción y compartición de sistema simbólicos complejos es el rasgo más
importante que distingue a los seres humanos de otras formas de vida.
Los sistemas simbólicos nos permiten acumular colectivamente el
conocimiento. La capacidad relativamente grande para una conducta aprendida (en
oposición a la conducta instintiva), que se para en la corteza no
pre-programada del cerebro humano, le permite a los individuos internalizar alguna
de la herencia cultural acumulada del desarrollo social pasado. Como dice Marx
en el “Dieciocho Brumario” (Marx, 1978: 9), esta feliz posibilidad tiene
también un lado oscuro: “la tradición de todas las generaciones de muertos pesa
como una pesadilla en el cerebro de los vivos”. Las instituciones e ideologías
que heredamos no sólo nos dan poder, sino que también nos restringen y
refuerzan estructuras de dominación. Las estructuras de poder moldean las
herencias culturales que los individuos reciben.
Ésta, por supuesto, no es la historia completa. Si los
individuos solo recibieran herencias, nada cambiaría nunca. El propio proceso
por el que los individuos se enfrentan con elementos culturales en competencia
y contradictorios y las decisiones entre posibilidades alternativas, constituye
une elemento de libertad en la reconstitución diaria de la conciencia. Los
procesos de gran escala pueden ejecutarse según una lógica sistémica que parece
aplanar los individuos, pero no obstante, los individuos y grupos de personas
eligen sus acciones. El cambio estructural, especialmente la transformación de
la lógica sistémica ocurre al menos en parte porque las personas se hacen
conscientes de alternativas y luchan en su favor. La solidaridad, la
identificación consciente de los individuos unos con otros y con colectividades
mayores, es un aspecto importante de todos los sistemas sociales. La
solidaridad se basa en la identificación y compartición de acuerdos culturales,
de definiciones, de valores y normas. Es este aspecto de la cultura, su función
integradora, el foco principal del examen que sigue.
żCómo funciona en el sistema-mundo moderno la solidaridad
normativa, que une a las personas en familias, comunidades y naciones? Un
asunto recurrente que diferencia a as teorías de sistemas sociales es el peso
causal que le adscriben a las instituciones ideológicas versus las
infraestructurales. El desplazamiento en foco de la sociedades nacionales al
sistema-mundo completo ha sido acompańado por un nuevo conjunto de debates acerca
de esta cuestión. Wallerstein (1979a) y Braudel (1984) han enfatizado la
importancia de las instituciones políticas y económicas al nivel del
sistema-mundo, que producen y reproducen la vida material, mientras que otros
han enfatizado las bases culturales y normativas de la integración del
sistema-mundo (p. ej., Parsons, 1971; Heintz, 1973; Inkeles, 1975; Meyer,
1987). Este capítulo colocará la caracterización de la importancia de las
instituciones culturales en un contexto comparativo que emplea una amplia
tipología de sistemas socio-económicos completos, desarrollada por Polanyi
(1977).
Talcott
Parsons fue tal vez el exponente mejor conocido de la idea de que existe un
sistema social global que está normativamente integrado. En su artículo de
1961, “Orden in comunidad en el sistema internacional”, él planteaba que el
derecho internacional, los supuestos compartidos acerca de la deseabilidad del
desarrollo económico, la organización burocrática racional y la democracia
política forman la base de un orden normativo mundial. Parsons no abordó
directamente la cuestión del rol del orden normativo en el sistema mayor,
porque para Parsons todos los sistemas sociales tienen, por definición, base
normativa. Las estructuras sociales se definen en términos de los supuestos
compartidos acerca de las reglas de conducta apropiadas y el sistema de valores
es el rasgo más fundamental de un sistema social. En su corto libro “El Sistema
de las Sociedades Modernas” (1971), Parsons aplica su esquema AGIL al “sistema
internacional”, planteando que los estados centrales se diferencian en términos
de sus funciones dentro del sistema internacional mayor. Los franceses se
especializan en bellas artes y diplomacia, los británicos en democracia y los
Estados Unidos de América en desarrollo económico y educación.
Tipos de
Integración
Pero
otros estudiosos de la sociedad comparativa difieren del énfasis de Parsons en
el rol de la integración normativa en todos los sistemas sociales. Como se
examinó en la introducción a la 1Ş Parte
anterior, Karl Polanyi (1977) y Eric Wolf (1982) distinguen entre sistemas
sociales en términos de tipo principal de pegamento que los integra:
“Sistemas sociales normativos”: Polanyi examinó sistemas
recíprocos en los que la producción y el intercambio se basan en normas
consensualmente mantenidas de obligación recíproca [el modo con base en el
parentesco de Wolf (1982); los mini-sistemas de Wallerstein (1979a: 155)]. Si
bien la mayoría de las familias contemporáneas son subunidades recíprocas
dentro de una entidad socio-económica mayor, esa entidad mayor, el
sistema-mundo es mantenido unido, como examinaré más adelante, por un pegamento
de diferente especie.
“Sistemas sociales políticamente coercitivos”: Polanyi también
examinó los sistemas “redistributivos” que están integrados por instituciones
políticas que coleccionan bienes mediante la imposición de impuestos o el pago
de tributos. Las instituciones principales en tales sistemas son los estados
que organizan las amenazas y la coerción.
“Sistemas sociales con base en el mercado”: Un sistema
socio-económico está integrado por los mercados, cuando una considerable
proporción de sus interacciones y la dirección y naturaleza de su desarrollo
están condicionados por la compra y venta de mercancías en mercados
establecedores de precios. Un mercado establecedor de precios es aquel en que
las tasas de intercambio (precios) son determinadas por la compra y venta
competitivas por un gran número de agentes independientes que buscan maximizar
sus recursos individuales. En los sistemas recíprocos, un orden consensual
moral define las obligaciones de rol recíproco y moviliza el trabajo social. La
distribución es controlada por un conjunto de derechos y obligaciones y la
integración social se garantiza socializando a los individuos dentro de sus
sistemas de creencias, que definen sus roles y regulan la interacción. Las
definiciones internalizadas del yo y las presiones de los pares, de una
comunidad cara-a-cara son el pegamento principal que garantiza el orden social.
La actividad redistributiva en tales sistemas puede conferir prestigio a los
benefactores, pero las estructuras de autoridad no son muy jerárquicas. Estas
sociedades no tienen clases en el sentido que los grupos de parentesco no están
estratificados y la posición superior
usualmente no se hereda. Y no tienen estado en el sentido que no
contienen una organización diferenciada que ejerza un monopolio de la violencia
legítima. La base principal del orden social es la integración cultural basada
en el consenso acerca de lo que es real y lo que es bueno. En los sistemas
políticamente coercitivos hay clases y hay estados. El producto excedente es
coleccionado y redistribuido por una clase dominante político/militar que
utiliza la autoridad institucionalizada respaldada por la fuerza para ejecutar
la apropiación. Hay muchos medios institucionales usados para reforzar la
apropiación de producto excedente en estos “modos tributarios de apropiación”
(Amin, 1980a: 46-70) y ellos varían en el grado en que están centralizados
(Wolf, 1982). El feudalismo europeo o japonés representan una especie más bien
descentralizada, llamada “sin estado”, en el que cada seńorío es de hecho un
mini-estado.
Más típicamente pensamos en los grandes imperios agrarios en que
un estado centralizado extrae recursos de una amplia división territorial del
trabajo. En tales sistemas socio-económicos, la organización política de la
fuerza es el determinante principal de la dinámica societal, pero la
integración normativa sigue jugando un rol. La religión se usa para legitimar
el dominio del templo y el palacio.
El derecho codificado se crea para definir centralmente la
conducta correcta y los desvíos entre comunidades locales que anteriormente
descansaban en la tradición moral no escrita. Tales “imperios mundiales”
(Wallerstein, 1979a: 156) están primariamente integrados en un solo aparato
estatal. Los tres tipos de integración – normativa, política y de mercado –
existen en la mayoría de los sistemas-mundo, pero los sistemas-mundo difieren
en el grado en que estos son dominantes y en las maneras particulares en que se
combinan. La integración normativa ha cambiado su locus y su función durante la
larga historia del desarrollo social humano. En las sociedades sin clases,
pre-estatales, los clanes y los agrupamientos tribales que se basan en las
nociones de parentesco usaron la integración normativa (la solidaridad mecánica
de Durkheim) para producir el orden social. La conformidad era asegurada por la
censura social informal; al desviado se le solía avergonzar para que se
autocastigara (Malinowski, 1961). Cuando surgieron los estados, las sociedades
llegaron a integrarse predominantemente por el poder coercitivo de
instituciones políticas de varias especies. Las clases dominantes militares
monopolizaron los medios de violencia y “protegían” a los campesinos de otros
centros militares en competencia, a cambio de obediencia y del producto
excedente producido por los campesinos. Las primeras civilizaciones urbanizadas
pueden haber sido teocracias, integradas grandemente sobre la base de la
legitimidad normativa, pero pronto los estados, compitiendo entre sí en la
guerra, llegaron a integrarse por instituciones político/militares. La
integración normativa mediante instituciones religiosas e ideológicas continuó siendo
un anexo importante, aunque no central a la organización militar. Las
subunidades como las familias, los linajes y las comunidades periféricas
siguieron estando integradas por medios
normativos, pero éstas estaban articuladas dentro de un modo de producción
tributario dominante. Fue la imposición del dominio entre comunidades
normativamente definidas lo que creó la necesidad de reglas de derecho
codificadas. La integración normativa en una cultura consensual no requiere
codificación porque todo el mundo sabe lo que es bueno y lo que es malo, así
como el tabú del incesto en la sociedad moderna no descansa primariamente en la
obligación legal. Pero cuando un estado imperial busca imponer un conjunto
uniforme de reglas a un conjunto de comunidades normativas que ha conquistado,
el derecho escrito se hace necesario. En los sistemas de mercado la integración
parte primariamente de la especialización de los productores independientes y
su apoyo recíproco objetivo resultante (interdependencia). Polanyi (1944)
planteaba que los sistemas puros de mercado son inestables y tienden a generar
nuevas instituciones políticas para proteger la desiderata societal de las
consecuencias negativas de la competencia desenfrenada y de la racionalidad
estrecha de mercado. En la versión wallersteiniana las “economías-mundo” son sistemas en los cuales hay múltiples
culturas, múltiples grupos políticamente organizados y una sola división
integrada del trabajo. La economía-mundo “capitalista” combina la producción de
mercancías para los mercados con la competencia político-militar entre
estados-nación desigualmente poderosos. La integración es debida a la
interdependencia y la interacción dinámica entre la acumulación capitalista
dispareja y el mecanismo de balance de poder del sistema interestatal. Las
instituciones de las inversiones de capital internacional y el sistema
interestatal son recíprocamente interdependiente entre sí y aportan el centro
estructural de lo que es sistema socio-económico extremadamente expansionista y en
intensificación (ver capítulo 7). Así, el pegamento que mantiene unido al
sistema-mundo moderno es una combinación de interdependencia generada por el
mercado en la división mundial del trabajo y el poder político-militar de los
estados centrales. Nuestra economía política global se llama capitalista porque
la lógica con base en el mercado de la acumulación constituye una parte mayor
de la dinámica del sistema completo en los anteriores (pre-capitalistas) imperios mundiales y
economías-mundo. Sabemos que los mercados y el trabajo asalariado existieron en
el Imperio Romano, pero estas instituciones no determinaron, ni siquiera
influyeron mucho, en la dinámica de la expansión y contracción imperial. Más
bien fue la competencia política dentro de la arena de un solo aparato estatal
y la extracción de recursos (tributo, esclavos) por conquista lo que fue el
núcleo estructural del sistema romano (T. Hopkins, 1978). La anterior
caracterización del sistema-mundo moderno no implica que las solidaridades
normativas no jueguen ningún papel en la integración de nuestro sistema global.
Las subunidades normativamente integradas tales como las
familias, son importantes componentes de la producción capitalista porque ellas
operan como unidades concentradoras de los ingresos, que les permiten a las
personas combinar diferentes especies de recursos y así juegan un rol crucial
en la reproducción de la fuerza de trabajo (Smith y cols., 1984). Las familias,
los barrios las comunidades aldeanas y otros grupos primarios cara-a-cara
continúan jugando una importante parte en la generación y mantenimiento de las
personalidades individuales. La investigación socio-psicológica muestra que las
relaciones cognitivas de los individuos con las solidaridades mayores, tales
como los grupos étnicos o naciones, son
crucialmente mediadas por tales grupos primarios (Shils y Janowtiz, 1948). Así,
es incorrecto ver solidaridades contemporáneas como la familia, como remanentes
vestigiales de modos anteriores de integración. Su importancia funcional en el
sistema-mundo moderno, no obstante, no significa que deberíamos entender al
sistema mayor como normativamente integrado en el mismo sentido en que lo
estaban los sistemas socio-económicos anteriores. El sistema como un todo no se
mantiene unido por entendimientos consensuales. La mayoría del intercambio en
la economía-mundo capitalista no está especificada por obligaciones recíprocas
con las que se está de acuerdo. Más bien el intercambio se organiza
primariamente como comercio mercantil de mercancías y como negociaciones
políticas inter-organizacionales e interestatales.
Las Solidaridades Normativas en el Sistema-Mundo. La integración
juega un papel importante, pero secundario, en el sistema-mundo moderno. Las
subunidades normativamente integradas tales como la familia, la comunidad
local, las etnias y las naciones (comunidades nacionales) sirven importantes
funciones para la operación del modo capitalista de producción. Ya mencioné la
importancia de la economía doméstica como grupo concentrador de ingresos, que
carga con el costo de la reproducción, la cría de hijos, los cuidados a los
mayores y el sostenimiento psicológico del yo.
Probablemente la solidaridad concentradora de recursos más
importante en el sistema-mundo moderno sea la nación, no por los efectos
directos de esta concentración, sino por su vinculación con el estado. La
mayoría de los estados modernos son estados-naciones en los que las funciones
de organización política formal, la autoridad, la agregación de intereses,
etc., están mezcladas con la ideología de los intereses nacionales.
El éxito en la competencia dentro del mercado mundial requiere
que haya un estado fuerte e integrado detrás de una estrategia de producción
competitiva de mercancías. Un estado como éste debe ser capaz y debe estar
dispuesto a usar la fuerza para garantizar la proporción de los intereses de
mercado de sus inversionistas nacionales (que pueden ser burócratas estatales o
capitalistas “privados”). El uso de la fuerza internacional requiere un cierto
grado de legitimidad, así como el mantenimiento de la paz y el orden
nacionales.
Los conflictos de clase y la resistencia doméstica al uso del
poder militar suelen suavizarse por la ideología del nacionalismo. La
viabilidad del nacionalismo como una solidaridad es, por supuesto, reforzada
por su frecuente correspondencia con el estado-nación. Pero también el
nacionalismo es reforzado por la jerarquía centro/periferia, la desigualdad
estructurada entre naciones “desarrolladas” y “subdesarrolladas”. A diferencia
de la solidaridad de clase, que usualmente está atravesada por la jerarquía
centro/periferia, el nacionalismo tanto en el centro como en la periferia es
reforzado por las desigualdades entre países “avanzados” y “en desarrollo”. La
solidaridad de clase dentro de los países centrales es reforzada por la
percepción por los trabajadores centrales de que ellos comparten los intereses
nacionales con sus “propios” capitalistas al explotar a los países periféricos
y competir con otros países centrales. Un ejemplo de esto se presenta en el
reciente estudio de Sidney Mintz (1985) del lugar del consumo de azúcar en el
surgimiento del capitalismo industrial en Bretańa, en el que Mintz examina los
vínculos entre el azúcar del Caribe, cultivada
por esclavos y el crecimiento del consumo de azúcar por el proletariado
británico.
La
antropología de Mintz del consumo de alimentos enfatiza el simbolismo social de
qué y cómo comemos y sus conexiones con el poder. Él nota que el azúcar barata
proporcionaba calorías rápidas para los trabajadores del centro al mismo tiempo
que los capacitaba para consumir un renglón que, junto con el te, había sido en
el pasado un lujo imperial disponible solamente para los ricos.
Presupuestos
Culturales del Mercado Mundial
Como
indica lo anterior, hay varias formas de comunidad (solidaridad) que están
institucionalmente incluidas en la operación del sistema-mundo moderno. La
integración normativa es importante para las familias, barrios, aldeas,
ciudades, regiones subnacionales, etnias, agrupamientos tribales, clanes,
clases y agrupaciones ocupacionales, partidos políticos y – lo más importante –
naciones.
Estas varias formas de comunidad no son, sin embargo, la especie
principal de pegamento que mantiene unido al sistema-mundo contemporáneo.
Tampoco lo es la organización política, aunque ésta juega un importante rol en
la mediación de la competencia. El pegamento principal de nuestro sistema
global es la interdependencia producida por una red de diferenciación económica
mediada por el mercado, una división del trabajo a la que Durkheim llamó
“solidaridad orgánica”. Esta forma de integración no es una solidaridad en el
sentido normativo, porque no requiere identificación con un interés colectivo
mayor ni la compartición de definiciones consensuales de la conducta apropiada
o del bien. Los mercados están constituidos por las actividades de compra y
venta de grandes números de individuos (o firmas) que operan por su propia
cuenta para maximizar los retornos. Las evaluaciones normativas de diferentes
personas son ideales – típicamente irrelevantes. Pero, como apuntaba Durkheim
(1964), el intercambio contractual de mercado si requiere un cierto nivel de
consenso normativo, así como una cierta clase de derecho. Los actores deben
llegar a acuerdos sobre los precios y sobre un medio generalizado de
intercambio (dinero) y deben acordar que un socio de intercambio es tan bueno
como otro, o más bien, que es tan bueno como su capacidad de pago. La
institucionalización de un mercado establecedor de precios es problemática
dentro de un grupo normativamente integrado y es aún más problemático entre
diferentes grupos culturalmente vinculados. Phillip Curtin (1984) ha estudiado
el desarrollo histórico mundial del intercambio de mercado a través de
fronteras culturales. Curtin observa que el comercio entre grupos culturalmente
distintos es llevado a cabo, con la mayor frecuencia, por un grupo separado
normativamente integrado que se especializa en el comercio trans-cultural.
Curtin le llama a estas etnias comerciales especializadas,
“diásporas comerciales” porque usualmente establecen enclaves dentro de los
límites de los grupos culturales que ellos vinculan mediante el comercio. El
trabajo de Curtin sobre el África Sub-Sahariana lo condujo a la idea de una
diáspora comercial, que luego usó en una investigación más amplia del comercio
trans-cultural que fue desde la antigua Mesopotamia hasta los puestos
comerciales de las potencias coloniales europeas. Sin confianza y crédito, el
comercio a largo plazo y a larga distancia es difícil de mantener y el comercio
entre diferentes grupos culturales requiere consenso acerca de las nociones de
justicia y valores equivalentes. Un grupo comercial especializado que está
integrado sobre una base de parentesco o étnica aporta la organización social
que puede mantener el intercambio de mercado trans-cultural. Curtin observa que
las diásporas comerciales declinan según las culturas separadas cuyos
intercambios ellas median, desarrollan suficientes entendimientos comunes para
permitir el comercio directo, situación ésta a la que él llama el surgimiento
de un “ecúmene comercial”. Un cierto nivel de entendimiento cultural facilita
el vínculo de diferentes regiones culturales por la interdependencia de
mercado.
Por supuesto, el surgimiento de un ecúmene comercial no implica
que opere un mecanismo de mercado “perfecto” en el intercambio internacional.
Por una razón, mucho del intercambio internacional (aún dentro de una
economía-mundo capitalista) está condicionado por acuerdos políticos similares
en forma al “comercio administrado por el estado” que era típico en los
sistemas-mundo dominados por el modo tributario de producción. Y el supuesto de
“universalismo de mercado”, de la equivalencia de todos los compradores y
vendedores es también violado por el hecho de que el sistema-mundo capitalista
permanece dividido en grupos normativamente integrados separados –
primariamente naciones. También el equivalente universal, el dinero, se forma
imperfectamente en el comercio internacional, como testimonia la historia de
las instituciones monetarias internacionales (Vilar, 1976). De todas maneras,
la profundidad del ecúmene comercial y la operación relativamente fuerte de los
mercados internacionales establecedores de precios es indudablemente mayor en
el sistema-mundo moderno que en sistemas-mundo anteriores en los que el
capitalismo y las relaciones mercantiles eran menos prevalecientes. Las
relaciones normativas que surgen entre estados-naciones y los actores
transnacionales en una economía-mundo integrada al mercado están primariamente
compuestos de las expectativas acerca del comercio justo y los protocolos de
interacción diplomática. El análisis de estas estructuras normativas ha sido
llevado a cabo bajo la rúbrica de “regímenes internacionales” (Keohane y Nye,
1977). El estudio de Charles Lipson de la protección de la propiedad privada en
la periferia por los estados centrales describe bien los límites de estas
estructuras normativas internacionales:
“…los derechos de
propiedad estables y as relaciones contractuales son extremadamente difíciles
de establecer a través de fronteras nacionales. Aunque las evaluaciones y
expectativas colectivas son un rasgo importante de las relaciones
internacionales, estas propiedades normativas son más débiles porque las comunidades políticas, sociales y culturales se constituyen primariamente a
nivel doméstico, donde ellas típicamente se solapan y refuerzan unas a otras
(como sugiere el término “estado-nación”). Así, si bien es difícil establecer
el significado y valor de los derechos de propiedad domésticamente,
internacionalmente es mucho más difícil”. (Lipson, 1985: 4, énfasis en el
original).
A
pesar de las limitaciones de las estructuras normativas internacionales, el
estudio de los regímenes internacionales ha revelado cosas importantes acerca
del orden mundial contemporáneo y las premisas y disputas que acompańan a la
política mundial. Los estudios de Stephen Krasner (1985) y de Craig y Murphy
(1984) demuestran cómo las discusiones sobre la justicia distributiva mundial en
muchos respectos corren paralelamente a las ideologías de la desigualdad y la
inequidad al nivel de las sociedades nacionales. El apoyo ideológico a las
desigualdades socialmente estructuradas también juega un papel en la
justificación y racionalización de las diferencias centro/periferia. Algunas de
las barreras no mercantiles a la igualación salarial entre los trabajadores del
centro y la periferia son ideológicas, como es también el caso con las
diferencias salariales entre hombres y mujeres o negros y blancos. Michael
Hechter (1975) ha mostrado que las definiciones de base cultural de los que
están dentro y los que están fuera del grupo (p. ej., ingleses versus
irlandeses) jugó un importante papel en el mantenimiento de la estructura de
“colonialismo interno” dentro de las islas británicas. Pero debemos notar que si bien las actitudes racistas y
nacionalistas ciertamente tienen vida propia e indudablemente juegan un rol de
apoyo en las estructuras de dominación, éstas son grandemente reforzadas por
las instituciones económicas y políticas. Y este es aún más el caso cuando el
objeto de análisis son las desigualdades internacionales. La estructura
política del control de migración es una function compleja de las
actitudes populares, de la demanda
económica de trabajo y del poder
político de las organizaciones y estados que compiten (Portes y Bach,
19885). Y el control de migración es ciertamente una de las instituciones más potentes que reproducen los diferenciales
salariales centro/periferia.
Estructura
de la Cultura Mundial Contemporánea
Tanto
el contenido como el nivel de consenso entre participantes varían entre
culturas. El consenso nunca es completo y tiende a decrecer con la complejidad.
Como se vio anteriormente, Durkheim (1964) planteaba que hay una base normativa
d el intercambio contractual en la sociedad de mercado, aunque difiere
grandemente de las obligaciones
acostumbradas prevalecientes en sociedades con una división menos compleja del
trabajo. En las sociedades que tienen una división compleja del trabajo en la
que los productores individuales intercambian sus productos por los productos
de otros impersonales mediante dinero, en algunos asuntos todavía existe
consenso.
Pero una división elaborada del trabajo tiende a crear una
dependencia objetiva de los productores individuales y de grupos, del
intercambio de mercado, de manera que “ya deja de requerirse de acuerdo consensual para que
haya orden social”. Las personas pueden creer lo que quieran acerca de la
religión o la estética. El intercambio de mercado solo requiere ciertos
acuerdos sociales acerca del status formalmente igual de compradores y vendedores, las obligaciones legales del
contrato y los términos y contenido del valor de cambio. Este consenso
necesario es algo mínimo en comparación con el grado de consenso acerca de la
ontología y la sacralidad que existe en las sociedades simples y este consenso
mínimo es respaldado por el derecho y las sanciones formales.
Las sociedades complejas se caracterizan por formas relativamente
individualizadas y voluntarias de conciencia, en el sentido que los individuos
ejercen muchas opciones al elegir entre identidades e ideologías culturalmente
disponibles. El examen de Marx (1967a: 71-83) del “fetichismo de las
mercancías” implica que la opacidad institucionalizada por las que las
relaciones de mercado oscurecen las relaciones concretas entre productores es
funcional para la operación del capitalismo, porque productores y consumidores
están alienados del conocimiento de sus interdependencias reales. Críticos más
recientes (Zaretsky, 1976; Bellah y cols., 1986) plantean que el consumismo y
el privatismo que se con la identidad
individualizada en la sociedad capitalista alienan al individuo de la acción
socialmente significativa. Está claro, no obstante, que las sociedades
nacionales modernas continúan estando integradas, al menos en parte, mediante
la conciencia colectiva. Los procesos durheimianos de mantenimiento del límite
moral, así como los fuertes sentimientos de solidaridad, son evidentes respecto
a la “comunidad nacional”. La nación es probablemente la solidaridad colectiva
más importante en el sistema-mundo moderno. La hegemonía ideológica, como la
analizó Antonio Gramsci (1971), ciertamente juega una p arte importante en la
legitimación de las jerarquías política y económica dentro de las sociedades
nacionales. Plantear esto, sin embargo, es también reconocer que el consenso y
el acuerdo cultural se organizan primariamente a lo largo de líneas nacionales
en el sistema-mundo contemporáneo y “no” a nivel del sistema completo. La
organización de la conciencia y la identidad a lo largo de líneas nacionales
es, de hecho, una importante característica de la economía-mundo capitalista.
No es solo el carácter multicéntrico del sistema interestatal el que permite al
capital mantener su movilidad y la capacidad de vencer en las maniobras a los
movimientos opositores. Además, la tendencia de la cultura mundial a estar
fragmentada en culturas nacionales y para que las solidaridades colectivas se organicen
nacionalmente, refuerza la movilidad estructural de la acumulación capitalista.
La pobre ejecutoria del internacionalismo proletario y el conflicto sangriento
entre los estados socialistas contemporáneos ha sido resultado primariamente
del sistema interestatal, pero también son el resultado de un nacionalismo
virulento. Aquí la cuestión es que la construcción de naciones, la formación de
solidaridades nacionales a partir de identidades colectivas anteriormente
separadas, es ella misma el producto de la operación de largo plazo del sistema
interestatal y de la economía mercantil. Que las naciones estén mejor
integradas en términos de identidad colectiva en el centro que en la periferia
es en gran parte consecuencia del colonialismo y la explotación económica que
desarrollaron al centro y subdesarrollaron a la periferia. El colonialismo
frecuentemente empleó una política de divide y vencerás que opuso a unos grupos
étnicos contra otros, mientras en los países centrales la construcción efectiva
de las naciones fue facilitada por la explotación de la periferia. El rasgo más
sobresaliente de la cultura mundial es su carácter multinacional.
El lenguaje natural es el portador más importante de significado
cultural y “no hay lenguaje global”. El lenguaje sigue estando diferenciado al
nivel del sistema-mundo. Y así , la identidad colectiva como se expresa
mediante sistemas simbólicos íntimamente entendidos, sigue siendo
multinacional. Con esto no se está reivindicando que los sistemas simbólicos
consensuales no estén surgiendo a nivel global. El imperialismo cultural y la
hegemonía ideológica de la religión, la política, la economía y la ciencia
europeas han producido obvios isomorfismos entre las culturas nacionales del
sistema-mundo. Robert Wuthnow (1980) ha planteado convincentemente que la
institucionalización de la ciencia y el surgimiento de diferentes tipos de
movimientos religiosos han estado fuertemente condicionados por procesos del
sistema-mundo. El desarrollo económico, la igualdad política y una racionalidad
colectiva nacionalmente delimitada componen un conjunto subyacente de temas
consensuales para la cultura mundial (Heintz, 1973). Cada nación expresa su
propia identidad y términos de algún “carácter único” que es de todas maneras
consistente con una u otra versión de estos temas básicos. Por otra parte, los
valores civilizacionaes que constituyen la cultura europea y por tanto la cultura de la dominación en el
sistema-mundo eurocentrado, de ninguna manera son universalmente aceptados a
pesar de la tendencia hacia similitudes morfológicas entre las culturas
nacionales. Todavía son fuertemente sostenidos por grandes números de pueblos
del mundo, importantes aspectos de tradiciones civilizatorias no-occidentales,
con muy diferentes presupuestos acerca del universo (Galtung, 1981;
Wallerstein, 1984b: capítulo 16). El estudio de los regímenes internacionales
[p. ej., la evolución de acuerdos acerca de cuestiones específicas tales como
la ayuda, la deuda, la inversión extranjera, el derecho marítimo, etc.
(Krasner, 1985; Lipson, 1985; Wood, 1986)], así como discusiones de la justicia
distributiva internacional confrontadas en el debate acerca de un “nuevo orden
internacional” (Murphy, 1984), ciertamente han ilustrado el proceso de
formación de consenso y disputa en el surgimiento de un orden mundial
normativo. El estudio de Stephen Krasner (1985) de los debates entre estados
centrales y periféricos, revela el rasgo, bien conocido a partir de estudios de
otros casos de justicia distributiva, que los estados periféricos
favorecen, con probabilidad mucho mayor,
un régimen internacional que controle los recursos sobre la base de intereses
globalmente definidos, mientras que los estados centrales favorecerían con
mayor probabilidad la distribución de recursos según la capacidad de los
estados individuales de pagar.
Los sistemas de equivalencia lingüística se han
institucionalizado en las prácticas de los traductores internacionales y los lenguajes mundiales artificiales tales
como las matemáticas son aceptados en todas partes. Es casi universal un solo
método de reconocimiento del tiempo y se ejercen presiones por estandarizar
otras mediciones.
Cada vez se consensualizan más protocolos de comunicaciones,
seńales de tránsito, terminología médica, contabilidad económica nacional,
indicadores sociales y hasta juicios estéticos y literarios. La literatura
mundial, la historia mundial y hasta la teoría y las investigaciones sobre algo
llamado el sistema-mundo, son tal vez expresiones del surgimiento de una
cultura mundial unitaria (ver también King, 1984).
La identificación con la especie humana como un todo no es una
solidaridad muy importante en la integración del sistema-mundo contemporáneo.
Los límites de las solidaridades humanas han venido expandiendo su rango durante
largo tiempo. El desarrollo de religiones “mundiales” como el cristianismo y el
islam separaron el parentesco y los lazos sanguíneos de la definición de
membrecía en el orden moral.
El contenido real de la idea de universalismo se ha expandido
para incluir a la especie humana completa en la “hermandad del hombre”, el
“ser-especie” de los socialistas del siglo diecinueve. Las discusiones
contemporáneas de la aldea global o la nave espacial tierra, enfatizan el grado
en que compartimos un destino común como especie. Y la mayoría de la ciencia
social contemporánea asume la unicidad de la especie humana. Por supuesto, las
ideas pueden ser expresadas o sostenidas por una minoría sin que sean
institucionalizadas en las estructuras sociales. Cuando examinamos la
naturaleza de la solidaridad contemporánea, se revela que la comunidad global
está institucionalizada solo débilmente. Hay muchas religiones mundiales que
compiten, incluyendo variantes de socialismo. Y el derecho internacional,
aunque es enfatizado por Parsons (1961) en su examen del orden normativo a
nivel internacional, todavía está pobremente institucionalizado. Hasta los actores más centrales simplemente
descartan la Corte Mundial cuando les conviene.
Durkheim usaba los cambios en los sistemas de derecho como una
medida del tipo de solidaridad que se encuentra en una sociedad. De manera
similar, muchas personas han examinado el sistema mundial de derecho para ver
si está surgiendo una regulación normativa global. El funcionamiento de la
Corte Mundial ha sido el foco de mucha discusión y críticas (p. ej., Falk,
1982). La importancia de la regulación normativa a nivel global indudablemente
oscila con el nivel de conflicto en el sistema-mundo. Además, parece probable
que el derecho internacional ha incrementado realmente su importancia en
comparación con siglos anteriores. Pero esta tendencia no ha desplazado
significativamente la lógica general del sistema-mundo hacia la de un sistema
normativamente regulado. Es decir, aunque la regulación normativa puede haber
aumentado en algún grado al nivel global, sigue siendo una fuerza muy débil.
Las culturas complejas nunca son muy homogéneas. Parsons (1971) habla de
culturas diferenciadas en las que las subunidades se especializan en formas separadas, pero
interdependientes de conciencia y significado. Así, los abogados piensan
diferente a los doctores (tienen una subcultura), lo que de todas maneras es
parte de una cultura integrada mayor.
Quizás la cultura mundial
que está surgiendo sea un todo civilizacional como éste. Muchos han planteado
que ciertos temas culturales subyacentes han penetrado en todas partes en el
sistema-mundo moderno, o por lo menos son compartidos por las elites nacionales
en todas partes. Llamada diversamente “modernismo” u “occidentalismo”, esta
cultura mundial ha sido extendida por el colonialismo y las relaciones de
mercado a cada rincón de nuestra tierra. Su contenido ha sido descrito como
enfocado sobre el desarrollo económico, la burocracia racional, el humanismo
laico y la ciencia y la democracia política, aunque el status global de esta
última es cuestionable a causa de la oscilación entre regímenes democráticos y
autoritarios en la periferia y semiperiferia. De todos modos, debe ser
significativo que queden pocas monarquías verdaderas en el mundo.
La
legitimación del estado desde “abajo”, es decir, como una organización que
opera en interés del “pueblo”, se ha hecho casi universal. Esto es muy
diferente a las ideologías de los estados tributarios e imperios, que son
agentes de los dioses (ver capítulo 6). Si hay algo como una cultura mundial,
entonces el inglés es obviamente uno de sus idiomas principales. Esto ha sido
el resultado de la extraordinaria expansión del Imperio Británico, pero también
de la afortunada (o infortunada para los anglófonos) circunstancia que la
hegemonía británica fue seguida por la de una potencia hegemónica portadora de
un gen lingüístico similar, los Estados Unidos de América. Una potencia
hegemónica central promociona su propia lengua y muchos hablantes la consideran
una necesaria “lingua franca”. Ciertamente el número de idiomas hablados ha
disminuido durante los últimos 500 ańos como resultado de la conquista europea
de la tierra. Y el bilingualismo se ha expandido para aumentar las proporciones
en tamańo de la población mundial que habla uno otro de los idiomas mayores.
Pero los idiomas sintéticos (tales como las matemáticas) y los métodos de
reconocimiento del tiempo, los métodos de medición del espacio, etc., se han
extendido algo independientemente de los lenguajes naturales. Lingüistas como
Sapir (1949) y Whorf (1956) han planteado que los significados no son
traducibles entre grupos humanos que empleen supuestos incompatibles acerca de
la naturaleza de la realidad. Todos hemos oído acerca de las dificultades para
traducir ciertas palabras alemanas o francesas al inglés. Tanto más difícil es expresar las nociones de los
esquimales de la nieve o la atribución de los navajos de la acción modificada a
lo que nosotros tomamos por objetos inanimados (p. ej., los chichones del
tronco, en lugar de un chichón en el tronco). Los problemas de esta especie se
resuelven (o son obliterados) cuando se llegan a institucionalizar las
equivalencias de traducción, como cuando los traductores profesionales en las
Naciones Unidas desarrollan soluciones estándar a los problemas de las
equivalencias. Los matices originales se pierden, pero esto es de todas maneras
la creación de un consenso global.
Imperialismo
Cultural
La
cultura suele reflejar las desigualdades socialmente estructuradas. Esto es, la
cultura es en sí jerárquica y llega a reflejar y a reforzar la jerarquía. Marx
decía que las ideas dominantes de una era son las ideas de sus gobernantes y
Gramsci analizaba la hegemonía ideológica en términos de la capacidad de una
clase dominante para legitimarse a sí misma propagando una cosmovisión
dominantes (aunque no totalmente exclusiva). Mucho de lo que se ha llamado
cultura mundial por Parsons (1961, 1971) y la escuela de la modernización, ha
sido denominado imperialismo cultural occidental por otros (p. ej., Galtung,
1971). William Meyer (1987) ha realizado una operacionalización de “la tesis
estructural del imperialismo cultural” que examina ciertas proposiciones clave
con datos sobre 24 países en desarrollo. Él usa un análisis de regresión
múltiple trans-seccional para examinar las relaciones entre dos indicadores de
la penetración de un país por las noticias y los flujos de información
occidentales y tres indicadores de la occidentalización de la economía, el sistema
de educación y el consumo. Meyer no encuentra apoyo para la hipótesis del
imperialismo cultural, pero este estudio a duras penas puede citarse como
evidencia firme. El pequeńo número de casos (pequeńo para un análisis de
regresión) y las operacionalizaciones problemáticas hacen que los resultados no
sean confiables. Lo mismo puede decirse de otros estudios comparativos que han
buscado examinar los efectos del imperialismo de los media (ver Stevenson y
Shaw, 1984). Estas cuestiones son importantes y son una tierra relativamente no
labrada para una investigación comparada cuidadosa. Si bien nadie puede negar
la existencia de aspectos jerárquicos de la cultura mundial, yo plantearé que
esta forma de imperialismo no es muy central para el funcionamiento y la reproducción
de la desigualdad en el sistema-mundo moderno.
El imperialismo cultural ciertamente propaga la cultura popular
central y las “estructuras de preferencias” que crean la demanda para el
consumo de las mercancías del centro en todas las partes del globo. Esto se
realiza en parte mediante la centralización de los sistemas de comunicaciones y
de suministro de información en los países centrales (Schiller, 1969). La
Coca-Cola, la Pepsi, el rock-and-roll y los programas de la televisión
americana están en todas partes. Pero lo mismo que los grupos oprimidos dentro
de las naciones a menudo han encontrado posible redefinirse a sí mismos,
despojarse de los estilos de identidades aportados por los grupos dominantes y
afirmar sus propias definiciones “tradicionales” o “únicas” del yo o del grupo,
esta clase de resistencia también opera en la jerarquía centro/periferia. La
psicología de liberación nacional es esencialmente la creación de nuevas
identidades nacionales en reacción a las ideologías coloniales del pasado.
Esta forma de resistencia ha sido bastante exitosa, aunque no
deja de ser problemática. La tendencia secular hacia la unificación de las
comprensiones culturales sigue estando sometida a una resistencia importante.
Los grupos y naciones que se sienten disminuidas por el cambio con la acreción
de una cultura que se alega es “universal”, pueden con frecuencia redefinirse a
sí mismos (Wuthnow, 1980). El tradicionalismo del régimen de Khomeini en Irán y
las reivindicaciones de valores civilizatorios no occidentales impulsadas por
muchos pueblos, muestran que la opresión que está simbólicamente organizada es
mucho más fácil de combatir que la opresión que llega a estar
institucionalizada en una división material del trabajo o un costoso aparato
militar. Los negros se redefinen a sí mismos como bellos; los Testigos de
Jehová pueden proclamarse a sí mismos como los más próximos a Dios y estas
formas “étnicas” de resistencia pueden ayudar a los pueblos a sentirse mejor
acerca de sus situaciones, pero las bases materiales de la opresión son más
difíciles de superar. El nacionalismo de los países periféricos es, pues, un
intento por las elites y los pueblos de redefinirse a sí mismos sobre un pie de
mayor igualdad, en un sistema que consistentemente opera para marginalizarlos y
como tales, estas fuerzas pueden con frecuencia ser entendidas como oposición a
la explotación (Fox, 1987).
El nacionalismo de los países centrales, por otro lado, aparece
como una negación atávica de las mejores tendencias universalistas de la
sociedad moderna. Sin embargo, ambas especies son el producto de una economía
política mundial que divide a unos pueblos de otros y promueve el conflicto por
los recursos. El capítulo de Albert Szymanski (1981: 257-88) sobre la
“hegemonía ideológica como mecanismo de dominación imperial” muestra el
importante grado en que ha sido promocionada la cultura central en un esfuerzo
por legitimar la explotación del centro/periferia. Szymanski también revela la
facilidad con que los regímenes nacionalistas en la periferia pueden producir
sus propios programas de televisión, etc. El costo decreciente de la tecnología
de comunicaciones ha aportado el medio para contrarrestar la centralización del
aporte de información y entretenimiento. En el sistema-mundo moderno es mucho
más fácil para los pueblos oprimidos redefinirse a sí mismos, adoptar una
auto-definición más positiva aún frente a las culturas “hegemónicas”, que
cambiar la posición de una nación en la jerarquía económica y político/militar.
Así, tenemos el fenómeno de la “sobre-modernización”. Muchos países en
desarrollo adoptan las trampas del desarrollo: planificación estatal, educación
masiva, monumentos nacionales, etc., sin ser capaces de crear las bases
materiales del desarrollo económico.
Meyer y Hannan (1979) muestran que todos los países,
independientemente de la tasa de crecimiento económico, expandieron sus
sistemas de educación en el periodo entre 1950 y 1970. La explosión de la
educación a escala mundial, sin embargo, no guarda relación con el desarrollo
económico a escala mundial, porque es mucho más fácil crear estudiantes,
escuelas y maestros, que instituir empresas productivas y/o lucrativas en el
contexto de un mercado mundial competitivo. Por supuesto, algunos países han
rechazado la modernización como imperialismo occidental y han buscado recrear
instituciones e ideologías “originarias”. La revolución iraní es un ejemplo
obvio, pero muchos otros países periféricos y semiperiféricos tienen elementos
similares en sus ideologías nacionales.
Es bastante fácil realizar una tal redefinición y rechazo de la
cultura mundial dominante, porque la cultura mundial misma es pluralista.
La participación en el mercado mundial, o incluso en el sistema
internacional de diplomacia, no demanda tanto en materia de uniformidad
cultural. Los puntos anteriores apoyan el planteo que la cultura mundial no es
la manera principal en que se mantiene el orden en el sistema-mundo
contemporáneo. Pero un contraargumento
podría defender que el sistema-mundo no está bien integrado y que esto se debe
a una falta de consenso normativo. Muchos han percibido las relaciones
internacionales no como un sistema sino más bien como una “anarquía de
naciones” en la que cada una trata de obtener lo más posible. Está claro que la
guerra es una parte institucionalizada de la competencia entre estados. La
guerra es casi continua en la tierra y la guerra entre estados centrales se
produce periódicamente por el proceso de desarrollo económico capitalista
disparejo (ver capítulos 7 y 8).
Si bien la guerra indica que la competencia regularmente
desemboca en conflicto, es erróneo caracterizar al sistema-mundo como una
“anarquía de naciones”.
El sistema revela muchos patrones regulares de interacción, a
pesar del hecho que no está fuertemente integrado por una cultura consensual.
La interdependencia de mercado y el correspondiente balance político-militar de
los mecanismos de poder operan para producir ciertos rasgos que contradicen la
hipótesis de una guerra hobbesiana de todos contra todos. En primer lugar, la
jerarquía centro/periferia es bastante estable. A pesar de cierta cantidad de
movilidad hacia arriba y hacia abajo, cualquier área muy probablemente
permanecerá en la posición en la que está desde hace tiempo. Y el número de
estados soberanos ha aumentado, más bien que decrecido. En un sistema basado
puramente en la conquista, esperaríamos que el número de estados soberanos
disminuya al ir teniendo lugar la formación de imperio. Uno de los argumentos
más persuasivos a favor de una cultura mundial fuerte es el de John W. Meyer.
Meyer reivindica que ciertos valores, primariamente los de progreso económico y
racionalidad, son institucionalizados como reglas normativas en el colectivo
mundial. Como lo pone Meyer (1987:50), “Las explicaciones del sistema estatal a
escala mundial que enfatizan los factores culturales están en el camino
correcto. Sin embargo, su compromiso con una conceptualización estrecha de la
cultura les ocasionó perder la conciencia de que la cultura del mundo moderno
es más que un simple conjunto de ideales o valores que se difunden y operan
separadamente en los sentimientos individuales en cada sociedad. El poder de la
cultura moderna – como el del cristianismo medieval – radica en el hecho que es
un conjunto de reglas compartidas y vinculantes exógenas a cualquier sociedad
dada y localizadas no solamente en sentimientos individuales o de elite, sino
también en muchas instituciones mundiales (relaciones interestatales, agencias de empréstitos,
definiciones y organización de la elite cultural mundial, cuerpos
transnacionales, etc.).”
Las Naciones Unidas, aunque son organizacionalmente un cuerpo
débil, simbólicamente representan muchas de las reglas del colectivo mundial…
Ellas simbolizan las reglas de un sistema político en el que los estados
nacionales son los ciudadanos constituyentes. Meyer plantea que hay un fuerte conjunto de normas
institucionales que responde de la estabilidad
del sistema interestatal, apoya la soberanía de los estados existentes y
legitima la expansión de la regulación estatal dentro de las sociedades
nacionales tanto en el centro como en la periferia.
Meyer
nota que los estados periféricos expanden su jurisdicción interna y adoptan las
trampas de la “modernidad” (sistemas de bienestar, sistemas educativos, etc.)
aún en ausencia de mucho desarrollo económico doméstico y hay considerable
apoyo empírico para este planteo (ver Meyer y Hannan, 1979). Estoy de acuerdo
con Meyer que las reglas normativas institucionalizadas en las Naciones Unidas
y los protocolos de diplomacia apoyan al sistema interestatal y la soberanía de
los estados. Pero no estoy de acuerdo que estas normas sean la fuente principal
de apoyo para estas importantes estructuras centrales del sistema-mundo
moderno. El supuesto de Meyer que las normas son “compartidas y vinculantes” es
simplemente incorrecto. Cuando las normas son vinculantes, el costo del
incumplimiento es el oprobio ante los demás que se valoran (la vergüenza) o el
auto-castigo motivado por la culpa. El incumplimiento de las normas de
diplomacia o de la Carta de Naciones Unidas no es sancionado de estas maneras
en el sistema-mundo contemporáneo. Mi explicación propia de la expansión,
estabilidad y reproducción del sistema interestatal también se refiere a las
instituciones, pero no a las reglas y valores incorporados en la cultura
mundial. En los capítulos 6, 7 y 8 yo planteo que los rasgos de los estados y
del sistema interestatal a los que Meyer (y otros) se refiere, son producidos
por un modo de producción capitalista institucionalizado y por los esfuerzos de
lo grupos por protegerse a sí mismos de las fuerzas de mercado y de la
explotación por las potencias centrales. Estoy de acuerdo con que el consenso
normativo y basado en valores ha aumentado a nivel global y que la cultura mundial
está evolucionando como un sistema complejo diferenciado de valores
institucionalizados. Pero también defiendo que estos rasgos emergentes todavía
no juegan un rol integrativo fuerte en la dinámica del sistema-mundo
contemporáneo. La integración de sistema está mediada primariamente por los
mercados y esto está respaldado por el funcionamiento del sistema interestatal,
que es un balance político/militar de poder coercitivo que regularmente (aunque
no aleatoriamente) emplea la guerra como medio de competencia. La cultura
mundial opera para legitimar la producción de mercancías y al sistema
interestatal, pero no es un determinante importante de la dinámica de nuestro
sistema-mundo. La conciencia puede, sin embargo, jugar un papel importante en la transformación del
sistema actual a uno basado más en el consenso y en la integración normativa.
El
Futuro de la Cultura y la Comunidad Mundial
La tendencia hacia la integración cultural mundial que puede ser discernida en una convergencia creciente alrededor de temas básicos y el isomorfismo de las culturas nacionales todavía no ha alcanzado el punto en que los procesos normativos tengan un rol central en los procesos del sistema-mundo. La economía-mundo capitalista es un sistema histórico con tendencias contradictorias que eventualmente conducirán a su transformación en una especie cualitativamente diferente de sistema. Mi argumento anterior no debería ser interpretado como que las ideas no tendrán importancia en la transformación de este sistema. Por el contrario, yo tengo la esperanza que un análisis científico de las tendencias estructurales profundas del sistema será útil para transformarlo. Como sugirió Polanyi (1944) para las sociedades nacionales, las fuerzas enormemente productivas del desarrollo capitalista son también enormemente destructivas de ciertos valores humanos que no entran fácilmente en el cálculo de la obtención “privada” (o parcial) de ganancias. La afirmación normativa de estos valores colectivos es una importante parte de la construcción de una comunidad mundial que pueda planificar democrática y racionalmente la producción, la distribución y el desarrollo mundial. Así, el “universalismo” generado por la cultura capitalista necesita ser llevado adelante hasta un nuevo nivel de significado socialista, aunque con una sensibilidad a las virtudes del pluralismo étnico y nacional (ver Chase-Dunn, ed., 1982b: capítulo 14). Las reivindicaciones hechas por Parsons (1971) y los demás teóricos culturalistas, que el universalismo normativo es un rasgo central del sistema-mundo capitalista existente, deben ser desmistificadas, pero la posibilidad de una tal sociedad mundial en el futuro debería ser reconocida. Ahora nos volvemos hacia una consideración del rol de los estados y del sistema interestatal en la economía-mundo capitalista. Las páginas 8 a 11 de la Introducción contienen un resumen de las conclusiones a las que se llega en la 1Ş Parte.
Capítulo 6: Los Estados y el Capitalismo
Se
ha implicado que la perspectiva de
sistemas-mundo es un enfoque “economicista” vulgar que defiende que la acción
política está determinada por las estructuras
económicas. Es innegable que la relación entre la acción política y las
estructuras socio-económicas es algo floja. Esto es bastante evidente cuando
consideramos las conexiones extremadamente complicadas entre los intereses de
clases y la acción política. Ellas de ningún modo son tan simples y directas
como Marx y muchos marxistas han asumido (y deseado). Análogamente, si
examinamos el vínculo entre la posición de sistemas-mundo de los estados y las
políticas, las formas organizacionales y las estructuras de régimen de esos
estados, no hay un ajuste simple y completo. Podemos estar seguros que no
podemos explicar todo en la acción política y las estructuras estatales
conociendo cómo y cuándo se inserta un país en la división jerárquica mundial
del trabajo. Como concluye el excelente examen de JohnWilloughby (1986: 43) de
la formación estatal central y periférica en el contexto de la
internacionalización del capital:
Ni la conducta estatal
imperial ni la subordinada pueden ser explicadas sin referencia a procesos
nacionales e internacionales históricos más específicos. Ningún foco estrecho
sobre las tendencias del capital puede por sí explicar la conducta del estado.
El método no responde de ciertas tendencias estructurales generales en la
evolución de la comunidad global, pero estos hallazgos solo aportan una base
para entender el asunto del propio imperialismo. Sigue siendo necesario
desarrollar un marco que pueda modelar las interacciones entre las
naciones-estados centrales y periféricas y las organizaciones internacionales.
De otro modo no será posible anticipar los contornos cambiantes de la
subordinación político-económica y el conflicto, tan básicos para el mundo
capitalista.
Dicho
esto, no obstante, podemos observar ciertas regularidades generales que pueden
ser útiles en la comprensión del sistema-mundo como un todo y también las
restricciones y posibilidades de los estados particulares. (1) Aquellos que
deseen asumir un enfoque menos determinista, más voluntarista, del estado y la
política, suelen emprender la ruta metodológica weberiana, que enfatiza la
variabilidad y busca explicar por qué es diferente en tal y tal lugar. Charles
Ragin y David Zaret (1983) han esclarecido recientemente la distinción entre la
explicación durkheimiana, basada en variables y la weberiana, basada en casos.
La última enfatiza la explicación de la génesis de la diversidad, mientras la
primera enfoca la explicación del modelo general más bien que el caso desviado.
Ambas estrategias son útiles y deberían estar combinadas, como defienden Ragin
y Zaret. Lo que ellos no apuntan y lo que suele faltar en esos análisis de
estados particulares que enfatizan la contingencia histórica, es que la
explicación de la variabilidad o la diversidad asume la adecuación del modelo
general con el cual está siendo contrastado el caso particular. Lo que deseo
hacer aquí es enfocar la formulación de un modelo general.
Este capítulo considera estudios recientes que comparan estados
centrales, periféricos y semiperiféricos y que examinan generalizaciones acerca
de la conexión entre la jerarquía centro/periferia y los rasgos de los estados.
También examina la cuestión de la naturaleza del estado dentro de un modo
capitalista de producción y esto, en el contexto de la perspectiva de
sistemas-mundo. En dos capítulos siguientes se examinan las interconexiones
entre el sistema interestatal, la geopolítica y las instituciones capitalistas.
Aquí enfocaremos estados individuales.
żEs
verdad que el estado capitalista típico solamente provee orden social y no
interviene en los mercados ni en las decisiones de producción? O, para hacer la
pregunta de otra manera, żel sistema capitalista como mejor se conceptualiza es
operando dentro del contexto de un estado minimalista? żCuál es la relación
real entre estados y mercados dentro del modo capitalista de producción? żSon
los estados centrales típicamente más fuertes que los estados periféricos y se
mantiene esto para el poder tanto interno como el poder vis-ŕ-vis otros
estados? żSon los estados centrales típicamente más democráticos, menos
centralizados y menos autoritarios que los estados periféricos y
semiperiféricos? Si existe una tal correspondencia entre la forma de régimen y
la posición del sistema-mundo, żqué explica esta correspondencia? Estas
preguntas y otras afines son examinadas en este capítulo.
La
Fuerza del Estado: Interna y Externa
Immanuel
Wallerstein (1974) defiende que los estados centrales tienden a ser fuertes,
tanto internamente como vis-ŕ-vis otros estados, mientras los estados
periféricos tienden a ser débiles. Y él plantea que estas tendencias son
reforzadas por ciertos rasgos estructurales del sistema-mundo, por los procesos
en curso de explotación y opresión, que reproducen la jerarquía
centro/periferia (ver también Rubinson, 1976; Kick, 1980). La formulación
estado fuerte/estado débil ha sido criticada por los neo-weberianos, del mismo
modo que el alegado “economicismo” del enfoque de Wallerstein (p. ej., Skocpol,
1977). Los críticos defienden que algunos estados no centrales son muy fuertes vis-ŕ-vis
las fuerzas opositoras internas y que algunos estados centrales parecen más
bien débiles internamente. Hay acuerdo general en que en las relaciones
externas de estado con estado se mantiene la generalización de Wallerstein. Los
estados centrales son siempre más poderosos que los estados periféricos
vis-á-vis otros estados, en términos del poder militar y el poder económico que
se derivan de la posición en la división internacional jerárquica del trabajo.
Estos diferentes tipos de poder pueden no estar perfectamente correlacionados,
ya que algunos estados enfatizan uno o el otro y debe prestarse atención al
hecho que algunos estados cambian su posición relativa, moviéndose hacia arriba
o hacia abajo en la jerrquía centro/periferia. La cosa que distingue una
economía-mundo capitalista de los sistemas-mundo anteriores es el grado en que
los estados en el centro descansan en la ventaja comparativa en la producción
para el mercado mundial en lugar del poder político-militar. Esto no implica,
sin embargo, que el estado capitalista normal o típico sea uno que no
interfiere con el intercambio de mercado. El estado de laissez faire es,
de hecho, más bien atípico, correspondiéndose con aquellos estados hegemónicos
centrales que son grandes ganadores en el mercado mundial, sin necesidad de
recurrir a una interferencia mercantil fuerte o estados pequeńos grandemente
dependientes del intercambio internacional que no tienen la opción de ejercer
influencia político-militar efectiva.
La correspondencia grosera entre la fuerza externa del estado y
el status relativo en la jerarquía centro/periferia es un asunto de definición
para aquellos que entienden que la geopolítica es la arena principal de
competencia en el sistema-mundo moderno. Debe admitirse que la competencia
político-militar es importante, pero si buscamos entender cómo difiere el
sistema-mundo moderno de sistemas-mundo anteriores, tenemos que examinar la interacción
entre los estados y la producción capitalista de mercancías.
Se admite que la cuestión del poder interno es más compleja que
la cuestión del poder externo. Yo argumentaré que la forma del gobierno (ya sea
éste democrático constitucional, monárquico o una u otra forma de autoritarismo
centralizado) no está simplemente relacionada con la cuestión del poder estatal
interno. Un estado democráticamente constituido puede ser débil o fuerte vis-ŕ-vis
los grupos de oposición interna, igual que un estado autoritario. Y la fuerza
del estado vis-ŕ-vis la oposición potencial y/o real varía con el tiempo
(en relación consigo misma) en los estados tanto del centro como de la
periferia, al igual que las formas constitucionales que asumen los estados y la
composición de las alianzas de las clases que respaldan regímenes particulares.
La cuestión del poder interno de los estados es, como todas las
discusiones de poder, problemática tanto teórica como empíricamente. Mucha de
la literatura reciente que enfoca los estados analiza las “capacidades” del
estado para implementar decisiones de política en campos específicos de la
actividad social, política y económica (Skocpol, 1985). Esta es una útil
conceptualización del poder interno del estado, pero necesita ser esclarecida
en varios respectos. La cantidad de los varios recursos directamente
controlados por agencias gubernamentales (asumiendo que estos puedan ser
medidos cuantitativamente) necesita ser comparada con los recursos disponibles
para los grupos internos proclives a resistir la política estatal. Y tanto el
propio estado como sus grupos opositores contendientes necesitan se analizados,
no como monolíticos, sino en términos del grado de acción unida versus
subsecciones competidoras o incluso en conflicto. Un determinante importante
del poder del estado vis-ŕ-vis la oposición interna es el grado en que los
dirigentes estatales y las agencias estatales apoyan recíprocamente las
acciones de los demás. En realidad, Arthur Stinchcombe ha hecho su definición
de legitimidad (Stinchcombe, 1968: capítulo 4).
Debe notarse que una característica de los estados centrales
hegemónicos más exitosos es ser relativamente descentralizados en su forma.
Así, la República Holandesa ha sido una confederación de provincias en la que
el gobierno central tiene formalmente poderes limitados. El Reino Unido de Gran
Bretańa es también una confederación que, además de sus instituciones estables
de democracia representativa y de las limitaciones constitucionales a la
autoridad del estado central, le confiere una proporción relativamente alta de
autoridad gubernamental a las jurisdicciones locales. Los Estados Unidos de
América, una federación similar relativamente descentralizada (aunque el poder
del estado federal ha aumentado grandemente con el tiempo), aún no tiene un
sistema de educación nacionalmente dirigido ni una institución central pública
seria de planificación económica nacional. Los USA comparten con otras
potencias hegemónicas previas instituciones estables de la democracia
representativa a los niveles local, de estado individual y federal de gobierno.
El examen de Peter Evans de los vínculos transnacionales y los roles económicos
de los estados centrales y semiperiféricos sugiere que los estados centrales
suelen desplegar debilidad interna al tiempo que poseen fuerza externa. Él
plantea esto como sigue:
Presidir
una economía en la que el capital transnacional es la fracción dominante de la
burguesía, inhibe la expansión del rol económico doméstico del estado en los
países exportadores de capital. Los intereses del capital transnacional
coalescen con las preocupaciones geopolíticas de las elites estatales alrededor
de un aparato estatal “externamente fuerte, internamente débil. Los Estados
Unidos de América son el ejemplo primario, Bretańa y Suiza aportan evidencia en
apoyo. (Evans, 1985: 217).
El uso de Evans como mejor se aplica es cuando estamos
considerando procesos como los que ocurren en las potencias hegemónicas
centrales decadentes (ver capítulo 9). Es entonces que las exportaciones de
capital se hacen relativamente grandes como oportunidades domésticas para
contratos ventajosos. En estos estados,
los intereses anteriormente convergentes entre los diferentes tipos de
capital y entre el capital y los grupos significativamente grandes de
trabajadores centrales, muestran signos de divergencia creciente. Sin duda, el
estado se hace más débil (en relación consigo mismo en un tiempo anterior) en
tal situación, al irse haciendo crecientemente problemática la coalición de
intereses que está detrás del estado. Pero sería inexacto caracterizar a los
estados centrales como típicamente internamente débiles en relación con los
estados semiperiféricos o periféricos. El poder de un estado como organización
se reduce a la cantidad de recursos que puede movilizar en relación con la
cantidad de recursos que pueden ser movilizados contra él. En los países
centrales hay más recursos totales a movilizar, de manera que un estado pudiera
necesitar movilizar grandes recursos contra un reto interno real o potencial.
Pero la descentralización y las formas democráticas políticas no son
indicaciones directas de debilidad del estado. De hecho, estas formas pueden
ayudar a crear legitimidad y consenso entre partidarios significativos de un
estado, socavando así los retos y la resistencia a la autoridad estatal.
Como implica la anterior discusión, la legitimidad es un
componente importante de la fuerza interna del estado. Robert Philip Weber
(1981) ha demostrado que hay una asociación en el tiempo en los cambios de contenido
de la retórica política y el ciclo de Kondratieff. Weber realizó un análisis de
contenido de los Discursos Británicos desde el Trono, desde 1795 hasta 1972,
que revela un ciclo temático de 52 ańos y esto corresponde íntimamente a la
onda K. Weber plantea que esto muestra que los problemas de legitimidad política están vinculados a
las contradicciones producidas por el desarrollo capitalista.
Independientemente de cómo se explica esta relación empírica, el hallazgo
confirma la existencia de una conexión entre los procesos “internos” de
legitimidad y el ciclo económico largo del sistema-mundo.
Normalmente pensamos en la autonomía y la “soberanía” como si estuvieran involucradas en la
definición de la fuerza del estado. La soberanía es una cosa muy problemática
frente a una consideración de estados periféricos. El ejemplo más extremo y
obvio de falta de soberanía en la periferia es la colonia formal, una extensión
del aparato estatal de una potencia central. Aunque este aparato puede ser muy
poderoso vis-ŕ-vis los grupos de oposición en la periferia, no
consideraríamos que fuera, de por sí, un estado internamente fuerte. A éste es
probable que le falte legitimidad y siempre le faltará autonomía. La fuerza
externa e interna del estado, por tanto, no son completamente independientes
entre sí, ni siquiera a nivel de definición. La soberanía vis-ŕ-vis
otros estados es un requisito para la fuerza interna tanto como para la
externa, porque no tendría sentido caracterizar a un estado comprador o colonia
formal (cuya existencia misma está garantizada primariamente por las fuerzas de
un estado central) como un estado internamente fuerte. La fuerza estatal
interna debe ser definida en términos de aquellos recursos que son controlados
autónomamente por el estado particular que se considere. En la práctica, ésta
es una distinción difícil de hacer, pero
debemos hacerla para distinguir las
colonias y los regímenes compradores de los estados fuertes.
Una cuestión relacionada con ésta, esbozada primero por Richard
Tardanico (1978), la sugiere el uso convencional en la investigación
comparativa de los ingresos o los gastos
gubernamentales como medidas de la fuerza estatal. Si bien estos son
obviamente medidas directas de algunos de los recursos bajo el mando de un
estado, una medida mejor sería la cantidad de recursos bajo el mando del estado
durante un periodo en que el poder del estado es desafiado. Aunque la
República Holandesa del siglo diecisiete tenía un presupuesto regular bastante
pequeńo, el stadtholder de Ámsterdam
podía vender suficientes bonos estatales en una sola visita al mercado de
seguridades de Ámsterdam para financiar la movilización de la nación para una
guerra efectiva contra sus estados centrales rivales (Barbour, 1963).
Similarmente, las entradas per cápita (o per ingreso nacional) del gobierno
británico eran más bajas que las entradas francesas durante todo el siglo
diecinueve, excepto durante los ańos de movilización bélica, en que los
recursos del estado británico saltaron súbitamente a un nivel mucho más alto
que el del estado francés. El nivel relativamente bajo de ingresos per cápita,
yo defendería, no significa que el estado británico fuera más débil que el
estado francés durante la mayoría de los ańos del siglo diecinueve. Por el
contrario, la capacidad del estado británico de movilizar mayores recursos cuando
estos eran necesarios, significa que el estado como organización fuera probablemente más fuerte internamente
en Bretańa que el estado francés en Francia.
Un estado fuerte, entonces, está fuertemente apoyado por una
alianza de capitalistas que está a su vez unificada y tiene intereses
relativamente convergentes y que es fuente de
importantes recursos. Aquí hay analíticamente dos elementos: la magnitud
de los recursos y la unidad relativa dentro de y entre las clases. Richard
Rubinson (1978) ha analizado los procesos políticos por los cuales se forjaron
poderosas coaliciones entre capitalistas y propietarios de tierras móviles
hacia arriba en Alemania y en los Estados Unidos en el siglo diecinueve. Aunque
los estados centrales mismos varían en términos de la unidad y magnitud de los
recursos a los que tienen acceso, respecto a estas dos cuestiones ellos
usualmente están en mejor forma que los estados periféricos, que generalmente
sufren de niveles más altos de desarticulación política, así como de escasez de
recursos.
Una importante diferencia entre un estado capitalista (que
principalmente aporta orden y otras condiciones para la producción y el
comercio lucrativos de mercancías) y los estados pre-capitalistas (directamente
comprometidos en el modo tributario de producción en el que el poder
político-militar era en sí mismo la fuente principal de apropiación de
plusvalía) sugiere razones por qué un estado con bajo presupuesto puede ser, al
mismo tiempo, muy poderoso vis-ŕ-vis la oposición tanto interna como
externa. Los capitalistas quieren estados efectivos y eficientes; o sea,
estados que aporten protección suficiente para una acumulación capitalista
exitosa, al costo. Un estado que haga esto será fuertemente apoyado por
grupos con grandes recursos y sin embargo, estos estados tendrán
burocracias relativamente pequeńas y
presupuestos modestos.
Independientemente de los argumentos anteriores, la mayoría de
los estudios transnacionales de la fuerza interna del estado usan alguna medida de los recursos
disponibles al gobierno y compara esta magnitud con alguna medida de los
recursos totales disponibles en el país. La medida más común es la razón de los
ingresos del estado con el PNB. La mayoría de estas investigaciones han
examinado las causas del crecimiento relativo de los estados y el efecto de la
fuerza del estado sobre otras variables (p. ej. Rubinson, 1977b). Una reciente disertación de Ph.D. por SuHoon
Lee (19886) demuestra que el crecimiento en capacidad extractiva de los
estados periféricos y semiperiféricos (ingresos), su capacidad coercitiva
(militar) y su capacidad integrativa (educación masiva) son
primariamente consecuencia de las interacciones internacionales (como la
involucración en guerras interestatales y en el mercado mundial) más bien que
de factores internos. Camero (1978) halla que la capacidad extractiva de los
estados centrales está altamente relacionada con su grado de involucración con
el mercado internacional.
He aquí algunas evidencias adicionales relacionadas con la
cuestión de la fuerza interna de los estados centrales y periféricos. La tabla
6.1 es tomada de información contenida en las Tablas Mundiales del Banco
Mundial (1983). Esta tabla muestra los niveles promedio de consumo
gubernamental como porcentaje del PNB para grupos de países de 1960 a 1981. Los
grupos de países están compuestos por el Banco Mundial. En nuestros términos,
los 21 llamados “economías industriales de mercado” (los 43 paíse con menos de
$405 PNB per cápita en 1981) son todos periféricos, mientras las “economías en
desarrollo de ingreso mediano” incluyen
a 106 países, tanto periféricos como semiperiféricos. Las llamadas “economías
no de mercado del Este europeo” y los “exportadores de petróleo de altos
ingresos” son excluidos de los grupos anteriores. (2)
--Tabla
6.1 aproximadamente aquí—
El renglón, consumo general del gobierno, se define como sigue:
El consumo general del gobierno comprende todos los
gastos corrientes para compra de mercancías y servicios por cuerpos
gubernamentales: eso es, gobiernos central, regionales y locales; fondos de
seguridad social separadamente operados; y autoridades internacionales que
ejercen funciones de gastos de impuestos o gubernamentales dentro del
territorio nacional. Excluye los gastos de empresas públicas no financieras y
de instituciones financieras públicas. El gasto corriente del gobierno general
cubre los gastos por compensación de empelados, las compras de mercancías
(excluyendo la adquisición de tierras y activos depreciables) y servicios de
otros sectores de la economía, equipamiento militar y otras compras del
extranjero. El gasto de capital en la defensa nacional (excepto para la defensa
civil) se trata como consumo, mientras todos los gastos en formación de capital
(incluyendo la defensa civil) se incluye en la inversión nacional bruta. (Banco
Mundial, 1983 I: xi).
El consumo gubernamental como porcentaje del PNB no es en modo
alguno la medida ideal de la fuerza interna del estado. Éste no toma en cuenta
los recursos que se harían disponibles para
un estado que enfrenta una emergencia, importante componente éste de la
fuerza del estado sugerido en el argumento anterior. Tampoco capta en absoluto
la dimensión de unidad (o desunión) entre las agencias estatales ni los grupos
opositores potenciales, ni tampoco incluye ciertos gastos de capital (p. ej.,
las compras de tierras) ni los gastos de las firmas propiedad del estado. Si
toma en cuenta groseramente, sin embargo, la magnitud de los recursos económicos
normalmente disponibles para el estado y pondera esto por el valor total de las
transacciones económicas finales en la sociedad (PNB). Como tal, esto debería
ser un aproximado grosero (en la comparación entre naciones) para el poder
extractivo normal de un estado vis-ŕ-vis su sociedad nacional.
La tabla 6.1 muestra que el porcentaje del PNB atribuible al
consumo gubernamental ha aumentado desde 1960 en todos los grupos. Esto apoya a
otras investigaciones (Boli, 1980; Lee, 1986) que han demostrado aumentos en la
formación de estados tanto en el centro como en la periferia. De mayor
relevancia para la cuestión de la fuerza diferencial del estado, sin embargo,
es la indicación en la tabla 6.1 de considerables diferencias entre zonas del
sistema-mundo respecto a la capacidad extractiva de los estados. El nivel de
capacidad extractiva promedio entre los estados del centro es
significativamente más alto que el encontrado en países en desarrollo ya sean
de ingreso mediano o bajo y esta diferencia continúa en el tiempo, a pesar de
la elevación de cada grupo.
Las
diferencias entre los grupos de ingresos medianos y bajos indica, con una
excepción, que los estados semiperiféricos pueden ser internamente más fuertes
que los estados periféricos. Esta conclusión contiene incertidumbre, no
obstante, porque el grupo de los países de ingresos medianos incluye países
tanto semiperiféricos como periféricos.
Una
Visión Estado-Céntrica de la Explotación
La
literatura reciente que enfatiza la relativa autonomía de los dirigentes
estatales y su inclinación a expandir la burocracia estatal y a organizar un
acceso estable y protegido a recursos para expandir el poder del estado y
controlar en todo lo posible necesita ser considerada dentro del contexto de
los diferentes modos de producción. Charles Tilly (1985) ha caracterizado a los
estados-naciones modernos como acumuladores predatorios por cuenta propia, como
bandas de extorsión que operan para obtener la mayor tajada posible de los
recursos. Es importante recordar que, aunque ha habido una tendencia al
crecimiento de los estados, tanto en el centro como en la periferia, sigue
habiendo importantes diferencias entre la operación de los estados dentro de un
sistema-mundo capitalista y la operación de estados dentro de sistemas en los
que la recolección de tributos es la forma principal de acumulación. Los
estados dentro del sistema-mundo contemporáneo ciertamente tienen una tendencia
a expandir sus recursos. Los dirigentes estatales frecuente y regularmente
intentan extender su poder encontrando o creando circunscripciones que
supuestamente necesitan sus servicios y expandiendo el acceso estatal a los
recursos. Pero los objetos de la política estatal y las continuadas
limitaciones al uso del poder estatal necesitan ser considerados en el contexto
de un sistema capitalista mundial.
La expansión de los estados centrales ha sido analizada por
ciertos marxistas en términos de los necesarios correctivos a las
contradicciones producidas por el “capitalismo monopolista”. Baran y Sweezy
(1966) notaron que la expansión en la postguerra de Corea, del presupuesto
militar de USA a niveles de tiempos de guerra, que creó una demanda permanente
auspiciada por el estado, de importantes sectores de la industria privada de
USA, fue proporcionalmente la misma parte de la economía de USA que quedaba
ociosa debido a la sobre-capacidad antes del estallido de la 2Ş Guerra Mundial.
El análisis de James O’Conner (1973) de la crisis fiscal del estado extiende
esta especie de pensamiento a la expansión de los servicios de bienestar por el
estado de USA, planteando que las contradicciones sociales del capitalismo
monopolista requieren gastos estatales aún mayores para subsidiar la
continuación de la acumulación privada.
Pero el trabajo de O’Conner también defiende que hay importantes
limitaciones a la expansión ulterior de los gastos estatales y esta idea de las
restricciones suele ser despreciada por los analistas estado-céntricos. En
contra del tono que se suele encontrar en la literatura sobre la tendencia
predatoria a la expansión de los dirigentes estatales, sigue habiendo poderosas
fuerzas que limitan la tendencia a la expansión estatal. La imposición de
impuestos ha sido resistida en todos los sistemas históricos, pero en un
sistema capitalista, la propia clase dominante vive primariamente de las
ganancias de la producción de mercancías más que de los ingresos por impuestos.
Los pagos de impuestos restringen la obtención de ganancias de muchas maneras.
Los impuestos a las firmas capitalistas elevan el costo de los productos y
reducen la competitividad y por tanto, las ganancias. Así, como han apuntado
Fred Block (1978) y muchos otros analistas, la propia estructura de la
acumulación capitalista limita los estados a actividades que promocionan una
atmósfera de “confianza de negocios”.
Los propios estados suelen ser importantes compradores de
productos del sector privado, por supuesto. Y cada vez más los estados modernos
están entrando directamente en la producción de mercancías. Bennet y Sharpe
(1985: 71) resumen útilmente las diferencias entre las firmas de propiedad
privada y pública. Las firmas públicas pueden operar con pérdidas si hay
suficiente apoyo político para subsidiarlas. Pero hasta el capitalismo de
estado está eventualmente sometido a las consideraciones de costo que emanan de
los mercados competitivos. Si los estados producen para la exportación, ellos
deben competir con productores extranjeros, de modo que las consideraciones de
costo son importantes. Y aún cuando ellos produzcan solo para su propio mercado
nacional monopolizado, existen restricciones importantes. Si ellos producen
para un mercado interno protegido, los costos de mantener un monopolio interno
varían con la disparidad entre el precio
interno y el mundial. Por encima de cierto diferencial, los costos de
prevención del contrabando y/o la producción interna ilegal se hacen
exorbitantes. Siempre que el sistema interestatal sea una arena competitiva,
hay una tendencia a la “igualación de sobre-ganancias” en que las condiciones
para el mantenimiento de monopolios son sometidas a una lógica de eficiencia en
costo.
El historiador de Venecia, Frederic Lane (1979) ha analizado la
interacción entre el poder estatal y el crecimiento económico de las firmas en
términos de la noción de “renta de protección”.
Los estados, a los que él llama “empresas controladoras de la
violencia”, tienen diferentes éxitos en el aporte de protección efectiva y
eficiente a los mercaderes y productores de mercancías. En el contexto de un
sistema interestatal competitivo y un mercado internacional establecedor de
precios, la renta de protección es un importante componente de las ganancias
que se obtienen por las firmas. Lane explica que:
Un cargo esencial en
cualquier empresa económica es el costo de su protección contra la alteración
por la violencia. Diferentes empresas compitiendo en el mismo mercado suelen
pagar distintos costos de protección, tal vez como tarifas o sobornos, tal vez
en alguna otra forma. La diferencia entre los costos de protección forma un
elemento en el ingreso de la empresa que disfruta el costo de protección
inferior. A este elemento del ingreso le llamaré renta de protección.
(Lane, 1979 1213, énfasis en el original).
Aunque la noción de Lane ha sido aplicada primariamente a los
estados “mercantilistas”, la renta de protección y la competencia entre estados
para proveer protección relativamente eficiente para sus mercaderes y
productores internacionales, continúa siendo una restricción importante a los
gastos estatales en el sistema-mundo contemporáneo, porque el capital puede
migrar hacia donde los costos de protección efectiva sean más bajos.
Por supuesto, como ha planteado William H. McNeill (1982), hay
un efecto contextual por el cual el nivel de gastos de cualquier estado
individual se justificará que vaya aumentando junto con el nivel general.
McNeill defiende que el industrialismo con base en el mercado y las rápidas
innovaciones en la tecnología militar han creado, en el contexto de la
continuación de un sistema interestatal extremadamente competitivo, una virtual
explosión (disculpen el humor sombrío) de los gastos militares.
La expansión de los estados en todas partes y su creciente
tendencia a involucrarse directamente en el proceso de desarrollo económico,
puede haber debilitado algo las restricciones a los gastos estatales que emanan
del mercado mundial y la competencia por el capital inversionista, pero estas
fuerzas siguen siendo importantes limitaciones a la expansión de la apropiación
estatal de los recursos.
Raymond Duvall y John R. Freeman (1981) presentan un excelente
análisis teórico del carácter empresarial del estado en los estados
capitalistas dependientes, principalmente en los semiperiféricos. Ellos
plantean la importante cuestión de que no existe tal cosa como “el estado capitalista”
en general. La particular articulación de cada estado dentro el sistema-mundo
mayor debe ser tomada en cuenta en cualquier teoría de la política económica
estatal. El análisis de Peter Evans (1979) del viaje brasileńo, las
alianzas, la negociación y la competencia entre dirigentes estatales,
capitalistas locales y firmas transnacionales que operan en Brasil, apoya
fuertemente el planteo de Duvall y Freeman de que el rol del estado en la
acumulación no puede ser entendido sin atender a la inserción particular de
cada país en el sistema mayor.
Es extremadamente difícil para los estados desconectarse del
sistema-mundo mayor y crear una economía interna cerrada, aunque muchos lo han
intentado. Los más exitosos en algunos respectos son los grandes estados semiperiféricos,
especialmente China y la Unión Soviética, que han adoptado el socialismo de
estado. A causa del gran tamańo real o potencial de la demanda interna y el
acceso a los recursos naturales internos, estos estados han sido capaces de
usar directamente el poder político para movilizar la industrialización
interna. Ellos han sido capaces de tamponearse de las fuerzas de mercado
internacionales y de las amenazas político-militares que tienden a obstaculizar
la industrialización autárquica.
El poder estatal mercantilista (p. ej., Friedrich List) también
fue usado para proteger las industrias nacientes de la competencia extranjera
en los industrializadores exitosos más tempranos – Inglaterra, los Estados
Unidos de América, Alemania y Japón (Senghaas, 1985) – y el poder estatal ha
sido muy importante en la reciente industrialización de Brasil, México, la
India y por supuesto, Corea del Sur y Singapur.
En contra de las implicaciones del análisis de Gersehnkron
(1962), no son solo los industrializadores tardíos los que emplean la
protección mercantilista y la intervención estatal para promover la acumulación
capitalista. Tanto Inglaterra con USA, supuestos modelos de industrialización laissez
faire, emplearon el poder estatal durante periodos cruciales. En Inglaterra
la intervención estatal fue usada en los siglos diecisiete y dieciocho para
reforzar los cierres de las propiedades agrícolas y para proteger la industria
textil de la lana contra la competencia holandesa. En la Inglaterra isabelina,
el gobierno actuó para restringir los negocios de los mercaderes extranjeros en
Londres para ordenar abrir oportunidades adicionales para los intereses
comerciales e industriales nacionales. El surgimiento de la ideología y la
política del comercio libre solo ocurrió después de los éxitos iniciales
y fueron grandemente motivados por el deseo de los nuevos capitalistas
industriales de reducir las prerrogativas de los capitalistas propietarios de
tierras garantizadas por el estado.
Similarmente los Estados Unidos de América emplearon el poder
del estado para proteger el desarrollo capitalista, en contra de la imagen del
estado de laissez faire. La revolución anti-imperial contra Bretańa
preparó el escenario para una serie de luchas políticas por el uso del poder
del estado. La intervención estatal ocurrió, durante largo tiempo,
primariamente a nivel de los estados separados más bien que al nivel federal
(Lunday, 1980). Esto involucró el desarrollo infra-estructural auspiciado por
el estado, la concesión de monopolios comerciales y la regulación del uso de la
tierra y el agua. La intervención a nivel federal se giró hacia una política de
“Sistema Americano” cada vez más mercantilista en una serie de luchas y no
pocos retrocesos, que fueron finalmente arreglados por la Guerra Civil. Mi
propio estudio de la política tarifaria en USA entre 1812 y la Guerra Civil
muestra, solamente en este terreno de política, cómo las coaliciones que se
iban desplazando de capitalistas centrales, capitalistas periféricos,
campesinos y trabajadores urbanos eventualmente condujeron al firme
establecimiento del capitalismo central en los Estados Unidos de América
(Chase-Dunn, 1980).
Es obvio que algunos estados son capaces de moverse hacia arriba
en la jerarquía centro/periferia. Estos incluyen a los llamados por Gershenkron
industrializadores tardíos. El análisis de sistema-mundo del “desarrollo
nacional” ve estos casos de movilidad hacia arriba como excepciones contra el
telón de fondo del más frecuente “desarrollo del subdesarrollo”. Esto no es solo
un asunto de vocabulario. Las discusiones del estado y el desarrollo nacional
que enfocan solamente la industrialización de las economías nacionales tienen
dificultades para responder por el fenómeno de una jerarquía centro/periferia
reproducida sobre la base del desarrollo disparejo, en la que aparece la
industrialización, pero poca o ninguna reducción de la magnitud de la
desigualdad del sistema-mundo.
Como han argumentado persuasivamente Peter Evans y John Stephens
(1987), el control estatal y la libertad de mercado no son alternativas
mutuamente incompatibles. Los estados actúan cada vez más tanto para controlar
los mercados como para crearlos. En realidad, las políticas de los estados que
promocionan exitosamente el desarrollo capitalista están orientadas, no solo al
eficiente aporte de orden social, sino también a la creación de estructuras que
promuevan empresas lucrativas. El capitalismo de estado no simplemente espera
por que los empresarios tengan éxito para entonces ponerles impuestos. Actúa para
crear oportunidades para los empresarios y algunas veces asume él mismo el
papel empresarial. Evans (1986) ha analizado la creación brasileńa de una
industria nacional de micro-computadoras por algunos “technicos” estatales que
lograron crear una circunscripción para sí mismos, iniciando firmas nacionales
productoras de computadoras. “Japan, Incorporated”, la organización de nivel
estatal de un sistema educacional de la nación completa hacia la investigación
y desarrollo de nuevos productos para el mercado mundial, es otro ejemplo del
agresivo estado capitalista.
No
es simplemente un asunto de intervención versus operación libre de mercados,
sino de los objetivos y el contenido de las políticas estatales. Es
indudablemente cierto que la intervención económica ha aumentado y se ha hecho
mucho más sofisticada que cuando los estados imponían tarifas de importación y
exportación primariamente como mecanismo para aumentar los ingresos. Pero la
cuestión mayor es que esta especie de intervención no es pre-capitalista ni
anti-capitalista, sino más bien la operación normal de los estados dentro de un
modo capitalista de producción. La definición del capitalismo como negocio
privado conducido en el contexto de un estado minimalista fue una
representación errónea producida al enfocar un estado central (Bretańa) a la
altura de su hegemonía, lo que es una situación más bien atípica.
Estados
Periféricos y Semiperiféricos
Más
bien que enfocar las historias de éxito excepcional, los estados móviles hacia
arriba, se le debe prestar atención a los más usuales patrones que revela la
relativa estabilidad de la jerarquía centro/periferia y sus restricciones a la
acción estatal. Como han planteado muchos, hasta los estados centrales están
limitados en términos de sus posibles acciones por el hecho de su
interdependencia dentro del sistema-mundo mayor. Los conflictos
político-militares y la competencia económica restringen el rango de políticas
que puede adoptar un estado central. Y por supuesto, la operación de largo
plazo del sistema completo condiciona la especie de estructura de clase,
instituciones políticas, etc., que encontramos “al interior” de los estados
centrales, así como de los estados periféricos (p. ej., Walton, 1981). De todas
maneras, el espacio de maniobra es considerablemente mayor para los estados
centrales que para los estados periféricos porque su acceso a los recursos es
relativamente mayor y menos dependiente de fuerzas externas o restricciones por
la oposición interna. La observación que
el capitalismo periférico descansa más pesadamente en la coerción
política para mantener las relaciones de clase y para realizar la producción y
la distribución puede vincularse a un análisis de las formas organizacionales
de los estados y regímenes en la periferia.
El examen de Marx de la “acumulación primitiva” (Marx, 1967a:
parte 8) discute el despojo y la desposesión que ocurrió en la expansión de la
hegemonía europea. En un sentido la acumulación capitalista fue siempre y sigue
siendo más “primitiva” en la periferia. Su confianza en la coerción política es
más que una fase transitoria que ocurre durante la creación de las
instituciones capitalistas. Los imperios mundiales pre-capitalistas utilizaron
la coerción política directamente en el mantenimiento de las relaciones amo/esclavo
o seńor/siervo. La recolección de tributo, impuestos y rentas era una forma
relativamente visible de apropiación de la plusvalía comparada con la forma más
opaca de explotación en la relación capitalista/proletario. De manera que el
capitalismo periférico sí tiene una mayor similitud con las sociedades
pre-capitalistas basadas en el modo tributario de producción, que el capitalismo central.
Y sin embargo es erróneo conceptualizar el proceso de desarrollo
que observamos en las áreas periféricas como un modo separado pre-capitalista
de producción o un periodo de transición hacia el capitalismo pleno. Estos usos
son más que diferencias meramente semánticas, porque un modo de producción
debería ser grandemente auto-reproductor y un periodo de transición no debería
durar siglos. Pero el capitalismo periférico, aunque cambia su forma y de
algunas maneras sí asume aspectos del capitalismo central (más proletarización,
más mercantilización, más formación del estado, más construcción de nación,
etc.) nunca llega al destino de “capitalismo avanzado”. Es decir, la brecha
relativa entre el centro y la periferia se reproduce, no se elimina (ver
capítulo 12).
Así es que los estados periféricos sí se desarrollan, al igual
que la economía de l a periferia. Pero ellos raramente se convierten en estados
centrales. Las áreas periféricas experimentan formación estatal. La
descolonización crea la soberanía formal. El estado se arroga mayores poderes
sobre otras organizaciones sociales y políticas tales como tribus, comunidades
aldeanas, organizaciones étnicas y religiosas, etc. La expansión de la
educación masiva realiza los rituales mágicos de la construcción de nación
produciendo y distribuyendo ideología nacional y el status político del
ciudadano (Ramírez y Rubinson, 1979).
Y sin embargo, otros rasgos de los estados periféricos parecen
más reticentes al “desarrollo”. La literatura sobre la modernización y la
democracia argumenta que el desarrollo económico es necesario para
institucionalizar una comunidad democrática. Sin embargo, aunque ha habido una
buena cantidad de industrialización en muchos países periféricos y
semiperiféricos, esto no ha dado como resultado en la mayoría de los casos un
gobierno democrático.
Si deseamos analizar las posibilidades y restricciones de los
estados periféricos y semiperiféricos, la primera cosa que tenemos que notar es
que muchos de estos estados dependen de estados centrales, bancos
transnacionales o firmas transnacionales con bases centrales para una parte
significativa de sus recursos y estas formas de apoyo vienen con ciertas
limitaciones explícitas o implícitas a la acción estatal. El estudio
comparativo de Bruce Moon (1983) de las políticas exteriores de los estados
periféricos demuestra que como mejor se interpretan los patrones de votación en
las NU es en términos de estructuras más bien estables de dominación del poder
central basadas en la dependencia de los estados periféricos, mejor que en
términos de un conjunto más flexible de relaciones de negociación. Y el estudio
de Nora Hamilton (1982) de los movimientos sociales mexicanos y el estado en
los ańos de 1930, muestra los efectos de cambiar la política estatal central
sobre los límites de la acción estatal periférica. Uno de los factores mayores
que permiten una acción estatal significativamente populista y nacionalista (la
expropiación de las compańías petroleras de propiedad de USA) por el régimen de
Cárdenas fue el advenimiento de una política mucho más liberal de Roosevelt
hacia América Latina. Cárdenas jamás hubiera podido llegar tan lejos si los USA
hubieran mantenido una línea dura.
El cuidadoso estudio de Maurice Zeitlin (1984) de los
antecedentes de clase de los estadistas chilenos del siglo diecinueve y las
fuerzas de clase que estaban detrás de las dos guerras civiles en Chile intenta
ser un antídoto contra una teoría de sistemas-mundo vulgar en la que las
políticas de los estados periféricos esté determinada por manipulación directa
de los estados centrales o de las firmas capitalistas con base central. Zeitlin
efectivamente prueba lo contrario de interpretaciones anteriores, que
reivindicaban que las manipulaciones de agentes imperiales británicos
derrotaron el intento de José Manuel Balmaceda, de usar el poder estatal
chileno para apoyar un tipo más autónomo de desarrollo económico. Pero sus
hallazgos, que supuestamente demostraban que las luchas locales de clases (más
bien que “factores externos”) explicaban la fracasada “revolución burguesa” de
Balmaceda, realmente revelan un choque de intereses entre dos conjuntos de
capitalistas periféricos: los invertidos en las minas de cobre (que estaban
sufriendo de los precios declinantes y de la rígida competencia extranjera por
los mercados de exportación) y los productores en auge de las exportaciones de
nitrato (que estaban disfrutando grandiosas ganancias).
La política intentada por Balmaceda, de movilización estatal,
fue apoyada primariamente por los intereses del cobre, que querían imponerle
impuestos a los exportadores de nitrato para invertir en infraestructura que mejoraría
su posición en el mercado mundial. Sí, esta es una explicación de lucha de
clases, pero en ella los intereses y acciones de importantes fracciones de
clases están pesadamente influidas por sus puntos de inserción y variadas
fortunas en el mercado mundial. La noción de las “rondas de acumulación”, que
es útil para entender el desarrollo regional disparejo en las áreas centrales
(p. ej., Smith, 1984), se puede ver en operación en el auge y caída de los
productos de exportación extractivos y agrícolas en las áreas periféricas.
Estas secuencias de auge y explosión responden de una gran parte de los cambios
políticos que ocurren en la periferia (Bunker, 1985).
La perspectiva de sistemas-mundo también tiene implicaciones
para la naturaleza de la política en los estados semiperiféricos. Además de ser
intermedios estos estados en términos de sus niveles de poder interno y
externo, se piensa que el balance relativo de los tipos de producción
periférico y central dentro de algunos estados semiperiféricos tiende a crear
combinaciones de intereses de clases y forma de régimen que, según se plantea,
diferencian a los estados semiperiféricos tanto de los centrales como de los
periféricos. Un reciente volumen editado por Giovanni Arrighi (1985) presenta
una colección de estudios que examinan la aplicabilidad del concepto de
semiperiferia para entender los cambios políticos y cambios en los patrones de
desarrollo económico del siglo veinte en los países de la Europa del Sur.
Estos
estudios exhiben los muchos problemas que hay al tratar de entender las
historias particulares de los países con
un concepto que ha surgido del intento por describir y explicar rasgos y
procesos que aparecen cuando enfocamos al sistema-mundo como un todo. Cuando
usamos un telescopio, vemos diferentes patrones que cuando usamos un vidrio de
aumento. De todas maneras, los estudios son ilustrativos, no solo porque
aprendemos mucho acerca de los países que se examinan, sino porque el ejercicio
esclarece algunos de los aspectos confusos de la idea de semiperiferia y
algunos de los límites de su utilidad (ver capítulo 10).
La Forma
de Régimen: Democracia y Autoritarismo
Es
una observación común que, aunque los estados tanto centrales como periféricos
exhiben formas de régimen autoritario, este rasgo se encuentra con mucha mayor
frecuencia en los estados periféricos o semiperiféricos. Kenneth Bollen (1983)
presenta un estudio transnacional de la relación entre la posición del
sistema-mundo y la democracia política, que demuestra que es menos probable que
los estados tanto semiperiféricos como periféricos tengan formas de régimen
democráticas, que los estados centrales. Los hallazgos de Bollen también
muestran que los estados periféricos tienen una probabilidad aún mayor de no
ser democráticos que los estados semiperiféricos (Bollen, 1983: tabla 2). Este
patrón notablemente mayor, requiere atención teórica.
Ha habido mucho estudio reciente de los estados semiperiféricos
y periféricos, sus características organizacionales y las maneras en que el
estado se vincula a la estructura de clases local. Michael Timberlak y Kirk
Williams (1984) usan datos transnacionales para examinar la relación entre el
nivel de penetración por las firmas transnacionales, la exclusión de los grupos
no elitistas de la política y los niveles de represión por los gobiernos
periféricos y semiperiféricos. Sus resultados muestran que la dependencia del
capital extranjero no tiene un efecto directo sobre el carácter represivo del
gobierno, pero está asociada con la exclusión política y afecta a la represión
indirectamente mediante sus efectos sobre la exclusión. Así, entre los países
periféricos y semiperiféricos, los más dependientes del capital extranjero son
los que con mayor probabilidad tienen estados autoritarios.
El análisis de Guillermo O’Donnell (1978, 1979) del
autoritarismo burocrático en los países del Cono Sur de América del Sur examina
los vínculos entre las fases industriales del desarrollo económico
semiperiférico, el surgimiento de demandas fuertes desde unos estratos grandes
y activos compuestos por trabajadores del sector formal y pequeńos hombres de
negocios y el surgimiento reactivo de un régimen autoritario. Las instituciones
democráticas de Brasil y Argentina fueron utilizadas por los intereses
políticamente agresivos de “clase media” para presionar con sus demandas sobre
el aparato estatal. Son los países relativamente desarrollados en América
Latina que han agotado el proceso de sustitución de importaciones y tienen
estratos medios relativamente grandes y activos los que con mayor probabilidad
desarrollan el autoritarismo burocrático. Las altas y bajas cíclicas de la
economía mundial, interactuando con las diferentes fases del desarrollo
nacional, producen una crisis política. Según O’Donnell el autoritarismo burocrático
asume cuando los militares entran a imponer un orden tecnocráticamente
legitimado, que se alega que representa a la nación como un todo. Esto ocurre
en reacción a la crisis política y puede ser exacerbado por una baja en la
economía mundial que requiere medidas de austeridad fiscal.
Clive Thomas (1984) ha examinado el autoritarismo de estados
periféricos más recientemente descolonizados en África y el Caribe. Thomas
enfoca los estados en los que la clase media de empresarios de negocios y la
clase de los trabajadores urbanos formales
son minúsculas o están ausentes. En estos estados periféricos, plantea
Thomas, el autoritarismo es una consecuencia de la ausencia de oportunidades en
la economía local. Las formas políticas de explotación articuladas mediante el
aparato estatal son virtualmente lo único que queda, de modo que la competencia
fiera por el control del estado obstaculiza el surgimiento y el mantenimiento
de las instituciones democráticas. Los regímenes tienden a formarse alrededor
de un estado autoritario de un solo partido.
Cuando comparamos el análisis de O’Donnell con el de Thomas, lo
primero que golpea la vista son las importantes diferencias entre los países
semiperiféricos del Cono Sur con sus economías nacionales relativamente
desarrolladas y clases medias significativas y los estados más periféricos del
Caribe y África con sus pequeńos sectores urbanos. Los argumentos de O’Donnell
para el surgimiento y reproducción de los regímenes autoritarios se basan en
causas completamente diferentes (y opuestas) a las de Thomas. Para O’Donnell
son los grandes grupos de clase media y los trabajadores urbanos clamando por
tajadas del pastel los que estimulan reactivamente a los regímenes
burocrático-autoritarios, mientras que para Thomas es la ausencia de estos
grupos la que da por resultado los regímenes autoritarios.
Si bien estas explicaciones pueden parecer contradictorias,
ellas se reconcilian fácilmente si empleamos dos explicaciones sugeridas por la
literatura que compara los tipos de régimen. Una revisión reciente de esta
literatura por Peter Evans y John Stephens (1988) sugiere una útil síntesis del
enfoque sugerido por el estudio de Barrington Moore (1966) de la democracia y
la dictadura y análisis marxistas recientes que enfocan el poder organizacional
de la clase obrera urbana. (3) El análisis de Moore enfoca la estructura de
clase agraria para explicar las diferencias de regímenes. Él plantea que
aquellos países en que los grandes terratenientes formaron un bloque político
significativo, tendieron a prevenir el surgimiento de estructuras estatales
democráticas o a descomponer los regímenes democráticos que habían surgido. Por
otro lado, en países donde los terratenientes eran o bien demasiado pocos para
ser políticamente importantes o la estructura agraria de clase estaba compuesta
mayormente por campesinos libres, el surgimiento de una clase obrera urbana
industrial era capaz de crear y sostener un régimen democrático. Es necesario
examinar la estabilidad de la democracia así como su existencia en cualquier
punto del tiempo. Los estudios históricos de los estados europeos que examinan
sus historias políticas durante períodos largos de tiempo son las más útiles
para las comparaciones con los estados periféricos y semiperiféricos
contemporáneos. El estudio más reciente de John Stephens (1987), que halla
considerable apoyo para la tesis de Moore comparando estados europeos, es
ejemplar a este respecto.
El enfoque de poder de clase es complementario con el enfoque de
Moore en que enfoca el poder organizacional de la clase obrera urbana. Dicho
crudamente, la industrialización expande a la clase obrera urbana, que se
compromete en la lucha de clases, construyendo organizaciones políticas
autónomas fuertes (sindicatos y partidos) que ejercen el poder sobre el
estado para extender los derechos de
ciudadanía y los derechos de bienestar. Esto es, por supuesto, una manera de
decir en términos marxistas la tesis de T. H. Marshall (1965).
Se sabe que el tamańo relativo de la clase obrera urbana y del
estrato medio varía con el nivel de industrialización nacional y la posición de
cada país en la jerarquía centro/periferia. Cuando ańadimos esto al enfoque de
Moore sobre la estructura de clase agraria, aportamos una descripción bastante
poderosa de por qué los estados centrales tienen democracias más estables que
los estados periféricos y semiperiféricos. Por supuesto, esto no explica todos
los casos y no explica por qué estas diferencias persisten a pesar de la
creciente industrialización de la periferia y la semiperiferia.
Evans y Stephens (1988) ańaden otros dos factores. Ellos
plantean que la industrialización tardía es más intensiva en capital y así crea
una clase obrera industrial relativamente más pequeńa y esto debilita la
asociación entre industrialización y democracia. También plantean ellos que la
fuerza del estado y la democracia están en relación inversa, en contra del
argumento que yo planteo anteriormente. En apoyo de este último planteo, ellos
interpretan el estudio de Mouzelis (1986) de la oscilación semiperiférica entre
el populismo y el autoritarismo (ver más adelante) como consecuencia de un
aparato estatal precozmente sobre-desarrollado. Similarmente ellos atribuyen la
naturaleza autoritaria de los nuevos países industrializados [NICs, por sus siglas
en inglés – Nota del Traductor] asiáticos orientales a sus relativamente
fuertes e intervencionistas aparatos estatales. Y por el contrario,
caracterizan los antiguos estados caribeńos británicos (los mismos analizados
por Thomas como autoritarios) como democráticos, a causa de la debilidad del
aparato militar y estatal heredado del colonialismo británico.
El planteo de que la fuerza del estado está inversamente
relacionada con la estabilidad de los regímenes democráticos es otro caso de la
confusión (anteriormente examinada) de la fuerza del estado con el
autoritarismo. Anteriormente yo planteé que los estados democráticos tienen
mayor probabilidad de ser internamente fuertes que los autoritarios. No conozco
ninguna investigación comparativa transnacional que haya abordado directamente
esta cuestión. La comprobación empírica más fácil es la relación entre los
ingresos gubernamentales per cápita (o per PNB) y la forma de régimen. Esto no
respondería completamente la pregunta, a causa del problema mencionado
anteriormente – hay una discrepancia potencial entre la cantidad real de
recursos que un estado obtiene mediante los impuestos y la cantidad que
obtendría de quienes lo apoyaran si su poder fuera desafiado. Aún así yo diría
que la correlación entre esta aproximación algo deficiente a la fuerza interna
del estado y el autoritarismo sería negativa en una comparación transnacional.
Del estudio de Thomas, Ramírez, Meyer y Gobalet (1973: tabla
11.3) se tiene algún apoyo para esta conjetura. Ellos demuestran que el nivel
de desarrollo económico tiene un efecto negativo con el tiempo en la
centralización del sistema de partidos y en la probabilidad de tener un régimen
militar. Si la fuerza interna del estado está asociada con el nivel de
desarrollo económico (como se indica en mi tabla 6.1), entonces es probable que
los regímenes autoritarios estén asociados con (y tal vez sean causados por)
estados más débiles y no más fuertes.
A las explicaciones de las relaciones de clases agrarias y del
poder de la clase obrera, también podemos ańadir algunos otros rasgos que
provienen de nuestro análisis del sistema-mundo capitalista. Ya hemos
mencionado el ciclo largo de negocios de escala mundial (onda K) que afecta los
desarrollos políticos en todos los estados. Hay varias fuerzas principales
operando, que en combinación responden por las diferencias generales
centro/periferia en forma de régimen. Todos los estados es más probable que
asuman una forma autoritaria cuando son significativamente amenazados por la
oposición interna o externa. Así, el autoritarismo es una seńal de debilidad y
no de fuerza. Esto se aplica tanto a los estados centrales como a los
periféricos. La mayoría de los análisis del fascismo lo entienden como una
respuesta reactiva a la fuerte oposición de la izquierda. Se piensa que los
estados socialistas se mueven hacia el autoritarismo como resultado tanto de la
oposición interna como de amenazas que parten de los estados capitalistas
extranjeros. Las crisis económica y política en el centro y en la periferia
tienden a evocar una elevación de la centralización y de las acciones
autoritarias por los estados. Hasta las democracias centrales fuertemente
institucionalizadas hacen esto durante tiempos de guerra y un reciente
comentario político de la Comisión Trilateral ha sugerido que la democracia en
el centro pudiera tener que ser ajustada, al ir produciendo la creciente
“cacofonía de las demandas de equidad una situación “ingobernable” (Wolfe,
1980).
Contra esta tendencia de los estados a volverse más autoritarios
frente a una oposición creciente, hay una tendencia opuesta que afecta a todos
los estados en la economía mundo capitalista (aunque no igualmente). Esta es la
tendencia del capitalismo a sostener estructuralmente una ideología política de
igualitarismo. La producción de mercancías y los mercados asumen que los
compradores y los vendedores tienen una situación política igual y el proceso
de la mercantilización de la fuerza de trabajo apoya una ideología en la que
tanto los capitalistas como los trabajadores se definen como ciudadanos iguales
que intercambian libremente trabajo y salarios. Estos apoyos institucionales a
la ideología democrática ejercen presión sobre los estados para que adopten una
forma de gobierno basada en la legitimación desde abajo, desde el “pueblo” o
los ciudadanos. Más bien que estados como agentes de Dios, la mayoría de los
estados modernos están constitucionalmente definidos como agentes del pueblo.
Este empuje institucional a los estados modernos procede del proceso de mercantilización.
Ha dado como resultado el desplazamiento casi en todo el mundo de una
legitimación basada en el derecho divino de los reyes a la legitimación basada
en el consentimiento de los gobernados. El autoritarismo es, por supuesto,
contrario a la ideología democrática, pero la mayoría de las formas
contemporáneas de autoritarismo son definidas como ejercicios temporales y
necesarios, más bien que la restauración de la legitimación desde arriba. (4).
La presión ideológica hacia la democratización afecta al centro
y a la periferia en diferentes grados precisamente porque la mercantilización
es más completa en el centro que en la periferia. Esto explica en parte las
diferencias centro/periferia tanto en el grado como en la forma de
autoritarismo. No solo son regímenes autoritarios más comunes en la periferia,
sino que algunos de estos están legitimados por las ideologías jerárquicas
tradicionales. Los pocos monarcas realmente poderosos que quedan en el mundo
están en Arabia Saudita, Tailandia y Nepal. Pero igualmente importante como
causa de la correlación centro/periferia con la democracia y el autoritarismo
son las diferencias en fuerza estatal tanto interna como externa. La relativa
debilidad de los estados periféricos significa que ellos tienen mayor probabilidad
de confrontar oposición fuerte y de encarar situaciones de crisis.
Estudios recientes demuestran que los estados periféricos en los
que la mayoría de los ciudadanos son campesinos libres tienen dificultades para
poner en vigor las políticas y apropiarse de los recursos cuando los campesinos
se oponen (Hyden, 1980). Stephen Bunker (1983) ha mostrado que no es realmente
la tenencia de la tierra como tal, sino más bien la combinación del control
efectivo local del uso de la tierra con la producción de cosechas de
exportación de los cuales dependen los planes de desarrollo del estado. Esta es
una combinación crucial que le permite a los grupos opositores locales resistir
efectivamente al estado periférico. Éstas y muchas otras combinaciones posibles
que crean aperturas para ya sea la autonomía estatal o la resistencia local
efectiva pudiera responder por una buena parte de la variación en la fuerza del
estado y de esta manera afectar la tendencia a formar un régimen autoritario.
Además del efecto ideológico que tiene la mercantilización sobre
la política, hay otra conexión entre el capitalismo central y la democracia. Es
un hecho interesante que todas las potencias hegemónicas centrales, tanto las
ciudades-estados como las naciones-estados, que han sido analizados como
centros hegemónicos de la economía-mundo
capitalista europea por Braudel (1984) han sido repúblicas o federaciones, o
ambas. Esto pudiera ser explicado por la conexión ideológica con la producción
de mercancías, pero también pudiera ser debido a la necesidad para un estado
hegemónico central de tener un aparato de estado que responda, que se pueda
ajustar rápidamente a las necesidades cambiantes de una política estatal
apropiada en un mercado mundial rápidamente cambiante y al ambiente geopolítico.
Si esto tiene un sonido demasiado funcionalista, véase desde el lado opuesto.
Aquellos estados centrales que ocurra que tiene un tal régimen democrático,
pluralista, son mejor capaces, en combinación con otros ingredientes
necesarios, para asumir el rol de potencia hegemónica en un sistema-mundo en el
que la producción de mercancías sea una forma importante de competencia. Así,
Venecia, Antwerpe, Génova, Ámsterdam, Londres y Nueva York fueron (son)
ciudades mundiales en estados que son relativamente democráticos o al menos
pluralistas, en comparación con los estados con los que ellos estuvieron
(están) en competencia.
Este factor no contradice el análisis de Moore porque ninguno de
estos estados, salvo Inglaterra, tuvieron una aristocracia terrateniente
significativamente poderosa para sostener una monarquía centralizada. Las
ciudades-estado, como dice Braudel, tenían la ventaja de dejarle la producción
primaria a otros. Ámsterdam luchó con la Casa de Orange, de base terrateniente,
pero esto no interfirió mucho con el uso mercantil del estado holandés. En
realidad, esto era parte de lo que lo hacía un estado-nación fuerte con un
importante mercado interno. La aristocracia terrateniente Inglesa estaba ella
misma involucrada en el capitalismo tanto agrícola como urbano y jugó un rol
importante y complementario en la geopolítica.
El asunto del poder de la clase obrera debe ser reinterpretado,
pero no descartado. No se trata tanto de la revolución industrial con el
sistema de factorías creando un proletariado industrial como se concibe
usualmente. Muchas de estas potencias centrales sí contenían un significativo
sector industrial y productivo que facilitaba su centralidad en el mercado
mundial en expansión, sino que además de esto, el hecho de estar en el centro
de un sistema-mundo, con tasas de ganancias más altas y mayores oportunidades
de trabajo “limpio”, hacía de la lucha de clases un asunto menos contencioso
que lo que era en otras áreas (ver capítulos 10 y 11). Esta extensión de la
tesis de Lenin de la aristocracia del trabajo en el tiempo ańade una
consideración a la explicación de la forma de régimen que no es sugerida por
los análisis que enfocan solamente el desarrollo nacional e ignoran la
jerarquía centro/periferia.
Wallerstein sugiere que la fuerza interna y el alcance espacial
del poder estatal es una importante diferencia entre las áreas semiperiféricas
y periféricas. Evans (1979) analiza el fortalecimiento del estado
semiperiférico brasileńo después del golpe de estado de 1964 y la manera en que
el estado efectivamente medió las negociaciones entre las firmas
transnacionales y los capitalistas nacionales. Evans apunta que la efectividad
y la autonomía del estado autoritario brasileńo variaron entre diferentes
sectores de la economía, dependiendo de las características de producción y de
mercado de las diferentes industrias. Bunker (1985: capítulo 4) muestra que la
autonomía del estado brasileńo era bastante limitada cuando intentó regular una
periferia extractiva interna, la región del Amazonas.
El trabajo de O'Donnell (1978, 1979) sobre el autoritarismo
burocrático defiende que los estados semiperiféricos en América del Sur han
sido bastante efectivos en la regulación de sus economías nacionales y han
demostrado un alto grado de autonomía vis-ŕ-vis tanto de los grupos
privados internos, como de las firmas transnacionales. La reciente reversión de
estos mismos estados de regreso al populismo y las formas constitucionales
democráticas apoya la idea de que ellos son estados relativamente fuertes, por
lo menos si mi argumento acerca de la relación entre la forma de régimen y la
fuerza del estado es correcto. Portes y Kincaid (1985) han planteado que el
reciente desplazamiento de regreso a las formas democráticas en Argentina y
Uruguay fueron resultado de una “crisis del autoritarismo” en que las políticas
económicas de los regímenes autoritarios estaban agotadas y eran en gran parte
inefectivas y el nivel de oposición se había elevado lo suficiente para
promover un regreso al gobierno democrático, aunque bajo difíciles condiciones
económicas y políticas (5).
Nicos Mouzelis (1986) ha explicado una teoría de la política
semiperiférica que responde de una aparente onda cíclica de largo plazo entre
los regímenes autoritarios y populistas, basada en las contradictorias
tendencias del desarrollo capitalista dependiente. Mouzelis aplica su teoría a
interpretar la historia política de Grecia desde la 2a Guerra
Mundial, pero se pretende también una aplicación más amplia. Su explicación se
basa en la idea de que los estados semiperiféricos difieren muy
significativamente tanto del centro como de la periferia, porque ellos tienen
un sector capitalista “moderno” relativamente grande que sin embargo está
fuertemente ligado con la reproducción de un sector más tradicional de pequeńos
productores de mercancías. Mouzelis plantea que el desarrollo tardío del
capitalismo industrial en la semiperiferia, que siguió, más bien que precedió
al desplazamiento político de la forma estatal oligárquico-patrimonial a la
burguesa, creó una situación contradictoria en la que la “sociedad civil”
(especialmente los sindicatos autónomos) es débil y por lo tanto, el estado se
va desplazando sucesivamente entre los regímenes autoritario y populista,
dependiendo de los éxitos o fracasos de corto plazo de los esquemas de
desarrollo y las altas y bajas del mercado mundial.
Esta explicación difiere de la de O'Donnell en dos respectos.
Primero, trata de explicar la política semiperiférica en términos estructurales
de largo plazo más bien que enfocando los detalles de coyunturas particulares.
Segundo, Mouzelis y O'Donnell difieren en sus descripciones de la fuerza o la
debilidad de la “sociedad civil”. O'Donnell reivindica que los grupos de clase
media que demandan más del estado son los que precipitan el autoritarismo,
mientras para Mouzelis es la falta de organizaciones fuertes de apoyo de la
clase media la que subyace la inestabilidad de la democracia. Ambos, por
supuesto, podrían tener razón si existiera una relación no lineal entre la
fuerza de la clase media y los regímenes autoritarios. Una clase media puede se
suficientemente fuerte para presionar por demandas políticas, pero no
suficientemente fuerte para resistir la oposición que tales demandas engendran.
La escala creciente de producción económica ha estimulado una
mayor involucración de los estados en la economía y el uso cada vez más
frecuente de la ideología del corporatismo. Al llegar a integrarse más
completamente los circuitos económicos locales en las redes nacionales e
internacionales, los estados llegan a ser las únicas organizaciones que son
suficientemente grandes para ejercer el balance de la economía. La ideología
corporativista, la noción de una unidad orgánica de interés inter-clases que es
mediada por el estado, asume muchas formas. En los países semiperiféricos, los
regímenes tanto burocrático-autoritarios como los populista-democráticos han
utilizado la ideología corporativista.
Algunas de las implicaciones aparentemente contradictorias de
los estudios de caso de estados particulares, con el análisis de estados
localizados en la jerarquía centro/periferia pueden ser el resultado de la
confusión entre diferentes tipos de comparación. Muchos estudios de caso
comparan un estado consigo mismo en un punto anterior del tiempo, mientras que
los estudios de sistemas-mundo con la mayor frecuencia comparan unos estados
con otros. Así, un estado puede realmente ganar en fuerza interna en relación
consigo mismo, como han reivindicado Evans y O'Donnell para Brasil, pero no
muchos cambian su nivel de fuerza interna en comparación con otros estados.
Otro ejemplo posible de esto es la caracterización de Evans de “externamente
fuerte, internamente débil” de los estados centrales que exportan mucho capital
(ver página 177 anterior). Hay considerables evidencias de que todos los
estados están aumentando sus poderes vis-ŕ-vis la oposición interna,
pero que las diferencias centro/periferia en fuerza interna del estado no están
cambiando. Este planteo se apoya en la Tabla 6.1 y otros hallazgos. John Boli
ha mostrado que la autoridad del estado vis-ŕ-vis otros grupos en la
sociedad, como lo formalizan las constituciones nacionales, ha aumentado desde
1870 en los estados centrales, semiperiféricos y periféricos (Boli, 1979: tabla
13.5). Thomas y cols. (1979) muestran que la centralización de los regímenes ha
aumentado en las regiones periféricas y semiperiféricas desde 1950, pero esto
no ha ocurrido en los países centrales, que siguen siendo mucho menos
centralizados y no exhiben ninguna tendencia (Thomas y cols., 1979: figura
11.2).
Para
resumir, he argumentado que los estados centrales con más fuertes internamente
y externamente que los estados periféricos y que son más democráticos. Esos
rasgos de los esados se piensa que resulten de una combinación de varios
procesos de sistema-mundo que interactúan con la construcción de nación, la
formación del estado y las luchas de clases. Solamente una investigación
comparativa ulterior puede ponderar estos varios factores y arreglas los
asuntos en controversia. El asunto de la fuerza interna del estado necesita
esclarecimiento conceptual y operacionalización empírica ulteriores, tanto como
la relación entre la fuerza del estado y la forma del régimen. Por ahora hemos
establecido como cierto que importantes características de los estados están
asociadas con su posición en el sistema-mundo mayor. Volvamos ahora al análisis
de una estructura mayor, el sistema interestatal que está compuesto por estos
estados contendientes y desigualmente poderosos.
Capítulo
7: Geopolítica y Capitalismo: żUna Lógica o Dos?
Como
hemos visto en los capítulos previos, el foco del sistema-mundo ha planteado de
nuevo la cuestión de la relación entre procesos económicos y políticos en el
modo capitalista de producción. Esto ha coincidido con un nuevo énfasis en la
autonomía de los procesos políticos por los neo-marxistas que buscan corregir
el énfasis excesivo en el determinismo económico que hay en los análisis
marxistas anteriores. (1) Si bien enfoca muy directamente al estado capitalista
y las relaciones de clase dentro del centro del sistema-mundo, Nicos Poulantzas
(1973) y Perry Anderson (1974) han subrayado la autonomía de los procesos
políticos y la “relativa autonomía” de los dirigentes estatales, de la
determinación por los intereses de clase capitalistas. (2) Este énfasis en la
autonomía de la política, desde hace tiempo central entre los politólogos, ha
sido extendido a una crítica del alegado “economicismo” de la perspectiva de
sistemas-mundo. A nivel internacional, esta crítica plantea que la geopolítica
es un juego autónomo por derecho propio, que puede ser entendido separadamente
de un análisis de las estructuras económicas mundiales. Theda Skocpol (1977,
1979) es la socióloga neo-weberiana que más explícitamente ha hecho este planteo,
pero también ha sido hecho por varios politólogos que comparten un enfoque
estado-céntrico de la ciencia social, p. ej., George Modelski (1978), Aristide
Zolberg (1981) y Kenneth Waltz (1979).
Todos estos autores reivindican que Immanuel Wallerstein ha
reducido la operación del sistema “internacional” a una consecuencia del
proceso de acumulación capitalista. En realidad algunos han defendido que la
geopolítica y la construcción de estado son por sí mismas motores del
sistema-mundo moderno (p. ej., Winckler, 1979; Gilpin, 1981). Aquí yo
argumentaré que el modo capitalista de producción exhibe una sola lógica en la
que tanto el poder político-militar como la apropiación de plusvalía mediante
la producción de mercancías para su venta en el mercado mundial juegan un rol
integrado. Este capítulo examina una cuestión meta-teórica y presenta un
argumento acerca de la interdependencia del sistema interestatal y el proceso
de acumulación de capital.
Primero
voy a proponer un cambio en la terminología. Los estudiosos del sistema-mundo
del Centro Braudel han empleado el término “sistema interestatal” en sus
discusiones de geopolítica. El término más frecuentemente usado por otros
estudiosos de la geopolítica es “sistema internacional”. Las unidades que
componen el sistema que deseo enfocar son los estados, no las naciones. Además
de los estados-naciones, en los que el estado abarca y representa una sola
“nación” (en el sentido de una comunidad nacional de personas que comparten una
cultura) hay estados modernos que representan solamente una parte de una nación
(p. ej., Corea del Sur) y otros estados que
dominan varias naciones. El fenómeno de las naciones y los procesos de
construcción de naciones están ciertamente relacionados con los estados y el
sistema interestatal, pero esta importante distinción no debería ser confundida
en nuestra terminología. El sistema interestatal se refiere
exclusivamente a las relaciones (económicas, políticas, sociales y militares)
entre las organizaciones formales que monopolizan la violencia legítima dentro
de un territorio específico. Los sistemas interestatales como entidades varían
ellos mismos en cuanto a las especies de estados que los componen, la
distribución relativa de poder entre los estados que están dentro de ellos y la
naturaleza de las instituciones que regulan las relaciones entre los estados.
En este capítulo estamos enfocando un sistema interestatal particular, que es
el que surgió en Europa durante el largo siglo dieciséis y que
subsiguientemente se extendió hasta abarcar la tierra. (3)
Una
Cuestión Meta-Teórica
En
este capítulo, más bien que argumentar a nivel meta-teórico acerca de la
economía, la política y la economía política en general, basaré la discusión en
los procesos particulares que han estado operando en la economía-mundo
capitalista desde el siglo dieciséis. Pero antes de adelantar argumentos para
mi defensa de que el sistema interestatal y el proceso de acumulación
capitalista son parte de la misma lógica interactiva socio-económica, quisiera
examinar brevemente un problema meta-teórico planteado por esta cuestión.
Para saber si lo más elegante es concebir al capitalismo como un
proceso singular que incorpora una dinámica tanto económica como política o si,
por otra parte, es más poderoso enfatizar la autonomía de estos procesos,
deberíamos ser capaces de especificar formalmente y comparar una teoría
unificada con una teoría que supone subsistemas económico y político separados.
Idealmente estas dos teorías deberían tener diferentes
implicaciones para el cambio social concreto y para nuestra comprensión de la
transformación dialéctica del capitalismo en un sistema cualitativamente
diferente. Desafortunadamente, mi argumento aquí no procede a este nivel de
claridad teórica. Más bien solamente aduzco una propuesta de superioridad para
una teoría unificada. Pero es importante montar este argumento en el contexto
del intento por desarrollar una perspectiva de sistema-mundo dentro de una
teoría formalizada del desarrollo capitalista.
żPor qué la mayoría de los teóricos que enfocan la política
tendieron a adoptar un enfoque estrechamente historicista del desarrollo
capitalista? Marx hizo una amplia distinción entre el crecimiento de las
fuerzas de producción (tecnología) que ocurre en el proceso de acumulación de capital
y la reorganización de las relaciones sociales de producción (relaciones de
clase, formas de propiedad y demás instituciones que estructuran el proceso de
explotación y de acumulación). Samir Amin (1980a) ha aplicado esta amplia
distinción al sistema-mundo. La ampliación del mercado mundial y la
profundización de la producción de mercancías a más y más esferas de la vida ha
ocurrido en conjunción con una serie de ciclos de negocios de 40 a 60 ańos, la
onda K. La onda K está asociada con eventos políticos “no económicos” tales
como guerras, revoluciones, etc. Esto ha causado que algunos economistas (p.
ej., Adelman, 1965) planteen que las ondas largas no son realmente ciclos económicos
en absoluto, sino que son desplazadas por eventos políticos “exógenos”.
Los vínculos causales entre las guerras, las revoluciones y los
ciclos de negocios largos no son entendidos precisamente a pesar de la vasta
literatura sobre ondas K (ver Barr, 1979), pero Amin (1980a) y Mandel (1980)
han planteado el significativo argumento de que el proceso de acumulación se
expande dentro de un cierto marco político hasta el punto en que ese marco deja
de ser adecuado a la escala de producción y distribución mundial de mercancías.
Así, las guerras mundiales y el auge y caída de las potencias hegemónicas
centrales pueden ser entendidos como la reorganización violenta de las
relaciones de producción en escala mundial, lo que permite que el proceso de
acumulación se ajuste a sus propias contradicciones y comience de nuevo sobre
una base política reorganizada. Las relaciones políticas entre potencias
centrales y los imperios coloniales que son la estructura política formal de
las relaciones centro/periferia, son reorganizadas en una manera que permite la
creciente internacionalización de la producción capitalista y los
desplazamientos espaciales que acompańan al desarrollo disparejo. La
observación de que el capitalismo siempre ha sido “internacional” (y
transnacional) no contradice la existencia de un incremento de largo plazo en
la proporción de todas las decisiones de producción y las cadenas de mercancías
que atraviesa las fronteras estatales – la tendencia secular hacia arriba de la
transnacionalización del capital.
El examen anterior no establece una prioridad causal entre la
acumulación y la reorganización política. Pero implica que estos son
verdaderamente procesos interdependientes. La tendencia a un enfoque
estrechamente historicista por parte de aquellos que enfocan los eventos
políticos puede ser debida a la baja predictibilidad de la política y la
involucración aparentemente más directa de la racionalidad colectiva humana en
la acción política. Por otro lado, el énfasis excesivo en el determinismo y los
modelos mecánicos por parte de aquellos que enfocan exclusivamente los procesos
económicos puede ser debido a la mayor regularidad de estos fenómenos y su
agregación semejante a ley de muchas voluntades individuales aparentemente
independientes de las intenciones colectivas.
Estas
percepciones son correctas en un grado considerable porque el capitalismo como
sistema mistifica la naturaleza social de las decisiones de inversión,
separando el cálculo de ganancia para la empresa del cálculo de las necesidades
sociales más generales. Los movimientos anti-capitalistas han tratado de reintegrar
la economía y la política en la práctica, pero hasta ahora la escala en
expansión de la economía mercantil los ha evadido. La interacción de la
economía mundial y el sistema interestatal es fundamental para una comprensión
del desarrollo capitalista y también de su potencial transformación en un
sistema más colectivamente racional. Ni el determinismo mecánico ni el
historicismo estrecho son útiles en este proyecto.
Los
Estados como Relaciones de Producción
Las
críticas al trabajo de Wallerstein mencionadas anteriormente contienen
supuestos implícitos acerca de la naturaleza del capitalismo, que tienden a
conceptualizarlo como un proceso exclusivamente “económico”. Skocpol (1979: 22)
formula la cuestión planteando que Wallerstein “asume que los estados-nación
individuales son instrumentos usados por los grupos económicamente dominantes
para perseguir el desarrollo orientado hacia el mercado-mundo en el país y las
ventajas económicas internacionales en el extranjero.” Ella continúa explicando
su propia posición:
pero aquí se adopta una
perspectiva diferente, que es que los estados naciones son, más
fundamentalmente, organizaciones equipadas para mantener el control de los
territorios y poblaciones nacionales y para emprender la competencia militar
real o potencial con otros estados en el sistema internacional. El sistema
internacional de estados como estructura transnacional de competencia miliar no
fue originalmente creado por el capitalismo. En toda la historia del mundo
moderno, él representa un nivel analíticamente autónomo de la realidad
transnacional – interdependiente en
su estructura y dinámica con el capitalismo mundial, pero no reducible a
él (énfasis en el original).
Modelski (1978) y Zolberg (1981) argumentan incluso más
fuertemente la autonomía del sistema interestatal en oposición a lo que ellos
ven como reduccionismo económico de Wallerstein. Estos autores plantean la
importante cuestión del grado en que es teóricamente valioso conceptualizar los
procesos económicos y políticos como subsistemas independientes, pero al
hacerlo sobre-simplifican la perspectiva de Wallerstein.
El trabajo de Wallerstein sugiere una reconceptualización del
propio modo capitalista de producción de manera que las referencias al
capitalismo no apuntan simplemente a las estrategias con orientación de mercado
para acumular plusvalía. Según Wallerstein, el modo capitalista de producción
es un sistema en el que los grupos persiguen tanto objetivos político-militares
como estrategias de obtención de ganancias y los ganadores son aquellos que
combinan efectivamente ambos. Así, el sistema interestatal, la construcción de
estados y la geopolítica son el lado político del modo capitalista de
producción.
Como se examinó en el capítulo 1, Wallerstein argumenta que un
modo de producción es un rasgo del sistema-mundo completo, no de partes o
subunidades. Su distinción entre economías-mundo e imperios-mundo como
diferentes especies de sistemas-mundo
enfatiza importantes diferencias estructurales en la organización política
formal entre redes económicas. En la visión de Wallerstein es muy importante
que el capitalismo moderno se hizo dominante en el contexto de un sistema
interestatal de estados en competencia. Esta visión es compartida por muchos
otros analistas del auge de Occidente, que enfocan los rasgos descentralizados
del feudalismo europeo que condujeron al surgimiento de una economía fuerte
productora de mercancías. En los imperios-mundo más centralizados, la lógica
del modo tributario de producción fue capaz de evitar el surgimiento del
capitalismo.
Max Weber fue muy explícito acerca de la conexión entre el
capitalismo y el sistema interestatal competitivo. Inspirado por el estudio de
Leopold von Ranke de los estados europeos tempranos (4) (von Ranke, 1887; ver
Weber, 1978: 354), Weber ańadió el sistema interestatal a su lista de
condiciones estructurales necesarias para el surgimiento y reproducción del
capitalismo moderno (ver Collins, 1986: capítulo 2). Después de mencionar en su
Historia Económica General (Weber, 1981: 337) que los estados europeos
eran “estados nacionales en competencia en una condición de lucha perpetua por
el poder en la paz o en la guerra”, Weber continúa:
Esta lucha competitiva
creó las mayores oportunidades para el capitalismo moderno occidental. Los
estados separados tenían que competir por capital móvil, que les dictaba las
condiciones bajo las cuales los ayudaría a conquistar el poder. Fuera de esta
alianza del estado con el capital, dictada por la necesidad, surgió la clase
del ciudadano nacional, la burguesía en el sentido moderno de la palabra. Por
lo tanto, es el estado nacional cerrado el que le ofreció al capitalismo su
oportunidad de desarrollo y mientras el estado nacional no ceda su lugar al
imperio mundial, el capitalismo también perdurará.
En
Economía y Sociedad Weber hace la siguiente elaboración:
“Finalmente, al comienzo
de la historia moderna, los varios países comprometidos en la lucha por el
poder necesitaron aún más capital por razones políticas y a causa de la
economía monetaria en expansión. Esto dio como resultado aquella memorable
alianza entre los estados en auge y las buscadas y privilegiadas potencias
capitalistas, que fue un factor principal en la creación del capitalismo
moderno y justifica plenamente la designación de “mercantilista” para las
políticas de la época. …En cualquier caso, de aquel tiempo data esa la lucha
competitiva europea entre estructuras grandes, aproximadamente iguales y
puramente políticas que había tenido un impacto tan global. Se sabe bien que
esta competencia política ha seguido siendo uno de los más importantes motivos
del proteccionismo capitalista que surgió entonces y que hoy continúa en diferentes formas. Ni el
comercio ni las políticas monetarias de los estados modernos – aquellas
políticas más íntimamente vinculadas a los intereses centrales del presente
sistema económico pueden ser entendidos sin esta peculiar competencia y el
“equilibrio” entre los estados europeos durante los últimos quinientos ańos –
fenómeno que Ranke reconoció en su primer trabajo como la distinción
histórico-mundial de esta era (1978: 3534).
A
esto solo puedo ańadirle que los neo-weberianos deberían prestarle mayor
atención a Weber.
Algunos marxistas, como Colin Baker (1978) también reconocen que
la base política del capitalismo no es el estado sino el sistema interestatal.
Los estados particulares varían en su énfasis en el engrandecimiento
político-militar o en la acumulación del mercado, dependiendo, en parte, de su
posición en el sistema mayor. Y el sistema como un todo alterna entre periodos
en que hay un énfasis mayor en la competencia basada en el poder del estado
versus periodos en los que un mercado mundial de competencia en precios
relativamente más libre pasa al primer plano (ver capítulo 13).
Los estados centrales que tienen una clara ventaja competitiva
en la producción son usualmente los más entusiastas abogados del comercio
libre. Y, similarmente, los estados periféricos que están bajo el control de
los productores capitalistas periféricos de bienes de bajos salarios para
exportación al centro usualmente apoyan la “economía abierta” del intercambio
internacional libre. Como apunta Stephen Krasner (1976), los estados centrales
más pequeńos, que son pesadamente dependientes del comercio internacional,
también tienden a apoyar un orden económico liberal. Los estados
semiperiféricos y los estados centrales mayores de segundo orden, que luchan
por la hegemonía, utilizan el proteccionismo tarifario y el monopolio
mercantilista para proteger y expandir su acceso a la plusvalía mundial. Los
periodos de rápido crecimiento económico a escala mundial generalmente se
caracterizan por un mercado mundial de intercambio de mercancías no obstruido,
ya que los intereses de los consumidores en los precios bajos llegan a
sobrepasar los intereses de los productores en la protección (Chase-Dunn,
1980). En los periodos de estancamiento el proteccionismo es más frecuentemente
utilizado para proteger la participación en la tajada decreciente.
Según el modelo propuesto en el capítulo 1, el modo capitalista
de producción incluye a los productores de mercancías que emplean tanto trabajo
asalariado en las áreas del centro, como trabajo forzado por coerción en las
áreas periféricas. Las áreas periféricas no son vistas como “pre-capitalistas”
sino más bien como partes integradas, explotadas y esenciales del sistema
mayor. Las relaciones capitalistas de producción, en esta visión, no están
limitadas al trabajo asalariado (que de todos modos se entiende como muy
importante para la reproducción expandida de las áreas centrales) sino más bien
las relaciones de producción están compuestas por la articulación del trabajo
asalariado con el trabajo forzado por coerción en la periferia. Esta
articulación es efectuada no solamente por el intercambio de mercancías en el
mercado mundial, sino también por las formas de coerción política que las
potencias centrales suelen ejercer sobre las áreas periféricas. El uso directo
e indirecto del poder político-militar por los estados centrales es enfatizado
por James Petras (1981) como la manera más central en que el imperialismo opera
para restringir la acción política en las áreas periféricas. La investigación
de Petras claramente revela la operación de esta especie de poder coercitivo y
su importancia está fuera de duda. Albert Bergesen (1983) al combatir las
acusaciones de que la perspectiva de sistemas-mundo es “circulacionista” (es
decir, una teoría que se basa en las relaciones de intercambio más bien que en
las relaciones de producción de clase) ha enfatizado la importancia del
colonialismo, la propiedad por el centro y
otras formas directas de control.
Los estados y el sistema de estados competidores, que componen
la comunidad mundial, constituyen el apoyo estructural básico para las
relaciones capitalistas de producción. Marx veía que el estado estaba detrás de
la opaca explotación del trabajo asalariado por el capital en la Inglaterra del
siglo diecinueve. La involucración mucho más directa y obvia del estado en la
extracción de plusvalía periférica a partir del trabajo esclavo o el trabajo
del siervo era otra manera importante en la que el estado era esencial para las
relaciones de producción. Y esta especie de coerción directa sobre el trabajo
continúa operando bajo diferentes formas dentro de la periferia contemporánea y
en las relaciones centro/periferia. El poder de los estados centrales refuerza
la relación mercantilizada capital/trabajo en el centro, la extracción de
trabajo por coerción en la periferia y las formas extra-económicas de
explotación entre el centro y la periferia. Esto constituye la base de las
relaciones de producción para el sistema capitalista.
Los estados son las organizaciones que suelen ser utilizadas por
las clases que las controlan para ayudarlas a apropiarse de proporciones de la
plusvalía mundial. Las fuerzas de mercado son o bien reforzadas o reguladas,
dependiendo de la posición en el mercado mundial de las clases que controlan un
estado particular. Cuando digo “clases que controlan el estado” estoy
incluyendo a los dirigentes estatales. No soy un vulgar instrumentalista que
esté argumentando que el estado es simplemente el comité ejecutivo de la
burguesía. El grado en que los intereses de negocios controlan directamente un
aparato estatal versus una situación en la que los dirigentes estatales
realizan exitosamente una cierta autonomía balanceando diferentes intereses
económicos es una importante característica variable de los estados.
Richard Rubinson (1978) ha planteado la importante cuestión de
que los dirigentes estatales son muy capaces de seguir efectivamente una
política de desarrollo nacional y movilidad hacia arriba en el sistema-mundo
cuando hay una considerable convergencia de intereses políticos dentro de la
clase dominante de una nación. Esto esclarece un asunto planteado por los
teóricos de la “autonomía relativa”, que preguntan si el estado representa o no
los “intereses generales” del capital. Como nos recuerda Barker (1978), la
clase capitalista mundial exhibe un alto grado de competencia y conflicto
inter-clasista. No hay un solo estado capitalista mundial que represente los
intereses del capital como un todo, de
manera que los varios estados nacionales representan los intereses de subgrupos
de capital. El grado en que lo hacen efectivamente depende del grado en que los
intereses de los subgrupos dentro de un estado convergen o divergen como
consecuencia de su posición y opciones de mercado dentro de la economía mundial
mayor. Fred Block (1978) nos recuerda que los dirigentes estatales suelen
expandir las capacidades del estado en respuesta a las demandas de los obreros
y campesinos, de manera que los estados no solo llegan a institucionalizar los
intereses de los capitalistas, sino, especialmente en el centro, asumen
funciones redistributivas que benefician a los obreros.
Tanto
las organizaciones políticas como los productores económicos están sometidos a
un proceso de “eliminación por competencia” de largo plazo en la economía-mundo
capitalista, mientras que en los antiguos imperios el monopolio de la violencia
sostenido por un solo centro minimizaba la competencia tanto de mercado como
política entre diferentes formas organizacionales. Esto responde por la
transformación mucho más rápida tanto de la tecnología de producción como de la
organización política por el capitalismo. Las propias estructuras estatales son
sometidas a una versión política del proceso de “eliminación por competencia”
que somete a las firmas a la competencia de precios en el dominio del mercado.
Las estructuras estatales ineficiente, como las que imponen impuestos demasiado
pesados a sus ciudadanos o no gastan sus ingresos de maneras que faciliten la
competencia político-económica en la economía-mundo, pierden en la lucha por la
dominación. En términos marxistas teóricos, el sistema interestatal produce una
igualación de las ganancias adicionales, ganancias éstas que retornan debido al
uso de la fuerza política para obligar a los monopolios locales. No hay
monopolios a escala del centro. Aún las mayores organizaciones (tanto los
estados como las firmas) están sometidas a las presiones de la competencia
político-económica.
El
Surgimiento del Capitalismo y el Sistema Interestatal
Zolberg
(1981) y muchos otros (Ekholm y Friedman, 1982) han apuntado que no todos los
sistemas-mundo pre-capitalistas eran imperios-mundo. El examen de Wallerstein
implica que las economías-mundo anteriores eran de corta vida, tendiendo o bien
a disolverse en sistemas locales desvinculados o a experimentar la formación de
imperio. Pero Ekholm y Friedman (1982) han notado que muchos sistemas-mundo
antiguos tenían sistemas interestatales que eran bastante estables en el
sentido de que un mecanismo de balance de poder operaba para evitar la
formación de imperio por periodos más bien largos. Su ejemplo más importante es
la economía-mundo sumeria de ciudades-estados, pero otros han descrito sistemas
interestatales más bien estables en la antigua China (Walker, 1953) y la India
antigua (Modelski, 1964).
El hecho de que hubiera sistemas interestatales previos al
surgimiento de la economía-mundo europea plantea la cuestión de si estos eran
estructuralmente o conductualmente diferentes o no. Claramente, las reglas
normativas de la diplomacia eran diferentes (ver Modelski, 1964), pero no está
claro si estos eran determinantes importantes de la dinámica de un sistema
interestatal. Un estudio comparativo de los sistemas interestatales que emplee
una perspectiva de sistema-mundo tal vez pueda responder esta pregunta, pero un
tal estudio aún no ha sido hecho (ver Chase-Dunn, 1986). Mi conjetura es que la
diferencia más importante entre los sistemas interestatales antiguos y modernos
es la naturaleza de la competencia entre estados y por lo tanto el contenido
sustantivo de las políticas estatales. El sistema interestatal moderno se
compone mayormente de estados que son significativamente controlados por
capitalistas, lo que significa que los objetivos de protección y expansión del
mercado constituyen una proporción mayor de la acción estatal que en los
sistemas interestatales pre-capitalistas. Esta característica probablemente
también conduce a otras diferencias. Es probable que las potencias hegemónicas
amenazadas en los antiguos sistemas interestatales se comprometieran en una
política de formación de imperio, mientras en la economía-mundo capitalista
esto no ocurre.
El feudalismo es otra especie de sistema pre-capitalista que no
es un imperio-mundo. Zolberg (1981) tiene razón en apuntar que el feudalismo
clásico europeo (esto es, de alrededor del siglo nueve) no era un
imperio-mundo, pero adicionalmente era una especie muy extrańa de
sistema-mundo. Como residuo transicional del imperio-mundo romano, el
feudalismo clásico europeo se caracterizaba por una matriz política y cultural
organizada a través de una economía que estaba casi completamente desvinculada
en seńoríos auto-subsistentes. Los estados medievales eran tan débiles que en
la mayoría de los lugares y la mayoría del tiempo, el seńor de cada seńorío
constituía un mini-estado. Anderson (1974a) y muchos otros han apuntado que era
la “parcelación de la soberanía” dentro de este sistema muy descentralizado la
que permitía que el modo capitalista de producción se expandiera en los
intersticios institucionales y comenzar a dominar el intercambio, la producción
y la política.
El crecimiento de la producción de mercancías para el
intercambio tanto local como urbano/rural y de larga distancia fue estimulado
por las limitaciones de la economía seńorial y las oportunidades para obtener
ganancias presentadas por un sistema que tenía poca capacidad política regional
para regular la producción y el intercambio. La constitución de ciudades como
elementos relativamente autónomos dentro de la matriz segmentada de seńoríos
capacitaba a los mercaderes y artesanos para obtener “poder estatal” dentro de
una jurisdicción (la ciudad medieval) que luego podía ser usado para legitimar
y respaldar militarmente el intercambio y la producción capitalistas. El hecho
de que las ciudades exitosas pronto trataran de proteger sus ventajas de
mercado con monopolios políticamente garantizados simplemente condujo a la
economía de mercado a expandirse a otras partes y a aumentar sus dimensiones
espaciales. Este proceso de crecimiento capitalista urbano también espoleó el
fortalecimiento del estado-nación, al ser capaces los reyes de ganar recursos
de los capitalistas para usarlos contra los seńores locales recalcitrantes. Así
nacieron los estados-naciones y el sistema interestatal europeo. Fue la
dinámica de la competencia mercantil y de producción de mercancías entre tanto
el estado como las empresas privadas en el largo siglo dieciséis, junto con el
surgimiento de una jerarquía centro/periferia, lo que condujo a Wallerstein a
plantear que entonces fue que nació el sistema-mundo capitalista.
Anderson (1974b) insiste en que el absolutismo, la formación de
monarquías fuertes centralizadas, fue primariamente una expresión de
reorganización feudal frente a la crisis del feudalismo en Europa Occidental.
En Europa del Este, según Anderson, la formación de estados fue una respuesta a
la formación de un sistema estatal internacional militarmente amenazante que
emanó de Europa Occidental. Su énfasis disminuye el rol que jugaron el
crecimiento de la producción de mercancías y la emergente división
centro/periferia del trabajo entre el Este y el Oeste en la formación y
extensión del sistema interestatal europeo. Él subsume la política
internacional mercantilista y el desarrollo auspiciado por el estado de
sectores cruciales de la producción en su compleja definición de “absolutismo”.
Yo plantearía que estos desarrollos pueden ser mejor entendidos como
variantes del capitalismo de estado que
fueron apropiadas para la primera época de la economía-mundo capitalista.
En el sistema interestatal competitivo ha sido imposible para
ningún estado solo monopolizar el mercado mundial entero y mantener la
hegemonía indefinidamente. Las potencias hegemónicas centrales, como Bretańa y
los Estados Unidos de América, en el largo plazo han perdido su dominio
relativo con los productores más eficientes. Esto quiere decir que, a
diferencia de los imperios agrarios, el éxito en el sistema-mundo capitalista
se basa en una combinación de poder estatal efectivo y ventaja competitiva en
la producción. La extracción de plusvalía descansa sobre dos piernas: la
capacidad de usar el poder político para proteger (y expandir) la producción
lucrativa de mercancías y la capacidad para producir eficientemente para la
economía mundial competitiva. Este no es el sistema estado-céntrico que
describen algunos analistas, porque los estados no pueden escapar durante mucho
tiempo a las fuerzas competitivas de la economía mundial. Los estados que
intentan desconectarse o que imponen excesivos impuestos a sus productores
domésticos, se condenan a sí mismos a la marginalidad. Por otro lado, el
sistema no es simplemente un mercado mundial libre de productores en
competencia. La exitosa combinación de poder político y ventaja competitiva en
la producción es un balance delicado.
Ha habido importantes diferencia entre los estados europeos en
términos de las estrategias de desarrollo que ellos han seguido. Algunos han
descansado más en la ventaja militar continental y en las estructuras fiscales
centralizadas, mientras que otros, los más exitosos, han empleado una política
general de protección estratégica de los intereses vitales de negocios de sus
capitalistas nacionales. Una vez más, yo no reivindico que todos los estados
emplean igualmente una política de apoyo a sus capitalistas. El concepto de
renta de protección de Frederic Lane (1979) vuelve a ser relevante aquí.
Algunos estados proveen protección efectiva “al costo” o cerca de él y permiten
una expansión lucrativa de los negocios bajo su protección. Otros son menos
eficientes y promueven un crecimiento menos económico aún cuando pudieran ser bastante
capaces de extraer impuestos de sus propios ciudadanos. Todos los estados
persiguen objetivos tanto militares como de mercado, pero la mezcla es
diferente. Lo que hace que el juego difiera de los sistemas pre-capitalistas es
la proporción relativamente mayor de la suma de todos los esfuerzos que son
dedicados a estrategias de obtención de ganancias más bien que al cobro de
tributos.
Los estados centrales más exitosos han alcanzado su hegemonía
teniendo intereses de clase fuertes y convergentes, que unificaron la política
estatal que está detrás de un impulso sostenido a la producción exitosa de
mercancías y al comercio en la economía mundial. Los que llegan en segundo
lugar a menudo han alcanzado alguna centralidad en la economía mundial
basándose en un esfuerzo más directamente organizado por el estado, por
alcanzar al estado hegemónico.
Podría
argumentarse que la existencia de estados que siguen exitosamente una vía de
desarrollo más político-militar es evidencia a favor de la tesis de que los
procesos geopolíticos y económicos operan independientemente. La existencia de
una tal vía de desarrollo es incuestionable (p. ej., Prusia, Suecia, Japón,
URSS) pero la movilidad hacia arriba de estos estados estuvo ciertamente
condicionada por su contexto, una economía-mundo en la que la producción de
mercancías y la acumulación capitalista se estaban haciendo generales. Si todos
los estados hubieran seguido una tal vía, el sistema-mundo moderno sería una
especie bien diferente de entidad. Más adelante se plantea que la reproducción
y expansión de la especie de sistema interestatal que surgió en Europa requiere
las formas institucionales y procesos dinámicos que están asociados con la
producción de mercancías y la acumulación capitalista. Primero, sin embargo, discutamos
las maneras en que el sistema interestatal ayuda a preservar la dinámica del
proceso capitalista de acumulación.
La
Reproducción de la Acumulación Capitalista
Hay
varias maneras en que el sistema interestatal competitivo le permite al proceso
de acumulación capitalista superar temporalmente las contradicciones que crea y
expandirse. El balance de poder en el sistema interestatal evita que ningún
estado solo controle la economía-mundo y que imponga un monopolio político a la
acumulación. Esto significa que los “factores de producción” no pueden ser
políticamente controlados en el grado en que lo pudieran ser si hubiera un
estado mundial general y abarcador. El capital es sometido a algunos controles
por los estados, pero puede seguir fluyendo de las áreas en las que las
ganancias son bajas a las áreas en las que las ganancias son más altas. Esto le
permite al capital escapar a la mayoría de las reivindicaciones políticas que
las clases explotadas intentan imponerle. Si los obreros tienen éxito en la
creación de sindicatos que los capaciten para demandar salarios más altos, o si
las comunidades demandan que las corporaciones gasten más dinero en los
controles de polución, el capital usualmente puede escapar a estas demandas
moviéndose a áreas donde la oposición sea más débil. Este proceso de “fuga del
capital” puede verse operando también dentro de países con estados federales.
Con la mayor frecuencia las luchas de clase se orientan hacia y
están restringidas dentro de estructuras estatales territoriales particulares.
Así, el sistema interestatal provee el apoyo político para la movilidad del
capital y también la base institucional para la expansión continuada del
desarrollo capitalista. Los estados que evitan exitosamente que el capital
doméstico emigre, no necesariamente resuelven este problema, porque los
competidores extranjeros probablemente
obtengan ventaja de las oportunidades de producción menos costosas fuera
de las fronteras nacionales, de modo que saquen los productos domésticos fuera
del mercado internacional. (5).
La implicación de lo anterior es que el capitalismo no es
posible en el contexto de un solo estado mundial, como reivindicó Weber. La
transformación del sistema interestatal en un estado mundial eventualmente
desarrollaría la regulación política de asignación de recursos. Si este estado
mundial fuera socialista, incluiría más regular y plenamente las desiderata
sociales en el cálculo de las decisiones de inversión. La dinámica del sistema
actual, en el que los criterios de ganancias y de poder nacional son los
controladores máximos del uso de los recursos, eventualmente se transformaría
en un sistema en el que el desarrollo combina la eficiencia con un cálculo de
los valores de uso individuales y colectivos de la sociedad humana. Un sistema
colectivamente racional como éste no constituiría una utopía en la que los
problemas de producción y distribución estuvieran completamente resueltos, sino
que las luchas políticas por los recursos que estarían orientadas hacia un solo
gobierno mundial general y abarcador exhibirían una dinámica de largo plazo muy diferente del cambio político
y el desarrollo económico que la que ha caracterizado la economía-mundo
capitalista.
Ésta
por supuesto que es una valoración optimista. También es posible que la
formación de un estado mundial produzca una transformación en una nueva versión
del modo tributario de producción. Tanto los modos socialistas como los
tributarios utilizan primariamente medios políticos de acumulación, pero los
modos tributarios emplean grandes sumas en la coerción, mientras el socialismo
produce, distribuye e invierte democráticamente. Como quiera que sea, no
obstante, el capitalismo ya no sería más el modo dominante de producción.
Reproducción
Capitalista del Sistema Interestatal
Así,
el sistema interestatal es importante para la viabilidad continuada del proceso
de acumulación capitalista. Pero żes el proceso de acumulación igualmente
importante para la generación y la reproducción del sistema interestatal?
Primero, żqué quiero decir yo por reproducción del sistema interestatal? No
estoy haciendo distinciones finas entre especies de sistemas interestatales
como los introducidos por Partha Chatterjee (1975). Por sistema interestatal quiero decir un sistema
de estados desigualmente poderosos y en competencia. Estos estados están en
interacción entre sí mediante un conjunto de alianzas que se desplazan y de
guerras. Los cambios en el poder relativo de los estados altera cualquier
conjunto temporal de alianzas que conduzca a una reestructuración del balance
de poder. żCuándo es que no se produce un tal sistema? Si un sistema
interestatal bien:
1 se desintegra debido a la disolución de los estados
individuales;
2 reduce dramáticamente casi hasta cero la cantidad de
intercambio material e interacción político-militar entre los estados; o
3 llega a ser dominado por un solo estado abarcador,
se puede
decir que el sistema ha cambiado fundamentalmente (o sea, ha sido transformado,
no reproducido). En esta definición las etapas de los sistemas interestatales
clásica, imperial, bipolar y “contemporánea” identificadas por Chatterjee son
subsumidas en un solo tipo amplio que es de todas maneras diferente de los
imperios pre-capitalistas agrarios o del sistema económicamente
auto-subsistente y “sin estado” que existió en la Europa feudal.
żQué
Vino Primero?
Skocpol
(1979) defiende que el sistema interestatal europeo existe desde antes del
surgimiento del capitalismo (6) y con esto implica que esto evidencia su
relativa autonomía. (7) Nadie niega que los estados son anteriores al
capitalismo. La cuestión es la génesis de un sistema interestatal dinámico que
sea auto-reproductor más bien que una etapa transicional en el camino hacia la
formación de un imperio. Está claro que lo que ocurre es que los sistemas
multiestatales que exhiben algunas de las características del sistema
interestatal europeo existieron antes del surgimiento del modo de producción
dominante capitalista. El “sistema internacional” multicéntrico que se
desarrolló entre las ciudades-estado italianas y sus socios comerciales en el
Este y el Oeste inventaron muchas de las instituciones de la diplomaría y las
alianzas deslizantes que fueron más tarde adoptadas por los estados europeos.
Como dice Lane del siglo dieciséis, “El sistema estatal italiano estaba siendo
expandido hacia un sistema estatal europeo” (1973: 241). Si bien esto
constituye un desarrollo previo, no puede ser evidencia a favor de la autonomía
del sistema interestatal, como veremos. Muchas de las instituciones financieras
y legales capitalistas posteriormente elaboradas en la economía-mundo
capitalista europea fueron inventadas en las ciudades-estado italianas. El
Mediterráneo cristiano fue parte de una economía regional intersticial
proto-capitalista. Análogo al análisis de Marx del capitalismo mercantil, la
economía regional mediterránea, aunque desarrolló las semillas de la producción
capitalista como el trabajo como una mercancía, se basaba primariamente en el
intercambio de “desiguales” entre sistemas sociales que no estaban integrados
en una sola economía mercantil. (8) De todas maneras, esta economía regional
proto-capitalista tuvo éxito en el desarrollo de varios rasgos institucionales
que solo más tarde fueron plenamente elaborados en la economía-mundo capitalista
que surgió en Europa y América Latina en el largo siglo dieciséis. Uno de estos
fue el sistema interestatal, que como Zolberg (1981) también concuerda, solo se
formó establemente después de su surgimiento en Europa.
Pero żno constituye la continuidad del sistema interestatal
italiano y su fracaso en desarrollar un imperio-mundo un caso de independencia
del sistema interestatal? Hay dos factores que militan en contra de esta
conclusión. Los estados del sistema italiano eran ya más bien capitalistas,
explicando así la debilidad de los intentos por formar imperio y que el sistema
italiano se incorporara a la economía-mundo europea mayor, que ya estaba siendo
dominada por el capitalismo de producción en el siglo dieciséis.
No estoy planteando que las instituciones capitalistas sean los
únicos factores que posibilitan que el sistema interestatal resista la
formación de imperio. Es probable que una matriz cultural común también trabaje
contra la formación de imperio facilitando la difusión de tecnologías militares
y de otros tipos y manteniendo así una distribución relativamente igual de
poder entre los estados centrales en pugna. El sistema europeo compartía este
rasgo (una matriz interestatal cultural común) con sistemas anteriores de larga
vida como los de la antigua Mesopotamia, China y la India (Mann, 1986). De
todas maneras, la extendida existencia de instituciones capitalistas tales como
los mercados internacionales, el dinero, los bancos y las oportunidades de inversión estabilicen
ulteriormente a un sistema interestatal inhibiendo los esfuerzos de formación
de imperio.
El planteo de Skocpol acerca del surgimiento previo del sistema
interestatal también recibe apoyo de la interpretación de Anderson (1947b) del
auge de los estados absolutistas en Europa Occidental y Oriental. Pero este
planteo cabalga en la definición que cada cual tenga de capitalismo. Anderson
sostiene con la escuela que ve el “modo de producción capitalista plenamente
formado”, que éste se hace dominante solamente en el siglo dieciocho. La interpretación
de Wallerstein plantea que el capitalismo “agrario” se hizo dominante en el
largo siglo dieciséis. La interpretación de Anderson de los estados
absolutistas en formación disminuye la importancia de la producción capitalista
en las ciudades crecientes de la Europa feudal e ignora el surgimiento
“proto-industrial” de la producción agrícola y artesanal para el mercado en las
áreas rurales (ver Kriedte, Medick y Schlumbohm, 1981).
La
interpretación de Wallerstein implica que el modo capitalista de producción se
convirtió en el más importante estímulo para el cambio bien antes de las
“revoluciones burguesas” en las que intereses explícitamente capitalistas
llegaron al poder en los estados-naciones. La descripción de Anderson no niega
la importancia, especialmente en el Occidente, del surgimiento de fuentes
burguesas de poder y apoyo financiero, pero el elige decir que la copa está
medio vacía en lugar de medio llena. Su examen de la formación de estados en
Europa Oriental identifica correctamente el grado en el que fue reactiva al
sistema interestatal competitivo y agresivo que surgió primero en el Occidente.
El ignora, no obstante, la importancia del desarrollo de la división
centro/periferia del trabajo para los
desplazamientos de estructura de clases que influyeron la formación de estados
en el Este.
Una
Alianza Externa
Una
pista sobre la dependencia o independencia del sistema interestatal es su
capacidad para reproducirse o capear las crisis sin llegar a transformarse en
un imperio-mundo ni a experimentar la desintegración de su red de intercambio
económico internacional. El análisis de Wallerstein del esfuerzo que hicieron
los Habsburgo por transformar la todavía temblorosa economía-mundo capitalista
del siglo dieciséis en un imperio-mundo (1974; 164-221) demuestra la
importancia del capitalismo en la reproducción del sistema interestatal.
Examinaré los últimos puntos en los que estaban montados desafíos similares al
sistema interestatal (de Luis XIV, las guerras napoleónicas y las guerras mundiales
del siglo veinte) y las causas de continuidad del sistema interestatal, pero
primero quiero considerar otro punto
planteado por Zolberg (1981).
Zolberg plantea que el sistema interestatal europeo
ocasionalmente incorporó poderes que
estaban fuera de la economía-mundo capitalista a alianzas que afectaron el
resultado de la lucha político-militar. Su ejemplo principal es la alianza entre Francia y el Imperio
Otomano contra la casa de los Habsburgo. Wallerstein plantea que el Imperio
Otomano era en sí un sistema-mundo separado, una “arena externa” fuera de la
red económica que era la economía-mundo europea hasta el siglo diecinueve.
Zolberg plantea que la alianza franco-otomana, que era importante para la
capacidad de Francia de resistir el movimiento de los Habsburgo por encerrar la
economía-mundo europea que surgía dentro de un solo imperio abarcador, prueba
la autonomía del sistema interestatal. Es cierto que esta alianza y otras menos
importantes entre estados europeos y estados ubicados en áreas fuera de la
división euro-céntrica del trabajo, afectaba el curso de desarrollo del
sistema-mundo moderno. Puede incluso ser cierto que sin esta alianza externa
crucial el surgimiento del capitalismo central en Europa habría sido pospuesto
por largo tiempo.
Esto muestra una vez más que el sistema interestatal era
importante para la sobrevivencia y el crecimiento del capitalismo
internacional. Sobre esto hay poco desacuerdo. żPero qué hubiera pasado al
sistema interestatal europeo si el capitalismo internacional hubiera sido
abarcado por el imperio Habsburgo? Obviamente tanto el capitalismo
internacional como el sistema interestatal hubieran sido transformados en un
imperio-mundo y probablemente de manera que en él el capitalismo como modo de
producción hubiera estado subordinado a la lógica del tributo y la imposición
de impuestos imperiales. Aunque estoy de acuerdo en que el capitalismo había
llegado a ser dominante sobre la lógica del modo tributario de producción en el
largo siglo dieciséis, es obvio que su dominio en esa primera época era algo
tembloroso. El intento por convertir el sistema-mundo capitalista naciente en
un imperio-mundo tributario fue tronchado no por la fuerza institucional del
capitalismo solo, sino en conjunción con al algo fortuita alianza entre los
franceses y una potencia “externa”, los turcos otomanos.
Como veremos más adelante, los últimos cambios al sistema
interestatal fueron disminuidos por la lógica del capitalismo internacional
solo. Zolberg tiene razón al apuntar hacia la alianza franco-otomana como
evidencia de la importancia del sistema interestatal, pero en desafíos
posteriores fueron las propias instituciones fortalecidas del capitalismo
internacional las que evitaron que el sistema interestatal se convirtiera en un
imperio-mundo.
Otra
razón por la que Zolbeg plantea la existencia de una lógica autónoma del
sistema interestatal es su confusión acerca de la diferencia entre imperios
coloniales e imperios-mundo. Es perfectamente correcto que los estados
centrales se comprometen con el imperialismo en el sentido de que usan el poder
militar para dominar partes de la periferia. Estos imperios coloniales se
expanden cíclicamente con el crecimiento del sistema-mundo moderno (Bergesen y
Schoenberg, 1980). Pero este fenómeno es muy diferente de la imposición de un
solo estado al sistema completo, incluyendo a los demás estados centrales.
Los
Desafíos más Recientes
El
sistema-mundo europeo se convirtió en un sistema-mundo global en una serie de
ondas de expansión que eventualmente incorporaron a todos los territorios y
pueblos de la tierra. Aunque después del siglo dieciséis ocurrieron alianzas
político-militares con estados externos al sistema, ellas nunca fueron
nuevamente tan cruciales para la sobrevivencia y el desarrollo del capitalismo
como lo fue la alianza franco-otomana. Pero la economía-mundo capitalista
continuó encarando desafíos a la sobrevivencia basados en sus propias
contradicciones internas. El desarrollo económico disparejo y la vasta
expansión de fuerzas productivas rebasaron la estructura de poder político,
causando violentas reorganizaciones del sistema interestatal (guerras
mundiales) para acomodar nuevos niveles de desarrollo económico. Este proceso
puede verse en la secuencia de competencia en el centro, el auge y caída de los
estados hegemónicos centrales que han acompańado la expansión y profundización
del modo capitalista de producción (ver capítulo 9).
Después
del fracaso de los Habsburgo ha habido otros tres esfuerzos por imponer un
imperio-mundo a la economía-mundo capitalista: los de Francia bajo Luis XIV y
Napoleón y el de Alemania y sus aliados
en las guerras mundiales del siglo veinte (Dehio, 1962; Toynbee, 1967). Cada
uno de estos llegó en un periodo en que la potencia hegemónica central era
débil. Luis XIV trató de expandir su monarquía a la totalidad de las potencias
centrales durante la decadencia de la hegemonía holandesa. El esfuerzo de
Napoleón ocurrió mientras Bretańa estaba todavía surgiendo al status
hegemónico. Los intentos alemanes llegaron después de la decadencia de Bretańa
y antes del surgimiento pleno de los Estados Unidos. Estos tres casos
constituyeron amenazas a la existencia del sistema interestatal y de la
economía-mundo capitalista.
Por qué
las Potencias Hegemónicas no Tratan de Ser Imperio
Podría
plantearse que uno u otro de estos no constituye realmente un esfuerzo serio
por ser imperio. Ha habido mucha disputa acerca de las intenciones alemanas en
la 1Ş Guerra Mundial (ver Fischer, 1967 y sus críticos) pero la cuestión real
no son las intenciones, sino las consecuencias estructurales que una victoria
alemana habría tenido para el sistema interestatal. Si el sistema de balance de
poder y por tanto, la naturaleza multicéntrica del centro hubiera podido
sobrevivir a una tal victoria, entonces estos eventos no representaban
verdaderas amenazas al sistema interestatal como tal, sino meramente un desafío
al balance de poder vigente. Si ningunos de estos esfuerzos presentaban una
posibilidad real de imperio mundial (o sea, la formación de un estado central
suficientemente grande para terminar la operación del sistema de balance de
poder) debemos preguntar por qué no ha habido desafíos fuertes al sistema
interestatal desde los Habsburgo.
Algunos autores implican que el tamańo de los estados europeos
ha estado limitado por el rango de control territorial efectivo, pero esto no
puede explicar la ausencia de formación de imperio en Europa. Después de todo,
el Imperio Romano, usando obviamente tecnología militar más limitada, gobernó
la mayoría del territorio posteriormente ocupado por los estados centrales de
la economía-mundo europea. El modo de producción afecta grandemente a las
optimalidades del tamańo estatal y las tendencias hacia la formación de
imperio.
Es el desarrollo dinámico y disparejo del capitalismo lo que
limita sistemáticamente las posibilidades de formación de imperio,
reproduciendo así el sistema interestatal. Una de las cosas notables acerca de
estos desafíos inefectivos al sistema interestatal es que ellos no fueron
penetrados por las propias potencias hegemónicas centrales, sino más bien por
los corredores de segundo orden de entre los estados centrales competidores.
Esto plantea la pregunta de por qué las potencias hegemónicas centrales no
tratan de imponer el imperio cuando se hace obvio que su ventaja competitiva en
la producción de mercancías se está desvaneciendo. Similarmente pudiéramos
preguntar, como hizo Zolberg del siglo dieciséis, por qué las fuerzas
opositoras fueron capaces de evitar la conversión del sistema en un solo
imperio. A estas dos preguntas yo respondería que son las estructuras
transnacionales asociadas con la economía mercantil capitalista la que operó
para alterar el balance a favor de la preservación del sistema interestatal.
Los estados centrales hegemónicos suelen usar el poder estatal
para forzar los intereses de sus “propios” productores, aunque típicamente
ellos no descansan en él tan pesadamente como otros estados centrales
competidores. Pero, cuando una potencia hegemónica central comienza a perder su
filo competitivo en producción a causa de la extensión de las técnicas de
producción y los costos diferenciales del trabajo, se exporta capital del
estado hegemónico central en decadencia a áreas donde las tasas de ganancias
sean más altas. Esto redice el nivel al que los capitalistas de dentro del
estado hegemónico central apoyarán al “nacionalismo económico” de su propio
estado doméstico. Sus intereses llegan a extenderse por todo el centro. Otra
manera de decir esto es que los estados hegemónicos centrales desarrollan
subgrupos de sus clases capitalistas que tienen intereses divergentes; llega a
haber un grupo de “capitalistas internacionales” que apoyan el comercio libre y
un grupo de “capitalistas nacionales” que buscan protección tarifaria. Esto explica
las políticas ambivalentes, contradictorias y zigzagueantes de las potencias
hegemónicas centrales durante los periodos de su decadencia (Goldfrank, 1977;
ver también el capítulo 9 más adelante).
Schumpeter
(1955) apunta hacia la falta de patriotismo que evidencia muchos capitalistas
(9) como prueba de que el capitalismo en sí es un sistema amante de la paz. Él
reivindicaba que la guerra moderna es causada por sobrevivencias atávicas de la
era pre-capitalista, que periódicamente agarran al mundo y conducen a la
destrucción violenta en una escala masiva. Es importante distinguir entre el
capitalismo como sistema y los sentimientos de quienes toman las decisiones de
inversión. Si bien algunos capitalistas pueden ser amantes de la paz, es la
exportación de capital inversionista a otros estados centrales durante la
decadencia hegemónica el factor principal que explica por qué los estados
hegemónicos centrales no tratan de imponer el imperio. Y es la reproducción del
sistema interestatal, que presume la legitimidad de la guerra, lo que garantiza
los brotes recurrentes de destrucción violenta.
żPor qué
Fracasan los Desafíos?
żPor
qué han fracasado las potencias centrales de segundo orden que buscaron imponer
el imperio a la economía-mundo? La mayoría de los teóricos del sistema
interestatal no han abordado esta cuestión como tal. La idea del balance de
poder explica por qué, en un sistema multicéntrico, las alianzas entre los
actores más poderosos se debilita. Las coaliciones de una triada, por ejemplo,
balancean el poder mediante la alianza de los dos actores más débiles contra el
más fuerte. Pero esta alianza se descompone cuando el más fuerte de los socios
gana lo suficiente para convertirse en el actor único más fuerte (potencia
hegemónica) porque la potencia más débil puede ganar más aliándose con la
antigua potencia hegemónica decadente que ateniéndose a la alianza original.
Esta simple teoría de juegos se extiende al sistema interestatal por los
teóricos del equilibrio de poder, pero no responde nuestra pregunta
sustantivamente. De nuevo, en el sistema-mundo moderno no es el actor más
poderoso el que trata de imponer el imperio, sino más bien los corredores de
segundo orden móviles hacia arriba, con menos de su porción “justa” de
influencia política sobre las áreas más débiles del globo. La teoría de
Organski (1968) explica por qué estos segundos corredores tratan, pero no por
qué fracasan. (10).
Por supuesto que se podrían emplear explicaciones estrictamente
históricas que hagan uso de factores coyunturales únicos, maniobra teórica (o
más bien, maniobra a-teórica) ésta, que es fácil de efectuar cuando se están
explicando solamente cuatro “eventos”. Aquí buscamos una explicación de lo que
parece ser una regularidad del sistema-mundo basados en nuestras hipótesis
acerca de su lógica estructural profunda.
Morganthau (1952) invoca una noción de una cultura mundial
liberal, normativamente organizada, que moviliza exitosamente a una fuerza
contraria contra la amenaza al sistema de balance de poder. Esta conceptualización
de un sistema-mundo normativamente integrado, ya ha sido descrita y criticada
en el capítulo 5. Si bien no niego que en todo el sistema se generalizan
algunos patrones normativos, yo hago énfasis en el hecho que la cultura tiende
a seguir las fronteras estatales y que el sistema mayor sigue siendo
significativamente multicultural. Desde esta perspectiva esto está lejos de
explicar el fracaso de la formación de imperio en términos de compromiso con
normas internacionalmente compartidas.
Craig Murphy (comunicación personal) defiende que otra razón por
la que las potencias hegemónicas centrales no tratan de imponer el imperio al
sistema completo es la visión ilustrada
de ciertos estadistas centrales de que el sistema multiestatal es necesario
para la sobrevivencia del capitalismo. Disraeli se sugiere como ejemplo. Este
tipo de conciencia puede ser entendida como una respuesta a la dispersión del
capital inversionista y los intereses de los consumidores, que acompańan a la
hegemonía decadente del estado central líder. Dudo que la ideología
internacionalista liberal juegue un rol muy independiente en la reproducción
del sistema interestatal.
Por otra parte, anteriormente he sugerido que los sistemas
interestatales en los que los estados comparten una cultura regional consensual
tienen más probabilidad de resistir a la formación de imperio porque las nuevas
tecnologías organizacionales y militares se difundirán rápidamente y mantendrán
una igualdad grosera de poder entre los estados centrales contendientes. Esta
explicación no invoca la integración normativa (la regulación de la conducta
por una creencia consensual en las reglas), ni es dependiente del contenido
específico de las formas culturales. Simplemente esto argumenta que la
información más probablemente fluya a través de las fronteras estatales cuando
los estados tengan sistemas ideológicos y culturales algo semejantes. Una tal
condición existió entre los estados centrales del sistema-mundo europeo y esto
podría explicar parcialmente el fracaso de la formación de imperio en Europa.
Mi argumento, sin embargo, es que tanto los intentos como los
fracasos del imperio mundial pueden ser explicados primariamente como
respuestas reactivas a las presiones del desarrollo disparejo en la
economía-mundo. Ya notamos que los intentos fueron fomentados, no por los
estados más poderosos en el sistema, sino más bien por potencias emergentes de
segundo orden luchando por la hegemonía. Una cosa extraordinaria acerca de los
cuatro casos es que parecen, retrospectivamente, haber sido salvajemente
irracionales. Los países que adoptaron la estrategia del engrandecimiento
llegaron mucho más allá de sus propias capacidades y fracasaron en generar
suficiente apoyo de los países aliados.
Concuerdo con Modelski (1978) en que el expansionismo
continental predominantemente orientado hacia la tierra de la monarquía
francesa no fue una estrategia que pudiera conducir a la hegemonía en la
economía-mundo capitalista. Es notable que los costos adicionales de un
expansionismo puramente geopolítico (el “modelo florentino” de dominación de
Oliver Cox [1959]) no podían competir exitosamente con la estrategia de bajo
costo adicional, de permitir que un sistema político más descentralizado
soportara los costos de administración mientras la apropiación de plusvalía es
realizada por el comercio. Fue este “modelo veneciano” (nuevamente Cox) el que
fue seguido por los estados que se convirtieron en potencias hegemónicas
centrales (Holanda, Bretańa y los Estados Unidos) mientras los centralizadores
políticos orientados hacia la tierra han sido relegados al rol de segundos
corredores entre los estados centrales.
żPor qué no recibieron más apoyo los intentos de imperio
franceses o alemanes? Probablemente en
parte porque los aliados potenciales dudaron del grado en que sus intereses
serían protegidos bajo el nuevo imperio y porque la vía de crecimiento
capitalista en el contexto del sistema multicéntrico parecía preferible para
las burguesías emergentes de los estados aliados potenciales.
Si tengo razón, el sistema interestatal es dependiente de las
instituciones y oportunidades que presente el mercado mundial para su
sobrevivencia. Hay dos características del sistema interestatal que necesitan
ser sustentadas: la división de soberanía en el centro (la rivalidad
interimperial) y el mantenimiento de una red de intercambio entre los estados.
La naturaleza mercantilizada de la economía-mundo capitalista asegura que los
estados continuarán intercambiando, debido a las ventajas comparativas en la
producción, natural y socialmente creadas. La salida del mercado mundial puede
ser efectuada por periodos de tiempo cortos pero es costosa e inestable. Hasta
los estados “socialistas” que han tratado de establecer un modo de producción
separado, eventualmente han regresado a la producción para y al intercambio con
el mercando de mercancías mayor.
El mantenimiento de la rivalidad interimperial es facilitado por
un número de procesos institucionales. En cualquier punto del tiempo, los
sentimientos nacionales y las diferencias de idioma y culturales hacen difícil
la integración supernacional, como bien ilustra la CEE. A estos factores
“históricos” se les puede seguir la pista hasta los procesos de largo plazo de
formación de estados y construcción de naciones y estos procesos han sido
condicionados, ellos mismos, por el surgimiento de la economía mercantil en los
500 ańos pasados.
Pero el rasgo institucional principal de la economía-mundo que
mantiene la rivalidad interimperial es la naturaleza dispareja del desarrollo
económico capitalista. Como se discutió anteriormente, las potencias
hegemónicas centrales pierden su ventaja competitiva en la producción con otras
áreas y esto causa la exportación de capital, que restringe a la potencia
hegemónica de intentar imponer el imperio político. Los retadores de segundo
orden, que pueden tratar de imponer el imperio, no pueden ganar suficiente
apoyo de otros aliados centrales para ganar, o por lo menos históricamente
ellos no han sido capaces de hacerlo. Esto es en parte porque el potencial de
expansión ulterior y profundización de la economía mercantil y de desarrollo en
el contexto de un sistema interestatal descentralizado, parece mayor para los
aliados potenciales que el potencial de poder político y económico dentro del
propuesto imperio. Las narrativas de éxito en la historia de desarrollo del
sistema interestatal son suficientemente frecuentes para socavar la formación
de imperio.
Sigamos
ahora considerando las maneras en que las instituciones transnacionales del
capitalismo interactúan con la geopolítica para reproducir el sistema
interestatal.
Capítulo
8: La Guerra y los Sistemas-Mundo
Parte
de este capítulo es una respuesta a la valiosa crítica de William R. Thompson
(1983c) de una versión anterior del capítulo 7.[10]
Las cuestiones planteadas por el artículo de Thompson son
abordadas y se considera un problema sobre el cual su análisis es
conspicuamente silencioso. El examen de Thompson fracasa en abordar el
argumento de que la reproducción del sistema interestatal es debida a la operación
de instituciones específicas características de un modo capitalista de
producción. Su comparación de variables generalmente “políticas”, en oposición
a las “económicas”, ignora el rol de instituciones económicas históricamente
específicas tales como la producción de mercancías, el trabajo asalariado, la
riqueza mercantilizada y el capital, en la dinámica del sistema interestatal
moderno. Yo haré más comparaciones de la economía-mundo capitalista moderna,
para demostrar la importancia de las instituciones capitalistas para la
reproducción del sistema interestatal moderno. Además, examinaré los argumentos
y las investigaciones sobre la relación entre la onda económica larga (onda K)
y las guerras mundiales.
Thompson y George Modelski (1978; ver también Modelski y
Thompson, 1988) han contribuido con teorización e importantes investigaciones
al estudio del sistema-mundo moderno. Aunque su conceptualización de ese
sistema es algo diferente a la mía, ellos de todas maneras la reconocen como
una estructura jerárquica en la que estados- naciones desigualmente poderosos
contienden entre sí por una posición. En esto ellos se han movido mucho más
allá de la visión aún ampliamente sostenida de que los estados-naciones pueden
ser entendidos ya sea como “avanzados” o “en desarrollo” sin tener en cuenta el
contexto mayor en el que están interactuando.
Por
otro lado, tanto Modelski como Thompson proceden sin ninguna discusión del
capitalismo. En su lugar, ellos enfocan la cuestión de la primacía de variables
bien “económicas” o “políticas” (Modelski, 1982; Thompson, 1983c). Aunque ésta
pudiera ser una abreviatura correcta, una comprensión de la dinámica subyacente
del sistema-mundo moderno requiere la comparación de sus estructuras
institucionales específicas con las de otros sistemas sociales históricos de gran
escala. Yo no reivindico que las variables “económicas” sean más importantes
para la dinámica del sistema moderno, sino más bien que varios rasgos específicamente capitalistas de la economía
política actúan para reproducir el
sistema interestatal. La noción de “sistemas históricos”, que difieren uno de
otro de maneras fundamentales, está ausente del análisis de Thompson, pero es
central en el mío.
Mercancías
y Mercados
Thompson
reduce el examen de las instituciones capitalistas al “crecimiento económico” y
al “desarrollo disparejo”. Esto puede ser, en parte, debido a una falta de
claridad en el trabajo que él estaba criticando (Chase-Dunn, 1981), que usa
conceptos tales como el de producción de mercancías sin el beneficio de
la explicación. En la teoría marxista, la producción de mercancías se refiere a
la producción para la venta en un mercado establecedor de precios, de
mercancías algo estandarizadas (incluyendo a los servicios). No todo es una
mercancía. Algunos renglones son también producidos, no para el intercambio en
el mercado, sino para el consumo directo por el productor. Otros renglones son
producidos para intercambiar en un sistema normativo recíproco o en un sistema
redistributivo políticamente administrado,
pero no para la venta en un mercado. Otras cosas son producidas para la
venta, pero son suficientemente únicas para que sus condiciones de producción
no estén regular y sistemáticamente sometidas a la competencia en precios, p.
ej., los objetos de arte. Otras cosas son vendidas pero no son producidas para
la venta, tales como la tierra sin transformar u otros recursos directamente
apropiados a la naturaleza. La mercantilización es un proceso por el cual las
relaciones sociales se hacen mediadas por los mercados. Un mercado establecedor
de precios es aquel en que la interacción competitiva de un gran número de
compradores y vendedores independientes determina las razones (los precios) a
los cuales se intercambian las mercancías particulares.
La producción capitalista de mercancías existe cuando la
riqueza, la tierra y el trabajo se han hecho en gran parte (aunque no
completamente) mercantilizadas. La producción capitalista implica una división
jerárquica del trabajo entre controladores de medios mercantilizados de
producción (capital) y trabajadores cuyo trabajo produce mercancías para una
venta lucrativa.
Empíricamente no hay mercados establecedores de precios
perfectos. Los precios siempre están influidos en algún grado por factores
normativos y políticos. Y no hay sistemas sociales completamente capitalistas,
ni siquiera el nuestro. La producción capitalista de mercancías y los mercados
han estado presentes en algún grado en la mayoría de los sistemas históricos
desde al menos el surgimiento de las ciudades hace unos 5000 ańos en Sumeria
(Ekholm y Friedman, 1982). En algunas partes de los sistemas-mundo
pre-capitalistas, los capitalistas se hicieron políticamente dominantes y
predominaron las relaciones capitalistas (p. ej., en los estados-ciudades tales
como Dilmun, Sidonia, Tiro, Cartago, Malaca y Venecia), pero no fue hasta el
largo siglo dieciséis de nuestra propia era que las instituciones capitalistas
llegaron a dominar la lógica de desarrollo de la zona central de un
sistema-mundo.
Deberíamos
notar que las mercancías y los mercados son, en el análisis final, artefactos
institucionales humanos. Como tales, ellos son históricamente variables. La
mayoría de las sociedades humanas en la historia del desarrollo social han
estado predominantemente basadas en ya sea la reciprocidad normativa o la
producción y el intercambio políticamente determinados, en los que el mercado
jugó solamente una parte muy limitada.
Los
Capitalistas en el Poder
El
análisis del capitalismo de Weber (1978) enfatiza la importancia del control
político por los mercaderes y productores capitalistas. Las ciudades medievales
europeas que, por revolución o acreción, cayeron bajo el control autónomo de
los mercaderes, fueron importantes ejemplos tempranos del control capitalista institucionalizado
de los sistemas legales y el poder coercitivo. Las ciudades capitalistas de la
Europa noroccidental aportaron los recursos económicos que posibilitaron que
los reyes le ganaran el poder a los seńores feudales y construir las monarquías
absolutistas que formaron primero el sistema interestatal europeo (Anderson,
1974b). El primer estado-nación moderno (en oposición a las ciudades-estado
anteriores) en llegar a estar grandemente controlado por los capitalistas fue
la República Holandesa, que fue dominada por los mercaderes de Ámsterdam. Más
tarde, la Guerra Civil Inglesa creó el segundo estado-nación burgués.
Los
mercaderes y productores capitalistas obtuvieron el poder en la mayoría de os
estados-naciones del sistema-mundo moderno, pero el control capitalista de los
estados nunca ha sido completo. Algunos estados han sido directamente dominados
por capitalistas, mientras otros están en manos de los dirigentes estatales que
agregan los intereses de clases contradictorios, pero todos los estados
incluyen a otras clases en sus coaliciones gobernantes en algún grado. Tanto el
contenido clasista de la coalición gobernante como las restricciones del
sistema-mundo son determinantes importantes de la política del estado.
Sistemas-Mundo
Pre-Capitalistas
Cuando
digo que la producción de mercancías domina la dinámica del sistema-mundo, no
quiero decir que incluya todo. Debemos mirar la manera en que la producción de
mercancías está sistemáticamente interrelacionada con las instituciones
normativas y políticas. Todos los sistemas sociales son construidos sobre una
articulación específica de instituciones normativas, coercitivas y económicas.
En el sistema-mundo moderno, la producción capitalista de mercancías está
integrada con un conjunto de procesos políticos: la formación de estados, la
construcción de naciones y el juego geopolítico al que conocemos como sistema
interestatal. Como los mercados y el dinero, estas instituciones políticas no
son ni naturales ni a-históricas. Ellas son el producto de la invención humana
y su estabilidad, cambio y/o transformación deben, por lo tanto, ser entendidos
históricamente.
Sabemos que el proceso de formación de estados ha ocurrido de
varias maneras desde el surgimiento de las civilizaciones agrarias hace 5000
ańos y que durante la mayoría de la historia de la civilización éste ha sido el
más importante proceso por el cual las sociedades han ido aumentando en
complejidad, jerarquía y tamańo. Los sistemas de parentesco fueron elaborados
verticalmente en sistemas de clases en los que varias especies de impuestos o
tributos fueron cobrados para apoyar a una clase gobernante no productora. Los
templos y palacios así se hicieron controladores de la propiedad y del
plus-producto. Las redes interregionales económicas de intercambio, con la
mayor frecuencia fueron controladas por los estados en las economías-mundo
pre-capitalistas. Estas frecuentemente fueron incorporadas por conquista a
imperios-mundo basados en la extracción de tributos. En estos imperios-mundo la
competencia por el poder político y el status fueron dominantes, aunque las
formas institucionales particulares variaban grandemente entre sistemas-mundo
pre-capitalistas. La mayoría de los sistemas basados en el modo tributario de
producción tendieron hacia la formación de imperios en las que un solo aparato
estatal llegaba a ejercer la dominación sobre toda el área central. Esto
facilitó la extracción políticamente organizada de plus-producto. El trabajo
asalariado que existía en algunos de los imperios tributarios estaba limitado a
ciertos sectores y era una proporción muy pequeńa de la fuerza de trabajo. El
trabajo esclavo, una forma parcialmente mercantilizada de control del trabajo
que es directamente dependiente de la coerción política, era importante no solamente
en las regiones periféricas, sino también en el centro en muchos imperios
tributarios.
El
rol relativamente grande jugado por la propiedad privada, los mercados, el
trabajo asalariado y la producción de mercancías en el mundo greco-romano
condujo a la invención de instituciones legales particularmente apropiadas para
una sociedad capitalista. Este derecho posteriormente se convirtió en la base
de los sistemas municipales legales en muchas ciudades capitalistas del
Renacimiento Europeo. Pero en la Roma clásica, la dinámica principal de la
expansión y la decadencia siguieron basándose en la conquista militar, los
tributos, la imposición de impuestos y el uso del trabajo cautivo de esclavos
(K. Hopkins, 1978). Las actividades de la clase gobernante se basaban mucho más
en la acumulación privada de la ganancia que en los imperios-mundo
pre-capitalistas anteriores, (1) pero la maniobra política y la competencia por
el status siguieron siendo el juego principal (Finley, 1973).
El
Sistema-Mundo Moderno
En
la economía-mundo capitalista, la dinámica de sistema se produce por una sola
lógica en la que la producción capitalista de mercancías interactúa con los
procesos de geopolítica, formación de estados, formación de clases y
construcción de naciones. En relación con los sistemas-mundo pre-capitalistas,
el peso de la producción de mercancías es mucho más grande. Los ciclos de
negocios, el cambio tecnológico rápido y los cambios relativamente rápidos de
fortuna de las diferentes regiones son debidos a la operación de un mercado
mundial que está mucho menos restringido por estructuras político-militares que
lo que eran las redes comerciales de los sistemas anteriores.
Con esto no se dice que las estructuras políticas no sean
importantes, sino más bien que una especie particular de estructura política es
la más adecuada para la operación continuada de este sistema económico
competitivo. Un sistema centralizado tiende a articular las restricciones
políticas y normativas a la asignación de recursos y a facilitar la posibilidad
para los monopolios de largo plazo de ventaja en la que las consideraciones de
costo de producción no son importantes determinantes del ingreso. Los sistemas
políticos descentralizados y competitivos permiten que la eficiencia de mercado
sea un determinante mucho mayor de los precios y de la distribución de
retribuciones. (2) La estructura multicéntrica del sistema interestatal permite
que la ventaja competitiva en la producción sea un importante determinante
continuado del éxito.
Algunos
estados tienen éxito en hacerse más centrales en la economía-mundo capitalista
mediante un modo de operación que tiene alguna semejanza con el de la República
Romana, esto es, la conquista. Pero aún estos operan en le contexto de un
sistema en el que ellos deben en última instancia consolidar sus ganancias
desarrollando una capacidad productiva para tener éxito en el mercado mundial.
Las vías hacia la movilidad hacia arriba son varias: la expansión militar, el
comercio mercantil armado y la producción de mercancías han sido todas
utilizadas en varias proporciones. Pero los estados más exitosos, los estados
centrales hegemónicos, cada vez han descansado más en su capacidad para obtener
grandes proporciones de los mercados para las mercancías más lucrativas y la
pérdida de la ventaja de mercado en última instancia ha conducido a su
decadencia geopolítica. Así, el sistema interestatal multicéntrico es
importante para el mantenimiento de una lógica sistémica capitalista y para las
instituciones específicas que más directamente encarnan esta lógica: los
mercados de trabajo, el capital y las mercancías. Con esto está de acuerdo
Thompson.
Las
Instituciones Capitalistas Apoyan al Sistema Interestatal
Más
problemático es mi planteo de que las instituciones capitalistas reproducen
al sistema interestatal contemporáneo. Necesito definir claramente lo que es el
sistema interestatal para que podamos decir cuándo éste ha sido reproducido o
fundamentalmente cambiado y necesito especificar claramente mis
reivindicaciones acerca de los intentos por transformar ese sistema. Thompson
(1983c) correctamente apunta que mi definición del sistema interestatal se
solapa algo con mi definición de economía-mundo.
Una economía-mundo es cualquier división territorial del trabajo
(red de intercambio de bienes fundamentales) en la que hay múltiples entidades
políticas y múltiples sistemas culturales. Así, las economías-mundo siempre
tienen sistemas interestatales.
Un sistema interestatal, por contraste, se define como un
sistema de tres o más estados en competencia directa o indirecta entre sí, en
el cual ninguno de los estados es suficientemente poderoso para dominar al
sistema completo. Podría existir un sistema interestatal en el que ocurriera
interacción política sin intercambio de bienes materiales. En un sentido, el
sistema europeo del feudalismo clásico en los siglos ocho y nueve fue un tal
sistema. Los “estados” eran los seńoríos, unidades económicamente
auto-subsistentes que interactuaban entre sí en un conjunto deslizante de
alianzas militares. Si bien un tal sistema no es una economía-mundo, sí es un
sistema interestatal.
El sistema interestatal moderno se compone de estados-naciones,
países culturalmente integrados que contienen más de una ciudad, mientras las
economías-mundo del pasado contenían mayormente sistemas interestatales
compuestos de estados-ciudades e imperios. (3) Las economías-mundo
pre-capitalistas han tenido sistemas interestatales en los que la competencia
política y militar entre varios estados determinó la naturaleza y el grado de
la mayoría de los intercambios materiales entre estados. Esto es el comercio
“administrado por el estado” de Polanyi (1977). Las economías-mundo
pre-capitalistas compuestas de estados-ciudades con la mayor frecuencia se
basaban en relaciones de clases en las que cada clase gobernante urbana
utilizaba instituciones políticas para extraer plus-producto de su propia
vecindad rural. Los imperios se formaban cuando una de estas ciudades-naciones
triunfaba por la guerra en la conquista de los demás y les extraía tributos y
en la formación de un sistema centro/periferia basado en la dominación militar.
Hoy día la guerra es menos central (aunque sigue siendo importante) para las
obras del sistema-mundo moderno. (4)
La explicación de Modelski (1978) y Thompson (1983c) del auge y
caída de las potencias hegemónicas centrales invoca una necesidad sistémica de
orden. El orden internacional se conceptualiza como un “bien público” que es
muy activamente provisto por un solo estado
central hegemónico. Esta explicación funcionalista tiene dificultades para
explicar la decadencia de los estados centrales o las disminuciones en la
cantidad de orden político sistémico. En mi
modelo, la paz relativa entre los estados está condicionada por un largo
periodo de crecimiento económico en el que un solo estado hegemónico central
apoya al orden tanto económico como geopolítico. Esta estabilidad, no obstante,
tiene sus costos y surgen periodos de conflicto incrementado con la extensión a
otros estados, de aquellas ventajas económicas y tecnológicas que capacitaron a
la ‘gran potencia’ para hacerse hegemónica. Las guerras mundiales representan
una reversión a la competencia militar y una reestructuración del orden
político mundial que, hasta ahora, ha permitido subsiguientemente la ulterior
expansión de la producción capitalista.
Mi planteo de que las instituciones capitalistas actuaban para
evitar que el sistema interestatal evolucionara hacia un imperio-mundo condujo
en el capítulo previo a tres preguntas:
1 żPor qué los intentos de crear un imperio-mundo han sido tan
pocos y le parecieron, a los ojos de Thompson y Modelski (y a los ojos de la
mayoría de los actores centrales), tan inviables?
2 żPor qué nunca los estados hegemónicos centrales han intentado
establecer un imperio?
3 żPor qué los retadores de segundo orden de los estados
hegemónicos no han estado dispuestos o han sido incapaces de crear un
imperio-mundo?
Aquí elaboraré algunas consideraciones ulteriores planteadas por
estas preguntas.
Un sistema interestatal es básicamente un juego en el que
múltiples jugadores se comprometen en alianzas deslizantes para ganar ventajas.
En una versión simple de tres estados de un tal juego, los dos estados más
débiles se alían contra el más fuerte, p ero si sus recursos combinados son menos
que los del estado más fuerte, él (el más fuerte) eventualmente ganará. Así, un
sistema interestatal se convertirá en un imperio-mundo en cualquier momento que
un estado solo dispuesto o una coalición de estados puede coordinar recursos
mayores que las posibles coaliciones contra él (o ellos). żPor qué no ha
ocurrido esto durante la historia de 500 ańos de la economía-mundo capitalista?
Algunos plantearían que la formación de estado en una escala
suficiente es inviable debido a restricciones tecnológicas o culturales. Ya he
mencionado en el capítulo previo, que Imperio Romano, utilizando tecnología
relativamente primitiva y una raison d’état muy diferente, tuvo éxito en
la unificación de un área que incluyó la mayoría del territorio más tarde
ocupado por los estados centrales de la economía-mundo europea. El carácter
óptimo del tamańo del estado varía grandemente con la lógica de cada sistema
socio-económico. Cuando el tributo es la forma principal de extracción de
excedente, la expansión de un solo estado hasta abarcar un sistema-mundo entero
es una estrategia que da resultados. En un sistema en el que la plusvalía se
extrae principalmente mediante la producción capitalista de mercancías, los
costos totales son más cruciales para el éxito en el corto plazo.
Por supuesto que, a largo plazo ellos son cruciales en todos los
sistemas, como puede ilustrar la caída del Imperio Romano y muchos otros
imperios. Pero en un sistema de mercado, los propios capitalistas suelen
imponer limitaciones a las capacidades de cobro de impuestos de los estados.
Los costos totales con más cruciales para la producción lucrativa de mercancías
que para el cobro exitoso de tributos e impuestos y la presión por mantener el
costo del orden político bajo opera efectivamente en el corto plazo. La mayoría
de los estados en un tal sistema están buscando proteger los mercados internos
y extender las ventajas comerciales del mercado internacional a sus propios
productores y mercaderes capitalistas. La construcción exitosa del estado en sí
es algo condicionado por la capacidad de cada estado a proveer una protección
efectiva y eficiente en costos a sus productores de mercancías. El análisis de
Lane (1979) de los estados como “empresas controladoras de la violencia” que
compiten entre sí para proveer protección, es tan aplicable al sistema
interestatal contemporáneo como lo fue a las ciudades-estados capitalistas
mercantiles de Venecia y Génova, que Lane estudió.
Las restricciones más directas y poderosas a los presupuestos
estatales en una economía-mundo capitalista son parte de la razón por la que
hay tan pocos intentos por tomar el sistema y crear un estado mundial. Los
costos generales de un tal estado serían mayores que los costos de apoyar a
estados-naciones competidores, especialmente a los productores capitalistas. Y
un tal estado mundial centralizado, si bien mantiene la atractiva posibilidad
de monopolio a escala mundial, también tiene el potencial de que los
movimientos sociales anti-capitalistas coordinen sus actividades y concentren la
acción política hacia un solo centro. Las corporaciones transnacionales podrían
disfrutar algunas ventajas del control centralizado, pero tendrían una
flexibilidad mucho menor para oponer entre sí a organizaciones políticas y
estados.
żPor qué los estados hegemónicos centrales no cambian las reglas
del juego e intentan retener su hegemonía organizando un imperio mundial? Es
curioso que nadie, ni siquiera los ideólogos políticos marginales, jamás
sugieren un tal proyecto. El mayor apoyo a las organizaciones internacionales
(de una especie limitada) proviene de una potencia hegemónica durante su era
dorada de hegemonía. Su ideología dominante de libre comercio, firmemente
apoyada al principio por su ventaja relativa en la producción de mercancías
para el mercado mundial, después parece tener una vida que va más allá de su
base en la ventaja competitiva. Hay un elemento de momentum institucional e
ideológico que va junto con la ideología de libre comercio y de
internacionalismo liberal como política de guía en las potencias hegemónicas
decadentes mucho después que la mayoría de los demás estados centrales se han
desplazado de regreso hacia el nacionalismo económico.
Pero la base estructural que está detrás de esta aparente
inercia ideológica es el poder de los capitalistas “internacionales” dentro de
los estados hegemónicos centrales. Cuando una potencia hegemónica pierde su
ventaja comparativa en la producción (porque los competidores en el extranjero
adopten técnicas de producción y las mejoren y porque los costos del trabajo y
los impuestos suban en una potencia hegemónica exitosa al usar los trabajadores
y otros grupos de interés el poder político para obtener una parte en las
ganancias) una cantidad significativa del capital procedente del país
hegemónico se exporta a donde puedan obtenerse mayores ganancias. Esto les da a
los “capitalistas internacionales”, los que han invertido en el extranjero, un
interés continuado en el comercio libre y el orden internacional liberal. Ellos
se oponen a las presiones políticas hacia el proteccionismo y tampoco apoyarían
una política de expansión político-militar agresiva hacia otras potencias
centrales si es que cualquiera la sugiere. Ellos, sin embargo, apoyan el
mantenimiento del sistema interestatal tal como está a la sazón estructurado,
contra posibles opositores que deseen crear un imperio o esculpir una región
protegida. Algunos de los intereses de los trabajadores, los capitalistas
nacionales e internacionales, divergen durante el periodo de decadencia
hegemónica, pero como estos grupos están balanceados bastante parejamente, el
resultado es una política económica nacional e internacional zigzagueante en
los estados centrales hegemónicos decadentes. Este tópico se explorará
ulteriormente en el capítulo 9.
żPero
por qué las potencias en auge que desafían militarmente el dominio de las
potencias hegemónicas decadentes no proceden a establecer el imperio? Alemania
desarrolló una ventaja competitiva en la producción, pero a ella se le negó el
acceso directo a las materias primas baratas de las áreas periféricas y a los
mercados por el régimen internacional de comercio dominado por Bretańa. Los
alemanes necesitaban aflojar las estructuras centro/periferia existentes, pero
no necesitaban asumir los costos generales del imperio mundial. Como se
mencionó en el capítulo anterior, si un retador llegara a proponer la creación
de un imperio-mundo, sería difícil movilizar suficiente apoyo, porque la
mayoría de los aliados poderosos potenciales probablemente calcularían sus
oportunidades de que la producción lucrativa de mercancías en un mercado
mundial fueran mayores que sus ingresos potenciales procedentes de la
participación en un imperio.
Las
Guerras Mundiales y la Reestructuración de la Economía-Mundo
El
examen y la crítica por Jack Levy (1985) de diferentes conceptualizaciones de
las guerras mundiales es una valiosa revisión de trabajos académicos recientes,
incluyendo la perspectiva de sistemas-mundo, la teoría de los ciclos largos de
Modelski y Thompson y la teoría de Robert Gilpin (1981) de la guerra
hegemónica. Levy compara diferentes criterios para definir las guerras
mundiales y critica aquellos enfoques que definen estos conflictos en términos
de sus consecuencias – la reestructuración del sistema internacional. Levy
reivindica que esto construye una circularidad lógica dentro de la definición
de guerras mundiales, que hace imposible comprobar importantes proposiciones
acerca de la relación entre las guerras y la estructura del sistema. Los
criterios que él propone son independientes de las consecuencias y dan como
resultado una lista de diez guerras “generales” desde el siglo dieciséis. Las
disputas acerca de las definiciones y las listas de guerras han generado una
profusa literatura. El argumento siguiente establece una tipología de las
guerras y sus roles hipotéticos en el sistema-mundo.
Sin negar la importancia del surgimiento periódico de los
estados hegemónicos en el desarrollo del sistema-mundo moderno, yo no estoy
preparado para aceptar una explicación de la dinámica del sistema que se
fundamente únicamente en términos del ascenso de estos estados líderes a la
dominación militar. Esto necesita una reinterpretación del concepto de guerras
mundiales como lo presentan Thompson y Modelski. Si bien concuerdo con Thompson
en que las guerras mundiales representan intentos por reestructurar las
relaciones políticas entre los estados para que se correspondan con las
realidades económicas cambiantes, yo también pienso que ellas pueden ser vistas
como una manera en que los estados tratan de convertir la fuerza
político-militar en una mayor participación en la plusvalía mundial. Esto es,
en parte, una función de la interdependencia de los factores políticos y
económicos en el modo capitalista de producción. En cualquier caso, las guerras
mundiales, definidas como aquellos conflictos en los que un estado trata de
tomar y de esa manera destruir el sistema interestatal o las luchas en las que
se determina el status de potencia líder, no son las únicas guerras importantes
en la lucha entre los estados en la economía-mundo capitalista.
Extendiendo nuestra consideración más allá de las grandes
potencias para incluir a la división jerárquica entera de la economía-mundo
desde 1500, podemos identificar tres roles estructurales jugados por las guerras.
Lo más fundamental es que ellas pueden representar a las luchas por el control
o el dominio sobre el sistema interestatal completo. Aunque está claro que
existen desacuerdos respecto al análisis de casos particulares, las guerras
mundiales que Thompson identifica reflejan todas, en mayor o menor grado, a las
luchas por la preeminencia. Las Guerras Napoleónicas y las Guerras Mundiales 1a
y 2a pueden ser consideradas ejemplos extremos de este tipo. No hay
respuesta definitiva a la pregunta contra-factual de qué hubiera pasado si la
coalición fracasada en una de estas guerras se las hubiera arreglado para
alcanzar sus objetivos; sin embargo, es difícil plantear que el sistema
interestatal, tal como lo conocemos hoy, hubiera podido continuar existiendo si
el intento napoleónico o los alemanes por conquistar la mayoría de la zona
central hubiera tenido éxito.
En segundo lugar, las guerras pueden ser usadas para facilitar
la movilidad hacia arriba o hacia abajo de estados individuales y la creación
de una nueva estructura de poder que refleje con mayor exactitud las fortalezas
y debilidades de actores principales. Hay toda una legión de ejemplos de
guerras de esta naturaleza.
Durante el siglo dieciocho, cuando el poder económico y político
estaban bastante parejamente distribuidos en todo el centro del sistema, las
guerras de este segundo tipo eran más dominantes. La Guerra por la Sucesión
Espańola dio como resultado el agotamiento de los recursos holandeses y la
caída de Holanda del status de líder, pero no condujo a la inmediata creación
de un estado sucesor. Francia quedó debilitada, pero era aún fuerte,
manteniendo posesión de algunas de sus conquistas europeas, incluyendo la rica
provincia de Alsacia y la ciudad de Estrasburgo. Su imperio colonial seguía siendo
extenso y el nieto de Luis XIV retuvo el trono de Espańa. Inglaterra quedó
fortalecida, pero no era todavía preponderante. Espańa se aferró a su imperio
americano y Austria ganó extensos territorios en el continente europeo.
Hinsley, por ejemplo, enfatiza el relativo grado de igualdad que caracterizaba
a los estados líderes en el siglo dieciocho (1967: 176). Similarmente, Davis
defiende que la hegemonía británica alcanzada en el siglo diecinueve no podía
ser predicha un siglo antes (1973: 288). Bajo estas condiciones, la estructura
jerárquica del centro era fluida y guerras como la Guerra de los Siete Ańos
facilitaron el auge hacia la prominencia de estados en expansión como Prusia y
Rusia.
Finalmente, las guerras pueden ser usadas para reestructurar las
relaciones entre estados centrales y la periferia, manteniendo los cambios
relativos en el poder entre los actores. Las guerras comerciales entre Bretańa
y Francia durante el siglo dieciocho representan el ejemplo más obvio de esta
especie. Sin embargo, todas las guerras importantes han dado como resultado
cambios en el status de poderes centrales vis-ŕ-vis las áreas
periféricas. Las guerras mundiales seguidas por el surgimiento de una nueva
potencia hegemónica central han facilitado la descolonización. Las Guerras
Napoleónicas y la 2a Guerra Mundial se destacan a este respecto. El
libre comercio trabaja a favor del estado líder cuando su ventaja competitiva
le asegura el dominio en el mercado. La potencia hegemónica es capaz de
minimizar el costo del control político representado por el imperio formal. Por
el contrario, cuando las guerras han dado como resultado solamente cambios en
la posición relativa dentro de un marco más igual, las victorias han sido
acompańadas por cambios en el control formal de áreas periféricas particulares,
para reflejar el nuevo balance de poder. Bergesen y Schoenberg (1980) han
documentado la íntima relación entre los periodos de multicentricidad dentro
del centro y el desarrollo de imperios coloniales formales en contraste con los
periodos de hegemonía y el movimiento hacia el libre comercio y la
descolonización.
Está claro que ninguna de estas categorías de guerras son
mutuamente excluyentes y que históricamente los conflictos mundiales usualmente
han involucrado una combinación de ellas. En realidad el crecimiento de las
redes de intercambio y las alianzas entrelazadas dentro del sistema-mundo han
asegurado la extensión de los conflictos para que abarquen a estados con
motivos ampliamente diferentes. Así, la Guerra de los Siete Ańos vinculó el
conflicto entre Prusia, Austria y Rusia por el status central, con las luchas
entre Bretańa y Francia por el control de los recursos de la periferia.
Al analizar la trayectoria de los conflictos militares suele ser
casi imposible distinguir entre los objetivos reales de los participantes, sus
objetivos declarados y el efecto que la victoria de uno o más actores se
percibe que augura para el sistema completo por los demás estados. Para hacer
el asunto más complicado, los objetivos de la guerra regularmente cambian con
los éxitos y derrotas iniciales. Sin embargo, debería ser posible determinar el
impacto del conflicto global sobre la reestructuración del sistema
interestatal.
Cuando se examinan es estos términos, las guerras han operado
para reducir las discrepancias entre las estructuras económica y de poder
militar en el sistema-mundo. Algunos estados, como Prusia o Rusia, han usado el
poder militar para aumentar su participación en la plusvalía mundial. Cuando
esta vía da como resultado una base económica expandida para la acumulación de
capital, como ocurrió con la adición de la Silesia rica en recursos a la
comunidad prusiana, entonces la posición
mejorada del estado puede ser mantenida y extendida. Sin embargo, los costos de
la expansión militar reducen el porcentaje de recursos nacionales disponibles
para inversiones productivas. Cuando el poder militar no es convertido en
productividad económica o cuando los costos fiscales de mantener la posición
internacional del estado se hacen demasiado altos, el status central pudiera
ser efímero. Así, la organización pasada de moda de la economía y la estructura
social rusa se reflejó eventualmente en la pérdida de superioridad militar en
las décadas que comenzaron con la Guerra de Crimea.
Por el contrario, los estados como Gran Bretańa y los Estados
Unidos, que no tenían que luchar con el gasto de mantener una frontera
terrestre amenazada y eran capaces de mantener bajos los costos de gobierno,
tenían más capital que dedicar a las tareas de desarrollo económico durante sus
periodos de expansión dentro del sistema. Esto puede ayudar a explicar el
éxito, notado por Thompson y Modelski, de la ruta naval hacia el poder global.
Los estados sin fronteras expuestas eran capaces de dedicar recursos al mantenimiento
y desarrollo del poder marítimo. Cuando una potencia continental como Francia,
bajo la dirección de Colbert, intentó desarrollar una flota comparable, el
drenaje adicional de recursos nacionales necesarios para mantener tanto un
ejército terrestre grande, como una armada expandida, provocaron considerable
resistencia dentro de la nación.
Por encima de todo, entonces, comparto un acuerdo básico con
Modelski y Thompson sobre la existencia desde el siglo dieciséis de un
sistema-mundo multicéntrico sostenido unido por las relaciones políticas entre
los estados y las redes de intercambio económico. Concuerdo respecto a la
importancia del surgimiento periódico de una potencia económica y política
preponderante.
Difiero del enfoque de los “ciclos de poder” en mi esfuerzo por
ir más allá de una necesidad sistemática de orden para la construcción de un
modelo causal que explicará tanto las razones del auge recurrente de estas
potencias globales y su fracaso en mantener su posición dentro de la estructura
de poder mundial. Creo que estas causas radican en las instituciones de
desarrollo capitalista. La movilidad hacia arriba dentro del sistema ha sido
conceptualizada como un proceso de dos caras. Si bien la ventaja productiva ha
sido frecuentemente convertida en fuerza política por los estados líderes en el
sistema, otros estados han sido capaces de usar la participación incrementada
de plusvalía mundial ganada mediante la fuerza militar para estimular su propia
expansión económica.
El
desvanecimiento del status dominante también ha sido vinculado a la operación
de la economía-mundo capitalista. Los cambios en la ventaja competitiva, los
costos de control y los intereses divergentes entre capitalistas, trabajadores
y burócratas del estado dentro de las potencias hegemónicas decadentes han sido
adelantados como algunos de los mecanismos mediante los cuales se articula esta
relación.
La Onda
K y las Guerras
Un
aspecto de la vinculación entre el sistema interestatal y la economía mundial
se revela en la conexión entre el ciclo de Kondratieff (onda K) y la guerra,
planteado por primera vez por el propio Kondratieff. En ańos recientes ha
florecido una impresionante literatura de investigación acerca de este vínculo
y aunque todavía existe considerable desacuerdo acerca de las conexiones
causales involucradas, ahora ya se sabe algo de esto.
Un sector industrial completo de investigadores de las
relaciones internacionales ha estado trabajando durante ańos para codificar el
ritmo, los participantes, el territorio, los costos y la destructividad de la
guerra en el sistema interestatal. El libro de Levy (1983), La Guerra en el
Sistema Moderno de Grandes Potencias, 14951975, presenta una compilación
reciente completa de datos sobre la guerra. Aunque la inspección visual de la
frecuencia de las guerras y otras medidas revela una obvia secuencia de
periodos de más o menos guerra, Levy informa que la guerra no exhibe ningunos
rasgos estrictamente cíclicos. Joshua Goldstein (1988: 244) sin embargo,
demuestra que una prueba estadística (la Función de Autocorrelación) aplicada a
los datos de Levy sobre la severidad de las guerras (el número de muertes en
combate por ańo) produce evidencias claras de un ciclo de 50 a 60 ańos durante
el periodo que va de 1495 a 1975.
Thompson y Zuk (1982) y Goldstein (1988) usan las técnicas de
análisis de series temporales para examinar la relación entre las guerras y la
onda K. Goldstein usa varias series de precios y producción y las fechas dadas
por cuatro investigadores anteriores (Braudel, Frank, Kondratieff y Mandel)
para producir un conjunto de fechas de máximas y de mínimas para ondas K entre
1494 y 1975. Él plantea que la periodicidad estricta es un estándar inapropiado
para los ciclos sociales. Así, él analiza secuencias de fases con periodos
desiguales en su medición de la onda K. Los resultados de Goldstein revelan una
clara asociación entre la onda K y el ciclo de severidad (muertes en combate
por ańo) de la guerra entre potencias centrales. Él plantea que es más probable
que ocurran guerras severas durante la fase de ascenso de la onda K y su
trabajo empírico encuentra apoyo para esto. Esta conclusión es dependiente de
las fechas que Goldstein usa para distinguir entre las fases de ascenso y
descenso de la onda K (ver 1988: figura 11.3). Thompson (próximamente) duda de
la solidez de la periodización de la onda K de Goldstein antes de 1790. Sin
embargo, Thompson encuentra apoyo para la relación entre guerra y ascensos en
los precios de las ondas K, en su propio análisis del periodo entre 1816 y
1914. De lo que no cabe duda es del hallazgo que la onda K y el ciclo de guerra
están vinculados de alguna manera sistemática.
El ciclo de negocios se mide con mucha frecuencia por las series
de precios. Goldstein plantea que hay un ciclo de estancamiento de la
producción que precede al ciclo de precios en entre 10 y 15 ańos. El ciclo de
guerras alcanza un pico entre los picos del ciclo de producción y el ciclo de
precios en el modelo de Goldstein. Los datos sobre las series de largo plazo
que indican producción real e indicadores afines, son más bien escasos, de modo
que la mayoría del trabajo empírico se ha enfocado en la relación entre las
series de precios y la guerra. Una parte de esa relación, a no dudarlo, es un
asunto más bien simple de los efectos de la guerra sobre la inflación, asunto
este que estudiaron Thompson y Zuk (1982). Ellos concluyen que la mayoría de
los descensos en los precios de la onda K pueden ser atribuidos a la
terminación de las guerras grandes, pero que los ascensos en los precios de la
onda K ocurren regularmente antes del estallido de las guerras.
El modelo causal de Goldstein de la conexión entre la guerra y
el ciclo de producción de la onda K plantea un lazo de retroalimentación
negativa. Según Goldstein, las guerras ocurren durante los ascensos de
producción de la onda K porque, aunque los estados siempre desean ir a la
guerra, la guerra es cara, de manera que los estados la hacen cuando el
crecimiento económico los está proveyendo de más recursos. Goldstein plantea
que la guerra, por otro lado, tiene un efecto negativo sobre el crecimiento
económico mediante el gasto improductivo y la destrucción de personas y
propiedades. Así ambos ciclos se espolean entre sí. Como Thompson, Goldstein no
considera la naturaleza capitalista de las instituciones y procesos que
vinculan a la guerra y el crecimiento económico en el sistema-mundo moderno.
Para él, los estados son simplemente máquinas de guerra que van una tras otra
cuando ellos tienen recursos para hacerlas. Y como el crecimiento económico
capitalista provee grandes recursos, la guerra es endémica.
El estudio de Goldstein revela detalles empíricos de la relación
entre ciclos de negocios, guerras y el auge y caída de las potencias
hegemónicas que deben ser tomados en cuenta en cualquier teoría del
sistema-mundo. Él muestra que las ondas y picos de Kondratieff en la severidad
de las guerras entre potencias centrales están íntimamente asociadas en el
tiempo, ocurriendo nueve de cada diez picos en la guerra mundial desde 1500, cerca
del final de una fase de ascenso del ciclo de precios. El hallazgo algo
sorprendente que hay aquí es que, según Goldstein, las guerras mundiales
regularmente ocurren durante un periodo de expansión económica. Esto es
sorprendente por dos razones. La mayoría de las personas piensan acerca de la 2a
Guerra Mundial, que es la única excepción entre los diez picos de guerra
central desde 1500. Y muchas teorías de la guerra central se basan en la idea
que la guerra es causada por la competencia incrementada enre los estados
centrales [la así llamada “presión lateral” (Choucri y North, 1975)] que se ha
asumido como la más severa durante periodos de estancamiento económico.
Al examinar las series de datos sobre los precios y varios
indicadores de producción, innovación e inversión, Goldstein concluye que el
ciclo de producción y el ciclo de precios están algo fuera de fase entre sí,
con una demora del ciclo de producción de alrededor de 10 a 15 ańos por detrás
del ciclo de precios. En el modelo de Goldstein (1988: 259) el ciclo de guerras
hace un pico justamente entre el ciclo de producción y el ciclo de precios.
Este modelo es, por supuesto, una descripción idealizada de los rasgos exactos
que son solamente apoyados en general por al análisis de Goldstein de datos reales.
Sin embargo, si la representación de Goldstein es correcta, podemos ser capaces
de explicar por qué ha habido considerable desacuerdo entre los tiempos en la
relación entre la guerra y la onda K. Goldstein sigue a Kondratieff y a muchos
otros teóricos planteando que la guerra tiene mayores posibilidades de ser
severa durante una fase de ascenso, pero su propio modelo implica que la guerra
en realidad hace un pico que está entre el pico del ciclo de precios y el ciclo
de producción. Si creemos que la psicología y la lógica de las decisiones de
producción, así como la maestría en la conducción del estado están involucradas
en la relación entre la guerra y la onda K, como enfatizaría la perspectiva
wallersteiniana de sistemas-mundo, entonces lo más interesante es que se alegue
que el pico de guerra ocurra después del pico del ciclo de inversión, en
otras palabras, durante el comienzo del descenso de inversión y producción.
Este es simultáneamente un periodo en el que los estados tienen muchos recursos
disponibles para la guerra y los inversionistas capitalistas han comenzado a
aflojar las inversiones, presumiblemente porque ellos perciben limitaciones a
la adquisición de ganancias. La creciente competencia por los mercados y las
oportunidades de inversión es debida a la superproducción por los productores
de bienes centrales para el mercado mundial, en relación con la demanda
efectiva y esta clase de competencia conduce a presión por el uso de poder
extraeconómico, o sea, poder estatal, para proteger y/o expandir la
participación en el mercado y las oportunidades de inversión.
Goldstein no distingue entre los precios de las diferentes
especies de mercancías, pero otros investigadores han mostrado que los ciclos
de precios varían entre las diferentes especies de mercancías. El estudio de
Michael Barrat-Brown (1974) de los términos de comercio entre las áreas central
y las periféricas demostró que hay diferencias en el grado de los cambios de
precios, de manera que los términos de comercio de los bienes periféricos vis-ŕ-vis
los bienes centrales, se elevan y caen en el tiempo y este hallazgo es
confirmado por Paul Bairoch (1986: 205-8). Esto apoya al argumento de
Wallerstein (1984b), que las mercancías centrales son superproducidas en
algunos periodos en relación con la demanda efectiva, o sea, en relación con la
distribución políticamente estructurada de los recursos en el sistema-mundo.
Esto es causa de conflicto militar entre estados centrales y algunas veces
resulta en la reestructuración del orden internacional bajo una nueva potencia
hegemónica.
La demostración de Goldstein del vínculo entre los ciclos de
guerra y la onda K es una evidencia extremadamente importante que va en apoyo
del planteo que la geopolítica y la economía mundial son procesos interdependientes.
Las conexiones entre el ciclo de guerras, la onda K y el ciclo hegemónico son
examinadas en el capítulo siguiente. Aquí me gustaría citar las observaciones
de Goldstein de cuatro tendencias, basándose en su análisis de la guerra
durante los últimos 500 ańos:
Primero,
la incidencia de la guerra entre grandes potencias va declinando y cada vez más
ańos “de paz” separan las guerras de las grandes potencias. Segundo y
relacionado con esto, las guerras de las grandes potencias se están haciendo
más cortas. Tercero, no obstante, esas guerras se están haciendo más severas,
con las bajas anuales durante la guerra aumentando más de un centenar de veces
en los cinco siglos. Cuarto (y esto es lo más tentativo), el ciclo de guerra
puede estarse alargando gradualmente en cada era sucesiva, desde alrededor de
40 ańos en la primera era, hasta unos 60 ańos en la tercera. La presencia de
armas nucleares ha continuado estas tendencias en la guerra entre las grandes
potencias desde los cinco últimos siglos – cualesquiera guerras entre grandes
potencias en esta era probablemente serán menores, más cortas y mucho más
mortíferas. (1985:432).
Volvamos ahora nuestra atención a la secuencia hegemónica.
Capítulo 9: El Auge y la
Decadencia de las Potencias Hegemónicas Centrales
Aquí
se plantea que hay tres estados que han sido hegemónicos en la economía mundial
capitalista desde su consolidación en el largo siglo dieciséis – Las Provincias
Unidas de los Países Bajos, el Reino Unido de Gran Bretańa y los Estados Unidos
de América. Los periodos entre estas hegemonías se caracterizaron, defiendo yo,
por una distribución (multicéntrica) relativamente igual del poder
militar y la ventaja económica competitiva entre los estados centrales y por
niveles relativamente más altos de conflicto y competencia dentro del centro.
También pienso que estos periodos se caracterizaron por relaciones más
bilaterales y políticamente controladas entre el centro y la periferia, en las
que cada estado central intentó monopolizar el intercambio con su “propio”
imperio colonial. Stephen Krasner (1976) ha defendido que los periodos en que
una sola gran potencia ha sido hegemónica, se han caracterizado por
relativamente más comercio libre entre las diferentes áreas de la economía
mundial. La interacción entre el ciclo hegemónico, con su auge y caída de las
potencias hegemónicas centrales y los cambios en la estructura de la jerarquía
centro/periferia, se analiza en el capítulo 13. Este capítulo se enfoca en la
propia zona central y en los procesos que causan el auge y caída de las
potencias hegemónicas y considera la situación actual en los Estados Unidos
como potencia hegemónica decadente contemporánea.
Auge
y Caída en Diferentes Sistemas
Para comprender la
dinámica de la actual decadencia de los Estados Un idos, primariamente
compararé las hegemonías dentro del sistema-mundo moderno. Pero también
pudiera ser útil comparar la situación actual con los ciclos de largo plazo de
centralización y descentralización que ocurrieron en los modos pre-capitalistas
de producción, tales como el auge y caída del Imperio Romano. Esto ha sido
hecho en un reciente artículo por Galtung, Heiestad y Rudeng (1980). Ellos
comparan la decadencia de Roma en la antigüedad con lo que ellos llaman la
“decadencia del imperialismo occidental”. Ellos encuentran algunas similitudes
a nivel de procesos culturales, pero según mi punto de vista, no logran captar
las importantes diferencias estructurales y sistémicas entre el sistema-mundo
moderno y el sistema-mundo romano.
Una
importante diferencia entre el sistema-mundo romano y la economía-mundo
capitalista es la organización del estado. En Roma, un solo aparato estatal
general llegó a abarcar casi a toda la red económica, mientras que en la
economía-mundo capitalista no hay ningún estado solo, sino que existe el
sistema interestatal descrito en los capítulos previos. El sistema-mundo romano
tenía un solo centro, mientras la economía-mundo capitalista es políticamente
multicéntrica. Es verdad que en diversos momentos dentro del sistema-mundo moderno
ha habido un solo estado que es el más poderoso, pero la potencia hegemónica
nunca ha sido suficientemente poderosa para imponerle el imperio a todo el
centro.
La
consecuencia principal de esta diferencia estructural es su efecto en la
dinámica de competencia, reproducción y crecimiento en estos dos tipos de
sistemas. En el imperio-mundo romano, la competencia estaba primariamente
mediada por un solo aparato estatal y aunque la monetarización de la economía
era extensiva (Hopkins, 1978a), el mercado competitivo establecedor de precios
no era suficientemente fuerte para estimular regularmente los incrementos en
eficiencia económica por parte de los productores. La manera principal de ganar
y mantener el ingreso era mediante la obtención de acceso al poder político. El
derecho romano de propiedad y de contratación era bastante “moderno”, pero los
mercados seguían dominados por el poder político y este poder estaba
centralizado en un solo aparato estatal. El tipo principal de crecimiento era
el extensivo, mediante la adición de control sobre tierras y esclavos.
Como muestra Keith Hopkins (1978b: 62), la dinámica de la economía romana se
alimentaba de la conquista. La organización militar y la tecnología de
transporte romanas, con mucho las más avanzadas de la antigüedad, eventualmente
alcanzaron sus límites espaciales de efectividad en el costo y la expansión
territorial se detuvo.
El modo
de producción esclavista requerían nuevos aportes al hacer trabajar hasta la
muerte a los esclavos en los latifundios de Italia. El tributo como forma de
extracción de plusvalía era la más remunerativa en las tierras acabadas de
conquistar. El fin de la expansión territorial del imperio creó una escasez de
esclavos y de tributo y condujo eventualmente a una reversión a la servidumbre
en el campo.
La
constitución política romana era única en el grado de su capacidad de
incorporar grupos opositores al estado, mediante la extensión de la ciudadanía.
Si bien el sistema político siempre fue más oligárquico que en la anterior
democracia ateniense (Anderson, 1974a), la definición de membrecía era mucho
más flexible y permitía que el poder y el status se compartieran con quienes
estaban dispuestos a movilizar una oposición efectiva. La dinámica de
cooptación de la oposición condujo a cambios
en las formas políticas [de la república al imperio (Brunt, 1971)] pero la
necesidad de integrar las formas organizacionales dentro de un solo aparato
estatal enlenteció la tasa de innovación organizacional y desanimó la
experimentación. Con el tiempo, el p eso de la superestructura política se fue
haciendo mayor que lo que la economía subyacente podía soportar. Como el
sistema romano era tan centralizado, la caída de Roma también significó la
caída del sistema. No era posible, en el corto plazo, que un nuevo centro
surgiera para revitalizar el modo de producción y reiniciar su expansión sobre
una base nueva. (1)
En
contraste, la economía-mundo capitalista, con su comunidad más descentralizada,
permite una competencia económica y política mucho mayor. La
existencia de un mercado mundial
establecedor de precios (que incluye tanto al mercado nacional como al
internacional), si bien no es un mercado “perfecto”, sí estimula regularmente a
los inversionistas a aumentar la eficiencia de la producción (producir a un
costo más bajo) para obtener una proporción mayor del ingreso. El desarrollo
técnico de la productividad es facilitado por el hecho que no hay estado
central que pueda imponerle control monopólico a la arena completa de
competencia económica. Similarmente, el sistema interestatal multicéntrico
estimula la “exportación de capital” porque la oposición política a la
inversión lucrativa y a la explotación del trabajo está mediada por los
estados-naciones individuales de los que se suele poder escapar atravesando las
fronteras estatales.
La
competencia política en la economía-mundo capitalista es también mucho más
dinámica que en los imperios-mundo. El sistema interestatal franquea diferentes
vías hacia el “éxito” en la competencia entre estados. Algunos enfatizan la
expansión político-militar, mientras otros enfatizan una estrategia de
producción competitiva de mercancías para el mercado mundial. En tal sistema
político descentralizado, pueden surgir nuevas formas de organización política,
no restringidas por ningún estado central y que sean de esa manera libres de
competir entre sí por el dominio. Lo que hace de la economía mundial moderna
una economía-mundo capitalista, no obstante, es su combinación única de
un sistema interestatal con las instituciones de producción lucrativa de
mercancías para el mercado y un alto nivel de mercantilización de la fuerza de
trabajo. Estas instituciones están
entretejidas, junto con la naturaleza “privada” de las decisiones inversionistas,
dentro de un sistema interestatal competitivo; y es la combinación estructural
de todos estos elementos lo que crea el carácter cualitativamente único que
diferencia al sistema-mundo capitalista de los sistemas-mundo anteriores.
El
sistema moderno ha mostrado su flexibilidad en el periodo de 500 ańos de su
expansión y profundización. A diferencia del imperio-mundo romano, ha cambiado
su centro sin pasar a la involución como sistema. Así, el período actual con
toda probabilidad no sea una decadencia del “imperialismo occidental” (ŕ la Galtung
y cols., 1980), sino más bien la decadencia de la hegemonía de los Estados
Unidos. Los principales desafíos a la supremacía de los Estados Unidos son
planteados por otras potencias centrales, no por la periferia. Los posibles
resultados, una nueva hegemonía y continuación del sistema o la transformación
real de l a economía-mundo capitalista en un sistema cualitativamente
diferente, son opciones que tienen similitudes solamente amplias y algo
superficiales con la decadencia y caída del Imperio Romano.
La diferencia principal entre el sistema-mundo moderno y los
sistemas-mundo anteriores es que la producción mercantil se ha convertido en la
lógica dominante de la competencia en el centro del sistema. En el
imperio-mundo romano y en muchos otros sistemas-mundo pre-capitalistas, había
mucha producción de mercancías, pero esta florecía sobre todo en los
intersticios. Esto era asunto de clientes, de libertos, o la especialidad de
estados comerciales semiperiféricos, mientras la “perspectiva de mundo” era un juego
que jugaban exclusivamente hombres más interesados en expandir el poder del
estado como medio primario para la riqueza, el poder y el status. Fue el
surgimiento de una especie diferente de estado en la región central de la
economía-mundo europea, el estado hegemónico holandés empleando sus capacidades
militares primariamente para aportar rentas de protección a sus capitalistas,
lo que seńaló la consolidación de un sistema-mundo en el que el capitalismo se
había convertido en el modo dominante de producción.
Definiciones
de Hegemonía
Wallerstein
(1984a) define la hegemonía en términos de ventaja económica comparativa – la
concentración de un cierto tipo de producción mercantil dentro de las fronteras
de un solo estado central. Recuérdese que la “producción central” es producción
mercantil que utiliza tecnología relativamente intensiva en capital y trabajo
calificado, altamente pagado. La hegemonía en este sentido es la ventaja
comparativa debida a una combinación de desarrollo de producto – que produce
los productos más sofisticados y
deseables – y precios competitivos – la capacidad de poner precio a los
productos centrales exportados, a niveles que hacen difícil para las economía
nacionales que compiten, evitar comprarlos y sin embargo, al mismo tiempo,
obtener una ganancia vendiendo a tales precios. Wallerstein observa que la
ventaja económica comparativa capacita a un país central penetrar los mercados
domésticos de otros países centrales con mercancías intensivas en capital. La
producción de este tipo de mercancías tiene, por supuesto, vinculaciones hacia
adelante y hacia atrás más densas y derivados que multiplican los efectos de
crecimiento de las inversiones dentro de la economía nacional.
Los politólogos que estudian el “sistema internacional” utilizan
conceptualizaciones muy diferentes del poder global. George Modelski y William
R. Thompson (1988) proponen una teoría de un ciclo largo de poder
político-militar, en el que las grandes potencias se elevan y caen. Su teoría
es similar en algunos respectos a la perspectiva wallersteiniana. Ellos
reivindican estar estudiando el sistema mundial (sin el guión – ver Thompson,
ed., 1983) y concuerdan en que los periodos de poder concentrado se
corresponden con niveles relativamente más bajos de conflicto entre las
potencias centrales, mientras que los periodos en los que hay una distribución más igual de poder entre los
estados centrales, tienden a ser más conflictivos. Pero ellos tienen una noción
muy diferente de lo que constituye el poder concentrado (ellos no usan el
término “hegemonía”). Para ellos el asunto central es el poder naval, que es un
indicador de la capacidad de una gran potencia, de ejercer un “alcance global”.
El poder naval predominante capacita a una gran potencia para mantener el orden
a nivel de interacciones internacionales de larga distancia. Modelski y
Thompson defienden que los ejércitos de tierra y los gastos militares generales
no son útiles para el “alcance global” porque esos recursos son usables
primariamente en la guerra regional o continental, no para la dominación del
sistema global de poder. Este argumento ilustra la conceptualización “por
capas” de Modelski y Thompson, del sistema mundial, en la que el nivel global
de interacción se analiza como distinto, de una manera importante, a las
interacciones locales y regionales.
Modelski ha definido a las “potencias mundiales” como “aquellas
unidades que monopolizan (o sea, que controlan más de la mitad de) el mercado
de (o el suministro de) el mantenimiento del orden en la capa global de interdependencia” (1978:
216). Se dice que el sistema global ha experimentado desde el siglo dieciséis
el auge y caída de cuatro de estas “potencias mundiales”: Portugal, Países
Bajos, Bretańa y Estados Unidos (Modelski y Thompson, 1988). Según Modelski
(1978), el poder de la “potencia mundial” realmente no se basa en controlar las
acciones de otros estados líderes. Más bien una potencia mundial produce orden
mediante la manipulación de alianzas para producir estabilidad relativa en el
centro al tiempo que domina las interacciones europeas con el resto del globo.
Otros politólogos hablan de hegemonía en términos de “capacidad
de poder”, lo que se define ampliamente como la capacidad de un estado para
controlar o influir la conducta de otros estados, usando recompensas y
castigos. Robert Gilpin (1981) explícitamente conceptualiza la hegemonía en
términos de poder miliar relativo en general, aunque él analiza la
concentración de innovaciones que aportan el sustento que está detrás de la
ventaja miliar superior.
Para Wallerstein la hegemonía llega a incluir la dominación
productiva, comercial y financiera dentro de la economía mundial. Pero la
eficiencia productiva debe estar acompańada
por el poder estatal. La creación y mantenimiento de preeminencia económica
requiere la capacidad política y militar para preservar una estructura de
clases doméstica favorable a la acumulación capitalista, a la producción
innovadora y a la prevención de restricciones externas a los flujos de capital
o bienes. En este sentido, el poder político-militar es una base necesaria pero
no suficiente para alcanzar la hegemonía en una economía-mundo capitalista.
El mercado libre, que inicialmente favorece las ventajas
competitivas de una potencia líder, eventualmente da como resultado el flujo de
capital e innovaciones tecnológicas a los estados competidores. Esto resulta en
la pérdida de ventaja productiva por la potencia hegemónica. Además, los costos
de mantener el orden global son soportados desproporcionadamente por el líder,
dando como resultado la elevación de los costos de producción y el gasto
excesivo de recursos nacionales en el sector militar improductivo. Los
recientes esfuerzos de los Estados Unidos por animar a Japón y Europa
Occidental a aumentar sus presupuestos militares reflejan un reconocimiento de
los costos desproporcionados de mantener el orden mundial soportados por la
potencia hegemónica. Adicionalmente, los intereses anteriormente convergentes
de los diferentes grupos de capitalistas en una potencia hegemónica central se
hacen más divergentes al ir perdiendo ventaja competitiva importantes sectores
de la economía nacional.
Cuando buscan operacionalizar la capacidad de poder, muchos
investigadores han usado lo que Thompson (1983b) algo desesperadamente llama una
medida “ómnibus”, que combina un número de indicadores diferentes de recursos
económicos y militares. Organski y Kugles (1980: 30-8) han argumentado
fuertemente por la “salida total”, o sea, el PNB, como la mejor medida de
capacidad de poder de las grandes potencias. También plantean ellos (1980:
68-84) que la salida total debería combinarse con una medida del desarrollo
político, a la que ellos definen como la capacidad del estado para movilizar
los recursos de su propia sociedad. Otro estudio que ha tratado explícitamente
de medir la variación en el tiempo, del grado de concentración de poder entre
las “grandes potencias” es el de Singer, Bremer y Stuckey (1979). Ellos
combinaron un número de indicadores
económicos y militares, de la capacidad de los estados. Una medida compuesta
similar fue construida por Ferris (1973). Curiosamente, ninguno de los
indicadores usados son medidas del desarrollo económico, como se entiende
usualmente, sino que son más bien indicadores que combinan el tamańo y el
desarrollo, como lo hace el PNB total.
De los estudios que he revisado,
solamente el de Doran y Parsons (1980) utiliza medidas de desarrollo económico
y ellos combinan éstas en un solo indicador compuesto junto con indicadores de
tamańo.
De
mi revisión de los estudios que han tratado de medir empíricamente los cambios
en las capacidades relativas de poder de los estados, surgen algunas sorpresas.
Aunque estos han sido hechos por politólogos, solo Modelski y Thompson enfocan
exclusivamente el poder militar y examinan solamente una especie particular de poder militar – el
poder naval. Organski y Kugler plantean que el PNB total es la mejor medida
general de capacidad de poder, aunque más tarde la combinan con una medida de
la fuerza interna del estado. Ninguno de los estudios mide la hegemonía
en términos del poder militar total. Ninguno de los estudios examina las
medidas del desarrollo separadamente de las medidas de tamańo. Y ninguno de los
estudios trata de examinar la relación entre los tipos económico y político de
poder.
Causas y
Condiciones del Auge y Decadencia de los Estados Hegemónicos Centrales
En
esta sección se hace una hipótesis acerca de un conjunto de causas y
condiciones del auge y decadencia de los estados centrales hegemónicos. Después
presento una revisión breve de las tres hegemonías. Más tarde describo los
pocos estudios cuantitativos de la secuencia hegemónica que han sido llevados a
cabo.
El auge y la caída de los estados hegemónicos centrales pueden
ser entendidas en términos de la formación de sectores líderes de producción
central y la concentración de esos sectores, temporalmente, en el territorio de
un solo estado, que de esta manera se convierte en el más poderoso económica y
políticamente de los estados centrales. La decadencia ocurre cuando la potencia
hegemónica pierde su capacidad para
desarrollar industrias de punta por delante de sus competidores. Este proceso
puede ser entendido como un rasgo de la economía-mundo como un todo, en la
medida en que involucra la interacción de variables sistémicas, como la onda de
Kondratieff, la aplicación de nuevas
tecnologías a la producción (Mandel, 1978; Rostow, 1978 y Bousquet, 1980); y la
reorganización violenta del sistema interestatal mediante la guerra. Como se
anotaba en el capítulo previo, la fuerte asociación en el tiempo entre los
ciclos largos de negocios y las guerras entre las potencias centrales ha sido
empíricamente demostrada.
El carácter único de la perspectiva de sistemas-mundo radica en
que examina la dinámica de estos ciclos a nivel de todo el sistema, así como
los procesos exclusivamente nacionales involucrados. Los ciclos que ocurren son
las consecuencias de la relativa superproducción en diferentes periodos de los
diferentes tipos de mercancías (mercancías centrales y mercancías periféricas)
y de los límites a la demanda efectiva que le imponen al consumo estructuras
políticas particulares. Durante periodos de la expansión de la producción
central, los sindicatos, gremios y otros grupos de interés políticamente
organizados aumentan sus demandas de participación en el ingreso. La expansión
de la producción central aumenta la necesidad de entradas de materias primas,
muchas de las cuales son producidas en la periferia. Los términos de comercio
entre centro y periferia se desplazan a favor de la periferia, posibilitando que los
productores periféricos y los estados que ellos controlan alcancen una posición
de mercado relativamente más favorable y que hagan demandas más efectivas de
una participación mayor en la plusvalía. Esto redunda en la lucha por la
participación entre los estados centrales, donde los aumentos de salarios (y la
“cacofonía de las demandas de equidad”) son satisfechos con menos facilidad por
una explotación incrementada de la
periferia. Esta dinámica conduce a una lucha de clases elevada dentro de los
países centrales y a una competencia incrementada entre los países centrales
por participación en una reserva que ya no aumenta de la plusvalía mundial. Es
notable que la hegemonía en el centro se consolide luego de guerras en las que
los potenciales contendientes se han destruido recíprocamente, dejando una
abertura para la dominación que va surgiendo de una nueva potencia hegemónica.
El patrón que documenta Thompson (próximamente) y Goldstein (1988) es el
siguiente: un retador en auge (B) inicia
la guerra contra una potencia hegemónica decadente (A). (A) hace una alianza
con otro estado central en auge (C) para combatir el reto militar planteado por
(B). (A) y (C) ganan la guerra y (C) emerge como la nueva potencia hegemónica.
El estudio de Goldstein examina la relación entre los ciclos de
guerra/crecimiento y el auge y caída de las potencias hegemónicas centrales.
Utilizando la conceptualización walleresteiniana de las tres hegemonías – la
holandesa, la británica y la americana – demuestra que ellas están
relacionadas, aunque no de una manera muy regular. Como lo dice Goldstein
(1988:287):
Yo encuentro que la
conexión entre las dinámicas causales de estos dos ciclos – las ondas largas y
los ciclos hegemónicos – es débil. No están sincronizados y no hay un número
exacto de ondas largas que constituyan un ciclo hegemónico. Más bien veo que
los dos ciclos juegan entre sí en el tiempo, cada uno según su propia dinámica
interna, pero cada uno condicionado por
e interactuando con el otro.
Y
más adelante concluye:
Cada ciclo de hegemonía
contiene varias ondas largas, pero no un número fijo. Cada una de las ondas
largas dentro del ciclo de hegemonía termina en un pico de guerra que
reajusta la estructura internacional de poder sin conducir a una nueva
hegemonía. (Goldstein, 1988: 288, énfasis en el original).
En
una nota al pie Goldstein continúa: “Todas las guerras de grandes potencias
afectan las posiciones relativas en el orden ‘jerárquico’ internacional. Las
guerras hegemónicas determinan la posición superior en ese orden” (1988: 288).
Aunque Goldstein sí expone un modelo causal que explica la
relación entre crecimiento económico y guerras periódicas (ver capítulo 8), su
explicación del vínculo entre estos ciclos y las tres hegemonías es más
histórica. Él plantea que muchas contingencias vinculan los resultados
particulares que se revelan por la secuencia hegemónica y los países
particulares que se convierten en potencias hegemónicas, retadores, etc. Sin
embargo, Goldstein no aborda las cuestiones más amplias de sistema que fueron
el foco de los capítulos 7 y 8 anteriores: żpor qué se reproduce el sistema
interestatal, más bien que evolucionar éste hacia imperio-mundo?; żpor qué las
potencias hegemónicas ganadoras descansan más en la acumulación mediante el
comercio que en la expansión militar?; y żpor qué las potencias hegemónicas que
encaran su decadencia no optan por el imperio a escala mundial? También, żpor
qué los retadores militares directos de las potencias hegemónicas nunca tienen
éxito? Como se examinó en capítulos anteriores, estas preguntas requieren atención a la peculiar
naturaleza de la competencia y la acumulación en una economía-mundo
capitalista.
Aunque
Goldstein trata la secuencia hegemónica históricamente, es posible tratar de
delinear las condiciones y procesos sistemáticos que contribuyen al auge y
decadencia de los estados hegemónicos centrales. Veamos algunas similitudes de
las tres potencias hegemónicas que sugieren las clases de procesos que pueden responder
de su auge y decadencia.
Las Tres
Etapas de una Hegemonía
Las
hegemonías tienen tres etapas. La primera se basa en la ventaja competitiva en
los bienes de consumo masivo que pueden penetrar los mercados de los
productores centrales en los países competidores y que también pueden expandir
el tamańo del mercado rebajando el precio del producto. La segunda etapa se
basa en la expansión de la producción de bienes de capital y la tercera se basa
en la exportación de servicios financieros y en la realización de funciones de
plaza central para la economía-mundo (ver Wallerstein, 1984a).
En términos de las ciudades que se convirtieron en ciudades
hegemónicas mundiales en la historia de los sistemas-mundo modernos, podemos
comparar a Ámsterdam, Londres y Nueva York a las ciudades periféricas y a otras
ciudades centrales no-hegemónicas (p. ej., Sevilla, París, etc.). Deberíamos
examinar las condiciones que promueven el desarrollo de la producción en
industrias centrales clave y las que facilitan el desarrollo de la necesaria
fuerza estatal que respalde la expansión de la participación en los mercados
mundiales.
Hay un número de condiciones que pueden contribuir a la
determinación de qué país se convierta en una potencia hegemónica. La
localización geográfica parecería jugar algún rol en la facilitación de la
hegemonía. Las potencias hegemónicas han estado centralmente localizadas dentro
de las redes económicas que ellas llegan a dominar. Esto, obviamente, es una
ventaja en términos de costo de transporte, pero puede ir haciéndose menos
importante al decrecer los costos del transporte. Una tecnología adecuada para
un despegue en la producción competitiva central debe estar disponible, ya sea
de inventores locales o mediante préstamo. Las tres hegemonías han involucrado
“revoluciones industriales” en el sentido que tecnologías más eficientes
económicamente fueron aplicadas, permitiendo la
producción de bienes de consumo masivo más baratos que para los
competidores. Otra condición necesaria es la existencia de capital de inversión
suficiente para desarrollar los nuevos tipos de producción en manos de los que
estén dispuestos a arriesgarlo en empeńos empresariales. Cada potencia
hegemónica en auge ha desarrollado temprano una agricultura diversificada,
intensiva en capital, para el consumo doméstico y la exportación. Eventualmente
ellas han desarrollado acceso a importaciones baratas de algunos alimentos
básicos y materias primas, la mayoría de las veces producidas en la periferia,
que han sido importantes aportes a la industria. El capital humano, o sea, el
trabajo con las calificaciones relevantes para el nuevo tipo de producción,
debe estar disponible. Todas estas condiciones contribuyen a la capacidad de un
estado central emergente para formar un sector líder de la producción central,
que pueda servir de base para la hegemonía.
Las condiciones políticas para el ascenso a la hegemonía son más
bien complicadas. Un estado hegemónico debe ser poderoso vis-ŕ-vis los
demás estados y debe también tener el fuerte apoyo de la coalición de clases
que compone su régimen. La calidad y
la unidad de esta coalición de clases
son también importantes. Debe fuertemente incluir clases interesadas en seguir una
estrategia de producción lucrativa para el mercado mundial. Aunque la capacidad
del aparato del estado de apropiarse de recursos es indudablemente importante
(Tilly, 1985), la concepción de poder estatal que estoy usando no es reducible
al poder extractivo del gobierno. Como examiné en el capítulo 6, un estado es
poderoso si las clases que lo apoyan le garantizan un gran apoyo durante las
emergencias (Tardanico, 1978). Su capacidad para extraer plusvalía mediante
impuestos no muestra automáticamente que es fuerte, en el sentido que le doy
aquí. El estado holandés podía levantar una marina de la noche a la mańana,
convenciendo a sus mercaderes de que se trataba de sus intereses, mientras que
el estado francés, cuyos ingresos gubernamentales de tiempo de paz per cápita
eran mucho mayores que los de los británicos durante todo el siglo diecinueve,
no podía acopiar una suscripción tan grande durante tiempos de guerra.
El tamańo del estado también es importante y como le gusta a
Wallerstein indicar, es posible ser demasiado grande así como también ser
demasiado pequeńo (2), especialmente si hay regiones económicas con intereses
contradictorios que son parte del mismo estado, como fue el caso con Francia.
También se debería ańadir que la mayoría de los estados centrales hegemónicos
tienen un sistema político relativamente igualitario y pluralista, comparados
con los de sus competidores. Este pluralismo permite una rápida adaptación a
los cambios en los intereses de las
clases en el centro de la coalición, así como alguna flexibilidad en respuesta
a las demandas de los trabajadores y campesinos. Estas características pueden
ser ventajosas en la economía mundial, al menos durante el periodo de movilidad
hacia arriba. El igualitarismo relativo de la comunidad incorpora un mayor
porcentaje de la población al proceso de desarrollo y aporta algunas soluciones
(también temporales) al problema keynesiano de la demanda efectiva. Otra manera
de decir esto es apuntar que los estados móviles en sentido ascendente tienen
mayores mercados domésticos que sus competidores, a causa de las distribuciones relativamente más
iguales del ingreso (3). La construcción
de una nación, la formación de una solidaridad social fuerte a nivel nacional,
es un proceso que caracteriza el surgimiento de las tres
potencias hegemónicas. Esto contribuye a la estabilidad política y a la
expansión del mercado doméstico. Debería indicarse que estas cualidades
políticas no excluyen la existencia de una sub-clase doméstica (p. ej.,
Hechter, 1975; Zinn, 1980). Típicamente ésta sirve tanto como grupo de status
marginal que refuerza la solidaridad de la nación mayor, como una fuente
doméstica de explotación económica.
żCuáles son, pues, las condiciones que condujeron a la
decadencia de un estado central hegemónico? Primero debe apuntarse que los
estados centrales no declinan absolutamente. La economía-mundo entera continúa
creciendo, aunque a tasas diferentes. Lo que ocurre es que los estados
centrales pierden relativamente su hegemonía, pero no se sumergen en la
periferia. La causa más importante de una decadencia relativa es la extensión
de las industrias centrales líderes a otros países competidores del centro y a
partes de la semiperiferia. Los estados hegemónicos intentan monopolizar los
nuevos tipos de producción, pero sin éxito a causa de su incapacidad de
controlar políticamente la difusión de las técnicas, del trabajo calificado y
del capital de inversión. Los productores competidores en los demás estados
intentan primero volver a ganar sus mercados domésticos, empleando a menudo la
regulación política del comercio (proteccionismo), así como la adopción de las
nuevas técnicas de producción (Senghaas, 1985). Más tarde algunos de ellos
competirán con éxito con la potencia hegemónica en los mercados
internacionales.
Otro factor que contribuye a la
pérdida de hegemonía podemos llamarlo el tiempo de recambio del capital
fijo, especialmente de inversión (tanto privada como pública) en entradas
infraestructurales al sistema de producción. Esto obviamente opera a nivel de
la inversión pesada en tecnologías tales
como la construcción de plantas y la maquinaria cara, de gran escala. Los que
llegan tarde tienen la ventaja de que pueden adoptar innovaciones técnicas más
nuevas, mientras los inversionistas tempranos debe esperar a recuperar la
inversión inicial. Las plantas de acero en los Estados Unidos y Japón son
ejemplos bien conocidos de esto. Pero el mismo problema se puede ver en otras
inversiones en el ambiente construido, que están menos obviamente sometidas a
la lógica de las ganancias, pero que de todas maneras tienen un efecto en la
producción competitiva.
Los sistemas de transportación, las estructuras urbanas, los
sistemas de comunicaciones y los sistemas energéticos involucran inversiones de
recursos que, una vez hechas, tienden a ser relativamente permanentes o no son
fácilmente reorganizadas. El sistema de canales de Ámsterdam, más sistemático y
espacioso que el de Venecia, es un rasgo permanente de la ciudad. El
advenimiento de otras formas de transportación, más económicamente
competitivas, no produce la reconstrucción de Ámsterdam, sino más bien la
eliminación de algunas de sus actividades económicas hacia otras ubicaciones.
Similarmente, la ubicación de las ciudades en los ríos está pesadamente
influida por los costos de transporte en relación con una etapa particular de
la tecnología del transporte. El advenimiento de embarcaciones mayores no
produce la eliminación de las ciudades río abajo, excepto en el sentido que los
puertos que tienen aguas más profundas se convierten en los nuevos centros de
comercio. A nivel de naciones, los sistemas nacionales de transporte, los
sistemas energéticos, los sistemas de comunicaciones y las localizaciones y
división de funciones entre las ciudades, así como los tipos de tecnología
utilizadas en las fábricas, son todas formas de inversión sujetas al tiempo de
recambio del capital fijo. Un estado central de segundo término que esté
desarrollando un nuevo tipo de producción central puede incorporar más
fácilmente las últimas y más competitivas técnicas y rasgos de la producción
social general que el estado central hegemónico que ya ha invertido. Este es
uno de los componentes de las “ventajas del atraso” de Gershenkron (1962).
Se puede preguntar por qué los empresarios dentro de un estado
hegemónico central decadente no
invierten dentro de sus economías nacionales para revitalizar la
producción material e incrementar la productividad. Puede ocurrir que una
compańía particular de acero tenga que esperar a que su capital invertido se
deprecie antes de construir una nueva planta que use una tecnología más
productiva, pero żpor qué otras corporaciones no hacen tales inversiones? Aquí
podemos apuntar que la estructura de las tarifas nacionales juega un papel en
la determinación de las ubicaciones de las inversiones. La protección tarifaria
de las industrias nacionales aumenta en un periodo de crecimiento más lento, al
buscar los estados proteger sus mercados nacionales contra la competencia
internacional. Puede ser en interés
estratégico y nacional hacer nuevas inversiones en el acero y en realidad los
estados suelen adoptar políticas que subsidian tales emprendimientos. Pero la
lógica puramente orientada hacia la ganancia de la inversión es improbable que
ayude a un país que esté perdiendo su posición competitiva en el mercado
mundial. La construcción de una nueva planta de acero al lado de la planta
vieja significa que el mercado nacional tendrá que ser compartido, mientras la
compra de acero a productores más competitivos en el extranjero y la inversión
en empresas más inmediatamente lucrativas (localizadas con frecuencia en otros
países) es la estrategia más atractiva para los inversionistas privados.
Así, el nacionalismo económico por sí mismo podría prevenir la
relocalización de ciertas industrias, pero los estados hegemónicos centrales
decadentes son usualmente ambivalentes respecto a la elección entre
nacionalismo e internacionalismo. Esto refleja los intereses contradictorios de
sus capitalistas “nacionales” e “internacionales” así como los intereses
contradictorios de los trabajadores como consumidores y como empleados (Hart,
1980). El camino de la “revitalización” auspiciada por el estado, por la que
abogan los que están más preocupados en los estados hegemónicos centrales por
los intereses de los productores nacionales (tanto el trabajo como el capital)
puede ser tomado, pero otros estados competidores también emplearán esta
estrategia y con mayor probabilidad lo harán efectivamente, porque las
coaliciones de clases que controlan a estos otros estados están menos dominadas
por quienes tienen inversiones internacionales (Evans, 1985). Los capitalistas
internacionales dentro de un estado hegemónico central decadente pueden a
menudo convencer a los consumidores de que es mejor mantenerse en la
centralidad en el intercambio mundial y beneficiarse de importaciones de bajo
costo, que adoptar un programa caro (y riesgoso) de revitalización económica.
Adicionalmente, los rasgos organizacionales tienden a tener una
cierta inercia (o momentum, si la organización es un proceso). Una vez que una
economía nacional llega a organizarse de una cierta manera, hay una tendencia a
la cristalización alrededor de patrones que luego no son fáciles de cambiar. Si
bien las formas organizacionales pueden ser más maleables que los rasgos
infraestructurales examinados anteriormente (porque el capital material
invertido es menos maleable), las rigideces sociales sí cristalizan alrededor
de las formas organizacionales.
Una explicación frecuentemente citada para la decadencia
británica a finales del siglo diecinueve era la reticencia de las firmas de
propiedad familiar para adoptar la nueva forma corporativa emergente (Crouzet,
1982). En muchos sectores las firmas familiares aparentemente preferían el
control continuado a las ganancias adicionales y así la industria británica llegó
tarde a la adopción de la escala expandida y las nuevas formas organizacionales
que se iban extendiendo en Alemania y los Estados Unidos. Albert Bergesen
(1981) ha planteado que las corporaciones de Estados Unidos en el siglo veinte
han desplegado una reticencia funcionalmente equivalente a adoptar una nueva
innovación organizacional que se está extendiendo, la fusión estado-firma.
También el gobierno federal de los Estados Unidos se va quedando detrás de casi
todos los estados contemporáneos respecto a la planificación económica
nacional, en una era en que el
capitalismo de estado está siendo exitosamente empleado por la mayoría de los
competidores.
Otro factor es la oposición que crea la acumulación capitalista
exitosa. El propio pluralismo político y el relativo igualitarismo que
anteriormente era una ventaja competitiva, permite la formación de
restricciones a la maniobrabilidad del capital e incrementa los costos de
producción. El ejemplo más obvio de esto es la formación de organizaciones
políticas que protegen y expanden los intereses de los trabajadores. Los
salarios, tanto los directos como los sociales, tienden a subir en un estado
central hegemónico exitoso. Los capitalistas que están haciendo grandes
ganancias es más probable que acepten una cuenta salarial más alta, acompańada
por un aporte de trabajo estable. Esto cambia cuando la competencia aumenta y
las ganancias declinan.
Similarmente se van articulando políticamente otras
restricciones a la revolución continua de la producción. El estado comienza a
responder a las necesidades de los trabajadores centrales y a otros grupos (p.
ej., consumidores, ambientalistas, etc.) y estas demandas “no-económicas” al
capital pueden reducir la relativa lucratividad de la producción dentro del
país, al menos en comparación con las ubicaciones fuera de frontera en que los
trabajadores y otros grupos están menos organizados.
El Auge y la Decadencia de las Naciones de
Mancur Olson (1982) enfatiza la elevación de los salarios como la más
importante de las “rigideces sociales” que causan la decadencia de economías
nacionales anteriormente exitosas. El análisis de Olson apunta hacia algunos
rasgos organizacionales interesantes, que reducen la eficiencia relativa de la
producción y aumentan los obstáculos al crecimiento económico y la
revitalización. Las naciones en las que los grupos de interés están
fragmentados y especializados, como los Estados Unidos, tienen más obstáculos e
ineficiencias que naciones en las que las organizaciones generales como los
partidos laboristas o socialistas representan amplias membrecías (p. ej.,
Suecia), porque estos últimos grupos de amplia base son mejor capaces de
incorporar asuntos de interés nacional a
sus agendas políticas. Pero el análisis de Olson procede a partir del supuesto
que la eficiencia puramente económica y la capacidad de competir efectivamente
en los mercados mundiales son las mejores medidas del progreso. Así, la implicación de política de su análisis es que
los estados y las firmas deberían seguir siendo tan independientes como fuera
posible de las demandas de los trabajadores u otros grupos de interés. Una
definición más balanceada de progreso sugeriría que la lógica de crecimiento
debería incluir las necesidades de los trabajadores, los consumidores y el
medio ambiente. La “eficiencia” en todo el sistema-mundo tomaría estas
necesidades en cuenta sin oponer entre sí a los trabajadores de diferentes
países. Esto solo se puede lograr regulando democráticamente las decisiones
inversionistas principales a nivel mundial.
Otra condición, que se suele relacionar con las crecientes
restricciones políticamente articuladas al capital, es la exportación de
capital inversionista. Los capitalistas responden a los diferenciales en las
tasas de ganancia, de manera que el aumento de los costos de operación en la
economía doméstica produce el incentivo a
invertir en otra parte y por ende, el fenómeno de la exportación de
capital o “fuga de capital”. Esto significa que se hacen menos nuevas inversiones
en la producción material en la economía doméstica, aunque sí continúan
surgiendo nuevos sectores de punta, especialmente en la provisión de servicios
financieros a la economía mundial mayor. Así, las ciudades del mundo
localizadas en estados centrales típicamente se hacen más importantes para la
economía del país en los últimos días de la hegemonía. Esto es a causa de que
la centralidad en el intercambio que se desarrolló partiendo de la anterior
centralidad en la producción es un recurso importante para la economía nacional
y para el funcionamiento de la economía mundial mayor.
Pudiera
darse el caso que, aunque se beneficie de la centralidad en un cierto grado, el
estado central hegemónico llegue a soportar una proporción demasiado grande de
los costos del mantenimiento del orden en la economía-mundo mayor. La operación
suave del sistema-mundo requiere la represión de las desviaciones y el
mantenimiento del orden, como cualquier sistema social. En el sistema
contemporáneo, un importante grado de orden se mantiene mediante gastos político-militares.
Los gastos militares pueden servir a algunas funciones económicas (p. ej.,
Baran y Sweezy, 1966), pero hay varios estudios que demuestran que ellos no
contribuyen al crecimiento económico nacional (p. ej., Szymanski, 1973;
Vävrynen, 1988). Los pequeńos o inexistentes gastos militares de Japón y
Alemania desde la 2Ş Guerra Mundial han permitido que los recursos se
concentren en la investigación y desarrollo de mercancías lucrativas. Los
costos de mantenimiento del orden mundial tienen a ser soportados
desproporcionadamente por el estado central hegemónico y esta carga no puede
ser fácilmente extendida a todo el centro, aunque una potencia hegemónica
decadente tratará de disminuir su participación en los costos. En algún punto,
los costos de la centralidad llegan a contrapesar sus beneficios, usualmente
después que los estados centrales competidores, que han estado operando bajo la
sombrilla del estado hegemónico, comiencen a desafiar efectivamente la
dominancia de la potencia hegemónica en los mercados mundiales.
Comparación
de Hegemonías
Ahora
evaluemos y califiquemos las generalizaciones de la sección previa, revisando
las características de las tres potencias que han sido hegemónicas en la
economía-mundo moderna (las Provincias Unidas de los Países Bajos, el Reino
Unido de Gran Bretańa y los Estados Unidos de América) y al compararlos con la
anterior hegemonía de Venecia y con las potencias que lucharon por la hegemonía
sin conseguirla.
El Imperio Habsburgo (que incluía a la “espina dorsal” central
de la economía-mundo europea en la primera mitad del largo siglo dieciséis)
(Bousquet, 1980) se basó primariamente en la centralidad político-militar más
bien que en la económica. La agresividad mercantil de los portugueses
(Modelski, 1978) sirvió como la primera ola de expansión europea, pero como la
posterior centralidad de Sevilla, Portugal no desarrolló una centralidad en la
producción (4). La expansión portuguesa y la “acumulación primitiva” de capital
monetario por los espańoles tuvieron efectos importantes, aunque complicados,
sobre la economía-mundo europea emergente (Wallerstein, 1974: 67-84), pero no
condujeron al desarrollo de la producción central en Lisboa ni en Sevilla. Algo
así como el caso de Francia más tarde, Espańa incluía áreas con intereses que
no conducían al desarrollo de actividades centrales y el estado estaba
aplastado por la necesidad de mantener unidas a regiones centrífugas
(Wallerstein, 1974). El intento por los Habsburgo de imponer el imperio a la
economía-mundo capitalista aún no integrada plenamente, representó una lógica
pre-capitalista de dominación, que se reflejó parcialmente en el modelo totalmente
mercantil de explotación que era el rasgo principal de la expansión portuguesa
y espańola a arenas externas. Estas potencias, sin bien muy importantes para la
formación del nuevo sistema emergente, no eran ellas mismas estados centrales
hegemónicos plenamente formados, de ese sistema. Los capitalistas tenían el
poder estatal en las pequeńas ciudades-estados durante este periodo (Venecia,
Antwerpe, Génova, Florencia), pero los estados mayores seguían dominados por
clases orientadas hacia el régimen tributario.
Las Provincias Unidas de los Países Bajos se ajustan mucho mejor
a la concepción walleresteiniana de hegemonía en una economía-mundo
capitalista. La revolución holandesa creó una federación republicana en las que
los capitalistas marítimos de Ámsterdam mantenían considerable poder. Las
guerras religiosas trajeron refugiados a Ámsterdam con sus pericias y demás
capital que pudieron llevar. La ciudadanía en Ámsterdam se adquiría al precio
de ocho florines (Barbour, 1963). La ventaja competitiva en la producción se
evidenciaba primero en las pesquerías de arenques, que capturaban una gran
proporción de este mercado básico en el Báltico y en la economía atlántica en
expansión. La construcción de buques era otro pilar de la producción central
holandesa que le permitía a los mercaderes ganar en la competencia con las
tenazas hanseático-inglesas del transporte comercial. El Fluyt, eficiente en
costo, fue fácilmente adaptado a muchos usos especializados y manejado con
efectividad por tripulaciones pequeńas (Wallerstein, 1980a). Angus Maddison
(1982: 35, tabla 2.2) muestra que la economía holandesa estaba mucho más
industrializada en el 1700 que la economía británica. Tanto Maddison como
Wallerstein demuestran que la hegemonía holandesa se basaba en el capital de
producción y en las industrias de punta, contrario a quienes han visto a los
holandeses como capitalistas primariamente mercantiles.
El estado holandés se suele ver como pequeńo, pero en términos
de la noción de fuerza estatal empleada en el capítulo 5, era estimable
(Braudel, 1984: 193-5). John DeWitt, el Stadtholder de Ámsterdam, podía
colectar suficientes fondos en un día en la bolsa de Ámsterdam (intercambio de
acciones y mercancías) para derrotar a cualquier potencia marítima del mundo.
Se ha dicho que el estado estaba dividido entre las ciudades capitalistas y la
Casa de Orange, orientada hacia la tierra, pero en comparación con otros
estados centrales, los capitalistas tenían verdaderamente una gran influencia.
Durante las calamidades nacionales, los príncipes de Orange reunían a la
población para defender la nación, mientras que durante la paz, los
capitalistas urbanos menos patrióticos se salían con la suya. La federación y
la forma republicana de gobierno capacitaba al estado para adaptarse fácilmente
a las cambiantes contingencias económicas y militares y a los cambiantes
intereses de su coalición central.
La ideología del libre comercio y los derechos de todas las
naciones a hacer uso de los mares fueron propagados por la intelligentsia holandesa durante el
periodo en que la ventaja económica competitiva capacitó a los capitalistas de
Ámsterdam para vencer en la competencia por las ventas a todos sus competidores
(Wilson, 1957). Esto no resultó ser incompatible con una política de “comercio
armado” empleada en la periferia para privar a los portugueses de su monopolio
de las especias de las Indias Orientales (Perry, 1966).
Barbour (1963) defiende que en muchos respectos Ámsterdam es la
última ciudad-estado, más similar a Venecia y Génova que a Inglaterra o los
Estados Unidos, con lo que Braudel (1984) concuerda. La orientación holandesa
hacia el mercado internacional marítimo no se diluyó por los compromisos con el
engrandecimiento territorial continental. A este respecto, era muy parecida a
Venecia. Es reveladora la comparación que hace Peter Burke (1974) entre los
empresarios y rentistas holandeses y venecianos. El estado-ciudad veneciano era
el estado central hegemónico de una economía regional mediterránea
proto-capitalista (Braudel, 1984). El comentario de Barbour sobre los
estados-ciudades y los estados-naciones del centro sugiere la observación de
que los estados hegemónicos centrales son mayores a medida que se hace mayor el
sistema como un todo.
Lane (1973) hace la observación que las clases gobernantes
venecianas se orientaron hacia la tierra durante el periodo de su decadencia,
lo que él interpreta como un intento por
formar un estado-nación que pudiera competir con los mayores estados de la
economía-mundo europea en formación. Las Provincias Unidas parecen más bien
pequeńas en términos de área terrestre y tamańo de la población en comparación
con los demás estados de Europa, pero no obstante jugaron el rol de estado
central hegemónico bastante efectivamente durante el siglo diecisiete (5). Las
Provincias Unidas pueden ser vistas como una especie de punto medio entre
Venecia e Inglaterra. El estado hegemónico se fue haciendo cada vez más un
estado-nación y el tamańo del mercado nacional se fue haciendo cada vez más
grande, siendo el mercado nacional de los Estados Unidos una inmensa proporción
de la economía mundial que ellos dominan.
La decadencia holandesa exhibió las tendencias mencionadas en mi
descripción de las etapas hegemónicas: el desplazamiento hacia los servicios
financieros, la exportación de capital y la transformación de los capitalistas
de empresarios a rentistas (Burke, 1974; Riley, 1980). Ámsterdam siguió siendo un importante centro del
comercio y las finanzas 300 ańos después que perdió la primera posición. Las
ciudades del mundo declinan relativamente, no absolutamente.
El Reino Unido es el que mejor se ajusta a las etapas de
hegemonía (6). El estudio de Eric Hobsbawm, Industria e Imperio,
describe las tres etapas de hegemonía en el auge de la producción textil de
algodón inglesa, en su reemplazo a mediados del siglo diecinueve por la
producción y exportación de maquinaria, ferrocarriles y barcos de vapor y la
creciente importancia de Londres a finales del siglo diecinueve como centro de
los servicios financieros mundiales. La hegemonía holandesa, sin embargo, se
ajusta a la formulación de las tres etapas bastante bien, aunque el periodo
medio de exportación de barcos, armas y de proyectos de reclamación de tierras,
se ajusta de un modo algo laxo a la noción de “bienes de capital”.
La revolución inglesa, como la holandesa, exhibe un relativo
igualitarismo, pluralismo y la firme incorporación de diversos intereses
capitalistas dentro de un estado flexible, capaz de movilizar inmensos recursos
para la guerra internacional, manteniendo al mismo tiempo una burocracia algo
dispersa y no-cara de tiempos de paz. Aquí se debería repetir que estamos
describiendo rasgos del centro de un sistema capitalista mayor, no rasgos del
capitalismo como un todo. No queremos repetir el error de identificar al
capitalismo como sistema con el estado de laissez-faire.
A la unidad de la coalición central en el Reino Unido no le
faltaron contradicciones, como puede verse por la historia del auge y caída de
la Ley del Maíz. Pero los terratenientes capitalistas estaban mucho más
integrados en la producción exitosa para el mercado mundial que los
aristócratas de Francia. Francia fue un caso de estado-nación demasiado grande,
en el que la formación de la monarquía absoluta se necesitaba por los intereses
divergentes de las regiones económicas (Braudel, 1984: 315-51).
Las ciudades del oeste estaban ansiosas por participar en la
economía atlántica en expansión, mientras la Occitania más vieja y orientada
hacia el Mediterráneo (Wallerstein, 1974: 262-9; 1980a) desplegó las tendencias
de movilidad hacia abajo características de otras áreas que se habían
convertido en semiperiféricas al sistema. Las políticas mercantilistas y de
industrialización de Colbert fueron obstaculizadas por el foco renovado en la
diplomacia continental y el engrandecimiento político-militar (Lane, 1966). La
“revolución burguesa” se demoró hasta 1789, en cuyo tiempo Inglaterra había
avanzado marchando hacia las nuevas industrias centrales emergentes. París
siguió siendo un centro cultural y diplomático de Europa, mientras Londres se
convertía en la ciudad hegemónica de la economía global.
La exportación de capital desde Inglaterra en la última mitad
del siglo diecinueve es legendaria (Crouzet, 1982). El capital inglés fue tanto
hacia la periferia como hacia otros estados centrales. Que este fenómeno no era
en absoluto nuevo lo muestra el anterior caso holandés. Esto debe verse menos
como una causa de la extensión de los nuevos tipos de producción central a
otras áreas que como una respuesta a esa extensión. El examen del “climaterio”
de la madurez británica (Phelps-Brown y Handfield-Jones, 1952) suele alegar una
pérdida de espíritu empresarial entre los líderes de negocios, que nos recuerda
a las zorras de Pareto; pero éste, como el desplazamiento holandés hacia
ingresos rentistas de bajo riesgo y estables, puede entenderse principalmente
como una respuesta a las cambiantes oportunidades de inversión. El capital
inversionista no desapareció; se fue para el extranjero.
Algún tiempo después de 1850, los ingresos promedio de los
trabajadores en Bretańa comenzaron a elevarse (Emmanuel, 1972; Braudel, 1984).
Este fue en gran parte el resultado de la exitosa formación de los sindicatos y
las organizaciones políticas de la clase trabajadora, que consiguió obtener
alguna influencia en el estado británico. El poder creciente del trabajo
organizado elevó el costo de la explotación en Bretańa y creó resistencia
política a la maniobrabilidad del capital. Estos factores siguieron animando la
exportación de capital inversionista. Los Estados Unidos exhibían muchas de las
características generales que he atribuido a los estados hegemónicos centrales.
Las jóvenes industrias centrales de Nueva Inglaterra en el siglo dieciocho
(construcción de barcos, bacalao salado, destilación de ron hecho con azúcar
del Caribe y la manufactura ligera) surgieron en tándem con las oportunidades
de lucro provistas por la localización semiperiférica de los comerciantes de
Nueva Inglaterra como transportadores entre el centro y la periferia en la
economía atlántica en expansión – los llamados “comercios en triángulo”. Una
alianza entre los comerciantes de Nueva Inglaterra, los granjeros de las
colonias del medio y los plantadores del Sur, con la ayuda del ejército y la
armada franceses, consiguieron crear un estado soberano a partir de una
colección de colonias británicas. La política del estado federal hacia la
protección y el desarrollo de la industria central variaba con el precio del
trigo en el mercado mundial (7).
El “Informe sobre las Manufacturas” de Alexander Hamilton
recomendaba una política proteccionista y de sustitución de importaciones que
desarrollaría el mercado doméstico y capacitaría a los Estados Unidos para
convertirse en una potencia central, pero la política de Hamilton no fue
adoptada inmediatamente. Los capitalistas mercantiles de Nueva Inglaterra
fueron al principio ambivalentes, obteniendo mucha de su ganancia a partir de
llevar el algodón del Sur a las tierras medias inglesas. Se aliaron con el Sur
para oponerse a la protección hasta que, “En 1825, la gran firma de W. y S.
Lawrence de Boston volvieron su interés y su capital de la importación hacia la
manufactura doméstica y el resto de State Street lo siguió. Igualmente hizo
Daniel Webster, que ahora se convertiría al más elocuente apoyo de la
protección en el Congreso”[10]
(Forsythe, 1977).
En general los capitalistas periféricos sureńos, que exportaban
materias primas a la industria central en Inglaterra, se oponían al
proteccionismo porque éste elevaba el costo de los bienes manufacturados
importados y se arriesgaba a una venganza tarifaria británica. Los
manufactureros norteńos generalmente apoyaban las tarifas. El “sistema
americano” de Henry Clay era una política de protección a los manufactureros
domésticos, combinada con gastos en infraestructura de transporte auspiciados
por el estado, para integrar la agricultura y la manufactura en el mercado
doméstico. Los granjeros apoyaron esta política cuando el precio mundial del
trigo era bajo. Durante las subidas de precio, los granjeros se ponían al lado
del Sur, ya que también ellos se interesaban primariamente en las
exportaciones.
El Sur esclavista era la economía periférica más exitosa que el
mundo haya jamás conocido y buscaba extender su control político al Occidente y
al estado federal. Luego de una serie de confrontaciones y compromisos, el
“irreprimible conflicto” se arregló por la Guerra Civil, que dio como resultado
la consolidación del control por el capital central, en alianza con el trabajo
central y los granjeros occidentales. En los ańos de 1880, los Estados Unidos
alcanzaron status central en el sistema-mundo.
La ulterior elevación a hegemonía por los Estados Unidos fue
debida a una combinación de producción para el mercado doméstico y el mercado
internacional. Es algo más difícil que para las anteriores hegemonías holandesa
y británica identificar una sola mercancía de consumo masivo que condujera al
desarrollo de un nuevo sector, alrededor del cual se consolidó la hegemonía
económica. Las mercancías agrícolas fueron importantes exportaciones durante
todo el auge de los Estados Unidos, como lo son aún hoy. Las mercancías agrícolas
pueden ser productos o bien centrales o bien periféricos, dependiendo de la
manera en que son producidas. El algodón cultivado por esclavos era claramente
una mercancía periférica intensiva en trabajo. El trigo occidental y otras
exportaciones agrícolas se hicieron cada vez más intensivas en capital, de
manera que ahora ellas son definitivamente productos centrales en relación con
la especie de producción agrícola que ocurre en el resto de la economía-mundo.
El éxito de la producción central en el Norte industrial durante
el siglo diecinueve condujo a la exportación temprana de textiles de algodón y
no mucho después a la exportación de maquinaria. Los efectos eléctricos y los
automóviles se convirtieron en importantes exportaciones de consumo masivo, junto
con otros productos industriales. Como se examinó anteriormente, el mercado
doméstico parece haber jugado un rol relativamente mayor en el desarrollo
temprano de los Estados Unidos que el mercado doméstico de las hegemonías
anteriores. Esto fue posible a causa de la expansión territorial exitosa y
relativamente igualitaria de los Estados Unidos (igualitaria, en el sentido que
la adquisición de tierras por propietarios pequeńos y de tamańo mediano fue
sustancial).
Comparemos la hegemonía de los Estados Unidos con las hegemonías
holandesa y británica. El tamańo del mercado doméstico de la potencia central
hegemónica aumentó con el tamańo del mercado mundial. Las tres hegemonías se
elevaron después que las potencias centrales competidoras se debilitaron ellas
mismas en guerras intra-centrales. Su éxito se basó más en las ventajas
económicas competitivas en la producción de mercancías materiales que en la
superioridad militar, aunque ambas fueron importantes. La maduración de la
hegemonía trajo consigo una centralidad política y militar creciente, así como
una ventaja económica. La decadencia, en cada caso ha tenido más que ver con
alcanzar a las potencias centrales competidoras, que con disminuciones
absolutas en los niveles de producción o de consumo.
La hegemonía de los Estados Unidos difiere de las hegemonías
holandesa y británica en algunas maneras importantes, no obstante (Goldfrank,
1983). La duración de la hegemonía de los Estados Unidos probablemente será
relativamente corta y esto puede corresponderse con la creciente frecuencia de
otros ciclos del sistema-mundo que han sido notados por Albert Bergesen y
Ronald Schoenberg (1980: 271). Entonces no tiene sentido extrapolar
mecánicamente partiendo de anteriores secuencias de auge y decadencia
centrales. Una extrapolación basada en los finales del siglo diecinueve sería
como sigue: La fase descendente de Kondratieff, que comenzó en 1873, podría
compararse con el periodo de comienzo de los ańos de 1970. Los Estados Unidos
aún tendrían relativa centralidad pero comenzarían a preocuparse por su
competitividad económica y su capacidad de hacer las suyas en la comunidad
mundial. Un periodo de competencia central aumentada traería la elevación de
las tarifas, una expansión colonias incrementada, la división (y redivisión) de
la periferia. Este periodo sería seguido por el verano indio eduardiano,
ascenso económico que comenzó en 1895.
La economía mundial parecería volver a ganar estabilidad y
crecimiento, pero las preparaciones bélicas y las alianzas deslizantes darían
como resultado una puja por la hegemonía político-militar por parte de una
potencia móvil hacia arriba que no haya logrado alcanzar mucha integración en
la estructura de poder mundial (Alemania en 1914, la Unión Soviética en la
segunda década del siglo veintiuno). Esta extrapolación predeciría el estallido
de una nueva guerra mundial en algún momento temprano en el siglo veintiuno y
una reorganización resultante de la estructura política mundial que permitiría
que una nueva potencia hegemónica central – no la Unión Soviética, pero tal vez
Japón – surgiera y un nuevo periodo de acumulación capitalista comenzara.
El periodo que aparentemente se va acortando, de ciclos del
sistema-mundo pudiera revelar cambios inminentes en la dinámica del sistema que
podrían alterar el escenario anterior. Desde fines del siglo diecinueve, el
sistema como un todo ha comenzado a experimentar ciertos “efectos de techo”
naturales y sociales. Previamente los aspectos contradictorios de la lógica de
desarrollo capitalista han conducido a reorganizaciones coyunturales de la
estructura política del sistema mediante la guerra dentro del centro. Esto es
lo que ha empujado la decadencia de las viejas potencias hegemónicas y el auge
de las nuevas, capaces de operar en escalas más apropiadas al tamańo expandido
y a la naturaleza intensificada del sistema. Estas reorganizaciones han
permitido al proceso capitalista de acumulación comenzar de nuevo sobre una
nueva base; es decir, adaptarse a los problemas creados por su naturaleza
contradictoria y continuar la expansión y la intensificación. En el siglo
veinte los efectos de techo han dado por resultado problemas estructurales para
el sistema mucho más profundos que previamente (Chase-Dunn y Rubinson, 1979).
La inclusión de virtualmente todo el territorio y la población global a la
economía-mundo capitalista a finales del siglo diecinueve eliminó la
posibilidad de expansión a áreas previamente no-integradas. Y la
descolonización formal de la periferia, aún cuando no ha eliminado (ni siquiera
reducido) la división jerárquica centro/periferia del trabajo, ha aumentado los
costos de explotación de la periferia. Esto reduce la cantidad de plusvalía
procedente de la periferia disponible para resolver conflictos de clases dentro
de los países centrales.
żCómo crean estos efectos de techo una situación que sea
diferente a la que encararon los holandeses o los británicos en fases
similarmente tardías de sus hegemonías? Una diferencia es consecuencia de la
densidad incrementada de regulación política del proceso de acumulación de
capital en todo el sistema. Si bien la mayoría de esta regulación es controlada
nacionalmente, por lo que es más un aumento del capitalismo de estado que un
cambio en la lógica del proceso competitivo de acumulación (Chase-Dunn, ed.,
1982b), hay formas incipientes de regulación económica supranacional y esto da
una posibilidad mayor que nunca antes para que el estado hegemónico central le
de una solución política ingenieril a la tendencia hacia el incremento de la
confrontación sangrienta. Ulrich Pfister y Christian Suter (1987), en su
excelente estudio de las crisis financieras internacionales recurrentes,
plantean que la capacidad de la estructura de la deuda mundial contemporánea,
de prevenir (o posponer) el colapso, se debe al nivel incrementado de
coordinación internacional entre los bancos, aportado por instituciones tales
como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. El proceso de
formación estatal mundial es poco probable que pueda llevar a cabo un monopolio
efectivo de la violencia legítima en los próximos 40 ańos, pero este resultado
tiene mayor probabilidad de ocurrencia que nunca antes. El estado central
hegemónico y especialmente ese sector de su clase dominante que tiene la mayor
dispersión de inversiones en todo el globo, tiene el mayor interés en mantener
tanto el orden actual como la paz global (Goldfrank, 1977).
Desde el punto de vista de este ciclo de competencia central,
żdónde se encuentran los Estados Unidos en la actualidad? La hegemonía de los
Estados Unidos en la producción central probablemente comenzó en los ańos de
1920. Pero no fue hasta después de la 2Ş Guerra Mundial que los Estados Unidos
adoptaron activamente el rol de líder político hegemónico. Este liderazgo
maduró en el periodo de 1945-70 de la Pax Americana. La hegemonía económica
comenzó a declinar desde alrededor de 1950 en adelante. En 1950 los Estados
Unidos produjeron el 42 por ciento de los bienes y servicios mundiales: para
1960 esto había caído al 35.8 por ciento y para 1970 era del 30 por ciento
(Meyer y cols., 1975: tabla 2) (8). La declinación de la posición de los
Estados Unidos vis-ŕ-vis otros estados centrales está convincentemente
demostrada por Rupert y Rapkin (1985).
Albert Bergesen y Chintamani Sahoo (1985) muestran que la
posición dominante de las firmas basadas en los Estados Unidos han declinado en
relación con la posición de las firmas europeas y japonesas en varias
industrias mundiales desde los ańos de 1950. La centralidad financiera no
comenzó a resbalar hasta 1971, aunque desde más temprano eran visibles signos
de intranquilidad debidos a los déficits en la balanza de pagos, así como las
presiones para comprometerse en la protección del comercio (Block, 1977).
Examinando las tendencias en su medición de red de la estructura
del comercio mundial de mercancías a diferentes niveles de procesamiento, Smith
y White (1986) muestran que el centro se va haciendo cada vez más multicéntrico
(menos jerárquico) entre 1965 y 1980. Este hallazgo apoya la noción que la
declinación de la hegemonía de Estados Unidos corresponde a una distribución
más igual de la ventaja competitiva en la producción central.
La derrota en Vietnam suele verse como un indicador de la
centralidad política y militar declinante de los Estados Unidos. Tal vez más
importantes han sido las brechas en la OTAN. Varios intentos por volver a ganar
la unidad conducida por los Estados Unidos, tales como la Comisión Trilateral,
han sido menos exitosos. El esfuerzo de Reagan por calentar la Guerra Fría con
el “imperio avieso” y actuar con dureza con Libia, Granada y los Sandinistas en
Nicaragua puede entenderse en gran parte como un intento por restablecer la
hegemonía política de Estados Unidos en un mundo que se está haciendo menos
económicamente centralizado.
Así, la edad de oro de la hegemonía de los Estados Unidos
claramente ya ha pasado, pero los Estados Unidos continuarán siendo el mayor
mercado nacional y la potencia militar más poderosa durante algún tiempo en el
futuro. La operación interna del proceso de desarrollo económico disparejo (que
se ve en el surgimiento de ciudades en el cinturón de sol) prolongará la
hegemonía de los Estados Unidos, así como el hecho que las corporaciones
basadas en los Estados Unidos tienen ventajas de escala que no pueden ser fácilmente
igualadas por las firmas (privadas o públicas) de otros estados centrales. Y
aunque los Estados Unidos son dependientes de importaciones de materia prima
debido a su alto nivel de consumo, son menos dependientes que muchos de sus
competidores a causa de las reservas internas de recursos. Así, podemos esperar
que los Estados Unidos mantengan su centralidad económica y política, pero
nunca pueden recuperar la altura de la hegemonía alcanzada durante los ańos que
siguieron a la 2Ş Guerra Mundial.
Podría parecer probable que los Estados Unidos intentara
organizar un enfoque de todo el centro a los problemas de una economía mundial
que se estanca, porque todavía son los que más tienen que perder por los
niveles crecientes de conflicto en el centro. Pero este intento probablemente
sería socavado por la creciente competencia intranacional e internacional en un
periodo de estancamiento económico (Kaldor, 1978). La relativa armonía del
trabajo y el capital que ha caracterizado las relaciones de clases en los Estados
Unidos desde los ańos de 1950 probablemente se moverá en una dirección más
similar a la de los demás estados centrales – conciencia de clase y lucha
aumentada entre el trabajo y el capital.
Dos tendencias pudieran anunciar una reorganización de la política
de Estados Unidos. El sistema de partidos políticos de los Estados Unidos ha
socavado la política de clases en más de un modo. El sistema electoral de
“ganador se lleva todo” debilita el examen de las cuestiones, ya que todos los
contendientes electorales “serios” juegan a quedarse en el medio. Los partidos
mayores han sido apoyados por alianzas entre clases formadas sobre una base
seccional que se deriva de la historia política regional de los Estados Unidos,
que data de los tiempos de la Guerra Civil. Y la política de base clasista ha
sido socavada por la distribución “tallada en diamante” del ingreso en los
Estados Unidos, que ubica a la mayoría de las familias en los rangos de
ingresos medios, así como también, por supuesto, por la identificación de
personas de todas las clases con la nación “americana”.
Las diferencias seccionales están siendo emparejadas por el
desarrollo del cinturón de sol, tendencia ésta que debilita la dominación del
Sur por los “dixícratas”. Esto hace al Sur más similar al Norte y puede reducir
las diferencias regionales que han sido una importante razón de que los
partidos principales hayan resistido a la organización conforme a líneas de
clase. Hay otro factor que también puede aumentar la relevancia de los
intereses de clase en la política de los Estados Unidos – la tendencia hacia un
“encogimiento de la clase media” descubierto en la estadística de la
distribución del ingreso desde 1978 (Rose, 1986: tabla 5).
Estas tendencias pueden muy bien cambiar el vocabulario de la
política en los Estados Unidos hacia la consideración seria de los intereses de
la clase trabajadora y las cuestiones del control democrático de la economía y
a este respecto los Estados Unidos pudieran alcanzar a otros estados centrales.
Por otro lado, investigaciones recientes han mostrado que la estructura de
clases en los Estados Unidos no ha experimentado una proletarización creciente
en los ańos recientes. Wright y Martin (1987) muestran que entre 1960 y 1980 la
proporción de la fuerza de trabajo empleada a la sazón, compuesta por
trabajadores no-supervisores asalariados, declinó del 54.3 por ciento al 50.5
por ciento. Los administradores, los supervisores y los “expertos” aumentaron
todos su peso en la fuerza de trabajo. Si bien Wright y Martin interpretan la
mayoría de esta tendencia como debida a la aparición en los Estados Unidos de
una economía “post-industrial”, ellos contemplan también una explicación de
sistema-mundo:
La teoría marxista de la
proletarización es una teoría acerca de la trayectoria de los cambios en las
estructuras de clase en el capitalismo como tal, no en unidades nacionales del
capitalismo. En un periodo de rápida
internacionalización del capital, por lo tanto, las estadísticas nacionales probablemente
dan una imagen distorsionada de las transformaciones de las estructuras de
clase capitalistas. Si estos argumentos son correctos, entonces cabría esperar
que los cambios en la estructura clasista del capitalismo mundial estuvieran
distribuidos de manera dispareja globalmente. En particular habría al menos
alguna tendencia a que las localizaciones de clase administrativas se
expandieran más rápidamente en los países capitalistas centrales y las
posiciones proletarias se expandieran más rápidamente en el Tercer Mundo.
(1987: 22-3).
Este desplazamiento continuado hacia una estructura de clase más
semejante a la central puede trabajar contra las demás tendencias anotadas
anteriormente respecto a posibles cambios en la política de los Estados Unidos.
Mientras la declinación de la hegemonía y la distribución crecientemente
desigual del ingreso puede estimular alguna proletarización a lo largo de
líneas clasistas y alterar el foco de la política, es improbable que los
Estados Unidos experimenten ningún giro abrupto hacia el socialismo en el futuro
cercano.
Los intereses de clase en conflicto acerca de la política
económica internacional continuarán haciendo difícil para los Estados Unidos
diseńar una alianza a nivel de todo el centro. Frente a la creciente
competencia por materias primas, la estrategia más probable involucrará la
solidificación de los lazos económicos y políticos con algunas áreas de la
periferia. Esto sería el equivalente funcional de un imperio colonial de los
viejos tiempos, aunque los términos de la alianza probablemente serían menos
explotadores para las áreas periféricas que lo que fueron los anteriores
imperios coloniales. Esto por razón de que la recolonización formal es
imposible (aunque es interesante pensar por qué), de manera que los acuerdos
comerciales y los pactos militares deben exhibir, al menos superficialmente,
las formalidades de una relación entre iguales. Por supuesto, la ideología de
liberalismo internacional nunca ha evitado las intervenciones abiertas en los
“patios” periféricos. Pero podemos asumir que el nivel de resistencia
periférica es ahora mayor, así como el nivel de resistencia a las aventuras
imperiales dentro de los países centrales, en comparación con eras anteriores
del sistema-mundo.
La
tendencia de los estados centrales a solidificar relaciones con áreas
periféricas particulares pudiera debilitar la tendencia, observada desde la 2Ş
Guerra Mundial, a conflictos violentos entre potencias centrales que serían
librados en la periferia. La exportación de la confrontación violenta a las
áreas menos poderosas del globo ha sido la regla durante el periodo de la Pax
Americana. Pero en un periodo de multicentricidad, las guerras que estallen en
la periferia pueden convertirse más fácilmente en guerras mundiales.
La
Medición de la Secuencia Hegemónica
La
mayoría de los estudios de la secuencia hegemónica han sido del tipo llevado a
cabo anteriormente, una narrativa que tiende a confirmar los puntos de vista
teóricos del narrador. El ejemplo clásico es El Balance Precario de
Ludwig Dehio (1962), una historia diplomática de los choques entre las grandes
potencias de Europa. La Política de Asimilación y sus Consecuencias de
Charles Doran es un fascinante análisis de la manera en que los cambios en el
poder relativo de los estados centrales afectan las decisiones de los
estadistas. Incluso Goldstein (1988), que hace un sofisticado análisis
cuantitativo de l as ondas de Kondratieff y los ciclos de severidad de las
guerras, simplemente adopta la designación walleresteiniana de las hegemonías
holandesa, británica y de los Estados Unidos y lanza una narrativa cuando llega
a la secuencia hegemónica.
Ha habido, no obstante, unos pocos estudios que han intentado
medir la secuencia de concentración y dispersión de poder entre los estados
centrales. Estos han sido llevados a cabo primariamente por politólogos que
estudian el sistema internacional y ellos han empleado ideas muy diferentes
acerca de lo que constituye el poder hegemónico, como se revisó anteriormente.
Sería importante, dado que los estudiosos de la secuencia
hegemónica han hecho reivindicaciones teóricas muy diferentes, comparar
diferentes medidas, estudiar el desarrollo temporal y la magnitud del auge y la
decadencia hegemónica y descubrir las interacciones causales entre los tipos
económico y político-militar de poder. Debería anotarse aquí que solamente uno
de los estudios existentes (Thompson, 1986) ha empleado una medición que
pudiera ser entendida incluso como una aproximación grosera a la noción
wallersteiniana de hegemonía (ver más adelante). Por supuesto, es difícil medir
las ventajas comparativas en la producción central y la capacidad para penetrar
los mercados extranjeros, especialmente si queremos comparar cuantitativamente
nuestras mediciones en periodos largos de tiempo. Yo defenderé, no obstante,
que ciertas mediciones del desarrollo económico nacional son buenas
aproximaciones a la idea de ventaja comparativa en la producción central.
Después de todo, el PNB per cápita está altamente correlacionado con la
productividad nacional del trabajo (PNB por trabajador), especialmente cuando
comparamos un gran número de países. Otras mediciones conocidas para los
investigadores en comparaciones nacionales que están altamente correlacionadas
con el PNB per cápita también pueden servir bastante bien como estimados de la
ventaja comparativa en la producción intensiva en capital. Es bien conocido que
la distribución del producto nacional entre sectores económicos – especialmente
el porcentaje del producto total en la agricultura – tiene una alta correlación
negativa con otras mediciones del desarrollo económico en las comparaciones
entre naciones, con gran número de países, tal como el porcentaje de la fuerza
de trabajo en la agricultura.
Voy a defender que estas mediciones del desarrollo económico
pueden servir como aproximaciones groseras para el status central relativo en
el sentido wallersteiniano, al menos hasta que podamos encontrar los recursos
para desenterrar datos más directamente relacionados con la noción de ventaja
comparativa en la producción central. Algunos resultados del análisis de la
distribución de las mediciones del desarrollo económico entre países centrales
para los siglos diecinueve y veinte se presentan en lo que sigue.
Pero primero permítaseme informar lo que otros investigadores
han encontrado. George Modelski y William R. Thompson (Modelski and Thompson,
1988) han completdo un monumental proyecto de codificación que estima la
cantidad de poder naval controlado para cada una de las grandes potencias de
Europa desde 1494 hasta el presente. Para ser categorizada como una “potencia
global”, una nación debe controlar o bien el 10 por ciento de los “barcos
capitales” o el 5 por ciento de los gastos navales totales de las grandes
potencias. La “potencia mundial” (potencia hegemónica en mi terminología) posee
inicialmente al menos el 50 por ciento de los recursos navales disponibles para
todas las potencias globales. En la teoría Modelski/Thompson, el ciclo largo de
poder global se mueve de una guerra central a la siguiente. Después de una
guerra central, una “potencia mundial” teóricamente controla una cantidad
preponderante de poder naval, suficiente para permitirle servir de policía del
sistema internacional y mantener la paz. Esta preponderancia del poder, sin
embargo, se va deteriorando con el tiempo hasta que es desafiada por un país
cuyo poder está creciendo.
Como Modelski y Thompson enfocan el poder naval y no los
ejércitos de base terrestre, su lista de potencias hegemónicas y el tiempo de
los ciclos hegemónicos resultan bastante similares a la secuencia planteada por
Wallerstein. Ellos enfocan el más alto nivel de control global, que es la arena
de los barcos de línea, los barcos capitales y más tarde, los transportadores
de aviación. La razón de que la lista de potencias hegemónicas de Modelski/Thompson
sea similar a la de Wallerstein es que el poder naval y el alcance global son
formas especialmente importantes de control en una economía-mundo capitalista
en la que los mercados internacionales y el comercio centro/periferia son
importantes en la determinación de quién gana y quién pierde.
Hay, no obstante, algunas diferencias importantes entre el
“ciclo largo” y la narrativa wallersteiniana de potencias hegemónicas. Modelski
(1978) reivindica que Portugal fue la primera “potencia mundial”. Y como muchos
otros politólogos que estudian las “grandes potencias”, Rusia es vista como un
importante jugador que comienza en el siglo dieciocho. Los británicos son
descritos como que han disfrutado el status de potencia global en dos “ciclos
largos”, uno en el siglo dieciocho y un segundo en el siglo diecinueve,
siguiendo a las Guerras Napoleónicas. Varios estados europeos menores, que se
convirtieron en países centrales “desarrollados” en el siglo diecinueve, nunca
llegaron a estar en la lista de las grandes potencias.
El enfoque de Modelski/Thompson es similar en algunos respectos
a la teoría “de transición” de Organski y Kugler (1980). Ellos plantean que las
guerras centrales importantes ocurren cuando una gran potencia en auge
insatisfecha, desafía al régimen internacional (del cual ha sido en gran parte
excluida) haciendo la guerra contra un estado anteriormente muy poderoso que
cae en la decadencia o se estanca. Organski y Kugler no formulan una secuencia
hegemónica a nivel de sistema-mundo, pero sí ven las tasas disparejas de
crecimiento económico como la causa principal de los cambios en el poder
relativo entre los estados centrales. Como se mencionó anteriormente, ellos
operacionalizan esto midiendo el PNB total.
Siempre he pensado que la hegemonía (en el sentido de ventaja
comparativa en la producción central) exhibe un patrón semejante a ondas en la
que las depresiones son periodos de distribución relativamente igual de la
ventaja comparativa entre las potencias centrales y los picos son la era dorada
del poder económico y militar de una potencia hegemónica. Este cuadro se
tipifica, siguiendo la Industria e Imperio de Eric Hobsbawm (1968), por
el auge de la ventaja productiva británica durante la revolución industrial de
finales del siglo dieciocho, consolidada después de la victoria sobre Francia
en 1815, con un pico alrededor de 1860 y el comienzo de un descenso lento en
los ańos de 1870.
El cuadro que pintan Modelski y Thompson es muy diferente. Para
ellos el pico del ciclo está inmediatamente después de una guerra central en la
que la nueva potencia global victoriosa está en el zenit de su ventaja naval
sobre los contendientes. El lento deterioro comienza inmediatamente (en 1815 en
el ejemplo anterior) y la guerra central estalla nuevamente cuando una nueva
potencia es capaz de imaginar que derrota a la vieja potencia hegemónica.
Modelski y Thompson apuntan que el retador militar nunca gana, pero que el
conflicto da como resultado una estructura de poder internacional reorganizada,
usualmente centrada en un país que estaba aliado a la antigua potencia
hegemónica.
El análisis de Thompson (1983a) de sus propios datos conduce, no
obstante, a una modificación del anterior modelo de transición planteado en
hipótesis. Él indica que el patrón de un retador naval crecientemente poderoso
no se revela regularmente en su análisis del poder relativo de los estados
centrales, aunque hay una tendencia a que la ventaja de la potencia hegemónica
se deteriore. En lugar de esto, él plantea un “modelo de transición en dos
pasos” en el que una potencia mundial secundaria trata de expandirse
regionalmente mediante aventuras militares de base terrestre y esta guerra
regional se convierte en una guerra global cuando la vieja potencia hegemónica
y otra potencia central aliada perciben el desafío regional como un desafío
global (9).
Como lo dice Thompson:
Lo que no está nada
claro, además, es si los retadores primarios se dan cuenta, al comenzar, todo
el grado en que sus actividades regionales serán vistas como amenazadoras, ya
sea por la potencia mundial ‘reinante’ o por su eventual sucesor. żDe qué otro
modo podemos explicar la sorpresa repetida con que los retadores primarios
confrontan la intervención de las fuerzas militares inglesas, británicas y
americanas? żDe qué otra manera vamos a explicar, especialmente en el siglo
veinte, que la guerra estalle antes que los retadores hayan alcanzado la base
de capacidad que ellos mismos han proyectado como necesaria para la competencia
global? (Thompson, 1983a: 112).
Antes de comentar más sobre el proyecto de Thompson/Modelski voy
a describir otro estudio de la concentración de poder entre estados centrales,
el hecho por Singer, Bremer y Stuckey (1979). Este es uno de los estudios que
desarrolla lo que Thompson (1983b) llama una medición “ómnibus” de la
concentración de poder, que combina seis indicadores separados. Los indicadores
usados son:
“demográfico” – el número
de personas que viven en ciudades con tamańos de población mayores que 20,000;
y la población total de la nación;
“industrial” – consumo
total de energía; y producción total de hierro o acero; y
“militar” – gastos
militares y el número de personas que hay en las fuerzas armadas (Singer, 1979:
273).
Aquí
se debe notar que ninguna de las variables usadas en la medición compuesta es
un indicador del nivel de desarrollo. Todas ellas combinan aspectos del tamańo
de una nación con su nivel de desarrollo. Entonces, simplemente ser un gran
país le puede dar una cifra alta en cualquiera de los indicadores.
Las cifras resultantes fueron usadas para calcular una medida de
la concentración o dispersión relativa de
poder entre las “grandes potencias”. Esto se hizo sumando los calores de
cada indicador para todas las naciones que se piensa que componen el círculo de
las grandes potencias y luego calculando el porcentaje de esa suma que le toca
a cada país; después, promediando los porcentajes entre los seis indicadores
para determinar el resultado final para cada país. Estas cifras de países luego
fueron usadas para calcular una estadística inventada por Ray y Singer (1973)
para estimar la concentración de poder en un sistema internacional. Las cifras
resultantes de concentración se presentan para puntos de tiempo de cinco ańos
desde 1820 hasta 1976 (Singer y cols., 1979: 277).
Thompson (1983b) usa la misma fórmula de concentración (el
índice Ray-Singer) para comparar sus datos sobre el poder naval con la medida
de Singer (y cols., 1979). Él le llama a la medida de Singer, la medida C.P.G.,
por Correlatos del Proyecto de Guerra, uso que adoptaré yo. La figura 9.1 está
tomada de Thompson (1983b: 152) y muestra la relación entre el índice de
concentración, calculado usando los datos navales de Thompson y el indicador
C.P.G. desde 1816 hasta 1960. La inspección de este gráfico revela que los
índices de concentración suben durante períodos de guerra central. El índice de
Thompson cae dramáticamente después de la Guerra Napoleónica, en contra de la
noción de un deterioro lento y varias medidas parecen elevarse lentamente,
“amontonándose” más bien que haciendo pico durante el siglo diecinueve antes de
dispararse hacia arriba durante las 1Ş y 2Ş Guerras Mundiales.
(LA
FIGURA 9.1 POR AQUÍ)
Aunque lo anterior plantea interrogantes acerca del patrón de
concentración de la hipótesis de Modelski y Thompson, realmente no nos dice
mucho acerca de la versión wallersteiniana de hegemonía. Esto es porque ninguno
de los indicadores usados en los anteriores estudios examina la distribución
del desarrollo entre las potencias centrales. Un artículo de Kugler y Organski
(1986) presenta datos que muestran la distribución relativa del PNB total entre
el círculo de “grandes potencias” desde 1870 hasta 1980. Kugler y Organski
utilizan parte de la metodología C.P.G., sumando el PNB total para todos los
países y luego calculando el porcentaje de cada país del total. Ellos usan los
resultados de esta tabla para impugnar lo que defienden muchos autores que han
escrito sobre hegemonía. Ellos muestran, por ejemplo, que Rusia tenía un
porcentaje mayor del PNB total entre las potencias principales en 1870 que el
Reino Unido.
El problema con esta medida “económica” es que confunde tamańo
con desarrollo. Por esta misma medida, la India es una “potencia mayor”,
mientras Bélgica no lo es. Por supuesto, todo depende de lo que se quiere decir
con hegemonía. Más adelante comencé la tarea de juntar algunos indicadores que
examinan la distribución de la producción central entre estados centrales. He
recalculado los porcentajes de la presentación de los PNBs en Kugler y Organski
(1986: tabla 1). Esto produce un conjunto de números que muestran el PNB
relativo per cápita en lugar del PNB total (ver tabla 9.1). Si bien éste no es
en modo alguno un indicador ideal de la concentración de la producción central,
debería ser un estimador mucho mejor de la hegemonía del tipo de Wallerstein
que la medida del PNB total empleada por Kugler y Organski (10).
(TABLA
9.1 POR AQUÍ)
La tabla 9.1, con ser una versión transformada de la tabla de
Kugler y Organski, contiene algunos países que no eran países centrales en
1870, tales como Japón y Rusia y no contiene otros países que eran países
centrales en 1870, como Países Bajos, Suiza y Bélgica. Si bien esta tabla
muestra que, por la medida del PNB per cápita, Bretańa era realmente el país
más desarrollado en 1870, también indica que los Estados Unidos lo habían
alcanzado para 1880. Sabemos que el PNB per cápita puede ser alto por la
producción de materias primas valiosas así como por la producción central.
Aunque los Estados Unidos había logrado bastante industrialización para 1880,
su PNB también se elevó por un sector agrícola que estaba poniendo suelos
vírgenes extremadamente fértiles en producción. Esto y los conocidos altos
salarios pagados en los Estados Unidos, puede explicar el alto PNB per cápita
temprano de los Estados Unidos (11).
La tabla 9.1 también indica que, en términos de PNB per cápita,
el predominio británico hizo un pico en los ańos de 1890. Esto es bastante
después del enlentecimiento del crecimiento británico estudiado por Crouzet
(1982: capítulo 12), que ostensiblemente comenzó en los ańos de 1870. Crouzet
(1982: 377) muestra que las tasas de crecimiento británicas entre 1870 y 1913
en producción total, producción per cápita y producción por hombre-hora fueron
más bajas que en Alemania, Suecia y los Estados Unidos y hasta Francia aumentó
su producción per cápita y su producción por hombre-hora ligeramente más rápido
que Bretańa en este periodo. Pero las tasas de crecimiento británicas no son
significativamente diferentes de las cifras promedio para diez países europeos
durante este periodo. La depresión de los ańos de 1870 fue dura para todos los
países y es posible que la relativa decadencia británica no ganara momentum
real hasta los ańos 1890.
Otra aproximación grosera al desarrollo de la producción central
lo dan las cifras sobre la distribución de productos entre sectores económicos
(Mitchell, 1975). La tabla 9.2 contiene información sobre Bretańa y Francia tan
remota como de 1790, mostrando la transformación de la estructura de las economías
nacionales europeas y de Estados Unidos en términos de las proporciones del
producto nacional en la agricultura. Esta medida, en recientes comparaciones
entre naciones, utilizando grandes números de países, es conocido que tiene una
alta correlación negativa con el PNB per cápita. La revolución industrial de
los siglos dieciocho y diecinueve ocurrió primariamente en la manufactura,
aunque sabemos que también ocurrieron importantes aumentos de productividad en
la agricultura. Sin embargo, todos los países centrales, como muestra la tabla
9.2, han experimentado un cambio estructural tal, que la agricultura se ha
convertido en una proporción decreciente del producto total. La tabla 9.2
muestra el tiempo de esa transformación entre los países.
(TABLA
9.2 POR AQUÍ)
Como podemos ver, el
Reino Unido ya tenía una proporción más baja de producto en la agricultura en
1790 que Francia (12). Esto probablemente se deba a los cambios de estructura
que ha habían ocurrido debido al crecimiento previo de la industria en Bretańa.
La proporción de producto en la agricultura disminuyó rápidamente en Bretańa
entre 1790 y 1830, mientras en Francia varió alrededor del 50 por ciento. Para
1850, la proporción francesa comenzó a descender y continuó haciéndolo
lentamente hasta 1969. La proporción británica continuó una rápida declinación
hasta que alcanzó el 4 por ciento en 1930. En 1850 la proporción de Alemania
era del 47 por ciento, comparable con la de Francia, mientras Bretańa ya había
caído al 21 por ciento.
En 1860 tenemos datos para Italia, Suecia y Noruega, así como
para Alemania. La transformación alemana había comenzado lentamente. Italia era
todavía predominantemente agrícola y no comenzó a cambiar hasta 1890. Noruega y
Suecia eran ya menos agrícolas en 1860 que los demás países, excepto Bretańa.
Suecia no cambió mucho hasta los ańos de 1890, mientras Noruega ya estaba poco
a poco transformándose desde 1860 en adelante. En 1870 tenemos datos para
Dinamarca y los Estados Unidos. Dinamarca era todavía muy agrícola, aunque comenzó
su transformación inmediatamente. Los Estados Unidos tenían solamente el 21 por
ciento de su producto en la agricultura en 1870. Solamente Bretańa era más
industrializada, con el 15 por ciento. El temprano emparejamiento de los
Estados Unidos con Bretańa está ulteriormente apoyado por el cálculo de Gilpin
(1975: 89, tabla 7) del porcentaje de la distribución de la producción
manufacturera mundial y también por el estudio de Thompson (1986) de la
concentración de las industrias de punta (ver más adelante). Por otro lado,
Maddison (1982: tabla C5) indica que el cincuenta por ciento de la fuerza de
trabajo de los Estados Unidos todavía estaba en la agricultura en 1870.
He examinado la concentración relativa de varios tipos
específicos de producción económica y otros indicadores (Chase-Dunn, 1976).
Varios de estos indicadores fueron presentados por Eric Hobsbawm en Industria
e Imperio 1968: diagramas 23-25c). Hobsbawm calculó sus cifras en términos
de razones, el porcentaje de varias cosas tales como el comercio mundial, la
producción industrial, la producción de carbón, la producción de hierro en
lingotes, la producción de acero y el consumo de algodón que ocurrió en o era
atribuible a Bretańa. Cuando estas concentraciones se calculan en esta forma de
razón, hay dos cosas notables. Excepto por la producción de hierro en lingotes
y el porcentaje del comercio mundial que es comercio británico, todos los
indicadores de la hegemonía económica británica declinan a partir del momento
de la primera medición, usualmente alrededor de 1800. Admito que esto no
significa que la hegemonía económica británica pico fuera antes de 1800, pero
más bien la manera en que se ha calculado el indicador hace muy difícil que la
ventaja británica aumente. Esto es porque, para la mayoría de los indicadores,
los británicos fueron los primeros productores. Por ejemplo, pudiéramos desear
examinar la distribución cambiante de las líneas ferroviarias. Como los
británicos desarrollaron el primer ferrocarril de vapor, la razón de la ventaja
británica respecto a las demás potencias comienza en el infinito. Los
británicos tienen uno y las demás potencias tienen cero. Es difícil continuar a
partir de ahí. Por esta razón he construido una medida alternativa que examina cifras
de diferencias más bien que las cifras de la razón. Así, con una cifra de
diferencia el primer caso es un valor de uno en lugar de infinito.
Cuando examinamos las mismas distribuciones utilizando cifras de
diferencias realmente encontramos picos durante el siglo diecinueve, o más
usualmente “amontonamientos”. La ventaja británica sobre la suma de las
cantidades para franceses, alemanes y estadounidenses, generalmente se eleva
hasta un punto entre 1870 y 1890 y luego declina. Por ejemplo, la línea de
ferrocarril instalada por kilómetro de área terrestre hace un pico alrededor de
1870. La producción de acero crudo hace un pico en 1890. El consumo de algodón
crudo hace dos picos, uno en 1880 y nuevamente en 1890. La producción de hierro
en lingotes hace un pico alrededor de 1880. La producción de carbón hace un
pico alrededor de 1885. El ingreso nacional per cápita hace un pico entre 1890
y 1900, pero después se eleva nuevamente entre 1910 y 1913. El comercio
exterior no hace realmente un pico en el siglo diecinueve, sino que más bien se
eleva y continúa elevándose, como muestra Hobsbawm (1968: diagrama 26), hasta
alrededor de 1930. Similarmente, la energía de máquinas de vapor hace un pico
en 1880 y luego se eleva aún más después de 1890.
Hay dos cosas que se pueden inferir de lo anterior. La
generalización acerca de que la hegemonía británica alcanza en general un pico
en los ańos de 1870 debe ser considerada como una especie de promedio. Cuando
miramos a sectores particulares o tipos particulares de producción, los picos
vienen en diferentes momentos. Y en algunos respectos la hegemonía británica
continuó hasta el siglo veinte. Esto fue particularmente cierto en términos de
la centralidad británica en el comercio internacional. Los Estados Unidos no
comenzaron a se potencia hegemónica con respecto al comercio internacional
hasta los ańos de 1930.
Thompson (1986) ha presentado un estudio que enfoca a las
industrias líderes como medida de ventaja económica en la secuencia hegemónica.
Él usa la descripción de Rostow (1978) de los sectores líderes en el desarrollo
nacional para construir una lista y una periodización de los sectores líderes
en el desarrollo de la economía mundial (Thompson, 1986: tabla 3). Entonces él
calcula las proporciones nacionales para varias grandes potencias comenzando en
1790 para cada una de las industrias de punta y después promedia las
proporciones entre industrias para cada país central, produciendo una medida de
la concentración/dispersión de la producción central en industrias de punta
(Thompson, 1986: tabla 5). Los resultados de Thompson producen un auge y
declinación tanto para el Reino Unido como para los Estados Unidos y él compara
esta medida con la medida de Thompson/Modelski de la concentración del alcance
naval global y de la fuerza aérea. Este importante trabajo empírico se acompańa
de un profundo examen de la interacción entre el poder económico y el militar
en la secuencia hegemónica.
La medida de Thompson de la concentración de sectores de punta
es sin duda el mejor esfuerzo hasta el momento para operacionalizar el auge y
caída de la ventaja económica competitiva en la secuencia hegemónica. Y al
igual que la mayoría de los buenos estudios empíricos, produce algunas
sorpresas. Contrario a la descripción encontrada en Hobsbawm (1968) y sugerida
por mi anterior análisis, la medida de Thompson muestra a la hegemonía
británica haciendo un pico más temprano, entre 1810 y 1830 y su medida también
indica que la hegemonía de los Estados Unidos hace pico más temprano que lo que
suponía la mayoría de los analistas. Según la medida de Thompson, los Estados
Unidos sobrepasan a Bretańa alrededor de 1890 y la hegemonía de Estados Unidos
hace pico en 1920 y luego nuevamente en menor grado en 1950 (Thompson, 1986:
figura 6).
Aún cuando este estudio es mucho mejor que cualquier estudio
anterior a causa de poseer datos más completos para puntos anteriores en el
tiempo y una mejor operacionalización de la ventaja productiva central, el
estudio de Thompson no puede ser todavía considerado como la palabra final. Su
elección de los sectores de punta y la periodización que de ellos hace son
controversiales. Uno de sus sectores, la producción de hierro en lingotes, era
una vieja industria en 1790. Una mejor elección hubiera sido la energía de
máquinas de vapor (Landes, 19687: 221). También los países que Thompson incluye
en su comparación para calcular un índice de concentración son controversiales.
El incluye a Rusia, por ejemplo, desde 1790. Rusia puede haber sido una “gran
potencia” en el sistema interestatal, pero difícilmente era un país central por
cualquiera de las medidas de desarrollo económico. Thompson deja fuera otros
países que eran indudablemente áreas centrales, tal como los Países Bajos –
largo tiempo una potencia central; Bélgica, que para 1840 se estaba industrializando
rápidamente; y Suiza, que para 1870 estaba bastante industrializada (ver
Senghaas, 1985).
Como nuestras definiciones de centralidad son en parte lo que
está en disputa, necesitamos datos del mayor número posible de países, desde
tiempos tan remotos como los podamos obtener. Esto nos capacitará para comparar
diferentes métodos de medición de la concentración de la producción central de
punta y producir una comprensión más cierta de la secuencia de
concentración/dispersión. Esto también nos capacitará para estudiar las
relaciones causales entre la ventaja económica competitiva y el poder
político/militar, asunto que es central para todas las teorías de hegemonía,
pero que hasta ahora sólo ha sido arańado empíricamente. El estudio de Thompson
es un importante paso adelante, pero se necesita hacer mucho más.
La anterior comparación de hegemonías revela que la mayoría de
los rasgos de los tres casos examinados se ajustan a nuestra descripción
general de l as causas y condiciones del auge y la decadencia. Pero aquí
también se necesitan más investigaciones que comparen a las potencias
hegemónicas exitosas con los contendientes centrales menos exitosos. Si la
secuencia hegemónica es en verdad un fenómeno estructuralmente basado,
producido por la dinámica del sistema-mundo mayor, podremos preguntarnos cómo
afectará la operación futura de los procesos de sistema el auge y la decadencia
de las potencias hegemónicas.
Debería esperarse que los Estados Unidos mantengan el
internacionalismo económico más tiempo que otros estados centrales, del modo
que los británicos rehusaron adoptar la protección mucho después que los demás
estados centrales lo habían hecho. Ellos también deberían ser los mayores
proponentes de la cooperación en todo el centro, ya que son los que más tienen
que perder en caso de conflicto. La reciente política internacional de los
Estados Unidos ha sido decididamente ambivalente. Al mismo tiempo que la
Comisión Trilateral ha continuado proclamando la cooperación dentro del centro
y el comercio libre, la administración Reagan ha aumentado los gastos militares
y hay presiones crecientes hacia el proteccionismo. La mayoría de los
movimientos hacia la revitalización industrial han tomado la débil forma del
“socialismo de limón”, salvando a una pocas grandes firmas que no podían
continuar sin subsidios gubernamentales. Las contradicciones estructurales
dentro de las potencias hegemónicas centrales esbozadas anteriormente hacen que
los movimientos en cualquier dirección de política sean inefectivos. Esto no
significa declarar que la declinación de los Estados Unidos sea inevitable,
pero sí implica que, dadas las tendencias del sistema-mundo mayor, una
reversión real es extremadamente improbable.
Las
conclusiones principales de la 2Ş Parte sobre los estados, el sistema
interestatal y la secuencia hegemónica, están resumidas en las páginas 11 a 14
de la introducción. La 3Ş Parte enfoca más de cerca la jerarquía
centro/periferia y el capítulo 13 examina las posibles conexiones causales
entre los ciclos del sistema-mundo, incluyendo la secuencia hegemónica y los
cambios periódicos en la estructura de las relaciones centro/periferia.
3Ş
Parte: Zonas del Sistema-Mundo
Los
cuatro capítulos siguientes examinan la noción de que una de las estructuras
más importantes del sistema-mundo moderno es la jerarquía centro/periferia, un
sistema espacial socialmente estructurado de las relaciones de
poder/dependencia.
En el capítulo 10
examinamos cómo terminologías afines han sido empleadas por otros
estudiosos y consideramos posibles definiciones analíticas de la jerarquía
centro/periferia. Propongo una definición de la semiperiferia y un uso de la
imaginería de zonas que evita la búsqueda de fronteras empíricas entre las
categorías. Se considera la naturaleza anidada de la jerarquía
centro/periferia, así como las reorganizaciones que han sido caracterizadas
como varias “nuevas divisiones internacionales del trabajo”. Se examina el
problema de la homogeneidad de la periferia y se revisan investigaciones que
revelan diferencias de importantes consecuencias entre las áreas periféricas,
dependiendo del tipo de sociedad originaria que estaba presente antes de la
incorporación al sistema-mundo eurocéntrico. También se examina la idea que la
forma de incorporación varió con los cambios en la naturaleza organizacional
del centro en el momento de la incorporación. Después revisamos los esfuerzos
que se han hecho por medir la posición de los países en la jerarquía
centro/periferia, los problemas involucrados y algunas soluciones propuestas.
En el capítulo 11 se confronta la cuestión de la función de la
jerarquía centro/periferia para la reproducción del capitalismo. żHan sido el
colonialismo y el imperialismo aspectos necesarios del capitalismo en el
centro, o han sido estos solo subproductos desafortunados resultantes de
malentendidos o de un atavismo vestigial? żFue la acumulación primitiva
simplemente una etapa por la que el capitalismo fue llevado a la periferia o ha
sido ésta una forma de acumulación primaria que fue y es necesaria para la
reproducción del capitalismo en el centro? Más bien que resolver este problema
por definición, se propone una explicación basada en la importancia de la
explotación periférica para la reproducción de las relaciones de clases en el
centro y en el sistema interestatal multicéntrico. Se revisan varios mecanismos
que se alega que reproducen la jerarquía centro/periferia, como es la
investigación entre naciones que examina los efectos de esos mecanismos en el
desarrollo nacional.
En el capítulo 12 examino los cambios recientes en las
características sociales estructurales que han ocurrido en los países centrales
y periféricos. Fenómenos tales como la industrialización dependiente, la
sobre-urbanización y el florecimiento del sector informal urbano reciben consideración.
Luego revisamos las evidencias respecto a las tendencias en la magnitud de las
desigualdades centro/periferia. żHa habido una pauperización absoluta de la
periferia, como reivindican algunos autores, o se han desarrollado tanto el
centro como la periferia, aunque a tasas diferentes, resultando en una brecha
relativa creciente?
El
capítulo 13 examina hipótesis que vinculan a los ciclos en el sistema-mundo
completo, con los cambios cíclicos en la relación centro/periferia. La onda de
Kondratieff, las ondas de severidad de la guerras centrales y la secuencia
hegemónica son examinadas en conexión con alegadas oscilaciones en la
estructura centro/periferia tales como el apretamiento y aflojamiento alternos
de las redes regionales de comercio, los periodos de protección al comercio
versus periodos de intercambio de mercado mundial relativamente más libres,
ondas de expansión colonial, ondas de exportaciones de capital desde el centro
hacia la periferia y crisis financiera internacional cíclica, que son disparados
por impagos de las deudas periféricas.
Capítulo 10: Centro y Periferia
Este
capítulo examina la significación analítica de centro y periferia. Se
desempaquetan en sus dimensiones subyacentes estas categorías conceptuales y se
examina la controversia acerca de los diferentes usos. Se define también la
noción de semiperiferia y se considera la cualidad anidada de la jerarquía
centro/periferia. Se describe el problema de los límites entre las zonas
centrales, periféricas y semiperiféricas y se revisan varios enfoques de la
operacionalización de la relación centro/periferia. Después consideraremos el
problema de la periferización como un proceso y examinaremos la literatura que
considera la incorporación de diferentes modos de producción locales a la
economía-mundo capitalista. Se critican investigaciones recientes de
historiadores económicos que disputan la importancia de la explotación de la
periferia para la industrialización central. Y revisamos la literatura acerca
de la reorganización de la forma de la relación centro/periferia que ha sido
caracterizada como la “nueva división internacional del trabajo”.
Terminología
Las
diferencias regionales han sido de interés desde hace tiempo para los
sociólogos, antropólogos, geógrafos, politólogos y economistas. La relación
entre “civilización” y “barbarie” es quizás la forma más antigua de la
comparación entre regiones desarrolladas y menos desarrolladas. Los teóricos de
la modernización utilizaron la distinción entre modernidad y tradición para
comparar a sociedades que se pensaba que estaban en diferentes niveles de
desarrollo.
Se ha descubierto que las regiones llamadas
desarrolladas y subdesarrolladas suelen estar en interacción entre sí y que
esta interacción con frecuencia altera de manera importante las estructuras de
ambos participantes (p. ej., Lattimore, 1940). La idea de jerarquía regional ha
sido aplicada al sistema contemporáneo internacional por los teóricos de la
dependencia que examinan la dominancia y la dependencia, por los politólogos que
estudian las interacciones entre los países del “Norte” y los del “Sur” (p.
ej., Doran, Modelski y Clark, 1983) y por los marxistas que estudian los países
imperialistas y los explotados. Autores tales como Raúl Prebisch (1949), Johan
Galtung (1971) y Samir Amin (1974) han empleado los términos “centro” y
“periferia”, mientras André Gunder Frank (1969) originalmente hablaba de la
“metrópolis” y los “satélites”. Varios otros términos, tales como grandes
potencias, países ricos y pobres, Primer Mundo, Segundo Mundo, Tercer Mundo y
Cuarto Mundo, han sido usados.
Los términos que emplearé han sido propuestos por Immanuel Wallerstein.
Estos serán definidos más adelante, pero aquí simplemente relacionaré las
palabras. Hablamos de una potencia hegemónica central, de otras potencias
centrales y de potencias centrales de segundo orden. Hablamos de áreas
periféricas, de periferias extremas y de arenas externas – las que quedan fuera
de los límites del sistema-mundo. Al decir centro se sugiere que se trata de un
área y no de un punto. Periferia significa una gran categoría, no solo un borde
externo. El esquema se refiere a un sistema de estratificación socialmente
estructurado que está espacialmente diferenciado a causa de las formas
territoriales asumidas por organizaciones importantes, especialmente los
estados. Como implica lo anterior, es posible la movilidad vertical dentro de
esta estructura de desigualdad, aunque se entiende que la jerarquía general se
reproduce por varios procesos que operan en el sistema-mundo. Estos procesos
son examinados en el capítulo 11. Aquí enfocaremos la naturaleza de la
desigualdad espacial que produce una economía-mundo capitalista.
Centro y Periferia en
General
La economía-mundo
contemporánea no es el único sistema-mundo que ha tenido una jerarquía
centro/periferia. Verdaderamente Kasja Ekholm y Jonathan Friedman (1982) han
planteado que todos los sistemas-mundo, pasados y presentes, tienen jerarquías
centro/periferia y se basan en un modo de producción general similar
“imperialista del capital”. Ellos indican que todos los sistemas-mundo parecen
pasar por periodos de concentración y dispersión de poder y riqueza,
experimentar un desarrollo disparejo y exhibir la dominación y la explotación
de las áreas periféricas por las áreas centrales. Mucha de la literatura acerca
de la evolución de los estados e imperios apoya la noción que los sistemas
centro/periferia han sido importantes dimensiones de la organización en los
sistemas-mundo antiguos (p. ej., Rowlands, Larsen y Kristiansen, 1987). Es
típico para un área central extraer plus-producto de las áreas periféricas.
Parece probable, no obstante, que ha habido importantes diferencias
cualitativas en las maneras en que estas jerarquías centro/periferia han estado
organizadas. Una interesante diferencia entre el sistema-mundo moderno y la
mayoría de los sistemas-mundo pre-capitalistas es el grado relativo de
desigualdad dentro de las sociedades centrales y periféricas. Los países
centrales en el sistema moderno tienen relativamente menos desigualdad,
mientras en los sistemas pre-capitalistas las sociedades centrales tendían a
estar más estratificadas. Recientemente yo he esbozado el comienzo de una
comparación de las jerarquías centro/periferia en diferentes tipos de
sistemas-mundo, que busca determinar sus similitudes y diferencias
sistemáticas, pero este trabajo está solamente en una etapa de prospecto
(Chase-Dunn, 1986). Aquí definiré el centro y la periferia de una manera que es
específica de nuestro sistema-mundo contemporáneo, aunque se necesitará una
definición más general para el estudio comparativo de diferentes tipos de
sistemas-mundo.
El Centro y la
Periferia en un Sistema-Mundo Capitalista
La cuestión analítica que debe ser examinada es la naturaleza esencial
de la jerarquía centro/periferia en un sistema-mundo en que el capitalismo es
el modo dominante de producción. Es relativamente fácil compilar una lista de
rasgos sociales estructurales que distinguen las áreas centrales de las
periféricas. Así, los estados centrales son interna y externamente fuertes,
contienen naciones relativamente integradas y tienen economías nacionales
articuladas en las que la producción es relativamente intensiva en capital y
los salarios son relativamente altos. Los estados centrales tienen relativamente
menos desigualdad económica y política que los estados periféricos.
Estas generalizaciones son verdaderas, pero no
nos dicen cuál es la cualidad esencial de la jerarquía centro/periferia. Por
supuesto, pudiera ser que no haya una sola dimensión subyacente, más importante
que las demás. Sin embargo, algunos autores han postulado específicamente una
definición analítica central del carácter central y del carácter periférico y
sería teóricamente valioso tener una definición claramente especificada. Aquí examinaré
las varias formulaciones previas y presentaré una nueva síntesis.
En general la jerarquía centro/periferia es
una estructura de dominación y explotación, por supuesto. Como en todos los
sistemas socio-económicos de base clasista, el plus-producto – el producto
material de los productores directos en exceso al que se requiere para
reproducir a esos productores – es apropiado por una clase de no-productores.
Pero żcómo se organiza y se ejecuta esta apropiación en el sistema-mundo
moderno?
Lo más fácil es comenzar con las maneras en
que ésta no se ejecuta. Primero, como se plantea en el capítulo 5, no está
organizada primariamente mediante mecanismos normativos. Esto no quiere decir
que no estos no tengan importancia pero, en comparación con la coerción
política y el intercambio de mercado, los mecanismos normativos de control y
apropiación juegan solo un rol de apoyo. En segundo lugar, la coerción
política, aunque sigue siendo importante, es mucho menos central al proceso de
apropiación que en los imperios-mundo anteriores y en las economías-mundo en
las que eran dominantes varias formas de los modos tributarios de producción.
El cobro de impuestos es ciertamente importante como la fuente de recursos para
los estados, pero el cobro de impuestos y de tributos no son las formas más
centrales de apropiación en el sistema-mundo moderno.
No estoy de acuerdo con quienes enfocan el
poder político-militar como la dimensión principal de la relación “Norte/Sur”.
La coerción política opera más directamente en las áreas periféricas que en las
áreas centrales y la coerción política (incluyendo a la vigencia del derecho y
las fuerzas policiales dentro de los estados-naciones y el uso y la amenaza de
la fuerza militar en las relaciones entre estados) ciertamente juega un
importante rol en el mantenimiento de las relaciones de poder que son
condiciones necesarias para la operación de la producción capitalista de
mercancías. Pero, en comparación con los sistemas-mundo históricamente previos,
este sistema-mundo descansa mucho menos en la coerción político-militar directa
y descansa más en la explotación económica que se organiza mediante la
producción y venta de mercancías. El problema se convierte en: żcómo podemos
definir analíticamente la mezcla típica de coerción política y remuneración
económica que permite a las áreas centrales dominar y explotar a las áreas
periféricas en el sistema-mundo contemporáneo? Y una vez que hayamos definido
el carácter de centro y el de periferia, żcómo podemos medir esta dimensión?
Hay varios problemas que surgen de una
revisión de las definiciones y exámenes que encontramos en la literatura sobre
las relaciones centro/periferia. Uno tiene que ver con las unidades o actores
que son los nodos de las relaciones centro/periferia. Otro es, por supuesto, la
naturaleza de las cualidades relacionales que se alega que son centrales. Y
otro más es la forma hipotética de la distribución de las actividades centrales
y periféricas.
Muchos autores han reivindicado o implicado
que la dimensión económica principal de la jerarquía centro/periferia es la
división del trabajo entre la producción industrial de bienes procesados versus
la producción extractiva de materias primas o mercancías agrícolas. Se han
hecho varias piezas importantes de investigación, que examinan las diferencias
en el “nivel de procesamiento” de las mercancías. Estas suelen implicar que la
distinción del nivel de procesamiento es la dimensión principal de la jerarquía
centro/periferia. Este argumento se deriva de un estudio de 1945 por Albert
Hirschman (1980), que examinaba los efectos del nivel de procesamiento de las
exportaciones e importaciones sobre el poder económico nacional. Hirschman y
más tarde Galtung (1971) razonaba que una economía nacional que produce
principalmente bienes altamente procesados tendrá una tasa superior de
crecimiento, a causa de las vinculaciones hacia adelante y hacia atrás más
integrados dentro de la constelación de actividades económicas en la economía
nacional y de esta manera tendrá mayores producciones derivadas y efectos
multiplicadores de las inversiones nuevas. Las economías regionales en las que
se producen primariamente materias primas extractivas o productos agrícolas,
probablemente estarán menos diferenciadas internamente, menos vinculadas
internamente, de manera que es improbable que las nuevas inversiones estimulen
mucho el crecimiento local.
Otro argumento en apoyo al nivel de
procesamiento defiende que es más fácil aplicar las innovaciones y las nuevas
tecnologías al sector industrial que al sector de materias primas y/o al
agrícola, porque el sector industrial es menos dependiente de factores
“naturales”, por lo que es más dúctil a la reorganización. Stephen Bunker
(1984) defiende que las economías extractivas exportan grandes cantidades de
energía derivada del medio ambiente y de esa manera agotan rápidamente al
ecosistema local, lo que a su vez tiende a socavar la posibilidad de
actividades económicas más diversificadas. Estos efectos negativos de las
actividades extractivas pueden ser (en teoría y algunas veces en la práctica)
superados por grandes inversiones para resguardar o reconstruir el ecosistema
local, pero es improbable que los propietarios de las empresas extractivas
hagan tales inversiones preservacionistas. De tal manera, las actividades
extractivas tienden a evitar el desarrollo de actividades industriales
diversificadas de tipo central en la misma región.
Los investigadores del Centro Braudel tienen
un enfoque algo diferente. Wallerstein define las actividades centrales y las
actividades periféricas como características distintas de los nodos en las
cadenas de mercancías. Como se describe en el capítulo 1, las cadenas de
mercancías son interconexiones con forma de árbol entre los procesos de
producción, distribución y consumo, que sueles cruzar las fronteras estatales.
Cada producto final puede ser analizado en términos de los materiales, el
trabajo, el sostenimiento del trabajo, la transportación, el procesamiento
intermedio, el procesamiento final y el consumo final. Wallerstein argumenta
que los nodos o loci de actividad a lo largo de estas cadenas de mercancías
pueden ser distinguidos en términos de las retribuciones que reciben. Las
actividades centrales reciben retribuciones desproporcionadamente altas,
mientras las actividades periféricas reciben retribuciones bajas. Y esta
distinción se concibe como dicotómica, de modo que cada actividad es o bien
central o bien periférica. Un área central es la que tiene una alta
proporción de actividades económicas centrales y viceversa para un área
periférica. Un área semiperiférica se define como una región que contiene una
mezcla relativamente igual de actividades centrales y periféricas.
Giovanni Arrighi y Jessica Drangel (1986) han
hecho un valioso esfuerzo por esclarecer la definición analítica de las
actividades centrales y periféricas. Ellos concuerdan con Wallerstein en que la
distinción de las actividades centrales/actividades periféricas debería
concebirse como dicotómica, pero no están de acuerdo con la tendencia de
Wallerstein a igualar la actividad central con la producción intensiva en
capital (mecanizada). Wallerstein y otros teóricos (p. ej., Chase-Dunn y
Rubinson, 1977) han criticado la noción (anteriormente examinada) que iguala la
dimensión centro/periferia con una división del trabajo entre las manufacturas
procesadas y la producción de materias primas o mercancías agrícolas – el nivel
de procesamiento. Se plantea que la producción tanto de materias primas como la
agrícola puede ser llevada a cabo como producción central si la tecnología
intensiva en capital se combina con el trabajo calificado bien pagado. Así, la
distinción entre agricultura central y agricultura periférica, así como la
industria central y la industria periférica se hace posible, teniendo que ver
las diferencias subyacentes con el nivel de ganancias y salarios y estos se
asume que están asociados con el grado relativo de intensidad de capital.
Si bien Arrighi y Drangel (1986) concuerdan en
que es un error simplemente identificar la actividad central con el nivel de
procesamiento, ellos también cuestionan la identificación de la actividad
central con la producción relativamente intensiva en capital. Ellos más bien
definen la actividad central como aquella actividad económica (no
necesariamente de producción) que recibe retribuciones relativamente altas,
independientemente de cuál es la naturaleza sustantiva de la actividad. Arrighi
y Drangel adoptan una definición schumpeteriana de actividad central, basada en
la innovación empresarial. Schumpeter (1939) planteaba que la fuerza motriz que
está detrás de la acumulación capitalista es la capacidad de los empresarios
organizacionales de desarrollar nuevas actividades que los capacitan para
capturar una gran proporción de las retribuciones a la actividad económica. Esto
puede ocurrir en el ámbito del desarrollo y producción de productos, pero
también puede ocurrir en las actividades financieras o comerciales. Arrighi y
Drangel argumentan que la actividad central consiste en la capacidad de algunos
actores para capturar retribuciones relativamente mayores, protegiéndose a sí
mismos en algún grado de las fuerzas de la competencia. La actividad
periférica, por otro lado, está expuesta a una fuerte competencia, por lo que
el nivel de retribuciones (ganancia, renta y salarios) es bajo.
La definición
de Arrighi y Drangel es provocativa y contiene similitudes con otros
trabajos recientes sobre la naturaleza del capitalismo central. Braudel (1984)
enfoca a la haute finance, una combinación de finanzas y capital
comercial ayudada por los monopolios instigados por el estado, como la esencia
del capitalismo central. Esto diferencia similarmente a la centralidad de
cualquier tipo particular de producción.
Se nos recuerda también la noción de Raymond Vernon (1966) del ciclo de
producto, en el que los innovadores centrales crean nuevos productos que ellos
son capaces de vender a altos precios (rentas tecnológicas) hasta que los
productos son copiados por otros productores que recortan el precio y utilizan
ingredientes más baratos, haciendo desplazar la producción del producto hacia
el sector competitivo (periférico). También el examen de Arrighi y Drangel
recuerda la distinción hecha por James O'Connor (1973) entre el sector
monopólico y el sector competitivo y la distinción afín entre el mercado
primario del trabajo y el mercado secundario del trabajo, empleada en las
teorías de segmentación del mercado del trabajo.
Si bien estos enfoques pudieran parecer similares en la superficie,
ellos difieren en términos de los mecanismos subyacentes por los cuales se
generan las retribuciones diferenciadas. La idea del ciclo de producto implica
que los costos de investigación y desarrollo para desarrollar nuevos productos
son recuperados mediante las rentas tecnológicas – la capacidad de un innovador
para recibir un alto precio por un producto nuevo. Aquí no hay explotación. Los
capaces de crear productos nuevos para los cuales existen mercados potenciales
reciben una ganancia justa por sus inversiones de investigación y desarrollo.
Por otro lado, las industrias monopolizadas u oligopolizadas pueden recibir una
retribución por explotación a causa de su capacidad para controlar los precios,
lo que da por resultado “plus-ganancias”. Se implica que la protección de las
fuerzas competitivas no es debida tanto a la innovación como a la capacidad de
las firmas de obtener protección política de los estados o por el costo
prohibitivamente alto de entrar en la producción de bienes que han alcanzado
una elevada intensidad de capital y grandes retribuciones a la escala de
producción.
Producción Central
Voy a definir la actividad central como cierta especie de producción,
la producción de mercancías relativamente intensivas en capital (mercancías
centrales) que emplean trabajo relativamente calificado, relativamente bien
pagado. Esta es una idea relacional, porque el nivel de intensidad en capital
que constituye la producción central
durante un periodo específico se define como relativo al nivel promedio de
intensidad en capital en el sistema-mundo como un todo. Como la intensidad
promedio en capital es una tendencia creciente, las formas de producción que
una vez fueron producción central pueden convertirse en producción periférica
en un tiempo posterior.
La intensidad en capital involucra la
utilización de técnicas que facilitan alta productividad por hora de trabajo.
Así, un gran componente de la producción intensiva en capital es la utilización
de maquinaria, o bienes de capital, en el proceso de producción. La intensidad
en capital es similar a la idea de Marx de la composición orgánica del capital
– la razón de capital a trabajo que se emplea en el proceso de producción.
También está íntimamente relacionada a la idea de productividad del trabajo,
aunque tanto la intensidad en capital como la velocidad y la calificación del
esfuerzo humano están involucradas en la productividad del trabajo. La
intensidad en capital y el uso de trabajo calificado usualmente están
combinados, al menos cuando consideramos el proceso total de producción.
Pudiera no hacer falta trabajo calificado para operar las máquinas, pero sí
requiere trabajo calificado construirlas y mantenerlas funcionando.
Un área central es un área en la que se
concentra producción relativamente intensiva en capital. La producción
intensiva en capital suele estar en el sector manufacturero o industrial de una
economía nacional, pero también puede esta en el sector de servicios, el sector
agrícola u en otros sectores. La definición de producción central no está
restringida a la “industria”, aunque éste suele ser el sector más intensivo en
capital. La agricultura en las áreas centrales usualmente es también intensiva
en capital en relación con la agricultura de otras zonas del sistema-mundo y lo
mismo se aplica a los servicios.
Para mí no tiene sentido dicotomizar la
distinción entre producción central y periférica. La dicotomización crea el
falso problema de dónde ubicar el punto de corte. La dimensión centro/periferia
es más bien una variable continua entre constelaciones de actividades
económicas que varían en términos de
sus niveles promedio relativos de intensidad en capital versus intensidad en
trabajo.
żCuál es la unidad que puede designarse como
comprometida en las actividades centrales o periféricas? Wallerstein usa el
término “nodo” para designar el locus de la actividad central o periférica en
una cadena de mercancías. Este término es intencionalmente vago, porque todas
las designaciones más específicas tienen problemas. Una posibilidad es la
firma, la unidad de capital, la organización que se apropia de la ganancia.
Pero algunas firmas son transnacionales y combinan los tipos tanto central como
periférico de producción. Y algunos aspectos importantes de la producción
central, tales como las vinculaciones relativamente densas hacia delante y
hacia atrás, pueden no ser características de firmas centrales individuales.
Las ciudades son una posibilidad, porque ellas también son loci de acumulación
y ellas pueden tener las firmas que atraviesan las firmas, que suelen asociarse
con la producción central. Pero no todas las regiones tienen ciudades y algunos
aspectos de las relaciones entre ciudades son importantes para la distinción
centro/periferia.
Una tercera posibilidad es el estado-nación.
El problema con enfocar una economía nacional, definida como unidad jurídica,
es que las redes económicas reales no suelen seguir las fronteras estatales. En
verdad, en el sentido de sistemas económicos completamente auto-contenidos, no
ha economías nacionales en el sistema-mundo. Pero las regiones y los
estados-naciones sí difieren en términos de sus niveles relativos de
integración económica, como apuntan los teóricos de la dependencia y los
investigadores marxistas tales como Amin y De Janvry. Amin (1974) y De Janvry
(1981) definen al capitalismo central como acumulación capitalista
auto-reproductora, relativamente integrada, mientras que el capitalismo
periférico se entiende como una economía regional desarticulada que es
altamente dependiente de las importaciones desde y las exportaciones hacia el
centro. Vale la pena recordar que los estados centrales son también
dependientes de la existencia de una economía-mundo mayor, pero también es
importante reconocer el grado y la naturaleza muy diferentes de esta
dependencia. La integración diferencial de las regiones y estados-naciones
desde hace tiempo ha sido y sigue siendo un importante rasgo de la jerarquía
centro/periferia y este aspecto de la jerarquía requiere que enfoquemos las
regiones más bien que las actividades de las firmas individuales al definir las
formaciones centrales y periféricas.
La unidad de centralidad o de perifericidad
será entonces la “región”. Esto sigue siendo vago, pero claramente no es la
firma ni el estado-nación. Las ciudades, pero también los sistemas de ciudades
y áreas rurales pueden ser regiones de producción relativamente intensivas en
capital o intensivas en trabajo.
Arrighi y Drangel ponen en tela de juicio la
identificación de las actividades centrales
con la producción intensiva en capital, porque la producción industrial
se está convirtiendo en una actividad que está ubicada en la semiperiferia y la
periferia y ellos también apuntan que las actividades “no-productivas” suelen
ser más lucrativas y rendir más altos salarios que las actividades que están
directamente asociadas con la producción industrial.
Arrighi y Drangel (1986: 54) muestran que la
proporción promedio de la fuerza de trabajo en el sector industrial ha
disminuido en los países centrales, mientras ha aumentado en los países
semiperiféricos y periféricos. Ciertamente, ha ocurrido industrialización en la
semiperiferia y en mucha de la periferia, pero yo defiendo que esto no ha hecho
disminuir el nivel de desigualdad entre el centro y la periferia en términos de
la intensidad en capital de la producción. La proporción de la fuerza de
trabajo empleada en el sector industrial en los países centrales ha bajado
precisamente porque la intensidad en capital se ha elevado. La manufactura
robótica no requiere una gran fuerza de trabajo en la fábrica. Como la
intensidad en capital ha continuado elevándose en el centro durante la
industrialización de la semiperiferia, la distribución general no ha cambiado
mucho. Si la distribución de la intensidad en capital se fuera a hacer más
igual, también habría una descentralización del poder económico que amenazaría
la operación del capitalismo.
En cuanto a la observación de Arrighi y
Drangel de que la producción intensiva en capital no siempre da las
retribuciones más altas, esto es cierto, pero también es necesario examinar las
constelaciones económicas de actividades. Los especuladores de la bolsa
pudieran disfrutar de la más alta tasa de ganancia y esta actividad pudiera
aumentar en un período de desarrollo disparejo en el centro y estancamiento del
crecimiento en todo el sistema-mundo, porque el capital monetario no puede
encontrar inversiones productivas lucrativas en un mundo en el que la capacidad
productiva excede grandemente a la demanda efectiva. Pero esto no debería
llevarnos a la conclusión de que estos “empresarios innovadores” han logrado mudarse
a una nueva forma de acumulación que tendrá éxito en el plazo largo (o siquiera
el mediano). Más bien esta forma de actividad especulativa es más una seńal de
crisis a nivel mundial que una nueva forma de acumulación central (ver capítulo
4).
Por otra parte, se debe admitir que la asociación entre la intensidad
en capital y el nivel de retribuciones no es exacta. La acumulación exitosa
puede conducir o no a una economía regional diversificada, relativamente
intensiva en capital. El auge y caída de las ciudades periféricas
espectaculares y los enclaves extractivos
son evidencias de esto. El desarrollo exitoso de una economía central
involucra toda suerte de inversiones que no son inmediatamente lucrativas, así
como toda suerte de regulaciones políticas y políticas estatales que faciliten
el desarrollo de largo plazo más bien que simplemente la acumulación de corto
plazo. El hecho de que Arrighi y Drangel (1986: 44) reivindiquen que Libia se
haya mudado al centro (basados en su uso del PNB per cápita como medida del
status central) revela la debilidad de su identificación de la actividad
central con las retribuciones de corto plazo basadas en cualquier especie de
actividad. Libia está asentada sobre una fortuna de petróleo, pero por
cualquier otra medida, excepto el PNB per cápita, Libia claramente no es un
estado central. Esto nos lleva al siguiente problema, que es el de la
operacionalización de la distinción centro/periferia. Pero antes de revisar los
estudios que se han hecho y las controversias acerca de la medición,
consideremos el problema de la jerarquía centro/periferia como una estructura
multinivel anidada.
Anidamiento
La jerarquía centro/periferia es una dimensión a escala de sistema, de
desigualdad estructurada, pero al mismo tiempo es también una jerarquía
regionalmente anidada. Los estados del sistema interestatal son obviamente
importantes unidades de esta jerarquía, pero los estados no son internamente
homogéneos. Como sugieren los términos de Galtung, “la periferia del centro” y
“el centro de la periferia”, hay importantes desigualdades regionales dentro de
los países. Muchos de los procesos de desarrollo disparejo que estudiamos a
nivel del sistema-mundo también ocurren dentro de los países (Hechter, 1975; N.
Smith, 1986) y estos no son solamente procesos análogos. Ellos suelen estar
históricamente ligados entre sí. En los Estados Unidos, la Guerra Civil
transformó al Sur de un área periférica de la economía atlántica a una
periferia interna de un estado central en auge. Y recientemente el cinturón de
sol se ha convertido en un nuevo centro de acumulación capitalista que está
ayudando a sostener la hegemonía decadente de los Estados Unidos (Feagin,
1985). Los Apalaches han sido desde hace tiempo una región de refugio de
subsistencia, partes de la cual se especializaron en la producción extractiva
periférica. Las jerarquías urbanas que caracterizan a los sistemas nacionales
de ciudades son otra manifestación de estratificación regional dentro de los
países, como lo es la dimensión urbana/rural.
Adicionalmente, el sistema-mundo está anidado dentro de regiones
internacionales así como en regiones dentro de los países. Un análisis de la
jerarquía del sistema-mundo no debe ignorar las formas anidadas de desigualdad
que ocurren en las sub-regiones continentales. El examen del sub-imperialismo
(p. ej., Marini, 1972) sugiere que las potencias regionales, tales como Brasil
en América del Sur o Nigeria en África, algunas veces juegan el rol del centro vis-ŕ-vis
países periféricos contiguos. Otra jerarquía anidada es el sistema de ciudades
mundiales. Ésta incluye redes urbanas nacionales, las grandes ciudades
mundiales de los estados hegemónicos centrales (Ámsterdam, Londres, Nueva
York), las importantes ciudades centrales dentro de otros países centrales y
las metrópolis de los países periféricos, que suelen ser primadas dentro de sus
redes urbanas nacionales (Chase-Dunn, 1985a; D. Meyer, 1986). Así, el
anidamiento ocurre a varios niveles y es este
conjunto de límites de red que se desplazan, frecuentemente en conflicto
entre sí, lo que constituye el terreno institucional sobre el que tiene lugar
la competencia en el sistema mundo (1). Por otro lado, la calidad anidada de la
relación centro/periferia no es transitiva. John W. Meyer una vez decía en
broma que “todo el mundo es la periferia de alguien”. Aún con un anidamiento
sustancial, la estructura multinivel del centro/periferia forma una jerarquía
altamente estratificada de dominio y dependencia. Las evidencias respecto a
esta desigualdad se examinan en el capítulo 12.
La Semiperiferia
La idea de la semiperiferia es uno de los conceptos más fructíferos
introducidos por Immanuel Wallerstein. Ha sido ampliamente usado, pero han
importantes desacuerdos acerca de las definiciones y algunos investigadores han
criticado a Wallerstein por vaguedad y uso contradictorio (ver Lange, 1985).
Las sugerencias que he hecho anteriormente acerca de la jerarquía centro/periferia implican un
reexamen del concepto de semiperiferia.
Wallerstein emplea dos elementos en su definición
de la semiperiferia – la dicotomía entre actividades centrales y periféricas y
la noción de que una frontera estatal abarca un balance aproximadamente igual
de actividades tanto centrales como periféricas. Así, por esta definición, no
ha actividades semiperiféricas como tales. Hay más bien estados semiperiféricos
que contienen un balance de actividades tanto centrales como periféricas.
Wallerstein plantea también que la existencia
de estados semiperiféricos actúa para despolarizar la jerarquía centro/periferia
aportando actores intermedios cuya propia presencia reduce el relieve del
potencial conflicto a lo largo de la dimensión centro/periferia de la
desigualdad. Él ha examinado también las oportunidades de movilidad hacia
arriba de los estados semiperiféricos durante la fase de estancamiento del
ciclo de Kondratieff (Wallerstein, 1979a; capítulo 5).
Como yo he reconceptualizado las actividades
centrales y periféricas como un continuum de formas de producción relativamente
intensivas en capital/trabajo, es hipotéticamente posible, según mi uso, que un
área semiperiférica contenga un nivel uniformemente inmediato de producción
respecto al continuum centro/periferia. La idea de la semiperiferia es
importante porque nos capacita para enfocar cómo la existencia de regiones
intermedias afecta la dinámica centro/periferia en el sistema-mundo como un
todo. También nos anima a examinar las maneras en que los actores intermedios
tienen diferentes estrategias y los estados intermedios tienen diferentes
posibilidades de desarrollo, diferentes en el sentido de sistemáticamente
diferenciadas a las regiones ya sean típicas centrales o típicas periféricas.
Wallerstein no reivindica que la semiperiferia sea una zona o un conjunto de
estados homogéneos. Más bien él defiende que estar en una ubicación
semiperiférica vis-ŕ-vis la jerarquía centro/periferia es una condición
que anima ciertos tipos de conducta.
La idea de que los estados semiperiféricos
contienen un balance de actividades tanto centrales como periféricas es útil
porque es probable que esta condición produzca intereses económicos y políticos
contradictorios dentro de las fronteras de un mismo estado. Wallerstein plantea
que esta fue una importante razón por la que Francia fue incapaz de aspirar de
manera más efectiva a la hegemonía en los siglos diecisiete y dieciocho. Aunque
Francia era definitivamente una potencia central, el esfuerzo por mantener
unido un vasto territorio, con intereses
regionales en conflicto, redujo los recursos disponibles para la competencia
con Inglaterra por la hegemonía y produjo una política económica internacional
ambivalente y vacilante.
La noción de una mezcla de actividades
centrales y periféricas es útil, pero
hay otro tipo de semiperiferia, que es la que contiene actividades que son
predominantemente intermedias en términos del nivel relativo de intensidad en
capital/intensidad en trabajo. Esto no tiene exactamente las mismas
consecuencias que la forma mixta. El uso de Wallerstein a veces sugiere que
algunas clases de relaciones de clase son de forma intermedia, indicando así la
semiperifericidad. En su examen del Mediterráneo cristiano semiperiférico del
largo siglo dieciséis, Wallerstein (1979a: capítulo 2) defiende que las
cosechas compartidas eran una clase de relaciones rurales intermedias entre la
agricultura de hacendados de las áreas centrales y la servidumbre y la
esclavitud de las áreas periféricas. Esta idea de una forma intermedia de
control del trabajo es similar en algunas maneras a mi noción de niveles
intermedios en el continuum intensidad en capital/intensidad en trabajo. Esto
sugiere que hay ciertamente algunas actividades que son conceptualizadas
de manera útil como semiperiféricas y
que la prevalencia de estas actividades en una región o estado puede constituir
un área semiperiférica (2).
Yo estoy planteando que hay dos especies
analíticas de semiperiferias: las del tipo uno son aquellos estados en los que
hay una mezcla balanceada de actividades centrales y periféricas y las del tipo
dos son aquellas áreas o estados en los que hay un predominio de actividades
que están a niveles intermedios respecto a la distribución en el sistema-mundo
vigente de producción intensiva en capital/intensiva en trabajo.
Obviamente, mucho se queda afuera en términos
de la clase de especificación que necesitaremos para operacionalizar estas
definiciones de la semiperiferia. Por el momento deseo mirar a las
implicaciones de lo anterior para nuestras expectativas acerca de la conducta semiperiférica.
En capítulos previos he planteado (y lo
elaboraré en los capítulos que siguen) que la jerarquía centro/periferia apoya
la reproducción de la acumulación capitalista al polarizar el conflicto de
clases dentro de los estados centrales y también dentro de los estados
periféricos en los que el estado ha caído bajo el control de políticos que
desean usar la retórica anti-imperial para suavizar los conflictos domésticos.
Este argumento general también se aplica
a la competencia dentro de las clases dominantes. Esperamos más solidaridad
nacional entre los diferentes grupos de capitalistas en el centro y la retórica
anti-imperial puede tener un efecto integrador sobre los diferentes tipos de
capitalistas periféricos dentro de los estados periféricos.
Estos efectos armonizadores de la jerarquía
centro/periferia sobre las relaciones dentro de las clases y entre clases es
menos probable que operen en la semiperiferia. Los efectos armonizadores
funcionan de manera diferente en diferentes grupos. Entre los capitalistas del centro, la solidaridad
nacional es más fácil de alcanzar porque hay más oportunidades de escapar, de
modo que la competencia es menos intensa. Para los trabajadores del centro los
salarios son más altos, las condiciones de trabajo, mejores y los capitalistas
del centro tienen mayor probabilidad de hacer concesiones económicas y
políticas a los trabajadores precisamente porque están menos presionados por
las fuerzas competitivas.
Estas generalizaciones solo se aplican grosso
modo. Dentro de países centrales individuales, dependiendo de la herencia
de formas institucionales que quedan de luchas pasadas, el estado vigente de la
economía-mundo y las perspectivas futuras de la economía nacional, estos
efectos pueden variar considerablemente. Lo mismo se aplica a las siguientes
generalizaciones acerca de los estados
periféricos y semiperiféricos. Es importante también conocer la trayectoria
particular de un área al tratar de entender su conducta política y económica.
Los países móviles hacia abajo es probable que sean muy diferentes a los móviles
hacia arriba, aún cuando ellos pudieran estar al mismo nivel en la jerarquía
centro/periferia.
Las periferias en las que el estado está
sustancialmente controlado por las potencias centrales o son dependientes de
corporaciones transnacionales con bases en el centro, experimentan niveles
incrementados de competencia entre grupos contendientes de capitalistas
periféricos y conflictos de clases exacerbados, aunque estos pudieran ser en
gran parte invisibles la mayor parte del tiempo a causa de la represión apoyada
externamente. Estas condiciones explican los altos niveles de inestabilidad
política y la probabilidad de regímenes autoritarios, así como la debilidad
interna de los estados periféricos. Cuando se hacen con el poder del estado
políticos periféricos que tienen la voluntad de emplear la retórica
anti-imperial, esto reduce algo estos conflictos domésticos, dependiendo del
grado de implementación de las políticas anti-imperiales. Los estados
periféricos que implementan políticas anti-imperiales radicales, reducen el
nivel de los conflictos de clase domésticos, pero se enfrentan al grave peligro
de intervención por una potencia central ofendida.
En los estados semiperiféricos los efectos de
la jerarquía centro/periferia son diferentes. Ambos tipos de estados
semiperiféricos definidos anteriormente pueden tener oportunidades de movilidad
hacia arriba en la jerarquía centro/periferia y esto afectará la política
nacional y la política del estado. El tipo uno, un balance de actividades
centrales y periféricas, experimentará conflicto político acerca de la política
estatal a causa de los intereses regionales en conflicto. El tipo dos, un nivel
relativamente uniforme pero intermedio de actividades semiperiféricas, tendrá
muchas menos probabilidades de experimentar conflicto entre las diferentes
especies de capitalistas. El tipo dos, no obstante, puede experimentar
conflictos de clases exacerbados porque los trabajadores en las industrias
intermedias pueden ser capaces de organizarse nacionalmente a causa de la similitud
de sus condiciones de trabajo y es improbable que ellos disfruten de buenos
salarios o de beneficios sociales, al menos en comparación con los trabajadores
del centro.
El conflicto de clases puede también estallar
en las semiperiferias de tipo uno, especialmente durante periodos de crisis
estatal, pero es probable que haya problemas de solidaridad entre los
trabajadores en el sector central y los trabajadores del sector periférico.
Podemos notar las similitudes aquí entre la definición de Wallerstein de
estados semiperiféricos (el tipo dos anterior) y a noción de Trotsky de
desarrollo combinado y disparejo, que él empleó magistralmente en su historia
de la Revolución Rusa (Trotsky, 1932: capítulo 1) (3).
Lo más importante sobre las semiperiferias es
que es más probable que surjan movimientos políticos interesantes en ellas. Los
movimientos tanto de la derecha como de la izquierda han encontrado con
frecuencia tierra fértil en los estados semiperiféricos y centrales de segundo
orden (Goldfrank, 1978). La base de esta fertilidad política se deriva de la
ubicación contradictoria de las áreas semiperiféricas en el sistema-mundo
mayor.
La semiperifericidad produce desafíos al modo
dominante de producción partiendo de los movimientos anti-sistémicos y es tierra
fértil para los países móviles hacia arriba que logran tener éxito dentro del
sistema. Las tres potencias centrales hegemónicas fueron anteriormente áreas
semiperiféricas (Chase-Dunn, 1988). Un factor que puede determinar parcialmente
el camino que tomen las áreas semiperiféricas es el grado relativo y la
naturaleza de la estratificación interna. Las semiperiferias más estratificadas
tienen probabilidad de producir revoluciones sociales que desafían la lógica
del capitalismo, mientras las semiperiferias menos estratificadas y
políticamente liberales pueden alcanzar el grado de armonía de clases necesario
para la movilidad hacia arriba dentro de la economía-mundo capitalista.
Es probable que surjan movimientos anti-sistémicos también en las áreas
periféricas, pero ellos tienen menor probabilidad de sobrevivir ahí porque los
recursos para resistir la intervención del centro son magros. Los experimentos
más exitosos con el socialismo han surgido en estados semiperiféricos y hay
razones para creer que las áreas semiperiféricas continuarán produciendo
poderosos desafíos al modo capitalista de producción en el futuro.
Límites Zonales
Si la jerarquía centro/periferia es realmente un conjunto de zonas
discretas, deberíamos ser capaces de determinar los límites entre las zonas y
de conocer sin ambigüedad la zona en la que cada país o área está localizada.
Arrighi y Drangel (1986) han descubierto una distribución trimodal bastante
regular de países, basados en el PNB per cápita como medida de la posición en
la jerarquía centro/periferia. Nemeth y
Smith (1985) y Smith y White (1986) han usado un análisis en red del nivel de
procesamiento de las importaciones como medida de la estructura
centro/periferia y esto revela una jerarquía de cuatro niveles con dos semiperiferias
distintas, una caracterizada como “fuerte” y otra como “débil”. Para mí, el
vocabulario de zonas es simplemente una abreviación. No veo ninguna ventaja en
pasar tanto tiempo tratando de definir y ubicar empíricamente los límites entre
las zonas, porque entiendo la jerarquía centro/periferia como un continuum
complejo. Como hay movilidad hacia arriba y hacia abajo en el sistema, debe
haber casos de países o áreas que estén entre las zonas, al menos
temporalmente. Para mí no importa si hay “realmente” tres zonas, cuatro zonas o
veinte zonas.
El vocabulario de zonas es simplemente una metáfora útil, como lo es la
noción de semiperiferia. No creo que necesitemos cosificar nuestras palabras en
el grado en que gastemos tiempo discutiendo acerca de los límites exactos de
las zonas. Hay muchos problemas más importantes, tales como la magnitud de las
desigualdades, la operacionalización de la jerarquía centro/periferia y la
desigualdad, que deberían recibir nuestros esfuerzos. Para mí las designaciones
de estados de segundo orden o periferias extremas algunas veces son útiles,
pero no quisiera tratar de ubicar subzonas o reivindicar que hay realmente
cuatro zonas en lugar de tres. El trabajo de Thomas Hall (1986) sobre el
continuum de integración al sistema-mundo similarmente pone en tela de juicio
el valor de una simple dicotomía entre esas áreas que están fuera y las que
están dentro de un sistema-mundo.
Una Jerarquía
Multidimensional
La definición de centro y periferia descrita anteriormente enfoca los
niveles relativos de intensidad en capital de la producción de mercancías. Este
es un indicador de la base económica del poder nacional en una economía-mundo
capitalista, pero otros teóricos conceptualizan la jerarquía centro/periferia
más directamente en términos de relaciones de poder entre los estados. Así,
James Petras y cols., (1981) enfatizan el poder militar de los países
imperialistas – su capacidad de usar la fuerza coercitiva para controlar la
conducta de los demás países. Hemos examinado varios intentos por medir el
poder militar de los estados centrales en el capítulo 9. Estas medidas directas
del poder militar pudieran ser utilizadas en el estudio de los países
periféricos y semiperiféricos. Después de todo, la mayoría de los analistas
concuerda en que la fuerza externa del estado es un importante componente de la
jerarquía del sistema-mundo. Las investigaciones que se han hecho sobre
diferentes tipos de dependencia económica (revisadas más adelante) demuestran
que éstas con frecuencia no están altamente correlacionadas entre sí en la
comparación entre naciones. Esto implica que la jerarquía centro/periferia
pudiera ser multidimensional.
Otra dimensión ha sido estudiada por Singer y Small (1966; Small y
Singer, 1973). Ellos han codificado una medida del ordenamiento del status
internacional, basada en el intercambio de diplomáticos entre países. Lo que se
necesita es un estudio empírico, entre naciones, de largo plazo, de las
relaciones entre los diferentes tipos políticos, militares y económicos de relaciones
de poder/dependencia, para determinar cómo estas dimensiones interactúan entre
sí. Un tal estudio podría no resolver la cuestión de la mejor manera de definir
analíticamente la jerarquía centro/periferia, pero sería muy útil en la
investigación ulterior sobre las causas y efectos de la posición de un país en
la jerarquía.
Medición de la
Posición en el Sistema-Mundo
Ahora volvamos al problema de la medición cuantitativa de la posición
de las áreas en la jerarquía centro/periferia. Los estudiosos del sistema-mundo
no concuerdan en modo alguno en qué unidades deben compararse. La mayoría de
los estudios empíricos examinan estados-naciones o colonias, empleando límites
políticos para designar las unidades de análisis. Esto es problemático porque
estos límites son por sí una creación del sistema que estamos estudiando y
ellos también tienen efectos sobre los procesos que deseamos estudiar. La
realidad que deseamos estudiar es una jerarquía multinivel, multidimensional,
anidada, compuesta de individuos, hogares, comunidades, ciudades, clases,
sindicatos, partidos, firmas, grupos étnicos, estados, regiones
internacionales, zonas y las características emergentes del sistema-mundo
completo. No obstante, el objetivo de la ciencia es simplificar una realidad compleja
de manera que nos ayude a explicar patrones y a predecir resultados. Así, no
tiene sentido hacer un mapa que sea tan complicado como el territorio. Queremos
simplificar nuestro análisis en tanto tomamos en cuenta los problemas de
inferencia que pueden resultar de nuestras simplificaciones.
Arrighi y Drangel (1986) plantean que su
conceptualización de la jerarquía centro/periferia puede ser adecuadamente
operacionalizada usando el PNB per cápita. Este mismo indicador podría ser
usado para mi conceptualización de la producción central como producción
relativamente intensiva en capital. Un indicador mejor de mi concepto sería la
cantidad de producto dividida por el número de horas trabajadas, porque la
intensidad en capital es muy aproximadamente la misma que la productividad del
trabajo. Pero una aproximación correcta para lo anterior es el PNB per cápita,
porque cuando consideramos un gran número de países, hay una alta correlación
entre el número de horas trabajadas y el tamańo de la población. Una aproximación
mejor sería la razón del PNB al tamańo de la fuerza de trabajo activa.
El PNB per cápita es también una medida
relativamente factible para estudios de la posición del sistema-mundo porque
está disponible para un gran número de países por periodos de tiempo bastante
largos (4). Y como sabemos que un número de otros indicadores están altamente
correlacionados con el PNB per cápita en la comparación entre naciones en las
décadas recientes, podríamos usar esas medidas como aproximaciones para el PNB per
cápita (y así para la posición del sistema-mundo) llegando hasta el siglo
diecinueve o tal vez hasta más lejos. Tengo en mente el nivel de urbanización,
la proporción de la fuerza de trabajo en la agricultura y el consumo de energía
per cápita. La proporción del producto nacional en la agricultura fue usada de
esta manera en la tabla 9.2, en el capítulo 9.
Es algo irónico que la propia medida que se
usa con la mayor frecuencia por los partidarios de la modernización como
indicador del “desarrollo” nacional – el PNB per cápita – se pueda argumentar
que es también un indicador de la posición en el sistema-mundo. Y ambas
escuelas de pensamiento tendrían reservas similares. El PNB per cápita de
Kuwait (o de Libia) no es debido a su éxito en la producción central sino más
bien a su pequeńa población combinada con los gigantescos recursos en petróleo.
La posesión de una mina de oro no es un buen indicador ni del desarrollo
económico ni de la posición en el sistema-mundo. Pero, una vez más, aunque hay
excepciones, en la mayoría de los casos el PNB per cápita alto designa una alta
productividad por hora de trabajo, debido al empleo de técnicas de producción
intensivas en capital.
En el otro extremo del espectro también hay
problemas. La producción no llevada al mercado es difícil de evaluar. Dudley
Seers (1983) cuenta suficientes historias de horror de sus días como economista
del desarrollo en África, para asustar a cualquier usuario de las cifras de PNB
de los países periféricos. Pero cuando comparamos grandes números de países
para agruparlos en categorías amplias, los problemas asociados con la
evaluación de la producción de jardín se reducen considerablemente.
Una medida mejor, que consigue eliminar los
auges de enclaves extractivos se basa en la idea del nivel de procesamiento.
Algunas medidas bastante sofisticadas que usan información sobre el comercio
mundial han sido analizadas, como se verá más adelante. Si bien éstas están
bastante altamente correlacionadas con el PNB per cápita cuando comparamos
todos los países, ellas no conducen a la errónea conclusión de que Libia es un
estado central.
Hasta donde yo conozco, se ha hecho muy poco
por construir una medida cuantitativa de la posición en el sistema-mundo para
los países y las colonias en el siglo diecinueve. Para periodos de tiempo más
recientes, tenemos datos mucho mejores, por supuesto y las investigaciones
recientes han intentado operacionalizar la
posición en el sistema-mundo, así como las clases específicas de relaciones
de dominación/dependencia. Como desde hace tiempo se piensa en el PNB per
cápita como una medida de desarrollo económico, la mayoría de los análisis de
datos entre naciones no lo han empleado como una medida de la posición general
en el sistema-mundo. Más bien varios estudios han examinado tipos específicos
de dependencia internacional. El primer análisis comparativo entre naciones de
la penetración de los países periféricos por la inversión extranjera directa
fue realizado por Albert Szymanski (1971) en su tesis doctoral en la Universidad
de Columbia. Este tipo de dependencia ha sido ahora extensamente estudiada y
sus efectos sobre el desarrollo nacional son bastante bien entendidos
(Bornschier y Chase-Dunn, 1985). Estos efectos son revisados en el capítulo 11.
La dependencia económica que se deriva de patrones comerciales asimétricos fue
medida por primera vez por Hirschman en su El Poder Nacional y la Estructura
del Comercio Exterior (1980) que se publicó en 1945. Desde entonces el
estudio de la dependencia comercial se ha desarrollado hasta convertirse en una
extensa literatura. Varias clases de dependencia por la deuda también han sido
estudiadas, comenzando con el trabajo de Keith Griffin (1969).
Los estudios anteriores y muchos otros
operacionalizaron la dependencia internacional como atributos variables de cada
país, usualmente derivados determinando el grado de alguna conexión
internacional y ponderándola por alguna medida del tamańo nacional. David
Snyder y Edward Kick (1979) aplicaron el análisis de redes a las relaciones
internacionales para desarrollar una medida de modelo de bloque de la posición
en el sistema-mundo. Ellos usaron una forma dicotómica de análisis de grupo
para determinar las similitudes estructurales entre grupos de países basados en
cuatro matrices internacionales de interacción. Las cuatro matrices que ellos
analizaron fueron el valor del comercio entre países, las intervenciones
militares, el intercambio de diplomáticos y la existencia de tratados.
La técnica de modelación por bloques usada por
Snyder y Kick gastaba una gran cantidad de información para las medidas
métricas, tales como el comercio, porque reducía cada célula a un cero o un
uno. Y las relaciones interesantes entre las dimensiones económica y política
se quedaban sin analizar, ya que las cuatro dimensiones se combinaban para
producir una sola estructura que agrupaba a los países en categorías que eran
posicionalmente similares en las cuatro dimensiones combinadas. De todos modos
esta medida de red de la posición en el sistema-mundo ha alcanzado un amplio
uso en las investigaciones entre naciones, aunque estudios posteriores le han
modificado para corregir categorizaciones aparentemente erróneas (p. ej.,
Bollen, 1983).
Otra medida de red ha sido desarrollada por
Roger Nemeth y David A. Smith (1985). Usando la idea de que el nivel de
procesamiento es la clave de la jerarquía centro/periferia, Nemeth y Smith
combinan cinco matrices comerciales que contienen diferentes clasificaciones de
las mercancías de importación. Las cinco categorías comerciales fueron
determinadas analizando por factores las matrices comerciales de 53
clasificaciones comerciales de dos dígitos. Esto produjo grupos de mercancías
examinando empíricamente sus asociaciones en patrones de comercio mundial más
bien que tratando de decidir de antemano qué mercancías incorporan más altos
grados de procesamiento. Esta medida estructural de la red comercial produce un
centro, dos semiperiferias y una periferia (5). Nemeth y Smith también muestran
que estar en la periferia y en lo que
ellos llaman la “semiperiferia débil” está asociado con tasas de crecimiento
relativamente más lento del PNB per cápita, mientras que estar en el centro o
en la “semiperiferia fuerte” se asocia con niveles más altos de crecimiento.
La cuestión de los efectos de diferentes clases de relaciones de
dependencia y la posición general en el sistema-mundo serán examinadas en el
siguiente capítulo. Aquí deseo apuntar que la medición de la posición en el
sistema-mundo ha sido llevada a cabo solo para tiempos muy recientes y que
hasta para estos sigue habiendo considerable controversia acerca de cómo
debería ser mejor operacionalizada la jerarquía centro/periferia. Todavía es
poco lo que sabemos acerca de las interacciones entre diferentes formas de
dependencia económica y política, pero lo que sí sabemos es que las relaciones
de dominación/dependencia en el sistema-mundo son empíricamente
multidimensionales. Esto queda claro a partir del hecho de que muchas de las
medidas de diferentes tipos de dependencia no están altamente correlacionadas
entre sí in las comparaciones entre naciones. Así, un país periférico puede ser
dependiente en un respecto pero no en otros. Tampoco tenemos una buena
comprensión de la interacción entre los diferentes tipos de dependencia y la
posición en el sistema-mundo.
El Proceso de
Periferización
La conceptualización de la extensión de la economía-mundo europea al
globo completo ha planteado una serie de cuestiones teóricas espinosas, así
como otras tantas empíricas difíciles. Amin (1980a) plantea que no deberíamos
asumir que la periferia que resultó de la incorporación de arenas externas al
sistema-mundo capitalista eurocéntrico es una zona uniforme y Eric Wolf (1982)
ha demostrado esto claramente. Hubo una serie de importantes determinantes de
las estructuras sociales particulares locales y regionales que fueron creadas
en el proceso de periferización, la más importante de las cuales fue la
naturaleza de la estructura social existente antes que llegaran los europeos.
El globo ya estaba cubierto con sistemas-
mundo de varias especies cuando los europeos comenzaron su expansión. La
naturaleza de los sistemas sociales originarios, sus capacidades para resistir
militarmente, sus susceptibilidades a los bienes comerciales (y las
enfermedades) ofrecidos por los europeos y su posesión de cosas valoradas por
los europeos, todos afectaron la
naturaleza y el tiempo de incorporación. Las civilizaciones más desarrolladas y
poderosas fueron capaces de mantener a los europeos a raya más tiempo, a pesar
de la fuerte atracción que sus riquezas ejercías sobre los europeos. Y las
regiones con muy pocas riquezas no fueron incorporadas temprano porque nos
europeos no estaban interesados, a menos que existiera alguna utilidad
estratégica o de transportación en una ubicación particular. A causa del hecho
que las potencias centrales europeas estaban compitiendo entre sí, algunas
áreas fueron formalmente colonizadas simplemente para evitar que las potencias
competidoras las tuvieran, fenómeno al cual se ha llamado “colonialismo
anticipatorio”.
La importancia continuada de las estructuras
sociales de pre-conquista la indican las recientes investigaciones comparativas
de Gerhard Lenski y Patrick Nolan (1984; también Nolan y Lenski, 1985). Ellos
muestran que los países que tenían una herencia tecnológica de métodos
hortícolas (con palo de excavar) de producción en la agricultura continúan mostrando niveles inferiores de
desarrollo en los ańos de 1960 y 1970 que los países que tenían una herencia de
agricultura tecnológicamente más avanzada, empleando el arado, la energía
animal y la irrigación. Ellos también contrastan, dentro de la categoría de
sociedades agrarias (más avanzadas tecnológicamente) aquellas que habían hecho
la transición de la horticultura a la agricultura de arado más recientemente y
aquellos que hicieron la transición desde hace tiempo. Lo interesante es que
ellos muestran evidencias en apoyo de una versión de la hipótesis de las
“ventajas del atraso” demostrando que las tasas de crecimiento y los niveles de
desarrollo del grupo de países que han desarrollado más recientemente la
agricultura de arado son más altas que las de los países agrarios que la
desarrollaron desde hace tiempo (Nolan y Lenski, 1985). Aunque otros factores
probablemente responden por algunas de las diferencias que encontraron Lenski y
Nolan, sus hallazgos apoyan la idea que los rasgos de las estructuras sociales
de pre-integración continúan teniendo relevancia para los patrones
contemporáneos de desarrollo.
Otros han apuntado a que la naturaleza de las
estructuras sociales periféricas también está afectada por el tiempo y las
circunstancias particulares de la incorporación. Algunos sostienen que la etapa
de capitalismo que existe en el centro en el momento de la incorporación tiene
importantes efectos en la especie de estructura colonial que se crea en la
periferia. Si bien mi análisis de las etapas del capitalismo como ciclos y
tendencias del desarrollo del sistema-mundo (capítulo 3) describiría los
cambios en el centro de manera algo diferente, no disputaría yo que las formas
organizacionales particulares que existieron en un periodo, así como las
peculiaridades de la potencia conquistadora y su situación vis-ŕ-vis las
potencias centrales competidoras, tuvieron importantes consecuencias para la especie
de estructuras sociales periféricas que surgieron. Tanto éstas como las
diferencias originales entre las estructuras sociales originarias y el rol
particular realizado por los grupos originarios han sido recientemente
demostrados por el excelente estudio de Hall (1986) de la incorporación de los
Estados Unidos suroccidentales a la economía-mundo capitalista.
Otro asunto que debería ser tenido en mente
cuando se piensa en la periferia como un todo y en las variaciones dentro de
ella, es la cuestión de la retirada y el flujo de la influencia desde el
centro. En el capítulo 13 examinaremos las ondas de expansión colonial y la
exportación de capital desde el centro hacia la periferia.
También debería notarse que tanto la
naturaleza como la intensidad de la influencia del centro sobre las áreas
periféricas varían con el tiempo. Esto se ve en la secuencia de los auges en
las cosechas comerciales periféricas, el auge y caída de especies particulares
de economías extractivas y el surgimiento, durante periodos de bajo interés por
las potencias centrales, de estructuras sociales y económicas más autónomas en
la periferia. El estudio de André Gunder Frank (1979b) de la transformación de
la agricultura en el México colonial (Nueva Espańa) desde 1521 hasta 1630 muestra
cómo las fuerzas de mercado generadas por la expansión de la minería de plata
vincularon a muchos granjeros y criadores de animales a las cadenas de
mercancías conectadas con el centro europeo. Cuando en un área la plata se
acababa, estos productores de cosechas comerciales revertían a la economía de
hacienda, sistema rural éste grandemente auto-suficiente que contenía muchos de
los atributos sociales del feudalismo. La discusión acerca de si la estructura
social periférica es “capitalista” o no necesita tomar en cuenta la retirada y
el flujo de la penetración a la periferia por el centro.
El aserto de que la jerarquía centro/periferia
es un rasgo estructural importante del sistema-mundo ciertamente no implica que
el centro determine todo lo que pase en la periferia o que los pueblos
periferizados sean objetos inertes de la explotación y la dominación. Como con
las estructuras de clases, la estructura centro/periferia es una tensión
dinámica de dominancia y resistencia. Esto ha sido demostrado por una serie de
estudios, especialmente por antropólogos, que han buscado entender las
vinculaciones entre los procesos locales y los del sistema-mundo y los métodos
mediante los cuales los pueblos periferizados resisten la dominación del centro
(6).
Es importante mantener en mente los puntos anteriores cuando estamos
haciendo un estudio de una situación particular de periferización. No obstante,
yo defendería que a pesar de los resultados de Lenski y Nolan citados
anteriormente, es probable que el fortalecimiento secular de los procesos
económicos y políticos a nivel de sistema-mundo haya dado como resultado una
creciente homogeneización de la periferia – una especie de convergencia en la
que las diferencias originales han tendido a reducirse. Me doy cuenta que parece
haber fuerzas contemporáneas, tales como el nacionalismo cultural y la
industrialización dependiente, que podrían continuar diferenciando a la
periferia. Sin embargo, el grado de mercantilización y el alto nivel alcanzado
por la tendencia hacia la globalización de la producción por las firmas
transnacionales cada vez más someten a las áreas periféricas a fuerzas que
homogeneízan sus estructuras sociales a lo largo de las líneas del capitalismo
periférico. Esto también incluye las consecuencias de los esfuerzos de los
pueblos periféricos por resistir la explotación y la dominación centrales. Si
bien estos esfuerzos de resistencia pueden diferir unos de otros en términos de
las formas culturales particulares que adoptan, sus formas organizacionales se
están haciendo morfológicamente similares y la homogeneidad general relativa de
las estructuras sociales en las áreas periféricas va en aumento.
La Necesidad del
Imperialismo
Ya he reivindicado que la jerarquía centro/periferia era y es un rasgo
necesario del sistema-mundo que permite que el modo capitalista de producción
se ajuste a sus propias contradicciones. En otra parte se han presentado una
serie de interpretaciones contrarias. Algunos marxistas (p. ej., Albert
Szymanski [1981] y David Harvey [1982]), han planteado que el imperialismo
capitalista (la exportación de capital a las áreas periféricas, la extracción
de materias primas y la penetración de nuevos mercados) es simplemente una
alternativa que existe para el capital central, pero no es necesario para la
reproducción y expansión de las relaciones sociales capitalistas. Esto supone
la posible existencia de un mundo en el que la jerarquía centro/periferia haya
desaparecido y sin embargo el capitalismo siga siendo el modo dominante de
producción.
Otros (p. ej., Chirot, 1977) han reivindicado
que el imperialismo fue simplemente un error. Se alega que los estados europeos
conquistaron y sometieron a la periferia, no porque fuera lucrativo, sino
porque ellos estaban sufriendo de una falsa ideología – la creencia en que el
colonialismo sería lucrativo y que el contagio producido por el conocimiento de
que otras potencias lo estaban haciendo. Era una especie de profecía que se
auto-confirmaba. Algunos activistas en la periferia compartieron aparentemente
esta fantasía. Podemos recordar al revolucionario irlandés que, en 1916 declaró
que Irlanda sería libre de la dominación inglesa de manera que se podría
convertir en una nación soberana “con sus propias colonias”.
Mi argumento, examinado en mayor profundidad en
el capítulo siguiente, es que la explotación de la periferia por el centro hizo
una importante y necesaria contribución a la acumulación capitalista en el
centro en los siglos anteriores y que la explotación periférica continúa siendo
importante a causa de sus efectos en la política dentro de y entre los países
centrales. Brevemente, la explotación de la periferia y la amenaza de la fuga
de capital hacia la periferia han actuado para evitar que los sindicatos y
partidos socialistas dentro de los países centrales desafíen con éxito al
capital central. Así, las áreas centrales del sistema-mundo siguen dominadas
por los capitalistas. Las revoluciones socialistas han ocurrido, no en el
centro como predijo Marx, sino más bien en la semiperiferia y en la periferia.
Los problemas que se han confrontado con el desarrollo económico y político en
el contexto de un sistema-mundo aún dominado por el capitalismo han recrudecido
ulteriormente la hegemonía política e ideológica del capital. La implicación
aquí es que una futura disminución en la magnitud de las desigualdades
centro/periferia reducirá los efectos políticos de amortiguación sobre la
política de las clases dentro del centro y harán más probable la transformación
del sistema-mundo hacia el socialismo.
Pero regresemos a la cuestión de la
importancia de la jerarquía centro/periferia para el desarrollo económico
capitalista. Hay dos estudios recientes publicados por historiadores de la
economía, Patrick O’Brien (1982) y Paul Bairoch (1986), que disputan la importancia
del colonialismo europeo para la industrialización de Europa en el siglo
diecinueve. Esencialmente estos autores reivindican que el colonialismo europeo
antes de 1800 no era económicamente importante para el desarrollo de la
producción industrial en Europa. O’Brien defiende que el comercio con África,
Asia y América Latina constituía solo una pequeńa proporción de la producción
económica en Europa y una pequeńa proporción del comercio internacional
también. Él también reivindica que los renglones importados de la periferia no
eran importantes para el desarrollo económico europeo, consistiendo
principalmente de bienes de lujo y lingotes de oro. Y él plantea que las
ganancias obtenidas por las inversiones en el comercio y la producción
periféricos no eran anormalmente altas una vez que se tome en cuenta el factor
de riesgo y que estas ganancias no jugaban un rol muy grande en la formación de
capital que espoleó la revolución industrial. O’Brien también disputa la
reivindicación de que el comercio centro/periferia fuera importante en la
diversificación de la producción central en Europa Occidental, aunque no niega
el impacto adverso que tuvo la colonización sobre las áreas periféricas. Él
reivindica que las importaciones de lingotes de oro y plata de América Latina
no tuvo efectos significativos que produjeran crecimiento en Europa.
Bairoch (1986) asume la posición similar de
que el colonialismo no fue un estímulo importante para el desarrollo económico
europeo antes de 1800. Él plantea que Europa no se hizo dependiente de la
energía y las materias primas coloniales hasta después de la revolución
industrial. Además de estar de acuerdo con muchos de los puntos anteriores
planteados por O’Brien, Bairoch muestra que las colonias que poseían las
potencias europeas no contenía una población numéricamente grande comparada con
la población de Europa antes de 1880 (7). Bairoch defiende que previamente a la
industrialización, la colonización europea era una “colonización tradicional”
en la que había solo pequeńas diferencias entre el nivel de vida de los
colonizadores y los colonizados. Bairoch apunta correctamente hacia lo que
notamos anteriormente, que las jerarquías centro/periferia solamente se
encontraban en muchos imperios pre-industriales, pero él defiende que esta
sociedades eran limitadas en su capacidad para explotar las áreas periféricas
por “las restricciones militares y económicas… que ponían un cierto límite al
grado de un sistema imperial” (Bairoch, 1986: 195).
Los argumentos de Bairoch y O’Brien pueden ser
puestos en tela de juicio sobre varias bases. O’Brien usa los conceptos de
sistema-mundo para enmarcar su argumento, pero tanto él como Bairoch cometen
varios errores en su uso de las categorías estadísticas, al menos si se supone
que sus evidencias son relevantes para las hipótesis del sistema-mundo. El
examen de O’Brien del pequeńo porcentaje de comercio internacional compuesto
por los intercambios entre Europa y los continentes de Asia, África y América
Latina y su caracterización de los renglones intercambiados como sin
importancia para el desarrollo central ignoran el considerable comercio báltico
(8) y el rol de las periferias más cercanas, tales como Gales e Irlanda. Para
Wallerstein, un importante trozo de la periferia de la anterior economía-mundo fue
Polonia, región que estaba importando bienes manufacturados desde Europa
Occidental y exportando grano. Las exportaciones polacas de grano
definitivamente contribuyeron a la diversificación y la creciente intensidad en
capital de la agricultura holandesa e inglesa en el siglo diecisiete, al
librarse las tierras y el trabajo en el centro de la producción de trigo. El
comercio holandés con Suecia y sus dependencias bálticas jugó un rol similar.
Bairoch reivindica que el colonialismo
“tradicional”, tipo que según se alega incluía al colonialismo europeo antes de
1800, no involucraba la explotación central significativa de la periferia y no
dio por resultado diferencias muy grandes en el nivel de vida entre las áreas
centrales y periféricas. Y él ignora intencionalmente a las ciudades-estados
tales como Venecia en su comparación de los niveles de vida, a pesar de que
Braudel (1984) enfoca a estos como a las áreas centrales de la economía-mundo
europea. El argumento de Bairoch de que el colonialismo “tradicional” no era
importante para el desarrollo central contradice las reivindicaciones de Ekholm
y Friedman (1982) que encuentran a la explotación centro/periferia jugando un
rol central en el desarrollo disparejo que ocurrió en el primer sistema-mundo
de base estatal, el de Sumeria en el tercer milenio AC. Casi todos los
historiadores de la antigüedad piensan que el proceso de formación de imperio
llevado a cabo por los asirios, los persas y los romanos involucró grados
significativos de explotación centro/periferia.
La reivindicación de Bairoch de que la
magnitud de las desigualdades que resultaron del colonialismo “tradicional” era
pequeńa puede ser debida a que se compararon unidades equivocadas. Lenski y
Lenski (1982) reivindican que los imperios agrarios fueron los sistemas
sociales más desiguales que jamás hayan existido. Pero aún si fuera verdad que
as desigualdades centro/periferia fueron cuantitativamente menores en los
sistemas-mundo antiguos, de aquí no resulta que ellas no fueran importantes en
el proceso de auge y caída de los imperios. Sabemos, por ejemplo, que la
urbanización estaba a un nivel muy bajo en las sociedades “tradicionales” en
comparación con las industriales, pero ciertamente era significativo que todos
construían ciudades. El amontonamiento de todas las sociedades “tradicionales”
en un solo montón no es algo que podamos esperar de los historiadores. Las
tasas geométricas de cambio y las desigualdades groseras que vemos en el
sistema-mundo moderno no nos impiden ver la importancia de diferencias
cuantitativamente menores pero de todos modos significativas entre los
sistemas-mundo pre-capitalistas.
Bairoch solo mira a las colonias de los
estados europeos, ignorando a la mayoría de las dependencias no-coloniales,
tales como Polonia. O’Brien no se limita a las colonias, pero sigue excluyendo
al Báltico y a las periferias más cercanas de su consideración de las
relaciones centro/periferia. Bairoch y O’Brien continúan pintando con grandes
brochazos cuando enfocan el centro. Bairoch incluye a Europa como un todo,
ˇincluyendo a Rusia! Así, sus cifras mostrando la relación entre las
poblaciones de Europa y las colonias europeas (ver Nota 7) son bastante
erróneas si en lo que estamos interesados es en las relaciones
centro/periferia. Él hubiera podido haberse limitado a aquellas potencias
europeas que tenían colonias en el extranjero. En lugar de esto, él incluye a la Polonia periférica junto con
las semiperiféricas Italia y Rusia, así como a Grecia (parte del Imperio
Otomano que según Wallerstein era una arena externa hasta el siglo diecinueve),
en la categoría de “Europa”.
O’Brien apunta a que sus estadísticas que
indican la pequeńa importancia del comercio centro/periferia contienen algunos
casos que se desvían, pequeńos países como Portugal, Países Bajos ˇe
Inglaterra! Los Países Bajos e Inglaterra no eran solo países pequeńos, al
menos en la perspectiva de sistema-mundo. Ellos eran potencias centrales
hegemónicas que se especializaron en la producción de mercancías centrales para
la venta en el mercado mundial y que ejercían el poder naval global en apoyo a
su estrategia de acumulación mediante el comercio. Lo que diferenciaba a la
economía-mundo europea de los sistemas-mundo anteriores era que esta especie de
acumulación era dominante en el área central. Los sistemas anteriores
habían visto a potencias semiperiféricas intersticiales, tales como los
fenicios y Venecia, jugar un tal rol, pero la República Holandesa fue el primer
estado capitalista en ser hegemónico en un sistema centro/periferia.
Tanto Bairoch como O’Brien parecen creer que
la revolución industrial que comenzó en Bretańa en la última mitad del siglo
dieciocho fue la primera revolución industrial y la más importante división
entre la sociedad moderna y la tradicional. Ellos ignoran periodos anteriores
de cambio institucional y crecimiento económico, tal como la extensión y
profundización de la producción de mercancías en toda Europa y la concentración
de la producción central competitiva en Holanda en el siglo diecisiete. Ellos
ignoran también importantes diferencias entre los estados europeos, algunos de
los cuales continuaron efectuando una expansión militar en gran parte
continental, mientras que otros seguían el camino de la producción de
mercancías para el mercado mundial.
Tanto O’Brien como Bairoch reivindican que los
alimentos tropicales importados de las colonias por el centro no fueron
importantes para el desarrollo central. A esto es posible oponerse desde dos
fundamentos. Primero, la provisión de alimento de bajo costo para el consumo
masivo disminuyó el costo del trabajo dentro de los países centrales. La
disminución del costo de vida para los trabajadores hizo posible (en teoría)
rebajar los salarios sin matar a la fuerza de trabajo. Por otro lado, las
evidencias indican que los salarios promedio subieron en el centro. Las
importaciones de alimentos tropicales contribuyeron pronto a unas relaciones de clases relativamente armoniosas
dentro de los países centrales. Como muestra el estudio de Sidney Mintz (1985)
del consumo de azúcar en Inglaterra, el azúcar pasó de ser un lujo caro
consumido solamente por la clase dominante, a ser un alimento básico barato,
que contribuía con una considerable proporción a las calorías consumidas por la
clase trabajadora. Un patrón similar ocurrió con el consumo de té y estas
formas ampliadas de consumo de anteriores lujos operaban simbólicamente para
permitirles a los trabajadores centrales adquirir símbolos de riqueza, con lo
que se “beneficiaban” del imperialismo y la industrialización. Los efectos de
esto, combinados con la reorganización de la división internacional del trabajo
que expandió las ocupaciones de clase media en las áreas centrales, actuaron
para sostener las coaliciones de clases y amortiguar los desafíos políticos al
capital y a los estados capitalistas centrales.
Bairoch admite que los pequeńos porcentajes
que los mercados periféricos ańadieron a la demanda de exportaciones centrales
“pueden tener una influencia considerable en la lucratividad de un sector
industrial particular” (Bairoch, 1986: 211). O’Brien estima que “el comercio
con la periferia generó un flujo de fondos suficiente, o potencialmente
disponible, para financiar alrededor del 15 por ciento de los gastos de
inversión brutos emprendidos durante la Revolución Industrial” en Inglaterra
(O’Brien, 1982: 7). Él reivindica que ésta no es una cantidad significativa y
que Bretańa y probablemente también Holanda, son atípicamente altas a este
respecto en comparación con los demás países de Europa Occidental. Él también
reivindica que, aunque la industria textil británica era significativamente
dependiente de las importaciones de algodón crudo y de los mercados de
exportación en la periferia, esta industria no era crucial para el crecimiento
general de la industrialización en Europa.
Muchos de estos hechos podrían ser fácilmente reinterpretados para
apoyar la importancia de la periferia para la industrialización central. El
quince por ciento de la formación de capital no es una proporción pequeńa. Y
como se argumentó anteriormente, Holanda y Bretańa no son simplemente casos
desviantes, ni tampoco son sin importancia. También la mayoría de los
historiadores económicos le dan a la industria textil del algodón una
importancia mucho más central en la transformación del sistema de factoría y la
producción industrial urbana que ocurrió en el siglo diecinueve (p. ej.,
Braudel, 1984: 571-574; Crouzet, 1982: capítulo 7). Bairoch y O’Brien ignoran
una serie de las distinciones más finas hechas por la perspectiva de
sistemas-mundo y permiten que las tasa geométricas de cambio que ocurrieron en
el siglo diecinueve tardío abrumen la importancia de desarrollos menores, pero
aún significativos, que ocurrieron más temprano en la historia de la
economía-mundo europea. Estos factores contribuyen a su conclusión errónea de
que la periferia no jugó ningún papel en el desarrollo del centro.
Reorganizaciones de
la Jerarquía Centro/Periferia
La jerarquía general centro/periferia es un sistema socialmente
estructurado de desigualdad económica y político-militar. Las formas que esta
jerarquía ha asumido han cambiado mientras la propia jerarquía ha sido
preservada. Las primeras incursiones que comenzaron el proceso de
periferización en muchas áreas involucraron el pillaje y saqueo por las
potencias europeas (9). Marx describía esta “acumulación primitiva” así:
El descubrimiento
del oro y la plata en América, la extirpación, esclavización y sepultación en
las minas de la población originaria, el comienzo de la conquista y el saqueo
de las Indias Orientales, la conversión de África en un coto de caza de pieles
negras, seńaló la rosada aurora de la era de la producción capitalista. (Marx,
1967a: 751).
Este uso directo de la fuerza coercitiva se ha
movido lentamente en la dirección del poder económico institucionalizado,
basado en el derecho y la propiedad privada, aunque el elemento de coerción en
las relaciones centro/periferia y dentro de la periferia sigue siendo mayor que
dentro del centro. La esclavitud y la servidumbre han sido en gran parte
abolidas en la periferia. Y otras formas de control del trabajo obviamente
coercitivas, tales como el trabajo por contrato, la servidumbre acordada, el
peonaje de la deuda, los trabajadores por tributo a la aldea (mita), etc., han
declinado. Otros grupos han aumentado: los “semiproletarios” que viven en
enclaves de aldeas y que trabajan por salario estacionalmente o “temporalmente”
durante sus ańos más productivos, los proletarios rurales, los precaristas y
los campesinos formalmente libres que son propietarios de sus pequeńas
parcelas, pero que son forzados a vender sus cosechas comerciales a los
monopolios o a juntas estatales de mercado (Paige, 1975: 13). Lo mismo ha
ocurrido con el “sector formal” de los proletarios que trabajan en grandes
firmas, con frecuencia protegidos de alguna manera por regulaciones estatales
que les garantiza salarios mínimos, etc.
Pero esto ha sido acompańado por un
florecimiento del sector informal de los asalariados no protegidos, que suelen
trabajar para pequeńas firmas en el sector “competitivo” (Portes, 1981).
Las categorías de trabajo libre y trabajo
obligatorio por coerción no captan plenamente las especies de control del
trabajo que ocurren en la jerarquía centro/periferia. Más bien el trabajo
central es “protegido” en un grado mayor por la regulación estatal y las
instituciones de bienestar, aunque esto parece menos evidente durante el actual
periodo de ataque a los salarios de los trabajadores tanto en el centro como en
la periferia. De todos modos sigue ocurriendo que el trabajo del centro está
más protegido que el trabajo periférico. El proceso disparejo de formación de
estados y de desarrollo económico les permite a los trabajadores centrales
acceso a estados más fuertes y a los sectores más lucrativos e intensivos en
capital en el sistema-mundo. El proceso de proletarización ha ocurrido tanto en
el centro como en la periferia, con un retardo en la periferia. Y con el rasgo
adicional de que los proletarios del centro pueden ganar no solamente el status
de “libres” sino una cierta cantidad de protección política vis-ŕ-vis el
capital y vis-ŕ-vis la competencia de los demás trabajadores.
Debe notarse también que el colonialismo, la
organización directa del control formal político/militar a las áreas
periféricas por los estados centrales, en gran parte desapareció. Esto
ciertamente no significa que las formas político-militares de poder hayan
cesado de operar en la jerarquía centro/periferia. Seguimos viendo la
“diplomacia de cańoneras”, el uso abierto y encubierto de la fuerza y el uso de
la ayuda militar y económica a los regímenes periféricos amigos que apoyan a la
jerarquía centro/periferia. Pero tal vez el peso del poder político-militar
versus el de base económica se ha desplazado un poco. El crecimiento de las
corporaciones transnacionales ha desplazado el uso del poder estatal central
hacia el apoyo a los derechos de propiedad en la periferia, como demuestra el
estudio de Charles Lipson (1985) del desarrollo de instituciones que protegen
el capital extranjero.
Varios autores han sugerido la importancia de
reorganizaciones mayores en la división centro/periferia del trabajo. John
Walton (1985) habla de la tercera “nueva división internacional del trabajo” y
Dale Johnson (1985: 22-8) ofrece un examen similar de las etapas de la dependencia.
La primera división internacional del trabajo correspondió a lo que otros han
llamado “dependencia clásica” – a exportación de materias primas desde la
periferia hacia el centro y la exportación de bienes manufacturados del centro
a la periferia. Ésta involucró la “desindustrialización” de aquellas áreas
periféricas que estaban produciendo productos que entraban en competencia con
las exportaciones centrales. Esta primera división internacional del trabajo
evolucionó durante un largo periodo de tiempo en el que varias rondas de auges
de cosechas comerciales y auges de la minería visitaron las áreas periféricas
disparejamente, en ondas cíclicas y en flujo y reflujo.
La segunda “nueva” división internacional del
trabajo, según Walton, comenzó en los ańos de 1930 cuando algunos países
periféricos comenzaron el proceso de industrialización dependiente. Respaldados
por las políticas estatales de sustitución de importaciones, los capitalistas
nacionales trataron de captar el mercado doméstico de bienes manufacturados.
Intentos similares habían sido hechos en el siglo diecinueve por grupos en
Chile (Zeitlin, 1984) y México (Hale, 1968) sin mucho éxito, pero la
transformación política de los Estados Unidos, Alemania y varias áreas hasta
entonces periféricas en Europa, que ocurrió durante el siglo diecinueve, hizo
posible la formación de nuevos centros de industrialización capitalista central
(Chase-Dunn, 1980; Senghaas, 1985). Estos casos de movilidad hacia arriba en el
centro no fueron, sin embargo, el patrón más típico. La mayoría de las áreas
continuaron estando periferizadas. Es dudoso que mucho de los nuevos países
industrializados (NICs, por sus siglas en inglés) sean capaces de lograr algo
más que una industrialización dependiente. El análisis de Peter Evans (1979) de
la competencia y la negociación entre los burócratas estatales, los
capitalistas domésticos y las corporaciones transnacionales (TNCs, por sus
siglas en inglés) por la participación en el mercado nacional brasileńo muestra
que aún en países donde la sustitución de importaciones ha sido la más exitosa,
los TNCs han logrado controlar muchos sectores del mercado doméstico.
La tercera nueve división internacional del
trabajo de John Walton es la globalización de la producción por las firmas
transnacionales. Esto ha sido revelado en la búsqueda de recursos por todo el
mundo y en la producción de componentes industriales en la periferia para su
exportación al centro. Volker Bornschier (1976) muestra evidencias de que el
grueso de las inversiones manufactureras de las TNC en la periferia sigue
estando enfocado en la producción para el mercado doméstico, pero también ha
habido una expansión de la producción transnacional en “zonas de libre empresa”
en la periferia. Esta es la “nueva división internacional del trabajo”
estudiada por Frbel, Heinrichs y Kreye (1980).
Si bien estas reorganizaciones de la jerarquía
centro/periferia han alterado algunas de las formas organizacionales y los
mecanismos institucionales que operan en el sistema-mundo (como se examina en
los capítulos 3 y 4) la dinámica más básica del sistema no ha cambiado. En la
revisión de las investigaciones comparativas formales que contiene el próximo
capítulo se presentan evidencias en apoyo de este punto de vista.
Capítulo 11: Reproducción de la Jerarquía
Centro/Periferia
Este capítulo examina los diferentes argumentos acerca
de cómo se reproduce la jerarquía centro/periferia como rasgo estructural del
sistema-mundo capitalista. Anteriormente se ha planteado que el subdesarrollo
es más que simplemente una etapa transitoria en el camino hacia el capitalismo
central. Muchos estudiosos del imperialismo han examinado las fuerzas que
impulsan al capitalismo a expandirse hacia a periferia. Las fuerzas de
expansión – oportunidades de materias primas baratas, trabajo de más bajo costo
y una demanda de mercado expandida – nos dicen por qué la periferia llega a ser
explotada, pero no nos dicen por qué los procesos de subdesarrollo que recrean
la jerarquía centro/periferia se sostienen. La pregunta real es: żpor qué es
necesaria la periferia para la reproducción del capitalismo central, o qué le
pasaría al capitalismo central si la jerarquía centro/periferia desapareciera?
Es insatisfactorio simplemente defender que el capitalismo y la jerarquía
centro/periferia son inseparables por definición. Necesitamos examinar la
cuestión de la “necesidad del imperialismo” directamente y el examen siguiente
revisa varias perspectivas teóricas con el propósito de responder esa pregunta.
Debería declararse de
entrada que muchas, incluso la mayoría de las teorías revisadas no se atienen a
la proposición de que la existencia de la periferia es un requisito para la
sobrevivencia del capitalismo central. Más bien la mayoría de los teóricos
sostienen que la periferia es simplemente una manera conveniente para mejorar
ciertas contradicciones causadas por su propia lógica, pero que estas
contradicciones tienen otras soluciones posibles, de manera que la periferia es
fortuita (para el centro), pero no necesaria (p. ej., Harvey, 1982). Revisaré
la extensa literatura reciente combinando flexiblemente los argumentos según su
énfasis principal, método éste que causa algunas dificultades, porque la
mayoría de los argumentos son, de hecho, multivariados. De todas maneras, es
necesario algún orden de presentación. Otra dificultad es la diferente
orientación en el tiempo de las varias teorías revisadas. Algunos enfocan
procesos que se cree que están ocurriendo solamente desde la 2Ş Guerra Mundial,
mientras que otros intentan formular una teoría que se aplique a la jerarquía
centro/periferia en un periodo mucho más largo. Las consideraciones de las
varias explicaciones no pueden escapar a los argumentos que se encuentran en el
capítulo 3 acerca de las etapas del capitalismo y en el capítulo 10 acerca de
las reorganizaciones de la forma de la jerarquía centro/periferia. La
intención, sin embargo, es construir una explicación que responda por la
reproducción de largo plazo de la jerarquía centro/periferia.
La consideración de las
fuerzas impulsoras que están detrás de la expansión a las áreas periféricas no
explica, por sí misma, las consecuencias de esa expansión. La expansión a
algunas áreas, tales como los Estados Unidos, resultó en la extensión del
capitalismo central, proceso éste relativamente auto-generado de acumulación
capitalista, mientras la expansión a otras áreas produjo el más usual
capitalismo periférico dependiente y reprodujo la jerarquía centro/periferia de
nivel mundial. żCuáles son los mecanismos sistemáticos que dan “efectos de repercusión”,
las propiedades subdesarrollantes acumulativas de las desigualdades
internacionales (Myrdal, 1957) que pesan más que los “efectos de extensión”, el
desarrollo más parejo de la acumulación capitalista del tipo central en el
espacio?
Además de un examen de
los varios mecanismos teóricos que han sido propuestos para reproducir a la
periferia, revisaré el corpus de las investigaciones entre naciones que han
sido hechas sobre algunos de estos mecanismos. Por varias razones, esas
investigaciones no aportan la palabra final, pero sí lanzan alguna luz sobre la
pregunta mayor.
Se ha afirmado que hay
una serie de mecanismos que son los fundamentos de la jerarquía
centro/periferia. Neil Smith (1984) reivindica que el desarrollo disparejo en
el modo capitalista de producción se deriva de la contradicción básica entre
valor de uso y valor de cambio. Arghiri Emmanuel (1972) propone una teoría del
intercambio desigual que se dice que responde de la extracción de plusvalía de
la periferia por el centro y varios autores han hecho elaboraciones y criticado
su teoría. Otros (p. ej. Petras y cols., 1981) han sugerido que el apoyo
principal de la de la jerarquía centro/periferia es el poder estatal. Así, el
estado imperial de los Estados Unidos actuando como policía mundial apoya la
operación del FMI, el Banco Mundial y otras instituciones de la burguesía
central. Otros (p. ej., Chase-Dunn y Rubinson, 1977) ven el proceso de
construcción de estado en el centro como menos monolítico, pero sin embargo
plantean que las diferencias centro/periferia en la fuerza del estado responden
por el subdesarrollo continuado de la periferia. Y otros (p. ej., Biersteker,
1978) siguen el desarrollo desigual internacional de la producción de
mercancías hasta los monopolios y /o las maquinaciones políticas de las
corporaciones transnacionales de base central. Immanuel Wallerstein (1983a)
plantea que las diferencias en el proceso de formación de clases entre el
centro y la periferia y las consecuencias políticas de esas diferencias
responden por la reproducción de las desigualdades internacionales. Alain de
Janvry (1981) defiende que la confianza periférica en los mercados de
exportación reproduce una estructura económica desarticulada en la periferia
que queda como necesariamente dependiente del sector central para los mercados.
Por supuesto que es
posible que todos los anteriores mecanismos operen juntos, variando con el
tiempo en su importancia relativa. Ya hemos notado en el capítulo 10 que la
forma de organización asumida por la jerarquía centro/periferia varía con el
tiempo y en algún grado de un lugar a otro. Aquí deseo revisar algunos de los
argumentos y examinar el problema para hacer investigaciones que determinen
cuáles son los mecanismos más importantes de la desigualdad centro/periferia.
El geógrafo marxista Neil
Smith (1984) ha planteado recientemente que el desarrollo disparejo a los
niveles urbano, regional, nacional e internacional es el resultado de las
tendencias contradictorias de diferenciación e igualación inherentes en el proceso
de acumulación capitalista. El valiente esfuerzo de Smith por fundamentar una
teoría del desarrollo disparejo en el modelo de acumulación de Marx no contiene
una explicación sistemática de la reproducción de la jerarquía
centro/periferia, sin embargo. Él hace notar que la necesidad que tiene el
capital de trabajo barato y de materias primas baratas son contradictorias con
la necesidad de expandir la producción en la periferia para ampliar los
mercados, pero no explica por qué el capital continúa manteniendo la
desigualdad internacional en lugar de usar
a la periferia como un nuevo locus de acumulación de tipo central
(Smith, 1984: 141). Está implícito en el enfoque de Smith que no hay nada
necesario acerca de la jerarquía centro/periferia para el capitalismo. Como
dice él, “el énfasis en la acumulación más que en el consumo es solamente eso,
no obstante, un énfasis” (Smith, 1984: 141). El capital central continúa
reproduciendo desigualdad internacional simplemente porque está trabajo en sus
viejas maneras. Como dice Smith, “Empíricamente, no obstante, y a pesar de la
dramática industrialización que se ha instalado en los ańos de 1970 en
economías seleccionadas del Tercer Mundo, parece improbable una
industrialización general y sostenida. Esta clase de reestructuración está,
hasta ahora, bloqueada por patrones heredados de acumulación de capital”
(Smith, 1984: 158). Si bien estoy de acuerdo con la predicción de Smith, la
base puramente contingente que él aduce para esto es algo frustrante,
especialmente si estamos en busca de una explicación sistemática para la reproducción de la jerarquía
centro/periferia.
Arghiri Emmanuel (1972)
reivindica que el intercambio desigual es el fundamento del desarrollo
disparejo. El intercambio desigual, como lo define Emmanuel, se afirma que es
una base principal para la extracción de plusvalía de la periferia por el
centro y que da como resultado el subdesarrollo de la periferia. Resumiré la
teoría de Emmanuel y los demás enfoques que abordan los diferenciales salarias
del centro/periferia o las diferencias en los procesos de formación de clases
entre el centro y la periferia. También revisaré los argumentos que enfocan:
-- la naturaleza de la
división centro/periferia del trabajo entre los productores de materias primas y
manufacturas (composición comercial),
-- las explicaciones
estado-céntricas,
-- la desarticulación de
las estructuras económicas periféricas y
-- las actividades
económicas y políticas de las firmas transnacionales.
Después presentaré mi propia explicación sistemática de la
reproducción centro/periferia. Entonces examinaremos las recientes
investigaciones entre naciones, que son relevantes para la cuestión de la
reproducción centro/periferia.
Los
Diferenciales Salariales
La
teoría de intercambio desigual de Emmanuel explica cómo se transfiere la
plusvalía de la periferia al centro por la operación de los precios en el
mercado internacional. Trabajando a partir de la teoría de Marx de la
composición orgánica del capital, Emmanuel distingue entre dos especies de
intercambio desigual: el que ocurre debido a diferencias entre sectores en la
composición orgánica del capital (la razón de capital a trabajo en el proceso
de producción) y el que ocurre debido a diferencias entre sectores en los
salarios promedio que se pagan por cantidades equivalentes de trabajo. Emmanuel
define el primer tipo como una transferencia normal entre sectores con
diferencias en el nivel de composición orgánica. Sí afecta el intercambio
centro/periferia, porque la producción central promedio tiene una composición
orgánica mayor (más capital por hora de salario) que la producción periférica.
Amin (1977) defiende que éste solo es un componente significativo de la
explotación centro/periferia que es reproducida por la monopolización de tecnologías
más productivas en el centro. Pero para Emmanuel el tipo más importante de
intercambio desigual es el que es debido a las diferencias salariales que se
revierten a los trabajadores que realizan especies similares de trabajo. Él
hace notar que los trabajadores centrales reciben salarios mucho más altos como
promedio que los trabajadores periféricos, aún cuando las diferencias en
productividad debidas a la tecnología son tomadas en cuenta. Por ejemplo, un
carpintero en los Estados Unidos puede ganar diez veces más que un carpintero
en México a pesar de su uso de tecnología de trabajo similar. Amin (1980b) ha
calculado que hay realmente una diferencia en salarios entre el centro y la
periferia, que va mucho más allá de las diferencias en productividad.
Amin resume sus estimados para 1976 como sigue:
Para la industria, si
bien la productividad es de alrededor de la mitad de lo que es en el centro,
los salarios son solamente un séptimo; en la agricultura, mientras la
productividad es el 10 por ciento de lo que es en el centro, los ingresos de
los campesinos son de un veinteavo del centro; y en otras actividades una
actividad de cerca de un tercio de la del centro se compara con salarios de un
séptimo. Como las razones de las productividades son uniformemente menos
desfavorables en la periferia que las razones de remuneración, se desprende que
hay una sobreexplotación del trabajo en la periferia que alcanza un total de
tanto como $300 billones y que está en gran parte escondida en la estructura de
precios. (Amin, 1980b: 18-19)
De Janvry y Kramer (1979) han criticado ciertas dificultades
lógicas en la formulación de Emmanuel de la teoría del intercambio desigual.
Ellos defienden que la teoría solamente se sostiene cuando hay una
especialización completa entre los países en términos de los bienes producidos
para la exportación y que las disparidades iniciales de salario tenderán a
desaparecer si el capital y el trabajo son móviles. Bill Gibson (1980) muestra
que la teoría de Emmanuel puede ser generalizada para responder del comercio en
el que la especialización de las exportaciones no es completa. Y él analiza una
matriz de 67 sectores del comercio mundial que aporta evidencias de que en
realidad hay una gran transferencia de valor de la periferia al centro como resultado
de las diferencias salariales más allá de las diferencias de productividad.
Hay acuerdo sustancial acerca de la importancia de los
diferenciales salarias entre el centro y la periferia en la explotación que
ocurre a nivel mundial. Pero el desacuerdo es amplio sobre la cuestión de los
orígenes y procesos que reproducen el diferencial salarial. Emmanuel plantea
que los salarios son una variable exógena. Las diferencias originales existen
porque las naciones tienen diferentes herencias “históricas y morales” y estas
diferencias se reproducen porque el trabajo está relativamente restringido de
migrar entre las fronteras nacionales. Si realmente la movilidad libre del
trabajo fuera permitida, la migración eventualmente eliminaría los
diferenciales salariales centro/periferia. Emmanuel sugiere que, por varias
razones, el capital es más móvil que el trabajo, pero su teoría no incluye un
análisis sistemático de los procesos que reproducen el diferencial salarial
centro/periferia. Otros teóricos sí abordan esta cuestión, pero sus
explicaciones difieren. Las revisaremos más adelante.
Adicionalmente
a las causas, hay alguna disputa acerca de las consecuencias del intercambio
desigual. Si bien hay amplio acuerdo en que él responde por una sustancial
transferencia de valor hacia el centro desde la periferia, los estimados de la
cantidad real varían considerablemente (ver Gibson, 1980). Y las consecuencias
de las tasas relativas de crecimiento en los países periféricos también están
en disputa. Muchos economistas neoclásicos reivindican que las exportaciones al
centro deberían tener efectos positivos de crecimiento (crecimiento impulsado
por las exportaciones), mientras que Emmanuel y otros reivindican que la
especialización en las exportaciones de bajos salarios tiene un efecto
retardatario sobre el crecimiento. Las evidencias sobre esto se examinan en la
siguiente sección. Otra explicación del subdesarrollo que enfoca los
diferenciales salariales entre el centro y la periferia es la formulada por
Raúl Prebisch (1949). Su argumento se enfoca en las retribuciones a los
crecimientos de productividad. Él reivindica que los trabajadores del centro
son institucionalmente capaces de vincular sus salarios con los incrementos de
productividad porque ellos tienen sindicatos fuertes y un importante acceso al
poder del estado central, mientras en la periferia los aumentos de
productividad conducen a precios más bajos para los productos periféricos y
aumentos en el desempleo (y menores salarios) ya que los trabajadores se hacen
redundantes por la tecnología más productiva. Los capitalistas periféricos no
tienen el poder de mercado para evitar las disminuciones de precios, como
suelen tener los capitalistas centrales y los trabajadores periféricos no
tienen el poder institucional para vincular los aumentos de productividad con
los aumentos salariales. Así, el centro se beneficia de las importaciones
periféricas más baratas, mientras la periferia se perjudica por los productos
centrales más caros y los trabajadores periféricos experimentan bajos salarios
continuados y desempleo elevado. Si bien la teoría de Prebisch enfoca las
diferencias salariales, puede verse que la variable clave es el acceso
diferencial al poder estatal y los sindicatos fuertes. En lo que sigue se
examinan teorías que enfocan explícitamente esa dimensión.
Formación
de Clases
Otros
teóricos enfocan los procesos diferenciales de formación de clases entre el
centro y la periferia. Immanuel Wallerstein (1983a) ve la reproducción de las
formas no-salariales de explotación en la periferia como la clave para la
reproducción de la jerarquía centro/periferia. Otros enfocan la interacción
entre la dominación y el status económico de las mujeres en la periferia.
Claudia von Wehrlof (1984) defiende que la dimensión más fundamental de la
opresión y la explotación en la economía-mundo capitalista (tanto del centro
como de la periferia) es la que explota el trabajo no pagado de las mujeres y
de los “semi-proletarios” campesinos. La ceguera definicional que no logra
calcular la contribución de trabajo gastado dentro de los hogares y dentro de
los sectores no-monetizados periféricos para la reproducción de la fuerza de
trabajo mundial es vista como fundamental para la naturaleza del sistema
moderno, más bien que como una repercusión vestigial de un anterior modo de
producción. Wallerstein (1983a) plantea que la reproducción sistemática de
formas no-salariales de trabajo es el mecanismo principal que evita la
igualación de la acumulación capitalista central. Otros autores (p. ej., Ward,
1984), trabajando a partir de la perspectiva de “mujeres y desarrollo”,
defienden que es la combinación de la tecnología occidental de salud y la
especie de desarrollo económico dependiente que ocurre en la periferia, la que
inhibe la transición demográfica y empeora el status económico de las mujeres.
En lo adelante se examinarán estos tópicos.
Composición
Comercial
Varios
autores han planteado que es la forma particular de la división internacional
del trabajo la que responde por la reproducción de la jerarquía
centro/periferia.
Johan Galtung (1971) reivindica que lo que afecta
diferencialmente las tasas de crecimiento económico nacional es el “nivel de
procesamiento” de las exportaciones en relación con las importaciones. La forma
clásica de la división centro/periferia del trabajo era la exportación de
materias primas de la periferia al centro y la exportación de bienes
manufacturados del centro a la periferia. Galtung y otros (p. ej., Hirschman,
1980) planteaban que las producciones derivadas y los multiplicadores que
estaban asociados con la manufactura diversificada son mayores que los
asociados con la producción de materias primas, por lo que el centro
experimentará un crecimiento económico más rápido que la periferia y la brecha
se reproducirá.
Stephen Bunker (1984) caracteriza las economías extractivas como
el elemento principal que reproduce la jerarquía centro/periferia. El
agotamiento de recursos y la demanda cambiante responden por los costosos
ciclos de auge y depresión de las economías extractivas periféricas. Como los
recursos materiales están ubicados al azar en relación con las aglomeraciones
urbanas, la restricción de las empresas derivadas y de las multiplicadoras en
la extracción de materias primas es exacerbada por los altos costos de
relocalización de la infraestructura social y económica al irse agotando los
recursos o cuando la demanda internacional cambia. Los valores de uso se
pierden para la región, tanto mediante las exportaciones de los recursos como
mediante la alteración de los ecosistemas de los cuales son extraídos. El
intercambio desigual del trabajo es acompańado por el intercambio desigual de
materia y energía. Las clases dominantes engendradas por tales economías
tienden a invertir el capital disponible en infraestructura y organización para
el transporte y el intercambio antes que en la industria. Las instituciones
políticas están en gran parte adaptadas a control el acceso a los recursos
naturales. Ninguna de ellas está diseńada para la protección o la explotación
racional de los recursos en los que se basa la economía. La región extractiva
se empobrece ecológicamente por un proceso que no genera economías productivas
alternativas. La demanda del centro de materias primas y la organización social
periférica que las extrae, se combinan para reproducir la jerarquía
centro/periferia.
Otro
tipo de mecanismo de base comercial que se plantea que apoya la jerarquía
centro/periferia es la capacidad de las áreas centrales de mantenerse como
líderes en el desarrollo de la nueva tecnología de producción. Esto les da el
filo a los productores centrales en la competencia internacional con los
productores no-centrales, aún cuando haya industrialización en la periferia. La
teoría del ciclo de producto elaborada por Raymond Vernos (1966) describe la
concentración de la investigación y el desarrollo en las áreas centrales, donde
se introducen los nuevos productos. Los monopolios tecnológicos que capacitan a
los desarrolladores para vender los nuevos productos a un alto precio (la renta
tecnológica) van eventualmente disminuyendo a medida que otros productores
introducen productos competitivos comparables. La competencia en precios
eventualmente hace mudar la producción del producto hacia la periferia, donde
los costos de trabajo son menores. Así, son mayores las retribuciones a las
firmas que pueden introducir nuevos productos y el proceso mediante el cual
estos productos se difunden por el sistema que reproduce las desigualdades
internacionales. La división del trabajo entre la investigación y desarrollo
del “sector monopólico” y la producción del “sector competitivo” de productos
estándar se convierte en el diferencial clave dentro de la división
centro/periferia del trabajo.
La
Desarticulación de las Estructuras Económicas Periféricas
Osvaldo
Sunkel (1973) fue tal vez el primero de la escuela de la dependencia en enfocar
la desintegración y desarticulación de las estructuras económicas nacionales
que es característico del capitalismo periférico. Criticando la escuela de la
modernización, que enfocaba el “cuello de botella” entre los sectores moderno y tradicional, Sunkel
planteaba que las desigualdades extremas y la desarticulación de las economías
periféricas están funcionalmente relacionadas con la reproducción de las
desigualdades internacionales. Sunkel y André Gunder Frank (1969) defendían que
los importantes vínculos sociales, económicos y políticos entre los sectores
“moderno” y “tradicional”, más bien que su separación, eran responsables de la
reproducción del sector tradicional y del enlentecimiento del desarrollo de los
países periféricos.
Alain de Janvry (1981) ha reformulado este énfasis temprano en
la desarticulación, en una teoría bien especificada de los rasgos del
capitalismo periférico y central. El capitalismo central es un proceso
auto-reproductor de acumulación capitalista, que está sometido a ciertas
contradicciones, en particular, la tendencia a producir más mercancías que
puedan ser vendidas, dado un cierto nivel de la demanda efectiva. La tendencia
hacia la saturación del mercado puede ser temporalmente resuelta por el
desarrollo de nuevos productos, la elevación de salarios y de niveles de
consumo y/o la expansión a nuevos mercados en la periferia. El capitalismo
central, por lo tanto, contiene dentro de él una tendencia a resolver las
crisis económicas mediante la expansión de la demanda de consumo y/o los gastos
estatales, aunque estas formas de ajuste están limitadas por la competencia
entre los estados centrales por porciones del mercado mundial. El capitalismo periférico,
por otro lado, es primariamente dependiente de la producción de productos no
vendidos en el mercado doméstico. Así, no hay una dinámica que estimule la
expansión del consumo doméstico. Más bien la reproducción de los bajos niveles
de remuneración para la mayoría de los trabajadores es sostenida por una
coalición política entre los capitalistas periféricos dependientes y las firmas
transnacionales centrales y los estados centrales que se benefician de las
exportaciones relativamente baratas. Esto estimula la reproducción de formas de
trabajo semi-proletarizado, que recibe salarios extremadamente bajos, a menudo
por debajo del nivel necesario para reproducir al trabajador durante una vida.
Estos bajos salarios suelen ser subsidiados por formas no-mercantiles de
producción de subsistencia o un sector urbano informal que opera a un nivel de
precio bajo, debido a la incorporación de actividades de subsistencia y formas
de trabajo familiares no pagadas, o de ayuda mutua.
De Janvry examina la relación entre su modelo de capitalismo
central y capitalismo periférico en términos de los rasgos de necesidad y
posibilidad. Para el capitalismo periférico, el capitalismo central es tanto
necesario como fuente de demanda de mercado e importaciones necesarias, como aporta
ciertas oportunidades para actividades lucrativas de negocios. Para el centro,
por otro lado, la existencia de la periferia no es necesaria. Su existencia más
bien aporta ciertas oportunidades, pero el capitalismo central podría proceder
a reproducirse en ausencia de un sector de la economía mundial en el que esté
operando el capitalismo periférico. Esto es porque las oportunidades para la
producción de bajo salario, materias primas baratas y alimentos y la expansión
de mercados, son deseables pero no esenciales. Hay posibilidades de resolver
estos problemas también dentro de la economía central. Así, para de Janvry, “El
capitalismo periférico y el patrón asociado de acumulación primitiva no es una
realidad sui generis con sus propias leyes distintas de movimiento, sino
que es solo una fase por más que históricamente excepcional y prolongada en
el desarrollo del capitalismo en áreas particulares del sistema-mundo” (De
Janvry, 1981: 22, énfasis ańadido).
De
Janvry esboza versiones de su modelo de capitalismo periférico desarticulado
tanto para la economía de enclave de exportación, como para las economías de
industrialización por sustitución de importaciones. En el segundo han sido
internalizados ciertos circuitos y hay un mercado doméstico creciente, pero el
proceso de sustitución de importaciones conduce a nuevas formas de dependencia
de las importaciones de bienes de capital procedentes del centro y sigue
habiendo un sector tradicional desarticulado. Esta extensión fue bosquejada
anteriormente por Sunkel (1973), pero de Janvry la describe dinámicamente como
una lucha entre los capitalistas compradores [en espańol en el original – N.
del T.] aliados con los capitalistas centrales y nacionales que apoyan
políticamente el desarrollo de un mercado doméstico. Se alega que esta lucha
responde por las oscilaciones periódicas entre
regímenes populistas y autoritarios en los países semiperiféricos.
La
Explotación Corporativa Transnacional
Varias
explicaciones enfocan las instituciones de los bancos privados transnacionales
y las firmas de producción basados en el centro (TNCs, por sus siglas en
inglés) como las organizaciones clave que reproducen la jerarquía
centro/periferia. La mayoría de éstas se enfocan en las décadas recientes. Se
plantea que la dependencia del capital en acciones y los empréstitos retarda el
desarrollo económico en la periferia. Las corporaciones centrales
descapitalizan a los países periféricos repatriando mucho más de lo que
invierten y actúan políticamente para reforzar a los regímenes periféricos que
apoyan el patrón de desarrollo económico disparejo que produce grandes
desigualdades al interior de las naciones en la periferia. La forma clásica de
explotación era la producción de materias primas extraídas y de bienes
agrícolas para la exportación hacia el centro. Es obvio que esos productores no
tienen interés en elevar el ingreso de las masas en la periferia, porque esas
masas no son una fuente significativa de demanda para sus productos. Aunque
muchas firmas transnacionales han comenzado produciendo bienes para el
mercado doméstico en los países periféricos y semiperiféricos, estas firmas
aún apoyan a regímenes que perpetúan las desigualdades entre las pasas pobres y
los grupos dominantes que viven bien y su pandilla relativamente pequeńa de
subalternos de clase media. En contra de las teorías de quienes suponen que el
crecimiento de la manufactura transnacional en la periferia le da a las firmas
extranjeras un incentivo para apoyar las políticas que aumentarían los ingresos
de las masas (porque ellas ahora están vendiendo dentro del mercado doméstico),
Bornschier y Chase-Dunn (1985: capítulo 2) han planteado que el continuado
nivel cercado al de subsistencia de los ingresos de la gran mayoría de los
pueblos periféricos no brinda una oportunidad para los mercados expandidos de
las transnacionales de base central. Estas firmas continúan aportando recursos
para apoyar las desigualdades existentes, porque la mayoría de sus productos
son o bien bienes de capital consumidos por el sector estatal u otras grandes
firmas, o si no son bienes relativamente caros (p. ej., bienes duraderos de
consumo) para el cual las masas no constituyen ni en el futuro previsible
constituir una fuente de demanda efectiva. Una cantidad de recursos de las TNC
que se concentran en mantener el patrón vigente de desarrollo disparejo, recibe
una retribución mayor que si esos recursos se usaran para alterar el régimen a
favor de una distribución más pareja del ingreso. El aumento del ingreso
cercano a la subsistencia de los hogares no crea demanda para los bienes caros,
sino que más bien conduce a un mayor consumo de alimentos y otros bienes
básicos. Así, aún cuando las corporaciones transnacionales estén produciendo
para el mercado doméstico, ellas actúan políticamente para sostener una
estructura periférica desarticulada que deja a una gran proporción de la
población fuera del proceso de desarrollo.
Explicaciones
Estado-Céntricas
Varios
teóricos reivindican que es la estructura imperial del poder político/militar
la que reproduce la jerarquía centro/periferia. Este argumento lo plantean
explícitamente James Petras y cols. (1981). El subdesarrollo en la periferia y
la explotación económica de la periferia por el centro son apoyados por el
poder político/militar de los estados centrales. Durante el periodo de
colonialismo formal, los estados centrales ejercieron el control directo de las
áreas periféricas. En el sistema-mundo contemporáneo son los Estados Unidos,
asumiendo ellos mismos el rol de policía mundial, los que abiertamente o de
manera encubierta apoyan a regímenes periféricos que están abiertos a la
explotación por el capital central. Otros estados centrales también desempeńan
un rol similar en “sus propios patios periféricos” y el mantenimiento de la
jerarquía es también respaldado por organizaciones internacionales tales como
el Banco Mundial y el FMI, que están bajo control de los estados centrales (1).
Una versión más complicada del enfoque estado-céntrico se esboza
en Chase-Dunn y Rubinson (1977). Aquí el proceso de intercambio desigual se
teoriza como vinculado a formas diferenciales de construcción del estado, la
formación de bloques de poder y la lucha de clases que ocurren en el centro y
en la periferia. Esta perspectiva combina el enfoque estado-céntrico con elementos
de otras explicaciones. Ésta hace una pregunta que no se hacen los teóricos del
poder imperial descritos anteriormente: żqué reproduce las desigualdades
político-militares entre los estados? Sabemos que algunos estados cambian sus
posiciones en la jerarquía político-militar mundial. Prusia, los Estados
Unidos, Japón y la Unión Soviética se unieron todos al círculo de las “grandes
potencias”, mientras Portugal, Espańa y Bretańa han experimentado declinaciones
en su poder militar relativo. Pero żpor qué no se ha hecho más desigual la
distribución misma de poder militar? żCuáles son los procesos que concentran un
gran poder militar entre unos pocos estados centrales, aún cuando hay un auge y
caída en términos de poder relativo en estados particulares?
Richard
Rubinson (1978) también examina los procesos que le han hecho posible a algunos
estados moverse hacia arriba en la jerarquía centro/periferia en su análisis de
las transformaciones políticas que ocurrieron en Alemania y los Estados Unidos
en el siglo diecinueve. Estos casos representaron ejemplos raros de movilidad
exitosa hacia arriba en el sistema-mundo. Los países más típicos que
permanecieron en la semiperiferia y la periferia, o bien no tuvieron
movimientos de transformación política o tuvieron movimientos que fracasaron en
sus intentos por desarrollar las bases institucionales del capitalismo central
(p. ej., Zeitlin, 1984) (2). Las propuestas teóricas desarrolladas en
Chase-Dunn y Rubinson (1977) describen a interacción de cuatro procesos que reproducen
la jerarquía centro/periferia: la formación de bloques de poder, la formación
de estado, el intercambio desigual y la lucha de clases. El intercambio
desigual ya ha sido examinado anteriormente. Lo que sigue aquí es una sinopsis
de la formación de bloques de poder, la formación de estado y la lucha de
clases.
Formación
de Bloques de Poder
Un
bloque de poder es una coalición de clases y subgrupos de clases que apoyan a
un estado. La formación de bloques de poder es el proceso mediante el cual los intereses
de una coalición político-económica son institucionalizados dentro de un
aparato estatal. Para asegurar ventajas económicas estables son necesarios
medios políticos, por lo que los grupos de capitalistas intentan constantemente
convertir su poder económico en poder político. Consecuentemente se desarrolla
una lucha por el poder del estado entre los subgrupos de la clase capitalista
dentro de estados particulares. Históricamente, en aquellas áreas donde los
capitalistas periféricos que producían productos primarios para exportación
controlaban el estado, este tipo de producción se hizo prevaleciente y la
posición de las clases manufactureras y mercantiles originarias tendió a
declinar. En aquellas áreas donde los capitalistas manufactureros y comerciales
dominaron al estado, aquellos intereses económicos tendieron a mantenerse. Esto
es porque la posesión de autoridad política es un importante mecanismo que
reproduce la división internacional del trabajo. Una vez que un conjunto de
intereses económicos se hace dominante dentro de un aparato estatal, esos tipos
de producción se hacen relativamente más seguros y resistentes a los desafíos
de capitalistas que tengan necesidades contradictorias vis-ŕ-vis la
política económica estatal. La victoria política de los productores centrales
en los estados centrales es complementaria con y actúa para sostener la
victoria política de las capitalistas periféricos en las áreas periféricas.
Consecuentemente, la división económica del trabajo se llega a estructurar en una
división geopolítica del trabajo.
Durante l a era de la división “clásica” del trabajo entre el
centro y la periferia, que se basaba en las industrias manufactureras y la
producción de materias primas, el proceso de formación de bloques de poder
reforzó esta división del trabajo. En el centro, una alianza de capital
comercial, financiero e industrial favoreció políticas estatales relativamente
flexibles, que permitieron el desarrollo continuo del capitalismo central. Las
coaliciones poderosas y flexibles apoyaron a un estado fuerte y los conflictos
por la política económica estatal se resolvían de manera relativamente
amistosa. En la periferia el bloque de poder usualmente se componía de una
alianza entre los productores de materias primas que eran dependientes de los
mercados centrales. Los productores nuevos, que desafiarían las proporciones de
mercado de los capitalistas centrales existentes, tendían a ser excluidos del
poder estatal en la periferia, aunque con frecuencia ocurrían desafíos a este
arreglo feliz entre capitalistas centrales y periféricos. En la mayoría de los
países periféricos los retadores perdían y el estado continuaba en manos de
capitalistas periféricos atados a la división del trabajo centro/periferia
vigente.
Este
modelo puede adaptarse al más reciente periodo de “industrialización
dependiente”. En muchos países la anterior caracterización sigue siendo apta,
pero en otros, el nivel de industrialización por sustitución de importaciones
se elevado, de manera que necesitamos tomarlo en cuenta en las negociaciones
entre capitalistas locales, capitalistas transnacionales y los dirigentes
estatales periféricos y semiperiféricos. El trabajo de Peter Evans (1986) deja
claro que los propios dirigentes estatales suelen ser importantes actores, creando
algunas veces círculos de apoyo en el sector privado que apoyan los programas
que desarrollen una producción de tipo central. Más delante se considera de
manera más general el caso de los estados semiperiféricos.
Formación
de Estado
La
formación de estado es el proceso mediante el cual los estados aumentan o
disminuyen su fuerza, tanto en relación con sus propias poblaciones como en
relación con actores extranjeros. Los procesos de formación de bloques de poder
y de formación de estado están íntimamente relacionados. Las áreas centrales
tienen estados fuertes, estados en los que la autoridad política es bastante
extensa y estable. Las áreas periféricas tienen estados relativamente débiles,
en los que la autoridad política es menos extensa y estable (recordar capítulo
6). Un estado fuerte es el que tiene la capacidad de movilizar grandes recursos
siempre que lo necesite. La fuerza del estado, en este sentido, es parcialmente
una función del grado en que el apoyo de las clases dominantes de un país está
institucionalizado dentro de la maquinaria del estado. La relación entre la
formación de bloques de poder y la formación de estado surge de las demandas y
requerimientos políticos de las diferentes especies de intereses económicos
institucionalizados dentro de los estados. Antes de explicar por qué diferentes
tipos de bloques de poder producen diferentes tipos de formación de estado, es
necesario recordar a importancia de la acción del estado en la economía-mundo
capitalista competitiva, tal como se examinó en la 2Ş Parte. Los estados
fuertes pueden ser mecanismos efectivos para proteger a los actores económicos
de los riesgos e incertidumbres inherentes en la producción competitiva de
mercancías en el mercado mundial. Los estados como empresas controladoras de la
violencia pueden aportar importantes rentas de protección a sus capitalistas y
bajo algunas condiciones los estados pueden intervenir efectivamente para
apoyar nuevos tipos de producción que pueden mantener o aumentar la proporción
de plusvalía mundial que retorna a los capitalistas domésticos (Rueschemeyer y
Evans, 1985).
A causa de la importancia de los estados en el proceso de
acumulación capitalista, todos los capitalistas desean utilizar el poder
estatal para regular en mercado para su ventaja propia. Así, los grupos
dominantes de capitalistas tratan de institucionalizas sus intereses dentro del
estado. Pero el tipo de formación estatal es dependiente de la naturaleza
del bloque de poder. El bloque industrial comercial-financiero en los estados
centrales produce estados fuertes, mientras que el bloque orientado a las
exportaciones en los estados periféricos produce estados débiles. Esta
diferencia se deriva de los diferentes requisitos políticos y demandas de estos
tipos de producción.
Los efectos de la naturaleza del bloque de poder en el grado de
formación de estado pueden separarse en los de causas externas e internas.
Existen dos mecanismos externos. Primero, cuando los intereses en un estado
están compuestos primariamente de capital industrial y comercial, se le hacen
grandes demandas al estado de crear una política exterior agresiva. Esto es
porque una producción económica tal requiere acceso a los mercados extranjeros,
tanto para las materias primas como para la venta de bienes de capital y de
consumo. Los capitalistas comprometidos en este tipo de producción estarán
compitiendo por el acceso a esos mercados. Uno de los medios más efectivos para
competir es emplear una política exterior comercial y militar agresiva. Así,
podemos esperar que las demandas de una política tal conducirán a un aumento en
la autoridad y fuerza del estado, ya que los capitalistas comerciales e
industriales apoyan aumentar su fuerza para seguir esas políticas. Los países
donde los grupos capitalistas dominantes están produciendo productos primarios
para la exportación experimentarán muchas menos demandas de política exterior.
Es improbable que los capitalistas periféricos que producen exportaciones de
materias primas apoyen una política exterior extensa, porque sus ganancias no
suelen estar afectadas por una política económica estatal agresiva. Es casi
imposible afectar la demanda de tales bienes primarios mediante la acción
estatal (3). Así, habrá menos vectores de interés económico empujando al
estado hacia una política exterior agresiva y consecuentemente la autoridad y
la fuerza del estado serán menores.
La segunda consideración externa que afecta el crecimiento
relativo de los estados surge de los estados fuertes que intentan activamente
debilitar a los estados periféricos. Los estados centrales emplean este proceso
porque el debilitamiento de los estados periféricos es una manera de
monopolizar aún más los mercados y de asegurar un suministro estable de
materias primas.
Entre las razones internas, los estados fuertes surgen en
el centro porque se necesita una regulación política extensa para auspiciar y
proteger las actividades industriales y comerciales centrales. Por ejemplo, se
requiere una sofisticada política de intercambio y comercio tanto para proteger
las industrias domésticas como para aportar la infraestructura necesaria para
la producción industrial. Como la producción en el centro es mucho más extensa
y diversificada, se harán muchas más demandas políticas al estado y
consecuentemente, habrá un mayor grado de formación de estado.
Una vez que se desarrollan estados fuertes, ellos se convierten
en un mecanismo central para reproducir la división centro/periferia del
trabajo. Al cambiar el mercado mundial y crearse nuevas áreas de ganancias, un
estado fuerte, que ha incorporado a una gran variedad de intereses dentro de
sí, está en disposición tanto de sentir las presiones para desplazar la ventaja
política a alguna nueva área emergente de ganancias y de ser capaz – a causa de
su mayor autoridad – de efectuar este desplazamiento de la ventaja política a
nuevos tipos de producción.
Las coaliciones políticas entre clases y la formación de estado
pueden asumir formas distintas en la semiperiferia. A causa de la mezcla de
actividades centrales y periféricas en algunos estados semiperiféricos, las
diferentes especies de capitalistas tienden a tener intereses muy opuestos.
Algunos tienen alianzas con las potencias centrales basadas en su control de
las actividades periféricas, mientras otros favorecen políticas más independientes
que expandirían las actividades de tipo central. Así suele ocurrir que el
propio aparato estatal se convierta en el elemento dominante de la formación de
un bloque de poder y sea capaz de conformar las coaliciones políticas entre los
grupos económicos. En los países semiperiféricos con potencial para la
movilidad hacia arriba, la movilización estatal del desarrollo ha sido
frecuentemente un rasgo importante. Los países móviles hacia arriba que
descansan en alianzas con las potencias centrales tienden a desarrollar
regímenes militares derechistas (p. ej., Brasil desde 1964 hasta hace poco)
mientras los que intentan un desarrollo más confiado en sí mismos van
moviéndose hacia la izquierda (p. ej., China y la Unión Soviética). Ya sean
izquierdistas o derechistas, los países semiperiféricos móviles hacia arriba
tienden a emplear más políticas dirigidas por el estado y movilizadas por el
estado que los países centrales.
Los
países periféricos tienden a tener altos niveles de inestabilidad política y regímenes
ya sea de derecha respaldados por las potencias centrales, o de izquierda y
opuestos al centro. Pero en la periferia las oportunidades para una movilidad
real hacia arriba en el sistema (la expansión de actividades centrales) son
mucho más limitadas, de manera que las fuerzas de clase que respaldan un
desarrollo de tipo central tienden a ser débiles. Los movimientos
antiimperialistas pueden tomar el poder estatal y tratar de movilizar por el
desarrollo (p. ej., Angola, Cuba, Vietnam, Mozambique, Nicaragua, etc.), pero
el desarrollo de actividades de tipo central requiere recursos que los pequeńos
países periféricos usualmente no tienen. Son necesarios un tamańo del mercado
interno, fuerza del estado, recursos naturales y suficiente poder político para
aislar al país de las potencias centrales, si tal movilización antiimperialista
no se va a convertir bien en una repercusión aislacionista o en un contragolpe
de la CIA. Aquellas áreas que escapan al sistema pero que no se desarrollan
económicamente son pronto reconquistadas (p. ej., Haití, Birmania). No
obstante, estas restricciones al desarrollo exitoso en oposición al sistema se
reducen mientras más se hacen posibles hacer alianzas con otros estados
socialistas, más desarrollados.
Lucha de
Clases
El
cuarto mecanismo por el que se reproduce la división del trabajo en el
centro/periferia es la operación del conflicto de clases en escala mundial. Las
clases se entienden convencionalmente en términos de su operación dentro de las
sociedades nacionales y por lo tanto la lucha de clases se ve teniendo lugar
primariamente dentro de países. Las clases económicas objetivas atraviesan las
fronteras nacionales para formar una estructura que solamente puede ser
entendida en términos del sistema-mundo. Amin (1980b) desarrolla este tipo de
análisis en su examen del proletariado mundial y de la burguesía mundial.
Como las mayores organizaciones políticas en la economía mundial
son los estados nacionales, las luchas de clases tienden a orientarse hacia
estas estructuras estatales. De aquí que ahí esté la contradicción entre la
base económica de la formación de clases y la base política de la lucha de
clases. La lucha de clases asume la forma de una competencia por el control de
estructuras estatales particulares y esto fragmenta a las clases objetivas y
estabiliza al sistema mayor. El internacionalismo proletario aún no ha sido una
fuerza unificadora efectiva ni siquiera entre los trabajadores del centro de
estados diferentes, no ya entre los trabajadores del centro y los periféricos.
El sistema interestatal tiende a confinar la lucha de clases dentro de los
estados-naciones. Esto tiene el efecto de reproducir la división
centro/periferia del trabajo al producir alianzas de clases que estabilicen políticamente el modo global
de producción.
La explotación tiene lugar a lo largo de dos dimensiones
principales: entre el capital y el trabajo y entre el centro y la periferia. La
explotación de la periferia por el centro ayuda al capital a cooptar al trabajo
central en una alianza nacional. Similarmente, la oposición a la explotación en
el centro algunas veces produce alianzas entre el capital doméstico y el
trabajo en la periferia. En muchas áreas semiperiféricas, por otro lado, han
sido más difíciles las alianzas interclasistas porque la jerarquía
centro/periferia presenta alternativas contradictorias. Existen posibilidades
simultáneas reales en algunos países semiperiféricos para ya sea una alianza
con las potencias centrales o para una movilización para el desarrollo auto-céntrico.
El estado es la organización clave y su control es fuertemente impugnado entre
grupos con intereses ampliamente opuestos. Esto da como resultado ya sea
regímenes autoritarios que suprimen fuertemente la lucha de clases o luchas de
clases que dan como resultado que los movimientos izquierdistas tomen el poder
estatal. Las contradicciones entre capital y trabajo son silenciadas en el
centro y algunas veces en la periferia por la operación de la contradicción
centro/periferia, pero en la semiperiferia la lucha de clases puede
exacerbarse. Estos es parte de la explicación del surgimiento de alianzas de
las clases sociales democráticas y el sindicalismo de negocios en el centro.
Esto explica también en parte por qué los movimientos socialistas basados en el
poder de los trabajadores y campesinos ha llegado primero al poder estatal en
la semiperiferia (Rusia y China).
El
ascenso al poder de movimientos socialistas en la periferia no contradice lo
anterior. Estos la mayoría de las veces han sido luchas antiimperialistas que
han tomado el poder sobre la base de alianzas de clases anti-centrales. Por
supuesto, las alianzas de clases nacionalistas han sido importantes también en
la semiperiferia, pero la intensidad de la lucha de clases doméstica
involucrada en la creación de los regímenes socialistas ha sido mayor en la
semiperiferia que en la periferia. La cuestión aquí no es explicar
completamente la base clasista de todos los estados, sino apuntar a que una
consecuencia de la explotación centro/periferia es estabilizar las alianzas
interclasistas en el centro y en la periferia. Esto refuerza el sistema
interestatal y ayuda a reproducir la división centro/periferia del trabajo. La
función política de la semiperiferia, según Wallerstein, es estabilizar el sistema
concentrando las formas políticas desviadas en una posición intermedia. Esto
también tiende a despolarizar y estabilizar la dimensión centro/periferia de la
explotación.
Una
Teoría Política de la Necesidad del Imperialismo
Más
allá de la cuestión más simple del mecanismo que reproduce la jerarquía
centro/periferia en el corto plazo, está el asunto de la necesidad de la
existencia de un sector periférico para la reproducción de las relaciones
sociales capitalistas en el centro. Ya hemos mencionado que muchos académicos
marxistas (p. ej., Szymanski, 1981; de Janvry, 1981; Harvey, 1982) defienden
que la periferia y el capitalismo periférico es simplemente una fase en el
camino hacia la extensión del capitalismo central (capitalismo plenamente
desarrollado) a todo el globo. Se alega que las áreas periféricas brindan
oportunidades para hacer ganancias, pero son vistas como necesarias para el
capitalismo central. Este es el caso, se dice, porque las áreas periféricas
permiten que el proceso de acumulación capitalista en el centro se ajuste a sus
propias contradicciones, que también pueden ser resueltas periódicamente dentro
del propio capitalismo central. Así, hipotéticamente, todo el mundo podría
convertirse en el ámbito del capitalismo central sin crear una crisis sistémica
para el capitalismo. Las grandes desigualdades entre los países centrales y los
periféricos podrían llegar a reducirse y la misma forma de acumulación podría
operar en todas las áreas.
Mi posición propia es que la jerarquía centro/periferia es
necesaria para el capitalismo a causa de los efectos políticos que tiene en el
centro la explotación de la periferia. Estos ya han sido planteados en el
examen anterior de la formación de bloques de poder, la formación del estado y
la formación de clases. Yo defiendo que el capitalismo como modo de producción
debe ser entendido en algo más que en términos económicos y que los procesos
políticos son más que simplemente coyunturales e históricos. El capitalismo
como un sistema histórico crea oposición a sí mismo y se debe ajustar y
acomodar a esta oposición. Esto ocurre en la forma de ajustes lentos, pero
también mediante “crisis” económicas y políticas que reestructuran ciertas
relaciones, pero que permiten que la lógica del capitalismo se reproduzca. Así,
el auge y caída de las potencias centrales y el desarrollo disparejo (que
ocurre tanto en el centro como entre el centro y la periferia) operan como un
proceso de ajuste que impulsa al capitalismo a expandirse en una escala
espacial cada vez mayor. Los movimientos anti-sistémicos que tratan de cambiar
la lógica del modo de producción son sobrepasados y reincorporados y con
frecuencia terminan aportando nuevas maneras para que el capitalismo se ajuste
a sus propias contradicciones.
El rol de la periferia y de la semiperiferia en este proceso de
expansión, intensificación, crisis y lucha, es doble. La explotación de la
periferia por el centro aporta una medida extra de plusvalía que puede se usada
por los capitalistas del centro como fuente de nueva formación de capital o
como recompensa para los trabajadores centrales, o como recurso para sostener a
estados centrales poderosos. También puede ayudar a resolver conflictos entre
diferentes grupos de capitalistas del centro. La disponibilidad de materias
primas baratas y especialmente de alimentos baratos en el centro es un
beneficio a los trabajadores centrales así como a los capitalistas centrales.
La división jerárquica del trabajo que concentra los empleos más limpios y de
mayor calificación en los países del centro crea una estructura de clases allí
que es mucho más dúctil a la construcción de nación y un aparato estatal
fuerte. De toda una serie de maneras diferentes, la lucha de clases dentro de
los países centrales se hace menos antagónica a causa de la existencia de una
periferia mundial. Esto opera directamente permitiendo salarios más altos en el
centro e indirectamente apoyando la ideología nacionalista que compara
(favorablemente) la nación central con las áreas periféricas, aunque estos
factores operan de manera diferente en diferentes países centrales (ver Lipset,
1977, 1981).
El desarrollo disparejo ocurre dentro del centro así como entre
el centro y la periferia y las estructuras de clase dentro de los países
centrales no son homogéneas. Mi teoría no supone que todos los trabajadores del
centro se hayan beneficiado con el imperialismo ni que las relaciones de clases
dentro del centro siempre hayan sido pacíficas. La estructura de la clase
trabajadora dentro de los países centrales está compuesta solo parcialmente por
la aristocracia del trabajo de los trabajadores del sector primario. Estos han
organizado exitosamente sindicatos de negocios en los que los salarios están
atados a la productividad en el contexto de un acuerdo de paz industrial. Pero
este régimen ha sido resultado de una larga lucha en la que algunos
trabajadores militantes buscaban desafiar la lógica del capitalismo y construir
la lógica del socialismo. Los radicales perdieron esas batallas con otros que
buscaban una relación menos antagónica con el capital central en gran parte a
causa de los incentivos materiales que el capitalismo central podía aportarle a
la aristocracia del trabajo de los trabajadores del sector primario.
Por otro lado, todavía hay una gran proporción de trabajadores
en algunos países centrales (especialmente en los Estados Unidos) que reciben
salarios bajos dentro del sector competitivo y la economía sumergida, así como
una subclase bastante grande de personas marginalizadas. La “relativa armonía”
de las relaciones de clases dentro de los Estados Unidos no es el resultado de
la cooptación uniforme de todos los trabajadores, sino de las desigualdades que
oponen entre sí a diferentes grupos de trabajadores, convirtiendo a cada uno en
“grupo especial de interés” y socavando la solidaridad a escala de toda la
clase y la conciencia socialista. En otros países centrales con clases
trabajadoras más homogéneas, los partidos del trabajo han alcanzado un modus
vivendi con el capital, basado en compartir los beneficios del desarrollo
económico.
El desarrollo disparejo dentro del centro es también evidente
con el ciclo largo de negocios y la ventaja comparativa cambiante en la
producción de mercancías que ocurre entre estados centrales. No es el caso que
la región del centro sea uniforme, ni que las estructuras políticas que
conforman la distribución de las retribuciones no cambien. Los altos salarios y
el “salario social” que está metido dentro del estado de bienestar no son
invulnerables, como es obvio en el actual periodo de relocalización económica.
Cuando la competencia y los altos salarios e impuestos crean un encogimiento de
las ganancias del capital central, el régimen de los sindicatos de negocios y
las redes de bienestar es atacado por políticas de austeridad, desinversión de
capital y fuga de capital – este último a menudo hacia la periferia o la
semiperiferia (Walton, 1981; Ross y Trachte, próximamente). Así, la explotación
de la periferia socava los desafíos socialistas al capitalismo en el centro y
le permite al capital central limitar la cuenta salarial en el centro,
amenazando con chantaje de empleo o mudando realmente la producción a la
periferia de bajos salarios.
Varios autores (Amin, 1980a; Braudel, 1984: 614) han planteado
que la relación positiva entre los salarios y los aumentos de productividad en
el centro solo comenzaron a operar a mediados del siglo diecinueve. De ser esto
cierto, podría plantearse que la explicación política de la necesidad de la
periferia no es aplicable antes de entonces. Las evidencias de esta
reivindicación se basan en un estudio de los salarios de los artesanos y
trabajadores de la construcción ingleses desde el siglo trece hasta el veinte
(Phelps-Brown y Hopkins, 1955). Braudel muestra que los salarios de un albańil
estaban inversamente relacionados con los auges y declinaciones en el
nivel de los precios de consumo hasta mediados del siglo diecinueve, en cuyo
tiempo la relación se hizo positiva (ver Braudel, 1984: 616, figura 58). Amin
ha defendido que los salarios de la clase trabajadora en el centro estuvieron
al nivel de subsistencia hasta bien después de la revolución industrial en el
centro y él argumenta que la relación centro/periferia cambió como resultado de
la introducción dentro del centro de un régimen que ataba los salarios de
ciertos trabajadores a los aumentos de productividad. Amin defiende que la
explicación política de la función de la periferia para la reproducción del
capitalismo central esbozada anteriormente se aplica solamente al periodo
posterior a 1850.
Me gustaría sugerir una interpretación diferente, que extiende
el mecanismo político más atrás en el tiempo. Primero, la explicación política
no enfoca solamente los salarios de los trabajadores del centro. El argumento
también se extiende a la forma de la estructura general de clases dentro de los
estados centrales y a la relaciones entre los diferentes subgrupos de la clase
capitalista dentro de los países centrales. Así, aunque los albańiles y tal vez
amplias secciones de la clase trabajadora estuvieran recibiendo ingresos de
subsistencia hasta mediados del siglo diecinueve, la forma de la estructura de
clases en las áreas centrales era menos jerárquica que en las áreas periféricas
y la calidad de la relación entre los diferentes tipos de capitalistas era
diferente. El tamańo de l a clase media, la oportunidad de mayores cantidades
de trabajo calificado y la capacidad de los capitalistas relativamente exitosos
de aliarse unos con otros en apoyo de un estado (consecuentemente) fuerte, son
condiciones que anteceden a la extensión de unos salarios mayores que los de
subsistencia a una porción considerable de la clase trabajadora central.
El argumento de que el colonialismo y la explotación de la
periferia ayuda a resolver los conflictos entre diferentes grupos de capitalista
dentro de los estados centrales es apoyado por varias observaciones diferentes
que han sido hechas acerca de la conexión entre el imperialismo y la política
central. Volker Bornschier (1988) defiende que el colonialismo “auspició un
cambio político no-revolucionario, favorable a la industrialización” al amortiguar el conflicto entre secciones
más viejas de la clase dominante central (cuyos ingresos habían estado basados
parcialmente en privilegios garantizados por el estado) y la burguesía
industrial nueva que estaba surgiendo. Otros (p. ej., Schumpeter, 1955) han
observado que mucha de la burocracia colonial británica fue empleada por los
segundos hijos de los aristócratas terratenientes.
Pero Cain y Hopkins (1986) muestran que el partido dominante en
la burocracia imperial británica estaba compuesto de capitalistas agrícolas
antes de 1850 (el llamado “capitalismo de caballeros”) y que, cuando el viejo
sistema colonial fue reemplazado por el libre comercio, fueron los barones
comerciales y financieros de la Ciudad de Londres los que tomaron la política
imperial, no los manufactureros. En cualquier caso, parece plausible que la
disponibilidad de recursos derivados de la explotación imperial puede ayudar a
suavizar los conflictos entre los sectores emergentes de capital y aquellos
grupos que experimentan una declinación en sus fortunas como resultado de la
dinámica del desarrollo disparejo dentro del centro.
No tenemos datos sobre la distribución relativa de los ingresos
en las anteriores áreas centrales y periféricas que pudieran ser utilizados
para detectar el patrón ahora familiar – una distribución con forma de diamante
del ingreso en el centro versus una distribución de forma de pirámide en la periferia. Pero Braudel
sí aporta algunas indicaciones documentales de que los salarios solían ser más
altos en los estados centrales. De la Venecia del siglo quince él dice:
Pero la paz de la escena
social veneciana es de todos modos asombrosa. Es cierto que hasta los más
humildes trabajadores manuales lo suficientemente afortunados para habitar en
el corazón de una economía-mundo podrían recoger mendrugos de la mesa de los
capitalistas. żFue ésta una de las razones para que no hubiera problemas? Los
salarios en Venecia eran comparativamente altos. Y cualquiera que fuera su
nivel, nunca era fácil reducirlo (Braudel, 1984; 135).
Pudiera ser que una versión de la imaginería de Braudel, de un
sistema-mundo en capas (con el capitalismo encima, eventualmente extendiéndose
hacia abajo), fuera útil aquí. Quizás los efectos más importantes de la
explotación por el centro de la periferia fueron primero sobre las relaciones
entre los propios capitalistas, creando la unidad y el apoyo para un estado
fuerte y animando políticas estatales en servicio de la acumulación capitalista
(en oposición a la tributaria) exitosa. Más tarde, al irse centrando el
sistema-mundo en los estados-naciones centrales más bien que en las
ciudades-estados centrales, la incorporación se extendió a una clase media de
subalternos e incluso más tarde llegó a incluir también a los trabajadores
centrales. El examen de Braudel de la hegemonía holandesa implica que los
trabajadores tanto rurales como urbanos, recibían ingresos relativamente altos.
Él cita a Pieter de la Court (1662) diciendo:
Nuestros campesinos están
obligados a pagar tan altos salarios a sus trabajadores y ayudantes, que (los
últimos) se llevan una gran proporción de las ganancias y viven más
confortablemente que sus seńores; el mismo inconveniente se experimenta en los
pueblos entre los artesanos y sus sirvientes, que son más insoportables y están
menos obligados que en ninguna otra parte del mundo (Braudel, 1984: 179-180).
Otro problema con la extensión de la explicación política para
la necesidad de la periferia tiempos atrás es la falta de cualquier desafío
socialista al capitalismo antes de la
existencia de los sindicatos y partidos de la clase obrera moderna. Eric
Hobsbawm (1959) ha contrastado las organizaciones modernas de la clase obrera
con las formas de acción tomadas por los que él llama “rebeldes primitivos”.
Hay que estar de acuerdo en que el socialismo no era una alternativa viable al
capitalismo antes de mediados del siglo diecinueve por muchas razones. Aún si
los cartistas hubieran podido lograr establecer una forma democrática de
racionalidad colectiva en Inglaterra, el bajo nivel de la tecnología productiva
le hubiera puesto graves límites a la capacidad de que un tal régimen
sobreviviera, especialmente en el contexto de un sistema-mundo mayor aún
dominado por el capitalismo. Pero los desafíos socialistas no eran los únicos
desafíos (ni entonces ni ahora) a la lógica del capitalismo. Wallerstein apunta
a que la posibilidad de reversión al modo tributario de producción, mediante el
establecimiento (por los Habsburgo) de un imperio-mundo en escala central, pudo
ser evitada solo por un estrecho margen.
En la 2Ş Parte se ha planteado que el modo capitalista de
producción es dependiente de la existencia de un sistema interestatal
competitivo en el que el centro siga siendo políticamente multicéntrico. La
formación de un estado mundial a escala de todo el centro probablemente
reduciría la operación de las organizaciones capitalistas que limitaran y
desorganizaran el establecimiento de control político sobre las decisiones de
inversión. Por supuesto, el control político sobre las decisiones de inversión
puede ser de varias especies. Muchos han apuntado hacia la similitud
estructural entre un imperio-mundo tributario e hipotético gobierno mundial
socialista. Ambos establecen regulaciones políticas sobre las decisiones de
inversión mayores en la economía mundial, aunque presumiblemente uno operaría a
las órdenes de una mayoría democrática de los ciudadanos del mundo, mientras el
otro sería el instrumento de una nueva clase dominante basada en alguna forma
moderna del modo tributario de producción. En la práctica estas dos situaciones
son algo difíciles de distinguir (porque, como Marx y Engels dijeron, cada
nueva clase representa sus propios intereses como intereses universales), pero
ese no es el problema que estoy abordando aquí.
Lo que estoy argumentando más bien es que la existencia de un
sector periférico de la economía-mundo es una estructura necesaria de apoyo
para la reproducción del sistema interestatal y por ende, del capitalismo en el
centro. Este es el caso en razón del efecto de la explotación centro/periferia
sobre el nacionalismo de los trabajadores del centro y los capitalistas del
centro y porque la competencia por la explotación de la periferia intensifica
las rivalidades inter-imperialistas entre los estados centrales. Como este
último efecto ciertamente ha aumentado, como observaba Lenin (1965), ya que el
globo completo ha sido llevado hacia dentro de la economía-mundo capitalista a
causa de la necesidad de re-dividir territorios que ha habían sido reclamados
por uno y otro estado central. Pero esta competencia interestatal por las áreas
periféricas y las arenas externas ya era fuerte antes de que la economía-mundo
capitalista se hubiera hecho completamente global.
Los intentos por transformar el sistema interestatal en un
imperio-mundo a escala de todo el centro estuvieron en parte motivados por la
competencia por la extracción de materias primas de las áreas periféricas y el
fracaso de estos intentos fue en parte el resultado del acceso superior a las
materias primas periféricas que tenían los estados hegemónicos centrales y sus
aliados, lo que los capacitó para rechazar los intentos de imperio mundial.
Así,
la existencia de una jerarquía centro/periferia le ha permitido al capitalismo
en el centro reproducirse y expandirse, socavando los desafíos políticos al
capitalismo dentro de los estados centrales y reforzando la estructura
multicéntrica del sistema interestatal, que en sí misma es una base estructural
necesaria del capitalismo.
Estudios
Entre Naciones de los Efectos de la Dependencia
Si
bien los argumentos anteriores no están todos formulados al mismo nivel de
generalidad, todos ellos tienen implicaciones para la manera en que se
reproduce la jerarquía centro/periferia. La mayoría de los autores no hacen la
pregunta en términos del mantenimiento de un rasgo estructural del
sistema-mundo, sino más bien argumentan en términos de las consecuencias para
el desarrollo nacional. Aquí debemos mencionar un punto que se examinará en
mayor detalle en el capítulo 15 sobre los métodos – las evidencias que muestran
que algo que afecta al desarrollo nacional no son directamente evidencias
acerca del nivel de sistema-mundo. Éste es el problema de agregación – la
falacia ecológica a la inversa. Es posible que un cierto mecanismo cause el
subdesarrollo de algunas economías nacionales, pero no la reproducción de la
desigualdad internacional. Esto podría ocurrir si el mecanismo en cuestión
enlenteciera el desarrollo de algunos países en relación con los demás, pero de
todos modos los países periféricos estaban, en promedio, alcanzando al centro.
Así, aunque revisaremos más adelante las investigaciones entre naciones que
examinan los efectos de varios mecanismos sobre el desarrollo nacional, no son
posibles conclusiones firmes acerca de la reproducción de la jerarquía
centro/periferia a partir de estos resultados. Consideraremos estudios que
examinan las tendencias recientes en la magnitud de las desigualdades
centro/periferia en el capítulo siguiente. Todavía no se han hecho estudios
formales que evalúen directamente las evidencias acerca de las causas de la
reproducción del centro/periferia a nivel de sistema-mundo, pero esto no
debería impedirnos usar las evidencias menos formales que tenemos para evaluar
los mecanismos hipotéticos.
Aquí vamos a revisar las investigaciones comparativas entre
naciones que han sido hechas acerca de los efectos de varias especies de
dependencia sobre el crecimiento económico de la periferia. Generalmente la teoría
de la dependencia implica que tener un alto nivel de dependencia causa una tasa
relativamente más lenta de desarrollo económico. Hay varios tipos de
dependencia que han sido estudiados por el método de comparación entre
naciones.
1 la dependencia de la ayuda extranjera y los empréstitos,
2 la dependencia del capital accionista,
3 la composición del comercio en términos de los niveles de
procesamiento de las exportaciones y las importaciones (composición del
comercio),
4 la concentración de las exportaciones en términos de la
especialización en mercancías particulares (concentración mercantil) y la
concentración de los socios comerciales, usualmente el porcentaje de las
exportaciones que va al socio de exportaciones mayor (concentración en un
socio).
Un
estudio ha examinado los efectos de la exportación de bienes de bajos salarios,
que se plantean como hipótesis que son centrales en la teoría de intercambio
desigual.
Dependencia
de la Inversión Extranjera
La
dependencia del capital accionista extranjero,
medida por el grado en que una economía nacional contiene una alta
proporción de stocks de capital que sea propiedad de corporaciones extranjeras,
se ha encontrado que tiene un efecto retardatario sobre el crecimiento
económico y que también está asociada con un grado relativamente mayor de
desigualdad en el ingreso nacional (Bornschier y Chase-Dunn, 1985). En contra
de los argumentos de algunos teóricos de la industrialización dependiente, esto
también es cierto para la dependencia del capital extranjero invertido en la
manufactura (Bornschier y Chase-Dunn,
1985: capítulo 7).
Así,
tanto la dependencia clásica (la inversión en exportaciones extractivas y
agrícolas) como la industrialización dependiente, probablemente reproducen la
jerarquía centro/periferia al enlentecer la tasa de desarrollo económico en los
países dependientes. Los estudios de varios mecanismos que se ha encontrado que
median los efectos retardatarios de la dependencia de la inversión sobre el
desarrollo están resumidos en Bornschier y Chase-Dunn (1985). Las evidencias
indican que un importante mecanismo que responde por el efecto negativo de
crecimiento es la descapitalización que resulta de la repatriación de las
ganancias por las TNCs .
Dependencia
del Comercio
La
dependencia del comercio tiene varias dimensiones, como esbozaron Rubinson y
Holtzman (1981). Galtung (1971) muestra que la concentración en un socio de
exportación y la concentración en mercancías están negativamente
correlacionadas con el PNB per cápita, mientras que la composición del comercio
(la exportación de bienes manufacturados y la importación de materias primas)
está positivamente correlacionada con el PNB per cápita. Así, estas medidas de
la dependencia comercial están distribuidas como se esperaba a través de la
jerarquía centro/periferia. Este resultado se confirma usando una medida más
sofisticada de la composición comercial desarrollada por Firebaugh y Bullock
(1986). Pero queda la pregunta acerca de los efectos de estas varias formas de
dependencia comercial sobre el desarrollo económico. Rubinson y Holtzman (1981:
93) revisan 13 estudios cuantitativos entre naciones de los efectos de estas
varias formas de dependencia del comercio sobre el crecimiento del PNB per
cápita. Ellos concluyen que la concentración de mercancías no tiene efectos
sistemáticos. También llegan ellos a la conclusión de que la composición del
comercio afecta positivamente al crecimiento económico. Así, se ha encontrado
que la exportación de bienes manufacturados y la importación de materias
primas, como esperaban Galtung y otros, están asociadas con tasas superiores de
desarrollo económico.
Como se describió en el capítulo previo, Nemeth y Smith (1986)
han construido una medida basada en red de la posición de los países en el
sistema-mundo, sobre la base de la composición de las importaciones. Su
análisis de red produjo cuatro niveles del sistema-mundo: un centro, una
semiperiferia fuerte y una débil y una periferia. Usando estas categorías en un
análisis de panel entre naciones para determinar los efectos sobre el
crecimiento económico, Nemeth y Smith confirman en general los resultados de
otros estudios de la composición del comercio. Tanto la semiperiferia débil
como la periferia muestran efectos negativos sobre el porcentaje de la tasa de
crecimiento del PNB per cápita, pero la semiperiferia fuerte exhibe un efecto
positivo que es similar en tamańo al efecto positivo que está asociado con
estar en la categoría central (Nemeth y Smith, 1985: 548-53).
Bornschier
y Hartlieb (1981), sin embargo, encuentran que, cuando se incluyen medidas de
atributo de la dependencia comercial en un análisis de regresión múltiple junto
con una medida de la dependencia de la inversión extranjera y otras variables
de control apropiadas, ninguna de las variables de dependencia del comercio
tiene efectos significativos sobre el crecimiento del PNB per cápita entre 1965
y 1977 (Bornschier y Hartlieb, 1981: 38). Esto sugiere que los aparentes
efectos de la composición del comercio indicados en otros estudios pueden haber
sido el resultado de su asociación con la penetración por las firmas
transnacionales.
Exportaciones
de Bajo Salario y Mercados de Trabajo Internacional Divididos
Kristen
Williams (1985) informa los resultados de un estudio entre naciones que se
empeńa en evaluar explicaciones que compiten entre sí, del desarrollo
internacional disparejo: la economía neoclásica, la teoría del intercambio
desigual de Emmanuel y la hipótesis de Prebisch de las retribuciones desiguales
a los aumentos de productividad. Williams examina datos de países tanto del
centro como de otros no-centrales para demoras temporales de cinco, diez y
quince ańos entre 1960 y 1975. Ella examina las causas de los aumentos de
salarios, de los aumentos de productividad, de los cambios en la composición
orgánica del capital y del crecimiento del PNB per cápita. Sus resultados son
sorprendentes para todas las posiciones
teóricas examinadas.
Ella somete a prueba la hipótesis de que el comercio con países
de altos salarios enlentece la tasa de crecimiento del PNB per cápita para
países no-centrales (derivada de la teoría de intercambio desigual de Emmanuel)
pero no le encuentra apoyo (Williams, 1958:57). Tampoco se encuentra apoyo para
el modelo de la periferia de Prebisch. Los aumentos de productividad y/o la
composición orgánica del capital aumentan tanto los salarios como el
crecimiento en la periferia, resultado éste que Williams interpreta como apoyo
para el modelo neoclásico. Ella encuentra un efecto negativo del crecimiento de
las exportaciones periféricas sobre la productividad y los salarios y por
tanto, sobre el crecimiento económico. Éste no es el efecto de intercambio
desigual predicho por Emmanuel, pero tampoco es consistente con la teoría
neoclásica del crecimiento “impulsado por la exportación”. El crecimiento en el
volumen de las exportaciones periféricas disminuye el crecimiento económico
porque rebaja tanto la productividad como los salarios.
Williams
encuentra que la dinámica del centro la explica un modelo bastante diferente.
“El modelo neoclásico no parece ajustarse. Los aumentos de productividad no
parecen conducir ni al crecimiento de los salarios ni al crecimiento económico…
En lugar de esto, una de las predicciones del modelo de Emmanuel sí parece
tener algún apoyo empírico. Los aumentos de salarios parecen conducir al
crecimiento. De hecho, los aumentos de salarios parecen tener el impacto mayor
sobre el crecimiento” (Williams, 1985: 65). Más tarde ella plantea que esto
probablemente se deba más a la consecuencia keynesiana de aumento de la
demanda, que a nada que tenga conexión con la teoría de Emmanuel del
imperialismo comercial. Williams sugiere una versión de teoría del mercado
laboral dividido para que responda por sus hallazgos. “Para la periferia, los
salarios bajos estimulan un desarrollo intensivo en trabajo, que tiene baja
productividad, de manera que los salarios se estancan” (Williams, 1985:68).
Esto se relaciona indirectamente con el comercio internacional más bien que
directamente, como teorizó Emmanuel. Los diferenciales salariales entre el
centro y la periferia son mantenidos por los controles de inmigración y por la
capacidad de los productores centrales de evitar tener que competir
directamente con los productores periféricos. La especialización en el
desarrollo de nuevos productos de alta tecnología y el ciclo de productos que
desplaza estos hacia la periferia una vez que la competencia de precios
comienza a operar, es consistente con la
imaginería de “sector monopólico/sector competitivo” que encuentra apoyo en las
investigaciones de Williams.
Dependencia
de la Deuda
Un
foco creciente en la dependencia de la ayuda y la dependencia de los
empréstitos internacionales ha acompańado la crisis financiera internacional
que se ha hecho evidente en esta década. Ulrich Pfister y Christian Suter
(Pfister y Suter, 1987; Suter, 1987; Suter y Pfister, 1986) han hecho un
excelente trabajo sobre los ciclos largos de las crisis financieras
internacionales. Estas investigaciones se revisan en el capítulo 13 sobre los
cambios cíclicos en las relaciones centro/periferia. Robert Wood (1986) también
ha hecho excelentes investigaciones sobre el régimen de ayuda internacional y
su relación con la crisis de la deuda. Yo aquí revisaré las evidencias entre
naciones sobre los efectos de la ayuda y la dependencia de la deuda sobre el
desarrollo económico.
Los primeros intentos groseros por estimar el efecto de la
dependencia de la deuda (p. ej., Chase-Dunn, 1975:734) aportaron algunas
evidencias de que el per cápita de la deuda externa pública – los empréstitos
al gobierno y empréstitos garantizados por el gobierno en 1965 – tuvieron un
efecto negativo sobre el crecimiento del consumo de energía eléctrica per
cápita entre 1965 y 1970. El efecto estimado sobre el crecimiento per cápita
del PNB fue también negativo, pero no significativo estadísticamente. La
dependencia de la deuda se encontró también que está asociada entre secciones
con niveles superiores de desigualdad en el ingreso entre los hogares. La razón
de que estos hallazgos fueran débiles fue la limitada disponibilidad de datos
(4).
Ulrich Pfister (1984) demuestra más concluyentemente que la
deuda extranjera acumulada total se correlaciona negativamente con el
crecimiento del PNB per cápita entre 1975 y 1981, en un grupo de 77 países en
desarrollo. Cuando se estudian las deudas acumuladas con bancos privados,
la relación negativa es incluso mayor. Esta relación se mantiene cuando se usan
variables adicionales de control en los análisis multivariados. Es interesante
que Pfister encuentra que la inclusión de una medida de penetración por firmas
transnacionales no financieras (TNCs) no disminuye el efecto estimado de
dependencia de la deuda, pero el efecto estimado de dependencia de la inversión
(penetración por las TNCs) es mucho menor que cuando la dependencia de la deuda
no se incluye con él en la misma ecuación de regresión. Esto implica que o bien
el efecto negativo de dependencia de la inversión de capital por acciones es
espurio, debido a su asociación con la dependencia de la deuda o, como sugiere
Pfister (1984: 11), pudiera ocurrir que los créditos bancarios sean una
“variable mediadora en el proceso de descapitalización inducido por la
operación de las corporaciones multinacionales”.
Pfister también muestra que los flujos corrientes de ayuda
extranjera entre 1975 y 1977 tienen un efecto positivo sobre el crecimiento del
PNB per cápita y estos efectos tienen el mayor valor para una sub-muestra de 31
países en desarrollo de bajos ingresos. No obstante, la deuda acumulada debida
a la ayuda económica no afecta positivamente al crecimiento, sugiriendo que
“los retornos de esta especie de flujo financiero son de hecho más bien bajos y
que no ponen a la economía del país receptor en un camino de crecimiento más
rápido a largo plazo” (Pfister, 1984: 16).
Pfister también examina los procesos que median el efecto de
crecimiento negativo de la deuda con bancos extranjeros. Presenta evidencias de
que este efecto no es debido a los altos niveles de servicio de la deuda
porque, aunque el alto servicio de la deuda esté asociado con deudas acumuladas
altas, no está relacionado con el crecimiento económico.
Sell y Kunitz (1986 – 87) encuentran que el nivel de
endeudamiento en los ańos de 1970 está asociado con declinaciones más lentas de
la tasa de mortalidad entre un grupo de países periféricos de Asia y las
Américas, pero ese endeudamiento creciente estuvo asociado con tasas más altas
de declinación de la mortalidad. Ellos plantean que el enlentecimiento en la
declinación de las tasas de mortalidad periféricas en los setentas y en los
ochentas no fue debido a efectos asintóticos de haber alcanzado ya altas
esperanzas de vida, sino más bien a la creciente participación de los países en
la economía mundial bajo condiciones que introducen nuevas especies de peligros
para la salud al mismo tiempo que el progreso contra peligros para la salud más
viejos se va haciendo más lento.
Uno de los enfoques estado-céntricos (el de Petras y cols.,
1981) enfoca el poder del estado central hegemónico como el mecanismo principal
que está detrás de la reproducción de la jerarquía centro/periferia. Una manera
de la que se alega que esto opera es mediante los efectos sobre los estados
periféricos de los programas de ayuda militar aportados por la potencia
hegemónica. Hartman y Walters (1985) han examinado los efectos de la
dependencia nacional sobre la ayuda militar de los Estados Unidos (de 1946 a
1973) sobre el crecimiento del PNB per cápita en 32 países no-centrales. Su
análisis entre naciones demuestra que la ayuda militar de los Estados Unidos
tiene un efecto positivo fuerte y estable sobre el crecimiento económico entre
1960 y 1973. Si bien se puede pensar que esto socave la tesis del “estado
imperial”, porque la ayuda militar causa desarrollo en lugar de subdesarrollo,
Hartman y Walters hacen notar que los casos “de éxito” fueron un pequeńo número
de países (Taiwán, Corea del Sur, Turquía y Grecia) que recibieron una enorme
cantidad de ayuda, como resultado de su conexión con el esfuerzo de los Estados
Unidos por “contener al comunismo”. Ellos hacen notar que este camino hacia el
desarrollo puede ser difícil de repetir para otros países, porque “la receta de
las cantidades masivas de ayuda militar de los Estados Unidos no es un medio
confiable para alcanzar desarrollo sostenido, autónomo de largo plazo, ya que
no está bajo el control directo de la nación receptora” (Hartman y Walters,
1985: 453).
Las
medidas de red de la posición en el sistema-mundo han sido usadas en estudios
que examinan las causas del crecimiento económico y otros aspectos del
desarrollo. Snyder y Kick (1979) usaron su medida de modelo de bloque que
combinaba cuatro matrices diferentes de interacción internacional (descritas en
el capítulo previo) dentro de un análisis entre naciones para determinar sus
efectos sobre el desarrollo económico. Las ubicaciones periféricas y
semiperiféricas producidas por su medida de red están asociadas con tasas
relativamente más lentas de crecimiento económico, mientras los países
centrales muestran tasas superiores de crecimiento. Kukreja y Milev (1988) han
usado la medida de Snyder y Kick (corregida por Bollen, 1983) para demostrar
una relación entre secciones con una medida de la diversidad industrial de las
economías nacionales. Ellos muestran que las economías nacionales periféricas y
semiperiféricas es menos probable que tengan una división compleja del trabajo,
tal como se mide por la distribución de la fuerza de trabajo entre nueve
sectores económicos. La medida de red de Nemeth y Smith (1985), que se basa en
matrices de comercio internacional (ver capítulo previo), también se ha
mostrado que está relacionada con diferentes tasas de crecimiento económico.
Nemeth y Smith muestran que sus categorías de centro y de semiperiferia
“fuerte” están asociadas con tasas relativamente más altas de crecimiento
económico, mientras que sus categorías de semiperiferia débil y periferia están
asociadas con un desarrollo económico más lento.
Otros
Efectos de la Dependencia
Un
análisis entre secciones hecho por Volker Bornschier y Thanh-huyen Ballmer-Cao
(1979) presentó evidencias comparativas que apoyan la proposición de que la
desigualdad relativa en ingresos entre los hogares está asociada con mayores
grados de penetración por las corporaciones transnacionales. Esto ha sido ulteriormente
confirmado en recientes investigaciones por Charles Ragin y York Bradshaw, que
analizan datos para el periodo de 1938 a 1980. Ragin y Bradshaw (1986) muestran
que una medida de indicador múltiple de la dependencia económica detiene el
desarrollo económico, deprime la tasa de mejora en la calidad física de vida y
aumenta las desigualdades distributivas entre países. Varios otros estudios
confirman hallazgos similares (ver Bornschier y Chase-Dunn, capítulo 8).
Las investigaciones de Kathryn Ward (1984) sobre los efectos de
la dependencia de las inversiones sobre el status de las mujeres y las tasas de
fertilidad ilumina otra manera en que la jerarquía centro/periferia se puede
reproducir. La revisión por Ward de la literatura sobre mujeres y desarrollo aporta
varias proposiciones causales acerca de los efectos de la dependencia económica
internacional sobre la posición de las mujeres en las sociedades en desarrollo
y la tasa de fertilidad. Ella postula que la especie de desarrollo económico
que ocurre en un contexto de alta dependencia de la inversión extranjera
disminuye las oportunidades económicas de las mujeres en relación con los
hombres y también mantiene el valor económico de los hijos para la producción
de subsistencia. Esto último obstruye la reducción de la fertilidad. La
dependencia, predice ella, se asociará con menos oportunidades económicas para
las mujeres en el sector de trabajo asalariado. Además, algunas de las
influencias potencialmente liberadoras y culturales anti-natalistas que podrían
de otro modo difundir desde el centro hacia la periferia, son bloqueadas por
las consecuencias del subdesarrollo y el status económico inferior de las
mujeres.
Analizando datos de 126 países, Ward encuentra que sus hipótesis
son generalmente apoyadas. Se encuentra que tanto la dependencia de las
inversiones como la dependencia del comercio tienen efectos negativos directos
e indirectos sobre la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo y el
nivel de participación de las mujeres en esta fuerza de trabajo. Estos
hallazgos también se mantienen cuando se examinan separadamente los sectores
agrícolas e industriales. Se muestra que la fertilidad está grandemente
determinada por el desarrollo económico y los programas de planeamiento
familiar (efectos negativos) y por la mortalidad infantil (efectos positivos).
Causas menores, pero significativas de la fertilidad son la desigualdad de
ingresos, la dependencia de las inversiones y del comercio (positiva) y el
status educacional y económico de las mujeres (negativo). Así, las
investigaciones de Ward demuestran que ciertos aspectos de la jerarquía
centro/periferia son causas directas e indirectas de la explosión poblacional
en la periferia, así como de la perpetuación de la opresión patriarcal de las
mujeres. Un estudio más reciente por Patrick Nolan (1980) encuentra solamente
una débil relación entre la medida de red de Nemeth y Smith (1985) de la
composición del comercio y la fertilidad, no obstante.
Peter
Evans y Michael Timberlake (1980) mostraron que la dependencia de la inversión
en los países periféricos está asociada con un empleo relativamente grande en
el sector de servicios y Jeffrey Kentor (1981) demostró que la dependencia de
la inversión tiene un efecto positivo sobre las medidas de urbanización y
sobre-urbanización y que estos efectos están parcialmente mediados por la
expansión del sector de servicios. El efecto sobre el crecimiento del sector de
servicios fue confirmado por Robert Fiala (1983) para la década de los ańos
1950, pero se encontraron efectos más débiles para los ańos de 1960. Moshe
Semyonov y Noah Levin-Epstein (1986) han mostrado que la independencia de la
inversión expande la parte del sector de servicios que está asociada con los
servicios a los productores, pero no los servicios a los consumidores.
Conclusiones
żQué
podemos concluir a partir de los estudios entre naciones respecto a la
operación de los mecanismos que reproducen la división centro/periferia del
trabajo? Desgraciadamente, debido al problema de agregación mencionado
anteriormente, los estudios de desarrollo nacional no pueden ser usados como
evidencias conclusivas acerca de cuáles son los procesos más importantes que
producen desigualdades internacionales. Aún cuando ha sido mostrado que la
dependencia de la inversión es una causa importante de crecimiento económico
relativamente lento en los países periféricos, de aquí no sigue necesariamente
que ella responda por la reproducción de las desigualdades internacionales.
Nadie ha estudiado la relación entre los cambios en el nivel de la dependencia
de la inversión a nivel mundial y los cambios en las desigualdades
internacionales con el tiempo.
Los hallazgos entre naciones revisados anteriormente, no
obstante, sí nos aportan buenos estimados en este punto acerca de cuáles
mecanismos reproducen la jerarquía centro/periferia. La dependencia de la
inversión por acciones y la dependencia de la deuda son probablemente más
importantes que las varias formas de dependencia del comercio. Hay poco apoyo
para la hipótesis (derivada de la teoría de Emmanuel) de que las exportaciones
de bajo salario directamente retarden el desarrollo nacional. Estos hallazgos
se basan en investigaciones sobre las pocas últimas décadas, por lo que no
deberían ser generalizados a periodos anteriores. Para estar más seguros
necesitamos estudios por periodos más largos de tiempo y estudios que examinen
la dimensión centro/periferia al nivel de sistema-mundo más bien que a nivel
del desarrollo nacional. Los pocos estudios que se han hecho son descriptivos en
el sentido en que examinan los cambios en la magnitud de las desigualdades
centro/periferia pero no examinan las causas de estos cambios. Estos se revisan
en los dos próximos capítulos.
Capítulo 12: Tendencias
Recientes
Este
capítulo revisa estudios que han examinado los cambios recientes en la
distribución de los rasgos sociales estructurales entre los países centrales,
periféricos y semiperiféricos. Las investigaciones han mostrado los grandes
cambios que han ocurrido en ciertos rasgos sociales estructurales en los países
periféricos en las décadas recientes. Como se mencionó en el capítulo 10,
varios autores han reivindicado que la división internacional del trabajo se ha
movido a una nueva etapa. La industrialización ha comenzado en muchos países periféricos
y semiperiféricos y algunos países anteriormente periféricos, como Corea y
Taiwán, han mostrado fuertes seńales de moverse hacia el status central. Otras
tendencias organizacionales que han aumentado en los países periféricos y
semiperiféricos en las décadas recientes son:
la urbanización,
la creciente primacía en población de las mayores ciudades
dentro de los países en desarrollo,
el crecimiento de la educación masiva,
la expansión de las estructuras estatales,
el rápido crecimiento de la población y
el desplazamiento de la estructura de la fuerza de trabajo hacia
afuera de la agricultura y hacia la industria y los servicios.
Todas estas seńales de “desarrollo” (en el sentido de la
modernización) son vistas con algún escepticismo, no obstante, por quienes
advierten que algunas especies de desarrollo están ocurriendo mucho más
rápidamente que otras y que el nivel general de la desigualdad entre el centro
y la periferia aparentemente no ha disminuido. Examinaremos los estudios que
miran hacia la magnitud de las desigualdades centro/periferia. Pero primero
permítasenos revisar los recientes cambios organizacionales dentro de las zonas
del sistema-mundo.
En el capítulo 6 examinamos evidencias acerca del poder interno
de los estados, que reveló que el poder extractivo de los estados vis-ŕ-vis
sus sociedades está aumentando, tanto en el centro como en la periferia, pero
que los estados centrales continúan teniendo mayor capacidad extractiva que los
estados periféricos (ver tabla 6.1).
Patrick Nolan (1984) presenta los niveles medios de varias
características sociales estructurales en el centro, en la periferia y en la
semiperiferia, para 1960 y 1970, así como las tasas promedio de crecimiento
para los países de estas zonas para varios periodos hasta 1970. Sus tablas
(Nolan, 1984: 112-16) generalmente revelan las esperadas diferencias entre
países centrales, semiperiféricos y periféricos en medidas tales como el
porcentaje de la fuerza de trabajo en la agricultura, en la industria y el
empleo terciario, así como el porcentaje del PNB en la agricultura y la
manufactura. Nolan muestra que los países periféricos y semiperiféricos están
cambiando en la dirección del centro en todas estas medidas entre 1960 y 1970.
Usando una categorización de los países ligeramente diferente en zonas del
sistema-mundo, Michael Timberlake y James Lunday (1985) muestran cambios
similares en los promedios de países de las estructuras de la fuerza de trabajo
nacional entre 1950 y 1970 (Timberlake y Lunday, 1985: 334). Ellos también usan
datos nacionales para examinar la estructura de la fuerza de trabajo mundial
como un todo, más bien que promediar las cifras nacionales (Timberlake y
Lunday, 1985: 335). Cuando ellos descomponen la fuerza de trabajo en zonas, los
resultados son muy similares al análisis producido promediando las cifras de
países.
El estudio de Timberlake y Lunday, aunque examina las mismas
especies de datos que Nolan (1984), apunta hacia un rasgo no examinado por
Nolan. Timberlake y Lunday comparan el porcentaje de la fuerza de trabajo en el
sector secundario (primariamente manufacturero) con el porcentaje de la fuerza
de trabajo en el sector terciario (primariamente de servicios). Ellos
construyen una razón de estas dos proporciones, con el terciario en el
numerador y el secundario en el denominador y se refieren a ésta como la razón
T/S. Su tabla 15.1 (1985: 335) muestra que la razón T/S para el centro y la
semiperiferia varía entre 1.01 y 1.25 de 1950 a 1970. Pero la razón T/S para la
periferia es mucho más alta, de alrededor de 1.8. Este hecho se examina en
términos de la noción de “sobre-desarrollo” y el “terciario inflado”,
refiriéndose a la existencia de un sector terciario relativamente mayor en los
países periféricos. Timberlake y Lunday teorizan que lo que crea esta especie
de estructura económica en los países periféricos es el patrón centralizado de
acumulación capitalista en el sistema-mundo. Una gran porción del sector
terciario periférico media la relación entre las exportaciones extractivas y de
cosechas mercantiles en intercambio por importaciones del sector secundario
desde el centro. Aunque el porcentaje de la fuerza de trabajo periférica en la
industria creció del 10.6 por ciento en 1950 al 14.3 por ciento en 1970, esto
todavía es una proporción muy pequeńa comparada con los países centrales, donde
este porcentaje aparentemente hizo un pico a alrededor del 40 por ciento. Lo
interesante es que los 26 países categorizados por Timberlake y Lunday como si
estuvieran en la semiperiferia no muestran niveles más altos de la razón T/S
que los países centrales.
Timberlake y Lunday (1985: 337) también examinan las razones T/S
centrales desde 1850 hasta 1970 y las razones T/S periféricas desde 1900 hasta
1970. Ellos muestran que la razón T/S promedio de los países centrales se elevó
de 0.68 en 1850 a 1.24 en 1970, demostrando el patrón descrito por la
literatura en la sociedad “post-industrial”. Tanto el sector de servicios como
el sector secundario (industrial) han crecido, pero el sector de servicios ha
crecido más rápidamente y continúa creciendo, mientras el sector industrial ha
crecido relativamente más lentamente y parece haber alcanzado un pico. Para los
países periféricos sólo hay datos disponibles comenzando en 1900, pero estos
muestran que la razón T/S promedio para los países periféricos era ya mucho más
alta en 1900 – 1.25 para los países periféricos versus 0.81 para los centrales.
Para 1970 los países periféricos habían aumentado su razón T/S promedio a 1.76,
aunque ésta no ha aumentado desde 1950, cuando era ligeramente superior, a
1.79.
Un patrón similar se revela cuando examinamos los niveles de
urbanización atravesando las zonas del sistema-mundo. Firebaugh muestra que el
nivel de urbanización (el porcentaje de la población que vive en ciudades
mayores de 20,000 habitantes) ha aumentado tanto en el centro como en la
periferia desde 1920, primer ańo en que Firebaugh fue capaz de computar los
niveles promedio de urbanización para ambos grupos de países. Los grupos de
Firebaugh (1985: 295) incluyen a 11 países centrales de Europa Occidental y un
número no especificado de países periféricos. En 1920 el nivel promedio de
urbanización para el centro fue del 31 por ciento, mientras en la periferia fue
del 7 por ciento. En 1940 el centro había aumentado su nivel de urbanización al
36 por ciento, mientras la periferia solamente había cambiado al 10 por ciento.
Para 1960 el nivel promedio de urbanización en los países centrales estudiados
por Firebaugh había alcanzado el 44 por ciento, mientras el nivel entre países
periféricos fue del 17 por ciento. Firebaugh apunta que la “brecha de
urbanización” entre el centro y la periferia aumentó entre 1920 y 1960, pero
que esta tendencia está abocada a revertirse, al alcanzar los países centrales
niveles techo de urbanización, mientras los países periféricos continúan
urbanizándose.
Otro rasgo de los sistemas nacionales urbanos es el grado de
primacía urbana que exhibe la distribución del tamańo de ciudades en un país.
Algunos sistemas urbanos nacionales son planos en el sentido de que los tamańos
en orden de población de las ciudades no forman una jerarquía de tamańos porque
las ciudades son de tamańo similar. Muchas ciudades tienen jerarquías de
tamańos de ciudades que se conforman aproximadamente a la “regla de orden de
tamańo”. La regla de orden de tamańo especifica una distribución del tamańo de
ciudades en la que la ciudad mayor es dos veces mayor que la segunda mayor,
tres veces mayor que la tercera mayor, etc. Un sistema de ciudades tiene un
alto nivel de “primacía urbana” cuando la ciudad mayor es mucho más grande que
lo que sería el caso en una distribución por orden de tamańos. Desde hace mucho
se ha observado que muchos países periféricos tienen mayor primacía urbana que
muchos países centrales y que la primacía urbana parece ser un rasgo frecuente,
aunque no universal, de los sistemas de ciudades periféricas.
Muchos autores han buscado explicar esta diferencia en términos
de patrones de colonialismo o los efectos de la dependencia en el
sistema-mundo. Las investigaciones recientes que examinan las distribuciones
del tamańo de las ciudades para los países del sistema-mundo desde 1800 revelan
que, en verdad, ahora hay significativas diferencias entre el centro y la
periferia en términos de niveles promedio de primacía urbana, pero estas
diferencias son de origen relativamente reciente (Chase-Dunn, 1984, 1985b).
Para países latinoamericanos, la diferencia surgió en los ańos de 1930 y 1940.
Esto sugiere que las estructuras del colonialismo no son responsables por los
altos niveles de primacía urbana desde que el colonialismo latinoamericano
terminó en los ańos de 1820. Cualquiera que haya sido la causa de esta
diferencia centro/periferia, es algo que ha tenido sus efectos en décadas
relativamente recientes.
Otro
rasgo relacionado con la urbanización de la estructura centro/periferia es la
distribución de los tamańos de ciudad del sistema-mundo como un todo.
Chase-Dunn (1985a) ha estudiado los cambios en la distribución de los tamańos
de ciudad de las tres mayores ciudades en el sistema-mundo, comenzando con la
Europa pre-moderna de 800 DC hasta 1975. Esto muestra que el nivel de primacía
urbana en el sistema mundial de ciudades varía cíclicamente y se corresponde
generalmente con los cambios en la distribución del poder militar y la ventaja
económica comparativa entre las potencias centrales. Sin embargo, ha habido una
tendencia en las décadas recientes para algunas de las mayores ciudades del
mundo a estar localizadas en países semiperiféricos. Para 1975 cuatro de las
diez mayores ciudades en el mundo estaban localizadas en países
semiperiféricos. Además, el sistema mundial de ciudades se ha ido aplanando
desde 1875 y ha alcanzado un grado de descentralización del tamańo de las
ciudades no visto desde el siglo doce. En términos del tamańo de la población,
la jerarquía mundial de ciudades se está haciendo mucho menos jerárquica y
mucho de esto se debe al rápido crecimiento de unas pocas ciudades
extremadamente grandes en países semiperiféricos.
Cambios
en la Importancia de los Diferentes Tipos de Dependencia
Hay
evidencias de un desplazamiento en el balance relativo de las diferentes formas
de dependencia con el tiempo. Bornschier y Chase-Dunn (1985: 52) muestran que
desde los ańos de 1960 hasta los de 1970 declinaron tres medidas de la
dependencia promedio del comercio de los países periféricos (ver también la
tabla 13.2 en el siguiente capítulo) (1), mientras la dependencia de la
inversión extranjera privada por firmas transnacionales y tres medidas de la
dependencia de la deuda con el capital no-accionario aumentó grandemente. Se
encuentra que las crecientes tendencias de dependencia de la inversión y
dependencia de la deuda se mantienen para varias sub-categorías de países
no-centrales. Un examen de las categorías del Banco Mundial de Países de Bajos
Ingresos, Países de Ingresos Medianos, Nuevos Países Industrializados y
miembros de la OPEP muestra que tanto un índice de la penetración del capital
corporativo (tabla 12.1) como la deuda total pendiente como proporción del PNB
(2) (tabla 12.2)
(TABLAS
12.1 Y 12.2 POR AQUÍ)
Tendencias
en la Magnitud de la Desigualdad en el Sistema-Mundo
Ha
habido mucha discusión del grado de la desigualdad a nivel mundial, pero muy
poco trabajo empírico. Los autores disputan que si hay o no una brecha
creciente y algunos reivindican que la economía-mundo capitalista ha traído
pauperización tanto absoluta como relativa a la periferia. Yo revisaré aquí los
pocos estudios que nos permiten estimar los cambios en la magnitud de las
desigualdades en el sistema-mundo y examinaré la complicada cuestión de los
efectos generales del desarrollo capitalista sobre la calidad de la vida en las
áreas periféricas.
A la primera cosa a la que hay que apuntar es a que la mayoría
de los estudios cuantitativos enfocan al periodo posterior a la 2Ş Guerra
Mundial, especialmente los 1950 y los 1960, en los que la economía mundial
estaba generalmente creciendo, si bien a diferentes tasas en diferentes
lugares. Es innegable que muchos grupos han experimentado la pauperización absoluta,
tanto material como cultural, como resultado de su contacto con el
sistema-mundo europeo en expansión. El colapso demográfico de las poblaciones
del Nuevo Mundo poco después de la conquista por Espańa fue un resultado tanto
de las enfermedades epidémicas (Crosby, 1972) como de la explotación
socialmente estructurada (Frank, 1979b). Y desde esta primera era de pillaje y
esclavización, ha habido muchos otros tiempos y lugares en que el desastre
absoluto así como la relativa privación ha seguido como consecuencia directa de
la incorporación de la gente al sistema-mundo en expansión. La explotación
cultural y material y la pauperización son cosas muy difíciles de cuantificar.
La destrucción de las culturas originarias, como la extinción de las especies genéticas,
es imponderable.
La destructividad y la creatividad de un modo de producción
deberíamos evaluarla por comparación con otros modos (Wallerstein, 1983a;
Wallerstein, 1984b: capítulo 14). Cuando comparamos el sistema-mundo moderno
con sistemas-mundo anteriores, yo tiendo a concordar con Marx. No es el mejor
de todos los mundos posibles, pero sí representa un progreso por encima de
sistemas anteriores en muchos respectos. Los sistemas anteriores eran también
explotadores, especialmente una vez que se inventaron los estados. Ellos
también destruyeron las culturas originarias y extendieron las enfermedades y
mataron a las personas por la sobreexplotación y la guerra recurrente. La
calidad del bienestar cultural y espiritual es difícil de comparar, pero ni
siquiera en esto los críticos de la cultura moderna me han convencido de que el
común denominador contemporáneo más bajo esté por debajo del de civilizaciones
anteriores.
En términos materiales, el problema es algo más sencillo.
Debemos considerar el crecimiento poblacional y el nivel material de vida. Los
modos anteriores de producción permitían que la especie humana aumentara sus
números, pero solo lentamente (Coale, 1974). Como apuntaba Marx, la capacidad
del capitalismo de revolucionar la tecnología productiva es su rasgo más
progresista, aunque éste es una bendición mezclada más de lo que Marx se dio
cuenta. El rápido aumento en los números de seres humanos en el siglo veinte ha
sido grandemente debido a una combinación de tecnología más productiva con
medidas de salud pública. Si bien reconozco que el crecimiento rápido de la
población crea problemas, creo que el crecimiento poblacional es una
consecuencia positiva. Ciertamente la capacidad de la tierra para soportar es
limitada, pero todavía no nos hemos acercado a ese límite. Los principales
problemas de la polución y el agotamiento de recursos son causados por una
falta de racionalidad colectiva respecto a las consecuencias de largo plazo.
Estos son problemas políticos de nivel mundial, que es capitalismo como sistema
socio-políticos probablemente sea incapaz de resolver, pero no deberíamos
permitir que estas observaciones nos cieguen a los desarrollos básicamente
progresistas en la tecnología productiva y médica. Es demasiado fácil para los
residentes de los países centrales subvalorar los suministros de alimentos
básicos y las fuentes de energía no-animales. El neo-ludismo no facilita una
apreciación de la racionalidad colectiva general que se necesita para expandir
sabiamente la productividad y el uso de la energía.
Cuando examinamos la calidad de las vidas individuales a través
de la periferia completa, no queda en absoluto claro que haya habido una
pauperización absoluta en el largo plazo. Las evidencias recientes (descritas
más adelante) sugieren que el nivel material promedio de vida se ha elevado
ligeramente hasta en la periferia del sistema-mundo en las décadas recientes.
Los casos anteriores de pauperización absoluta probablemente involucraron
porciones mayores de la población mundial, mientras que los episodios más
recientes de pauperización absoluta se han hecho menos frecuentes y menos
extensos. De ser esto cierto, el problema ha llegado a ser más un asunto de
pauperización relativa más bien que absoluta. Las evidencias acerca de los
cambios recientes en la distribución de ciertos recursos son revisadas más
adelante.
Hay,
sin embargo, un sentido en el que la noción de pauperización absoluta es
absolutamente aplicable al sistema-mundo moderno y éste es el asunto de la
destructividad y escala de la guerra. El porcentaje de la población total
involucrado en la guerra, la severidad de la guerra en términos de la
proporción de la población total que resulta perjudicada y la proporción de
recursos sociales destruidos, han aumentado rápidamente en los últimos siglos y
especialmente en este siglo (Galtung, 1980: 7). El potencial ahora, como todos
saben, es la destrucción no solo de las realizaciones de los empeńos humanos,
sino también de tres mil millones de ańos de evolución biológica. Cualquier modo
de producción que produce tal consecuencia es culpable de mucho más que la
pauperización absoluta. Es en conexión con la producción de la guerra que la
naturaleza progresista histórica del capitalismo se pone en duda.
żPauperización
Absoluta o Privación Relativa?
żCuáles
son las evidencias acerca de las tendencias recientes en las desigualdades a
nivel mundial? Todas las regiones de la tierra han experimentado aumentos en la
producción per cápita durante el período de la 2Ş Posguerra Mundial. Por
supuesto, los niveles promedio del PNB per cápita no nos dicen acerca de las
distribuciones intra-nacionales. Es bien sabido que algunos grupos en algunas
regiones han experimentado declinaciones en el bienestar material y el grado de
estas declinaciones absolutas ciertamente ha crecido durante el reciente
periodo de enlentecimiento económico a escala mundial (Frank, 1981: 125-31).
żPero sobrepasan estos bolsones de declinación absoluta a las áreas de
crecimiento, de manera que el nivel promedio de vida en la periferia haya
declinado desde la 2Ş Guerra Mundial?
En un estudio llevado a cabo por Bourguignon, Berry y Morrison
(1983) se examinan las cuestiones de los niveles absoluto y relativo de
pobreza. Las conclusiones respecto a los cambios en la distribución relativa
del ingreso y el consumo en este estudio son calificadas por otro artículo de
los mismos autores (Berry, Bourguignon y Morrison [1983]) en el que se alerta
que los errores de medición en la determinación de los niveles relativos de
desigualdad mundial no permiten mucha certidumbre acerca de las tendencias. Sin
embargo, el primer artículo es importante porque combina datos tanto
intra-nacionales como internacionales sobre la desigualdad de los ingresos en
los hogares para estimar los cambios en el nivel de desigualdad mundial desde
1950 hasta 1977.
Respecto a la pauperización absoluta, Bourguignon y cols. (1983)
informan que el número local de personas pobres que están por debajo de la
línea de pobreza de un ingreso $200 al ańo, aumentó entre 1950 y 1977. Esto
podría entenderse como un indicador de pauperización absoluta, pero otros
hechos conducen a una conclusión diferente. Si bien el número absoluto de
personas por debajo de la línea de pobreza aumentó, esto se debió en gran parte
al crecimiento de la población en los países más pobres. Cuando Bourguignon y
cols. examinan la proporción de
la población mundial que está por debajo de la línea de pobreza, ésta disminuyó
del 43 por ciento al 28 por ciento en el periodo estudiado. Esto quiere decir
que aunque el número de personas pobres aumentó absolutamente, ellos
disminuyeron como proporción de la población mundial total.
Otros estudios indican que la pauperización no ha aumentado. Los
estudios de esperanza promedio de vida en los países periféricos muestran
aumentos (Sell y Kunitz, 1986: 87; tabla 1). Los estudios de contenido proteico
y calórico del consumo alimentario en la periferia muestran niveles estables y
un índice del consumo per cápita para las “economías de bajo ingreso” muestra
un aumento desde 1960 hasta 1981 (Banco Mundial, 1983, volumen 1: 548). Ragin y
Bradshaw (1986; tabla 1) muestran que un indicador de la calidad física de vida
en los países pobres aumentó sustancialmente entre 1938 y 1980. Así, no hay
evidencias de una declinación absoluta en el nivel material promedio de vida
cuando examinamos la periferia como un todo. Esto puede no mantenerse para
áreas o grupos específicos y es posible que haya ocurrido una declinación más
extendida desde 1981 al causar la crisis económica una dislocación severa en
muchos países. Sell y Kunitz, 1986-87) plantean que la reciente crisis de la
deuda y el estancamiento de la economía mundial ha traído consigo “el fin de
una era en la declinación de la mortalidad”.
żQué conclusiones podemos sacar acerca de las tendencias en la
distribución de las proporciones relativas de los recursos mundiales? El
estudio de Bourguignon y cols. (1983) encontró que el 40 por ciento más pobre
de la población mundial recibió solamente el 4.9 del ingreso mundial en 1950,
pero solamente el 4.2 por ciento en 1977 y que la brecha entre la mitad más
pobre y la más rica de la población mundial, aumentó. Aún cuando éste es el
único estudio que combina datos tanto intra-nacionales como internacionales
sobre la desigualdad, las tendencias reveladas deben ser vistas con alguna
incertidumbre, a causa de los problemas en la medición examinados por Berry y
cols. (1983). De todas maneras, es bastante seguro que la magnitud de la
desigualdad de ingreso mundial no disminuyó en este periodo. Ragin y Bradshaw
(1986; tabla 1) examinan dos indicadores de bienestar, los teléfonos por
población de 1,000 personas y una medida compuesta de la calidad física de la vida. Ambos
muestran un aumento en la brecha relativa entre los países del centro y los de
la periferia entre 1938 y 1980.
Examinemos ahora la distribución de algunos otros recursos. La
mayoría de los estudios de la distribución global de recursos comparan las
medias de los grupos de países. Los estudios que computan promedios para grupos
de países son informativos, pero no nos permiten mucha certidumbre acerca de
los cambios en la magnitud total de la desigualdad, porque los países en cada
grupo son mantenidos constantes en el tiempo. Como es probable que algunos
países individuales estén cambiando de filas, los estimados de esta especie no
aportan conocimiento firme acerca de los cambios en la magnitud de las
desigualdades. La tabla 12.3 presenta cifras que muestran cambios en la
concentración/dispersión relativa de varias especies de recursos o rasgos
sociales estructurales a través de los grupos de percentiles de la
población mundial. El uso de grupos de percentiles en vez de grupos de países
permite que los cambios en las filas de países ocurran sin perturbar los
estimados de las proporciones de percentiles.
La tabla 12.3 usa datos de países para computar la proporción de
“recursos” mundiales que tienen los grupos de percentiles de la población
mundial. Para cada recurso, los países incluidos en las distribuciones
generales son los mismos para todos los puntos en el tiempo, de manera que la
adición o eliminación de países no afecta las proporciones. Las proporciones
son calculadas ordenando a los países en términos del indicador per cápita o
“de nivel”, tal como el PNB per cápita. Todos los países están relacionados de
alto a bajo, en términos de PNB per cápita y también se relacionan sus PNBs y
poblaciones totales. Después se examina al grupo de países que tienen más alto
PNB per cápita, que incluye casi al 20 por ciento de la población mundial, para
determinar qué proporción del PNB mundial producen ellos (3).
(TABLA
12.3 POR AQUÍ)
La tabla 12.3 muestra la concentración de la producción
económica, medida por el PNB y el consumo de energía. Examina la estructura
económica mundial, según indica la proporción de la fuerza laboral agrícola y
la proporción de la fuerza laboral industrial y examina también la forma de la
urbanización mundial. Esto muestra cambios en la distribución de estos rasgos a
los quintiles superior e inferior de la población mundial, así como el 60 por
ciento mediano y las proporciones por las que responden los Estados Unidos.
La conclusión principal que indica el patrón general de la tabla
12.3 es que la distribución de estos rasgos no ha cambiado mucho en el periodo
de 20 ańos que va de 1960 a 1980. Ciertamente no ha habido disminución en la
distribución relativa de la productividad, según indica el PNB. Una cosa algo
sorprendente es que el grupo del medio no ha aumentado en este periodo, ni el
grupo superior ha disminuido, a pesar del bien conocido fenómeno de los “nuevos
países industrializados”. Los Estados Unidos han caído considerablemente, del
32.1 por ciento del PNB mundial en 1960 al 26.9 por ciento en 1980. Esto es una
continuación de la posición declinante de los Estados Unidos en la producción
mundial de mercancías, lo que se demostró por Meyer y cols. (1975: tabla 2) que
ya estaba ocurriendo desde 1950. El quintil más pobre muestra una disminución
del 1.4 por ciento al 0.8 por ciento. Recuérdese, no obstante, que ésta es una
proporción relativa y no una disminución absoluta (4).
El consumo de energía muestra una distribución similar en 1960
al PNB, pero en las décadas siguientes ocurre un cambio importante. El quintil
superior pierde el 13 por ciento del consumo de energía, que va para el grupo
mediano. Esto podría deberse a la industrialización de los países
semiperiféricos. Cuando examinamos qué países fueron los que más o menos
crecieron entre 1970 y 1980 en consumo per cápita de energía, descubrimos dos
factores que responden del cambio en la distribución mundial. Primero, tres
países productores de alto consumo de energía del quintil superior
experimentaron grandes declinaciones en su consumo de energía: Trinidad,
Bahrein y Kuwait. El Reino Unido y Luxemburgo, ambos del quintil superior,
también experimentaron grandes declinaciones. Al otro extremo de las cosas, se
registraron grandes aumentos por un número de países del grupo medio: Libia,
Austria, Yugoslavia, Japón (5), Rumania, Corea del Sur, Hungría, Grecia, Espańa,
Portugal e Irlanda. Estos junto con el crecimiento moderado de otros países
semiperiféricos del grupo medio y el consumo declinante en los países de dentro
del quintil superior (mencionados antes) fueron suficientemente grandes para
sobrepasar los aumentos experimentados por otros países en el quintil superior,
tales como Noruega, Australia, Canadá, los Estados Unidos, Arabia Saudita,
Islandia, Finlandia, Países Bajos, Checoslovaquia, Alemania Oriental y Bélgica.
Una combinación de las declinaciones por parte de algunos de los productores de
petróleo (más el Reino Unido y Luxemburgo) más el crecimiento entre los países
del Europa del Este y países semiperiféricos que se están industrializando (así
como Japón y Australia) responde por el desplazamiento en la distribución del
consumo mundial de energía.
Es interesante que el desplazamiento en el consumo de energía,
que es debido al menos en parte a la extensión de la industrialización a los
países semiperiféricos, no se refleja en la distribución del PNB. Un análisis
sectorial del crecimiento del PNB podría ayudar a resolver esta aparente
inconsistencia. Es posible que los servicios financieros y las industrias de
alta/baja tecnología localizadas primariamente en países centrales se hayan
expandido lo suficiente en el periodo estudiado para paliar el componente de
crecimiento industrial semiperiférico de la distribución mundial del PNB. Mucha
de la industrialización semiperiférica ha sido en industrias pesadas
intermedias, que consumen grandes cantidades de energía por unidad del PNB.
Cuando consideramos la distribución de las características
económicas estructurales, hay algunas tendencias interesantes. La fuerza
laboral agrícola mundial se está desplazando hacia aquellos países que son ya
los más altos en términos de la proporción de la fuerza de trabajo que está en
la agricultura. De 1960 a 1980, la proporción de los campesinos y trabajadores
agrícolas del mundo que se ubicaba en el quintil de países de más baja
proporción de la fuerza laboral en la agricultura, declinó del 3.8 por ciento
al 2.6 por ciento y también se experimentaron declinaciones por el grupo medio.
Los países del quintil que estaba más alto en el porcentaje de la fuerza de
trabajo en la agricultura – o sean, los países periféricos – aumentaron su
proporción de los campesinos y trabajadores del campo del 33.2 por ciento al
40.4 por ciento. Este hallazgo sugiere un giro diferente de la noción de que
las economías nacionales se están desarrollando por el desplazamiento de
trabajadores fuera del sector agrícola. Es cierto que esto está ocurriendo en
la mayoría de los países, pero esto está ocurriendo mucho más rápido en los
países más desarrollados, de manera que la estructura de la fuerza laboral
mundial se está desplazando hacia una mayor concentración de los trabajadores
del campo en los países menos desarrollados.
Cuando examinamos la distribución global relativa de los
trabajadores industriales, el rasgo principal es la estabilidad en cada uno de
los grupos, aunque el quintil más bajo haya aumentado del 6.2 por ciento al 7.2
por ciento. Esta estabilidad es interesante, porque los países más
desarrollados no están aumentado el porcentaje de su fuerza laboral en la
industria y muchos están experimentando declinaciones en esta proporción al continuar
creciendo su sector de servicios. Los Estados Unidos, como se muestra,
experimentaron una reducción en su proporción de su fuerza laboral en la
industria, del 12.9 por ciento al 9.5 por ciento en el periodo estudiado. Esta
“exportación del proletariado” es más bien pequeńa, no obstante, cuando
examinamos el quintil superior como un todo. Su proporción de la fuerza laboral
industrial mundial declinó del 42.7 por ciento al 41.0 por ciento.
La urbanización, por otro lado, revela cambios bastante sustanciales
en su distribución mundial. Los países más urbanizados declinaron en su
proporción de habitantes de ciudad en el mundo, del 38.4 por ciento en 1960 al
34.1 por ciento en 1980. Tanto el grupo medio como el quintil inferior
experimentaron aumentos. Esto significa que el bien conocido fenómeno de
urbanización rápida en la periferia está redistribuyendo los habitantes de
ciudad del mundo. Por supuesto, la urbanización – que es la proporción de una
población que vive en ciudades – está sometida a efectos de techo, de manera
que son imposibles incrementos por encima del 100 por ciento, así como que es
probable que la concentración decline en un mundo en el que algunos países se
han urbanizado completamente, mientras otros están todavía en camino a la
urbanización. Se puede esperar no obstante, que efectos de techo similares
reduzcan las diferencias centro/periferia en la distribución de la fuerza
laboral mundial entre sectores económicos, pero para estos las desigualdades
son o bien estables o bien se están haciendo mayores. Yo sugeriría que la
reducción en las diferencias centro/periferia en urbanización es indicativa, no
de que la periferia esté alcanzando al centro respecto al rasgo estructural de
la modernización, sino más bien de la integración directa creciente de las
poblaciones de los países periféricos al mercado laboral mundial, incluyendo a
los sectores informales en rápida expansión en las grandes ciudades de la
periferia (Portes y Walton, 1981). Así, esto no es evidencia de la reducción de
la desigualdad centro/periferia, sino más bien una inclusión más directa de los
pueblos periféricos a la estructura de dominio y dependencia internacionales.
Como se informa en el capítulo previo, Jeffrey Kentor (1981) ha mostrado que la
dependencia de la inversión extranjera causa urbanización aumentada en la
periferia y que esto está mediado por la expansión del empleo en el sector
terciario. La urbanización periférica es, pues, un fenómeno muy diferente al
patrón urbano-industrial del desarrollo que ha ocurrido en los países
centrales.
Otra
tendencia reciente es la extensión de la producción de armas militares al
“Tercer Mundo”. Algunos autores (citados en Neuman, 1984) reivindican que esto
es una indicación de la dispersión del poder en el “sistema internacional”. Las
investigaciones de Stephanie Neuman (1984) confirman que el número de países
que producen armar y el número de armas producidas han aumentado desde 1969,
pero la proporción relativa de producción de armas no ha aumentado
establemente. La tabla 1 de Neuman (1984: 1701) muestra que el valor en dólares
de las exportaciones de armas desde
países del Tercer Mundo como porcentaje de las exportaciones mundiales
de armas durante el periodo desde 1969 hasta 1978 varió desde el 2.10 por
ciento hasta el 8.84 por ciento, pero no hubo tendencia regularmente creciente
durante el periodo. Aunque el número de países que producen armas aumentó
dramáticamente de 1950 a 1980 (de 4 a 26), la mayoría de los sistemas de armas
son producidos en unos pocos países semiperiféricos en industrialización.
Argentina, Brasil, China, la India, Israel, África del Sur, Taiwán y Corea del
Sur (30 por ciento de los 26 productores del Tercer Mundo) son responsables del
75 por ciento de la producción del Tercer Mundo en el periodo desde 1975 hasta
1980. Respecto a los tipos de armas producidas, Neuman (1984: 174) concluye que
ellas son “…renglones de defensa más pocos, más viejos y menos complejos – los
llamados componentes militares y sistemas ‘de cosecha’ e ‘intermedios’…” Así,
como la extensión de la producción industrial en general, la cantidad y los
tipos de desarrollo en la semiperiferia indica tal vez alguna movilidad hacia
arriba por parte de unos pocos países, pero no una disminución general en la
magnitud de las desigualdades centro/periferia.
Conclusiones
La
conclusión más importante a partir de las evidencias revisadas en este capítulo
es que, a pesar de la innegable industrialización de muchos estados periféricos
y semiperiféricos, no hay evidencias de una reducción en la magnitud de las
desigualdades centro/periferia. Así, los informes sobre la caída de la
jerarquía centro/periferia son ciertamente prematuros.
Por
otro lado, hay pocas evidencias de la pauperización general absoluta de la
periferia. Algunos estudios muestran pequeńos incrementos mientras otros
muestran poco cambio en varios indicadores de las esperanzas de vida promedio y
del nivel de vida en la periferia. Todavía no hay datos disponibles para el
reciente periodo desde 1981, periodo en el cual ha habido hambrunas y crisis
económicas en varias regiones de la periferia. Los datos en toda la periferia
acerca de este periodo de tiempo podrían dar un resultado diferente. Mi mejor
aproximación es que es la pauperización relativa, más bien que la absoluta, la
que tendrá efectos políticos significativos a largo plazo.
Capítulo 14: Construcción de la
Teoría
Los
recientes ataques al estructuralismo y a la teorización formal en las ciencias
sociales han ocurrido dentro del contexto de un desplazamiento ideológico
global hacia la derecha. La renovación de las glorificaciones del siglo
diecinueve, del libre mercado y las ganancias empresariales, por los
neoconservadores ha sido sorprendente, pero aún más curioso es la deriva hacia
la izquierda del centro. Esto ha ocurrido en muchas formas – el énfasis en la
modernización del sector estatal y en el incremento de su productividad, el
desplazamiento hacia los mercados y los incentivos de ganancia en los estados
“socialistas” y el apoyo eurocomunista al nacionalismo, al capitalismo de
estado y la austeridad. Sabemos que la academia y la política mundial no son
islas separadas, de manera que resulta tentador afirmar una conexión entre el
énfasis renovado en el individualismo metodológico y el desplazamiento que
aleja de los análisis de las fuerzas estructurales e institucionales tanto en
la ideología política como en la ciencia social.
Cuál es exactamente esta conexión, no puedo decirlo. El Zeitgeist parece afectarnos a todos nosotros y a todas
nuestras actividades. No estoy planteando que todos los que hayan atacado al
estructuralismo marxista sean instrumentos de los capitalistas. Más bien lo que
deseo plantear es que la construcción de una teoría estructural formal de la
acumulación capitalista sigue siendo una meta importante para la ciencia social
y una contribución potencialmente valiosa a la creación de una sociedad mundial
más humana, igualitaria y balanceada y que sea menos probable que nuestro
experimento colectivo se convierta con la vida en humo.
En
mi visión, el estructuralismo de Louis Althusser y sus discípulos ha sido
atacado sobre una base equivocada. El esfuerzo por formular una teoría
estructural del desarrollo capitalista, ahora entendido a nivel de
sistema-mundo, es un esfuerzo necesario si queremos obtener colectivamente
control de este jinete sin cabeza, de este gigante sin dirección (o con
múltiples direcciones) que casi ciertamente nos está lanzando a todos hacia el
precipicio.
Una
Defensa de la Teoría
E.
P. Thompson (1978) es tal vez quien ha hecho el ataque más influyente a la
teoría estructuralista althusseriana, en su ensayo “La Pobreza de la Teoría”.
Thompson plantea que los hombres y mujeres son más que simplemente ocupantes de
posiciones estructurales, meramente agentes de fuerzas sociales. Ellos son actores
históricos que negocian activamente y luchan por crear sus propias vidas y por
cambiar (o mantener) las instituciones sociales existentes. Una teoría
estructuralista está condenada, porque implica una visión mecánica de los seres
humanos, desesperadamente atrapados y empantanados por fuerzas sociales que están fuera de su
control. Esto debilita la acción propositiva y promueve el fatalismo. Las
teorías estructurales son también ellas mismas armas ideológicas mediante las
cuales es legitimado el poder y este poder se usa para oprimir y explotar a las
personas. El estalinismo y la Tercera Internacional son sugeridos como ejemplos
pertinentes.
Como sustituto del estructuralismo, Thompson propone su propio
método de análisis histórico, que enfatiza la autoría de la cultura por los
individuos y clases comprometidos en las luchas por sobrevivir y crear un mundo
mejor. Se hace énfasis en la contingencia histórica de los resultados, así como
en los elementos de la conciencia y la organización intencional.
A Thompson se ha unido un gran número de otros marxistas
académicos que han planteado argumentos similares respecto a áreas particulares
del asunto, o en términos filosóficos y metodológicos generales. La crítica del
estructuralismo marxista ha tenido éxito en la movilización de un amplio
rechazo que favorece a los estudios historicistas, voluntaristas y
particularistas (de área o locales). La creciente popularidad de la crítica
desconstruccionista, que demuele todas las teorías como instrumentos textuales
del poder político, también es evidente (1).
Aquí
yo formularé mi propia crítica al estructuralismo althusseriano y defenderé un
esfuerzo renovado por construir una teoría formal de la estructura profunda del
capitalismo, más bien que un rechazo a todas las teorías.
El
Continuum Historicista/Estructuralista
Primero
deseo plantear la existencia de un continuum entre dos posiciones metateóricas
extremas en la filosofía de la ciencia social y ubicar varias posiciones
intermedias en ese continuum. Los puntos finales son los que han sido llamados
análisis nomotético versus ideográfico. Hay una larga historia de discusión
dentro de todas las disciplinas de ciencias sociales entre estos dos casos muy
diferentes. En realidad muchas de las disciplinas exhiben un patrón algo
cíclico de variación en términos de la popularidad de los enfoques a lo largo
de este continuum (p. ej., Harris, 1968). El análisis nomotético intenta
formular leyes generales que expliquen las regularidades, patrones y formas de
cambio que exhibe un fenómeno. En ciencia social, las formulaciones más
completamente nomotéticas afirman que un solo modelo ahistórico puede responder
por todos los sistemas sociales humanos, grandes o pequeńos, primitivos,
antiguos, o modernos. Talcott Parsons y sus seguidores representan esta
posición, defendiendo que la idea de estructura social (compuesta por status y
relaciones normativamente definidos) y una lista de necesidades sistémicas
pueden ser útilmente aplicadas a diadas de dos personas, grupos pequeńos,
organizaciones, sociedades nacionales y sistemas globales.
El análisis ideográfico, el otro extremo del continuum, enfoca
lo que es único acerca de una persona, un periodo de tiempo, o una ubicación.
Más bien que preguntar lo que tienen en común los casos, enfatiza sus
diferencias. Pinta con riqueza de detalles, dedicándose a evidencias la
mentalidad, tanto cognitiva como afectiva, de un escenario histórico. A esto es
a lo que yo denomino historicismo (2).
Si bien este esfuerzo constituye un ejercicio válido y valioso
en las humanidades, muchos de sus proponentes afirman que un enfoque más
generalizador le impone a los seres humanos una falsa filosofía de la ciencia
física. Se defiende que los seres que pueden alterar su propia conducta inteligentemente y en maneras difíciles de
predecir, no son bolas de billar. Los científicos sociales responden que hasta
la “descripción grosera” implícitamente hace comparaciones y utiliza
generalizaciones para hacer inteligibles sus declaraciones narrativas (3).
Perry Anderson (1980) le ha formulado una valiosa respuesta al
ataque de E. P. Thompson a la teoría estructuralista, que rescata mucho de lo
que es valioso en el aparato althusseriano, al tiempo que reconoce la
naturaleza dialéctica de la determinación estructural y la acción voluntarista.
Anthony Giddens (1979) ha abordado esta cuestión en mayor detalle y su obra es
tal vez el esfuerzo más sistemático para resolver el problema, pero uno se
cansa pronto del examen de estructura, agencia y acción a un nivel puramente
abstracto. Yo no estoy concordando con los historicistas en que toda teoría o
pieza de investigación deba contener personas, lugares y eventos, como ha
planteado Charles Tilly (1984), pero la ausencia de un contexto especificado
que esté detrás del examen de Giddens lo deja a uno dudando. El examen de
estructuras, agencia, poder, ideología y cambio social a un nivel tan
completamente abstracto y general suena muy parecido a la palabrería. Pero
quizás yo solo esté revelando mi propia predilección por una variante cerca del
medio del continuum.
Entre los polos extremos de la generalización total y la
descripción pura, hay un número infinito de combinaciones posibles de ambos, no
solo variando la mezcla cuantitativa, sino también asignando alcance y
naturaleza de maneras diversas. Muchos sociólogos han planteado que una “gran
teoría” es vacua (p. ej., C. Wright Mills, 1959). Por otro lado, se alega que
las “teorías de mediano alcance” aplicadas a contextos particulares son
científicamente más válidas y socialmente más útiles (Merton, 1957).
Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1979) introducen su
importante estudio de la dependencia en América Latina con una descripción de
su método “histórico-cultural”, que enfatiza las diferencias entre varios tipos
cualitativos de situaciones de dependencia y las posibilidades de maniobra
dentro de las restricciones estructurales que emanan del centro (ver también
Bennet y Sharpe, 1985: 9-13).
Immanuel Wallerstein ha caracterizado a su unidad focal de
análisis como los “sistemas históricos”, término éste que captura claramente la
antinomia dialéctica entre los análisis ideográficos y nomotéticos. El enfoque
de Wallerstein enfatiza la interacción entre la historicidad de los sistemas
socio-económicos y sus elementos estructurales o esenciales profundos. En esto
él es similar a Marx. Marx criticaba las generalizaciones ahistóricas de la
economía política clásica, que ignoraban las cualidades únicas de los
diferentes modos de producción. Los supuestos acerca de una naturaleza humana
intemporal, apuntaba él, oscurecen los orígenes sociales de las instituciones y
las transformaciones cualitativas que ocurren en el desarrollo de las
sociedades humanas. Más bien que intentar modelar todos los sistemas
socio-económicos, Marx enfocó el capitalismo, un modo histórico de producción
con su propia lógica única de desarrollo y tendencias contradictorias. Pero,
mientras Marx intentó formular su modelo estructural profundo explícitamente en
los volúmenes de El Capital, las observaciones de Wallerstein acerca de
la teoría y su enfoque algo casual de la especificación teórica revelan una
actitud semi-fenomenológica. La declaración de política editorial en la revista
del Centro Braudel, Review, se refiere a “la naturaleza transitoria
(heurística) de las teorías”. La inclinación de Wallerstein por la narrativa
primero y el examen teórico en segundo lugar y su récord ambivalente y
contradictorio acerca de la definición de sus propios conceptos, lo colocan más
cerca del extremo historicista del continuum que Marx o Althusser.
Althusser y sus seguidores han sido criticados por
estructuralismo excesivo y por los pecados supuestamente asociados que se
relacionan en el anterior examen de E. P. Thompson. Pero no creo que estos sean
los problemas principales con el enfoque de Althusser. Una teoría estructural
de las leyes tendenciales del capitalismo, más bien que implicar un universo
determinista en el que la acción política es necesariamente fútil, es más bien
una guía a los débiles vínculos y las aperturas para una política socialista
positiva, o debería serlo. No hay contradicción aquí, porque nadie
reivindica que toda acción social esté determinada por fuerzas estructurales.
Una teoría estructural marxista, como apuntaba Engels (1935) desde hace tiempo,
es un esfuerzo por decir cómo se están moviendo las fuerzas históricas y por
indicar lo que es posible para el “socialismo científico” dentro de ese
contexto. Tanto las teorías estructurales como las descripciones históricas
pueden ser usadas para legitimar el poder político. Una teoría buena (o
verdadera) puede ser usada para fines malos, pero esta posibilidad no es óbice
para destruir todas las teorías.
El enfoque de Althusser y de Balibar (Balibar, 1970) es valioso
precisamente porque ellos hacen la distinción entre:
1 el modo de producción –
un nivel abstracto de análisis que especifica tendencias estructurales
esenciales de un sistema socio-económico y
2 el nivel de la
formación social – un nivel concreto y directamente observable de eventos
históricos e instituciones sociales que puede contener más de un modo de
producción, así como rasgos más puramente coyunturales, que pueden combinarse
para determinar los eventos históricos.
La
distinción entre la estructura profunda y el nivel coyuntural de eventos
históricos está contenida dentro del análisis general. Althusser y sus
discípulos son más explícitos acerca del contenido del nivel estructural
profundo y le ponen mayor énfasis a la importancia causal que lo que hace
Wallerstein u otros académicos que están más cerca del extremo historicista del
continuum.
Por supuesto, no es solo un asunto del énfasis relativo de
estructura y coyuntura, sino también el contenido sustantivo de la distinción.
Entre las estructuras, Parsons hace de las normas y valores las variable maestras.
De gran importancia para el contenido sustantivo de una teoría es cómo entiende
uno exactamente la distinción entre “base” y “superestructura” (o entre esencia
y epifenómenos). En el capítulo 1he propuesto una reformulación del modelo de
Marx de la acumulación capitalista, que no solamente cambia el marco de
análisis al nivel de sistemas-mundo, sino que también plantea que ciertos
elementos, tales como la formación de estado, la construcción de nación y la
formación de clases (que Marx consignaba a lo coyuntural) deberían en su lugar
incorporarse al modelo de la estructura profunda. Aquí no estoy defendiendo
esas decisiones teóricas sustantivas, sino más bien la decisión previa de
continuar el proyecto de producir una teoría estructural.
Mi propia crítica a Althusser y cols. no enfoca el proyecto
estructuralista, sino el contenido de la teorización (ver capítulo 1), así como
el fracaso de los althusserianos en ocuparse de la confrontación entre la
formulación teórica y la investigación empírica. La filosofía de la praxis
empleada por los althusserianos define la confrontación con el mundo empírico
en términos de actividad política. Yo no concuerdo en que la práctica política
sea un sustituto de la investigación comparativa sistemática designada para distinguir
entre formulaciones teóricas contendientes. Al rechazar la investigación
comparativa sistemática como un método burgués, los althusserianos se
empantanaron en un mundo escolástico de interpretación textual, análisis
deductivo racionalista y debate político. Muchos de los marxistas que estaban
ocupados con el mundo real de los movimientos sociales vigentes, fuera del
contexto inmediato de los debates políticos franceses, se alejaron del
estructuralismo. Así, Manuel Castells, proponente temprano él del
estructuralismo althusseriano, abrazó al historicismo en la forma de una
especie de romanticismo populista (ver Molotch, 1984), lanzando a la teoría
junto con la bańera.
Mi
defensa del análisis empírico comparativo está contenida en el párrafo
siguiente. Aquí solo deseo apuntar hacia que el razonamiento deductivo, la
exposición lógica y la crítica de los conceptos teóricos y proposiciones es
solo la mitad del proceso de producción de la teoría científica. La otra mitad
es la investigación empírica inductiva. La tendencia central de la sociología
americana ha sido el error opuesto – investigación sin teoría. Como han
apuntado Arthur Stinchcombe (1968) y muchos otros, la investigación solo puede
distinguir entre teorías que predigan diferentes cosas, de manera que es
importante formular las teorías contendientes de maneras que quede claro lo que
ellas implican y lo que no implican acerca del mundo empírico (4). Se admite
que este demandante ideal de cómo debería proceder la construcción de teoría,
raramente se satisface y yo no he sido capaz de satisfacerlo completamente en
este libro. De todas maneras, por más arcaico que parezca, esa es una de las
principales justificaciones que ofrezco de mi esfuerzo teórico y de la revisión
de los resultados de investigaciones comparativas.
La
Ontología
En
muchas discusiones con estudiosos y colegas en sociología, he descubierto el
curioso supuesto de una conexión entre la escala espacial y el nivel de
abstracción. Muchos parecen asumir que el sistema-mundo es abstracto, mientras
que una persona individual es concreta. También he observado este error en las
obras publicadas de distinguidos científicos sociales (p. ej., Tilly, 1984:
14). Pero al reflexionar, todo el mundo admitirá que no hay una conexión
necesaria entre el tamańo y la abstracción. El sol no es más abstracto que la
tierra. Yo no soy más abstracto que una hormiga. El sistema-mundo no es
directamente observable a la vista y esto puede ser una parte de la razón por
la que alguna gente piensa en él como más abstracto que los niveles menores de
análisis. Pero tampoco es la tierra visible como un todo para la mayoría de los
ojos. Y sin embargo, todos estaríamos de acuerdo en que ella y muchas otras
cosas como los átomos y el sistema solar, son entidades concretas. La
psicología de la percepción visual ha establecido que empleemos ideas hasta en
nuestra percepción de lo inmediatamente visible. Pero esto no quiere decir que
todo sea igualmente abstracto. Aunque yo necesito el concepto de “silla” para
ver la silla, yo y la mayoría de los filósofos creemos que una silla es más
concreta que (digamos) la belleza.
En la ciencia social, la mayoría de nosotros creemos que los
individuos realmente existen y que son más concretos que las clases o las
naciones. Desde Lukacs hemos sido prevenidos de cuidarnos de la reificación de
la sociedad (5). Pero John W. Meyer, un estructuralista consumado, ha apuntado
que reificamos con mayor frecuencia al individuo. Como todos sabemos de
nuestros cursos de pre-graduados, el yo es socialmente construido y los
individuos biológicos son conceptualizados muy diferente en las diferentes
especies de sociedades. Pero asumamos que los individuos existen. Al nivel más
concreto, el sistema-mundo se compone de todas (o casi todas) las personas en
la tierra y las interconexiones materiales (directas e indirectas) entre ellas.
Es un gran objeto de análisis de la ciencia social, pero no es abstracto, o no
más abstracto que los demás objetos menores.
Pero
la escala no afecta los patrones que son observables. Cuando usamos un
telescopio, vemos cosas muy diferentes que cuando usamos el ojo desnudo o un
microscopio, aún cuando todos estos apunten hacia la misma “realidad”. No tiene
mucho sentido discutir acerca de cuáles son los patrones u objetos reales, concretos.
Más bien, si estamos escribiendo historia pudiéramos escoger enfocar una u otra
escala de análisis por su propio mérito, igual que elegimos entre diferentes
estilos estéticos. Pero si estamos haciendo ciencia, vamos a desear entender
los procesos causales por los cuales cambian los patrones y nos preguntaremos
qué nivel de análisis responde de más variación en una variable de salida
designada (explanandum). Este último esfuerzo puede requerir el estudio de
diferentes niveles de análisis simultáneamente, cuestión ésta que se examina en
el próximo capítulo.
Modelos
del Sistema-Mundo
La
modelación del mundo es una empresa que ha transcurrido grandemente sin
conexión con la perspectiva de sistemas-mundo. Aquí comentaré las posibles
relaciones entre estos dos proyectos y designaré tres tipos de modelos que son
parte del esfuerzo por construir una teoría de los sistemas-mundo.
La
modelación del mundo es un esfuerzo de recolección de datos y simulación
emprendido por diferentes grupos de investigadores. Mucho de este trabajo es
valioso, porque enfoca a la economía mundial como un todo, como unidad de
análisis y usa datos empíricos para pronosticar tendencias. Los modelos
teóricos usados para crear las simulaciones ha variado grandemente de un
proyecto al otro, pero ninguno de los proyectos principales ha utilizado esta
especie de teoría desarrollada en este libro, teoría que usa el modelo de
acumulación de Marx, del desarrollo capitalista, como su punto de partida. Yo
concordaría con Patrick McGowan (1980) en que, a pesar de los muy diferentes
paradigmas empleados por los modeladores del mundo y por la perspectiva de
sistemas-mundo, estos dos proyectos pueden ser útiles el uno al otro.
Niveles
de Especificación
Me
gustaría distinguir entre tres niveles a los cuales podemos especificar los
modelos del sistema-mundo moderno. Al primero le podemos llamar modelo
descriptivo. Este tipo de modelo especifica las relaciones en el tiempo entre
los diversos ciclos y tendencias que son rasgos del sistema-mundo, que varían
con el tiempo. Un tal modelo está implicado por el examen de los ciclos y
tendencias del capítulo 2 y hay varios autores que han presentado tales modelos
temporales (p. ej., Chase-Dunn, 1978: 170; Hopkins y Wallerstein, 1979: 496-7).
Esta suerte de modelo no especifica relaciones causales entre los rasgos
variables. Más bien simplemente predice relaciones temporales regulares entre
diferentes variables. Este nivel descriptivo de análisis se presenta raramente
sin algún examen de las relaciones causales. Es un esfuerzo teórico valioso por
derecho propio, para hacer hipótesis explícitas acerca de las regularidades
temporales, porque facilita la formulación de cuestiones empíricas.
El segundo tipo de modelo es una especificación de las
relaciones causales entre las variables que son rasgos del sistema-mundo como
un todo o rasgos de subunidades, como las zonas, naciones-estados, etc. Un
ejemplo de un tal modelo está dado en la figura 13.2 y una serie de ejemplos
similares están contenidos en la crítica de McGowan (1985) del estudio de
Bergesen y Schoenberg (1980) de los ciclos de colonialismo. Los procedimientos
para comprobar estos modelos causales se examinan en el capítulo siguiente. Su
valores que pueden hacer explícitos nuestros argumentos acerca de qué causa qué
y por lo tanto pueden ser útiles en la evaluación de los diferentes argumentos
teóricos sobre los procesos en el sistema-mundo.
Un tercer tipo de especificación teórica es el que formula una
teoría de la estructura profunda o el motor principal que impulsa al
sistema-mundo. La teoría de Marx del modo capitalista de producción es un tal
modelo. Este plantea la existencia de tendencias estructurales que pueden
responder por la dinámica de largo plazo del crecimiento y reproducción de un
sistema socio-económico. La especificación de un tal modelo estructural
profundo puede ser formalizada de varias maneras diferentes. Parte del modelo
de Marx ha sido formalizado como una teoría axiomática de declaraciones
lógicamente relacionadas por Nowak (1971). Morishina (1973) ha especificado
matemáticamente aspectos importantes del modelo de acumulación de Marx. Los
modelos de la estructura profunda no necesitan estar completamente
formalizados, pero la formalización hace que los supuestos sean más claros y
hace más fácil ver las implicaciones empíricas de un conjunto de declaraciones
teóricas centrales.
Debería apuntarse a que el lenguaje de la estructura profunda
versus las apariencias de nivel superficial, no requiere la filosofía
nominalista del idealismo hegeliano. No necesitamos asumir que hay “realmente”
una esencia inobservable debajo de las complejidades de las apariencias
empíricas. El modelo de la estructura profunda es como un mapa. Es una
simplificación del territorio que nos ayuda llegar a donde queremos ir,
explicar y predecir tanto como sea posible.
Es
deseable que el mapa sea tan simple como sea posible, siempre que siga siendo
útil. Aquí, nuevamente, encontramos el continuum entre el historicismo y la
teoría completamente ahistórica. El historicismo copia el territorio en su rico
detalle, sin intentar simplificar. Por otro lado, el mapa de la teoría
ahistórica completamente general es tan simple que solamente los rasgos más
analíticos están dibujados, o sea, la red
de longitud y latitud. Estos rasgos aportarán una guía aproximada para todas
las ubicaciones, pero no aportarán información suficiente para que sea útil
para la mayoría de los propósitos particulares (6). Así, no es tanto una
cuestión de la existencia real de la estructura profunda, sino más bien de la
utilidad del modelo para la explicación, la predicción y la acción. Y en este
sentido hay variados grados de veracidad más bien que una verdad absoluta.
Formación
de Conceptos
Cardoso
(1977) plantea que los conceptos no deben ser rígidamente definidos y/o
convertidos en variables unidimensionales, porque la realidad social que se
esté estudiando es una realidad dinámica, contradictoria, que una tal precisión
sobre-simplificaría. Esta objeción puede estar parcialmente basada en la noción
de Marx de que los conceptos teóricos en las ciencias sociales deben ser el
reflejo del carácter relacional y contradictorio de los procesos sociales
mismos (Marx, 1973). Pienso que ésta es una idea metodológica importante, pero
no debe evitar que hagamos claras definiciones tentativas para ver cuán útiles
nos pueden ser en la explicación de la realidad empírica. La operacionalización
de un concepto no nos compromete permanentemente ni a la definición ni al
indicador particular que empleemos para medirlo. Cardoso tiene razón en apuntar
hacia que deberíamos estar conscientes de los supuestos que están detrás de la
conversión de un concepto como el de dependencia, en una variable
unidimensional. En realidad, las evidencias de las investigaciones entre
naciones confirman que la dependencia es un fenómeno multidimensional (ver
capítulo 9).
Mucha
de la preocupación acerca de la naturaleza implícitamente estática y
mecanicista de los modelos formales causales (p. ej., Bach, 1977) parece ser
resultado de un malentendido de la lógica del análisis causal. Toda la
investigación no-experimental es un intento por inferir procesos causales
subyacentes a partir de datos sobre los cuales tenemos poco control. El tipo de
variables usadas (cualitativas, métricas, lineares o curvilíneas,
multidimensionales o no) y la lógica y naturaleza de las relaciones causales
que están implicadas en un modelo particular, dependen de la imaginación
teórica del investigador. Es verdad que los modelos más comúnmente comprobados
asumen una causación de una sola vía y relaciones lineales entre variables,
pero estos supuestos no son en modo alguno necesarios para la modelación
causal.
Dialéctica
y Contradicción
Cardoso
(1977) y Bach (1977) plantean que la imaginería causal convencional no debería
ser aplicada a los procesos de dependencia y de sistemas-mundo porque estos
procesos son dialécticos y contradictorios. Presumiblemente estos autores están
haciendo una reivindicación acerca de la realidad objetiva; si podemos tener
claridad acerca de lo que quiere decir un proceso dialéctico, no hay razón
inherente por la que no se pueda especificar y comprobar un modelo dialéctico.
Muchos estudiosos de la estructura social prefieren usar la
dialéctica como ayuda heurística para pensar sobre los procesos de cambio
social. Como tales, las nociones generales de contradicción, oposición y
transformación cualitativa pueden ser muy útiles para interpretar situaciones
históricas complejas y esta ayuda heurística no es en absoluto incompatible con
las proposiciones causales de una especie más convencional. Cuando afirmamos
que hay una relación causal negativa entre, por ejemplo, la dependencia de la
inversión extranjera y el crecimiento económico (Bornschier y Chase-Dunn,
1985), no negamos la naturaleza interactiva y reactiva de las relaciones entre
las corporaciones transnacionales, los estados periféricos y los trabajadores
periféricos. Lo que estamos afirmando es que, como un todo, en muchos casos, a
largo plazo, ceteris paribus, mientras más dependiente es un país del
capital extranjero, mayor es la probabilidad de que se desarrolle más
lentamente. La posibilidad de que pueda haber excepciones, o de que algunos
países puedan ser capaces de combinar con éxito la inversión extranjera con una
cierta especie de crecimiento, no prueba que sea falso el supuesto general.
Proposiciones de esta especie pueden fácilmente combinarse con una heurística
dialéctica.
Más problemática es la especificación de proposiciones
dialécticas formales dentro de un modelo. Si defendemos que un proceso
particular o relación es dialéctico, es posible especificar formalmente el
significado de este aserto. Aunque no le guste a muchos dialécticos, podemos
traducir la noción de contradicción a la lógica causal convencional. Así, la
contradicción puede ser entendida como:
n
vectores causales que afectan a
una variable dependiente de maneras opuestas,
n
variables que se afectan una a
otra (causación recíproca), o
n
una variable que se afecta
negativamente a sí misma (retroalimentación negativa).
Es
cierto que la mayoría de los modelos causales en las investigaciones sociales
emplean solamente supuestos bastante
sencillos acerca de la retroalimentación, la causación recíproca y la
interacción, pero han sido modeladas exitosamente formas mucho más complejas de
causación, con herramientas matemáticas bastante estándares.
La
mayoría de los dialécticos serios, no obstante, no quedan satisfechos con una
traducción tan sencilla de las nociones centrales de la dialéctica
(contradicción, oposición y transformación cualitativa) a la lógica causal
convencional. Ellos plantean que la lógica aristotélica excluye la existencia
simultánea de opuestos, de manera que se requiere una nueva lógica y unas
nuevas matemáticas. Se ha comenzado a trabajar para crear una lógica y unas matemáticas
dialécticas formalizadas (Rescher, 1977; Alker, 1982). Este tipo de trabajo
pudiera eventualmente permitirnos construir modelos dialécticos que
especifiquen claramente la significación de oposición, contradicción, síntesis
y transformación cualitativa, en maneras que las hagan empíricamente
desconfirmables. Esta línea de trabajo fue sugerida por Erik Wright (1978:
capítulo 1). Él elaboró una serie de “modos de determinación” que son
particularmente apropiados para la tarea de modelación de las estructuras
causales de la teoría marxiana.
Teoría
Crítica, Determinismo y Práctica Política
La
teoría estructuralista, la modelación formal y los estudios comparativos
cuantitativos han sido atacados por quienes plantean que los estudios de
dependencia y de sistemas-mundo deberían exponer y condenar las estructuras de
dominación. La teoría crítica y el deconstruccionismo quieren exponer a la
ciencia social positiva como ideología burguesa y plantean el argumento de que
tanto la filosofía del conocimiento como la metodología comparativa usadas en
la ciencia social normal son realmente mistificaciones de base clasista.
Cardoso (1977) defiende que las investigaciones comparativas cuantitativas son
necesariamente no-críticas porque deben usar el manto de la ciencia objetiva
“libre de valores”.
Mi defensa general de los métodos cuantitativos comparativos
está contenida en el capítulo siguiente. Aquí deseo argumentar a favor del
valor político de un esfuerzo renovado en el ámbito de la teoría estructural.
Si ya tuviéramos una teoría adecuada de la acumulación capitalista y
comprensión suficiente de la dinámica de los procesos del sistema-mundo y de la
naturaleza de la transformación de los modos de producción, entonces podríamos
continuar hacia aplicaciones particulares de este conocimiento en las luchas
sociales. Pero la actual “crisis del marxismo” revela que ciertos problemas
básicos acerca de la naturaleza del capitalismo y el socialismo no han sido
resueltos aún. Es por eso que es políticamente sensato ejercer esfuerzos en
dirección a la reformulación de una teoría positiva de la acumulación
capitalista. Si pudiéramos simplemente aceptar el modelo de Marx y aplicarlo al
mundo del siglo veinte, entonces no necesitaríamos producir una teoría nueva (o
revisada). Una teoría estructural, no obstante, es más que un llamado a la
acción. Es un modelo de cómo realmente funcional el sistema socio-económico, su
dinámica de crecimiento y de competencia y las contradicciones inherentes que
producen las presiones hacia la transformación.
Bach (1977) y Cardoso (1977) plantean que la construcción de
modelos formales implica una visión determinista del desarrollo, que ignora los
esfuerzos voluntarios de los individuos y las clases para resistir y para
alterar las estructuras que los están explotando y subdesarrollándolos. Por el
contrario, los modelos en ciencia social con la mayor frecuencia son
probabilísticos más bien que deterministas, permitiendo así la complejidad e
indeterminación de la conducta humana. El conocimiento de la probabilidad de un
resultado social, dadas ciertas condiciones, es un potencial contribuyente a la
libertad humana. No nos convertimos en más determinados por comprender las
leyes de la naturaleza o las tendencias de los sistemas sociales. Por el
contrario, nos hacemos más libres. Por ejemplo, los modelos de dependencia que
muestran el tamańo y la naturaleza de los efectos promedio sobre una economía
nacional causados por un aumento (o una disminución) en la dependencia de la
inversión extranjera pueden ser útiles para ayudar a los que hacen la política
en los países periféricos para evitar las consecuencias negativas de la
explotación por las corporaciones transnacionales.
También está la cuestión de los usos de los modelos causales y
las investigaciones cuantitativas para informar la práctica política. Hay
muchas organizaciones políticas y movimientos que podrían hacer buen uso de los
resultados de las investigaciones comparativas sobre los procesos del
sistema-mundo. Pero al igual que los que hacen las políticas y los
planificadores no pueden aplicar los modelos mecánicamente a cualquier
situación, asimismo en política (y especialmente en política) la práctica es
más un arte que una ciencia a causa de la naturaleza compleja y coyuntural de
la tarea. Esto quiere decir que, como en medicina, los resultados de las
investigaciones deben ser usados por practicantes informados y artísticos.
Tal
como yo lo veo, el uso principal de una teoría estructural de la economía-mundo
capitalista es su potencial para ayudarnos a distinguir los cambios sociales y
las fuerzas políticas que reproducen al capitalismo, de aquellas que
contribuyen a su transformación y a identificar los “eslabones débiles” en los
que los esfuerzos políticos por la transformación pueden ser más fructíferos.
Si el siglo veinte es el comienzo de un periodo de transición a un
sistema-mundo socialista, pero los estados “socialistas” existentes son partes
funcionales de la economía-mundo capitalista (Chase-Dunn, ed., 1982b),
necesitamos una teoría claramente especificada del capitalismo que nos ayude a
distinguir las nuevas formas emergentes que contribuyan a la transformación del
sistema de las que lo reproducen, lo expanden aún más y lo profundizan. Y
nuestra nueva teoría también debería tener implicaciones para la cuestión de la
agencia en la construcción del socialismo.
Capítulo 15: Métodos de
Investigación
Muchos
de los feudos metodológicos de larga data dentro de las ciencias sociales, han
sido extendidos a la cuestión de la manera correcta de estudiar sistemas-mundo.
El continuum de ejemplos metateóricos examinados en el último capítulo,
generalmente se corresponde con un conjunto de preferencias respecto a la
metodología. Digo generalmente, porque algunos teóricos desaprueban a las
investigaciones empíricas de cualquier forma, mientras algunos “empiristas
crudos” desdeńan la teoría. Pero entre los que están dispuestos a arriesgarse a
entrar en contacto con el enredado mundo empírico, hay una vasta brecha entre
los proponentes del estudio de casos y los proponentes del análisis comparativo
sistemático. Como con la metateoría, hay muchas posiciones intermedias. Algunos
investigadores se diferencian entre tipos cualitativos. Algunos combinan los
estudios de casos con el análisis cuantitativo de un gran número de casos (p.
ej., Paige, 1975).
Charles Ragin y David Zaret (1983) contrastan el enfoque
individualizante de Weber con el enfoque generalizador de Durkheim. Weber
construyó tipos ideales para analizar las diferencias entre el Oriente y el
Occidente. Durkheim analizó grandes números de casos para verificar un modelo
general que se quería aplicar a todos los casos. Ragin y Zaret argumentan
convincentemente que ambas estrategias son valiosas, dependiendo de las metas
del estudio. Y ellos hacen un valiente esfuerzo por demostrar la
complementariedad de estas estrategias. Los adherentes a estos casos
metodológicos no siempre necesitan comprometerse en una confrontación en la que
los historiadores y especialistas de área afirman que era diferente en
Barcelona en 1934, mientras los teóricos de sistemas-mundo replican que ese era
solo un caso más de lucha en el terreno del sistema-mundo.
Cualquiera de estas estrategias (la individualizante o la
generalizadora) puede ser útilmente aplicada al sistema-mundo, dependiendo de
lo que estemos tratando de conseguir. Un enfoque puramente historicista
enfocaría las cualidades coyunturales únicas del sistema-mundo durante un
periodo particular. Como hay solo un sistema-mundo, el estudio de caso parece
el más apropiado. Si se cree que los modelos estructurales que buscan
desenredar la dinámica fundamental son inapropiados y engańosos (reivindicación
ésta que se reduce al aserto de que la realidad es o bien tan compleja o que
cambia tan rápido que su estructura no puede ser especificada con exactitud)
entonces solo es posible una historia. Una historia puede ser útil, no
obstante, solamente cuando se supone un modelo más estructural. Los modelos
estructurales no responden de todo. Todavía está por hacerse la crónica de los
eventos coyunturales. Las mentalidades, las luchas de los individuos y las
clases necesitan ser descritas e interpretadas.
Por
otra parte, el mismo caso individual puede también ser estudiado
estructuralmente. No es cierto que un estudio de caso excluya un análisis
estructural. Es posible formular modelos de los procesos estructurales que
están operando en un solo caso y comprobar esos modelos usando una versión
generalizada de la lógica de los análisis de series temporales. El análisis de
series temporales mide cambios en las variables con el tiempo y nos capacita
para comprobar los modelos de las relaciones causales entre estas variables.
Más adelante se consideran los problemas que este enfoque encuentra cuando
tratamos de aplicarlo al sistema-mundo. Aquí simplemente deseo plantear que
tener un solo caso no nos limita a los métodos históricos o cualitativos.
Estudios
entre Naciones
En
contra de lo que ha sido argumentado por algunos autores (p. ej., Bach, 1980),
el estudio de otros niveles de análisis puede ser bastante relevante a la
teoría de sistemas-mundo.
Aunque
le dedicaré mucho espacio más adelante a examinar cómo podemos estudiar el
sistema-mundo como un todo, esto no implica que los estudios de otras unidades
de análisis tales como individuos, organizaciones, clases, estados, zonas,
etc., sean irrelevantes para nuestra comprensión del sistema-mundo. En verdad
nuestra concepción del sistema-mundo como una estructura holística, incluye
estos niveles. No se trata meramente de la capa mayor de interacción a larga
distancia. Ella incluye también todos los vínculos de corto alcance. Esto se
refleja en nuestra conceptualización de la economía mundial como un todo, que
se compone de todas las economías nacionales junto con las estructuras
económicas internacionales y transnacionales y con las redes de intercambio. En
realidad algunos procesos del sistema-mundo deben ser estudiados
examinando unidades menores de análisis tales como los estados-naciones o las
firmas transnacionales. Por ejemplo, los estudios de los efectos de la
ubicación en la jerarquía centro/periferia sobre el desarrollo económico
nacional, deben usar a los países como la unidad de análisis y este seguramente
es un problema de investigación que emana de la teoría de sistemas-mundo. El
análisis del sistema-mundo tiene implicaciones para los procesos que operan a
muchos niveles, no solamente al nivel del sistema-mundo como un todo (1).
El
Problema de Galton
La
comparación de casos es una forma útil y significativa de investigación para
evaluar proposiciones que son implicadas por la teoría de sistemas-mundo.
La estrategia del análisis comparativo no emana, como algunos
han implicado, solamente de la práctica de la investigación por encuestas en
sociología. Los diseńos de investigación no-experimental tienen una larga
historia en las ciencias naturales, así como en economía. El hecho de que los
sociólogos aprendieran la lógica de la comparación mediante la técnica del
análisis de encuestas, es en gran medida un accidente histórico, aunque este legado
sí afecta algunas de nuestras prácticas (p. ej., el individualismo
metodológico) y nuestro vocabulario. Similarmente, el uso de los modelos
probabilísticos ha sido afectado por la lógica del muestreo. Seguimos hablando
de “tamańo de la muestra” cuando lo que queremos decir es el número de casos
que estamos analizando. Pero la lógica de la probabilidad tiene muchas
aplicaciones útiles, más allá del problema del muestreo.
Podemos sacar inferencias válidas de comparar un número de casos
solamente cuando esos casos pueden ser tratados como casos independientes, del
proceso bajo estudio. Éste es uno de los preceptos básicos de la lógica
comparativa (Zelditch, 1971). No podemos aumentar nuestro número de casos
significativamente, incluyendo el mismo caso dos veces, porque éste no es un
caso independiente. Este problema fue esclarecido por primera vez en la ciencia
social por la crítica de Sir Francis Galton del método comparativo propuesto
por Edward Tylor. Tylor había propuesto que los procesos sociales estructurales
y culturales podían ser estudiados comparando las correlaciones de atributos
entre culturas. Galton apuntaba a que algunas de las correlaciones resultantes
se derivarían de la difusión cultural más bien que de la interdependencia
funcional de las instituciones. Raoul Naroll (1968) sugirió que este problema
podría ser resuelto comparando casos en los que la difusión cultural no pudiera
haber ocurrido. Esta es una manera de “controlar para excluir” los efectos de
una variable, en este caso de la difusión. Una solución más general es medir la
no-independencia e incluir las fuentes hipotéticas de no-independencia en el
modelo, manteniéndolas así controladas. Esto se hace de varias maneras
diferentes.
Una
pieza sobre los métodos de estudio de las sociedades nacionales, escrita por
Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein (1967) (y de la cual después se
retrajeron) sugería un conjunto de distinciones que son útiles aquí. Hopkins y
Wallerstein defendían que las sociedades nacionales se desarrollan debido a causas
que son internas, relacionales y contextuales. Las causas internas son las
características variables de la propia sociedad nacional. Causas relacionales
son aquellas variables que inciden sobre una sociedad nacional debido a sus
relaciones con otras sociedades nacionales, por ejemplo, la dependencia de una
economía nacional de la inversión extranjera. Las variables contextuales emanan
de las características de la situación mundial como un todo, por ejemplo, el
nivel de industrialización mundial. Una vez que hemos conceptualizado las
fuentes de no-independencia entre un conjunto de casos y las hemos
operacionalizado, podemos usar el método del análisis comparativo cuantitativo
(2). No es necesario encontrar casos que estén completamente desconectados entre
sí.
Los
Métodos Correctos
Mi
posición es algo ecléctica sobre la cuestión de los métodos correctos. Yo
pienso que tanto los estudios históricos interpretativos como los estudios
comparativos cuantitativos, pueden ser enfoques útiles del sistema-mundo. Los
estudios históricos son útiles porque algunas cosas son realmente coyunturales
y son imposibles de analizar estructuralmente y también porque ellos suelen
generar hipótesis y conceptualizaciones que estimulan la formulación de teorías
estructurales. También, una vez que hemos establecido con éxito una o más
teorías estructurales, los estudios de caso que echan una mirada más cercana a
un proceso sobre la tierra pueden ayudar a decirnos exactamente cómo operan las
fuerzas estructurales. Como mejor se seleccionan estos casos o instancias es
después que el análisis comparativo ya ha mostrado a grandes rasgos el proceso
estructural. Los mecanismos que vinculan las variables causales los podemos
investigar estudiando casos “típicos” y las contingencias las podemos examinar
mirando a los casos inusuales.
En contra del espíritu liberal anterior, algunos militantes de
sistemas-mundo defienden que el estudio correcto del sistema-mundo requiere una
nueva metodología, o al menos que excluye la utilidad de algunos métodos,
especialmente el análisis comparativo cuantitativo. Terence Hopkins (1978) y
Robert Bach (1980) argumentan que deberíamos repensar completamente nuestros
supuestos metodológicos y epistemológicos cuando tomamos al sistema-mundo como
objeto de estudio. Ellos llaman al desarrollo de un nuevo método, más apropiado
para entender la naturaleza del sistema-mundo moderno. El razonamiento tras sus
preocupaciones necesita ser examinado en una atmósfera que esté libre el humo
del estéril debate entre historicistas y estructuralistas o entre los adeptos
del análisis cuantitativo versus el cualitativo. Estas viejas fronteras
“étnicas” suelen motivar intensos debates, pero raramente producen nuevos
conocimientos.
Robert
Bach (1980) organiza su argumento acerca de la deseabilidad de un nuevo mundo,
alrededor de dos ideas: la noción del “proceso singular” y la idea de un todo
“espacio-temporal”. Se dice que el sistema-mundo está caracterizado por un
conjunto de procesos singulares, que son rasgos del sistema completo y no
pueden ser entendidos analizando las sub-partes o unidades más pequeńas. Esta
reivindicación es parte de la instancia del holismo teórico, que sostiene que
la lógica del sistema socio-económico A – el modo capitalista de producción A –
es un rasgo de todo el sistema y que toda la lógica causal y de desarrollo
dentro de un sistema-mundo empírico deben ser aspectos de esta lógica del todo.
Este asunto ha sido examinado al nivel teórico en el capítulo 1. Básicamente
excluye la posibilidad de que el modo dominante de producción esté articulado
con otros modos e iguala los límites lógicos de un modo de producción con las
fronteras espaciales de un sistema-mundo. Bach busca extender este holismo
teórico a un holismo metodológico. Su argumento implica que solo el
estudio del sistema-mundo como un todo es relevante para entender el
sistema-mundo.
El
Problema de Agregación
Una
razón por la que Bach puede haberse preocupado con las comparaciones de
subunidades es el problema de agregación. Este problema es analizado
generalmente por Michael Hannan (1971). Éste es el error de inferencia que se
corresponde con lo opuesto de la falacia ecológica. La falacia ecológica ocurre
cuando una asociación entre dos variables a nivel de un conjunto de unidades
mayores de análisis (p. ej., los tractos censarios) es usada como evidencia en
apoyo de una afirmación acerca de una relación análoga a nivel de una unidad
menor de análisis (p. ej., hogares, individuos). Por ejemplo, puede observarse
que hay una correlación entre el nivel promedio de educación y el ingreso
promedio de los hogares cuando comparamos tractos censarios, pero esto no es
evidencia para esta asociación a nivel de hogares. No es imposible que doctores
pobres y personas ricas que abandonaron la escuela secundaria vivan en el mismo
barrio. A la inversa, las evidencias de una asociación a nivel de una unidad
menor no son evidencias de una asociación análoga a un nivel superior. Éste es
el problema de agregación que se menciona en el capítulo 11, en el contexto del
examen de las investigaciones entre naciones y sus implicaciones para
cuestiones acerca de los mecanismos que reproducen la jerarquía
centro/periferia.
El
problema de agregación no implica, sin embargo, que sea insignificante
agregar las características de subunidades para construir una medida de un
rasgo de una unidad mayor. El producto económico mundial puede ser exitosamente
estimado sumando los PNBs de todos los países.
Comparaciones
de Subunidades
El
problema de agregación tampoco implica que las comparaciones entre naciones o
de otras subunidades sean irrelevantes para la teoría de sistemas-mundo. El
auge y decadencia de las potencias hegemónicas, los efectos de las relaciones
internacionales de dependencia del poder sobre el desarrollo nacional, los efectos
de la ubicación en la jerarquía centro/periferia sobre la formación de clases y
las luchas de clases – todos estos son procesos del sistema-mundo que pueden
ser útilmente estudiados comparando unas sociedades nacionales con otras.
Simplemente no es el caso que la teoría de sistemas-mundo solo tenga
implicaciones para procesos que operen a nivel de todo el sistema.
Mucha
de la razón para rechazar las comparaciones entre naciones de grandes números
de países, aparentemente se desprende de malentendidos acerca de los supuestos
que hay detrás de tales investigaciones. Los críticos han defendido que el
análisis cuantitativo entre naciones implica
que todos los estados-naciones son los mismos o que el desarrollo nacional
es un proceso estático, mecanicista, determinista (p. ej., Cardoso, 1977;
Palma, 1978; Bach, 1980). El análisis cuantitativo de un gran número de casos
no implica ninguna de estas cosas, como explicó claramente Richard Rubinson
(1977a). Así, aunque hay “procesos singulares” que operan a nivel del
sistema-mundo completo y es cierto que el análisis de unidades más pequeńas no
puede directamente comprobar las proposiciones acerca de éstas (el problema de
agregación), la teoría de sistemas-mundo también tiene implicaciones para
procesos que operan dentro de y sobre unidades más pequeńas, tales como los
estados-naciones y las firmas transnacionales. Estos pueden ser útilmente
estudiados comparando sistemáticamente los casos y tomando en cuenta la
no-independencia en el modelo teórico y el diseńo de investigación empírica.
Espacio
y Tiempo
El
segundo concepto que Robert Bach usa en su argumento a favor de una nueva
metodología para las investigaciones de sistemas-mundo es la idea de “el todo
espacio-temporal” (Bach, 1980). Él reivindica que el sistema-mundo capitalista
tiene un rasgo que hace difícil aplicarle las herramientas estándar de
investigación comparativa. Se alega que los procesos que operan a nivel del
sistema completo no son solo singulares, sino que son procesos en los que el
tiempo y el espacio son rasgos integrales más bien que simplemente
dimensiones sobre las cuales se ordenan los ejemplos.
Éste es un planteo fascinante, que seguramente estimulará mucho
interés entre los geógrafos sociales, que siempre están buscando maneras nuevas
y teóricamente interesantes de conceptualizar el espacio (p. ej., N. Smith,
1984). Pero, żqué quiere realmente decir Bach? Él dice que el tiempo y el
espacio son rasgos integrales de los procesos de los sistemas-mundo. El tiempo
y el espacio son rasgos de todos los procesos sociales en el sentido de que
ellos entran en la determinación de los resultados. Bach es algo vago respecto
a cómo este declarado rasgo especial del sistema-mundo difiere de los procesos
sociales que operan a niveles menores. Posiblemente él quiere decir que el
significado social del tiempo y el espacio es un importante rasgo de las
estructuras culturales y económicas del capitalismo. Esto es indudablemente
cierto, pero yo no logro ver cómo esto apoya la reivindicación de Bach de que
los métodos comparativos convencionales son inapropiados para los estudios de
sistemas-mundo.
Ciertamente
hay problemas especiales relacionados con las dimensiones temporal y espacial
que surgen cuando tratamos de estudiar el sistema-mundo completo. Muchos de
estos se examinan más adelante. La aplicación irreflexiva de cualquier
metodología, incluyendo la interpretación histórica, es poco sabia. Pero a mí
no me convence el argumento de Bach de que deberíamos sacar al análisis entre
naciones o las investigaciones de encuestas, o el método comparativo formal en
general, de nuestra caja de herramientas antes de abordar el sistema-mundo.
Características
del Sistema-Mundo
Al
proponer el estudio comparativo formal de las características y procesos
variables del sistema-mundo como un todo, estoy afirmando, como mínimo, que tal
sistema existe y puede ser estudiado por derecho propio. La reivindicación más
fuerte de que este sistema mayor tiene una gran importancia causal para el
desarrollo de instituciones y entidades menores, solamente puede ser sometido a
investigación empírica una vez que los procesos del sistema-mundo hayan sido
especificados y operacionalizados. El foco de esta sección es sobre los
problemas para estudiar la relación entre diferentes características variables
del sistema completo. Esto es distinto al problema para estudiar los efectos
contextuales de las características del sistema-mundo sobre el desarrollo
nacional o los efectos relacionales de la posición de una nación en el sistema
mayor sobre su propio desarrollo. Por ahora estoy enfocando las relaciones
causales entre diferentes características del sistema-mundo completo.
Ahora
hay un solo sistema-mundo, pero históricamente ha habido muchos y un científico
social debe hacer comparaciones sistemáticas entre estos casos para hacer que
las evidencias confirmen una hipótesis. Wallerstein hace esto efectivamente,
con su comparación entre la economía-mundo europea emergente y el imperio-mundo
chino en el siglo dieciséis (1974: 52-63). Este enfoque se examina en la última
sección de este capítulo. Otra estrategia, la que se va a considerar aquí, es
emplear métodos que posibiliten la comparación de un solo sistema consigo mismo
en el tiempo. Podemos usar la lógica generalizada del análisis de las series temporales
para comprobar las proposiciones acerca de las relaciones entre las
características a escala de todo el sistema, que varían con el tiempo. El
análisis de series temporales es una técnica estadística para comprobar modelos
causales en los que las unidades de compasión son puntos en el tiempo
(Hibbs, 1974). Así, se compara a un sistema consigo mismo en el tiempo, para
examinar las relaciones entre características variables. Esto requiere que las
variables teóricamente relevantes hayan sido conceptualizadas y
operacionalizadas y que haya disponibles datos conmensurables durante un
periodo de tiempo suficientemente largo para que los procesos de interés
operen.
Operacionalización
y Medición
La idea
de emplear el análisis de series temporales para estudiar el sistema-mundo
plantea una serie de cuestiones empíricas críticas. żCuáles son las fronteras
espaciales del sistema y cómo han cambiado ellas durante el tiempo? żPueden los
datos recolectados sobre estados-naciones ser usados para estudiar procesos del
sistema-mundo? żPueden las variables ser medidas durante periodos
suficientemente largos para hacer posibles inferencias válidas? żLa lógica del
análisis causal se aplica a los eventos del sistema-mundo de una manera
directa? żSe pueden someter los procesos de largo plazo a la investigación
comparativa y a la comprobación de proposiciones? Las respuestas completas a
estas preguntas dependen de la proposición particular que se esté estudiando,
pero daré ejemplos y sugeriré posibles enfoques.
1 Mapeo espacio-temporal
Cualquier
esfuerzo por aplicar la lógica general del análisis de series temporales al
sistema-mundo como un todo debe ser capaz de especificar los límites espaciales
del sistema. Para medir las características que varían con el tiempo, debemos
conocer qué áreas incluir y cuáles excluir. Por ejemplo, mi estudio de los
cambios en la distribución rango-tamańo de las ciudades del mundo (Chase-Dunn,
1985a) requirió decisiones acerca de qué ciudades incluir en la economía-mundo
eurocéntrica en diversos puntos del tiempo. Yo empleé el “mapeo
espacio-temporal” grosero producido por los investigadores del Centro Braudel
(Fernand Braudel Center, sin fecha), pero esto es en sí una especificación
tentativa y preliminar.
El problema de los límites espaciales de un sistema-mundo es a
la vez teórico y operacional. Es necesario tener una conceptualización teórica
clara de los límites espaciales antes que podamos abrirnos caminos en el
problema de la medición. Pero no habría sido ingenioso implicar que estos dos
problemas están completamente separados en la práctica. Una definición teórica
que es completamente imposible de operacionalizar es inútil. Así, debemos usar
nuestro conocimiento de la información potencialmente disponible en conjunción
con la construcción de una definición teórica.
Yo argumenté en el capítulo 1 a favor de una separación entre
las nociones de límites lógicos y espaciales. La lógica estructural profunda de
un sistema puede cambiar sin cambios en sus límites espaciales y viceversa.
Así, la lógica del sistema no debería usarse para trazar límites espaciales
entre sistemas-mundo. Esta separación hace posible que haya más de un modo de
producción dentro de un sistema-mundo existente. Esto simplifica el problema de
los límites espaciales al de establecer alguna forma (especificada) de
conexión. No es necesario decidir qué lógica estructural profunda está operando
en cualquier instancia para determinar los límites espaciales de un sistema.
Sin embargo, la especificación teórica de los límites espaciales
sigue siendo problemática, aún después que la hayamos separado del problema del
modo de producción. Hay definiciones encontradas y la mayoría de los
investigadores concuerdan en que los límites espaciales son “borrosos”.
Diferentes aspectos de un sistema-mundo (p. ej., el político-militar y el
económico) pueden tener extensiones espaciales algo diferentes. Por ejemplo,
una región puede haber sido formalmente incorporada como colonia a una potencia
central, pero no estar aún vinculada a la red económica mundial, o viceversa. El
carácter borroso también se relaciona con el tiempo. Immanuel Wallerstein
defiende que el proceso de incorporación opera durante por lo menos un periodo
de cincuenta ańos, dentro del cual es difícil decir si una región particular
está dentro o fuera. Esto implica que un mapeo que emplee intervalos más cortos
es necesariamente algo arbitrario. Thomas Hall (1986) ha planteado que la
incorporación debería ser conceptualizada como un continuum de tipos. Este
enfoque introduce una fuente adicional de “borrosidad”.
La definición más simple de Wallerstein de límites espaciales de
un sistema-mundo enfoca los vínculos que hay en una red interdependiente de
intercambio de “mercancías fundamentales”, con lo que él quiere decir alimentos
y otras necesidades de la vida cotidiana. Él excluye el intercambio de
“preciosidades” (lujos), que se alega que no tienen consecuencias importantes
para las partes que intercambian o sus sociedades. Charles Tilly (1984: 62)
plantea que los límites espaciales de un sistema-mundo deberían ser entendidos
generalmente en términos de coherencia e interdependencia. Él apunta
correctamente a que permitir que cualquiera conexión que sea, constituya una
base para la inclusión, da como resultado que la mayoría de las áreas del globo
hayan sido partes de un mismo “sistema” durante milenios, uso éste empleado por
Lenski y Lenski (1982). La noción de que todo está conectado de algún modo a
todo lo demás, si bien es indudablemente cierto, no resulta muy útil para una
ciencia de la sociedad humana.
Tilly propone una “regla de oro de la conexión” basada (lo que
no es sorpresa) en el control político. Él sugiere que los límites de un
sistema mundo se pueden trazar como sigue:
las acciones de los que
detentan el poder en una región de una red, rápidamente (digamos, en un ańo) y
visiblemente (digamos, por los cambios realmente informados por observadores
cercanos) afectan el bienestar de al menos una minoría significativa (digamos,
un décimo) de la población en otra región de la red (1984: 62).
Las definiciones, tanto de Wallerstein como la de Tilly, tienen
problemas conceptuales y operacionales. La de Tilly es más precisa, pero la
precisión hay que admitir que esta precisión es arbitraria. De todas maneras,
para operacionalizar solemos estar forzados a hacer tales dicotomías
arbitrarias y es útil reconocerlas como tales, porque pudiéramos desear
alterarlas más tarde, cuando otros problemas empíricos se hagan más evidentes.
La definición de Tilly no especifica los límites de “la red” y
parece implicar a un sistema que tiene un solo centro. Tanto el sistema-mundo
moderno, como muchos antiguos, eran (y son) multicéntricos, por lo que
requieren que conceptualicemos tanto las conexiones económicas y políticas
directas, como las indirectas.
David Wilkenson (1987) sugiere una tercera definición de
interconexión, basada en el conflicto político-militar interactivo. Wilkenson
propone que las comunidades que están comprometidas en una competencia
político-militar sostenida entre sí, deberían ser consideradas partes del mismo
“sistema-mundo/civilización”.
El esfuerzo de Wallerstein por eliminar al intercambio de
preciosidades es problemático, cuando miramos los sistemas-mundo primitivos y
antiguos y hasta el sistema-mundo moderno anterior, como ha argumentado
convincentemente Jane Schneider (1977). Los bienes de prestigio han jugado un
importante rol político en la mayoría de los sistemas-mundo pre-capitalistas y
ciertamente se ha argumentado que las economías de prestigio inter-societales
han constituido el elemento más importante en algunos sistemas-mundo
pre-modernos (p. ej., Blanton y Feinman, 1984). También como apunta Schneider,
los lingotes fueron usados como medio para alquilar mercenarios tanto en el
sistema moderno como en los antiguos y esto difícilmente sea un asunto que
pueda considerarse epifenoménico a la reproducción de las estructuras de poder.
El asunto aquí es que las redes de bienes fundamentales constituyen un nivel de
red a causa del costo del transporte, mientras que el rango de preciosidades es
mucho mayor, pero estas últimas deben ser tomadas en cuenta en cualquier teoría
que busque explicar el cambio social.
Quizás necesitemos definir los sub- y súper-sistemas-mundo,
basados en esta distinción. Si es así, la economía-mundo del siglo dieciséis
europeo era un subsistema dentro de un súper-sistema-mundo mayor, multicéntrico
y euroasiático. Esta especie de especificación de límites complica las cosas en
algún grado, pero nos permite continuar con el análisis de los sistemas-mundo
sin consignar transacciones claramente importantes al cesto de los
epifenómenos.
Independientemente de las cuestiones teóricas, deseo continuar hacia algunos de los problemas de
medición. Asúmase que tenemos una clara definición teórica de límites espaciales.
Ya mencioné el problema de la borrosidad. Este es un caso del problema de error
de medición y hemos desarrollado un conjunto de herramientas para lidiar con
esto. Si el error de medición está distribuido aleatoriamente, no distorsionará
el resultado de los estudios de asociaciones entre variables. Si está
sistemáticamente sesgado, puede afectar estos resultados y eso es un problema
mayor. En el contexto de los límites del sistema-mundo, es probable que
tengamos mejor información y más información mientras más cerca
lleguemos del centro y a medida que sea más reciente el periodo de tiempo que
estemos estudiando. Estos errores sistemáticos de medición deberían ser tenidos
en mente siempre que busquemos comprobar cualquier proposición particular.
Otra
cuestión puede ser obvia, pero no siempre es apreciada. Esto lo aprendí de mi
experiencia con las investigaciones entre naciones. La escala espacial y
temporal de la investigación cambia la significación del error de medición. En
conexión con el tópico de que se trate, el error asociado con el límite
espacial de un sistema-mundo puede ser extremadamente importante si de lo que
se trata es de explicar lo que ocurrió en una ciudad particular, pero tiene
muchas menos consecuencias si lo que se está tratando de medir es el nivel de
una característica del sistema-mundo como la distribución de tamańo de ciudad
en el mundo. En otras palabras, es bastante importante si Constantinopla está
dentro o fuera, si lo que se está estudiando es Constantinopla, pero es menos importante
si lo que se está estudiando es el sistema-mundo completo.
Validez
y Confiabilidad
Como
se mencionó anteriormente, los problemas de operacionalización de variables
difieren grandemente, en dependencia de la era que se esté estudiando. Para los
periodos de inicio usualmente debemos confiar en información parcial y
extrapolarla al sistema como un todo. Así, Braudel y Spooner (1967) estiman la
creciente integración de la Europa del siglo dieciséis comparando las
tendencias en los precios de los alimentos en las ciudades europeas para las
cuales hay series de precios disponibles. Para periodos posteriores hay
información más completa en todo el sistema disponible y está en una forma
crecientemente comparable.
La
operacionalización de variables abstractas en periodos de tiempo largos suele
requerir el uso de diferentes indicadores en diferentes periodos. Así, por
ejemplo, el tiempo de la hegemonía holandesa en ventaja económica competitiva,
podría se medido en términos del grado en que los productos y servicios
holandeses reemplazaron a los de los competidores en los siglos dieciséis y
diecisiete. Los sectores líderes particulares que fueron importantes en este
periodo son, por supuesto, muy diferentes de los que indicaron la ventaja
competitiva relativa de la economía británica en el siglo dieciocho tardío y en
el diecinueve (ver Thompson, 1986 y capítulo 9 anterior). Así, la validez de
estas medidas de la concentración de la ventaja competitiva en el centro es
dependiente de la exactitud de los juicios acerca de cuáles son las industrias
líderes de punta durante periodos largos de tiempo.
3 Limitaciones de la Agregación de Datos
sobre Estados-Naciones
La
propia estructura de las instituciones recolectoras de datos puede distorsionar
a información disponible de maneras sistemáticas que crean problemas de
inferencia (Wallerstein, 1983b). Por ejemplo, muchas de las series de datos más
comparables son medidas de características de los estados-naciones. Este hecho
institucional, que se deriva de la importancia de los estados-naciones como
recolectores de impuestos y controladores de los flujos, hace difícil el
estudio de ciertos procesos del sistema-mundo. Por ejemplo, Frederic Lane
(1966: 496-504) y Jane Jacobs (1984) argumentan que las ciudades son la unidad de
análisis más importantes para el estudio del crecimiento económico. Samir Amin
(1980) defiende que las clases y las interacciones clasistas a nivel mundial
son importantes determinantes de las estructuras estatales y del desarrollo
económico. Si estas reivindicaciones son ciertas, los datos que son agregados a
partir de información sobre los estados-naciones puede representar
equivocadamente la operación de los procesos de operación del sistema-mundo. La
tabla 12.3 estima las características del sistema completo, agregando datos del
estado-nación. Ésta muestra las tendencias en la concentración de los recursos
desde 1960 hasta 1980. Esta tabla tiene interesantes implicaciones para el
estudio de la brecha entre los países centrales y periféricos, pero no nos dice
qué cambios pueden haber ocurrido en la distribución de recursos entre ciudades
del mundo o clases sociales. Si la tabla hubiera sido agregada partiendo de
datos de ciudad o datos de clase, los resultados podrían haber sido muy
diferentes.
4 Transformación de los Datos de
Estado-Nación
Es
posible, sin embargo, transformar datos basados en estados-naciones, para
hacerlos más adecuados para la investigación del sistema-mundo. Por ejemplo, si
queremos conocer la distribución del ingreso monetario mundial entre los
hogares, podemos usar datos de PNB (ingreso nacional) más información
procedente de estudios de la distribución intra-nacional del ingreso entre los
hogares, para producir un estimado de la distribución mundial del ingreso entre
los hogares. Esto ha sido hecho en la investigación informada por Bourguignon,
Berry y Morrison (1983), examinada en el capítulo 12.
Similarmente podemos estimar la distribución del ingreso entre
las clases sociales en el mundo, usando datos de salario ocupacional procedentes
de la Organización Internacional del Trabajo. Los estudios de clase social
usando las características ocupacionales (p. ej., Wright, 1976) pudieran ser
comparados con las categorías ocupacionales usadas por la OIT. Por este método
pudimos producir un estimado de la distribución del ingreso mundial entre las
clases sociales.
El examen detallado de las cuentas nacionales, la información
censaria y el uso de estudios especiales para estimar parámetros en todo el
sistema pueden ciertamente aportar medidas teóricamente relevantes, que no
dependen del estado-nación como unidad de análisis. La existencia de datos de
Producto Nacional Bruto significan que, en algún punto del proceso de
recolección de datos, debe haber información (o al menos, estimados) sobre las
transacciones monetizadas completadas por individuos, hogares, firmas, sectores
y el estado. Esta información puede ser agregada sobre una base distinta a la
nacional, si primero puede ser obtenida en detalle suficiente para todo el
sistema. Mucha de esta información detallada, no obstante, no está disponible
para periodos que no sean los más recientes, de manera que el estudio de
procesos de largo plazo debe usar información menos completa. Aunque esto
reduce el nivel de certidumbre que podemos tener en los resultados, estos
importantes procesos no deberían ser ignorados por esta razón.
El
uso de datos de estado-nación no debería ser despedido como herramienta para
estudiar el sistema-mundo (3). Para algunos propósitos teóricos, los
estados-naciones son la unidad relevante de análisis y la agregación de
datos nacionales, o el estudio de
patrones “internacionales” de interacción, puede arrojar luz sobre
hipótesis acerca del sistema-mundo. Por ejemplo, el modelo causal propuesto en
el capítulo 13 plantea la hipótesis de que los cambios en la distribución
relativa de la ventaja productiva entre los estados centrales afecta el patrón
de intercambio y control entre estados centrales y áreas periféricas. Aunque
para estas ambas variables no son los estados mismos los que sean los únicos
actores, el hecho que los actores estén ubicados dentro de o asociados con
estados particulares o áreas coloniales, es de importancia teórica directa. Y
así, los datos que están organizados por estado-nación resultan apropiados para
comprobar la proposición.
5 Combinación de Datos de Diferentes
Países en el Mismo Indicador
El
ejemplo dado anteriormente, del intento de medir la distribución relativa de la
ventaja competitiva entre los estados centrales, involucra la combinación de
datos de diferentes países en el mismo indicador. Los problemas de trabajar con
datos históricos de comercio procedentes de una sola nación, son muchos (p.
ej., Schlote, 1952: 3-40), pero estos se complican inmensamente cuando uno
trata de combinar estos datos procedentes de diferentes países. Por ejemplo, yo
he estimado un aspecto de la hegemonía británica sobre los Estados Unidos,
determinando el grado de penetración de las manufacturas de algodón británico
en el mercado de confecciones textiles de los Estados Unidos desde 1800 hasta
1900. Esto involucró la construcción de una razón del valor (o la cantidad) de
las manufacturas de algodón británicas importadas a los Estados Unidos,
respecto al valor (o la cantidad) de todos los textiles consumidos en los
Estados Unidos (Chase-Dunn, 1980: 215). Los datos para el numerador de esta
razón se encuentran en fuentes británicas, mientras los datos para el
denominador son de fuentes de Estados Unidos. Diferentes categorías de
mercancías y diferentes unidades de cantidad y de valor son usadas en las dos
fuentes. Esto requiere una cuidadosa atención a lo apropiado de combinar las
diferentes categorías.
Otra
manera en la que los datos de diferentes países se combinan, es en la
producción de las medidas producidas por el análisis de redes. Estas medidas
han sido examinadas en la sección sobre la medición de la posición en el
sistema-mundo, en el capítulo 10. El uso de matrices de comercio internacional
puede ser una manera valiosa de estudiar la forma del sistema-mundo y cómo ésta
cambia con el tiempo (p. ej., Smith y White, 1986). Y esta especie de medida
también ha sido usada para estudiar las causas de sistema-mundo, del desarrollo
nacional. Esto se realiza usando la ubicación de cada país dentro de un bloque
producido por el análisis de redes como un atributo de ese país en el análisis
entre naciones (p. ej., Snyder y Kick, 1979; Nemeth y Smith, 1985). Recuérdese
también el planteo de que estas medidas de red son superiores porque son más
“relacionales” que otras medidas y mi reticencia en la Nota 5 del capítulo 10.
6 Series de Datos No-Continuas
Otra
dificultad para intentar construir series de datos para periodos de tiempo
largos, es que los métodos de recolección de datos y las convenciones de
presentación suelen cambiar radicalmente con el tiempo. Esto crea series
no-continuas, que pueden poner en peligro la tarea de determinar el tiempo de
un descenso o ascenso en una fluctuación. Por ejemplo, en el ejemplo anterior
queremos saber cuándo los textiles británicos comenzaron a penetrar en el
mercado de los Estados Unidos y cuándo comenzó la producción doméstica a sacar
fuera los textiles británicos. El tiempo de estos dos cambios en la dirección
de las tendencias es crucial para nuestra comprensión de la hegemonía británica
y su interacción con el desarrollo de los Estados Unidos. Las series
no-continuas hacen difícil esta determinación. Y adicionalmente, las decisiones
acerca de qué comparar, qué categorías de mercancías, tasas de cambio, precios,
etc., para usarlas en la computación de la razón, afectan nuestros estimados
del tiempo de estas reversiones de tendencias. Tales decisiones se han de tomar
cuidadosamente. Un excelente estudio que refleja con profundidad estas
dificultades es el examen de Modelski y Thompson (1988) del poder marítimo
mundial.
7 Amplitud de un Punto en el Tiempo: El
Error de Medición en el Tiempo
He
aquí otra cuestión acerca de la aplicabilidad de la lógica causal convencional
a las investigaciones del sistema-mundo. Uno de los cánones básicos del
análisis causal mantiene que un cambio en una variable A causa un cambio en la
variable B si y solamente si el cambio asociado en la variable A precede al
cambio en la variable B en el tiempo. El futuro no puede causar al pasado. En
la práctica solemos usar eventos históricos como las guerras, los cambios de
régimen, las crisis económicas, etc., como indicadores de cambios estructurales
subyacentes. El problema es que estos eventos suelen no ser indicadores
simultáneos directos de los cambios estructurales subyacentes que deseamos
medir con ellos, de manera que la secuencia aparente en el tiempo de los
indicadores (eventos) puede no reflejar la verdadera causalidad entre las
variables.
El tiempo exacto de, digamos, el estallido de una revolución o
una guerra puede estar determinado por factores que son coyunturales o que solo
están vagamente relacionados con procesos subyacentes del sistema-mundo. Y sin
embargo, la propensión a que ocurra la guerra o a la revolución dentro de un cierto periodo amplio, puede en
verdad estar conectada con procesos estructurales subyacentes. Si estamos
usando un evento como indicador de una variable estructural, el tiempo exacto
del evento (p. ej., el día y el mes) puede representar principalmente un error
de medición, mientras que el hecho que el evento ocurra dentro de un periodo
más amplio (p. ej., diez ańos) pudiera ser el hecho relevante para nuestros
propósitos de medición.
Otra
manera de pensar en esto es que, cuando estamos considerando procesos
estructurales de muy largo plazo, la amplitud relevante de un punto en el
tiempo pudiera ser muy amplia. Esto es, los eventos que indican cambios en las
variables subyacentes pueden ser “simultáneos” aún cuando estén separados por
ańos en el tiempo histórico. André Gunder Frank (1978: 20) afirma que la
simultaneidad de eventos separados en el espacio, aunque no es prueba de
una relación causal, es una pista importante para el análisis del
sistema-mundo. Lo que yo planteo es que la simultaneidad pudiera definirse con
suficiente amplitud que permita que los errores de medición debidos a demoras
entre los cambios estructurales subyacentes y los “eventos” que usamos para
indicarlos (4). Y también el hecho de que el evento A ocurra unos pocos meses o
ańos más tarde que el evento B, no debe ser tomado como prueba de que A (o más
bien la variable que lo indica) no pueda haber causado B. Su secuencia en
tiempo histórico puede no reflejar la dirección de la verdadera causalidad estructural.
8 Pocos Casos de Procesos de Largo Plazo
Otra
dificultad que debe confrontar el análisis de las series temporales de datos
del sistema-mundo es el problema de los pocos casos. Si uno está estudiando un
proceso de muy largo plazo, p. ej., la onda K, ha habido solamente once de
estos ciclos desde el comienzo del sistema-mundo eurocéntrico. Esto quiere
decir que una comprobación de cualquier teoría acerca de las causas de estos
ciclos, de algún modo no será concluyente a causa del pequeńo número de “casos”
(ejemplos). Esto es la intersección entre lo que es históricamente único y lo
que es científicamente comprobable. Los grados de libertad se van agotando
rápidamente a medida que la complejidad de la explicación excede el número de
casos independientes que podemos estudiar. Esto no significa que debamos
abandonar la lógica general del análisis de series temporales, sino más bien
que debemos estar dispuestos a aceptar niveles bajos de certidumbre. Un ejemplo
lo aporta el estudio de Goldstein (1988) de las guerras centrales y las ondas
K. Él encuentra que su modelo se apoya en diez de los once casos. Esto es muy
probable que haya ocurrido por casualidad, pero solo unos pocos casos
contrarios más hubieran puesto en duda su modelo como explicación general. Con
pocos casos es fácil probar que una hipótesis es falsa, pero es difícil probar
que es cierta.
9 Secuenciación y “Tiempo de Ciclo”
Joshua
Goldstein (1988: capítulo 8), en su examen de los problemas de métodos que se
encuentran cuando se estudian las características variables del sistema-mundo,
des cribe un enfoque de los ciclos sociales que yo encuentro muy útil.
Goldstein apunta a que los ciclos sociales son raras veces perfectamente
periódicos, a diferencia de algunos de los ciclos que ocurren en los procesos
físicos. Así, los intentos por descomponer los ciclos económicos largos en sus
componentes, que usan el análisis de Fourier o el espectral (p. ej., Adelman,
1965), son engańosos porque asumen que los ciclos sociales deberían aproximarse
mucho a ondas sinusoidales. Goldstein propone en lugar de esto la noción de
“tiempo de ciclo” en la que a los ciclos sociales se les permite tener periodos
variables. Generalmente se reconoce que la onda de Kondratieff varía en
longitud, de un pico al otro, desde alrededor de 40 hasta alrededor de 60 ańos.
Goldstein plantea que deberíamos confiar más en la secuenciación de eventos y
en las reversiones de tendencias que en su espaciamiento exacto a lo largo de
la dimensión temporal. Estos es una valiosa sugerencia, aunque deberíamos ser
algo cuidadosos acerca de su aplicación. Ya hemos mencionado anteriormente una
preocupación afín a ésta, acerca de la relación entre los eventos y las
variables estructurales subyacentes: la amplitud de un punto en el tiempo. Ese
examen puso en tela de juicio la confianza completa en la prioridad temporal
como indicador de la dirección de la causación.
Otro
problema es el del grado de variación periódica del ciclo que es permisible. Si
nuestros datos indicaran, por ejemplo, que las ondas K variaron en su periodo
desde (digamos) veinte hasta ochenta ańos, probablemente reconsideraríamos el
valor de un modelo “cíclico”. Robert Philip Weber (1987) ha explicado las
diferencias analíticas entre tres especies de “ciclos”. Los ciclos débiles no
tienen una periodicidad “bastante constante” y se les denomina fluctuaciones.
Los ciclos moderados tienen una periodicidad “bastante constante” y los ciclos
fuertes tienen, además, amplitud regular y simetría. Habrá que determinar en la
práctica lo que constituye “bastante constante” en las investigaciones del
sistema-mundo. Las ondas K y las ondas de severidad de las guerras son ciclos
moderados. La secuencia hegemónica probablemente sea una fluctuación, con
curvas en los picos de aproximadamente la misma longitud y depresiones de
longitudes muy diferentes.
Otros
Diseńos de Investigación
Anteriormente
hemos examinado problemas asociados con el estudio de las relaciones entre
características variables del sistema-mundo como un todo. Éste es solo uno de
varios diseńos de investigación posibles, que han sido o pudieran ser usados
para estudiar los procesos del sistema-mundo. El examen que sigue compara a
otros seis tipos amplios de diseńos de investigación no-experimental. Propone
la aplicación de dos nuevos enfoques: los diseńos para comprobar modelos de multinivel
y las comparaciones entre sistemas-mundo.
Los seis tipos de diseńo de investigación son:
1 estudios
de series temporales de países individuales,
2 estudios
entre naciones,
3 historias
de eventos,
4 un diseńo que examina los efectos de las
variables contextuales del sistema-mundo sobre el desarrollo nacional,
5 modelos multinivel y dos diseńos de
investigación para comprobarlos y
6 estudios entre sistemas-mundo.
Cada una de estas categorías es realmente una amplia colección
de enfoques posibles, en términos de la manera en que los aspectos temporales y
espaciales de comparación son utilizados para estudiar los procesos causales.
Primero, sin embargo, consideremos el problema de la elección de
una unidad de análisis. Ésta es una decisión de investigación que debería ser
determinada por consideraciones teóricas. Idealmente elegiríamos unidades en
las que estén operando casos independientes y comparables del proceso de
interés teórico. Pero, frecuentemente y especialmente en los estudios de
sistemas-mundo, diferentes unidades de análisis se afectan recíprocamente y es
difícil encontrar casos completamente independientes. Anteriormente hemos
delineado la solución del problema de Galton – la inclusión de la
no-independencia planteada como hipótesis, en el modelo teórico y en el
análisis comparativo. Pero la vara para medir la independencia relativa sigue
siendo útil en la selección de una unidad de análisis. Otras consideraciones
también afectan la elección de una unidad de análisis, tales como la
disponibilidad de datos comparables y la existencia de instrumentos de política
que hacen posible emplear los hallazgos de la investigación en la práctica
política. Estas últimas consideraciones, no deberían abrumar a las
consideraciones teóricas, no obstante. Si la disponibilidad de datos duros o
“la relevancia de política” fueran consideraciones primarias, nunca
estudiaríamos al sistema-mundo como un todo.
Si
la variable dependiente es una característica de los países, tal como el
crecimiento económico nacional, entonces la mejor elección de unidad de
análisis es el país. Sería posible hacer inferencias acerca del crecimiento
nacional sobre la base de un estudio de firmas, regiones o ciudades, pero tales
inferencias estarían sometidas a supuestos que podrían introducir errores.
Tradicionalmente la investigación comparativa cuantitativa ha requerido un
conjunto rectangular de datos en el que la dimensión de “casos” contiene
ejemplos de una sola unidad focal de análisis. Habiendo elegido una unidad
focal de análisis, podemos usar la información sobre otras unidades, o sobre la
relación de la unidad focal con otras unidades o sistemas mayores, pero todas
estas deben ser transformadas en atributos de la unidad focal. Estas
transformaciones también involucran supuestos que podrían estar preńados de
error, de manera que más adelante buscamos desarrollar un diseńo de
investigación multinivel en el que el mismo modelo pueda contener datos sobre
diferentes unidades de análisis. Pero, primero revisemos diseńos de
investigación más típicos, en los que hay una sola unidad de análisis.
1 Estudios de Series Temporales de
Países Individuales
El
análisis de series temporales es un método de comprobar hipótesis causales
usando datos recolectado en el tiempo (Hibbs, 1974). Así, si creemos que la
dependencia retarda el crecimiento económico, podemos medir los cambios en el
tiempo en el nivel de dependencia y crecimiento económico para un solo país y
comprobar la hipótesis. En este método, los puntos en el tiempo son la unidad
de análisis. Los resultados de las investigaciones entre naciones sugieren
ciertas limitaciones prácticas a este diseńo. Primero, el análisis de regresión
múltiple, que es una técnica útil para estimar relaciones causales entre
variables, requiere al menos 30 puntos de fechas para que los estimados sean
estables. El lapso de tiempo entre los puntos debe ser una función del tiempo
en el que tiene lugar un cambio significativo en las variables de interés. La
mayoría de las variables de interés para la teoría de la dependencia o el
análisis del sistema-mundo, son características estructurales de unidades
sociales grandes y éstas solo cambian lentamente. Esto quiere decir que, por
ejemplo, los puntos en el tiempo anuales no son usualmente casos
suficientemente independientes del proceso bajo estudio. Pudieran ser
necesarios intervalos de cinco o de diez
ańos entre las mediciones y 30 intervalos de cinco ańos abarcan un periodo de
150 ańos. Para la mayoría de las variables, será difícil medir con exactitud la
variación durante un periodo tan largo, a causa de las deficiencias de los
datos disponibles.
Esta
limitación práctica hace a la mayoría de los estudios de un solo país
imprácticos para propósitos de comprobación de hipótesis formales. Sin embargo,
un tal diseńo puede ser útil para estudiar variables que cambian
significativamente en periodos más cortos, o para determinar las
particularidades del país en consideración. La modelación de procesos de
sistemas-mundo como ellos ocurren en un solo país, permiten construir en condiciones
que pueden ser específicas para cada país (p. ej., Duvall y Freeman, 1981).
Tales modelos deberían presumiblemente calmar a algunos de los críticos más
historicistas de los estudios cuantitativos, tales como Cardoso (1977).
2 Diseńos entre Naciones
En
los 17 estudios sobre los efectos de la dependencia económica internacional
revisados por Bornschier y cols. (1978) se emplean siete diseńos diferentes
entre naciones. Todos estos diseńos combinan datos procedentes de diferentes países
y ellos difieren principalmente en la manera en que se emplea la dimensión
temporal. Todos ellos usan medidas de la dependencia que caracterizan la
posición relacional de un país en la economía-mundo mayor, o sea, vis-ŕ-vis
otros países. Los diseńos que emplean medidas del cambio en el tiempo son
superiores a los que no nos emplean a causa de las relaciones causales entre el
crecimiento económico y la dependencia económica internacional y a causa de la
naturaleza retrasada en el tiempo de los efectos de dependencia.
Más bien que repetir la descripción y evaluación de estos
diseńos (que están contenidos en Bornschier y cols., 1978), voy a enfocar un
diseńo que particularmente útil para los estudios del sistema-mundo. Se le
llama “de secciones acumuladas”, pero con mayor propiedad se le podría
denominar análisis de panel acumulado (Hannan y Young, 1977). Este diseńo
emplea datos sobre países medidos en distintos puntos en el tiempo y usa
puntos, tanto de países como del tiempo, como la unidad de comparación
(países-tiempos). Pone juntas en un análisis a las secciones (o paneles) de
diferentes periodos de tiempo. Este diseńo es particularmente apropiado para
estudiar variables estructurales que cambian lentamente, tales como la
distribución de tamańos de ciudad de un país (Chase-Dunn, 1979). El número de
puntos de fecha se aumenta considerablemente, superando así una de las
limitaciones de otros diseńos de investigación entre naciones, que es el número
relativamente pequeńo de casos. En 1970 hay solamente alrededor de 150 países.
Si estudiamos periodos antes del periodo de descolonización de la 2Ş posguerra
mundial, el número de países soberanos disminuye considerablemente. Si un
proceso de interés teórico cambia solo lentamente, un breve retardo en el
tiempo contiene mayormente un error de medición. El análisis de panel acumulado
permite el uso de puntos de medición más ampliamente espaciados y la
especificación de retardos más largo en el tiempo, porque el número de “casos”
aumenta cuando se analizan los “países-tiempos”.
Un
posible problema con el análisis de panel acumulado es su suposición de que la
estructura de la causación permanece constante entre los diferentes periodos de
tiempo. Los ciclos y tendencias del sistema-mundo mayor pueden alterar la
estructura de los procesos causales que operan a nivel nacional. Volker
Bornschier (1985: tabla 1) ha encontrado que la estructura causal del
crecimiento económico nacional que se mostró que había operado durante la rama
de ascenso de la onda K de la 2Ş posguerra mundial, cambió dramáticamente en el
periodo de descenso desde 1976 hasta 1981. Estos cambios pueden en sí ser
periódicos (cíclicos), como cuando la relación entre el nacionalismo económico
y el crecimiento nacional se altera según si el sistema mayor se está
expandiendo económicamente o estancándose, o transformacional en el sentido de
que la estructura de causación se altera de una manera completamente nueva.
3 Análisis de la Historia de Eventos
La
mayoría de los diseńos de investigación que analizan más de un punto en el
tiempo, usan intervalos regulares de tiempo para la medición de las variables.
Así, los diseńos de panel entre naciones usualmente miden las variables cada
cierto número de ańos, a intervalos regulares. Las historias de eventos
registran el tiempo exacto real en que ocurrieron los eventos y usan esta
información temporal adicional acerca del tiempo y la secuenciación al
comprobar los modelos causales (Allison, 1984; Tuma y Hannan, 1984). El uso más
obvio de este enfoque es para el análisis de variables categóricas en el que el
tiempo de los cambios entre estados discretos puede ser determinado
exactamente, pero Tuma y Hannan (1984) han extendido el uso del análisis de la
historia de eventos, también a las variables continuas.
Hannan y Carroll (1981) han usado el análisis de la historia de
eventos para reanalizar un estudio de panel entre naciones, de las causas de
los cambios en las estructuras políticas formales de los regímenes (Thomas,
Ramírez, Meyer y Gobalet, 1979). El estudio analiza diferentes causas de nivel
nacional y relacionales internacionales de cambios en el nivel de
centralización del régimen (ver capítulo 6). Sus hallazgos difieren de los del
estudio anterior y como su análisis emplea más información acerca de los
tiempos y las secuencias, ellos concluyen que el análisis de la historia de
eventos es un método superior para los estudios macro-comparativos.
Es difícil argumentar contra el uso de información más completa,
pero el reanálisis que hacen Hannan y Carroll sugiere un número de precauciones. Anteriormente hemos examinado
el problema de la amplitud de un punto temporal. Es verdad que los rasgos
grandemente coyunturales determinan el tiempo exacto de los eventos, o más bien
que alteran (aleatoriamente, quizás) la longitud del retardo entre un cambio
significativo en una variable estructural y el evento que usamos para indicar esta variable estructural; entonces,
el uso del tiempo “exacto” y la secuenciación puede introducir ruido más bien
que nueva información.
También el uso de un diseńo de investigación más complicado
puede traer problemas adicionales de disponibilidad de datos. Hannan y Carroll
fueron forzados a abandonar uno de los dos indicadores de posición en el
sistema-mundo usados en el estudio previo, por esta razón. La dependencia de la
inversión no está disponible durante todo el periodo de tiempo que ellos
estudian y no está disponible en estimados anuales. Por eso ellos abandonaron
esta medida en el análisis. Encontraron que la otra medida de posición en el
sistema-mundo, la concentración de socios de exportación, no operaba como causa
de cambios en la forma del régimen, en contra de los hallazgos de análisis de
panel de Thomas y cols. (1979). Esto fortaleció la conclusión presentada por
Tuma y Hannan (1984: 321) de que la interpretación de sistema-mundo no ha sido
confirmada por el análisis de la historia de eventos.
Esto
plantea la cuestión de los costos y beneficios del desarrollo de métodos más y
más sofisticados. La mayoría de los nuevos métodos aumenta los costos en recursos
y estrechan el rango factible de investigación. Las ganancias en mejores
inferencias deben ser sopesadas contra estos costos y restricciones aumentados.
Cuando la elección de métodos determina qué problemas serán estudiados,
entonces es la cola la que mueve al perro. Esta es una de las razones por qué
los científicos sociales que aprecian la teoría se cansan de la rápida
revolución de las técnicas metodológicas. El análisis de la historia de eventos
puede realmente convertirse en una mejor manera de estudiar los procesos del
sistema-mundo, pero los esfuerzos por compararlo con los métodos más viejos
deberían ser más cautelosos acerca de conclusiones que se basan en menos
información, más bien que en más.
4 Efectos de Sistema-Mundo sobre las
Sociedades Nacionales
La
mayoría de los estudios de sistema-mundo entre naciones que han sido hechos,
examinan los efectos de la posición de un país dentro de una estructura mundial
jerárquica. Hopkins y Wallerstein (1967) distinguen entre estas características
relacionales (atributos de los países debidos a su posición en una
estructura mayor) y las características contextuales del sistema-mundo como un
todo. Ellos apuntan a que, por ejemplo, al aumentar el nivel de
industrialización mundial, puede hacerse más difícil que cualquier nación se
industrialice. John Boli (1980: tabla
5.4) emplea un ingenioso método para comprobar tales proposiciones. A él le
preocupa la manera en que los cambios en la concentración de poder económico
mundial afectan la dominación de los estados sobre sus propias poblaciones. Él
mide el porcentaje del comercio mundial controlado por la nación comercial
mayor en siete puntos decenales y luego estima el efecto de esta variable
contextual mundial sobre la característica nacional (dominación mundial),
combinando las dos variables en un solo análisis. Si bien los países siguen
siendo la unidad focal de análisis, cada país recibe la cifra de la variable
mundial en cada uno de los siete puntos en el tiempo y se reúnen las siete
secciones temporales. Este diseńo de investigación podría ser fructíferamente
empleado para comprobar otras hipótesis acerca de los efectos de los cambios en
las características del sistema-mundo sobre el desarrollo nacional.
5 Análisis Multinivel
Podemos
imaginar modelos teóricos en los que diferentes especies de unidades sean
incluidas simultáneamente (Teune, 1979). Nosotros incluimos implícitamente
muchos niveles de análisis cuando hacemos un modelo de una sola unidad. Por
ejemplo, cuando estudiamos países o firmas, imaginamos que la conducta de y la
interacción entre los individuos o clases, están sistemáticamente relacionadas
con el modelo, pero usualmente no especificamos estas relaciones. En la
discusión de los efectos contextuales anterior, yo di un ejemplo de cómo Boli
(1980) comprueba la hipótesis de que el cambio en un nivel causa cambio en
otro. Pero una comprensión más completa de la realidad social especificaría la
interacción entre muchos niveles diferentes de unidas que se solapen, algunas
jerárquicamente anidadas, algunas cortando los límites de otras.
Los diseńos de investigación multinivel nos capacitarán para
responder preguntas acerca del tamańo relativo de los efectos inter-nivel. El
debate “interno-externo” con frecuencia ha asumido erróneamente que la teoría
de sistemas-mundo solamente aborda procesos que operan al nivel internacional,
mientras que el sistema-mundo se concibe holísticamente, conteniendo procesos
internacionales, nacionales y dentro de la nación. En otras palabras, todas
estas cosas son “internas” al sistema-mundo.
Pero de todas maneras pudiéramos desear preguntar acerca de la
importancia relativa de los procesos de nivel internacional versus los procesos
de nivel nacional, en la determinación de ciertos resultados. żTiene la
posición de un país en el sistema-mundo mayor, o alternativamente, tiene la
naturaleza de su estructura nacional de clases mayores consecuencias para el
desarrollo nacional? Esta comparación tendría que ser especificada con mayor
exactitud, pero esta es la especie de pregunta que podría ser respondida por
los diseńos de investigación que pueden comprobar los modelos multinivel.
Imagínese, por ejemplo, un modelo teórico en el que hay dos
unidades focales de análisis, tales como ciudades y países. Los atributos de
las demás unidades (firmas, clases, el sistema-mundo) se plantea como hipótesis
que afectan tanto a las ciudades como a los países en un solo modelo. Este
modelo puede ser representado por la figura 15.1.
(FIGURA
15.1 POR AQUÍ)
La
figura 15.1 solo muestra las unidades de análisis en este modelo multinivel.
Cualquier teoría real analizaría los atributos o características variables de
estas unidades. Ahora consideremos qué tipos de diseńo de investigación podrían
ser usados para estimar un tal modelo y cómo podrían organizarse los conjuntos
de datos para permitir esta estimación. La manera más común en la que estos
modelos son estimados es el uso, en este caso, de dos diferentes matrices de
datos. En el primer conjunto de datos (matriz A) la base de casos serán los países,
porque la variable dependiente es un atributo de los países y todas las demás
unidades serán variables que implícitamente serán tratadas como atributos de
los estados-naciones. En el segundo conjunto de datos (matriz B) la base de
casos serán las ciudades y análogamente todas las variables serán
implícitamente tratadas como atributos de las ciudades. Estas dos matrices
podrán contener ambas la misma información, pero esta información tendrá que
ser reorganizada para estimar ambas ecuaciones.
Serie
Temporal Multinivel de una Sola Matriz
Hay,
sin embargo, un diseńo de investigación que permitirá la estimación de ambas
ecuaciones partiendo de una sola matriz de datos. Este diseńo puede ser
descrito como el análisis de series temporales con datos sobre diferentes
unidades. Potencialmente él puede permitir que cualquiera de las unidades
que se incluyen en el modelo, sea analizada como la variable dependiente, de
manera que los modelos multinivel puedan ser estimados a partir de una sola
matriz de datos. Una matriz de este tipo se ilustra en la figura 15.2.
(FIGURA
15.2 POR AQUÍ)
En este diseńo, los puntos en el tiempo son la unidad focal de
análisis. Esto difiere de las secciones agrupadas o el método usado por Boli
(ver arriba) en que los puntos en el tiempo no están combinado con ninguna otra
unidad individual. Esto permite una gran flexibilidad en la elección de la
variable dependiente, aunque una vez que una variable dependiente se ha
elegido, todas las variables independientes serán implícitamente tratadas como
atributos de la unidad de la variable dependiente.
żCuáles son los supuestos detrás de un diseńo como éste? Cuando
hacemos un análisis simple entre naciones (un punto en el tiempo, muchos
países), estamos asumiendo que los países son casos en los que opera el proceso
que queremos estudiar. Comúnmente pensamos en las diferencias entre países como
en una variación en el espacio, porque los países son unidades territorialmente
organizadas y no ocupan el mismo espacio. Pero esto es simplemente una conveniencia.
Los países no son casos completamente independientes, de manera que
construimos su no-independencia en nuestros modelos, en la forma de variables
relacionales o contextuales que tratamos como atributos de los países. La
cuestión aquí es que la separación espacial en sí no nos dice acerca de las
relaciones (o su ausencia) entre los países (Naroll, 1968).
Si hay una relación que se plantea como hipótesis entre países,
que afecta a la variable dependiente de interés, debemos incluirla en el modelo
y si no incluimos una variable, estamos asumiendo que ésta no está relacionada
con las demás variables independientes y que se puede relegar con seguridad al
término del error. En los diseńos de series temporales que se examinaron
anteriormente, la dimensión conveniente, de la cual hay que colgar las
observaciones de casos, es temporal más bien que espacial y como la variación
en el espacio, la variación en el tiempo puede o no revelar casos
independientes (p. ej., la autocorrelación). La no-independencia debe ser
incluida en el modelo y no lograr hacerlo dará por resultado una especificación
equivocada y errores de inferencia.
La ventaja de usar el tiempo más bien que el espacio para el
análisis multinivel es que es una dimensión que es común a todas las unidades,
independientemente de su organización espacial, por lo que podemos incluir
unidades que son partes de otras unidades, o las que se solapan con otras,
siempre que especifiquemos sus relaciones causales correctamente en nuestro
modelo. La mayoría de las discusiones del análisis multinivel enfocan unidades
que están jerárquicamente anidadas (p. ej., Hannan y Young, 1976) pero ésta no
es una condición necesaria para el diseńo que se propone aquí.
Este diseńo también permite una gran cantidad de flexibilidad en
la agrupación de las unidades, de manera que podemos fácilmente comprobar
métodos alternativos de agregación. Hipotéticamente un tal diseńo podría
incluir información sobre todas las unidades de análisis y sobre cada uno de
los casos individuales a todos los niveles. Estos datos podrían ser agregados
de muchas maneras diferentes o ser usados en forma desagregada. Las
limitaciones y los intercambios involucrados con el uso de este diseńo
multinivel de una sola matriz, son examinadas por Chase-Dunn, Pallas y Kentor
(1982). Ellos también explican cómo usar el análisis de panel para resolver
problemas de identificación en los diseńos multinivel que examinan diferentes
matrices de datos para cada unidad de análisis.
Tengo
la esperanza que el examen anterior estimule la consideración ulterior de los
métodos para comprobar los modelos multinivel. Podemos ser capaces de resolver
alguna de la confusión y el desacuerdo acerca de la importancia de los niveles
mayores y más pequeńos de análisis para determinar los resultados, si los
incluimos juntos en los mismos modelos.
6 Estudios Entre Sistemas-Mundo
A
pesar de mi planteo de que el análisis de las series temporales del
sistema-mundo moderno puede ser usado en el proceso de construcción de una
teoría del sistema-mundo, se podría argumentar que no se puede comprobar una
teoría de la estructura profunda, estudiando solamente un sistema-mundo. En
verdad podría ser el caso que si queremos entender lo que hay de
estructuralmente distintivo en el sistema-mundo contemporáneo, necesitamos
compararlo con sistemas que sean realmente diferentes. En cualquier caso,
pudiéramos ser capaces de ganar una comprensión de los procesos mediante los
cuales los modos de producción son transformados, estudiando casos anteriores
de transformación y comparándolos con la situación contemporánea.
żEstuvo el auge y caída de los imperios-mundo directamente
relacionado con la transformación de los modos de producción o fue esta
relación más complicada? żCómo nos ayudan (o nos obstaculizan) los conceptos
que hemos desarrollado para estudiar la economía-mundo capitalista cuando
comenzamos a analizar sistemas-mundo realmente diferentes? żEs cierto que ha
habido muchos imperios-mundo, pero pocas economías-mundo (o mayormente de corta
vida)? żCuántos sistemas-mundo distintos ha habido en la historia del
desarrollo social humano? żQué tipología es útil para clasificar los
sistemas-mundo de manera que podamos entender en qué son ellos sistemáticamente
diferentes y en qué son iguales?
Yo he comenzado a trabajar en algunas de estas preguntas
(Chase-Dunn, 1986), así como otros investigadores (p. ej., Ekholm y Friedman,
1982; Blanton y Feinman, 1984; Mathien y McGuire, 1986; Kohl, 1987; Rowlands y
cols., 1987). Pero aquí me gustaría examinar la factibilidad de un diseńo entre
sistemas-mundo, que usara los sistemas-mundo como unidad de análisis y nos
capacitara para comprobar proposiciones causales acerca de los procesos en el
sistema-mundo, comparando grandes números de sistemas-mundo.
Esta idea trae a la mente inmediatamente un número de problemas.
Muchas de las dificultades que encontramos cuando hacemos comparaciones entre
naciones, se encuentran de nuevo, solo que la mayoría de ellas es peor. żSon
los sistemas-mundo suficientemente comparables para ser considerados una unidad
de análisis comparativo formal? żY qué hay de la independencia de las unidades
(problema de Galton)? Los problemas de disponibilidad y comparabilidad de datos
son ciertamente estupendos. żEs posible obtener una muestra representativa de
los sistemas-mundo históricos?
Obviamente, se necesitaría que una gran cantidad de trabajo
conceptual y teórico precediera cualquier intento serio por construir un
conjunto de datos compuesto de sistemas-mundo. Los problemas de los límites
espaciales examinados anteriormente tendrían que ser resueltos o al menos
esclarecidos suficientemente de manera que pudieran compararse las
especificaciones contendientes. Los enfoque teóricos contendientes tendrían que
estar claramente especificados, de manera que pudiéramos dirigir nuestra
atención y recursos productivamente. La idea de la jerarquía centro/periferia
tendría que ser reconceptualizada de una manera que facilitara las
comparaciones entre sistemas-mundo, sin evacuar su contenido teórico. żExisten
ya los conjuntos de datos relevantes? Rein Taagepera (1978) ha organizado un
conjunto de datos que contiene datos del tamańo territorial y la duración
temporal de más de 100 imperios históricos desde 3,000 AC hasta el presente.
Pudiera haber otros conjuntos de datos como éste.
Hay dos tradiciones principales de investigación
macro-comparativa, que deberían ser examinadas buscando sugerencias acerca de
cómo resolver estos problemas. La investigación entre naciones es obvia. La
otra es la Carpeta del Área de Relaciones Humanas (CARH), un esfuerzo masivo
hecho por antropólogos por crear un conjunto de datos comparativos para el
análisis de las culturas (Murdock, 1957). La CARH usa sociedades más bien que
sistemas-mundo como la unidad de análisis y la mayoría de las características
variables codificadas no son relevantes para las preguntas teóricas formuladas
por la perspectiva de sistemas-mundo. Douglas White y Michael Burton (1987)
están comprometidos en un esfuerzo por ańadir variables del sistema-mundo a la
Muestra Estándar Entre Culturas, subconjunto representativo de las sociedades
contenidas en la CARH. Ésta promete ser una valiosa contribución a la
investigación comparativa de sistemas-mundo y tiene la ventaja de basarse sobre
una enorme cantidad de trabajo previo. Pero, si bien este enfoque puede
potencialmente responder preguntas acerca del efecto de las variables del
sistema-mundo sobre el desarrollo societal, no puede ser usada para estudiar
variables dependientes que sean características de los propios sistemas-mundo.
Sospecho que las grandes preguntas respecto a la transformación de los modos de
producción, solo pueden ser respondidas usando los propios sistemas-mundo como
la unidad de análisis.
No abogo a favor de la gran ciencia por la propia gran ciencia.
Un proyecto que estudie grandes números de sistemas-mundo podría fácilmente
consumir el presupuesto completo de la Fundación Nacional de la Ciencia para
las ciencias sociales. Las afirmaciones acerca del valor potencial de un tal
proyecto deberían ser criticadas y se deberían hacer estudios preliminares para
explorar el valor de una estrategia que compare sistemas-mundo. Mi estimación,
no obstante, es que los sistemas intersocietales desde hace tiempo han sido las
unidades en las que han operado los procesos históricos y de desarrollo más
importantes, por lo que los estudios basados en estas unidades se encontrará
que aportan una mejor comprensión del cambio social.
Las
conclusiones principales de la 4Ş Parte sobre metateoría y métodos están
resumidas en las páginas de la 16 a la 18 de la Introducción. Ahora vamos a una
consideración de algunos de los principales problemas no resueltos sugeridos
por el previo enfoque estructural del sistema-mundo moderno.
Table 6.1 General government
consumption as a percentage of GDP
at current market prices: means
_______________________________________________________________________________
Groups of countries 1960 1965 1970 1981
_______________________________________________________________________________
Low income developing economies 8.3a 10.3a 11.1a
10.7
Middle income developing economies 11.2
9.7 12.3
13.5
Industrial market economies 15.1 15.4 16.4 17.3
_______________________________________________________________________________
aExcludes People's Republic of
China
Source:
World Bank, World Tables, 1983 volume 1, p. 502
Table 9.1 Relative distribution of Gross National
Product per capita among
the major powers.
_______________________________________________________________________________
UK France Germany USA Japan
Russia/USSR
_______________________________________________________________________________
1870 25.2 19.1 16.8 20.2 9.1 9.6
1880 23.5 19.3 16.8 24.2 7.1 9.1
1890 26.7 19.1 16.5 23.2 6.7 7.8
1900 25.3 19.3 17.1 23.6 6.9 7.6
1913 22.5 18.5 18.0 26.4 7.4 7.1
1925 21.2 18.1 14.7 27.9 10.3 7.8
1938 21.1 14.6 18.7 23.9 11.1 10.5
_______________________________________________________________________________
The proportions of the sum of GNPs
for all the countries have been weighted
by each country's population.
Source: Adapted from Kugler and Organski
(1986:10). Populations are from Banks (1971).
Table 9.2 Percentage of national product in agriculture
_____________________________________________________________________________________________________________
Britain France
Germany Italy Sweden
Norway Denmark USA
USSR Netherlands Belgium
c.1790 40 49
c.1810 36 51
c.1820 26 48
c.1830 24 51
c.1850 21 45 47
c.1860 18 45 45 57 38 34
c.1870 15 43 39 57 39 33 48
21
c.1880 11 41 36 57 37 -- 44
16
c.1890 9 37 32 51 32 27 35
17
c.1900 7 7 30 51 28 22 29
17
c.1910 -- 35 25 42 25 23 30
17
c.1920 6 -- -- 48 22 -- 23
15
c.1930 4 -- 18 31 13 17 19
9 39
c.1940 4 22 15 30 12 12 17
9 29 11
c.1950 6 15 10a 32 11 14 20
6 25 13 9
c.1960 4 9 6a 15 8 10 14
5 20 11 7
c.1969 3 6 4a 11 4
6 9
4 19
7
5
_______________________________________________________________________________________________________________
aWest Germany
Sources: Mitchell, 1975:799, table
K2. For US, Historical Statistics of
the United States, Volume 1. p. 238.
Table 10.1 Comparison of
Population of Europe and its Colonies, 17001913
______________________________________________________________________________
Colonies compared
to Year Europea European Colonies Europe (in percent)
______________________________________________________________________________
1700 140 16 11
1750 160 22 14
1800 207 120 58
1830 242 240 100
1860 294 270;
680b 92; 252
1900 414 490;
960b 118; 232
1913 481 530;
1030b 110; 214
Population in millions.
aIncludes Russia.
bThe first figure excludes China,
the second includes it.
Source: Bairoch (1986:197)
Table 12.1 Transnational corporate
penetration indexa: Group Averages
____________________________________________________________________
Year LICsb MICs NICs OPEC
____________________________________________________________________
1967 5.2 10.1 7.1 6.2
1971 5.7 11.1 8.2 9.1
1975 6.3 13.4 10.7
8.0
1979 13.0 28.3 21.4 19.4
Nunber of Countries 33
31 10 7
aThis index is a measure of the
extent to which a country is dependent on
transnational firms. It uses data
on the book value of foreign direct investment weighted by an estimate of the
stock of domestically owned
capital. See Bornschier and
Chase-Dunn (1985:chapter 4).
bLICs = Low Income Countries, MICs
= Middle Income Countries, NICs = Newly
Industrializing Countries, OPEC = Members of the Organization of
Petroleum Exporting Countries
Source:
Bornschier and Heintz (1979) and updates.
Table 12.2: Total debt outstanding as a proportion of
GNP, market prices: group averages
_____________________________________________________________________
Year LICs MICs NICs OPEC
______________________________________________________________________
1970 .18 .16 .10 .09
1973 .19 .18 .09 .10
1975 .26 .22 .15 .12
1976 .28 .24 .15 .14
1977 .31 .27 .17 .17
1978 .34 .31
.18 .27
1979 .36 .32 .18 .26
1980 .37 .32 .18 .23
Number of countries 29-34
29-32 8-10 5-7
aMeans are calculated for only
those countries which had data available in
1975. Sample size varied from
year to year within the ranges indicated.
Data for Iraq and Iran are generally not available for the OPEC
group after 1977.
Sources:
GNP from World Bank (various years) World Debt Tables. Debt, 1970-74, OECD (various years),
Geographical Distribution of Financial Flows to Developing Countries: 1975-80 OECD (1982).
Table 12.3 Concentration of
resources among countries in the world-system: 19601980a
___________________________________________________________________________________________________________________
Resources or Social Structural
Features Percentages
___________________________________________________________________________________________________________________
1960 1970 1980
Economic Production The proportion of world GNP going to:
the countries highest on GNP per
capita with 20% of world population 79.2 79.8
81.1
the middle countries on GNP per
capita with 60% of world population 19.4 18.9
18.1
the countries lowest on GNP per
capita with 20% of world population
1.4
1.3 .8
the United States 32.1
28.5 26.9
N
= 112
The
proportion of world energy consumed by:
the countries highest on per capita
energy consumption with 20% of world population 83.3 80.3
69.9
the middle countries on per capita
energy consumption with 20% of world population 16.1 18.8
29.1
the countries lowest on per capita
energy consumption with 20% of world population .6 .9 1.0
the United States 36.0
32.4 27.8
N
= 126
Economic Structure The proportion of the world's agricultural work force living in:
the countries lowest on % of work
force in agriculture with 20% of world population 3.8 3.3
2.6
the middle countries on % of work
force in agriculture with 60% of world poulation 63.0 58.0 57.0
the countries highest on % of work
force in agriculture with 20% of world poulation 33.2 38.7 40.4
the United States 1.0 .6 .4
N
= 129
The
proportion of the world's industrial work force living in:
the countries highest on % of work
force in industry with 20% of world population 42.7 41.1 41.0
the middle countries on % of work
force in industry with 60% of world population 51.1 53.3 51.8
the countries lowest on % of work
force in industry with 20% of world population
6.2
5.6 7.2
the United States 12.9
11.6 9.5
N
= 129
Urbanization The proportion of the world city-dwellers living in:
the countries highest on %
urbanization with 20% of world population
38.4 37.3 34.1
the middle countries on %
urbanization with 60% of world population
56.2 56.6 58.9
the countries lowest on %
urbanization with 20% of world population 5.4 6.1
7.0
the United States 14.3
12.9 11.0
N
= 133
___________________________________________________________________________________________________________________
aPercentages are based in sets of
countries for which data are available for all time points. Thus
comparisons over time are not confounded by missing data.
Source: All data are taken from World
Tables, 1983, volume II, except for GNP
which was supplied by the World Bank's Economic Analysis and Projections
Department.
Table 13.1 Colonial
governors sent, 1415-1969
_______________________________________________________________________________
Century Expansion Traded or Taken Divided or Consolidated Totals
_______________________________________________________________________________
15th 6 0
0 6
16th 49 1
0 50
17th 76 11
5 91
18th 47 25
17 89
19th 100 11
2 113
20th 53
13 0 66
_______________________________________________________________________________
Totals 331
61 24 415
_______________________________________________________________________________
Source: Henige (1970).
Table 13.2 Recent trends in export
partner concentration (percentages),
1970-1980
_______________________________________________________________________________
Number
of
Type of Country Countries 1970 1980
_______________________________________________________________________________
Industrial 18 24.2 24.1
Centrally planned 6 33.6 29.0
OPEC 6 33.4 37.3
NICs 8 28.4 25.8
Middle Income 25 31.0 28.7
Low Income 20 37.6 30.9
_______________________________________________________________________________
All Countries 83 31.1 28.6
_______________________________________________________________________________
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v. 3/5/98
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