FORMACIÓN GLOBAL

Estructuras de la Economía-Mundo,

Edición Actualizada

 

 

Christopher Chase-Dunn

 

Christopher Chase-Dunn. Global Formation: Structures of The World-Economy. New York: Basil Blackwell, 1989. American Sociology

 Association PEWS Distinguished Publication Award, 1992. Revised Second edition published in 1998 by Rowman and Littlefield.

 

Translated by Daniel Piedra Herrera

 

Prefacio

 

El enfoque teórico estructuralista del análisis de los sistemas-mundo (sistemas-mundiales) desarrollado en este libro, le debe mucho a mis profesores en la Universidad de Stanford, especialmente a John W. Meyer y Michael T. Hannan, pero también a Morris Zelditch, Jr. y a Jozseph P. Berger. Las ideas fueron surgiendo en interacción muy cercana con Walter Goldfrank, Volker Bronschier, Albert Bergesen, Albert Szymanski, Joan Sokolowsky, Stephen Bunker, Alejandro Portes, Craig Murphy, Katherine Verdery, Peter Evans, Michael Timberlake, Richard Rubinson, David Harvey, Vicente Navarro, y Neil Smith. Estas ideas han sido presentadas en reuniones de la Asociación Sociológica Americana, la Sociedad para el Estudio de Problemas Sociales y la Asociación de Estudios Internacionales. Versiones anteriores de varios capítulos han aparecido en el International Studies Quarterly, en los Political Studies, en Politics and Society, el Humboldt Journal of Social Relations, en Anthro-Tech, y varios de los Annuals de Economía Política del Sistema-Mundo. Una versión anterior del capítulo 8 tuvo como coautora a Joan Sokolowsky; una parte del capítulo 11, a Richard Rubinson y una parte del capítulo 15, a Aaron Pallas y Jeffrey Kentor. También he recibido comentarios y críticas útiles sobre varios capítulos, de Giovanni Arrighi, Robert Wuthnow, Kathleen Schwartzman, William R. Thompson, Christian Suter, Ulrich Pfister, Pat McGowan, David A. Smith, Patrick Nolan, Terry Boswell, Patrick Bond, Michael Johns, Phil Vilardo, Linda Pinkow, Roland Robertson, Richard G. Fox, Phil McMichael, Peter Grimes, and Ken O’Reilly.

 

Quisiera agradecer a Immanuel Wallerstein, Terence Hopkins, Giovanni Arrighi y los demás investigadores y miembros del Centro Fernand Braudel en la Univesidad Estatal de Nueva York de Binghamton por estimularme a formular un enfoque estructural al estudio de los sistemas-mundo. Espero haberle hecho justicia a su obra. El proyecto colectivo para desarrollar una ciencia social acumulativa es a menudo socavado por la presión para individualizar la contribución teórica de uno. Yo he seguido el consejo de Kent Flannery (1982) contra los que quieren sobresalir, encaramados sobre los hombros de gigantes.

 

Tengo también una deuda con Shirley Sult por su ayuda para teclear y reteclear el manuscrito. Mi esposa, Carolyn Hock me ha dado apoyo e inspiración al tiempo que me aportó ejercicio, tanto del cuerpo como de la mente.

 

 

 

Christopher Chase-Dunn

Baltimore, Maryland


Introducción a la Edición Actualizada

 

Formación Global fue escrita en una época anterior a que la globalización se convirtiera en una palabra técnica popular. En el interim ínterin han ocurrido varios procesos a escala mundial: la caída de la Unión Soviética, la continuación del ascenso de las economías del Este Asiático y sus recientes problemas, la más reciente ola de “democracia”, el surgimiento de la “era de la información” y la expansión continuada de la integración económica y política bajo la bandera del neoliberalismo. Estos procesos han sido interpretados por muchos observadores como heraldos de una etapa nueva, cualitativamente diferente, del capitalismo global.

 

La mayoría de las discusiones sobre la globalización asumen que, como quiera que se la defina, este es un fenómeno bastante reciente. Una de las reivindicaciones básicas de la perspectiva de sistemas-mundo es que para comprender las continuidades y los nuevos procesos, hay que colocar los eventos recientes dentro de una perspectiva histórica de largo plazo. Una vez que uno concibe a la colección de sociedades nacionales como componentes de una estructura mayor, es que se pueden estudiar las formas y procesos institucionales del sistema completo. Entonces podemos decir si los fenómenos recientes son verdaderamente únicos o si son más bien la continuación de ciclos y tendencias de larga duración.

 

Yo me sigo manteniendo en la posición básica con la que aposté en Formación Global (en lo adelante FG): si echamos un vistazo de largo alcance a las constantes estructurales, los procesos cíclicos y las tendencias seculares que han operado en el sistema eurocéntrico durante varios siglos, podemos entender que no ha habido grandes transformaciones recientes en la lógica de desarrollo del sistema-mundo. Desde luego, el valor de este énfasis en la continuidad es enteramente totalmente [suggestion, not correction] dependiente de la validez del modelo. El esquema de constantes, ciclos y tendencias que se explica en el capítulo 2 sólo necesita modificaciones menores, a pesar de los rasgos aparentemente únicos del “nuevo orden mundial”.

 

El enfoque de sistemas-mundo que se presenta en FG requiere que pensemos estructuralmente. Debemos ser capaces de abstraernos de las particularidades del juego de las sillas musicales que constituye el desarrollo disparejo en el sistema, para ver las continuidades estructurales. Aunque algunos países se hayan movido hacia arriba o hacia abajo, queda la jerarquía centro/periferia[1]. Queda el sistema interestatal, aunque tal vez la internacionalización del capital ha restringido aún más las capacidades de los estados para estructurar las economías nacionales. Los estados siempre han estado sometidos a fuerzas geopolíticas y económicas mayores en el sistema-mundo, y como sigue siendo el caso, algunos han tenido mayor éxito que otros en la explotación de las oportunidades y en protegerse a sí mismos de los riesgos.

 

En esta introducción a la segunda edición de FG voy a revisar los eventos trascendentales que han ocurrido desde 1985[2] que, según muchos alegan, han hecho grandes transformaciones del mundo. Aportaré una interpretación de ellos dentro del contexto de mi modelo de constantes estructurales, ciclos y tendencias. También analizaré varias contribuciones recientes a la ciencia social, que resultan relevantes para nuestra comprensión de los sistemas-mundo. Ha habido un enorme nuevo corpus de investigaciones, que resultan relevantes para los tópicos principales cubiertos en Formación Global. No es posible revisar todas estas investigaciones, pero entraré a considerar especialmente aquellos estudios que desafían las afirmaciones que contienen los capítulos siguientes. Voy también a reconsiderar las implicaciones de los estudios de sistemas-mundo, para nuestros esfuerzos por sobrevivir y hacer el bien sobre la Tierra. Los que busquen una introducción más básica a la perspectiva de sistemas-mundo, pudieran desear consultar a Shannon (1996).[3]

 

La Globalización

 

El gran público ha descubierto al sistema-mundo. La existencia de una economía mundial competitiva es ya una legitimación convencional para todo tipo de acciones y decisiones de la vida pública y privada. De la globalización de las finanzas, las inversiones, la producción para la exportación y las estrategias corporativas se habla diariamente, junto con consideraciones sobre los flujos globales de información, la cultura global y la aparición de instituciones políticas globales. Tan recientemente como en 1990, yo tenía que explicarle a los estudiantes descreídos de mi Curso Introductorio de Sociología, que sus desayunos contenían el trabajo de personas de continentes distantes. Ya este hecho se da por descontado, como un aspecto natural de la economía global en la que todos vivimos.

 

.La mayor parte del discurso de la globalización asume que hasta hace poco existían sociedades y economías separadas y que ahora éstas han sido reemplazadas por una expansión de la integración internacional, impulsada por las tecnologías de la información y del transporte. La perspectiva de sistemas-mundo, por otro lado, plantea que las sociedades nacionales durante siglos han formado parte de un sistema internacional mayor, en el que fuerzas económicas y geopolíticas transnacionales e internacionales han condicionado en modo importante el desarrollo de las sociedades y economías nacionales.

 

Los estudiosos del sistema-mundo moderno ven la integración internacional como una tendencia de largo plazo, que ya en siglos anteriores la inversión internacional, el comercio y la competencia político-militar alcanzaron volúmenes significativos. Los analistas de sistemas-mundo también saben que la integración económica ha sido una característica cíclica del sistema mayor, con algunos períodos de autarquía nacional, seguidos por otros períodos de mayor integración internacional.

 

Si calculamos la proporción de inversiones internacionales con respecto a las inversiones internas de los países, la economía mundial ya tenía en 1910 un nivel de “globalización de la inversión” casi tan alto como el que alcanzó en 1990 (Bairoch 1996). Similarmente, si calculamos la proporción de las exportaciones internacionales mundiales respecto a la suma los PIBs [stands for...] de todos los países, hubo un pico muy alto de “globalización del comercio” justamente antes de la I 1a Guerra Mundial, con una rápida disminución después, que llegó hasta 1950. Y luego hubo una lenta elevación hasta el actual alto nivel de globalización del comercio.

 

Estas trayectorias de la globalización económica indican una historia de la integración del sistema-mundo, que resulta más complicada que la noción comúnmente sostenida de que antes el mundo estaba compuesto por economías locales y nacionales separadas y que luego hubo un brote de globalización en las décadas recientes. La mayoría de los observadores contemporáneos asume que el período actual es único. En verdad, la rápida tasa de cambio tecnológico ha producido un foco ciegamente obsesivo sobre el presente, que relega los eventos que tuvieron lugar antes de la II 2a Guerra Mundial, al basurero de la historia antigua.[4] Pero las evidencias acerca de las trayectorias de la integración económica internacional indican que, por el contrario, las comparaciones de los patrones de desarrollo del siglo veinte con los de los siglos anteriores, ciertamente nos pueden ayudar a entender nuestros propios tiempos.

 

Sistemas-Mundo Anteriores

 

Un nuevo e importante cuerpo de ciencia social que ha crecido aceleradamente desde la publicación de Formación Global, es la aplicación de los conceptos de sistemas-mundo al estudio de las sociedades sin estado y las precapitalistas. Los antropólogos, arqueólogos, especialistas en historia del mundo y las civilizaciones, han adaptado las nociones de centro y periferia para explicar los patrones de cambio social que han ocurrido en el pasado más distante. En Sanderson (1995) y en Chase-Dunn y Hall (1997) se revisa y se critica una buena parte de estas investigaciones. Chase-Dunn y Hall hacen una reformulación de conceptos clave de sistemas-mundo, para realizar la tarea de comparar sistemas muy diferentes y para usar los sistemas completos como unidades de análisis de una nueva teoría sintética de la evolución social. Estos autores se abstraen de la escala espacial, para comparar sistemas de pequeńa escala, compuestos de cazadores-recolectores sedentarios y nómadas, con sistemas regionales mayores basados en el estado, y el sistema global contemporáneo durante los últimos doce mil ańos.[5] Chase-Dunn y Hall (1997: Capítulos 5 y 6) adaptan la explicación de presión-intensificación-circunscripción de la formación de jerarquías y cambio tecnológico, al estudio de sistemas-mundo completos y ańaden la hipótesis de “desarrollo semiperiférico” para explicar las transformaciones de la lógica sistémica: las transiciones de pequeńos sistemas normativos sin estado, a sistemas de imperio imperiales tributarios y la eventual aparición de fuerzas de mercado y el sistema capitalista moderno.

 

La perspectiva comparativa de sistemas-mundo desarrollada por Chase-Dunn y Hall no requiere la reformulación del esquema de constantes estructurales, ciclos y tendencias que se presenta en el Capítulo 2 de FG. La perspectiva de muy largo plazo revela en efecto que muchos de los procesos dinámicos que operan en el sistema-mundo moderno son análogos a los patrones que pueden observarse en sistemas anteriores. Las ondas de Kondratieff (ciclos de negocios de cuarenta a sesenta ańos, compuestos por fases A de expansión y fases B de estancamiento), probablemente existieron en la China del siglo décimo. La secuencia hegemónica (la elevación y caída de las potencias hegemónicas centrales) es la manifestación particular en el sistema moderno, de una secuencia general de centralización y descentralización del poder, que es característica de todos los sistemas-mundo jerárquicos. En todos los sistemas-mundo grandes y pequeńos, los grupos culturalmente diferentes comercian, pelean y hacen alianzas entre sí en modos que condicionan de manera importante los procesos de cambio social.

 

El Desarrollo Semiperiférico

 

La perspectiva comparativa mayor nos muestra cuáles rasgos son únicos y cuáles son más generales, pero no requiere ninguna reformulación básica del esquema del Capítulo 2. Sin embargo, el enfoque comparativo de sistemas-mundo sí aporta nuevos conocimientos acerca de la aparición del capitalismo y las posibles transformaciones futuras del sistema contemporáneo, planteadas en el último capítulo de FG. Se encuentra considerable apoyo para la hipótesis de desarrollo semiperiférico (que las localizaciones semiperiféricas dentro de las jerarquías centro/periferia, han sido desde hace tiempo localizaciones fértiles para la invención e implementación de nuevas instituciones, que han promovido la movilidad ascendente hacia el status de centro y han transformado la lógica de desarrollo de los sistemas). Los jefazgos semiperiféricos nómadas y los estados nómadas semiperiféricos jugaron papeles centrales en la edificación de organizaciones sociales mayores: estados e imperios. Las ciudades-estado capitalistas fueron los agentes líderes de la expansión de la producción de mercancías y el intercambio mercantil, en los intersticios de los imperios tributarios. La llegada del predominio de la acumulación capitalista en Europa fue hecha posible a causa de la localización semiperiférica en el sistema-mundo afroeuroasiático [adjectives are NEVER capitalized in Spanish, regardless of whether their root noun is capitalized or not] ya comercializado. Y fueron estados-naciones semiperiféricos – el holandés, el británico y los Estados Unidos – los que alcanzaron la posición de estado hegemónico central y continuaron expandiendo e intensificando la producción capitalista en el sistema moderno.

 

La hipótesis del desarrollo semiperiférico también implica que es probable que las regiones semiperiféricas desempeńen un papel importante en la posible transformación futura. Pudiera suponerse que el fin de la Unión Soviética y la reintegración de China a la economía mundial capitalista es una evidencia en contra de la noción de desarrollo semiperiférico. En lo que sigue se hace una consideración ulterior de este problema.

 

Andre Gunder Frank y Barry Gills (1993) también han empleado una perspectiva temporal más profunda de la historia del sistema-mundo. Ellos enfocan la atención en las continuidades estructurales que han caracterizado la historia del sistema “central” que apareció con la formación primaria del estado en Mesopotamia hace quinientos ańos. Plantean que este sistema se ha caracterizado desde el comienzo, por un desarrollo y unas relaciones centro/periferia/hinterland [“silvana” might be an alternate option here, but I’m far from sure on this one] disparejos y procesos de desarrollo y estancamiento cíclicos. Aunque es un importante avance reconocer las continuidades estructurales y procesales que han existido en los sistemas-mundo basados en el estado, Frank y Gills niegan que ocurriera ninguna transformación cualitativa en el modo de acumulación, con el ascenso de la hegemonía europea. Ven correctamente que en los sistemas basados en el estado existieron desde mucho tiempo los aspectos de riquezas, bienes, tierras y trabajo mercantilizados. A partir de aquí deducen que el sistema central siempre ha sido capitalista. Pero el enfoque comparativo de sistemas-mundo [hereafter not highlighted] desarrollado por Chase-Dunn y Hall (1997) estudia cómo la acumulación normativa se transformó en acumulación basada en el estado (tributaria) y cómo la mercantilización fue apareciendo de modo lento y disparejo por miles de ańos, para eventualmente quedar en el predominio de la acumulación capitalista con el ascenso de los estados centrales capitalistas europeos en el siglo diecisiete.

 

Sinocentrismo

 

Más recientemente Frank (1998) ha planteado que China fue durante siglos la potencia hegemónica del sistema afroeurasiático y que la hegemonía china duró hasta el 1800. Frank defiende también que el predominio europeo fue un corto interludio y que en la actualidad la hegemonía se está desplazando de regreso al Asia Oriental. Es cierto que China tuvo las mayores ciudades de la Tierra hasta principios del siglo diecinueve y que las mercancías manufacturadas chinas fueron durante largo tiempo superiores a las producidas en Europa. Pero Afroeurasia era un sistema en donde interactuaban entre sí tres regiones centrales contiguas (Asia Occidental, India y China), principalmente mediante el intercambio de bienes de prestigio. Aunque China poseía efectivamente una ventaja comparativa en la producción de bienes de lujo para este comercio, el país no tenía influencia político/militar sobre otras regiones centrales distantes.

 

Esta es una situación muy diferente respecto al período contemporáneo, en el que hay una sola red político/militar, así como una sola red global de comercio, tanto para bienes de prestigio como básicos. Todos los centros se definen a sí mismos como el centro del universo. Pero lo que constituye la verdadera hegemonía es la capacidad de respaldar esta afirmación con fuerza y poder económico. La posible hegemonía futura del Asia Oriental tendría que estar dentro de un solo centro global, no dentro de un sistema multi-céntrico del tipo que existió anteriormente en el sistema afroeurasiático, antes de la hegemonía europea.

 

El Modelo

 

Como se mencionó anteriormente, el Capítulo 2 de FG proponía un esquema de constantes estructurales, procesos cíclicos y tendencias seculares, que se afirma que representan los procesos institucionales y patrones de desarrollo principales en el sistema-mundo moderno como un todo. Los Capítulos 3 y 4 impugnan las diversas formulaciones de etapas del capitalismo y plantean que el esquema de constantes, ciclos y tendencias puede capturar adecuadamente la historia estructural de la hegemonía europea y del capitalismo, sin recurrir a una periodización en etapas cualitativamente diferentes. Desde que esto fue escrito, han aparecido nuevas versiones de las etapas del capitalismo (especialmente de la última etapa), por lo que el esquema necesita ser reconsiderado a la luz de estos desafíos. Aquí yo presento una versión simplificada del esquema que se explica en el Capítulo 2.

 

Esquema de constantes, ciclos y tendencias del sistema-mundo

 

Las constantes estructurales son:

 

1.      El capitalismo – la acumulación de recursos mediante la producción y venta de mercancías para obtener ganancia;

2.      El sistema interestatal – un sistema de estados nacionales soberanos desigualmente poderosos, que compiten por recursos, dando apoyo a la producción rentable de mercancías y comprometiéndose en la competencia geopolítica y militar;

3.      La jerarquía centro/periferia – en la cual las regiones centrales tienen estados fuertes y se especializan en la producción de alta tecnología y altos salarios, mientras las regiones periféricas tienen estados débiles que se especializan en la producción intensiva en trabajo y de bajos salarios.

 

Estos rasgos estructurales del sistema-mundo moderno se reproducen continuamente. En otra parte hablo de cómo estos se vinculan entre sí y son recíprocamente interdependientes, de modo que cualquier cambio real en uno, necesariamente alteraría a los demás de modo fundamental (Chase-Dunn, 1989).

 

Además de estas constantes estructurales, hay otras dos características estructurales que veo como continuidades, a pesar de que involucran un cambio de patrón. Éstas son los ciclos sistémicos y las tendencias sistémicas. Los ciclos sistémicos básicos son:

 

1. La onda de Kondratieff (onda K) – un ciclo de escala mundial, con un período que va de cuarenta a sesenta ańos, en los que la tasa relativa de actividad económica aumenta (durante los ascensos de “fase A”) y luego desciende (durante los períodos de “fase B”, de crecimiento más lento o estancamiento.

 

2. La secuencia hegemónica – el ascenso y caída de las potencias centrales hegemónicas, en la que el poder militar y la ventaja económica comparativa se concentran en un solo estado central hegemónico durante algunos períodos y estos son seguidos por períodos en los que la riqueza y el poder se distribuyen de modo más parejo entre los estados centrales. Ejemplos de estados hegemónicos son el holandés, en el siglo diecisiete, el británico en el siglo diecinueve y los Estados Unidos en el siglo veinte.

 

3. El ciclo de severidad de la guerra central – la severidad (muertes en combate por ańo) de las guerras entre estados centrales (guerras mundiales) despliega un patrón cíclico que sigue de cerca la pista de las ondas K desde el siglo dieciséis (Goldstein, 1988).

 

4. La oscilación entre comercio mercantil versus una interacción más estructurada políticamente entre los estados centrales y las áreas periféricas. Esto está relacionado con ciclos de expansión colonial y descolonización y está manifestándose en el período actual, en forma de los bloques comerciales que están apareciendo y que incluyen tanto a los países desarrollados, como a los menos desarrollados.

 

Las tendencias sistémicas que constituyen el procedimiento operatorio normal en el sistema-mundo moderno son:

 

1.      La expansión y profundización de las relaciones mercantiles – la tierra, el trabajo y las riquezas están cada vez más mediadas por instituciones de tipo mercantil, tanto en el centro como en la periferia.

2.      La formación estatal – el poder de los estados sobre sus poblaciones ha aumentado en todas partes, aunque esta tendencia algunas veces se ralentiza por los esfuerzos desregulatorios. La regulación estatal ha tenido un crecimiento secular, mientras las batallas políticas se enconan respecto a la naturaleza y los objetos de regulación.

3.      Incremento en tamańo de las empresas económicas – mientras se va reproduciendo un gran sector competitivo de firmas pequeńas, las firmas mayores (aquellas que ocupan lo que se denomina el sector monopólico) han aumentado continuamente de tamańo. Esto sigue siendo cierto, aún en el período más reciente, a pesar de que es caracterizado por algunos analistas como un nuevo “régimen de acumulación”, de “especialización flexible”, en el que las firmas pequeńas compiten por cuotas del mercado global.

4.      La integración económica internacional – el crecimiento de la interconexión del comercio y la transnacionalización del capital. El capital ha cruzado las fronteras estatales desde el siglo dieciséis, pero la proporción de toda la producción debida a la operación de firmas transnacionales ha ido aumentando en cada época. La atención que se presta contemporáneamente a la naturaleza transnacional de los recursos y a la unicidad de una economía global e interdependiente, es la agudización de la conciencia de algo que viene operando como tendencia desde hace largo tiempo.

5.      La creciente intensidad en capital de la producción y la mecanización – varias revoluciones industriales que han ocurrido desde el siglo dieciséis, han hecho crecer la productividad del trabajo en la agricultura, la industria y los servicios.

6.      La proletarización – la fuerza de trabajo mundial cada vez depende más de los mercados de trabajo para satisfacer sus necesidades básicas. Esta tendencia de largo plazo puede ser ralentizada temporalmente o hasta invertida en algunas áreas durante períodos de estancamiento económico, pero el desplazamiento secular que se desplaza, alejándose de la producción de subsistencia, tiene una larga historia que continúa hasta el período más reciente. Parte de esta tendencia es la expansión del sector informal, a pesar de sus similitudes funcionales con reductos rurales anteriores, de subsistencia.

7.      La brecha creciente – a pesar de excepcionales casos de movilidad ascendente exitosa en la jerarquía centro/periferia (p.ej., los Estados Unidos, Japón, Corea, Taiwán), la relativa brecha en los ingresos entre las regiones centrales y periféricos [suggestion only] ha continuado creciendo. Esta tendencia existe desde por lo menos finales del siglo diecinueve y probablemente desde antes.

8.      La integración política internacional – la aparición de instituciones internacionales más fuertes, para regular las interacciones económicas y políticas. Esta es una tendencia desde el ascenso de la Concertación de Europa, después de la derrota de Napoleón. La Liga de las Naciones, las Naciones Unidas e instituciones financieras tales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, muestran una tendencia ascendente hacia un gobierno mundial creciente.

 

żCómo queda parado este modelo contra los desarrollos recientes y los nuevos conocimientos que aporta la literatura sobre el capitalismo global? La expansión ulterior de las corporaciones transnacionales y la globalización de las transacciones financieras facilitadas por las nuevas tecnología de la comunicación pueden ajustar cómodamente en este esquema, con la noción de la internacionalización del capital. Pero, żqué decir de la aparición de la denominada “era de la información” y del supuestamente nuevo régimen de acumulación basado en la “especialización flexible”? La idea de la era de la información asume muchas formas. Una versión temprana fue la noción de Daniel Bell sobre una sociedad post-industrial basada en los servicios. El pop-futurismo acerca de la Tercera Ola y la sociedad virtual, son sus encarnaciones más recientes.

 

Las tecnologías nuevas tales como la imprenta, las máquinas de vapor, los ferrocarriles y los telégrafos, siempre han introducido relaciones organizacionales nuevas y únicas. Pero, poniéndonos del lado de las continuidades, podemos preguntar si estos cambios en la tecnología y la organización han alterado o no los procesos fundamentales de la acumulación capitalista. La revolución tecnológica es una de las características básicas del capitalismo, que lo distingue de los modos de acumulación anteriores. Los modos anteriores también revolucionaron la tecnología, pero a un paso mucho más lento. Las revoluciones tecnológicas del sistema-mundo capitalista han ocurrido cíclicamente, en tándem con las fases de la onda de Kondratifeff. Los nuevos sectores de punta del procesamiento de la información y la biotecnología están creando algunas formas organizacionales nuevas, justo como lo hicieron tecnologías de punta anteriores (la manufactura textil, los ferrocarriles, la industria química, los automóviles). Estas revoluciones tecnológicas anteriores tomaron la delantera y otras quedaron atrás. Crearon nuevos estratos de trabajadores e hicieron obsoletas otras formas más viejas de trabajo. Expandieron la escala de interacción, incrementaron la rapidez y disminuyeron los costos de las comunicaciones. Los anteriores “milagros” estuvieron rodeados de la misma clase de mística y fascinación que hoy día caracteriza a la supercarretera de la información (en la que usted puede programas su secadora de pelo desde el receptor de radio de su carro).

 

Especialización Flexible

A la especialización flexible la anuncian quienes se aferran a la escuela del “régimen de la acumulación”.[6] Esto es la formación de una red de pequeńas firmas que producen bienes a la medida, usando trabajo altamente calificado. Se le pone en contraste con el modelo anterior de “acumulación fordista”, que se basa en la producción de bienes estandarizados en grandes fábricas, usando trabajo de baja calificación. Esta forma nueva se hace posible por el costo disminuido de las comunicaciones, la transportación y el procesamiento de la información, de modo que los bienes a la medida pueden hacerse disponibles económicamente a mercados mayores. La acumulación flexible no está atada a grandes inversiones de capital fijo, de manera que es libre para vagar por el mundo produciendo y comerciando donde quiera que aparezcan las oportunidades. La especialización flexible altera la relación entre el capital y el trabajo. Los grandes sindicatos de trabajadores organizados en las grandes fábricas propiedad de firmas enormes, son reemplazados por trabajadores no organizados, empleados por pequeńas firmas que subcontratan con firmas mayores, en una red de producción coordinada, pero descentralizada.

 

Si la especialización flexible es verdaderamente una nueva etapa del capitalismo, deberíamos esperar encontrar que la distribución del tamańo de las firmas habrá cambiado. Durante mucho tiempo ha existido una estructura de negocios, en la cual un enorme sector competitivo de firmas pequeńas que obtienen flacos beneficios, lucha en una arena dominada por las grandes corporaciones. żNo será acaso que la especialización flexible es sobre todo una continuación (con algunos rasgos nuevos) del sector competitivo? Yo no he visto evidencias de que la distribución del tamańo de las firmas en la economía mundial (ni en los Estados Unidos ni en ningún otro país) se haya desplazado hacia una mayor proporción de firmas menores. Esto puede haber ocurrido en algunos sectores particulares, pero no en la economía como un todo. Por el contrario, las fusiones de firmas grandes han proseguido el proceso de centralización del capital previsto por Marx.

 

Ciclos Sistémicos de Acumulación

El trabajo de Giovanni Arrighi (1994) sobre los “ciclos sistémicos de acumulación” en los seis últimos últimos seis siglos, constituye una periodización más convincente del desarrollo capitalista mundial. El análisis de Arrighi posee la enorme ventaja de una gran profundidad temporal, aunque su construcción, tanto de las continuidades estructurales como de la unicidad organizacional de las diferentes épocas, enfoca principalmente al estrato superior del capital financiero y sus relaciones con los estados más poderosos del sistema. La narrativa estructural y la periodización de Arrighi constituyen una gran mejoría contra versiones anteriores de las “etapas del capitalismo”. Pero, al enfocar primariamente al estrato superior del sistema, el análisis de Arrighi subestima el papel que han desempeńado las luchas de clase y centro/periferia en la evolución del sistema. Esto restringe nuestra capacidad para ver posibles aberturas futuras para una acción transformadora que pueda mejorar de modo sustantivo la lógica del desarrollo del sistema-mundo. La caracterización de la hegemonía como “liderazgo” apunta hacia el importante hallazgo (de Gramsci) de que un aspecto necesario del poder global en el sistema moderno, es un grado significativo de consenso basado en una ideología coherente. Pero esto también trae a la mente las imágenes más explícitamente funcionalistas empleadas por Modelski y Thompson (1994). Lo que se necesita es un modelo que preste más atención a la interacción entre las ondas de largo plazo de expansión capitalista y la contra-expansión de los movimientos anti-sistémicos a la mercantilización, la dominación y la explotación (ver Boswell y Chase-Dunn, futura edición).

 

El proyecto de globalización

 

El término de globalización ha sido usado de un modo diferente, para referirse al “proyecto de globalización” – el abandono de los modelos keynesianos de desarrollo nacional y un nuevo énfasis en la desregulación y la apertura de los mercados nacionales mercantiles y financieros al comercio y la inversión internacionales (McMichael 1996). Aquí se apunta hacia los aspectos ideológicos de la reciente ola de integración económica internacional. El término que yo prefiero para este giro del discurso global es el del “neoliberalismo”. La declinación a escala mundial de la izquierda política puede haber antecedido a las revoluciones de 1989 y la caída de la Unión Soviética, pero también fue ciertamente acelerada por estos eventos. La base estructural del surgimiento del proyecto de globalización es el nuevo nivel de integración que alcanzó la clase capitalista global. La internacionalización del capital ha sido desde hace tiempo una parte importante de la tendencia hacia la globalización económica. Y desde antes ha habido muchas reivindicaciones de representación de los intereses generales de los negocios. Pero la integración real de los intereses de los capitalistas en cada uno de los estados centrales, ha alcanzado un nivel mayor que nunca antes. Esta es la parte del modelo de una etapa global del capitalismo que debe ser tomada con la mayor seriedad, aunque ciertamente puede estar exagerada. El sistema-mundo ha alcanzado ahora un punto en el cual, tanto el viejo sistema interestatal que se basaba en clases capitalistas nacionales separadas, como las nuevas instituciones que representan los intereses globales de los capitalistas, existen y son poderosos simultáneamente. Bajo esta luz es posible ver que cada país tiene una importante fracción de su clase dominante, que está aliada con la clase capitalista transnacional.

 

El neoliberalismo comenzó como el ataque de Reagan-Thatcher contra el estado de bienestar y los sindicatos de trabajadores. Evolucionó hacia las Políticas de Ajuste Estructural del Fondo Monetario Internacional y el triunfalismo de los negocios globales después de la caída de la Unión Soviética. En la política exterior de los Estados Unidos, ha encontrado expresión en un nuevo énfasis en la “promoción de la democracia” en la periferia y la semiperiferia. Más que en el apoyo a las dictaduras militares en América Latina, el énfasis se ha desplazado hacia la acción coordinada entre la C.I.A. y la Dote Nacional de E.U.A. para la Democracia (“U.S. National Endowment for Democracy”) para promocionar instituciones electorales en América Latina y otras regiones periféricas y semiperiféricas (Robinson 1996). Robinson apunta que la clase de “democracia de baja intensidad” que se promociona, como mejor se entiende es como “poliarquía”, una forma de régimen en el que las elites orquestan un proceso de competencia electoral y gobierno, que legítima el poder estatal y recorta alternativas políticas más radicales que pudieran amenazar la capacidad de las élites nacionales para mantener su riqueza y poder mediante la explotación de los trabajadores y los campesinos. Robinson (1996) plantea de modo convincente que la poliarquía y la promoción de la democracia son las formas políticas más congruentes con una economía mundial globalizada y neoliberal, en la cual se le sueltan las riendas al capital para que genere acumulación dondequiera que sean mayores las ganancias.

 

Cultura Global

 

El análisis de la cultura global es otra industria artesanal que ha florecido desde la publicación de Formación Global. La literatura de ciencia política acerca de los regímenes internacionales (instituciones normativas) ha continuado expandiéndose. El enfoque de “sociedad mundial” desarrollado por John W. Meyer y sus colegas (Boli y Thomas 1997; Meyer, Boli y Thomas 1997) ha producido muchos estudios importantes acerca de cómo los valores y modelos occidentales de acción racional se han difundido por el mundo en el último siglo. Volker Bornschier (1996) ha analizado la aparición, expansión y disolución del modelo de sociedad keynesiano de desarrollo nacional. Él también propuso la noción de un “mercado mundial de la protección”, para explicar cómo y por qué los valores centrales del occidente continúan institucionalizándose más en los estados centrales poderosos y en las instituciones transnacionales.

 

Si bien es importante reconocer que los convenios culturales juegan una parte mayor en la construcción de la hegemonía y la interacción institucionalizada que nunca antes, y que ésta ha sido una importante tendencia creciente durante los dos últimos siglos, todavía hay que mantener en primer plano la perspectiva evolutiva que se presenta en el Capítulo 5 de FG. La mayoría de los sistemas-mundo han sido fundamentalmente multiculturales, y el moderno primariamente sigue siéndolo. El sistema-mundo moderno no es principalmente un orden global normativo. La arquitectura cultural del sistema consiste de múltiples órdenes normativos (nacionales y civilizacionales) que son integrados por fuerzas geopolíticas y de mercado. Los valores y normas “globales” son todavía primariamente los de los actores más poderosos. Así las fuerzas geopolíticas y las de mercado, más que una regulación normativa, continúan siendo las principales fuerzas integradoras del sistema.

 

La cuestión de la cultura global también ha sido abordada por Jonathan Friedman (1994) y Albert Bergesen (1996). Friedman plantea que los desplazamientos en los enfoques filosóficos entre el universalismo y el particularismo han estado vinculados a fases de centralización y descentralización durante miles de ańos, y que el actual auge de la filosofía postmoderna está causado por y asociado con la declinación de la hegemonía de los Estados Unidos. Bergesen plantea un argumento similar, vinculando los vaivenes en los estilos artísticos con el auge y caída de los estados hegemónicos centrales en el sistema moderno. El estudio de David Harvey (1989) de los vínculos entre el postmodernismo y la especialización flexible también es afín a este problema. Aunque es necesario reconocer que los ciclos políticos e ideológicos tienen algunas conexiones importantes, estos campos institucionales no están íntimamente acoplados. Las tendencias intelectuales en el centro del sistema ciertamente parecen tener una lógica de desarrollo propia (y algo frívola), que sólo mantienen con los cambios organizacionales y estructurales un flojo vínculo.

 

Prácticas Transnacionales

 

La “sociología del sistema global” de Leslie Sklair (1991), con su énfasis en las “prácticas transnacionales” aporta algunos conocimientos importantes acerca de la aparición de una clase capitalista global, la difusión de la cultura del consumismo y el comportamiento de las corporaciones transnacionales. Pero la perspectiva temporal de Sklair no es lo suficiente profunda para que él vea las continuidades estructurales que son rasgos centrales del capitalismo como sistema global. Las prácticas y las instituciones transocietales han sido importantes en el sistema-mundo moderno durante siglos, tal como en los sistemas-mundo previos, aunque cualitativamente diferentes. No hubo jamás un tiempo en que las sociedades estuvieran solas como bolas de billar separadas.  [Analogy loses a bit of umph in translation, though still conveys basic message; let me know if you want me to come up with something more poigniant.]

 

La crítica que hace Sklair al consumismo desde el punto de vista de la autonomía cultural local, ignora completamente las restricciones ecológicas que enfatizan Peter Taylor (1996) en El Modo en que Funciona el Mundo Moderno y Peter Grimes (1998). Taylor y Grimes apuntan [(personal preference) possible alternative translations:  “insisten”, “opinan”] que el proyecto de globalización capitalista que se fundamenta en la noción de que los pueblos del Tercer Mundo pueden alcanzar un estándar de vida similar a los pueblos de los países centrales, sencillamente no va a funcionar. Este modelo constituye un “impasse global”, porque si los chinos intentan comer tanta carne y huevos y poseer tantos automóviles (per capita) como los americanos de ahora, la biosfera va a hervir. Esta puede ser la contradicción más potente del capitalismo global.

 

La crítica de Sklair al poder de las corporaciones transnacionales es útil, pero ignora la más dańina de las evidencias: todos los estudios comparativos entre naciones, que muestran el efecto negativo a largo plazo que ha tenido la dependencia de la inversión extranjera sobre el desarrollo. Los estudios que han tratado de probar que estos resultados son artefactuales (p. ej. Firebaugh 1992) han sido fuertemente contradichos por análisis más recientes (Dixon y Boswell 1996) y por datos de antes de la II 2a Guerra Mundial descubiertos con posterioridad, que muestran que estos efectos negativos de la dependencia en la inversión persisten durante por lo menos medio siglo (Kentor 1998).

 

Los Estados y el Capitalismo

 

El estudio de Charles Tilly (1990) de las ciudades capitalistas y los estados nacionales, arroja alguna nueva luz sobre las diferentes vías de desarrollo en el sistema-mundo moderno, pero la definición demasiado amplia de capital que da Tilly lo conduce a no comprender cómo han combinado la acumulación capitalista y la geopolítica los estados más exitosos en el sistema moderno. Su análisis más bien [confusing syntax, difficult to unscramble; suggest omission of yellow-highlighted text for clarity] estado-céntrico es un antídoto útil contra el economicismo, pero como mejor se comprenden los modos en que los estados tributarios evolucionaron para convertirse en estados capitalistas, es dentro de la perspectiva de muy largo plazo que aporta el enfoque comparativo de sistemas-mundo.

 

Lo que resulta único acerca del sistema moderno es su resistencia a la formación de un imperio que abarque a todo el centro. Está claro que ha habido imperios en el sistema moderno, pero se ha tratado de imperios coloniales, en los que estados centrales individuales ejercieron su dominación sobre las regiones periféricas. El patrón más usual en los sistemas precapitalistas de base estatal era que los estados [marcher] conquistaran toda una región central y que establecieran (temporalmente) un “estado universal”. Aunque esto ha sido intentado en el sistema moderno (la Francia napoleónica, la Alemania del siglo veinte), no ha tenido éxito. Más bien lo que ha ocurrido es que los estados más poderosos han sido balancistas del poder, que han protegido la estructura políticamente multicéntrica del centro.

 

Los hegemónicos modernos no han hecho esto movidos por compromisos políticos con el principio de soberanía nacional (que ellos han violado repetidamente en la periferia), sino más bien porque la acumulación capitalista (la producción y venta de mercancías) les permite apropiarse de recursos sin tener que recurrir a la extracción tributaria a partir de los estados centrales adyacentes. De hecho la acumulación capitalista es bien servida por un centro descentralizado, incapaz de regular los flujos de capital y que le permite un amplio margen de maniobra a la riqueza privada. La historia de la evolución de los estados capitalistas centrales debería enfocarse en la transición a partir de estados ciudades capitalistas semiperiféricos (tales como Venecia y Génova) pasando por la forma intermedia de la República Holandesa, hasta los estados centrales nacionales capitalistas: el Reino Unido y los Estados Unidos. El enfoque usado por Arrighi (1994) y Taylor (1996) triunfa maravillosamente, mientras que el contraste que muestra Tilly entre las ciudades capitalistas y los estados tributarios, pierde vista muchos de los aspectos clave de esta evolución.

 

La Secuencia Hegemónica

 

La perspectiva de sistemas-mundo plantea que uno de los procesos macroestructurales importantes es la secuencia de relativas centralización y descentralización del poder político y económico entre los estados. El término empleado para este fenómeno en Formación Global es el de “secuencia hegemónica”. La hegemonía holandesa del siglo diecisiete[7] se compara con la hegemonía británica del siglo diecinueve y la hegemonía de los Estados Unidos en el siglo veinte. La importante investigación de George Modelski y Wiliam R. Thompson (1994) ha aportado valiosas evidencias empíricas nuevas acerca de la relación entre la secuencia hegemónica (a la cual ellos llaman ciclo de poder) y las ondas de Kondratieff. Su modelo de los “picos gemelos”, de ondas K pareadas para cada ciclo de poder, muestra la interposición de una guerra global entre potencias centrales, en la cual se consolida el liderazgo de la potencia global. Este modelo es incompatible del todo con el esquema mostrado en el Capítulo 2 de FG. La terminología funcionalista empleada por Modelski y Thompson, así como su énfasis en las contribuciones positivas de los “líderes globales” (hegemónicos) puede resultarle irritante a aquellos que perciben las consecuencias negativas del desarrollo capitalista, tanto como sus maravillas, pero estas cuestiones de estilo y de política no deben impedir que reconozcamos la importante contribución que han hecho Modelski y Thompson al estudio empírico del sistema.

 

Ellos predicen un fin en el futuro cercano para el ciclo de poder, tal como ha funcionado en el pasado. Prevén una segunda ronda de liderazgo por parte de los Estados Unidos que conducirá a un condominio de estados centrales democráticos, que será supuestamente capaz de resolver las contradicciones del desarrollo disparejo, sin tener que recurrir al conflicto violento.

 

Conflicto Futuro

 

Rasler y Thompson (1994) presentan un enfoque parecido, aunque algo diferente, que analiza la interacción entre un ciclo de poder de nivel global y una dinámica regional de auge y caída, basado en un engrandecimiento territorial más tradicional. Notan que los retadores semi-centrales de los líderes globales (Francia, Alemania) han sido estados que buscaban conquistar regiones centrales adyacentes, más que perseguir una estrategia global de acumulación basada en el comercio, la producción de mercancías y las altas finanzas. Este modelo de dos ciclos de poder interactuantes conduce a Rasler y Thompson a ser algo menos confiados acerca de futuros conflictos entre potencias centrales, que el escenario que pintan Modelski y Thompson. Ellos prevén la posibilidad de que una lucha regional en el Asia Oriental pueda una vez más conducir a la guerra global entre las potencias centrales.

 

Chase-Dunn y Podobnik (1995) predijeron una futura “ventana de vulnerabilidad” para la guerra entre potencias centrales en la década de 2020, basados en un modelo de los factores que incrementan o disminuyen la probabilidad de guerra. Este modelo combina aspectos del esquema del Capítulo 2 con otras tendencias que se conoce que afectan la guerra. Asume que la secuencia hegemónica y la onda de Kondratieff continuarán operando como lo vinieron haciendo en el pasado y que la hegemonía de los Estados Unidos continuará declinando; la fase A de la onda K llegará a alcanzar un pico en algún momento de la década de 2020. Los estados tendrán recursos que gastar en la guerra y las viejas instituciones del orden mundial serán gravemente incongruentes con los cambios en la distribución del poder económico. El modelo también toma en cuenta las tendencias hacia una tecnología militar cada vez más destructiva, el desarme y la integración económica y política internacional. Chase-Dunn y Podobnik apuntan [(personal preference) possible alternative translations:  “insisten”, “opinan”] que si los Estados Unidos son capaces de mantener su control sobre las armas de destrucción masiva, entonces no habrá guerra entre las potencias centrales; pero los procesos de desarrollo disparejo hacen que ésta sea una perspectiva improbable. Un verdadero estado mundial (con poder para prohibir la guerra) también podría resolver el problema, pero no hay quien prediga la aparición de una tal entidad dentro del período de tiempo relevante.

 

Ciclos Económicos

 

Respecto a las ondas largas de cambio económico, ha habido varias contribuciones importantes en los ańos recientes. David Hackett Fischer (1996) ha producido un estudio fascinante de ondas de precios muy largas en los últimos 800 ańos. Su narrativa histórica y sus datos sobre ondas largas de inflación y deflación describen un proceso de demanda demográficamente propulsado, que llega hasta el siglo diecinueve, y luego un proceso algo diferente a finales del siglo diecinueve y en el veinte. El excelente estudio de los ciclos de deuda hecho por Christian Suter (1992), muestra las íntimas conexiones entre las ondas K y los ciclos de expansión y contracción financiera en el sistema-mundo desde inicios de la década de 1800[8]. Resulta interesante que la más reciente crisis de la deuda (todavía) no ha conducido al colapso financiero internacional, sugiriendo la conclusión de que las agencias reguladoras globales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial realmente han marcado una diferencia en la coordinación de las acciones de los prestamistas del centro y en la negociación de la reestructuración de las obligaciones, que han prevenido una escalada mayor de los problemas. Esto indica la creciente importancia de la integración política internacional en las décadas recientes.

 

Peter Grimes (1993)  ha producido un valioso análisis que compara las tasas de crecimiento del PIB, para ver cuán sincronizadas están en el tiempo. Más que mostrar la hipotética tendencia de ascenso a largo plazo, que sería el resultado de una integración económica internacional que crece de modo estable, Grimes muestra que la sincronización es cíclica, con períodos de grandes diferencias entre las tasas de crecimiento, seguidos por períodos en los que están bastante sincronizadas entre países. Este hallazgo apoya la idea de que la globalización económica es sustancialmente cíclica.

 

La diferencia principal (aparte de la formulación verbal) entre el esquema que se presenta más arriba y la discusión del Capítulo 2 de FG .[extra space, no big deal] es la adición de una tendencia: la integración política internacional. A mí me convencieron las investigaciones de Suter (1992) sobre los ciclos de la deuda y el estudio de Craig Murphy (1994) sobre el crecimiento de las organizaciones internacionales no-gubernamentales, que la tendencia hacia el gobierno global debería formar parte del modelo de dinámica de sistemas. La capacidad de las instituciones financiera internacionales para negociar un aterrizaje blando para la crisis de la deuda de la década de 1980, más que una repetición del colapso financiero internacional, es una indicación de que la integración de la clase capitalista global está teniendo consecuencias importantes para la operación del sistema. Dicho esto, no veo para dentro de poco la aparición de un verdadero estado mundial, ni cargaría yo el énfasis en la declinación de la lógica del sistema interestatal. La geopolítica interestatal continúa más bien siendo una importante dinámica, al mismo tiempo que van surgiendo el gobierno global y una clase capitalista global más integrada.

 

Hacer el Bien en la Tierra

 

El último capítulo de FG va mucho más allá de las evidencias, a considerar cuestiones acerca del curso futuro del sistema-mundo. El discurso de la globalización, la caída de la Unión Soviética, la reincorporación de China a los “negocios como de costumbre”, la retirada a escala mundial de la izquierda y el auge ulterior del Asia Oriental, son todas tendencias que desafían a las especulaciones hechas. Muy especialmente, se podría concluir que la noción de que los retadores semiperiféricos transformen el sistema, parece ahora anacrónica. En verdad, cualquier clase de desafío pudiera parecer impensable cuando la historia termina con el triunfo del capital global.

 

Pero yo veo grietas en el terso rostro del capitalismo corporativo global. Más que simplemente desbandarse frente a la especialización flexible y el chantaje corporativo del empleo, los movimientos laborales en muchos países están tratando de figurarse el modo para sobrevivir y prevalecer en la nueva era. El internacionalismo de los trabajadores parece ahora menos una consigna utópica que un necesario requisito organizacional. Los problemas son grandes, pero los sindicatos están ensayando nuevos enfoques y asumiendo nuevos riesgos.[9]

 

El precio que hay que pagar por el dinero globalizado – inundaciones rápidas de fondos y desapariciones igualmente rápidas – se está haciendo cada vez más evidente. Junto a las declamaciones sobre la competitividad y las necesidades de libertad de comercio y desregulación, ahora estamos empezando a oír voces que hablan acerca de las consecuencias ecológicas y sociales de la competencia y la cooperación internacional. La respuesta más obvia a la triunfal globalización corporativa es una renovación del nacionalismo económico. Esto es lo que casi seguro ocurrirá al irse desvaneciendo el florecimiento del fabuloso capitalismo global. La perspectiva de sistemas-mundo nos recuerda que antes han ocurrido olas de nacionalismo económico y que, aunque algunos pueden estar temporalmente protegidos de las fuerzas de mercado, las tentaciones de globalización se volverán a hacer potentes.

 

A largo plazo, la solución es la “globalización desde abajo” – la creación de lazos culturales y organizacionales entre pueblos de diferentes países, para coordinar acciones y formas de resistencia al capital global (Robinson 1996). Anteriormente sólo mencioné al trabajo. Las organizaciones de mujeres y las organizaciones ambientales desde hace tiempo van delante del trabajo con respecto al internacionalismo. Aunque será necesario que participen los pueblos de todos los países, yo espero que los desafíos organizacionales más potentes procederán de aquellos países semiperiféricos que no experimentaron el “socialismo real” (los estados comunistas), sino allí donde las contradicciones del capitalismo global son fuertes y el potencial para que los movimientos populares alcancen el poder político son grandes.

 

La idea de una democracia global es importante para esta lucha. El movimiento necesita empujar hacia una clase de democracia popular que vaya más allá de la elección de representantes, para que incluya la participación popular en las tomas de decisión a todos los niveles. La democracia global sólo puede ser real si se compone de sociedades civiles y estados nacionales que son, ellos mismos, verdaderamente democráticos (Robinson 1996). Y la democracia global probablemente sea el mejor modo de disminuir la probabilidad de que ocurra otra guerra entre estados centrales. Esta es la razón por la que a todos les interesa.

 

Para que la respuesta progresista al neoliberalismo triunfe, hay que organizarla a los niveles nacional, internacional y global. Los socialistas democráticos deberían estar cansados de las estrategias que se enfocan solamente en el nacionalismo económico y la autarquía nacional, en respuesta a la globalización económica. El socialismo en un solo país nunca funcionó en el pasado y ciertamente no va a funcionar en un mundo que está más intervinculado que nunca antes. Las viejas formas de internacionalismo progresista eran algo prematuras, pero el internacionalismo finalmente se ha hecho no sólo deseable sino necesario. Esto no quiere decir que las luchas locales, regionales y de nivel nacional sean irrelevantes. Siguen siendo tan relevantes como lo fueron siempre. Pero necesitan tener también una estrategia global y una cooperación a escala global, so pena de a fin de no quedarse aisladas y de ser derrotadas. La tecnología de las comunicaciones ciertamente puede ser una importante herramienta para las clases de interacciones a larga distancia que se requerirán para una cooperación y una coordinación realmente internacionales entre los movimientos populares.

 

Sería un error contraponer las estrategias globales contra las nacionales o locales. Todos los frentes deben ser el foco de un esfuerzo coordinado. W. Warren Wagar (1996) ha propuesto la formación de un “Partido Mundial” como un instrumento de la “mundialización” – la creación de una comunidad de naciones socialista global. Su propuesta ha sido criticada desde muchos ángulos – como un retroceso a la Tercera Internacional, y etc.[10] Yo planteo que la idea de Wagar es buena y que en verdad surgirá un partido de la clase del que él está defendiendo y éste contribuirá mucho a un sistema-mundo más humano. La inseguridad y la reticencia post-modernas pueden hacer parecer a un enfoque directo como éste, Napoleónico. Ciertamente es necesario aprender de los errores pasados, pero esto no debe evitar que debatamos los pros y los contras de la acción propuesta.

 

El segmento internacional de la clase capitalista mundial ciertamente se va moviendo lentamente hacia la formación del estado global. La Organización Mundial del Comercio y el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) no son más que los elementos más recientes en este proceso. Más que simplemente oponerse a este movimiento con un regreso al nacionalismo, los progresistas deberían hacer todos los esfuerzos por organizar la globalización social y política y por democratizar el estado global que surge. Necesitamos evitar que la operación normal del sistema interestatal y la futura rivalidad hegemónica causen otra guerra entre las potencias centrales (p.ej. Wagar 1992; ver también Bornschier y Chase-Dunn 198). Y necesitamos moldear la sociedad mundial que surge para que sea una comunidad de naciones democrática y global, basada en la racionalidad colectiva, la libertad y la igualdad. Esta posibilidad está presente en las estructuras que existen y están evolucionando. Los agentes son todos aquellos que están cansados de guerras y odio y que desean un sistema-mundo humano, sostenible y justo. Y ésta es ciertamente la mayoría de las personas de la Tierra.

 

Notas



[1] En Chase-Dunn y Grimes (1995) hay una revisión de los estudios que miden la posición de los países en la jerarquía centro/periferia.

[2] El manuscrito de Formación Global estaba casi completo en 1985, aunque el libro no apareció impreso hasta 1989.

[3] Si esta introducción les resulta opaca, les sugiero que lean a Shannon (1996) y que consulten el glosario en las páginas 346-8 de FG. Al final de este mismo libro se incluye una bibliografía con publicaciones nuevas importantes.

[4] Hay también una variación cultural en los horizontes temporales. Cuando a uno de los Ministros del Exterior de Mao le preguntaron acerca de las consecuencias de la Revolución Francesa, éste respondió que aún era muy temprano para decir.

[5] En Chase-Dunn y Mann (1988) se informa de un estudio de caso de un sistema-mundo muy pequeńo, compuesto de forrajeros sedentarios. En Peregrine y Feinman (1996) hay estudios de otros sistemas regionales en la América del Norte previa al contacto.

[6] David Harvey (1989) aporta un excelente resumen de esta literatura.

[7] En Misra y Boswell (1997) se aportan evidencias importantes acerca de la naturaleza de la hegemonía holandesa.

[8] En Dassbach, Darvutyan, Dong y Fay (1995) se presenta un resumen útil de las evidencias respecto a las ondas K anteriores a 1800.

[9] Ver los artículos sobre la organización global del trabajo, en la edición especial del Journal of World-Systems Research (1998:4[1]) (http://csf.colorado.edu/wsystems/jwsr.html).

[10] Ver las críticas a las propuestas de Wagar en la edición especial sobre “Praxis Global” del Journal of World-Systems Research, Volumen 2, 1996 (http://csf.colorado.edu/wsystems/jwsr.html).

Capítulo 1

 

La Estructura Profunda: El Capitalismo Real

 

El objetivo de este capítulo es reformular la teoría de Marx de la acumulación capitalista usando conocimientos aportados por el análisis del sistema-mundo moderno. Comenzamos explorando tres enfoques de la teorización acerca de la dinámica estructural profunda del sistema-mundo: (a) un enfoque puramente formal de la especificación de los límites lógicos entre modos de producción; (b) el proceso de mercantilización y sus limitaciones; y (c) el problema de las clases mundiales. Los supuestos epistemológicos que están detrás de este esfuerzo por teorizar el sistema-mundo son descritos y defendidos en el capítulo 14. Después de reformular la teoría de Marx evaluaremos críticamente uno de los supuestos simplificadores de Wallerstein, que es la idea de que el modo de producción es necesariamente un rasgo de un sistema-mundo completo y el corolario de que cada sistema-mundo tiene un solo modo de producción.

Mi objetivo último es reformular la teoría de Marx teniendo en cuenta aquellos aspectos sistemáticos del desarrollo capitalista que Marx despreció. Esto requiere:

1 una clara especificación del modelo de Marx;

2 una crítica de sus inadecuaciones a la luz de nuestro conocimiento de los procesos del sistema-mundo;

3 una reformulación de los conceptos y axiomas y

4 la comprobación de la nueva formulación contra la realidad social contemporánea e histórica.

Este libro comienza estas tareas, pero ciertamente no las termina.

 

El Modelo de Marx de la Acumulación Capitalista

 

Marx comenzó su explicación de las leyes del desarrollo capitalista con un análisis dialéctico de una institución fundamental del capitalismo – la mercancía. A partir de esta forma institucional, que supuestamente contiene los secretos de la estructura profunda del capitalismo, él deriva la ley del valor, los roles del capital y el trabajo y la acumulación del capital mediante la producción y apropiación de plusvalía. Esta formulación teórica tiene varias ventajas. Es elegante. Se enfoca en lo que indudablemente son rasgos esenciales del modo capitalista de producción – el intercambio mercantil, el trabajo mercantilizado, la concentración de medios de producción en manos privadas y la acumulación de capital mediante la producción de mercancías y la explotación del trabajo mercantilizado.

Hay dos asuntos principales que dividen a los marxistas acerca de la definición de las características básicas del modo capitalista de producción: (a) la naturaleza de las relaciones de clase en el capitalismo y (b) la importancia del estado y del sistema interestatal para el capitalismo. El modelo más abstracto del proceso de acumulación capitalista, como se presenta en el volumen 1 de El Capital (1967a), asumía un sistema cerrado, en el cual hay un solo estado de laissez-faire respaldando las relaciones de propiedad, pero no comprometiéndose directamente en el proceso de acumulación. El modelo también asumía solamente dos clases: los capitalistas propietarios y con el control de los medios principales de producción y los proletarios vendiendo su fuerza de trabajo por salarios en un mercado competitivo de trabajo.

Marx definió al capitalismo como un sistema en el que la propiedad y el control de los medios principales de producción están en manos de empresarios privados (no estatales) que producen mercancías para un mercado competitivo. Para Marx la mercantilización del trabajo ocurre primariamente mediante un mercado de trabajo competitivo – el sistema salarial – en el que los proletarios que no son propietarios de ningún medio de producción son “libres” de vender su fuerza de trabajo a los capitalistas. Él desarrolló su modelo sobre la base de sus observaciones del capitalismo británico del siglo diecinueve. Él asumía que Bretańa era la forma superior de desarrollo capitalista, de modo que el análisis de la industria británica revelaría las características esenciales del modo capitalista de producción. Él esperaba que todas las sociedades nacionales se desarrollarían a lo largo del mismo camino básico que había sido seguido por los británicos (1967a: 8-9).

Así, según Marx, las características básicas del capitalismo plenamente desarrollado son:

1 La producción mercantil generalizada: La producción de mercancías para venta lucrativa en un mercado (competitivo) que establece los precios.

2 La propiedad privada de los medios principales de producción: Los capitalistas privados acumulan capital tomando decisiones inversionistas dentro de una lógica de maximización de la ganancia. Esto implica que el estado capitalista no interfiere directamente en las decisiones de inversión ni en el mercado, sino que más bien aporta legitimación y orden, usando su poder primariamente para garantizar la defensa externa y la paz interna consistentes con las instituciones de propiedad privada.

3 El sistema salarial: La fuerza de trabajo es una mercancía vendida por los proletarios (que no son propietarios de medios de producción) a los propietarios capitalistas de los medios de producción, en un mercado competitivo de trabajo.

El problema con la formulación de Marx no es tanto lo que incluye como lo que deja fuera. Marx busca superar las vacuidades de la economía política clásica conceptualizando el capitalismo como un sistema histórico que llegó a existir mediante el uso de la fuerza (ver Parte 8, volumen 1 de El Capital) y que dejará de existir mediante el desarrollo de sus propias contradicciones internas. Pero, al buscar elegancia analítica en su especificación, Marx se abstrae de una serie de procesos que deberían ser incluidos dentro de la especificación del modo capitalista de producción. Por ejemplo, en el volumen 1 de El Capital, Marx asume:

1 la existencia de un estado cuidador de tipo inglés, que no interfiere directamente en el proceso de desarrollo;

2 ningún comercio internacional – un sistema cerrado;

3 una relación completamente competitiva entre los capitales; y

4 la completa mercantilización de la fuerza de trabajo, de modo que solo existe una clase de trabajadores sin poder institucional para obtener más que el salario de subsistencia y una clase de capitalistas que son propietarios y controlan todos los medios de producción.

Ciertamente se requieren supuestos simplificadores en cualquier teoría que intente especificar las tendencias esenciales de un modo de producción. Algunos procesos deben ser designados como exógenos, mientras otros, con buena suerte, capturan el núcleo del sistema social que estamos estudiando. El problema que estoy planteando es que Marx puede haber distorsionado algo el núcleo por su elección de los supuestos simplificadores.

Mi lectura de la literatura de sistemas-mundo me conduce a cuestionar la sabiduría de varias de las decisiones teóricas de Marx. No se trata de que los supuestos simplificadores sean incorrectos en una u otra situación empírica concreta. Esto es cierto para toda abstracción teórica. Es más bien que los procesos esenciales de desarrollo capitalista pueden ser distorsionados por los supuestos particulares que hizo Marx. Marx atribuía mucho a la especificidad histórica, tal como han hecho muchos marxistas desde entonces. Pero su teoría era una abstracción de las complicaciones de la historia. El enfoque que esbozaré aquí hará lo mismo, excepto que trazará los límites entre el proceso endógeno esencial del capitalismo y las excrecencias históricas de un modo diferente.

 La tarea difícil es reformular una nueva teoría del núcleo esencial del capitalismo. Bertell Ollman (1976) ha planteado convincentemente que Marx se sujetaba a una filosofía de “relaciones internas” en la cual una parte esencial (denominada “monada” por Leibnitz) contiene relaciones que expresan la naturaleza básica del sistema completo bajo análisis. Algunos marxistas (Dobb, 1947; Brenner, 1977) han planteado que la relación social clave para la sociedad capitalista es la relación entre el capital y el trabajo, como ocurre dentro de la firma, o como dicen los marxistas, en el punto de producción. Esta es indudablemente una importante relación y hay una multitud de excelentes estudios que se han enfocado en el proceso de trabajo, tal como se desarrolló en el capitalismo central contemporáneo (Braverman, 1974; Edwards, 1979; Burawoy, 1979). La perspectiva de sistemas-mundo nos anima, sin embargo, a notar cómo las instituciones de control (las relaciones de producción) están estructuradas más allá del punto de producción, en los estados y ciertamente están institucionalizadas en la jerarquía centro/periferia.

 

Adiciones al Modelo de Marx

 

La conceptualización del sistema-mundo como un sistema de capas múltiples de grupos en competencia ha sido muy útil para describir el desarrollo histórico del capitalismo. Aquí yo sugeriría que los procesos de formación de estados, la construcción de naciones, la formación de clases y la reproducción de la jerarquía centro/periferia pueden ser teorizados como fundamentales para el propio modo capitalista de producción. Obviamente, estos procesos están más allá del alcance de una visión estrechamente económica del capitalismo, pero es precisamente la trascendencia de una tal teoría economicista la que es necesaria para ser capaces de teorizar el desarrollo del capitalismo como un sistema completo.

La desventaja de esta inclusión de procesos que anteriormente se pensaba que eran históricos en el modelo básico de desarrollo capitalista, es que complica grandemente el modelo. En lugar de una relación social nuclear localizada en el punto de producción, tenemos un conjunto mucho más complicado de relaciones organizacionales, políticas, de mercado, interestatales y de clases mundiales. Lo que se necesita es una nueva síntesis de estos procesos que tenga las virtudes de la teoría original de Marx: simplicidad y la identificación de un núcleo relacional.

Uno de los descubrimientos clave en el desarrollo capitalista, estimulado por los escritos teóricos de Wallerstein (1979a) es que la producción de mercancías regularmente tiene lugar en una arena que está importantemente estructurada por relaciones no-económicas. Nunca ha habido un mercado perfecto empíricamente existente dentro del sistema capitalista. En lugar de esto, el capitalismo está estructurado como un conjunto de relaciones de poder, que algunas veces toma la forma de mercados establecedores de precios, pero con igual frecuencia constituido como poder institucionalizado o relaciones de autoridad entre clases y estados. Así, el capitalismo es un sistema competitivo en el que ninguna organización sola ejerce control monopólico sobre la producción y el consumo, pero dentro de ciertas áreas organizativas, el poder monopólico es temporalmente ejercido. Este poder organizacional está, con la mayor frecuencia, institucionalizado dentro de estructuras estatales o es garantizado por leyes de propiedad que son respaldadas por los estados. Así, el mercantilismo no es una etapa del desarrollo capitalista, sino, con algunas variaciones en forma y extensión, es un rasgo constante del capitalismo. A largo plazo, no obstante, estas fuentes extra-económicas de control están ellas mismas sometidas a la competencia en la arena del sistema-mundo.

Así las estructuras organizacionales de los estados y las firmas y las relaciones estructuradas entre las clases están sometidas a un proceso de eliminación por competencia que ocurre en el sistema interestatal y en el mercado mundial (ver capítulos 7 y 8). Esto responde de ciertas regularidades que se pueden observar en la economía-mundo. No solo están las periferias sub-desarrolladas, sino que el desarrollo desigual de los países centrales da como resultado el auge y decadencia de las potencias hegemónicas centrales. Esto es porque la combinación correcta para el éxito en el sistema capitalista depende no solamente de una producción eficiente para el mercado, sino también en la mezcla correcta de inversión estatal en infraestructura, regulación de clases y el ejercicio del poder militar y la diplomacia en el sistema interestatal.

El supuesto simplificador de Marx de que los trabajadores en un sistema puramente capitalista reciben solamente los salarios necesarios para la reproducción de la fuerza de trabajo no refleja exactamente el proceso de lucha de clases que ocurre dentro del sistema capitalista. Muchos trabajadores centrales indudablemente reciben salarios por encima de la necesidad reproductiva y muchos trabajadores periféricos reciben salarios que están por debajo de lo que necesitan para reproducirse a sí mismos, por lo que tienen que apoyarse en otros recursos. Marx asumía que los movimientos sindicales se desarrollarían más o menos automáticamente para convertirse en desafíos socialistas a la lógica del capitalismo. Por ahora es obvio que los sindicatos por sí mismos no desafían la lógica básica del capitalismo, aunque ellos sí aumentan la cuenta de salarios que paga el capital. Esto sugiere que el proceso por el cual los trabajadores resisten su perfecta mercantilización debería verse como una parte normal del propio desarrollo capitalista. Su éxito diferencial en esto, se sabe que está mediado primariamente por el grado en el que sean capaces de ganar acceso al poder estatal y utilizar este acceso para garantizar sus derechos a negociar colectivamente con el capital.

Mientras las formas del estado de bienestar y la legitimación política de los sindicatos existen no solamente en el centro sino también en la periferia y mientras el nivel real de protección que los trabajadores son capaces de recibir de sus propios sindicatos y sus estados varía con el tiempo en todos los estados, sigue ocurriendo que hay un significativo diferencial entre el centro y la periferia en términos de la protección política versus el uso de la coerción política en las relaciones de clases. Estas variaciones sistemáticas deben ser tenidas en cuenta en cualquier teoría de la acumulación, desarrollo desigual y crisis. La explicación de Erik Wright (1978: 147-54) de las diferentes teorías de la crisis se refiere a una causa de la declinación de la tasa de ganancia como el modelo de “exprime-ganancias”, en el que los trabajadores son efectivos en el mantenimiento de un nivel de salarios que desanima a la nueva inversión de capital. Este es un ejemplo de la inclusión de las consecuencias de la lucha de clases en el modelo mismo de acumulación.

Otra consecuencia de la sistemática inclusión de determinantes extra-económicos de la posición de clase es que nos capacita para mejor entender la explotación en la periferia. Entre los marxistas ha surgido un gran debate acerca de la definición del modo capitalista de producción. Muchos reafirman la reivindicación de Marx de que el modo de producción capitalista plenamente desarrollado solo puede existir en el contexto del sistema salarial. Así, la esclavitud y la servidumbre que fueron creadas en las áreas periféricas durante la expansión del sistema-mundo europeo son clasificadas como modos pre-capitalistas de producción que estuvieron articulados con el capitalismo.

Este debate acerca de la articulación de los modos de producción ha sido revisado y esclarecido por Aidan Foster-Carter (1978). Él sugiere que la teorización del modo capitalista de producción a nivel de sistema-mundo puede producir una síntesis de las actuales discusiones, algo balcanizadas, de cuestiones teóricas particulares, por los marxistas preocupados con los problemas del desarrollo. Foster-Carter recomienda que la teorización del capitalismo debería ir más allá de un enfoque economicista, para incluir las dimensiones políticas. Creo que él está equivocado, sin embargo, como lo estuvieron Brenner (1977) y Frank (1979a), en sugerir que la articulación del sistema-mundo debería ser conceptualizada como “intercambio”. Ciertamente la forma de intercambio (producción mercantil versus entrega de regalos o pagos de tributo) es importante, pero el comercio internacional y la jerarquía centro/periferia deberían ser analizados en términos de relaciones de producción también. Como ha planteado fuertemente Albert Bergesen (1983), es el poder institucionalizado (en la forma de propiedad privada, colonialismo e influencia geomilitar neo-colonial) que está detrás del comercio ficticiamente igual entre centro y periferia.

Cuando incluimos las dimensiones no-económicas de clase en nuestra definición de relaciones capitalistas de producción, debemos abandonar el supuesto de un mercado laboral establecedor de precios perfecto. La estratificación intraclasista en “mercados segmentados de trabajo” suele estar estructurada por instituciones extra-económicas – p. ej., el nacionalismo, el racismo, el sexismo, las solidaridades étnicas o los sindicatos y las leyes de inmigración.

En la periferia, la coerción extra-económica juega una parte mucho mayor en las relaciones de producción. Aún así, el costo del trabajo del esclavo o del siervo y sus eficiencias o ineficiencias relativas entraban en el cálculo de ganancias y en las decisiones de inversión. La eliminación de estas formas extremas de coerción del trabajo en la periferia no ha igualado, en modo alguno, los niveles de coerción ejercidos sobre los trabajadores del centro y de la periferia. El diferencial salarial más allá de la diferencia en productividad analizada por Arghiri Emmanuel (1972) se basa en el ejercicio de la coerción en el sistema-mundo. Los estados periféricos generalmente ejercen más controles represivos sobre las organizaciones de trabajadores. Si existen las protecciones legales para los trabajadores, estas usualmente no entran en vigor. Y la propia división del trabajo centro/periferia (con diferencias tanto en la productividad como también en los salarios) contribuye a las grandes desigualdades en los ingresos que existen entre los trabajadores centrales y los periféricos. Estas diferencias, que pueden ser parcialmente conceptualizadas como una estratificación dentro del proletariado mundial, son producidas tanto por el ejercicio directo del poder central mediante la acción estatal y la política corporativa transnacional y como consecuencia indirecta de la división centro/periferia del trabajo.

La perspectiva wallersteiniana de sistemas-mundo sostiene que la jerarquía centro/periferia y la explotación de la periferia por el centro son necesarias para la reproducción del capitalismo como sistema. Así, más que una etapa temporal en el camino hacia el capitalismo plenamente desarrollado, la “acumulación primaria” (Frank, 1979a) por la cual el centro explota a la periferia es uno de los mecanismos principales que permiten la continuación de la reproducción expandida en el centro. La relativa armonía de los capitalistas y los trabajadores en el centro (que puede ser observada en las alianzas inter-clasistas tipificadas por los regímenes democráticos o la forma de “sindicalismo de negocios” de la lucha de clases en los Estados Unidos de América) es posible por el papel clave desempeńado por la explotación de la periferia.

Es innegable que la mayor proporción de plusvalía producida en la economía-mundo es, desde hace tiempo, producida en el centro, pero la explotación de la periferia crea cantidades extra de plusvalía que puede ser redistribuida en muchas formas indirectas a los trabajadores centrales y también refuerza las ideologías de nacionalismo y “desarrollo nacional” que facilitan las alianzas de clase en el centro. Albert Szymanski (1981: capítulo 5) muestra evidencias contra varias propuestas que apoyan el argumento de la “necesidad del imperialismo”. Sin embargo, él no contradice la reivindicación de que la jerarquía centro/periferia permite que la acumulación capitalista proceda como resultado de sus efectos sobre la paz de clases en el centro. La evaluación crítica de Szymanski, de la tesis de la “aristocracia del trabajo” (1981: capítulo 14) no prueba que los trabajadores centrales no se beneficien de la jerarquía centro/periferia y de hecho Szymanski admite que la concentración de empleos más limpios, mejor pagados en el centro es una importante contribución a la despolarización del conflicto de clases dentro de los países centrales. Esto sugiere que las disminuciones en la explotación de la periferia por el centro pueda tener consecuencias potencialmente revolucionarias para los países centrales, así como para el sistema-mundo capitalista como un todo.

 

Límites Lógicos entre Modos de Producción

 

El examen de las estructuras suele proceder a un nivel meta-teórico en el que los grandes paradigmas chocan pero poco se alcanza para la ciencia social acumulativa. Una reivindicación meta-teórica de éstas es el holismo teórico que simplemente afirma que los rasgos esenciales de un sistema social (la monada o núcleo) existen al nivel del sistema completo. Como dispositivo heurístico tiene el mismo status científico que la reivindicación de que el punto de producción es la localización espacial de la monada sistémica. Estos dos puntos de partida meta-teóricos tratan de conceptualizar espacialmente la estructura profunda y lo hacen para ayudarnos a sortear las cualidades centrales a partir de las cuales puede ser explicado el más complicado mundo de apariencias y realidades concretas.

Pero el intento de identificar las cualidades de los modos de producción con entidades espaciales puede producir más confusión que esclarecimiento. Si asumimos que cada sistema-mundo tiene un modo de producción y solo uno, como lo hace Wallerstein, żcómo cambian los sistemas-mundo? Es más útil conceptualizar los modos de producción en términos de límites lógicos más bien que de límites espaciales. Esto permite la articulación entre diferentes modos y la competencia entre modos dentro de un solo sistema socio-económico. Pudiera darse el caso que la mayoría de sistemas socio-económicos espacialmente designados tengan un solo modo de producción que sea dominante, pero si eliminamos la posibilidad de coexistencia de modos, no podemos considerar situaciones en que los modos de producción pudieran estar contendiendo entre sí por la dominación y así nuestra capacidad de analizar la transformación quedará limitada por esto.

Para distinguir las formas institucionales y los movimientos sociales que reproducen al capitalismo (o que le permiten intensificarse o expandirse a una escala mayor) de aquellas formas y movimientos que pudieran actuar para transformar el sistema capitalista en un sistema cualitativamente diferente, es necesaria una especificación clara de las tendencias estructurales subyacentes del desarrollo capitalista. Aquí Althusser (Althusser y Balibar, 1970) nos han dado un distinción útil – la que existe entre el modo de producción (esencia básica del capitalismo como sistema) y la formación social (el conjunto concretamente existente de instituciones sociales que contienen sobrevivencias históricas de modos anteriores de producción y elementos nacientes de los modos de producción del futuro). La idea de “formación social” se aplicará aquí a todo el sistema-mundo más bien que a sociedades nacionales separadas. Así, el libro se titula Formación Global.

Lo anterior conjetura la existencia de una esencia sistémica – las leyes tendenciales básicas del desarrollo capitalista. Mi elaboración se enfoca en los “límites” lógicos entre los diferentes modos. Se plantea que estos límites deben ser especificados claramente para entender cómo el cambio social fundamental – la transformación cualitativa de los sistemas sociales – ocurre. Debemos considerar la posibilidad que dos o más modos de producción puedan coexistir dentro de un solo sistema-mundo. La revisión de Foster-Carter (1978) de la controversia del modo de producción examina varias importantes distinciones conceptuales. Él apunta que tanto la articulación (en el sentido de la interpenetración complementaria de los dos modos) como la contradicción (en el sentido de conflicto y competencia entre modos) son necesarias para entender las interacciones entre modos de producción. Como lo dice Foster-Carter, “Cada concepto necesita al otro: articulación sin contradicción sería en verdad estático y anti-marxista; pero contradicción sin articulación… falazmente implica que los modos de producción que van y vienen son actividades bien separadas, cada una internamente determinada, mientras de hecho ellas están vinculadas como los luchadores en un abrazo” (1978: 73).

 

Una Narrativa Analítica

 

Ahora sigue un bosquejo más bien abstracto y breve de la historia del sistema-mundo capitalista, que será útil para ubicar la relación entre modos de producción y sistemas-mundo. Wallerstein sostiene que la transición al capitalismo ocurrió por primera vez en la economía-mundo europea durante el “largo siglo dieciséis” (14501640). Este sistema fue imperialista desde el principio en que estaba compuesto de una división jerárquica del trabajo entre el centro y las áreas periféricas. Surgió del feudalismo europeo, un sistema social algo único, que es él mismo una combinación de tránsito del Imperio Romano y las sociedades tribales germánicas (Anderson, 1974a). El feudalismo europeo durante su periodo clásico (desde el siglo noveno hasta el onceavo AD) no era un sistema-mundo en el sentido wallersteiniano estricto. La economía seńorial estaba compuesta por unidades económicamente auto-suficientes, por lo que no había división territorial del trabajo, intercambiándose productos fundamentales. Este sistema débilmente integrado fue tierra fértil para el surgimiento de los mercados y del capitalismo. (1)

La narrativa de Fernand Braudel (1984) sobre la economía-mundo europea difiere de la de Wallerstein en modos teóricamente relevantes. Aunque evita comprometerse con definiciones formales, Braudel hace una distinción entre capitalismo y economía de mercado. Para él, capitalismo es haute finance y monopolio mercantil que se extiende sobre el intercambio de mercado como un parásito, capaz de influir en el desarrollo de los estados y economías por sutiles manipulaciones. Braudel difiere de Wallerstein por concebir la economía-mundo europea como un conjunto de modos superpuestos de producción, con el capitalismo encima y modos pre-capitalistas tales como la esclavitud y la servidumbre en la periferia. Este enfoque por capas lo conduce a incluir la economía-mundo mediterránea de estados-ciudades del siglo doce en su narrativa del desarrollo del sistema-mundo capitalista. Él también sostiene que una economía-mundo necesariamente tiene una sola ciudad en su centro y describe las hegemonías en vaivén de Venecia, Antwerpe  y Génova durante el periodo anterior a que el sistema-mundo europeo wallersteiniano supuestamente experimentara la transición al capitalismo.

Lo que tenemos aquí son dos nociones diferentes de la transición al capitalismo. Para Braudel solo la capa superior era capitalista y era capitalismo mercantil o comercial, no capitalismo industrial. Para Wallerstein cada sistema-mundo tiene un solo modo de producción, de modo que la economía-mundo europea entera (tanto el centro como la periferia) experimentaron la transición de feudalismo a capitalismo durante el “largo siglo dieciséis” (Wallerstein, 1974: capítulo 8).

La noción de Braudel de un sistema-mundo en capas, con el capitalismo encima y los modos pre-capitalistas en la periferia, es similar a las formulaciones de muchos otros teóricos (p. ej., LaClau, 1977). Pero a diferencia de LaClau, Braudel implica no solamente que el capitalismo crea y sostiene la explotación periférica, sino que el capitalismo es dependiente de la existencia de una periferia. En esto él sigue el camino de Rosa Luxemburgo (1968). Aquí es donde la formulación de Wallerstein es superior. La idea de un modo de producción como una lógica de reproducción  auto-sostenida parecería requerir que los sectores o capas que son necesarias para la reproducción de la lógica sean definidas como parte de esa lógica.

Según Wallerstein, el periodo de los siglos quince y dieciséis fue un periodo de transición en el que la lógica del capitalismo llegó a dominar al feudalismo europeo. La lucha clave fue la derrota del intento de los Habsburgo por convertir la economía-mundo capitalista naciente en un imperio-mundo tributario.

La periferalización de la Europa del Este fue posible en parte porque el tiempo del proceso de feudalización allí se demoró debido a la influencia más débil del Imperio Romado. La llamada “segunda servidumbre” de Europa del Este fue realmente su primera servidumbre (Anderson, 1974a). El desarrollo de la servidumbre partiendo de las comunidades aldeanas eslavas se correspondió, en Polonia, con el surgimiento de la economía-mundo europea, de modo que la servidumbre se convirtió en la forma de control del trabajo utilizada para la producción de mercancías para la exportación a las áreas centrales de Europa Occidental.

Partiendo de su base en Europa y América Latina, la economía-mundo capitalista centrada en Europa se expandió en una serie de olas hasta eventualmente dominar el globo completo para finales del siglo diecinueve. Pero el proceso de expansión fue también acompańado por un proceso de profundización de las relaciones capitalistas en las áreas donde ellas ya habían llegado a ser dominantes, es decir, en Europa y América Latina. La mercantilización de la tierra, el trabajo y la riqueza no sólo se expandió a nuevas áreas por el comercio y por la fuerza, sino que también se intensificó para incluir más y más áreas de la vida dentro de las regiones más viejas de la economía-mundo capitalista. En el centro esto significó la más completa subyugación del proceso de trabajo a la lógica de producción eficiente y lucrativa (Marx 1976: 1025-38) y en la periferia significó la decadencia parcial de los aspectos directamente coercitivos de control del trabajo y el auge de relaciones más opacas de trabajo asalariado mediadas por el mercado.

La esclavitud y la servidumbre capitalistas fueron eventualmente reemplazadas por formas de control del trabajo menos directamente represivas. El proceso de proletarización se profundizó tanto en el centro como en la periferia, al irse mercantilizando la producción de subsistencia y la doméstica (jardines de obreros, trabajo familiar no-monetizado, etc.), con lo que los obreros se hicieron más y más exclusivamente dependientes de l a venta de su fuerza de trabajo. En la periferia, por momentos, las formas “pre-capitalistas” de control del trabajo eran creadas de nuevo o revitalizadas para producir mercancías para exportación al centro. Además, muchos “proletarios de tiempo parcial” recibían bajos salarios que eran posibles por su dependencia parcial de las comunidades aldeanas, que servían como reservas de trabajo para el sector de la economía que producía mercancías periféricas (Murray, 1980).

Así, la expansión del capitalismo durante algunas fases reprodujo formas “pre-capitalistas” de producción, mientras durante otras fases rompía estas formas y las reemplazaba con relaciones de producción más similares a las del centro. La proletarización y la mercantilización de la vida, por tanto, ha aumentado tanto en el centro como en la periferia, con un cierto retraso en la periferia y la retención en la periferia de tipos más coercitivos de control del trabajo. Estos son más coercitivos en relación con el centro, pero menos coercitivos en relación con la periferia anterior.

A nivel de la jerarquía centro/periferia, las relaciones capitalistas de producción similarmente se han hecho menos coercitivas y más formalmente organizadas como relaciones de mercado entre iguales, aún a pesar de que el desigual poder de los estados centrales y periféricos en el sistema interestatal y las “ventajas de mercado” del capitalismo central (que emplea tecnología intensiva en capital y trabajo calificado altamente pagado) siguen siendo grandes. De todos modos, el neo-colonialismo no es colonialismo. La soberanía de los estados-nación periféricos contemporáneos puede a menudo estar en tela de juicio, pero es indudablemente mayor que cuando los imperios coloniales esculpieron Asia, África y las Américas. Similarmente, la “industrialización periférica” y el “desarrollo dependiente” (Evans, 1979) pueden no constituir el final de la dominación económica por el centro, pero ciertamente involucran más relaciones de producción semejantes a las del centro, que las industrias periféricas puramente extractivas de siglos anteriores.

En esta breve descripción de la extensión y profundización de las relaciones capitalistas de producción, podemos ver la importancia de especificar los límites tanto espaciales como lógicos del capitalismo. La intensificación de las relaciones mercantiles tanto dentro del centro como de la periferia del sistema capitalista es un importante proceso, que tiene consecuencias para la capacidad del capitalismo de reproducirse. Una metáfora exclusivamente espacial para conceptualizar las relaciones de producción emborrona la distinción entre las lógicas de los diferentes modos de producción. Lo que estoy planteando es que, aunque la articulación de la producción con trabajo asalariado con formas no-salariales de trabajo mercantilizado, es un rasgo endógeno del capitalismo, debemos analizar los límites lógicos de los modos de producción sin apoyarnos demasiado en la dimensión espacial.

El socialismo es un modo de producción que somete las decisiones de inversión y distribución a una lógica de valor de uso colectivo y como tal, los movimientos socialistas reintroducen relaciones no-mercantiles en los intersticios de las relaciones capitalistas. Pero la completa institucionalización de un modo socialista de producción espera el día en que esta lógica cualitativamente diferente llegue a ser dominante en el sistema-mundo. Así, la cuestión de los límites lógicos es importante para permitirnos ver cómo una forma organizacional particular puede reproducir las relaciones capitalistas o contribuir a la formación del capitalismo.

Una institución particular puede, por supuesto, hacer ambas cosas al mismo tiempo. Así, los sindicatos han forzado al capital a expandir la mecanización al mismo tiempo que le han puesto restricciones al control capitalista de una cierta proporción de la plusvalía. Similarmente, los estados “socialistas” pueden reproducir la lógica de producción mercantil en una escala nacional (capitalismo de estado) al menos dentro de sus propios límites políticos (Chase-Dunn, 1982b). Así, se deben especificar los límites lógicos que nos capaciten para entender la distinción cualitativa entre capitalismo y socialismo, aún cuando éstos no estén diferenciados espacialmente.

Podemos tomar en préstamo una metáfora de los sistemas biológicos para comenzar esta tarea. Alker (1982) y Lenski y Lenski (1982) han planteado que los sistemas sociales se reproducen por códigos “genéticos”. Estos teóricos comparten una concepción cibernética de la estructura sistémica, en la que la información social llega a codificarse en los sistemas cultural y simbólico. Los materialistas pueden utilizar las imágenes de la teoría genética de la estructura profunda y la reproducción, sin adoptar una filosofía idealista. Para Marx, la “estructura genética” de los sistemas sociales era inherente a las instituciones por las cuales se reproducía la vida material. Él suponía una tensión entre las fuerzas técnicas y sociales de producción (la tecnología, el proceso de trabajo) y las relaciones de producción (aquellas instituciones políticas que permiten que la explotación tenga lugar). Se pensaba que las instituciones culturales fueran reflejos de la lucha más básica por la producción material. Así, la naturaleza esencial de un modo de producción particular podría entenderse partiendo de un análisis de las instituciones de producción típicas y la explotación de clases. Una teoría de la estructura profunda que siga el enfoque materialista arrancará con un análisis de las relaciones de clase. Estas son conceptualizadas de diversas maneras por diferentes marxistas y estas diferencias tienen profundos efectos en la comprensión de los modos de producción y su transformación.

 

Un Enfoque Puramente Formal

 

żQué es un modelo de la estructura profunda? Tenemos varias alternativas formales que pueden ser útiles. Una teoría se puede especificar axiomáticamente como una serie de proposiciones e hipótesis derivadas. Nowak (1971) ha formalizado así partes del modelo de acumulación de Marx del desarrollo capitalista. Una tal teoría axiomática podría emplear la clase de lógica causal dialéctica sugerida por Wright (1978: 15-26). También una teoría puede suponer la existencia de un conjunto de procesos básicos en términos de relaciones causales entre un número de variables. Las ecuaciones que describen esta clase de modelo pueden ser escritas y fácilmente se suponen las especificaciones alternativas. Tomemos esta segunda forma e imaginemos que hemos decidido acerca de un conjunto de variables clave para representar el modelo subyacente de desarrollo capitalista. Luego tenemos un número de ecuaciones que suponen relaciones causales entre variables básicas, bajo condiciones especificadas de alcance. Si deseamos usar la lógica dialéctica, podemos modelar complicadas relaciones no-aristotélicas entre las variables (ver Alker, 1982). (2).

Pensemos en lo que significaría especificar formalmente los límites lógicos de una tal formalización de los procesos básicos del sistema capitalista. Podemos preguntar qué tendría que cambiar para que constituyera un sistema cualitativamente diferente. Si pudiéramos de algún modo conocer realmente la especificación exacta que corresponde al modo de producción capitalista real en un solo punto en el tiempo, probablemente encontraríamos que los historicistas tenían parcialmente la razón. Aún ignorando aquellos aspectos de la realidad social que son grandemente coyunturales, el modelo estructural más apropiado probablemente estaría siempre cambiando en un cierto grado. Asumamos que este cambio “de fondo” es bastante constante en el tiempo y que es relativamente pequeńo. Si, en verdad, la estructura básica cambia rápidamente, entonces las generalizaciones acerca de los modos de producción son inapropiadas y lo mejor que podemos hacer es escribir la historia.

El problema de las “etapas del capitalismo” podría ser entendido en un tal enfoque formalista, enfocando los cambios mayores en los parámetros que especifican las relaciones entre las variables. La transformación cualitativa en un tal enfoque formalista podría ser designada como un cambio más fundamental en el modelo, de modo que se creen procesos completamente diferentes con diferentes variables y se hagan dominantes en la determinación general del desarrollo. Esto correspondería a la transformación de las “constantes” estructurales que entonces no son vistas como constantes en relación con todos los sistemas socio-económicos, sino solo respecto a un modo de producción particular.

Un tal enfoque puramente formal  le plantea muchos problemas a la transformación del sistema. żCómo podemos distinguir entre los cambios en el modelo que no tienen importancia para la estructura básica, o que reproducen la misma lógica del sistema usando nuevas formas organizacionales (quizás en una escala espacial mayor), de los cambios que verdaderamente transforman la lógica del sistema? Las distinciones entre el fondo, la etapa y el cambio transformativo sugerido anteriormente se basan en distinciones formales dentro de modelos matemáticamente o lógicamente especificados. Ciertamente un tal enfoque necesitaría combinar estas distinciones formales con consideraciones sustantivas acerca de la naturaleza de los modos de producción. Si queremos ser capaces no solamente de decir qué cambio fundamental ha ocurrido, sino también decir en qué dirección está ocurriendo el cambio, necesitamos tener modelos sustantivos de los varios posibles modos de producción: de base de parentesco, tributario, capitalista y socialista. Aquí trabajaremos principalmente en la especificación del modo capitalista, aunque debe recordarse que el problema de los límites lógicos implica la necesidad de especificar los demás modos también.

Requerimos un núcleo sustantivo de afirmaciones sobre las cuales basar nuestra teoría del desarrollo del sistema-mundo. Sería posible trabajar inductivamente partiendo de ciclos y tendencias empíricamente observables (ver capítulo 2). Debería reconocerse que diferentes teorías de la estructura profunda podrían responder de cualquier conjunto particular de patrones empíricos, aunque un enfoque inductivo probablemente excluiría algunas teorías. En este punto procederé en la otra dirección, partiendo de la teorización previa, aunque debe enfatizarse que esta clase deductiva de desarrollo teórico no debería quedarse como un universo auto-contenido. Las diferentes formulaciones deben eventualmente contraponerse entre sí para responder de las evidencias empíricas. Estamos muy distantes de la suficiente claridad, sin embargo y la primera tarea es pensar completamente algunos problemas teóricos generales.

Una pregunta que plantea bellamente el problema que deseo confrontar es “żqué es el capital?” Marx entendía que el capital era una relación social, una institucionalización del control mediante la propiedad de los medios de producción. Para Marx el capital contenía dentro de sí la relación con el trabajo, relación ésta en la que los trabajadores sin propiedad deben vender su tiempo de trabajo a los propietarios de capital. żCómo podríamos modificar esta definición a la luz de los conocimientos aportados al ver al capitalismo como un sistema-mundo? Enfocaré este problema desde dos direcciones. La primera usa los conocimientos acerca del estado y el sistema interestatal para reformular la definición de capital. Esto involucra el análisis del proceso de mercantilización y sus límites. El segundo, enfoca el problema de la dominación más directamente, analizando la relación entre clases y la jerarquía centro/periferia. Considerémoslos por turno.

 

La Mercantilización y sus Límites

 

Marx comenzó con la mercancía. La mercancía es un producto estandarizado producido para intercambiarlo en un mercado establecedor de precios, en el que las condiciones de producción están sujetas a reorganización como resultado de los cambios en los costos de entrada. Una obra de arte no es una mercancía porque no está (por definición) estandarizada ni el reproducible. La madre de usted no es una mercancía porque ella no es reemplazable en el mercado. No hay mercancías perfectas, pero muchos objetos sociales se aproximan a mercancías. Es incontestable que la profundización de las relaciones capitalistas involucra la mercantilización de cada vez más áreas de la vida humana. La producción para el uso doméstico se ve reemplazada por la compra de mercancías. Los economistas comúnmente proyectan el carácter de las mercancías sobre todo. Los hijos se convierten en consumos duraderos. Algunos sociólogos se comportan del mismo modo, aunque ellos algunas veces distinguen entre el intercambio puramente económico y el “social” (Blau, 1964). La “mentalidad de mercado” tiende a analizar toda interacción como intercambio mercantil.

No toda la vida humana está organizada en forma de mercancías. Algunas cosas representan “bienes” comunes o valores trascendentes que no tienen precio de mercado calculable. Muchas relaciones, aún en los países “avanzados”, involucran una solidaridad real, trascendente, que no es reducible a un trato de negocios. La amistad, el amor, el patriotismo, suelen ser descritos en el lenguaje de la “elección racional”, pero parte de la naturaleza de estas relaciones involucra una fusión de los intereses individuales (la constitución de una entidad corporativa) de modo que los términos de intercambio entre las partes están indefinidos y son indefinibles.

Marx observaba que el mercado, especialmente el mercado de trabajo, aunque formalmente representa un intercambio entre iguales, es realmente una mistificación institucional del tipo principal de explotación que tipifica la sociedad capitalista: la apropiación de plusvalía. Una de sus grandes contribuciones fue mostrar cómo la igualdad formal del mercado podía producir una desigualdad socialmente estructurada. Anteriormente mencioné que el modelo de Marx de la acumulación capitalista asume un sistema que opera perfectamente, de mercados de trabajo y otros objetos mercantiles. Esta suposición ha conducido a la visión estrecha, sostenida tanto por marxistas como por no-marxistas, de que el capitalismo se limita al sistema de mercado en el que los propietarios “privados” de los medios de producción emplean el trabajo mercantilizado para acumular capital.

La distinción público/privado es fundamental para definición de Marx de “productores independientes”, así como para su distinción entre producción para el uso y producción para el intercambio. Se asume que, en una economía de mercado, los productores independientes que buscan maximizar sus propios ingresos, intercambian mercancías entre sí. La producción de valores de uso, por otro lado, asume alguna unidad de intereses, ya sea porque un individuo o familia lo está produciendo para sí mismos, más bien que para el mercado, o porque la unidad que está produciendo valores de uso, lo hace según un cálculo que incluye otros principios además de la eficiencia económica estricta. Así, los valores de uso pueden ser producidos por una división tradicional del trabajo en una aldea india, en la que los “precios”  son los acostumbrados (Mandel, 1970), por un estado dentro de un modo tributario de producción según una lógica de dominación política, o por una sociedad socialista en la que las decisiones de inversión y los términos de intercambio son democráticamente determinados usando un cálculo de la necesidad social.

Una perspectiva histórico-cultural del capitalismo sugiere que deberíamos buscar su núcleo en los tipos específicos principales de competencia e integración que operan en todo el terreno de la interacción. Como el principio de mercado es históricamente solo una parte de la determinación del éxito y el fracaso en el sistema-mundo, deberíamos incorporar la dinámica de aquellos procesos no-mercantiles que son importantes para la acumulación exitosa a nuestra conceptualización de las relaciones nucleares. Algunos críticos de Wallerstein han planteado que los estados y el sistema interestatal (que forma la base política del capitalismo mundial) operan de acuerdo con principios algo diferentes a las firmas y clases que luchan por sobrevivir y prosperar en la arena del mercado mundial (Skocpol, 1977; Zolberg, 1981). En el capítulo 7 planteo que la lógica de competencia y conflicto en el mercado mundial debería ser entendida como determinantes interdependientes de la dinámica del desarrollo capitalista. La tarea presente es fundamentar esta idea en un análisis del proceso de mercantilización y sus límites. (3).

La expansión del capitalismo ha consistido en gran parte de una profundización y ampliación de las relaciones mercantiles. Cada vez más aspectos de la vida se comercializan. Cada vez más interacciones son mediadas por los mercados. Y la escala espacial de integración de mercado va creciendo. Pero existen claramente límites del grado de comercialización que es posible para que el capitalismo sobreviva como sistema social. Los propios capitalistas, las organizaciones obreras y especialmente los estados algunas veces resisten las fuerzas de mercado y actúan para erigir barreras institucionales a la mercantilización de ciertas relaciones. Mucha de la política en la sociedad capitalista es una lucha que va y viene entre diferentes grupos, por el proceso de mercantilización y sus límites. Esta lucha es una parte normal del propio capitalismo, aunque la resistencia a la mercantilización contiene la posibilidad de desafiar la lógica básica del capitalismo.

Algunos de los límites a la mercantilización son erigidos por grupos políticos que operan explícitamente por sus propios intereses. Así, los carteles, gremios y sindicatos son organizaciones que resisten a las fuerzas del mercado a nombre de “intereses especiales”. Pero los esfuerzos más extensos por regular las fuerzas del mercado son llevadas a cabo por los estados a nombre de la “sociedad”. Las regulaciones de salud pública, la legislación de salarios mínimos, los parques nacionales y muchos otros rasgos institucionales de las sociedades capitalistas son legitimados en términos de la  provisión por el estado de “bienes públicos” que las fuerzas del mercado, o no aportan, o que deben ser protegidos de  la comercialización en el nombre de aquellos “intereses universales” representados por el Estado.

La abarcadora descripción de Karl Polanyi /1944) de la “gran transformación” esbozó el crecimiento de los mercados y la mercantilización de la riqueza, el trabajo y la tierra en Inglaterra y en el continente. Polanyi también describió una reacción societal a la mercantilización, en la que los efectos negativos de las fuerzas del mercado se estaban sometiendo a regulación por los estados. Esta reacción a la comercialización de la sociedad ha sido entendida por Polanyi como la base del surgimiento del socialismo. La expansión del estado de bienestar, aunque es un proceso largo y desigual, eventualmente alteraría la lógica del capitalismo hacia una forma más colectiva de racionalidad.

La descripción de Polanyi de la transición al socialismo es más histórica y de final abierto que la noción funcionalista de un equilibrio entre la diferenciación y la integración o una dialéctica automática que produce mecánicamente la transformación social. Obviamente la disputa política acerca de la extensión y limitación de la mercantilización involucra luchas de clases, hegemonía ideológica, complicados asuntos de formación de conciencia, etc. y no es nada automático.  Pero el análisis de Polanyi flaquea porque no consigue considerar la importancia del hecho que estas luchas tengan lugar dentro de un terreno mayor formado por la economía mundial y el sistema interestatal. A pesar de enfocar muchos aspectos internacionales del desarrollo capitalista, Polanyi no ve que la estructura del sistema interestatal misma interponga una dificultad mayor a su teoría de la transición al socialismo. Los límites de la mercantilización, así como los límites de la racionalidad colectiva, son establecidos en una lucha competitiva en las que las firmas, las clases y lo más importante, los estados son los jugadores que se oponen entre sí.

El mito de la Nación como una solidaridad trascendente es un importante determinante del éxito o el fracaso en esta lucha. Los estados deben ser capaces de legitimar sus acciones y de movilizar la participación (el pago de impuestos y la guerra) para sobrevivir o prevalecer en la economía-mundo. Los que hacen esto menos eficientemente o con menor eficiencia tienen probabilidad de perder en esta lucha competitiva. Así, tanto la movilización política como la ventaja comparativa en el mercado mundial son importantes para la lógica del capitalismo.

La mistificación ideológica que sostiene que el Estado representa la “voluntad general” o el interés “universal” no es falso solamente porque los estados están más controlados por los capitalistas que por los trabajadores. También es falso porque los estados representan solamente los intereses de sus propios ciudadanos. Así, el Estado es solamente una organización política más en una arena mayor de organizaciones políticas en competencia. Aún si un estado representara a todos sus ciudadanos, estos no serían intereses universales desde el punto de vista del sistema socioeconómico como un todo. La “sociedad” representada por cada estado es una sociedad nacional, un subgrupo de un todo mayor. Y no hay estado mundial que agregue los intereses de todos los participantes en el sistema-mundo.

La estructura política del capitalismo no es el Estado Capitalista. Es el Sistema Interestatal Capitalista. Este hecho altera el modelo de Polanyi de mercantilización y sus límites como un proceso para la transición al socialismo, porque no hay organización efectiva que represente, ni siquiera ideológicamente, la racionalidad colectiva de nuestra especie. Es por esto que los límites que se establecen a la mercantilización no se suman fácilmente hasta llegar a la transformación al socialismo. Como han demostrado las tendencias en los últimos ańos, los regímenes de austeridad, la desregulación y la extensión de la mercantilización dentro de los estados “socialistas” ocurren globalmente durante ciertos periodos, aunque no del mismo modo en todas partes. La capacidad de cualquier sociedad nacional sola de construir una racionalidad colectiva está limitada por su interacción con el sistema mayor.

La  expansión y profundización de la mercantilización siempre ha creado reacciones y estimulado la formación de estructuras políticas para proteger al pueblo de las fuerzas del mercado. Los propios capitalistas organizan instituciones políticas que limitan las fuerzas de mercado. Contrario a mucha de la ideología, la mayoría de los capitalistas reales, vivientes, usualmente prefieren la certidumbre monopolística a los caprichos y riesgos de la competencia de mercado. Así, los estados capitalistas siempre han tratado de proteger a los capitalistas que los controlan. Los estados actúan para expandir los mercados o para destruir las barreras a la competencia de mercado cuando sus propios capitalistas se beneficiarán porque ellos disfrutan de ventaja competitiva. Y los obreros y campesinos han tratado de protegerse a sí mismos de las fuerzas de mercado mediante las organizaciones gremiales, las estructuras comunitarias, cooperativas de obreros, sindicatos y partidos políticos. La discusión de Marx (1976a) de la lucha por la extensión de la jornada de trabajo muestra cómo los profesionales de estratos medios algunas veces se involucran en la regulación de  las fuerzas de mercado, orientada hacia el bienestar. La abolición del trabajo infantil y la esclavitud son ejemplos adicionales de límites a la mercantilización, creados por movimientos con complejas identidades clasistas.

Las restricciones a las fuerzas de mercado impuestas en una región, estado o industria, suelen ser una de las fuerzas impulsoras más importantes de la mercantilización en nuevas áreas. Una organización exitosa del trabajo causa que el capital mire hacia otra parte buscando trabajo. Los monopolios organizados local o nacionalmente estimulan a los consumidores a tratar de ganar acceso a mercados externos, donde los bienes pueden ser más baratos, así como se estimula una producción más barata en estos mercados externos. Así, la comercialización y la regulación actúan en una espiral que guía un número de las tendencias de largo plazo visibles en el sistema-mundo. La mercantilización causa que las organizaciones políticas se fusionen, lo que luego da como resultado incentivos para la extensión ulterior de la mercantilización. Esto puede socavar a organizaciones anteriores, de más pequeńa escala, sacándolas de competencia por los precios o causándoles que impongan internamente nuevas condiciones de “eficiencia de mercado”. Hasta ahora la escala de las fuerzas de mercado siempre ha sido capaz de escapar a la regulación política, llegando ahora hasta a abarcar los estados “socialistas” y estimulando su movimiento hacia la desregulación y a niveles de asignación más típicos en la economía-mundo mayor.

El tamańo de las firmas, la escala espacial de los mercados y la profundidad de integración del mercado aumentan parcialmente en reacción a los esfuerzos políticos por regular las fuerzas del mercado. La “internacionalización del capital” la explica parcialmente el escape de la regulación política y los sindicatos y una buena porción de la tendencia hacia la formación siempre mayor del estado – la arrogación de poderes sobre cada vez más áreas de la vida – puede se atribuida a la acción del estado vis ŕ vis las fuerzas del mercado. Cada vez más los estados no solamente reaccionan a las fuerzas de mercado con regulaciones, sino que intervienen para crear fuerzas de mercado. Al haber aumentado la dimensión de las firmas y la escala espacial de los mercados, la responsabilidad del estado por el desarrollo económico ha aumentado. El estado no solamente sirve a los empresarios privados y trata de atraer capital, sino que a veces él mismo es el empresario. Esto ocurrió primero en varios países de segundo orden y semiperiféricos que trataron de alcanzar la industrialización británica, pero ahora los capitalistas periféricos usan regularmente la única organización a la que tienen acceso, que es lo suficientemente grande para competir en la economía global – el Estado. El capitalismo de estado es pues una tendencia, no del socialismo, sino de la escala creciente de producción y de la integración del mercado en la economía-mundo capitalista.

żCuáles son las implicaciones de lo anterior para nuestro esfuerzo por redefinir al capital a la luz de los patrones históricos de desarrollo capitalista en el sistema-mundo? Por una cosa necesitamos reconsiderar la cuestión de las formas de propiedad y el capitalismo. El énfasis en la mercantilización y la importancia de los mercados en el contexto de organizaciones competidoras múltiples y desigualmente poderosas, nos conduce a cuestionar una interpretación estrecha de la propiedad “privada” como la única forma apropiada de propiedad para el capitalismo. La General Motors seguiría siendo una firma capitalista que compite en el mercado mundial de los automóviles aún si llegara a ser de la propiedad de sus empleados y controlada por ellos. Hasta as firmas propiedad del estado están sometidas a restricciones que se basan en la capacidad del estado que es su propietario para competir en la economía política global mayor. El capital es ese tipo de poder que es capaz de combinar la operación de la producción mercantil lucrativa con la provisión relativamente eficiente de aquellos “bienes públicos” que son necesarios o ventajosos para la lucratividad. Así, los capitalistas, en este sentido, no sin propietarios privados de riqueza productive ni administradores estatales, sino más bien las operaciones combinadas que producen éxito o fracaso en el sistema-mundo capitalista. No estoy sugiriendo que abandonemos la distinción entre el capital privado y el estado, ni tampoco estoy sugiriendo que estos a menudo no tienen intereses contradictorios. Lo que quiero decir es que el “éxito” en el sistema capitalista los requiere a ambos y a su cooperación, estén o no diferenciados sus empleos en organizaciones separadas o más integrados, como cuando los estados controlan directamente a las firmas productoras de mercancías. Así, los estados son parte de las relaciones de producción en el capitalismo y el capitalismo no puede ser entendido separado de la lógica de la construcción de nación, de la formación de estado y de la geopolítica, como típicamente operan ellos en el contexto de un proceso en expansión y profundización de la mercantilización.

Para entender cómo la geopolítica y la competencia entre estados en el sistema interestatal se integran con la producción capitalista de mercancías, debemos analizar la forma y contenido de la competencia interestatal dentro de la economía-mundo capitalista. Este asunto se asume en la segunda parte del presente libro.

 

Las Clases Mundiales y la Relación Centro/Periferia

 

Regresemos ahora al modo en que la explotación y la dominación están estructuradas – la interacción del conflicto interclasista e intraclasista en el sistema-mundo. Albert Bergesen (1983) ha planteado que la relación centro/periferia se puede conceptualizar como una especie de relación de clases. El muestra convincentemente que la relación entre el centro y la periferia no es simplemente un intercambio entre socios iguales. El poder estructurado ha creado y sostenido la división jerárquica del trabajo entre el centro y la periferia y continúa haciéndolo. El argumento de Bergesen es una importante respuesta a la caracterización de Brenner (1977) de la perspectiva de sistemas-mundo como “circulacionista”. Sin embargo, más bien que colapsar las categorías de clase y centro/periferia, pudiera ser más útil usarlas ambas y estudiar su interacción. Primero, żcuál es la diferencia entre ambas? Según Marx, la relación capitalista/proletario se basa en la propiedad y/o el control de la propiedad productiva versus una clase de trabajadores que no poseen medios de producción y deben vender su fuerza de trabajo. Esta situación institucional se entiende que llegó a existir mediante el uso de la coerción extra-económica y que está en gran parte sostenida por los procesos normales de la competencia económica capitalista. La relación centro/periferia se entiende analíticamente como una división territorial del trabajo en la que las áreas centrales se especializan en la producción intensiva en capital usando trabajo calificado altamente pagado y las áreas periféricas se especializan en la producción intensiva en trabajo usando salarios bajos (o la coerción) y trabajo relativamente no calificado. (4).

La economía mundial se compone de “cadenas de mercancías”, vinculaciones hacia delante y hacia atrás de los procesos de producción (Hopkins y Wallerstein, 1986). Estas cadenas de mercancías vinculan las materias primas, el trabajo, el sostenimiento del trabajo, el procesamiento intermedio, el procesamiento final, la transportación y el consumo final. La gran masa de consumo en la economía-mundo capitalista es de productos cuyas cadenas de mercancías atraviesan las fronteras nacionales y una gran proporción de éstas vinculan al centro y la periferia. Wallerstein discute que las actividades centrales tienen lugar en aquellos “nodos” de las cadenas de mercancías donde se usan la tecnología intensiva en capital y el trabajo calificado altamente pagado y donde es posible apropiarse una plusvalía relativamente mayor (ver capítulo 10).

La relación centro/periferia fue traída a la existencia por el pillaje extra-económico, la conquista y el colonialismo y es sostenida por la operación normal de la competencia político-militar y económica en la economía-mundo capitalista.

La estructura mundial de clases está primariamente compuesta de capitalistas (propietarios y controladores de los medios de producción) y obreros sin propiedades. Este sistema de clases también incluye a los pequeńos productores de mercancías que controlan sus propios medios de producción pero que no emplean el trabajo de los demás, (5) y una clase media creciente de trabajadores calificados y/o profesionalmente certificados.

La jerarquía territorial centro/periferia atraviesa esta estructura mundial de clases e interactúa con ella en modos importantes. Así, las categorías de capitalista central/capitalista periférico y la de obrero central/obrero periférico son útiles para un análisis de la dinámica del capitalismo mundial. El trabajo central usualmente se concibe como organizado por el sistema salarial en el que la competencia en un mercado de trabajo determina los salarios. Pero al menos algunos obreros centrales han estado desde hace tiempo en la categoría de trabajo protegido en el sentido de que los sindicatos, la legislación de bienestar y/u otras instituciones políticamente articuladas (tales como los controles de inmigración) les dan alguna protección contra la competencia en el mercado mundial del trabajo y algunas ventajas en la lucha con el capital. Los gremios protegieron a los obreros y productores de la competencia dentro de las ciudades medievales, estimulando el desarrollo de la producción capitalista fuera de los muros de la ciudad. Los estados centrales y también los demás estados, desarrollan mecanismos políticamente mediados para proteger a los obreros, pero el proceso disparejo de acumulación capitalista se las arregla para encontrar maneras de esquivar muchas de estas protecciones. La cuestión es que el sistema mundial de clases como mejor se entiende es como un continuum que va desde el trabajo protegido, pasando por el trabajo asalariado y llegando al trabajo forzado (por coerción), lo que groseramente se corresponde con la jerarquía centro/periferia.

Es importante darse cuenta que el trabajo puede ser mercantilizado sin recibir un salario formal. Los siervos y esclavos que producían plusvalía para los capitalistas periféricos en los siglos anteriores eran tratados como mercancías en el sentido que su proceso de trabajo estaba dirigido por una lógica de acumulación de capital, aún cuando ellos no tuvieran la libertad jurídica para vender su tiempo de trabajo al capital. Hay muchos grados y formas de mercantilización del trabajo.

Sidney Mintz (1977) aborda la pregunta, “żera el esclavo de plantación un proletario?” y su respuesta, luego de examinar las interconexiones entre el capitalismo industrial en Inglaterra y la producción de plantación de materias primas, es un sí calificado. Mintz (1985) también enfoca la naturaleza organizacional de las plantaciones de azúcar como firmas capitalistas. No solo estaban las plantaciones produciendo mercancías por lucro, sino que Mintz apunta que la combinación de la agricultura con el procesamiento de la cańa de azúcar exhibía rasgos de la producción industrial usualmente asociados con el sistema de fábrica en las áreas centrales. Más bien que tratar de agrupar a los esclavos y trabajadores asalariados juntos como proletarios para poder responder de las importantes vinculaciones entre ambos, el enfoque wallersteiniano los ve como dos especies de control del trabajo, que están mercantilizadas, una típica del centro y la otra, con una dosis ańadida de coerción extra-económica, de la que se encuentra con la mayor frecuencia en el capitalismo periférico.

Marx distingue claramente el trabajo proletario del esclavo en su modelo de acumulación capitalista plenamente desarrollado. En el volumen 1 de El Capital, Marx (1967a: 168) esboza su definición de trabajo mercantilizado como la compra y venta de fuerza de trabajo. El proletario se define como quien es libre de vender su tiempo de trabajo, pero que no es él mismo una mercancía en el sentido en que el esclavo lo es. Él también está “libre” de la propiedad de los medios de producción, de modo que está institucionalmente compelido a vender su fuerza de trabajo, porque no puede producir para su subsistencia. Esperaríamos encontrar un argumento de Marx en cuanto a por qué esta definición estrecha de trabajo mercantilizado es importante en su teoría del capitalismo, pero en lugar de esto encontramos una especie de circularidad en su definición de mercancía. Declara él que “el intercambio de mercancías en sí mismo no implica otras relaciones de dependencia que aquellas que resultan de su propia naturaleza” (Marx, 1967a: 168).

Marx implica que el trabajo esclavo no es en sí una mercancía, porque nos esclavos no se producen para la venta. Realmente la cría de esclavos en la Virginia de mediados del siglo diecinueve sí se aproximaba a la producción para el intercambio, pero podríamos preguntarnos por muchos otros bienes que se producen tanto para la subsistencia como para la venta. żDejan de ser las bananas una mercancía porque el campesino puede tanto comérselas como venderlas (Trouillot, 1988)? żEs la fuerza de trabajo, la capacidad del esfuerzo humano de transformar la naturaleza, producida exclusivamente para la venta? Al estrechar su definición de mercancía, Marx limita así su definición de capitalismo al sistema salarial. Dice él, “A diferencia del capital, las condiciones históricas de su existencia no están dadas en modo alguno con la mera circulación de dinero y mercancías. Puede nacer solamente cuando el propietario de los medios de producción y subsistencia se encuentra en el mercado con el trabajador libre que está vendiendo su fuerza de trabajo. Y esta condición histórica comprende una historia mundial” (Marx, 1967a: 170). Realmente comprende la historia de la zona central, que no es ella misma comprensible sin consideración de la acumulación llevada a cabo en la periferia mediante formas de trabajo que estaban parcialmente mercantilizadas mientras también contenían un gran dosis de coerción políticamente mediada.

La coerción, más allá de la operación de los mercados libres de trabajo, sigue siendo una importante condición para reproducir los diferenciales de salarios en el mundo contemporáneo. Después de todo, si no hubiera barreras extra-económicas a la migración del trabajo, los jornaleros en los Estados Unidos de América no ganarían diez veces más que los jornaleros en México. No es la operación de un mercado perfecto del trabajo lo que determina el status del proletario, sino la sujeción del trabajo a la lógica del lucro y esto se realiza por una amplia variedad de medios institucionales.

La combinación de las relaciones capital/trabajo y centro/periferia produce muchas de las consecuencias que son fundamentales para el proceso de desarrollo capitalista. La dinámica del sistema interestatal y el proceso de desarrollo disparejo son el resultado del conflicto y de la competencia interclasista e intraclasista, así como de la competencia internacional. Las alianzas de clases o las “relativas armonías” entre el capital y los sectores del trabajo dentro de los países centrales causan y son causadas por los estados internacionalmente fuertes y las naciones internamente relativamente bien integradas del centro. Las relaciones interclasistas más coercitivas y explotadoras de la periferia son parcialmente el resultado de las alianzas entre los capitalistas periféricos y centrales, como lo son los estados relativamente más débiles y las naciones menos integradas de la periferia. El socialismo de estado, el más importante de los movimientos anti-capitalistas que han surgido dentro del sistema-mundo capitalista, fue posible por el “desarrollo combinado y disparejo” que ocurrió en las áreas semiperiféricas (Trotsky, 1932), donde las contradicciones cruzadas (los conflictos entre los capitalistas y entre capitalistas y trabajadores) fueron exacerbados por una posición intermedia en la jerarquía centro/periferia.

El sistema interestatal, centrado en poderosos estados centrales que se disputan unos a otros la hegemonía, es una importante base estructural de la competencia continuada dentro de la clase capitalista mundial. Ningún estado representa los intereses “generales” de la clase capitalista como un todo. Más bien hay subgrupos de la clase capitalista mundial que controlan estados particulares. Esta estructura multicéntrica de la clase capitalista mundial permite que continúe el proceso de desarrollo competitivo capitalista disparejo. El auge y caída de los estados hegemónicos centrales y los cambios en la estructura de las alianzas internacionales permite flexibilidad en la comunidad humana y acomoda los cambios en la distribución de ventajas comparativas en la producción de mercancías. Sería mucho más probable que un solo estado mundial capitalista sostuviera políticamente los intereses de aquellos subgrupos capitalistas que lo controlara, impidiendo así el desplazamiento en ventaja productiva, de los productores menos “eficientes” a los más eficientes. Similarmente, un tal estado se convertiría en el solo objeto de orientación de los movimientos anti-capitalistas. Así, a diferencia del sistema interestatal del presente, en el que cuando las restricciones sociales al capital tienen éxito esto conduce a la pérdida por el estado de centralidad en el mercado mundial y a la huída del capital, en un estado capitalista mundial la agregación de los intereses de los trabajadores probablemente sería más efectiva en realmente transformar la lógica de la economía política hacia un sistema más democrático y colectivamente racional.

La perspectiva de sistemas-mundo discute que la jerarquía centro/periferia, más bien que ser una fase de paso en la transición de las áreas “atrasadas” hacia un capitalismo de tipo central, es un rasgo permanente, necesario y reproducido del modo capitalista de producción. Este punto de vista es apoyado por los estudios históricos y las investigaciones comparativas entre naciones (ver Bornschier y Chase-Dunn, 1985), que han sustanciado la continuación de mecanismos que reproducen las desigualdades centro/periferia. La periferia de la economía-mundo ciertamente se ha “desarrollado” y ha cambiado grandemente desde la incorporación de América Latina, Asia y África a la economía-mundo capitalista eurocéntrica, pero la relación jerárquica entre el centro y la periferia persiste.

żCuál es la función de esta jerarquía territorial para el capitalismo como sistema? Probablemente jamás ha ocurrido, ni siquiera en los días de gloria del puro pillaje, que se extrajera más plusvalía de la periferia que la que se producía en el centro. La mayoría de la plusvalía que hay acumulada en el centro es producida por los trabajadores del centro, usando una tecnología relativamente más productiva. Sin embargo, la plusvalía extraída de la periferia ha jugado un rol crucial para permitir que proceda el proceso relativamente pacífico de reproducción expandida. Esto ha ocurrido por tres vías: a) reduciendo el nivel de conflicto y competencia entre capitalistas centrales dentro de los estados del centro; b) permitiendo que los ajustes de las relaciones de poder entre estados centrales sean zanjados sin destruir el sistema interestatal; y c) promoviendo una relativa armonía entre el capital e importantes sectores del trabajo en el centro.

Este último punto es políticamente sensible porque va en contra de buena parte de los análisis de clase marxistas. Esto también plantea la cuestión, cuya dificultad se admite, de los intereses de clase de largo plazo versus los de corto plazo. Ha habido mucha discusión acerca de si los trabajadores centrales explotan o no a los trabajadores periféricos o se benefician de su explotación (Emmanuel, 1972: 271-342). Está claro que muchos trabajadores centrales sí se benefician de la explotación de la periferia en toda una serie de maneras diferentes. Son capaces de comprar productos periféricos baratos. La división territorial del trabajo entre el centro y la periferia capacita a una proporción mayor de trabajadores centrales para tener empleos más limpios y calificados. Los beneficios del imperialismo capacitan a algunos capitalistas centrales para responder más flexiblemente a las demandas de mayores salarios por los trabajadores. La mayor afluencia del centro le permite a los estados centrales dedicar más recursos al bienestar y mantener un grado relativamente más alto de pluralismo y democracia.

Así, están equivocados los marxistas que han sostenido que la falta de militancia socialista entre los trabajadores del centro es enteramente debida a la “falsa conciencia” basada en el nacionalismo y en la propaganda anti-socialista, aunque los mecanismos de hegemonía ideológica basados en el status son también importantes en el mantenimiento de la armonía de clases en el centro. La estructuración objetiva de intereses basada en la naturaleza transversal de clases y de la explotación centro/periferia ha estabilizado la economía-mundo capitalista. Esta base estructural del capitalismo implica que las restricciones a la capacidad de los capitalistas centrales de mantenerse explotando a la periferia puede haber tenido consecuencias revolucionarias para las relaciones de clases dentro de los países centrales. Si los diferenciales salariales centro/periferia aumentaran, los trabajadores centrales estarían menos sujetos al “chantaje del empleo” respaldado por la amenaza (y la realidad) de la fuga de capital.

 

żQué es el Capitalismo Real?

 

Combinemos los exámenes anteriores de mercantilización y clase-centro/periferia, para postular una nueva especificación del modo capitalista de producción. El capitalismo real se puede definir como:

1 La producción generalizada de mercancías en la que la tierra, el trabajo y la riqueza están sustancialmente mercantilizadas.

2 La propiedad y/o el control privado de los medios de producción, que puede ser ejercido por individuos u organizaciones, incluyendo estados individuales, que son ellos mismos jugadores en la arena competitiva mayor de producción de mercancías y de la geopolítica. Esto permite el “capitalismo de estado”.

3 La acumulación de capital basada en una mezcla tanto de producción competitiva de mercancías, como de poder político-militar, en la que la producción de mercancías tiene el peso mayor en la determinación de los resultados en el sistema como un todo.

4 La explotación del trabajo mercantilizado que, no obstante, no siempre es pagado como salario.

5 La combinación de la explotación de clase con la explotación centro/periferia, de modo que la primera es más importante cuantitativamente en la acumulación de capital, pero la última es no obstante esencial a causa de sus efectos políticos en la movilidad del capital y en la reducción del conflicto de clases y en el debilitamiento de los movimientos anti-capitalistas en el centro.

Esto es una adición considerable a la formulación más elegante de Marx, pero los elementos ańadidos nos permiten responder de muchos de los rasgos estructurales del sistema-mundo contemporáneo, refiriéndonos a su modo de producción. Samir Amin (1974) ha sugerido una formulación ligeramente diferente, que define el capitalismo central tal como Marx lo hizo, excepto que está articulada con y descansa sobre el capitalismo periférico. El capitalismo central es definido por Amin como la auto-expansión “autocéntrica” del capital, mientras el capitalismo periférico está externamente determinado (por el centro) y usa una dosis extra de coerción en sus relaciones de clase. La definición sugerida anteriormente busca combinar analíticamente el sistema interestatal y la jerarquía centro/periferia en nuestra definición de capitalismo, para explicar ciertos rasgos del sistema-mundo moderno que son bastante problemáticos cuando se usa la definición de Marx en su forma no modificada.

Ahora tenemos una explicación, basada en el propio modo de producción capitalista, de por qué el socialismo no ha surgido en las áreas “más desarrolladas” (del centro). La jerarquía centro/periferia opera reduciendo los antagonismos de clase o suprimiendo el conflicto de clase tanto en el centro como, en algún grado, en la periferia. En las áreas periféricas, una burguesía compradora a menudo gobierna con apoyo del centro, pero cuando surgen los movimientos anti-imperialistas, con la mayor frecuencia ellos son amplias alianzas de clases anti-centrales. Pero en la semiperiferia los antagonismos de clase no están atravesados por la jerarquía centro/periferia y es ahí donde se han hecho los intentos más fuertes por crear el socialismo.

La anterior definición nos permite también responder teóricamente por los rasgos generales que tienen en común muchas áreas periféricas diferentes. No queremos defender que todas las áreas periféricas sean iguales. Las características socio-estructurales y las culturas originales de las sociedades que se incorporaron a la economía-mundo europea en expansión, indudablemente afectaron las formas institucionales particulares que surgieron en las diferentes áreas (ver capítulo 10). Sin embargo, el proceso de periferalización y explotación, con sus fases de sostenimiento y destrucción alternos de las instituciones y formas de control del trabajo “pre-capitalistas” (dependiendo de las oportunidades cambiantes en el mercado mundial), tiene una cierta unidad que capta la definición de sistema-mundo del capitalismo.

Los procesos de desarrollo disparejo, el auge y caída de las potencias hegemónicas centrales y la movilidad hacia arriba y hacia abajo de las áreas en la jerarquía centro/periferia, se entienden más claramente cuando incorporamos al sistema interestatal y a la jerarquía centro/periferia a nuestra noción de capitalismo. Todas estas ventajas son fuertes razones para adoptar la anterior definición del modo capitalista de producción que es sugerida por Wallerstein. Pero algunos de los supuestos simplificadores de Wallerstein, como los de Marx, pueden haber creado más problemas que los que resolvieron.

 

Límites del Sistema-Mundo y Modos de Producción

 

Como se ha mencionado anteriormente, el supuesto de totalidad de Wallerstein sostiene que el modo de producción es un rasgo de un sistema-mundo completo y por extensión, que cada sistema-mundo tiene un solo modo de producción. Este supuesto simplificador nos ha permitido examinar las maneras sistemáticas en que están vinculados el capitalismo y el imperialismo y reconceptualizar al modo capitalista de producción de modo que incluya los tipos de explotación capitalista tanto central como periférico. Ahora que esto se realizó podemos reexaminar el supuesto de totalidad para resolver ciertos problemas que él causa.

Muchos críticos de la perspectiva de sistemas-mundo han indicado que la ecuación de un modo de producción con un sistema-mundo completo hace problemática la comprensión de la transformación de los modos de producción. Si cada sistema-mundo solo puede tener un modo de producción, żcómo cambian los modos? El supuesto simplificador que iguala los límites espaciales con los límites lógicos se mete en dificultades cuando tratamos de entender cómo han sido transformados los modos de producción en el pasado y cómo podrían ser transformados en el futuro.

La definición wallersteiniana más simple de un sistema-mundo se enfoca en una red de intercambio material, el intercambio de bienes fundamentales o necesarios – alimentos y materias primas. Para usar esta definición necesitamos no considerar la cuestión del modo de producción o las formas institucionales de los intercambios. Solo necesitamos conocer el grado de las densidades de flujo material directas e indirectas. Esta es una definición conveniente y empíricamente útil, que nos permite investigar las relaciones entre sistemas-mundo y modos de producción, más bien que asumir que  cada sistema-mundo tiene un solo modo de producción. Su aplicación a la idea de una economía-mundo europea plantea dificultades.

La idea de Europa es una idea civilizacional. Wallerstein heredó una larga tradición de interpretación histórica que respondía por el auge de Europa a la dominación mundial en términos de las diferencias entre Europa y el “oriente”. Europa nunca (o solo brevemente) fue un sistema-mundo separado, según la definición de las redes de intercambio material. Más bien ahí ha existido durante por lo menos dos milenios un sistema-mundo multicéntrico eurasiático. (6) El área central europea y su densa red de bienes masivos (alimentos y materias primas) ha estado fuertemente vinculada con el África del Norte y el Asia Occidental desde que los griegos y los romanos surgieron al status central. Y este subsistema occidental ha estado en una importante interacción con la India y con China durante mucho tiempo.

Wallerstein sustituye el criterio del modo de producción por el criterio de la red de bienes masivos cuando analiza la interacción entre Europa y la India (Wallerstein, 1986) o entre Europa y el Imperio Otomano (Wallerstein, 1979c). Estos se supone que sean sistemas-mundo separados, porque Europa es capitalista, mientras la India y el Imperio Otomano no lo son. El supuesto de totalidad de Wallerstein tiende a afectar el análisis de las consecuencias sistémicas de las interacciones entre Europa y la India. También tiende a interpretar el surgimiento del capitalismo y de los sistemas de mercado dentro de la región del Océano Índico (ver Chaudhuri, 1985) y dentro del Imperio Otomano solamente en términos de la interacción con Europa.

Para ser justos, el análisis de Wallerstein (1974: 59-63) de por qué el capitalismo no surgió en China, se puede leer como una descripción de los modos de producción que pugnan dentro de un solo sistema-mundo, así como su análisis de la transición al capitalismo en la Europa del siglo dieciséis. Pero él evita el lenguaje de modos de producción en pugna y el advenimiento del dominio de un modo de producción. Su intento laudable es mantenerse alejado de las discusiones escolásticas de la articulación, que han conducido a la proliferación de modos de producción (Hindess y Hirst, 1975; Taylor, 1979; Wolpe, 1980). La fuerza principal del análisis de Wallerstein ha sido demostrar la conexión de las especies central y periférica de explotación. Una vez esto realizado reconceptualizando al modo capitalista de producción como si hizo anteriormente, ya dejamos de necesitar al supuesto de totalidad.

Este supuesto también crea dificultades cuando tratamos de entender la transición al socialismo en el siglo veinte. Aunque yo he planteado que los estados socialistas existentes aún no han desarrollado un modo de producción autónomo socialista (Chase-Dunn, 1982b), no quisiera que esto fuera verdad por definición. Por más difícil que pueda ser en la práctica para una ciudad o un estado-nación desarrollar un modo de producción autónomo y auto-sostenido en el contexto del sistema-mundo capitalista contemporáneo, yo no diría que esto es imposible en principio.

En conclusión, permítaseme resumir. He redefinido el modo de producción capitalista para permitir la explicación de los rasgos sistemáticos que no son fáciles de explicar usando la definición de Marx. La incorporación del sistema interestatal y la jerarquía centro/periferia como rasgos centrales del capitalismo nos permite entender los patrones generales de desarrollo en la economía política global y los rasgos generales de la lucha de clase y del desarrollo internacional disparejo. También nos permite entender los rasgos generales del desarrollo en las áreas periféricas. Al redefinir el capitalismo como lo he hecho, se hace posible abandonar el supuesto de totalidad de Wallerstein, reteniendo las ventajas explicativas anteriores. Esto también nos permite analizar separadamente los límites lógicos de los modos de producción y los límites espaciales de los sistemas-mundo.

żSugiere esto que la articulación de modos de producción se “saca” hacia el límite entre el capitalismo periférico y los demás modos de producción? Esta analogía espacial es impropia, si implica que otros modos de producción pueden existir solo en el perímetro del sistema-mundo. Es posible que existan elementos de socialismo, o el modo tributario de producción, en el centro o en la semiperiferia así como en la periferia y más allá. Ernest Mandel (1977) ha sostenido que las luces de las calles, que son bienes gratuitos, no-mercantilizados, “públicos”, producidos para el uso de todos, son instituciones socialistas aún dentro del corazón del capitalismo.

Como se ha mencionado, no obstante, el marco analítico general que nos permite tener más de un modo de producción dentro de un sistema social concreto, por sí mismo no nos dice cómo pueden estar estos en interacción, o en contradicción entre sí. Para esto debemos tener una teoría sustantiva de la naturaleza de cada uno y conocimiento de sus compatibilidades y contradicciones. En otra parte he elaborado que el socialismo, modo holístico de producción por su propia naturaleza, puede tener mayores dificultades para surgir y crecer en los intersticios del capitalismo que las que tuvo el capitalismo dentro del terreno del modo tributario de producción. Esto es porque el capitalismo se alimenta de la competencia y el conflicto y solo a regańadientes construye una racionalidad colectiva, mientras que el socialismo requiere de cooperación y tiene dificultades para sostenerla en el contexto de una arena capitalista aún fuerte y fieramente competitiva.

Volvámonos ahora a una consideración de ciertos ciclos y tendencias seculares observables, que son características del sistema-mundo capitalista completo.

Capítulo 2: Constantes, Ciclos y Tendencias

 

Este capítulo describe un número de rasgos del sistema-mundo capitalista como un todo que son, en principio, más directamente observables que su esencia estructural profunda. De hecho, no obstante, mucha de la operacionalización y de la recogida de evidencias que necesita hacerse para verificar estos hipotéticos patrones del nivel de superficie no ha sido hecha. Examinaré aquellos estudios que han sido llevados a cabo y sus implicaciones para el esquema que estoy proponiendo en secciones posteriores, especialmente en el capítulo 13.

En el capítulo 4 voy a plantear que una comprensión apropiada de los rasgos estructurales, de la lógica  sistémica y de los ciclos normales de la economía-mundo capitalista, revela que el sistema global no ha sufrido ningún cambio transformativo importante en el periodo desde la Segunda Guerra Mundial. Los rápidos cambios de escala y las formas institucionales aparentemente nuevas se interpretan como continuaciones de procesos que están en operación desde hace tiempo. Este argumento requiere que tengamos una idea bastante clara de la lógica estructural profunda del capitalismo y una especificación exacta de los procesos que mantienen los rasgos dinámicos del sistema-mundo moderno y que empujan hacia adelante sus ciclos y tendencias.

Lo que sigue es una lista de constantes estructurales, ciclos y tendencias, que se afirman que son rasgos del sistema-mundo completo. Las constantes son aquellos rasgos estructurales profundos del modo capitalista de producción, aducidos partiendo de nuestro examen en el capítulo 1. Los ciclos y tendencias son sugeridos por nuestro conocimiento empírico del sistema-mundo moderno, aunque solamente algunos de estos han sido cuantitativamente estudiados durante periodos de tiempo largos. La lista presente es una versión revisada de la presentada en Chase-Dunn y Rubinson (1977), modificada por consideración de los exámenes similares contenidos en Hopkins y Wallerstein (1982: capítulos 2 y 5) y los estudios empíricos citados más adelante.

El término “ciclo” como se utiliza en los estudios de sistemas-mundo no implica una curva sinusoidal perfecta de amplitud, simetría y periodo invariables. Joshua Goldstein (1988; capítulo 8) defiende que los ciclos sociales típicamente involucran procesos que son suficientemente indeterminantes como para eludir una especificación matemática exacta, de modo que analizamos los cambios secuenciales solo con periodos aproximadamente especificados. Robert Philip Weber (1987) sostiene que las secuencias que tienen periodicidad “bastante irregular” más bien deberían denominarse “fluctuaciones” y que la palabra “ciclo” debería reservarse para ocasiones más rigurosas. No me voy a preocupar por estos asuntos por ahora, ya que la mayoría de los “ciclos” examinados en este capítulo son hipotéticos. (1)

 

Constantes Sistémicas, Ciclos y Tendencias

 

Para estudiar el cambio debemos tener una idea clara de las constantes estructurales, ciclos y tendencias que operan en la economía-mundo capitalista. Por el momento serán ignoradas las contingencias históricas particulares.

 

Constantes Estructurales

 

Como se explicó en el capítulo 1, la economía-mundo capitalista es un sistema-mundo en el que se ha hecho dominante el modo capitalista de producción. Así, este sistema histórico tiene una profunda lógica estructural de acumulación de capital capitalista, que la conduce a expandirse y que contiene contradicciones sistémicas que provocarán su transformación a una lógica diferente, una vez que la expansión y profundización de las relaciones sociales capitalistas se hayan aproximado a sus límites.

Los rasgos estructurales constantes del sistema-mundo capitalista son:

1                        El sistema interestatal – un sistema de estados-naciones desigualmente poderosos, que compiten por recursos para apoyar la producción mercantil lucrativa y comprometiéndose en la competencia geopolítica y militar.

2                        Una jerarquía centro/periferia en la que los países que ocupan una posición central se especializan en la producción central – producción relativamente intensiva en capital, que utiliza trabajo calificado, de altos salarios. Las áreas periféricas contienen mayormente producción periférica – intensiva en trabajo, con trabajo no calificado, de bajos salarios, que históricamente ha estado sometida a la coerción extra-económica.

3                        Las relaciones de producción en la economía-mundo capitalista son más complejas de lo que asumía Marx (1967a) en su modelo básico de acumulación capitalista. Los productores directos difieren en su acceso a las organizaciones políticas, las más importantes de las cuales son los estados. Así, hay una diferenciación reproducida entre el trabajo central y el trabajo periférico. El trabajo está mercantilizado, pero no es una mercancía perfecta. Los productores directos (trabajadores) varían en términos del grado en el que sus intereses son protegidos o forzados coercitivamente por organizaciones políticas. Los trabajadores centrales suelen disfrutar la protección de sindicatos estatalmente legalizados y leyes de bienestar, aunque muchos se quedan en la condición de trabajadores “libres” más sometidos a las vicisitudes del mercado de trabajo. En el otro extremo están aquellos trabajadores periféricos que están directamente sometidos a la coerción extra-económica – históricamente: siervos, esclavos y trabajadores contratados, así como los trabajadores en países donde los sindicatos y los partidos del trabajo son suprimidos por el estado. Así, el continuum que va desde el trabajo protegido hasta el  forzado por coerción es una diferenciación constante dentro de la fuerza de trabajo mundial aunque, como veremos más adelante, la tendencia hacia la proletarización mueve una mayor proporción de la fuerza de trabajo hacia la dependencia de tiempo completo de la producción mercantil capitalista.

4                        La producción de mercancías para el mercado mundial (que incluye a los mercados tanto nacionales como internacional) es la forma central de competencia y la fuente de plusvalía en el modo capitalista de producción. Esta forma de competencia está fundamentalmente entretejida con los procesos políticos competitivos de formación de estados, construcción de naciones y geopolítica, en el contexto del sistema interestatal. El mercado mundial no es un mercado perfecto de establecimiento de precios, aunque desde hace tiempo ha sido y sigue siendo una arena muy competitiva. Los monopolios están políticamente garantizados dentro de subunidades (estados individuales o los imperios coloniales de estados centrales individuales) y las super-ganancias que se derivan de estos monopolios están sometidas a una competencia de largo plazo ya que las condiciones políticas para el mantenimiento de los monopolios están ellas mismas sometidas a las fuerzas de la competencia económica y geopolítica.

 

Ciclos Sistémicos

 

1          El ciclo de negocios largo (onda K). Este es un ciclo económico mundial (ver VanDuijn, 1983) en el que la tasa relativa de acumulación de capital y la actividad económica total aumenta y luego decrece yendo al estancamiento en un período de 40 a 60 ańos. Este ciclo fue descubierto por primera vez mediante el análisis de las series de precios por N. D. Kondratieff (1979). Las causas de la onda K son explicadas dentro de un marco marxista por Mandel (1980). Goldstein (1988) muestra cómo la onda larga se compone de dos ciclos, un ciclo de precios de inflación y deflación y un ciclo de producción de crecimiento y estancamiento. Según Goldstein (1988: capítulo 10) el ciclo de precios se queda detrás del ciclo de producción en alrededor de diez a quince ańos. Suter (1987) ha presentado recientemente un análisis de los ciclos de la deuda de los sistemas-mundo, que integra la onda K con el ciclo más corto (15-25 ańos) de Kuznets tal como interactuaron en los siglos diecinueve y veinte.

2          La secuencia hegemónica. Esto se refiere a una fluctuación de la hegemonía versus multi-centricidad en la distribución del poder militar y la ventaja competitiva económica en la producción entre estados centrales. Los periodos hegemónicos son aquellos en los que el poder y la ventaja competitiva están relativamente concentrados en un solo estado central hegemónico. Los periodos multicéntricos son aquellos en que hay una distribución más igual del poder y la ventaja competitiva entre los estados centrales. Este es un ciclo solamente en un sentido muy grosero, porque su periodicidad es muy dispareja. Más bien debería denominársele secuencia o fluctuación. Desde el siglo dieciséis ha habido tres estados centrales hegemónicos: las Provincias Unidas de las Tierras Bajas, el Reino Unido de Gran Bretańa y los Estados Unidos de América. Las condiciones de los procesos de nivel nacional y de nivel de sistema que causan el auge y la decadencia de los estados hegemónicos centrales se explican en el capítulo 9.2.

3          El ciclo de severidad de la guerra central. Recientes investigaciones de Goldstein (1985, 1986) confirman que la severidad de las guerras mundiales – guerras entre estados centrales disputándose el dominio en el sistema-mundo – es periódica en un ciclo de 40 a 60 ańos que está fuertemente relacionado en tiempo con la onda de Kondratieff. Ha habido varios picos de severidad (muertes en batalla por ańo) de la guerra central desde 1500, p ero los tres periodos más severos de guerra mundial – la Guerra de los Treinta Ańos, las Guerras Napoleónicas, y la 1Ş y 2Ş Guerras Mundiales – fueron seguidas por el surgimiento de una nueva potencia hegemónica central. Estos procesos se examinan en más detalle en la Parte II de este libro.

Samir Amin (1980a) ha sugerido que las guerras mundiales representan formas normales de competencia dentro del capitalismo como sistema. La estructura política dentro de la cual procede la acumulación capitalista pacífica llega a hacerse incapaz de aportar apoyo estable después de un periodo de desarrollo económico disparejo y las guerras mundiales establecen un nuevo marco de poder para la acumulación capitalista continuada. Albert Bergessen (1985) examina esta idea en un análisis de las relaciones entre varios ciclos de sistemas-mundo.

4          La estructura del comercio y el control del centro/periferia. Desde 1450, el sistema-mundo se ha caracterizado por un cambio periódico en el patrón de control e intercambio entre el centro y la periferia. Periodos de intercambio multilateral de mercado relativamente libre han sido seguidos por periodos en los que el comercio era más políticamente controlado y tendía a estar contenido dentro de los imperios coloniales (Krasner, 1976). Bergessen y Schoenberg (1980) también han demostrado que las ondas de expansión de los imperios coloniales están correlacionadas en el tiempo con la existencia de guerra entre estados centrales. Los modelos de las relaciones entre estos ciclos se formulan en el capítulo 13.

 

Tendencias Sistémicas

Un número de tendencias sistémicas van aumentando en ondas que corresponden groseramente en el tiempo con algunos de los ciclos descritos anteriormente.

1                        Expansión a nuevas poblaciones y territorios. El sistema-mundo capitalista se ha expandido para incorporar y (usualmente) periferalizar arenas anteriormente externas en una serie de ondas desde el siglo dieciséis. Estas ondas han sido documentadas en términos de la expansión de la administración colonial formal por Bergesen y Schoenberg (1980). Los límites de este tipo de expansión fueron alcanzados a finales del siglo diecinueve, cuando el globo casi completo llegó a integrarse a una sola división jerárquica del trabajo.

2                        La expansión y profundización de las relaciones mercantiles. La tierra, el trabajo y la riqueza han sido crecientemente mercantilizadas tanto en el centro como en la periferia. Más esferas de la vida se han llegado a hacer mediadas por mercados en el centro que en la periferia, pero todas las áreas han experimentado un incremento secular en todas las épocas del sistema-mundo moderno. Esta tendencia, como otras, es algo cíclica porque durante periodos de estancamiento económico la mercantilización se enlentece o hasta se revierte al ir cayendo algunas personas en la producción de subsistencia y/o reinventan las formas de apoyo de ayuda mutua.

3                        Formación de estados. El poder de los estados sobre sus poblaciones ha aumentado en todos los periodos tanto en el centro como en la periferia (Boli, 1980). Los estados han ido expropiando crecientemente la autoridad y los recursos de otros actores y organizaciones sociales, aunque esta tendencia ha sido dispareja y ha habido periodos en que el control estatal disminuyó temporalmente o se  hizo más descentralizado en áreas particulares.

4                        Tamańo incrementado de las empresas económicas. El tamańo promedio en términos de activos y de empleados controlados por las empresas económicas ha aumentado en todas las épocas. Las empresas agrícolas e industriales han atravesado periodos en que esta tendencia se ha enlentecido o hasta temporalmente se ha revertido. Las causas de esta concentración de capital son diferentes en las fases de ascenso y en la de descenso de la onda K (Bergesen, 1981).

5                        La transnacionalización del capital. Mucha de la literatura contemporánea examina la “internacionalización” del capital (Lapple, 1985; Hymner, 1979). Este uso es incorrecto, porque los agentes del intercambio no son nunca naciones ni tampoco son usualmente estados. El capital más bien fluye a través de las fronteras de los estados y es entonces transnacional (o trans-estatal). El capital ha sido transnacional por lo menos desde el largo siglo dieciséis, en que se hicieron inversiones sustanciales directas por capital productivo y mercantil a través de los estados centrales (Barbour, 1963) y por capitalistas centrales en las áreas periféricas (Frank, 1979b). Desde entonces el capital se ha hecho cada vez más transnacional en el sentido que la proporción de la inversión mundial total que cruza las  fronteras estatales ha ido aumentando. La más reciente expansión de las corporaciones transnacionales es pues una continuación de una tendencia de larga operación (Bornschier y Chase-Dunn, 1985: capítulo 3).

6                        Intensidad creciente de la producción y la mecanización. Varias “revoluciones industriales” tanto en la agricultura como en la manufactura han incrementado desde el largo siglo dieciséis la productividad del trabajo tanto en el centro como en la periferia, aunque el centro retiene su nivel relativamente superior de productividad. Las relaciones capitalistas de producción se han profundizado en todo el sistema, sometiendo el proceso de trabajo a mayores cantidades de control directo, aunque la descentralización, en forma de producción mercantil pequeńa, sub-contratación (“putting-out”) o burocratización del control del trabajo (Edwards, 1979) reproduce un “sector competitivo” de productores y formas de autonomía independientes. La tendencia de largo plazo entre las firmas transnacionales ha sido hacia un control más directo sobre la producción y la expansión de la escala de coordinación de la producción, pero algunas industrias y sectores continúan descentralizados y en ciertos periodos la centralización se enlentece o hasta se revierte en algunas regiones.

7                        La proletarización. El proceso de formación de clases ha aumentado la dependencia de la fuerza de trabajo mundial de la participación en los mercados de trabajo. Los reductos de subsistencia, los sectores urbanos informales y las economías domésticas han funcionado para sostener un sustancial sector semi-proletarizado de la fuerza de trabajo mundial, (3) pero la tendencia de largo plazo ha sido mover una proporción cada vez mayor de los productores directos hacia la dependencia de tiempo completo de la producción mercantil. Esto ha sido cierto tanto para el centro como para la periferia, con una demora mayor en la periferia. Similarmente, el grado de coerción extra-económica usado  para compeler al trabajo en la periferia ha ido decreciendo algo en el tiempo, al irse reduciendo las alternativas a la participación en el mercado de trabajo. La esclavitud, la servidumbre y el trabajo por contrato capitalistas han sido en gran parte eliminados, aunque el grado relativo en que se aplica la coerción política en las relaciones de clase sigue siendo mayor en la periferia que en el centro. Esto incluye la supresión de los sindicatos y de los partidos campesinos y/o del trabajo por estados periféricos autoritarios, que suelen estar apoyados por los estados centrales.

8                        La brecha creciente. Desde hace tiempo ha habido una tendencia al crecimiento de la brecha en los ingresos promedio entre las áreas centrales y periféricas. Dentro de las áreas centrales, los estratos medios de los cuadros necesarios a la producción capitalista central han ido expandiendo su tamańo relativo como proporción de la fuerza de trabajo y los salarios de sectores importantes de la clase obrera han crecido en relación con los ingresos y niveles de vida en las áreas periféricas. Mandel (1975) y Amin (1975) sostienen que los trabajadores tanto centrales como periféricos recibieron solamente salarios de subsistencia hasta la década de 1880 en que, alegan ellos, surgió por primera vez la brecha entre estos ingresos. Pero si somos sensibles a diferencias menores e incluimos a los estratos medios en nuestros estimados del ingreso promedio, probablemente encontremos que la tendencia a una brecha creciente ha estado en operación desde el siglo dieciséis.

El esquema anterior de ciclos y tendencias estructurales ha sido combinado dentro de un “modelo descriptivo” que describe las relaciones en el tiempo entre los diferentes rasgos (ver Chase-Dunn, 1978: 170). En el capítulo 4 usamos el anterior esquema para examinar las reivindicaciones de que han ocurrido cambios fundamentales en el sistema-mundo desde la 2Ş Guerra Mundial. Comparemos ahora la idea de las etapas del capitalismo con el esquema anterior de ciclos del sistema-mundo.

Capítulo 3: żEtapas del Capitalismo o Ciclos del Sistema-Mundo?

 

La periodización del desarrollo capitalista ha demostrado ser un tópico controversial en las teorías tanto clásicas como contemporáneas. La conceptualización de etapas del desarrollo es importante, porque cualquiera sea la posición que se adopte, tiene implicaciones para nuestra comprensión tanto del pasado como de los posibles futuros de la transformación sistémica. La mayoría de las teorías de etapas, incluyendo las de algunos marxistas y la escuela de la modernización, enfocan las sociedades nacionales como la unidad de análisis. Las sociedades nacionales se piensa que evolucionan mediante etapas históricas, siendo relativamente “avanzadas” o “subdesarrolladas”. Otros marxistas y teóricos de la dependencia han enfocado nuestra atención en el hecho que las sociedades nacionales interactúan entre sí de maneras sistemáticas y forman todas un sistema mayor que evoluciona él mismo. Esta reconceptualización resuelve muchos de los problemas creados por el supuesto que las sociedades nacionales son independientes, pero plantea una serie de cuestiones nuevas. żCómo vamos a conceptualizar este sistema mayor y cuál es la mejor manera de periodizar su desarrollo? żCuándo él simplemente se ha ajustado a sus propias contradicciones y cuándo se han convertido en un tipo fundamentalmente diferente de sistema? Quisiera despedir de entrada  las nociones que admiten un desarrollo unilineal de las sociedades nacionales y examinar diferentes enfoques de las etapas del desarrollo del sistema-mundo. Pondré aquí en contraste dos visiones contemporáneas. La primera enfoca una serie de etapas en las que las relaciones entre el centro y la periferia se piensa que son cualitativamente diferentes, sobre la base del predominio de diferentes especies de capital en el centro. La segunda reconoce estas diferencias pero enfoca, a su vez, las características del sistema como un todo que varían en el tiempo. Plantea que algunas características del sistema son de naturaleza cíclica, mientras otras son tendencias seculares, por lo que nuestra atención se enfoca en las similitudes de los diferentes periodos más bien que en sus diferencias. Ninguno de estos enfoques es “historicista” en el sentido de enfatizar lo que es enteramente único acerca de un periodo particular. Más bien ambas enfocan la manera en que las leyes sistemáticas de movimiento de la acumulación del capital producen diferentes formas institucionales en diferentes periodos.

 

Etapas del Capitalismo y Dependencia

 

Un número de obras marxistas recientes que enfocan el sistema-mundo plantean una periodización del desarrollo capitalista que distingue tres (o cuatro) etapas en las cuales varían las características del capital central y sus relaciones con las áreas periféricas. Revisaré y compararé estas periodizaciones y luego esbozaré un enfoque diferente.

Albert Szymanski (1981: 95) resume su versión de periodización como sigue:

El imperialismo ha pasado por cuatro etapas cualitativamente diferentes: primera, el imperialismo mercantil no-capitalista desde alrededor de 1500 hasta alrededor de 1800; segunda, el imperialismo capitalista competitivo, desde alrededor de 1840 hasta alrededor de 1880; tercera, el imperialismo monopólico capitalista temprano, desde alrededor de 1890 hasta alrededor de 1960; y cuarta, el imperialismo capitalista monopólico tardío desde los ańos de 1960.

En otra versión, Andre Gunder Frank (1979a: 9) cita a Samir Amin aprobándolo, como sigue:

Yo distingo 3 periodos: (1) mercantilista, (2) capitalista desarrollado (achevé) (post revolución industrial, pre-monopolista) y (3) imperialismo. A cada uno de estos periodos corresponden funciones específicas de la periferia al servicio de las necesidades esenciales de acumulación en el centro. En la etapa (1) la función esencial de la periferia (principalmente americana, suplementariamente africana, que proveyó a la anterior de esclavos) es permitir la acumulación de riqueza monetaria por la burguesía mercantil atlántica, riqueza que se transforma en capitalismo real (achevé) después de la revolución industrial. De aquí, el sistema de plantaciones (luego del pillaje de las minas) alrededor del cual gira toda América desde los siglos XVI y hasta el XVIII. Esta función pierde su importancia con la revolución industrial, cuando el centro de gravedad del capital se mueve del comercio a la industria. La nueva función de la periferia entonces llega a ser rebajar (a) el valor de la fuerza de trabajo (mediante la provisión de productos agrícolas de consumo masivo) y (b) el valor de los elementos constituyentes del capital constante (aportando materias primas). En otras palabras, la periferia permite luchar contra la declinación tendencial en la tasa de ganancia (como bien observaba Marx – AGF). Para lograr esto durante el periodo (2) el capital tiene un solo medio a su disposición: el comercio. Durante el periodo (3), por otro lado, el capital tiene también los muy eficientes medios de la exportación de capital.

La posición de Amin sobre la periodización se explica ulteriormente en su Imperialismo y Desarrollo Desigual (1977: 229-35). Enfoquemos las características atribuidas a cada etapa y las diferencias que se alega que existen entre etapas. La primera transición es entre el capitalismo mercantil (o mercader) y el capitalismo industrial (competitivo, desarrollado). Las distinciones hechas aquí involucran aserciones acerca de las relaciones de clase, las relaciones de intercambio y la relación entre el estado y la economía. Mucho de esto sigue al examen de Marx del capitalismo mercantil en el volumen 3 de El Capital (1967b: 323-37) y su distinción entre capitalismo mercantil y el modo capitalista de producción plenamente desarrollado – capitalismo industrial. El modelo abstracto de Marx de la dinámica capitalista que se presenta en el volumen 1 de El Capital asume un sistema en el que hay competencia entre capitales, venta de mercancías a su valor de trabajo, no-interferencia por el estado en la economía y un sistema cerrado en el cual no hay comercio internacional. Por supuesto, Marx no reivindicaba que este modelo representaba directamente ninguna sociedad concreta. Es más bien una abstracción que emplea supuestos simplificadores, que intenta explicar las tendencias de desarrollo subyacentes del modo capitalista de producción. La sociedad nacional británica en el siglo diecinueve fue la inspiración de Marx y es probablemente el caso que más se aproxima al modelo abstracto. Marx creía que él se había burlado de  la naturaleza subyacente del capitalismo examinando lo que él consideraba que era su caso concreto más puro y más altamente desarrollado y que los demás países seguirían el camino británico de desarrollo.1 En el capítulo 1 se planteaba que algunos de sus supuestos simplificadores eran erróneos, no porque fueran empíricamente inadecuados, sino porque perdían de vista mucho de lo que es fundamental para el capitalismo como sistema.

El modelo de Marx de la acumulación capitalista no estaba previsto para aplicarlo a la etapa del capitalismo mercantil. En esta etapa, el capitalismo comercial (que involucra la compra y venta de mercancías producidas por productores independientes) es la forma más prevaleciente e importante de empresa. El capital mercantil no coordina directamente la producción y las ventas. La producción se deja a los productores independientes. Así, el capital mercantil no somete directamente la producción a la lógica del capitalismo. Los mercaderes hacen ganancias comprando barato y vendiendo caro, a menudo explotando los diferenciales de precio entre áreas que no están integradas en una sola economía de mercado. El capital de producción, por otro lado, combina directamente las materias primas y el trabajo comprado a los proletarios para producir mercancías para la venta. Esto integra las relaciones de valor entre los diferentes tipos de producción, de modo que surge a la existencia el “trabajo abstracto”. Esto significa que la integración de mercado es completa y la división del trabajo está sometida a un solo sistema de precios. Los tipos cualitativamente diferentes de trabajo se llegan a relacionar entre sí en una sola dimensión cuantitativa, la del valor del trabajo. La mercantilización del trabajo es necesaria para que esto ocurra y la mayoría de los marxistas creen que esto solo se logra bajo el sistema salarial.

Así, el capital mercantil (antes de la existencia de los mercados integrados) intercambia “desiguales” en el sentido que los bienes son producidos en economías en las que no se ha formado un solo estándar de valor. Los mercaderes hacen ganancias moviendo las mercancías de áreas en las que tienen precios bajos a áreas en las que tienen precios altos. Es solamente dentro del capitalismo industrial plenamente desarrollado que el capital comercial (operando dentro de un solo sistema de precios) hace ganancias recibiendo parte de la plusvalía producida en el proceso de producción, no cambiando desiguales. El capital mercantil opera únicamente en la “esfera de circulación”, aunque Marx afirmaba que actuaba como solvente en las relaciones pre-capitalistas de producción bajo algunas condiciones.

Similarmente se afirma que la proletarización es solo rudimentaria durante el periodo de capitalismo mercantil; eso es, la clase asalariada es pequeńa y hay muchas restricciones extra-mercado que evitan que el trabajo (y otros “factores de la producción”) tomen forma de mercancías. El examen de Marx (1967a: 717-33) de la acumulación primitiva describe cómo los campesinos ingleses y escoceses eran separados por la fuerza de los medios de producción y convertidos en vendedores de fuerza de trabajo desde la última parte del siglo quince en lo adelante.

La etapa del capitalismo mercantil también se caracteriza como un periodo en el que las relaciones políticas eran mucho más determinantes de los términos de intercambio y las condiciones de producción que en el posterior capitalismo industrial. Los gremios, los monopolios municipales, los privilegios nobiliarios y las políticas estatales del comercio mercantilista “armado” (Parry, 1966) se entienden como prueba que los mecanismos de mercado operaban entonces solo débilmente. Los estados operaban como organizaciones “controladores por la violencia”, aportando protección para operaciones económicas que capacitaban a sus beneficiarios para realizar lo que Frederic Lane (1979) ha llamado “renta de protección”. Como veremos en la 2Ş Parte, esta involucración del poder del estado y la competencia militar geopolítica en el proceso de acumulación pueden ser entendidos como una parte normal del capitalismo en todos los periodos.

La acumulación primitiva en la periferia (el despojo, el trabajo forzado, el comercio monopólico) se entiende por muchos marxistas, incluyendo al propio Marx, como uno de los procesos principales que crearon el modo capitalista de producción, pero que no es en sí mismo parte de ese modo de producción.

En el surgimiento del capitalismo industrial se alega que ocurrió un número importante de cambios. De entrada, las “revoluciones burguesas” en Europa destruyeron muchos de los impedimentos políticos locales al comercio y la producción. La formación de mercados nacionales se logró con la eliminación de muchas de las prerrogativas del capital mercantil y las noblezas terratenientes.

La producción mercantil se hizo mucho más competitiva, al menos dentro de los mercados nacionales de los países centrales. Y a mediados del siglo diecinueve hubo una reducción temporal de las restricciones políticas al comercio internacional con el levantamiento de las barreras tarifarias europeas y americanas. Según muchos historiadores del desarrollo capitalista, éste es el periodo en que el capital industrial (o productivo) llegó a dominar la economía por primera vez. El sistema salaria y el proceso de acumulación expandida se hizo auto-reproductor. La industria llegó a organizarse como una interacción competitiva de firmas pequeńas y la tasa de cambio tecnológico aumentó dramáticamente. El sistema de factoría, en el que el trabajo se juntaba con la maquinaria, se creó en la región central de Inglaterra.

Se alega que la relación centro/periferia ha sido predominantemente un asunto de comercio mercantil durante este periodo y Ernest Mandel (citado en Frank, 1979a: 8) afirma que esto constituía el “intercambio igual de iguales”. La única medida de valor mundial estaba constituida por la integración de la división mundial del trabajo en un solo mercado interactivo. Se alega que el comercio entre el centro y la periferia contenía cantidades iguales de valor de trabajo en el periodo del capitalismo competitivo. Y Mander (1975: 49-61) plantea que el capitalismo industrial competitivo estimulaba la formación de capital originario en la periferia.

Hay algún desacuerdo acerca de los efectos del comercio centro/periferia durante el periodo de capitalismo competitivo en la periferia. Algunos estudiosos marxistas plantean que el capital mercantil tendía a disolver las relaciones pre-capitalistas de producción llevando a las personas a la producción mercantil para el mercado mundial.  Por otro lado, Geoffrey Kay (1975) plantea que el capital mercantil tendía a subdesarrollar a la periferia al perpetuar las formas pre-capitalistas de producción, apuntalando a los gobernantes tradicionales y extrayendo producto adicional. Él pone esto en contraste con lo que él ve como los efectos de desarrollo del capital industrial, que somete directamente al trabajo en la periferia a la producción capitalista, creando el potencial para un crecimiento capitalista autónomo en la periferia. Bill Warren (1980) plantea un argumento similar.

La mayoría de las teorías de etapas contemplan un importante nuevo periodo del capitalismo surgiendo a finales del siglo diecinueve, con la formación de los “monopolios”. Desde Lenin (1965) este desarrollo supuestamente nuevo en el centro se ha vinculado causalmente con el “imperialismo”, es decir, la explotación de las áreas periféricas por los capitales monopólicos del centro. Amin (1977) reserva el término imperialismo para esta clase de explotación y llama a la explotación capitalista anterior de la periferia, “expansionismo”. El surgimiento del “capitalismo monopólico” se piensa que involucra un cambio en la operación del proceso de acumulación. El establecimiento de precios monopólicos dentro de los mercados nacionales y la extracción de ganancias adicionales por las grandes firmas ha sido entendido como una nueva separación, en la que la distribución de plusvalía está distorsionada. El llamado “sector monopólico”, sector en el que las firmas mayores dominan los tipos más lucrativos de producción, se piensa que obtiene una mayor proporción de la plusvalía total, drenando plusvalía del “sector competitivo”.

Adicionalmente, el crecimiento de los gastos estatales y los aumentos en el salario social se entienden como subsidio a los costos de reproducción de la fuerza de trabajo, que así rebajan la cuenta de salarios del “capital monopólico”. El gasto estatal, especialmente en fuerzas militares, se piensa que aporta una salida necesaria para el “exceso económico” (Baran y Sweezy, 1966) y para ayudar a resolver las irracionalidades de la producción capitalista, aportando oportunidades de empleo y de inversión no generadas en el sector privado. La dominación del “capital financiero” (una coalición de capital bancario e industrial) (Hilferding, 1981) en combinación con la involucración mucho más directa de los estados auspiciando el desarrollo económico (Poulantzas, 1973) se alega que han tenido importantes efectos en las tendencias del proceso acumulativo. Planteando la posición directamente opuesta a la de Kay (1975) examinada anteriormente, Mandel sostiene que el surgimiento del imperialismo capitalista monopólico y la exportación de capital inversionista a la periferia le ponen un freno al desarrollo del capital originario de la periferia, que había comenzado durante el periodo de capitalismo competitivo. La tasa declinante de ganancia en el centro condujo a una exportación masiva de capital inversionista a la periferia, pero la naturaleza monopólica de este capital y el uso del poder del estado en el colonialismo formal condujeron a la explotación del subdesarrollo de la periferia, según Mandel.

Mandel, Amin y Arghiri Emmanuel (1972) sostienen que la relación centro/periferia se alteró durante finales del siglo diecinueve debido al surgimiento en los ańos de 1880, de un diferencial salaria entre los trabajadores del centro y los de la periferia. Previo a eso, los trabajadores tanto del centro como de la periferia habían recibido salarios de subsistencia, pero a finales del siglo diecinueve, debido a la disminución del ejército de reserva del trabajo en Inglaterra y a causa del éxito parcial de las luchas de clase allí, los salarios de los trabajadores ingleses comenzaron a elevarse por encima de la subsistencia. Esto produjo el “intercambio desigual” analizado por Emmanuel (1972) en el que el comercio centro/periferia llegó a ser el “intercambio desigual de iguales”. Cuando hay un diferencial salarial que va más allá de las diferencias en productividad, el intercambio de mercado oculta una transferencia de plusvalía desde las regiones de salario bajo a las de salario alto. Esto ocurre cuando hay una igualación de las tasas de ganancia debida a los flujos de capital, pero ninguna igualación de las tasas de ganancia debidas a la migración del trabajo. Mientras tanto el trabajo como el capital han fluido desde el centro hacia la periferia y viceversa a través de la historia del sistema-mundo capitalista, Emmanuel alega que las fricciones que evitan la igualación de salarios son mayores que las fricciones que encuentran las exportaciones de capital inversionista.

Muchos marxistas plantean que los mediados del siglo veinte trajeron el surgimiento de una etapa más del desarrollo capitalista. Ésta ha sido denominada “capitalismo tardío” por Mandel y se piensa que se caracterizó por la importancia incrementada de las “rentas tecnológicas” y la ulterior institucionalización de la ciencia en el proceso de hacer ganancias (ver también Habermas, 1970). Este periodo  también se caracteriza por la gran expansión de las corporaciones transnacionales que coordinan la producción y la obtención de ganancias en una escala global.

Las alegadas consecuencias de esta nueva etapa para las relaciones centro/periferia son descritas en el capítulo 4. Mientras Kay (1975) planteaba que el capital de producción de cualquier especie que involucraba inversión y control directos de la producción periférica causaba la acumulación capitalista autónoma en la periferia, Warren (1980) planteó que es la exportación de capital industrial la que causa el crecimiento capitalista en la periferia. Siguiendo a Warren, Szymanski (1981) hizo una distinción entre imperialismo capitalista monopolista “temprano” y “tardío”, en la que solo el último tiene efectos positivos de crecimiento en la periferia.

La tesis de que la última etapa del capitalismo es menos perjudicial para el desarrollo de la periferia es compartida en un cierto grado por algunos teóricos de la dependencia (p. ej., Dos Santos, 1963; Cardoso y Faletto, 1979). Peter Evans (1979) examina el surgimiento del “desarrollo dependiente” en la periferia Latinoamericana, sobre la base de la producción de bienes manufacturados para los mercados domésticos de países Latinoamericanos por las corporaciones transnacionales. Mientras estos autores están de acuerdo en que la “nueva dependencia” (o “desarrollo asociado-dependiente”) perpetúa la estructura centro/periferia de poder de muchas maneras, ellos también creen que el desarrollo económico general se incrementa por esta nueva forma de penetración del centro. Este argumento es disputado por Frank, Amin y Mandel, que creen que el desarrollo económico real en la periferia solamente es posible en el contexto de una revolución socialista.

Como se examina en el capítulo 4, Folker Fröbel, Jürgen Heinrichs y Otto Kreye (1980) han planteado que una “nueva división internacional del trabajo” ha sido creada por las corporaciones transnacionales usando zonas de producción libre en la periferia para emplear trabajo barato para producir bienes manufacturados para el mercado mundial. John Borrego (1982) defiende que la propia jerarquía centro/periferia está desapariciendo con el surgimiento de una nueva etapa de capitalismo “meta-nacional”. Esta clase de etapa emergente de capitalismo global es también descrita por Robert Ross y Kent Trachte (próximamente).

 

Ciclos de Desarrollo del Sistema-Mundo

 

Otra visión de las etapas de desarrollo del sistema-mundo capitalista es la propuesta en el capítulo 2. Esta visión periodiza el desarrollo en términos de las características del sistema como un todo: rasgos constantes, procesos cíclicos y tendencias seculares. Ella sugiere un modelo modificado del modo capitalista de producción que es leal al espíritu, pero no a la letra del modelo de acumulación de Marx. El modo capitalista de producción se entiende como producción mercantil por ganancias en el mercado mundial, en el que el trabajo es una mercancía, pero por la que no siempre se paga un salario. Las relaciones de producción capitalistas se entienden como la articulación entre el trabajo asalariado en el centro y el trabajo forzado por coerción en la periferia. La interacción entre centro y periferia se entiende como fundamental para el capitalismo como sistema. Así, el imperialismo (generalmente entendido, incluyendo al colonialismo, la inversión directa, el comercio centro/periferia y el neocolonialismo) son concebidos como integrales al funcionamiento del modo capitalista de producción.

El capitalismo, pues, incluye tanto la reproducción expandida en el centro, como la acumulación primaria en la periferia. La acumulación primaria no es meramente un proceso de creación de relaciones capitalistas de producción, sino que es más bien un rasgo permanente y necesario del capitalismo como modo de producción. El estado y el sistema interestatal no están separados del capitalismo, sino que más bien son los apoyos institucionales principales de las relaciones capitalistas de producción. El sistema de estados naciones desigualmente poderosos y en competencia es parte de la lucha competitiva del capitalismo, de modo que las guerras y la geopolítica con una parte sistemática de la dinámica capitalista, no fuerzas exógenas.

Según Wallerstein (1974), la primera época de desarrollo capitalista, de 1450 a 1640, fue el periodo de transición desde el feudalismo y el surgimiento algo precario de las instituciones y relaciones de clase del modo capitalista de producción en Europa. La crisis del feudalismo, fundamentalmente una lucha de clases entre seńores y campesinos, fue resuelta por una reorganización de la acumulación sobre la base de un capitalismo primariamente agrario y una expansión territorial. El análisis de Marx (1967a: 713-50) de la “acumulación primitiva” como el proceso de creación de las bases institucionales del capitalismo, claramente se aplica a esta época. El despojo directo de África y del Nuevo Mundo que trajo capital monetario a Europa, fue seguido por la creación forzosa de un proletariado en el centro y la extensión de la servidumbre y la esclavitud en la periferia. La reorganización de la agricultura sobre una base crecientemente capitalista, aunque de maneras muy diferentes en el centro y en la periferia, fue acompańada  por el desarrollo ulterior de la producción capitalista en los pueblos del centro. El proceso de acumulación capitalista, que involucró tanto al desarrollo disparejo como a periodos sucesivos de expansión a nuevas áreas, se convirtió en el determinante principal del desarrollo en la economía-mundo europea durante el largo siglo dieciséis.

La segunda época, de 1640 a 1815, se entiende como aquella en la que la economía-mundo capitalista europea se estancó algo y luego fue estabilizada (Wallerstein, 1980a). Este fue el periodo de la hegemonía Holandesa y de la fiera competencia entre los holandeses, los ingleses y los franceses por las ganancias coloniales de los antiguos imperios portugués y espańol. La competencia entre los ingleses y los franceses por la hegemonía fue finalmente resuelta después del fracaso de la oferta de Napoleón de imperio mundial (o más temprano, ver Braudel – 1977: 102).

La tercera época, de 1815 a 1917, se entiende como el periodo de la expansión final del sistema capitalista al globo completo y su consolidación. Este periodo vio otra reorganización económica conocida como la revolución industrial, que fue realmente justamente otra expansión de la intensidad en capital en la producción industrial y agrícola. El “sistema de factoría” ulteriormente extendió la tendencia hacia la rápida urbanización de la fuerza de trabajo en el centro. La Pax Britannica fue seguida por el “nuevo imperialismo” en el que las nuevas potencias en auge del centro y las semiperiféricas – USA, Alemania, Italia y Bélgica, Japón y Rusia – disputaron por territorio periférico en competencia con las viejas potencias centrales. Este periodo de desorganización e intensa competencia condujo eventualmente a lo que convencionalmente se llama la 1Ş Guerra Mundial.

La cuarta época, de 1917 al presente, se entiende como la consolidación final del sistema y el comienzo del periodo de su crisis y transformación en una especie fundamentalmente diferente de sistema. Este es el periodo de la Pax Americana, la descolonización de casi toda la periferia, la integración creciente de la producción global por las firmas capitalistas (públicas y privadas) y el surgimiento de fuerzas anti-capitalistas que limitan crecientemente el margen de maniobra para la acumulación capitalista. El periodo desde 1945 se examina más detalladamente en el próximo capítulo.

Las cuatro épocas esbozadas anteriormente pueden ser entendidas analíticamente como que involucran tres especies de elementos estructurales: (1) los que subyacen los rasgos institucionales y las leyes de desarrollo que son básicos para el capitalismo como sistema; (2) los procesos cíclicos que se repiten en cada una de las épocas; y (3) las tendencias seculares que aumentan a una tasa variable durante todas las épocas. Estos elementos y algunas de sus interrelaciones han sido descritos en el capítulo 2.

Los ciclos y tendencias relacionados en el capítulo 2 deben ser aplicados a cada época con algunas calificaciones. La primera época (1450-1640), debido a la aún pobremente formada e inestable base institucional del desarrollo capitalista, no exhibió todos los rasgos característicos de épocas posteriores. Así, Portugal y Espańa, aunque realizaban algunas de las funciones de los estados hegemónicos centrales en este periodo, no fueron centros de ventaja comparativa en la producción de mercancías. El intento por los Habsburgo de imponer un imperio político a toda la economía-mundo europea, reveló una predilección pre-capitalista por la dominación política, reminiscente de los modos tributarios de producción. Es significativo que las potencias hegemónicas posteriores nunca intentaron crear un imperium mundial.

Durante la primera época el centro de hegemonía económica se movió de Venecia a Génova y luego a Antwerpe (ver Braudel, 1984). George Modelski (1978) ha planteado que Portugal jugó el rol de “gran potencia” aportando orden internacional mediante el liderazgo geopolítico durante el siglo dieciséis. La diferenciación espacial de la hegemonía económica y político-militar fue una característica común de los sistemas-mundo tributarios. Solo en la economía-mundo capitalista plenamente institucionalizada que surgió en Europa llegaron a fusionarse estos roles y esto ocurrió primero con el auge de la hegemonía holandesa en el siglo diecisiete. En la segunda época (1640-1815), la hegemonía de Ámsterdam fue plenamente establecida durante y después de la Guerra de los Treinta Ańos. Su hegemonía fue pronto desafiada por los rivales británicos y franceses. El enlentecimiento económico del siglo diecisiete fue seguido por la economía atlántica en expansión del siglo dieciocho, en la que Bretańa y Francia lucharon por la supremacía. La expansión cíclica de los imperios coloniales ocurrió cerca del final de todas las épocas. Bergesen y Schoenberg (1980) muestran que los picos de expansión (en términos del número de nuevas colonias establecidas) fueron en 1640, 1785 y 1890 (ver figura 13.4 debajo). La expansión colonial fue acompańada por más control político por los estados centrales sobre el comercio centro/periferia, mientras que durante los periodos en los que una sola potencia central alcanzó la hegemonía económica, hubo una relación comercial más determinada por el mercado entre el centro y la periferia. Este ciclo de estructuras de comercio y control centro/periferia ocurrió en todas las épocas.

La tercera época (1815-1917) puede ser entendida como el periodo “clásico” en términos de las tendencias y ciclos descritos anteriormente. Los británicos llegaron a la hegemonía tanto político-militar como económica después de la derrota de los franceses en una serie de guerras desde 1756 hasta 1815. El fracaso de Napoleón de imponerle un imperium a la economía mundial permitió que la hegemonía británica en la producción se expandiera hacia los mercados del continente y los nuevos estados independientes de América Latina.

La cuarta época (de 1917 al presente) es confusa en la medida en que es un periodo en el que las contradicciones del desarrollo capitalista chocan con ciertos “efectos de techo” u obstáculos que restringen el reajuste del proceso de acumulación capitalista (Chase-Dunn y Rubinson, 1979). Por ejemplo, un número de las tendencias seculares descritas llegaron a sus límites. Ya no hay más sociedades humanas para que el modo capitalista de producción las invada y conquiste. Ya no hay más territorio a capturar por los estados centrales colonizadores. Como indicó Lenin, la expansión ulterior por estados centrales en competencia debe involucrar la redivisión del territorio ya conquistado. Esta restricción de la expansión ha sido ulteriormente exacerbada por el logro de la soberanía formal en casi  toda la periferia. Así, los estados centrales competidores a menudo deben pugnar unos con otros por el acceso a la periferia, ofreciendo mejores términos. Este es un grito lejano del Congreso de Berlín sobre África en 1885, en el que los estados centrales dividieron ese continente entre ellos sin consultar en absoluto a los africanos.

Estos efectos de techo que limitan la ulterior expansión del sistema capitalista a nuevas poblaciones y territorios, por supuesto que no descartan su profundización. Ellos sin embargo sí tienden a limitar los grados de libertad disponibles para el capital en su intento por ajustarse a las contradicciones creadas en su propio desarrollo. Igualmente, las revoluciones “socialistas” que han tomado el poder estatal en la semiperiferia y en la periferia crean obstáculos a la maniobrabilidad del capital. Si el periodo presente es de transformación, debemos esperar una combinación de los viejos ciclos característicos de épocas previas con nuevas instituciones y formas de lucha que surgen. Una de las tareas más importantes es sortear los procesos del viejo sistema de los anuncios de uno nuevo.

Por ejemplo, el esquema del capítulo 2  predeciría que la declinación de la hegemonía de los Estados Unidos de América sería seguida por un periodo de conflicto intenso entre estados centrales, la expansión colonial en la periferia y el surgimiento de un nuevo estado central hegemónico. Un número de nuevos rasgos de desarrollo del sistema-mundo pueden modificar este escenario, no obstante. La recolonización de la periferia por los estados centrales parece improbable. Los sustitutos funcionales, en forma de diplomacia de cańoneras, intervención encubierta y la disputa acerca de los “patios” o esferas imperiales de influencia, pueden traer una similitud de los viejos imperios coloniales, pero las diferencias son importantes. Los costos del imperio indudablemente han aumentado en este mundo en que los estados periféricos se juntan para demandar un “nuevo orden económico internacional”, aunque el éxito de esta solidaridad periférica haya sido limitado. El surgimiento de un nuevo estado hegemónico, o bloque de estados, en los próximos cuarenta ańos parece también improbable. Tan probable es el surgimiento de alguna forma limitada de autoridad política mundial que siga a un periodo de desorganización (o guerra) entre los actuales estados centrales. La formación mundial de estados representaría un cambio sistémico fundamental.

Con las anteriores calificaciones al esquema cíclico en mente, permítasenos ahora comparar el enfoque de sistema-mundo del desarrollo capitalista periodizante con el enfoque de las “etapas del capitalismo” esbozado en la primera parte de este capítulo.

 

Diferencias Entre los Dos Tipos de Periodización

 

Hablando ampliamente, el enfoque de ciclos mundiales enfatiza la continuidad de los procesos capitalistas básicos en cada uno de los periodos, mientras que el enfoque de las “etapas del capitalismo” enfatiza las diferencias de forma y consecuencia.

El enfoque de Wallerstein implica que el capital de producción (tanto el agrícola como el industrial) siempre ha sido la fuerza impulsora del desarrollo, de modo que en cada época han ocurrido “revoluciones industriales”. En el siglo dieciséis no fue el capital mercantil sino el capital de  producción en la agricultura y las manufacturas en los pueblos el que revolucionó las relaciones de clase, creó la base para una productividad incrementada y un conjunto fortalecido de estados en el centro. En el siglo diecisiete fue la ventaja reproductiva de Ámsterdam en la industria del arenque, las lecherías y la construcción de buques la que fue la base de su hegemonía, no solo del “comercio armado” mercantil (Wallerstein, 1980: capítulo 2). Similarmente, la inversión en la periferia por las grandes compańías contratistas, el establecimiento de plantaciones dotadas con esclavos y la extensa exportación de capital de Ámsterdam a otros países centrales así como a las áreas periféricas (Barbour, 1963) no pueden ser entendidos bajo la rúbrica de “capital mercantil”.

El análisis de Sidney Mintz (1985) del lugar de la producción y el consumo de azúcar en el desarrollo del sistema-mundo moderno describe a las plantaciones de cańa en el Caribe como “factorías de campo”. Mintz (1985: 46-52) discute que estas empresas agrícolas, que combinaban la siembra con una operación de procesamiento para producir sacarosa cristalizada, fueron una importante y temprana instancia del sistema de factoría. El  enjundioso examen de Mintz (1985: 59-61) de la naturaleza capitalista del sistema de plantación califica en algún grado su anterior discusión de que los esclavos productores de azúcar pueden ser entendidos como proletarios (Mintz, 1977). Él enfatiza las conexiones procesuales entre la esclavitud del Nuevo Mundo y el capitalismo de base salarial que se estaba expandiendo en Inglaterra, pero también indica importantes diferencias entre ambos. Estas diferencias se reconcilian con una comprensión del capitalismo, una vez que empleamos las nociones de formas central y periférica del capitalismo, necesariamente vinculadas entre sí.

 Algunos autores han discutido que el sistema de plantación de base esclavista era una forma de capitalismo mercantil, planteo éste que aparentemente sería contradicho por el hecho que las plantaciones involucraban la inversión directa de capital central para producir mercancías. Para Marx el capitalismo mercantil era definido como la compra de bienes que son revendidas con ganancia. La idea del capital mercantil ha sido extendida más allá de su definición, especialmente por Fox-Genovese y Genovese (1983). Ellos vinculan su idea del capital mercantil con la producción esclavista y enfatizan la cosmovisión anti-capitalista de los poseedores de esclavos como evidencia de que ellos no eran capitalistas. El trabajo anterior de Genovese (1971, 1974) demuestra fascinantes vínculos entre la conciencia, la ideología, la resistencia y las estructuras económicas, pero el planteo de que los ideales aristocráticos de los poseedores de esclavos prueba que ellos no fueran capitalistas iguala las posiciones ideológicas y estructurales con demasiada simpleza. Las críticas por los dueńos de esclavos de los suburbios industriales y del nexo estúpido con el dinero en efectivo del impersonal sistema salarial (en contraste con su propia preocupación paternal por sus esclavos) pueden más bien ser interpretadas como el fruto de la competencia política entre dos grupos de capitalistas con intereses en conflicto. No sería la última vez (ni tampoco la última) que un grupo de capitalistas con inversiones enterradas en una cierta forma o escala de producción emplearan la ideología del paternalismo (o del nacionalismo) contra un nuevo grupo competidor.

La tendencia de los estados a interferir con el comercio, regular la producción, el establecimiento de gremios y asociaciones que intentaban proteger las posiciones de ciertos productores, no se ven como características únicas del periodo de “mercantilismo”. Más bien estos intentos de usar las organizaciones políticas para garantizar las ventajas de mercado se entienden como momentos normalmente recurrentes del propio desarrollo capitalista. Todo capital está ansioso por obtener la protección política de sus propios mercados y recursos. Los argumentos a favor del comercio libre los emplean aquellos que temen el control político de los demás. Bajo esta luz, es como se hacen más evidentes las similitudes del “mercantilismo” con el “capitalismo monopólico”. Esto es lo que plantea Braudel (1977: 95), pero él argumenta que la creación de un mercado doméstico protegido solo llegó a ser crucial en el siglo diecinueve. Previamente a esto, según Braudel, eran las ciudades-estado más bien que los estados-naciones las que realizaban el rol de potencias hegemónicas centrales. Podría ser  más bien que ciertos procesos crean una tasa bastante constante entre el tamańo del mercado doméstico de la potencia hegemónica central y el tamańo total del sistema. Así, las Provincias Unidas de Ámsterdam pueden ser entendidas como intermedias entre el pequeńo territorio “nacional” de Venecia y la Gran Bretańa de Londres. Y, por supuesto, el tamańo gigante del mercado interno de los Estados Unidos de América se corresponde con la mayor extensión y densidad del mercado mundial contemporáneo.

Algunos de los proponentes de la visión de “etapas del capitalismo” de la periodización han propuesto el argumento de que la forma y las consecuencias de la relación centro/periferia han cambiado de un periodo a otro. El despojo fue seguido por el comercio y éste por las producción directa para la exportación y luego el control corporativo transnacional de la producción para el propio mercado periférico. Si bien está claro que las formas de explotación del trabajo en la periferia han cambiado, el proceso básico subyacente de “acumulación primaria” (en el sentido de control políticamente coercitivo del trabajo) ha sido un rasgo reproducido de la relación centro/periferia claramente hasta el presente.2

Es claro que la forma de acumulación primaria ha cambiado de época en época y en algún sentido se ha hecho menos “primitiva” – o sea, más próxima en forma al trabajo “libre” del centro. Así, el despojo directo del tesoro y los esclavos fue reemplazado por el establecimiento  de trabajo “cosechado por coerción” (la esclavitud y la servidumbre capitalistas) – lo que fue más tarde reemplazado por las economías comerciales coloniales en las que por el trabajo, o bien se pagaba un salario por debajo de la subsistencia, o los pequeńos productores de mercancías eran explotados mediante un intercambio desigual de mercado políticamente controlado. Las formas neo-coloniales de explotación del trabajo están indudablemente más próximas en la forma al trabajo “libre” del centro, pero son aún más determinadas por la coerción política directa.

Giovanni Arrighi (1978) plantea que las diferentes formas de relaciones centro/periferia son usadas en todos los tiempos, con peso variable que depende del periodo y de la situación histórica de la potencia central particular. El más probable es el caso de que la penetración “económica” de la periferia por los mercaderes, los colonizadores y la inversión directa sea más prevaleciente durante los periodos de crecimiento rápido en la economía-mundo, mientras las formas más coercitivas de penetración (el colonialismo formal, el comercio monopólico y el trabajo forzado) son empleados más frecuentemente cuando la economía-mundo está en contracción y los productores en competencia confían más en el poder del estado para proteger o extender su porción de plusvalía mundial.

Puede ser cierto que la brecha entre el grado de coerción de trabajo central versus periférico se haya estrechado, pero con toda certeza no se ha eliminado. Lo que queda claro desde una perspectiva de largo plazo es que la forma jurídica de control del trabajo, sea o no el trabajo pagado formalmente como un salario, no es la única determinante de la naturaleza mercantil del trabajo. Tampoco es la única dimensión de la jerarquía centro/periferia. Aún si la economía-mundo entera estuviera compuesta de capitalistas y trabajadores asalariados, el sistema interestatal tendería a reproducir la jerarquía centro/periferia. El tamańo de la brecha relativa entre los ingresos de los trabajadores centrales y los periféricos se ha incrementado grandemente en el largo plazo, mientras los niveles absolutos de vida se han elevado, aunque sea de manera dispareja, en la periferia. Así, la pauperización ha tendido a ser relativa más bien que absoluta (ver capítulo 12), mientras la explotación (en el sentido Marxista formal) ha aumentado en todas partes.

La perspectiva wallersteiniana de sistemas-mundo implica que siempre ha habido un diferencial salarial centro/periferia, en contra de los argumentos de Emmanuel, Amin y Mandel, de que éste se desarrolló solamente en el siglo diecinueve tardío. Este diferencial ciertamente ha aumentado con la operación a largo plazo del sistema, pero los trabajadores y estratos medios del centro siempre han tenido ventajas políticas así como una involucración en tipos de producción más lucrativos y más calificados y estos factores dieron como resultado ingresos promedio más altos para los trabajadores del centro desde el siglo dieciséis en adelante. Este problema se considera ulteriormente en el capítulo 10.

Brenner (1977) ha hecho una importante crítica del planteo de Wallerstein de que la “segunda servidumbre” en Europa del Este fue una respuesta capitalista a las oportunidades de mercado creadas por la división del trabajo que surgió entre el centro y la periferia en el largo siglo dieciséis. Brenner plantea que el sistema en el que los siervos estaban legalmente vinculados al trabajo en el lote del terrateniente no permitía aumentos en la productividad mediante el uso de técnicas nuevas. Así, él reivindica que no era capitalista. Por supuesto que es cierto que el trabajo forzado por coerción es algo incompatible con los procesos de producción intensivos en capital. Pero difícilmente fuera esta la cuestión para los terratenientes polacos que deseaban producir algo para intercambiarlo por productos de Europa Occidental. Su posición de clase les daba una ventaja política que hacía que el uso de la coerción fuera racional desde del punto de vista de sus propias ganancias.

Contrario a lo que implica Brenner, Wallerstein no ha dicho nunca que el trabajo forzado por coerción es la forma más eficiente o productiva desde el punto de vista del sistema completo. El trabajo del siervo, aunque no es muy productivo, fue parcialmente mercantilizado en el sentido en que fue sometido a explotación para el propósito de la producción lucrativa de mercancías y sus “precios” (los costos de la coerción política) influyeron en los costos de producción y en la lucratividad de la operación. Brenner reivindica que la naturaleza jurídica de la servidumbre le evitaba responder a las fuerzas del mercado, pero la servidumbre de los campesinos polacos en el siglo dieciséis fue llevada hacia adelante en respuesta a la demanda de grano de Europa Occidental. Y la explotación coercitiva de los siervos europeos occidentales en el siglo diecisiete fue una respuesta a los precios mundiales declinantes del trigo (Wallerstein, 1980a: 129-44).

Otro punto de disputa entre los dos tipos de periodización es si las consecuencias de  la penetración del centro a la periferia han cambiado o no con las reorganizaciones del capital dominante y las relaciones centro/periferia. Como se declaró anteriormente, Kay (1975) y otros (Warren, 1980; Szymanski, 1981) han planteado que la inversión transnacional contemporánea en los países periféricos crea la posibilidad para un desarrollo económico capitalista autónomo en estos países. Por otro lado, muchos teóricos de la dependencia han planteado que la consecuencia de la inversión transnacional es continuar subdesarrollando a los países periféricos en relación con los demás países periféricos que son menos dependientes de la inversión extranjera. La investigación comparativa entre naciones sobre el periodo de postguerra de la 2Ş Guerra Mundial revela que los países que tienen mayores niveles de penetración por el capital extranjero crecen más lentamente (manteniéndose lo demás igual) que los países con niveles más bajos de penetración corporativa transnacional (Bornschier y Chase-Dunn, 1985). Adicionalmente, se ha demostrado que, en contra del argumento de Szymanski, es la inversión transnacional en la manufactura la que tiene mayores efectos negativos en el crecimiento económico nacional agregado. Estos estudios revelan que los flujos de entrada de la inversión de capital extranjero tienen efectos positivos sobre el crecimiento del PNB, pero consecuencias negativas de largo plazo ya que los efectos de las distorsiones estructurales y la repatriación de ganancias se extienden a la economía nacional como un todo. La implicación de estos hallazgos es que el capital central continúa teniendo el efecto de recrear la brecha entre el centro y la periferia. Los cambios en la forma y estructura de las relaciones centro/periferia que han ocurrido en el siglo veinte no han operado para eliminar el desarrollo del subdesarrollo.

Pudiera ser el caso que, al igual que es conocido que los términos de comercio entre el centro y la periferia se alternan cíclicamente a favor de, o contra la periferia (Barrat-Brown, 1974), la brecha salarial también exhiba un incremento tanto cíclico como secular. Si esto es cierto, el aumento notado por Mandel (1975) y Amin (1975) en los ańos de 1880 puede haber sido parte de un desplazamiento cíclico más bien que una tendencia completamente nueva en las relaciones centro/periferia como ellos alegan. De las investigaciones sobre las tendencia recientes en el diferencial salaria centro/periferia se informa en el capítulo 12.

Una explicación del desarrollo disparejo es el efecto que tiene la lucha de clases sobre la concentración de capital en un área particular. La acumulación exitosa usualmente está acompańada por la elevación de salarios, debida a la demanda de trabajo calificado, el agotamiento del ejército de reserva de los desempleados y el crecimiento de los sindicatos, que le permite a los trabajadores influir en el acceso a los empleos y en el nivel de salarios. Este proceso de lucha de clases causa eventualmente que el capital fluya a áreas en las que el trabajo es más barato, para obtener una ventaja competitiva. Esto es parte de la explicación del flujo de capital a la periferia. Pero el continuado abaratamiento de las entradas de capital constante por el desarrollo tecnológico también puede causar que el trabajo barato en la periferia pierda su ventaja competitiva. Así, como indica Mandel, la producción agrícola intensiva en capital dentro de los países centrales en el siglo veinte ha reemplazado a mucha de la producción agrícola periférica intensiva en trabajo. Este proceso de “vaivén” del desarrollo disparejo, la concentración alternante y la extensión de las técnicas y la inversión de la producción capitalista, crea un ciclo en el que la brecha entre los salarios centrales y los salarios periféricos pueden hacerse alternativamente mayores o menores. Aunque la brecha definitivamente ha aumentado en los cien últimos ańos (capítulo 12), falta por demostrarse empíricamente si esta tendencia contiene o no un ciclo.

Al examinar las diferencias entre el siglo veinte y épocas anteriores, es importante distinguir lo que es superficialmente diferente de lo que revela una crisis fundamental del capitalismo. Una razón para considerar cuidadosamente el problema de la periodización dentro del modo capitalista de producción es que podamos ser capaces de distinguir aquellas nuevas formas que reproducen el capitalismo, de las otras que podrían transformarlo. La mera escala de los fenómenos en el siglo veinte, la tasa de cambio, el tamańo de las organizaciones, la naturaleza global de la producción y el consumo, se suelen ver como diferencias cualitativas respecto a épocas anteriores. El enfoque de ciclos mundiales enfatiza la continuidad con las épocas anteriores en términos de los procesos subyacentes que funcionan, pero también nos alerta sobre aquellos rasgos clave que deben ser vigilados para detectar signos de transformación estructural.

El examen del crecimiento del poder monopólico y oligopólico o del surgimiento de una nueva etapa de “capitalismo monopolista”, a menudo asume que el uso de las distorsiones de precios políticamente organizadas alteran las reglas subyacentes del desarrollo capitalista. Sobre esta base, algunos marxistas han planteado que el volumen 1 de El Capital de Marx ya no es relevante para el análisis del desarrollo, porque asume precios de equilibrio y competencia entre capitales. En el capítulo 4 yo planteo que no es éste el caso. La economía-mundo sigue siendo una arena muy competitiva en la que no hay monopolios de largo plazo. La tasa de ganancia que se iguala en el largo plazo es la tasa de ganancia “adicional”, que incluye las ganancias debidas al ejercicio del poder monopolista. Bajo esta luz, El Capital, con algunas revisiones (la adición del sistema interestatal y la lucha de clases) sigue siendo relevante para entender el desarrollo capitalista contemporáneo.

También, en el siglo veinte tenemos el “capitalismo de estado”, en el que los propios estados actúan como firmas que están compitiendo en el mercado mundial. Aquí el uso de la movilización política, de la coerción y de la ventaja productiva se combinan de una manera muy directa. Este, no obstante, no es un rasgo completamente nuevo. El poder político siempre ha sido usado para distorsionar los procesos de mercado a favor de ciertos grupos. Lo que sigue siendo el caso en esta época es que no hay ninguna autoridad política general que pueda controlar la arena completa de la competencia económica, de manera que el proceso de acumulación capitalista continúa. Miremos ahora más en detalle al periodo desde la 2Ş Guerra Mundial.

Capítulo 4: El Sistema-Mundo Desde 1945: żQué Ha Cambiado?

 

Para responder completamente la pregunta hecha en el título de este capítulo, necesitaríamos una formulación clara de la lógica estructural profunda de la economía-mundo capitalista y una manera de determinar el grado en que los nuevos desarrollos han alterado esta lógica. El nivel de especificación obtenido respecto a la naturaleza del modo capitalista de producción en el capítulo 1 es algo crudo. Sin embargo, podemos emplearlo y el esquema presentado en el capítulo 2 para hacer algunas conjeturas acerca del grado de cambio. Es de interés en un ejercicio tal el problema de cuándo el cambio cuantitativo se convierte en cambio cualitativo.

 

żUna Nueva Etapa del Capitalismo?

 

Varios analistas reciente reivindican que el capitalismo ha entrado en una nueva etapa desde la 2Ş Guerra Mundial. Este planteo utiliza la noción de que el capitalismo pasa a través de etapas que difieren entre sí de maneras sistémicamente importantes.1 En el capítulo 3 he planteado que una teoría de ciclos y tendencias puede responder de la mayoría de los cambios en las épocas que se reivindican como etapas del capitalismo. Aquí quiero enfocar los cambios que se alega que han ocurrido desde la 2Ş Guerra Mundial o que están ocurriendo ahora.

Albert Szymanski (1981: 95) sostiene que ocurrió una transición del “imperialismo capitalista monopolista temprano” al “imperialismo capitalista monopolista tardío” alrededor de 1960. John Borrego (1982) habla de la reciente transición de la acumulación capitalista nacional a la meta-nacional. Robert Ross y Kent Trachte (próximamente) hablan de la transición del capitalismo monopolista al capitalismo global.

Las observaciones sustantivas en las que se basan las reivindicaciones de una transición cualitativa difieren entre los diferentes autores. Szymanski plantea que la etapa más reciente se basa en la descolonización y la industrialización de la periferia. Borrego y Ross y Trachte enfocan la importancia incrementada de las firmas que operan globalmente. Debajo se analizarán estos planteos y otros más.

Este examen de las varias reivindicaciones acerca del cambio cualitativo se organizará en los siguientes tópicos:

1 la transnacionalización del capital;

2 las rentas tecnológicas;

3 la nueva división internacional del trabajo;

4 las clases mundiales y la formación mundial de estados; y

5 un sistema-mundo socialista.

 

La Transnacionalización del Capital

 

Algunos científicos sociales, al acabar de percibir la realidad de la economía-mundo, han asumido que su importancia como una lógica sistemática que tiene los mayores efectos en el desarrollo de subunidades es de origen muy reciente (p. ej., Michalet, 1976) o que solo recientemente se ha convertido en transnacional2 (Hymer, 1979). Estas reivindicaciones pueden ser descompuestas en sus argumentos constituyentes, que involucran la lógica de las decisiones de inversión, la monopolización, los efectos sobre los estados y los efectos en los precios y el valor. Debajo se examinarán los argumentos acerca de los efectos sobre el crecimiento y la reorganización de las firmas transnacionales en los países periféricos, en la sección sobre la “nueva división internacional del trabajo”.

Es innegable que las firmas transnacionales han crecido en tamańo e importancia desde 1945. Su expansión y operaciones en países particulares han sido objeto de muchos estudios excelentes (Biersteker, 1978; Evans, 1979; Gereffi, 1983; Bennet y Sharpe, 1985) así como varios aspectos de las instituciones económicas y políticas dentro de los países centrales, que han afectado el crecimiento de la inversión transnacinal (Karsner, 1978; Hawley, 1983; Lipson, 1985). Algunos analistas presentan el hecho de este crecimiento como evidencia de que la lógica del sistema-mundo debe haber cambiado. Esta conexión necesita ser examinada.

Las grandes compańías de contratación fueron las primeras corporaciones transnacionales, que se comprometieron tanto en el capitalismo mercantil (comprando barato y vendiendo caro) como en el capitalismo productivo (en la organización directa de la producción de mercancías). Ellas eran compańías de acciones conjuntas a las que se le asignaron derechos monopólicos y protección político-militar por los estados centrales individuales a los que estaban vinculadas. Estos “monopolios”, no obstante, eran usualmente incompletos y de corta vida, porque la competencia entre las compańías contratistas de diferentes estados centrales era rampante.

Algunos autores han alegado que las corporaciones transnacionales contemporáneas está controladas por grupos internacionales de capitalistas no alineados con ningún estado central particular (p. ej., M. Dixon, 1982). En términos de la propiedad de las acciones, se ha demostrado que casi todas las firmas transnacionales modernas son, de hecho, propiedad y están bajo el control de capitalistas de un solo estado central (Mandel, 1975). De todas maneras, hay alguna co-participación en la propiedad que atraviesa las fronteras nacionales. Este rasgo, sin embargo, no es nuevo. Barbour (1963) informa que los mercaderes insatisfechos del siglo diecisiete de Ámsterdam, incapaces de obtener participación en la Compańía Holandesa de la India Oriental, fueron instrumentales en la formación de la Compańía Inglesa de la India Oriental.

El hecho de que algún capital era transnacional en el siglo diecinueve no contradice el planteo de que ahora sea más transnacional. La pregunta es, żqué importa eso para la lógica de las decisiones inversionistas y la acumulación del capital? Las grandes compańías contratistas, junto con las plantaciones y minas periféricas, eran operadas primariamente según la lógica del capital productivo más bien que meramente capital mercantil (Barr, 1981). Pero indudablemente el caso es que la organización directa de la producción por el capital se ha hecho mucho más fuertemente establecida desde el siglo diecisiete. El capital mercantil, comprando productos de productores independientes, ha sido crecientemente reemplazado por capital productivo que controla directamente la producción de mercancías. Los costos de transporte y comunicaciones han declinado en forma geométrica, facilitando la expansión de la extensión espacial de las estrategias de inversión. Así, la economía-mundo está más integrada por decisiones inversionistas globales y por la búsqueda de fuentes internacionales que nunca antes. Pero, żconstituye esto un cambio de lógica o meramente un cambio de escala?

El esquema que se presenta en el capítulo 2 responde bastante bien de la mayoría de los cambios recientes, especialmente al designar las tendencias hacia la transnacionalización, la intensidad en capital y el tamańo creciente de las firmas. Podría, no obstante, plantearse que estas tendencias cuantitativas han conducido a cambios cualitativos en la naturaleza del juego.

Una consecuencia innegable de la creciente integración de la economía-mundo por las corporaciones transnacionales y el desplazamiento que la aleja del capitalismo mercantil es el incremento de la sistemicidad del sistema. El capitalismo mercantil comercia con mercancías entre regiones que no se han llegado a integrar plenamente como sistemas de producción. Mark (1967b) describe como el capital mercantil eventualmente crea “trabajo abstracto” al someter especies cualitativamente diferentes de producción a un estándar equivalente – el “tiempo de trabajo socialmente necesario”. Los sistemas no integrados tienen estructuras de precios que varían según su carácter único social y estructural, las diferencias de dotación natural y las técnicas de producción.

El capital mercantil mueve bienes desde áreas donde son baratas a áreas  donde son caras, en el “intercambio de desiguales” (Amin, 1980a). Pero la consecuencia de largo plazo de tales intercambios es alterar la asignación de tiempo de trabajo en ambas áreas, de manera que se muevan hacia la formación de un solo sistema equilibrado en términos de la asignación “eficiente” de trabajo y demás recursos escasos.

Ningún sistema de mercado está jamás en equilibrio perfecto en el sentido anterior y realmente una cierta desigualdad de los valores del trabajo es parte de la naturaleza institucional de la economía-mundo capitalista – el intercambio desigual entre el centro y la periferia (Emmanuel, 1972). La consecuencia de largo plazo de la acción de intercambio de mercado es producir un solo conjunto interaccional de precios que reflejen la racionalidad competitiva de un sistema de mercado. La mayoría de las barreras estructurales restantes a la igualación de salarios y otros precios son generadas por la estructura del propio capitalismo. Generalmente no son “remanentes” del pasado, sino que ellas mismas son producidas por la competencia y el conflicto entre clases y estados en el contexto del modo capitalista de producción.

Las tendencias hacia la transnacionalización del capital, la integración ulterior de la economía-mundo y la creciente importancia de las decisiones de producción en una escala global, reducen la importancia de los remanentes de sistemas pre-capitalistas. El modo capitalista de producción se hizo dominante en la economía-mundo europea del largo siglo dieciséis, pero siguió interactuando con los modos pre-capitalistas de producción que continuaron teniendo alguna influencia en el desarrollo histórico del sistema. Al expandirse, éste incorporó a otros sistemas socio-económicos a sí mismo y estos también han dejado algunos remanentes institucionales que han influido las configuraciones particulares de desarrollo en diferentes áreas (Wolf, 1982; Nolan y Lenski, 1985). Algunos aspectos institucionales de estos modos pre-capitalistas de producción indudablemente quedan, pero su importancia ciertamente ha disminuido con la creciente integración del sistema.

Algunos analistas han planteado que la creciente importancia de las corporaciones transnacionales ha alterado la lógica del capitalismo hacia un sistema más competitivo, más monopólico y más monolítico. Es cierto que un componente grande y creciente del comercio internacional está compuesto por las tansferencias intra-firmas. El efecto de esto, se plantea, es la disminución de la cantidad total de competencia en el sistema.

Este planteo es análogo al examen de la transición del capitalismo competitivo al monopólico (ver capítulo 3). Se alega que hubo una vez una etapa del capitalismo en la que el estado no interfería en las decisiones de producción ni en los mercados, sino que meramente aportaba apoyo institucional para la operación de mercados libres de tierra, trabajo y capital. Las firmas eran pequeńas, los costos de arrancada era bajos y así el sistema competitivo de mercado forzaba a las firmas a producir lo más barato posible y a vender sus productos a los precios más bajos posibles.

Se alega que esta versión describe a la Bretańa de finales del siglo dieciocho y del siglo diecinueve temprano. De hecho describe ciertos sectores de la economía británica que se han idealizado en el mito económico. Es cierto que el capitalismo es un sistema dinámico que siempre ha tenido un “sector competitivo” de alto riesgo, de empresarios de pequeńa escala y que en ciertos periodos en ciertos países, algo que se aproxima al modelo del mercado libre ha operado realmente.

Una vez que enfocamos la economía-mundo más bien que las economías nacionales, se esclarece un número de cosas.  Primero, la mayoría de los estados han intentado la mayoría del tiempo de influir las fuerzas de producción y de mercado a favor de algún  grupo de capitalistas. El estado de laissez-faire es meramente un caso especial, en el que un conjunto de capitalistas comparativamente aventajados ha tenido éxito en reducir el favoritismo político anteriormente ofrecido a otro conjunto. Segundo, aunque los monopolios están garantizados por los estados y puestos en vigor dentro de las municipalidades y por otras organizaciones políticas, carteles, gremios, sindicatos, etc., no hay monopolios de largo plazo en la economía-mundo capitalista. Las organizaciones políticas que garantizan a los monopolios están ellas mismas en competencia entre sí y como ninguna puede realmente escapar la interacción en la arena mayor durante mucho tiempo, las propias medidas proteccionistas y derechos monopólicos están sometidos a una lógica de competencia.

Estas observaciones no son menos ciertas en los ańos de 1980 de lo que lo fueron en siglos previos, excepto que el tamańo de las firmas mayores ha aumentado en relación con el tamańo de los estados. Es este último desarrollo el que ha causado que algunos autores planteen que el capitalismo competitivo se ha transformado en capitalismo monopólico.

El establecimiento de precios monopólicos le permite a las firmas pasar los costos a aquellos consumidores sobre los cuales tienen alguna influencia política directa o indirecta. Si el sistema-mundo tuviera un solo aparato estatal general, los monopolios verdaderos y completos podrían mantenerse. Pero en una economía-mundo con un sistema interestatal competitivo, los monopolios son parciales y temporales.

A nivel global no hay industrias que puedan ser descritas como no competitivas, a pesar del crecimiento de las firmas transnacionales. La reciente acumulación de acero, automóviles, petróleo, barcos y otras mercancías mundiales nos recuerda la continuada “anarquía de las decisiones de producción” que siempre ha sido un rasgo del capitalismo (Strange y Tooze, 1981). Ross y Trachte (próximamente) plantean lo opuesto: que el surgimiento del capitalismo global incrementa la competitividad del sistema al no garantizarse más porciones de mercado dentro de las fronteras nacionales. El mercado relevante para las industrias centrales de punta ha sido siempre el mercado mundial (los mercados tanto nacional como internacional).

El auge del oligopolio centro de los mercados nacionales capacitó a las firmas centrales a competir en términos de desarrollo de productos en lugar de por competencia en precios  dentro de sus “propios” mercados nacionales, mientras los mercados internacionales han sido y continúan siendo más competitivos en precios. El ciclo de productos, en el que se desarrollan nuevos productos en los países centrales y los productos más viejos se mueven  para una competencia de segunda instancia en a países semiperiféricos, no es nuevo. Las empresas conjuntas entre las firmas de automóviles y electrónicas japoneses y norteamericanas pueden ser algo nuevas, pero no constituyen un oligopolio a nivel global.

Ross y Trachte también reivindican que la fuga de capital ha asumido nueva significación como una palanca clave de dominación en la relación entre capital y trabajo. Es claramente cierto que la escala espacial de localización de la producción se ha expandido más allá de la capacidad organizacional de los sindicatos contemporáneos, pero esto también ocurrió en el siglo diecinueve tardío y en el veinte temprano al salir la producción textil de Nueva Inglaterra a los estados del Sur de los EUA. Un sindicalismo realmente internacional podría una vez más capacitar a los trabajadores para combatir la capacidad del capital de utilizar el chantaje del empleo, aunque hay pocas seńales visibles de una nueva ola de internacionalismo sindical.

Varios analistas han sugerido que la importancia incrementada de las corporaciones transnacionales ha disminuido el poder de los estados-naciones. Raymond Vernon declaró esta tesis muy fuertemente en su La Soberanía a Raya (1971). Una versión modificada ha sido examinada por Marlene Dixon (1982) en su ensayo sobre el “poder dual”. Está claro el caso de que las corporaciones transnacionales han aumentado su poder vis-ŕ-vis los estados periféricos pequeńos. Y simplemente como una función de su tamańo, las firmas mayores pueden haber aumentado su influencia también sobre los estados centrales. Debería recordarse, no obstante, que también los estados han aumentado sus poderes. La cuestión es si la relación cambiante entre el tamańo de las firmas y el poder de los estados ha alterado o no la lógica del juego.

Anteriormente se indicó que, en contra del planteo de algunos autores, la mayoría de las firmas mayores del mundo continúan estando primariamente controladas por capitalistas de uno y otro de los estados centrales. Así, no hay firmas verdaderamente multinacionales desde el punto de vista de la propiedad. Entre las 50 mayores firmas transnacionales del mundo, solamente Unilever y Royal Dutch Shell podrían ser consideradas “binacionales” en términos de propiedad (Bergesen y Sahoo, 1985). El grado en que estas firmas pueden constituir una burguesía mundial integrada, se examina más adelante, en la sección sobre formación mundial de clases. Aquí deseo abordar la relación entre firmas y estados.

Es obvio que las firmas transnacionales no controlan sus propios ejércitos ni que tienen poderes de imposición de impuestos. La distinción usual entre firmas “privadas” y organizaciones públicas se hace muy problemática cuando consideramos el caso del capitalismo de estado. Pero, aún considerando el crecimiento del control estatal directo de l a producción, queda una importante diferenciación entre las fuentes económicas y políticas de poder en la economía-mundo capitalista.

Las firmas continúan apoyándose en los estados para la provisión de “orden”. Frederic Lane (1979) ha analizado esta interacción en términos de la noción de “renta de protección” y el estado mejor (desde el punto de vista capitalista) es aquel que provee las condiciones sociales para obtener beneficios al costo.

Las corporaciones transnacionales tienen intereses contradicciones vis-ŕ-vis los estados. Por una parte ellas necesitan un orden mundial, no meramente el orden dentro de las fronteras nacionales y esto requiere un conjunto  bastante estable de alianzas entre los estados centrales más fuertes. Por otra parte, ellas hacen grandes ganancias por su capacidad para oponer unos estados contra otros. Los estados compiten en ofrecer los mejores tratos para atraer las inversiones de capital de los transnacionales. Y los transnacionales desean mantener la maniobrabilidad que garantiza el estado multiestatal.

Sin embargo, el poder de las firmas transnacionales no debe ser sobreestimado. Su dependencia de los estados individuales es todavía muy grande. Ellas no pueden suprimir huelgas, desafíos políticos ni nacionalizaciones, sin ser capaces de movilizar las fuerzas de policía y los ejércitos controlados por los estados, de manera que deben mantener la influencia y el control sobre los estados. Esto no puede hacerse solamente por la amenaza de la fuga de capital. Debe ser hecho también apoyando a políticos amigos, pagando impuestos y demostrando “buena ciudadanía” mostrada por campańas de asuntos públicos y actividades “sociales”. Esto es lo más cierto en cuanto a sus relaciones con los estados centrales, por supuesto. Pero aún en los estados periféricos ellos deben cooptar algún apoyo, aún si esto signifique solamente sobornar algunos generales.

La tesis de la “soberanía a raya” cuando fue más creíble fue cuando fue lanzada en los ańos de 1960. En aquel tiempo la economía mundial todavía estaba creciendo. El estancamiento todavía no había levantado la bandera del proteccionismo y el uso del poder político para mantener el acceso a los mercados y a las oportunidades de hacer ganancias. Cuando el pastel se está encogiendo, el sistema-mundo se vuelve hacia un sistema mucho más estado-céntrico, que aporta la base para interpretaciones neomercantilistas “realistas” (p. ej., Krauser, 1978). La tesis de M. Dixon (1982) del poder dual es correcta. El complicado juego de la competencia en la economía-mundo capitalista es una combinación de producción lucrativa de mercancías con el uso eficiente del poder geopolítico. Pero éste no es un desarrollo nuevo. Más bien en los ańos recientes hemos experimentado un desplazamiento que ha ocurrido muchas veces antes, de la obtención de ganancias capitalistas en un mercado en expansión a la competencia geopolítica igualmente capitalista, que involucra al mercantilismo, la austeridad y la amenaza de guerra mundial.

El “financiamiento creativo” y la calidad de casino de las transacciones financieras internacionales (Strange, 1986) ciertamente se han hecho más sobresalientes en el periodo actual en parte por el salto geométrico en el tiempo de retorno del capital financiero, que se asocia con comunicaciones más rápidas y la ulterior transnacionalización del capital y la mercancía y los mercados de dinero. Pero fue en los ańos de 1920 que Hilferding (1981) proclamó por primera vez que el capital financiero había creado una nueva etapa del capitalismo porque los bancos habían tomado el control de la producción capitalista. La lucha entre el capital monetario y el capital de producción ha ido y venido adelante y hacia atrás durante siglos. La cualidad aparentemente mágica del dinero simpático siempre eventualmente ha regresado a alguna relación más estable para el uso de valores y yo espero que el actual periodo salvaje conducirá a un periodo de “desvalorización” de un modo u otro.

 

Las Rentas Tecnológicas

 

Mandel (1975) y Habermas (1970) plantean que el capitalismo posterior a la 2Ş Guerra Mundial es diferente en modos importantes porque las más grandes firmas compiten entre sí por las rentas tecnológicas derivadas de la aplicación de la ciencia y la ingeniería a la producción. Más bien que competir por los mercados para el mismo producto recortando costos y precios, las firmas mayores compiten desarrollando nuevos productos. Una versión de este argumento ha sido usada por Arrighi (1982) en su descripción de las importantes diferencias entre las últimas décadas y los periodos anteriores del desarrollo del sistema-mundo. Arrighi plantea que el énfasis en la competencia mediante la ingeniería de nuevos productos es la explicación principal de la “estanflación”, la supuestamente peculiar combinación de crecimiento económico más lento y más alto desempleo, con inflación en los precios. El carácter único de la estanflación está en alguna duda, no obstante. Goldstein (1986) plantea que siempre ha habido un retraso entre el ciclo largo de producción y el ciclo largo de los precios. Esto implicaría un intervalo “normal” de estanflación dentro de la onda K (ver Goldstein, 1988: capítulo 10).

Arrighi sin embargo puede tener razón en que la operación de las tendencias hacia el tamańo mayor de las firmas, la transnacionalización y la competencia mediante la diferenciación de productos han hecho de la estanflación un rasgo muy sobresaliente de la más reciente caída.

 

La Nueva División Internacional del Trabajo

 

Se han ofrecido varias versiones de la “tesis de la nueva división internacional del trabajo”. La versión más extrema de la tesis reivindica que la división territorial centro/periferia del trabajo ha sido eliminada, teniendo lugar globalmente la acumulación capitalista meta-nacional, independientemente de la localización territorial. Otra versión sostiene que el capitalismo periférico (basado en la acumulación “primaria” usando trabajo forzado por coerción, para producir entradas de materias primas baratas, intensivas en trabajo) ha sido eliminado como consecuencia de la industrialización de los países periféricos. Otra versión más enfatiza la autonomía política de antiguas áreas periféricas después de la descolonización y la decadencia de los imperios coloniales. Examinaremos estos argumentos por turno.

Primero describamos la jerarquía centro/periferia como ha sido conceptualizada en la perspectiva de sistemas-mundo. La base analítica subyacente de esta jerarquía territorial es la distinción entre producción central y producción periférica. Las producción central es relativamente intensiva en capital y emplea trabajo calificado, de altos salarios; la producción periférica es intensiva en trabajo y emplea trabajo barato, frecuentemente forzado por coerción. En las áreas centrales hay un predominio de producción central y la condición contraria es la que existe en las áreas periféricas. Esto significa que puede haber aguas muertas de producción periférica dentro de los estados centrales. Wallerstein define los estados semiperiféricos como áreas que contienen una mezcla relativamente de partes iguales de tipos central y periférico de producción.

Uno de los rasgos estructurales principales que reproduce esta jerarquía territorial es el ejercicio del poder político-miliatar por los estados centrales. No es simplemente un asunto de diferencias originales entre áreas en términos de niveles salariales y de estándares “históricos” de vida, como implica Emmanuel (1972). El diferencial de salarios entre trabajadores centrales y periféricos es un rasgo dinámico y reproducido del sistema. Los estados centrales (las organizaciones políticas más poderosas en el sistema) son inducidos a proveer alguna protección para los salarios de sus ciudadanos, sí como beneficios suplementarios que componen el salario social. El diferencial salarial centro/periferia es mayor que el que sería debido a diferencias en la productividad sola y este diferencial es mantenido por restricciones a la migración internacional del trabajo de la periferia al centro. Las grandes diferencias en intensidad en capital entre el centro y la periferia también responden por una buena porción del diferencial de salarios.

Esta división territorial del trabajo no es estática. Se ha expandido junto con la expansión del sistema completo y ha habido alguna movilidad hacia arriba y hacia abajo dentro de la estructura. El sistema completo se mueve hacia una mayor intensidad en capital, de modo que los procesos de producción que eran actividades centrales en el pasado han llegado a ser actividades periféricas en un momento posterior. La división internacional del trabajo ha sido reorganizada varias veces antes en la historia de la economía-mundo capitalista (Walton, 1985). El despojo original por los estados centrales de las arenas externas (acumulación extremadamente primitiva) fue reemplazado por la producción de materias primas utilizando trabajo forzado por coerción. Las inversiones centrales en plantaciones y minas fueron seguidas por inversiones en utilidades, comunicaciones e infraestructura de transporte. Al irse desarrollando los mercados domésticos en la periferia, el capital local y central se apoderó de oportunidades provechosas en la manufactura y en la fase más reciente, la producción industrial para la exportación ha surgido en la periferia. Mediante estas reorganizaciones, la economía-mundo completa ha desarrollado una producción más intensiva en capital, pero la brecha entre el centro y la periferia ha sido reproducida.

Ulrich Pfister y Christian Suter (1987) han demostrado que, a pesar de las formas particulares de reorganización que experimenta la jerarquía centro/periferia, hay ciclos recurrentes en la relación centro/periferia también. El estudio de ellos y otro estudio de Suter (1987), demuestran la existencia de ondas de exportación de capital desde el centro hacia la periferia seguidas por periodos de crisis de la deuda de impagos por deudores periféricos. La experiencia de los ańos 1970 y 1980 es similar en muchas maneras a tres periodos anteriores de crisis masiva de la deuda que han ocurrido en la economía mundial desde 1800.

La jerarquía centro/periferia ha sido reforzada por una distribución desigual del poder político-militar entre los estados centrales y las áreas periféricas. Históricamente esto fue organizado como un sistema de imperios coloniales en los que los estados centrales ejercían el dominio político directo sobre las áreas periféricas. Chirot (1977: mapa 2) y Szymanski (1981) han planteado que la casi completa descolonización de la periferia ha reducido el diferencial de poder entre los estados centrales y los periféricos. En contra de la mayoría de los exámenes del neo-colonialismo, Chirot reivindica que la soberanía formal ha eliminado a la periferia y que Asia, África y América Latina pueden ser categorizadas ahora como semiperiféricas.3

La reivindicación de Chirot de que la descolonización ha creado un sistema-mundo sin periferia es indudablemente un error. żEra entonces América Latina semiperiférica inmediatamente que alcanzó la independencia de Espańa a principios del siglo diecinueve? żSon Haití, Bangla Desh, o Chad posiblemente semiperiféricos ahora? Pero el planteo subyacente de que el diferencial de poder centro/periferia puede haber disminuido no debería ser fácilmente descartado. El fenómeno de la OPEC, la Conferencia de Países No-Alineados y el pesado apoyo de las Naciones Unidas a un Nuevo Orden Económico Internacional pueden indicar alguna verdad en la hipótesis de una reducción en la magnitud del diferencial de poder centro/periferia.

Está claro que algunos países anteriormente periféricos se han hecho semiperiféricos y que los Estados Unidos de América han perdido algo de su antigua hegemonía. Pero los estados centrales como un todo pueden haber ganado poder adicional al mismo tiempo que los estados periféricos han alcanzado la soberanía formal. Solo una investigación empírica cuidadosamente operacionalizada sobre los cambios en el tiempo en la distribución global de capacidades de poder militar, de acceso estatal a los recursos y el nivel de desarrollo económico pueden resolver este problema. Hasta que esta investigación sea hecha, sólo podemos usar evidencias parciales que nos informen acerca de los posibles cambios y la magnitud de la desigualdad centro/periferia (ver capítulo 12).

Otra discusión acerca de la nueva división internacional del trabajo enfoca el crecimiento de la producción industrial en los Nuevos Países en Industrialización (NICS, por sus siglas en inglés) (Caporaso, 1981). Algunas veces este fenómeno se interpreta como el final de un sistema centro/periferia. La desindustrialización en el centro, la industrialización en la periferia y un desplazamiento hacia el control por corporaciones transnacionales globales son representados como el comienzo de una nueva era de capitalismo meta-nacional (Borrego, 1982).

La noción de países semiperiféricos móviles hacia arriba ha sido convincentemente utilizada  para entender las recientes vías de desarrollo de Brasil, México (Gareffi y Evans, 1981) y la India (Vanneman, 1979), así como los Estados Unidos de América del siglo diecinueve (Chase-Dunn, 1980). La noción de “desarrollo dependiente” conceptualizada por Cardoso (1973) y aplicada por Evans (1979) ha demostrado ser extremadamente fructífera para entender la negociación y las luchas competitivas entre firmas transnacionales, dirigentes de estados semiperiféricos y capitalistas nacionales en Brasil y otros países.

El análisis de Cardoso (1973) del desplazamiento de la dependencia clásica (producción de materias primas para la exportación al centro) al desarrollo dependiente (producción brasileńa de bienes manufacturados para el mercado doméstico por corporaciones transnacionales) reivindicó que había ocurrido un cambio en los efectos de la dependencia en el desarrollo económico general. Cardoso planteó que las firmas transnacionales ahora tendrían interés en la expansión del mercado doméstico de manera que podrían actuar económicamente y políticamente para promover el crecimiento de la economía nacional, aunque en una manera que podría exacerbar las desigualdades entre clases y esto se alegó que estaba demostrado por el “milagro” brasileńo. La investigación entre naciones sobre los efectos de la dependencia en las inversiones extranjeras en la manufactura no apoya la reivindicación de Cardoso. Bornschier y Chase-Dunn (1985: capítulo 7) encuentran que la dependencia de transnacionales manufactureras tiene un gran efecto retardatario de largo plazo en el crecimiento del PNB en una comparación entre naciones, aunque los efectos de flujo de entrada de capital extranjero a corto plazo son positivos, respondiendo al menos en parte del milagro de corta vida en Brasil. Esto muestra que uno de los mecanismos que reprodujeron la clásica jerarquía centro/periferia (la explotación mediante la inversión extranjera) continúa operando en la “nueva” división internacional del trabajo.

Fröbel, Heinrichs y Kreye (1980) han enfatizado la importancia de la manufactura en la periferia para la exportación hacia el centro. Ellos documentan el crecimiento de las llamadas zonas de producción libre, áreas jurídicamente fuera de las regulaciones tarifarias y laborales de los países periféricos, que le permiten a las firmas transnacionales tener “plataformas de exportación” para la utilización de trabajo periférico barato, con frecuencia femenino. Las exportaciones industriales de la “Ganga de los Cuatro” asiática (Corea del Sur, Taiwan, Singapur y Hong Kong) son casos importantes del desplazamiento hacia la producción industrial periférica para el mercado mundial.4 Fröbel, Heinrichs y Kreye (1980) enfatizan que esta especie de industrialización periférica roba empleos de las naciones centrales al desplazar la producción industrial hacia el extranjero. Ross y Trachte (1983) han planteado que el reciente crecimiento de las fábricas donde se explota a los obreros empleando trabajadores indocumentados en la Ciudad de Nueva York es un caso de la “periferalización del centro”.5

El problema es si estos desarrollos son o no las primeras etapas de un desplazamiento hacia un capitalismo meta-nacional o son simplemente la continuación del desarrollo capitalista disparejo en un periodo de estancamiento económico, con una movilidad hacia arriba y hacia abajo ocurriendo en una jerarquía estructural que sigue intacta. La decadencia de la hegemonía económica de los Estados Unidos de América ha ocurrido principalmente vis-ŕ-vis otras potencias centrales, Europa Occidental y Japón. Esto es una continuación de la secuencia de competencia central, con el desarrollo disparejo ocurriendo dentro de los países (la decadencia de la vieja “taza herrumbrienta” industrial del Nordeste y el auge del Cinturón de Sol), así como internacionalmente.

Nadie reivindicaría seriamente que la jerarquía centro/periferia ya ha sido eliminada. Inmensas diferencias existen aún en el nivel de vida y la intensidad en capital de la producción. Las corporaciones transnacionales tienen su cuartel general en las grandes ciudades del mundo de los países centrales. La producción industrial en la periferia ciertamente ha crecido, pero sigue siendo una proporción muy pequeńa de la industria mundial (Petras y cols., 1981: capítulo 6).

Las industrias pesadas intermedias (p. ej., el acero, los productos químicos) que han crecido en la semiperiferia ya no son los sectores líderes de la economía mundial. En el capítulo 12 reviso estudios que estiman las tendencia recientes en la magnitud de las desigualdades centro/periferia. No hay evidencias a favor de la noción de que la jerarquía centro/periferia se esté moviendo hacia una mayor igualdad.

Ni la industrialización de la periferia ni la desindustrialización del centro han reducido la magnitud de las desigualdades centro/periferia. Reivindicar que los países del centro se han periferalizado porque algunas áreas dentro del centro haya experimentado decadencia económica es ciertamente una exageración. Similarmente, los exámenes de la llegada de la sociedad “post-industrial” en el centro son ciertamente prematuros. La proporción de la fuerza de trabajo en servicios y trabajo no-manual indudablemente ha crecido en los países del centro. Pero al menos para los EUA (una potencia central hegemónica decadente), esto es una repetición de un patrón que puede verse en las trayectorias de los predecesores hegemónicos – las Provincias Unidas de los Países Bajos y el Reino Unido de Gran Bretańa. Estas dos potencias hegemónicas comenzaron su ascenso desarrollando una ventaja competitiva en bienes de consumo, seguida por la exportación de bienes de capital y finalmente vivieron el ocaso de sus eras doradas como centros de las finanzas y los servicios mundiales. Los Estados Unidos de América están, generalmente, siguiendo esta misma secuencia (ver capítulo 9).

Si bien es cierto que ha ocurrido industrialización en algunas áreas de la periferia y en la mayoría de la semiperiferia, debería recordarse que la industrialización es la aplicación de cantidades mayores de capital fijo, maquinaria y energía no humana a la producción. Es un incremento en intensidad en capital. Este incremento ha continuado en el centro al mismo tiempo que ha ocurrido en la periferia, de manera que la distribución relativa de la intensidad en capital no ha cambiano. En realidad, mucha de la industrialización periférica ha sido bastante intensiva en trabajo. Y hasta la producción intensiva en capital en las áreas semiperiféricas generalmente usa tecnología que se ha hecho obsoleta en el centro.

Se ha hecho muy poco trabajo empírico en los cambios de magnitud de las desigualdades en el sistema-mundo como un todo. En el capítulo 12 se examina este asunto en detalle y se presentan nuevas evidencias. Aquí me gustaría referirme a una tabla que calculó la distribución de los recursos mundiales en 1950, 1960 y 1970, que se presentó en una revisión de las teorías y tendencias de convergencia y divergencia entre sociedades nacionales por Meyer y cols., (1975). Una versión actualizada de la tabla se presenta en el capítulo 12, pero no contiene datos sobre reclutamientos educacionales y son estos los que deseo comparar con otros atributos y recursos aquí.

La Tabla 2 en Meyer y cols. (1975: 232) mostraba que los países más pobres no aumentaron su proporción del PNB entre 1950 y 1970, mientras que sí aumentaron muy ligeramente su proporción de energía eléctrica mundial consumida.

Entre 1950 y 1960 aumentaron su proporción de la fuerza de trabajo no-agrícola mundial, de 7.3% a 9.5%. Estas cifras confirman la impresión que la estructura económica de los países periféricos realmente ha cambiado, pero que ellos, como resultado, no han incrementado su proporción de la producción mundial.

Los mayores incrementos para los países menos desarrollados están en las áreas de reclutamiento educacional y urbanización. Estos rasgos institucionales (que suelen asociarse con la “modernización” de las sociedades nacionales) han crecido rápidamente. Estos cambios, sin embargo, son sólo superficialmente similares a los procesos de expansión educacional y de urbanización que ocurrieron en tiempos muy anteriores en los países centrales.

La educación no solamente se expande en función del crecimiento de la demanda doméstica de trabajo calificado en la industria y los servicios. Entre 1950 y 1970, los reclutamientos educacionales se expandieron en todas partes en la periferia y la semiperiferia del sistema-mundo (Meyer y Hannan, 1979) independientemente del nivel o la tasa de desarrollo económico. Es mucho más fácil para los estados periféricos crear las trampas de la modernización que cambiar su posición relativa en la división centro/periferia del trabajo.

Similarmente, la explosión de la urbanización en la periferia y la semiperiferia ha sido bautizada como “sobre-urbanización” por algunos observadores, porque ha ocurrido en ausencia de una tasa de crecimiento similar del empleo industrial. Las gigantescas ciudades de la periferia, con la mayor frecuencia importan desde el centro tecnología intensiva en capital, que no crea una gran demanda de trabajadores en la industria. Los asentamientos irregulares y el abultamiento del “sector informal” de vendedores ambulantes, sirvientes domésticos y pequeńos productores de mercancías desbordan la población urbana. Este sector informal hace aportes baratos a las empresas de gran escala y al gobierno, subsidiando los costos de reproducción de fuerza de trabajo y elaborando productos para la venta que son baratos a causa de la explotación de trabajo familiar no-pagado, o por salarios sub-mínimos (Portes, 1981). El sector informal urbano, entonces, es el equivalente funcional de las reservas rurales de trabajo, de las economías de aldea y del “modo doméstico de producción” que abarató la cuenta de salarios en las economías dependientes clásicas al reproducir proletarios de tiempo parcial (semi-proletarios).

Adicionalmente, los sistemas de ciudades que han crecido en América Latina están mucho más centralizados alrededor de una sola gran ciudad que los de los países centrales. Esta “primacía urbana” surgió, no durante la era colonial, sino durante los ańos de 1930 y 1940 (Chase-Dunne, 1985b). Así, los tipos de urbanización experimentados por los países periféricos han sido muy diferentes que en el centro. Kentor (1981) ha mostrado que una causa de la urbanización en la periferia es la dependencia de inversiones extrajeras por las corporaciones transnacionales. Y esta dependencia también se ha mostrado que causa elevaciones en los niveles de empleo terciario (servicios) que son mucho mayores que el crecimiento en empleo secundario (industrial) (Evans yTimberlake, 1980; Kentor, 1981).

 

Las Clases Mundiales y la Formación Mundial de Estados

 

Aunque ha sido difícil mantenerlo en el periodo reciente de disputas, guerrerismo y neo-mercantilismo, algunos han hecho el planteo que la burguesía mundial se está haciendo más integrada como clase (Sklar, 1980; Borrego, 1982). Se alega que las organizaciones internacionales como la Comisión Trilateral forman el núcleo de una burguesía mundial monolítica emergente, basada en las corporaciones transnacionales globales. Esta es una nueva formulación del viejo debate que comenzó a finales del siglo pasado entre los miembros de  la Segunda Internacional acerca del super-imperialismo versus la rivalidad interimperialista continuada. Muchas de las cuestiones examinadas anteriormente en la sección sobre la internacionalización del capital son relevantes, pero aquí enfocaremos los cambios en el sistema interestatal.

Desde el comienzo del sistema-mundo moderno ha existido una burguesía mundial, pero ella ha sido una clase muy diferenciada, competitiva y conflictiva. Los capitalistas periféricos que emplean trabajo forzado por coerción han producido para la exportación hacia el centro. Los capitalistas centrales, divididos por estado-nación, sector y acceso al poder estatal, han hecho alianzas y librado guerras entre ellos. Estas alianzas a menudo han atravesado las fronteras de los estados centrales. Es innegable que la frecuencia e importancia de las alianzas capitalistas intra-centrales ha incrementado al ir creciendo la escala de las firmas transnacionales.

La pregunta es, żrebaja esto la competitividad del sistema (abordada anteriormente) y altera la operación del sistema interestatal? Los recientes intentos por forjar una política común en todo el centro contra la OPEC (liderada por la porción internacionalmente orientada de la burguesía de los Estados Unidos de América) no fueron notablemente exitosos. La Comisión Trilateral ha intentado coordinar las políticas económicas de los estados europeos, norte-americanos y japonés, en un área de contracción económica, nuevamente sin mucho éxito. Que estas especies de organizaciones internacionales existan no es único para el periodo contemporáneo. Tampoco su inefectividad es novedosa.

Algunos pueden discernir una tendencia hacia la integración política internacional en el surgimiento de las Naciones Unidas. En verdad, las organizaciones internacionales han proliferado al irse haciendo más integrada la economía-mundo. El Concierto de Europa se destruyó, para ser reorganizado como la Liga de las Naciones, que fue cargada con la guerra mundial, para ser seguida por las Naciones Unidas.

Aunque indudablemente ha habido algún progreso hacia la institucionalización de la resolución internacional de conflictos y la seguridad colectiva en esta secuencia, las Naciones Unidas sigues estando muy limitadas en su capacidad para prevenir las guerras entre los estados. La pregunta que debemos hacer es si la importancia de la competencia militar entre estados centrales se ha reducido o no.

Aquí se debe examinar el efecto de la extensión de las armas nucleares. żHacen estas armas que la competencia continuada entre subgrupos del capital mundial mediante la guerra sea obsoleta? Claramente, una guerra mundial que involucre armas nucleares rompería las operaciones del sistema capitalista, como una de sus consecuencias menos trágicas. Una tal guerra conduciría a la involución social, sino al fin de nuestra especie. Este resultado es una posibilidad real, porque los contendientes separados que se arriesgan a un holocausto nuclear no tienen control de los resultados de su interacción combinada. żEs el sistema-mundo un jinete sin cabeza, o más bien un caballo con muchas cabezas, galopando hacia el borde un abismo?

Los dirigentes estatales, los banqueros mundiales y las firmas transnacionales crean máquinas de guerra como un mecanismo que aporta oportunidades de inversión, con seguridad, pero las armas tienen también un “valor de uso” potencial como amenazas al mantenimiento o la extensión de la hegemonía política. Estas amenazas involucran el riesgo de un holocausto, aún cuando ninguno de los actores principales desee este desenlace.

La presencia de armas nucleares en sí misma no cambia la lógica básica de interacción del sistema. La producción de mercancías y la competencia geopolítica siguen siendo las formas principales de competencia. Pero la existencia de estas armas sí implica que la operación normal del sistema, con las consecuencias usuales de decadencia hegemónica seguida por guerra mundial, seguida por el surgimiento de una nueva potencia hegemónica, no pueda continuar. Una guerra mundial real entre potencias centrales indudablemente traería el holocausto final. Así, el mecanismo que antiguamente había resuelto las contradicciones del desarrollo disparejo, no puede seguir operando. O más bien, si opera, se acaba el juego.

Los efectos combinados de los incrementos en la capacidad de las organizaciones internacionales para mediar en los conflictos y la creciente destructividad del armamento han disminuido la posibilidad de la explosión de la guerra entre países centrales en algún grado. Pero debe recordarse que tanto la organización internacional como la destructividad incrementada no son únicas de la era post-2Ş Guerra Mundial. Muchos observadores de fin de siglo creían que la “Gran Guerra” era impensable a causa de la brutal destructividad de la tecnología industrial de la guerra. Mi punto de vista es que, si bien la probabilidad de la guerra entre estados centrales puede haber disminuido algo, la lógica básica de la competencia y el conflicto en el sistema-mundo no ha cambiado y no hay en existencia instituciones lo suficientemente fuertes para garantizar la paz.

En un sistema puramente mecanicista, la desgracia sería la predicción más cierta. Pero estamos tratando con un sistema humano, un conjunto algo inteligente de actores que seguramente pueden ver la salida de tal dilema. Tal vez una conflagración nuclear suficientemente grande, pero no totalmente devastadora, empujará a los pueblos y líderes a la conciencia y creará la voluntad política necesaria para excluir la guerra. La existencia de una tal amenaza a la sobrevivencia de la especie humana aportaría la motivación para la movilización de un movimiento para crear una base real para la seguridad colectiva, una federación mundial capaz de prevenir la guerra entre estrados-naciones. Las manifestaciones actuales de este potencial, no obstante, están muy distantes de esta meta.

 

Un sistema-mundo socialista.

 

Otra versión de la reivindicación de que el actual sistema-mundo ha sufrido o está experimentando ahora una transformación enfoca el surgimiento de los estados socialistas. En otra parte he presentado una interpretación de estos estados como territorios en que movimientos socialistas intencionalmente han llegado al poder estatal, pero que todavía no han introducido exitosamente un modo socialista de producción auto-reproductor (Chase-Dunn, ed., 1982b).

Polanyi (1944) examinó la interacción dialéctica entre el principio de mercado y las necesidades de la sociedad de protección contra ciertas consecuencias de la racionalidad de mercado, pero su análisis enfocaba primariamente a las sociedades nacionales. Al nivel del sistema-mundo y de sus movimientos anti-sistémicos vemos que los intentos por crear relaciones no-mercantilizadas de cooperación llegan a encapsularse políticamente dentro de organizaciones: cooperativas, sindicatos, partidos socialistas y estados socialistas. El principio de mercado hasta ahora ha sido capaz de expandir su escala para incorporar a estas colectividades dentro de la lógica de competencia dentro de un sistema-mundo mayor.

Así, los estados socialistas contemporáneos son importantes experimentos en la construcción de instituciones socialistas que han sido en algún grado pervertidas por las necesidades de sobrevivencia y desarrollo en el contexto del mercado capitalista mundial y el sistema interestatal.

La gran proporción de la población mundial que ahora vive en estados declaradamente socialistas y las victorias en las recientes décadas de movimientos socialistas, de liberación nacional en África, Asia, América Latina y el Caribe, han sido interpretadas por Szymanski (1981) como una especie de teoría del dominó de la transición hacia el socialismo mundial. Szymanski sostiene que la Unión Soviética y Europa del Este constituye un sistema socialista de sistema-mundo separado y que la lógica del capitalismo mundial ha sido seriamente debilitada por el creciente número de estados socialistas.

Mi interpretación propia está en disputa con este planteo. Yo veo que los estados socialistas (incluyendo a China) han sido significativamente reincorporados a la economía-mundo capitalista. Sea esto cierto o no, uno de los rasgos más desconcertantes de los actuales estados socialistas es su conducta muy in-socialista recíproca. Esto lo interpreto como una continuación del nacionalismo y la competencia interestatal que es una conducta normal en el sistema-mundo capitalista.

Frank (1980: capítulo 4) saca la misma conclusión de las recientes tendencias en las que los estados socialistas han aumentado sus exportaciones para venta en el mercado mundial, las importaciones de países declaradamente capitalistas y han hecho tratos con firmas transnacionales par inversiones dentro de sus fronteras.

La planificación económica nacional, que está muy altamente desarrollada en los estados socialistas puede simplemente ser la expresión más completa de la tendencia hacia el capitalismo de estado que está ocurriendo en la mayoría de los países del centro y la periferia. Y si bien la distribución es más igual dentro de los estados socialistas, esto no cambia la lógica competitiva con la cual ellos interactúan con los demás estados. Así, un mundo posible se componen de estados que son internamente socialistas, pero que compiten entre sí en mercados internacionales y en la geopolítica.

El creciente número de estados socialistas no parece haber debilitado la lógica del capitalismo mundial. Más bien, las restricciones políticas a la libre movilidad del capital que han creado estos estados empujan la lógica de la organización capitalista a expandir su escala. Los estados se convierten en firmas y las corporaciones transnacionales tratan con todos los jugadores en un mundo competitivo que sigue estando sometido a la anarquía de las decisiones inversionistas.

 

Discusión y Conclusiones

 

Plantear que la lógica del sistema-mundo no se ha alterado fundamentalmente no implica que esto sea imposible ni siquiera improbable. Tampoco se trata de plantear que las expansiones masivas, las nuevas instituciones y los desplazamientos de capital de un lugar a otro no hayan tenido efectos drásticos en las vidas de las personas. Quisiera regresar a algunas de las preguntas hechas en las secciones anteriores, para especular acerca de las posibles consecuencias de los cambios que aún no han ocurrido, pero que podrían ocurrir en el futuro.

żY si fuera cierto que las tendencias recientes fueran el comienzo del fin de la jerarquía centro/periferia? La teoría de sistemas-mundo ha reivindicado que el capitalismo periférico es una parte normal y necesaria del modo capitalista de producción y que la reproducción de la acumulación expandida requiere la existencia de la acumulación primaria en la periferia.

Esta idea no se basa en la reivindicación de que la producción periférica cree la masa de plusvalía en el sistema, sino más bien en el conocimiento de que la relativa armonía de clases en el centro, el algo pacífico acomodamiento entre el capital y el trabajo que existe como democracia social, corporativismo, o “sindicalismo de negocios”, se basa en la capacidad del capital central de pagarle a un importante segmento de los trabajadores del centro con más altos salarios, mejores condiciones de trabajo, más provisiones de bienestar y mayor acceso al poder político mediante procesos democráticos. Esto es posible, al menos en parte, porque la explotación de la periferia por el centro aporta una medida de plusvalía adicional mediante el intercambio desigual (p. ej., bananas baratas para los trabajadores del centro), ganancias derivadas de las inversiones en la periferia y los efectos basados en el status de la comparación con países “menos desarrollados”.

En una significativa frase, Wallerstein predice que “Cuando el trabajo sea libre en todas partes, tendremos socialismo” (Wallerstein, 1974: 127). Esto implica que, si la división centro/periferia del trabajo desaparece, ya el capitalismo no será capaz de superar sus propias contradicciones y las estructuras políticas mantenidas por la jerarquía centro/periferia se derrumbarán. La transformación socialista que Marx predijo que ocurriría primero en las naciones centrales, finalmente las visitará.

Si el anterior análisis es correcto, la inminente aproximación del capitalismo metanacional sería una buena noticia para el movimiento socialista mundial, como defiende Borrego (1982). Pero la proletarización formal de la fuerza de trabajo mundial (el fin del trabajo forzado por coerción y la menor disponibilidad de alternativas a la dependencia en el mercado mundial) no necesariamente significan el fin de los “mercados segmentados del trabajo”. La estratificación política y étnica han resultado efectivas en el mantenimiento de los diferenciales salariales entre proletarios formalmente “libres”. La jerarquía centro/periferia se haría cada vez más basada en la desigualdad entre el trabajo políticamente protegido y el trabajo “libre”.

Si fuera a ocurrir una contracción en la magnitud de la jerarquía centro/periferia, esta exacerbaría las contradicciones del capitalismo, que han sido suavizadas en el pasado por lo que David Harvey (1982) ha llamado el “arreglo espacial”, la capacidad del capital de encontrar espacio fresco para la acumulación, mudándose para donde la oposición y las restricciones sean menores. La expansión del sistema-mundo capitalista ha sido impulsada por la búsqueda de nuevos mercados, entradas baratas y oportunidades lucrativas de inversión. Lenin (1965) indicaba que para fines del siglo diecinueve, los estados centrales no podrían encontrar nuevos mundos que conquistar y estaban forzados a dividir y redividir el mundo ya conquistado. Esta expansión extensiva ha sido suplementada por una expansión intensiva, la conversión de cada vez más aspectos de la vida a la forma de mercancía y por lo tanto la expansión de oportunidades para hacer ganancias en la provisión de desayunos con comida rápida, etc. El potencial para una mercantilización ulterior es grande, especialmente en la periferia, en que queda por usarse un terreno sustancial de la producción y el consumo.

Los aumentos en el grado y la extensión de la mercantilización deben eventualmente alcanzar límites. Solamente una parte de la actividad humana puede ser mercantilizada y la capacidad de los mercados y del capital de expandirse más allá de la regulación política deben declinar al irse emparejando la densidad y la escala de regulación política. Los movimientos anti-sistémicos crean obstáculos a la maniobrabilidad del capital y le plantean reivindicaciones a las ganancias. Este movimiento de vaivén hacia delante y hacia atrás del capital debe eventualmente generar conciencia y coordinación entre los grupos que tienen interés en la racionalidad colectiva al nivel de sistema-mundo. La fuga de capital ha opuesto a unos trabajadores contra otros durante 500 ańos, pero la creciente escala y densidad de reivindicaciones políticas debe eventualmente disminuir el incentivo a moverse y el nivel de ganancias. La crisis sistémica del capitalismo involucrará la creación de un control democrático y colectivamente racional sobre las decisiones inversionistas en un contexto en el que la riqueza “privada” ya no tiene el poder ni la motivación para continuar dirigiendo el proceso de producción.

El crecimiento de los estados de bienestar, la descolonización de la periferia y el surgimiento de estados en los que los partidos socialistas controlan el poder del estado deberían ser entendidos bajo esta luz. A pesar del fracaso de estos en cambiar la lógica del sistema-mundo hasta ahora, los desarrollos de esta especie se las arreglarán para coordinar sus esfuerzos a una escala global que pueda realmente transformar esa lógica. Estas cuestiones son abordadas en mayor detalle en el capítulo 16.

Capítulo 5: Cultura Mundial, Integración Normativa y Comunidad

 

Un enfoque estructural del sistema-mundo moderno necesariamente plantea preguntas acerca del rol de la cultura y la integración normativa. Este capítulo examina el grado en el que existe la cultura mundial y el rol que juegan las ideologías, la conciencia y las solidaridades colectivas en la reproducción y transformación del sistema-mundo contemporáneo. Los críticos de la perspectiva de sistemas-mundo se han quejado que los factores culturales se traten como epifenomenales y se han hecho una serie de esfuerzos recientes para remediar esa situación (p. ej., Wallerstein, 1984b: capítulos 15 y 16; Robertson y Lechner, 1985). Mi propia teorización se basa en el materialismo histórico, pero yo no acepto un modelo general en el que la “base” determine mecánicamente la “superestructura”. Este capítulo plantea que la cultura mundial y la integración normativa juegan roles más bien segundarios en lugar de primarios en la reproducción del orden mundial contemporáneo a causa de la naturaleza del modo capitalista de producción tal como opera en una escala global. Pero no estoy planteando que la cultura y la integración normativa sean secundarias en todos los sistemas ni que siempre será así en el futuro. En este examen de la estructura, funciones y contenido de la cultura mundial contemporánea, plantearé que la conciencia, la ideología y las definiciones consensuales de la realidad y del bien no son las instituciones primarias que integran el sistema-mundo moderno. Más bien, en comparación con sistemas socio-económicos anteriores y con subunidades contemporáneas como las familias y las sociedades nacionales, la economía-mundo capitalista está integrada más por el poder político/militar y la interdependencia de mercado que por un consenso normativo. Esto no es para defender que no exista una cosa como la cultura mundial, sino más bien para plantear que su naturaleza y estructura dependen de instituciones económicas y políticas más potentes. Después de considerar el rol jugado por la integración normativa en el sistema-mundo contemporáneo, examinaré la estructura de la cultura mundial consensual que surge y a la resistencia a la dominación cultural del centro que hacen los grupos periféricos. Una cultura se define ampliamente por muchos antropólogos como una constelación de prácticas socialmente construidas (p. ej., Fox, 1985). Usaré el término más estrechamente, para referirme a la conciencia y los sistemas simbólicos de creencias y conocimientos. En este sentido la cultura se compone de definiciones colectivamente mantenidas de la realidad y comprensiones de lo que constituye el bien y el mal. Así, estamos hablando de ideología, aunque ésta se entienda ampliamente como incluyendo todos los sistemas de creencias y de religión, así como la ciencia y las ideas económicas y políticas laicas. La construcción y compartición de sistema simbólicos complejos es el rasgo más importante que distingue a los seres humanos de otras formas de vida.

Los sistemas simbólicos nos permiten acumular colectivamente el conocimiento. La capacidad relativamente grande para una conducta aprendida (en oposición a la conducta instintiva), que se para en la corteza no pre-programada del cerebro humano, le permite a los individuos internalizar alguna de la herencia cultural acumulada del desarrollo social pasado. Como dice Marx en el “Dieciocho Brumario” (Marx, 1978: 9), esta feliz posibilidad tiene también un lado oscuro: “la tradición de todas las generaciones de muertos pesa como una pesadilla en el cerebro de los vivos”. Las instituciones e ideologías que heredamos no sólo nos dan poder, sino que también nos restringen y refuerzan estructuras de dominación. Las estructuras de poder moldean las herencias culturales que los individuos reciben.

Ésta, por supuesto, no es la historia completa. Si los individuos solo recibieran herencias, nada cambiaría nunca. El propio proceso por el que los individuos se enfrentan con elementos culturales en competencia y contradictorios y las decisiones entre posibilidades alternativas, constituye une elemento de libertad en la reconstitución diaria de la conciencia. Los procesos de gran escala pueden ejecutarse según una lógica sistémica que parece aplanar los individuos, pero no obstante, los individuos y grupos de personas eligen sus acciones. El cambio estructural, especialmente la transformación de la lógica sistémica ocurre al menos en parte porque las personas se hacen conscientes de alternativas y luchan en su favor. La solidaridad, la identificación consciente de los individuos unos con otros y con colectividades mayores, es un aspecto importante de todos los sistemas sociales. La solidaridad se basa en la identificación y compartición de acuerdos culturales, de definiciones, de valores y normas. Es este aspecto de la cultura, su función integradora, el foco principal del examen que sigue.

żCómo funciona en el sistema-mundo moderno la solidaridad normativa, que une a las personas en familias, comunidades y naciones? Un asunto recurrente que diferencia a as teorías de sistemas sociales es el peso causal que le adscriben a las instituciones ideológicas versus las infraestructurales. El desplazamiento en foco de la sociedades nacionales al sistema-mundo completo ha sido acompańado por un nuevo conjunto de debates acerca de esta cuestión. Wallerstein (1979a) y Braudel (1984) han enfatizado la importancia de las instituciones políticas y económicas al nivel del sistema-mundo, que producen y reproducen la vida material, mientras que otros han enfatizado las bases culturales y normativas de la integración del sistema-mundo (p. ej., Parsons, 1971; Heintz, 1973; Inkeles, 1975; Meyer, 1987). Este capítulo colocará la caracterización de la importancia de las instituciones culturales en un contexto comparativo que emplea una amplia tipología de sistemas socio-económicos completos, desarrollada por Polanyi (1977).

Talcott Parsons fue tal vez el exponente mejor conocido de la idea de que existe un sistema social global que está normativamente integrado. En su artículo de 1961, “Orden in comunidad en el sistema internacional”, él planteaba que el derecho internacional, los supuestos compartidos acerca de la deseabilidad del desarrollo económico, la organización burocrática racional y la democracia política forman la base de un orden normativo mundial. Parsons no abordó directamente la cuestión del rol del orden normativo en el sistema mayor, porque para Parsons todos los sistemas sociales tienen, por definición, base normativa. Las estructuras sociales se definen en términos de los supuestos compartidos acerca de las reglas de conducta apropiadas y el sistema de valores es el rasgo más fundamental de un sistema social. En su corto libro “El Sistema de las Sociedades Modernas” (1971), Parsons aplica su esquema AGIL al “sistema internacional”, planteando que los estados centrales se diferencian en términos de sus funciones dentro del sistema internacional mayor. Los franceses se especializan en bellas artes y diplomacia, los británicos en democracia y los Estados Unidos de América en desarrollo económico y educación.

 

Tipos de Integración

 

Pero otros estudiosos de la sociedad comparativa difieren del énfasis de Parsons en el rol de la integración normativa en todos los sistemas sociales. Como se examinó en la introducción  a la 1Ş Parte anterior, Karl Polanyi (1977) y Eric Wolf (1982) distinguen entre sistemas sociales en términos de tipo principal de pegamento que los integra:

“Sistemas sociales normativos”: Polanyi examinó sistemas recíprocos en los que la producción y el intercambio se basan en normas consensualmente mantenidas de obligación recíproca [el modo con base en el parentesco de Wolf (1982); los mini-sistemas de Wallerstein (1979a: 155)]. Si bien la mayoría de las familias contemporáneas son subunidades recíprocas dentro de una entidad socio-económica mayor, esa entidad mayor, el sistema-mundo es mantenido unido, como examinaré más adelante, por un pegamento de diferente especie.

“Sistemas sociales políticamente coercitivos”: Polanyi también examinó los sistemas “redistributivos” que están integrados por instituciones políticas que coleccionan bienes mediante la imposición de impuestos o el pago de tributos. Las instituciones principales en tales sistemas son los estados que organizan las amenazas y la coerción.

“Sistemas sociales con base en el mercado”: Un sistema socio-económico está integrado por los mercados, cuando una considerable proporción de sus interacciones y la dirección y naturaleza de su desarrollo están condicionados por la compra y venta de mercancías en mercados establecedores de precios. Un mercado establecedor de precios es aquel en que las tasas de intercambio (precios) son determinadas por la compra y venta competitivas por un gran número de agentes independientes que buscan maximizar sus recursos individuales. En los sistemas recíprocos, un orden consensual moral define las obligaciones de rol recíproco y moviliza el trabajo social. La distribución es controlada por un conjunto de derechos y obligaciones y la integración social se garantiza socializando a los individuos dentro de sus sistemas de creencias, que definen sus roles y regulan la interacción. Las definiciones internalizadas del yo y las presiones de los pares, de una comunidad cara-a-cara son el pegamento principal que garantiza el orden social. La actividad redistributiva en tales sistemas puede conferir prestigio a los benefactores, pero las estructuras de autoridad no son muy jerárquicas. Estas sociedades no tienen clases en el sentido que los grupos de parentesco no están estratificados y la posición superior  usualmente no se hereda. Y no tienen estado en el sentido que no contienen una organización diferenciada que ejerza un monopolio de la violencia legítima. La base principal del orden social es la integración cultural basada en el consenso acerca de lo que es real y lo que es bueno. En los sistemas políticamente coercitivos hay clases y hay estados. El producto excedente es coleccionado y redistribuido por una clase dominante político/militar que utiliza la autoridad institucionalizada respaldada por la fuerza para ejecutar la apropiación. Hay muchos medios institucionales usados para reforzar la apropiación de producto excedente en estos “modos tributarios de apropiación” (Amin, 1980a: 46-70) y ellos varían en el grado en que están centralizados (Wolf, 1982). El feudalismo europeo o japonés representan una especie más bien descentralizada, llamada “sin estado”, en el que cada seńorío es de hecho un mini-estado.

Más típicamente pensamos en los grandes imperios agrarios en que un estado centralizado extrae recursos de una amplia división territorial del trabajo. En tales sistemas socio-económicos, la organización política de la fuerza es el determinante principal de la dinámica societal, pero la integración normativa sigue jugando un rol. La religión se usa para legitimar el dominio del templo y el palacio.

El derecho codificado se crea para definir centralmente la conducta correcta y los desvíos entre comunidades locales que anteriormente descansaban en la tradición moral no escrita. Tales “imperios mundiales” (Wallerstein, 1979a: 156) están primariamente integrados en un solo aparato estatal. Los tres tipos de integración – normativa, política y de mercado – existen en la mayoría de los sistemas-mundo, pero los sistemas-mundo difieren en el grado en que estos son dominantes y en las maneras particulares en que se combinan. La integración normativa ha cambiado su locus y su función durante la larga historia del desarrollo social humano. En las sociedades sin clases, pre-estatales, los clanes y los agrupamientos tribales que se basan en las nociones de parentesco usaron la integración normativa (la solidaridad mecánica de Durkheim) para producir el orden social. La conformidad era asegurada por la censura social informal; al desviado se le solía avergonzar para que se autocastigara (Malinowski, 1961). Cuando surgieron los estados, las sociedades llegaron a integrarse predominantemente por el poder coercitivo de instituciones políticas de varias especies. Las clases dominantes militares monopolizaron los medios de violencia y “protegían” a los campesinos de otros centros militares en competencia, a cambio de obediencia y del producto excedente producido por los campesinos. Las primeras civilizaciones urbanizadas pueden haber sido teocracias, integradas grandemente sobre la base de la legitimidad normativa, pero pronto los estados, compitiendo entre sí en la guerra, llegaron a integrarse por instituciones político/militares. La integración normativa mediante instituciones religiosas e ideológicas continuó siendo un anexo importante, aunque no central a la organización militar. Las subunidades como las familias, los linajes y las comunidades periféricas siguieron estando integradas  por medios normativos, pero éstas estaban articuladas dentro de un modo de producción tributario dominante. Fue la imposición del dominio entre comunidades normativamente definidas lo que creó la necesidad de reglas de derecho codificadas. La integración normativa en una cultura consensual no requiere codificación porque todo el mundo sabe lo que es bueno y lo que es malo, así como el tabú del incesto en la sociedad moderna no descansa primariamente en la obligación legal. Pero cuando un estado imperial busca imponer un conjunto uniforme de reglas a un conjunto de comunidades normativas que ha conquistado, el derecho escrito se hace necesario. En los sistemas de mercado la integración parte primariamente de la especialización de los productores independientes y su apoyo recíproco objetivo resultante (interdependencia). Polanyi (1944) planteaba que los sistemas puros de mercado son inestables y tienden a generar nuevas instituciones políticas para proteger la desiderata societal de las consecuencias negativas de la competencia desenfrenada y de la racionalidad estrecha de mercado. En la versión wallersteiniana las “economías-mundo”  son sistemas en los cuales hay múltiples culturas, múltiples grupos políticamente organizados y una sola división integrada del trabajo. La economía-mundo “capitalista” combina la producción de mercancías para los mercados con la competencia político-militar entre estados-nación desigualmente poderosos. La integración es debida a la interdependencia y la interacción dinámica entre la acumulación capitalista dispareja y el mecanismo de balance de poder del sistema interestatal. Las instituciones de las inversiones de capital internacional y el sistema interestatal son recíprocamente interdependiente entre sí y aportan el centro estructural de lo que es sistema socio-económico  extremadamente expansionista y en intensificación (ver capítulo 7). Así, el pegamento que mantiene unido al sistema-mundo moderno es una combinación de interdependencia generada por el mercado en la división mundial del trabajo y el poder político-militar de los estados centrales. Nuestra economía política global se llama capitalista porque la lógica con base en el mercado de la acumulación constituye una parte mayor de la dinámica del sistema completo en los anteriores  (pre-capitalistas) imperios mundiales y economías-mundo. Sabemos que los mercados y el trabajo asalariado existieron en el Imperio Romano, pero estas instituciones no determinaron, ni siquiera influyeron mucho, en la dinámica de la expansión y contracción imperial. Más bien fue la competencia política dentro de la arena de un solo aparato estatal y la extracción de recursos (tributo, esclavos) por conquista lo que fue el núcleo estructural del sistema romano (T. Hopkins, 1978). La anterior caracterización del sistema-mundo moderno no implica que las solidaridades normativas no jueguen ningún papel en la integración de nuestro sistema global.

Las subunidades normativamente integradas tales como las familias, son importantes componentes de la producción capitalista porque ellas operan como unidades concentradoras de los ingresos, que les permiten a las personas combinar diferentes especies de recursos y así juegan un rol crucial en la reproducción de la fuerza de trabajo (Smith y cols., 1984). Las familias, los barrios las comunidades aldeanas y otros grupos primarios cara-a-cara continúan jugando una importante parte en la generación y mantenimiento de las personalidades individuales. La investigación socio-psicológica muestra que las relaciones cognitivas de los individuos con las solidaridades mayores, tales como los grupos étnicos o naciones,  son crucialmente mediadas por tales grupos primarios (Shils y Janowtiz, 1948). Así, es incorrecto ver solidaridades contemporáneas como la familia, como remanentes vestigiales de modos anteriores de integración. Su importancia funcional en el sistema-mundo moderno, no obstante, no significa que deberíamos entender al sistema mayor como normativamente integrado en el mismo sentido en que lo estaban los sistemas socio-económicos anteriores. El sistema como un todo no se mantiene unido por entendimientos consensuales. La mayoría del intercambio en la economía-mundo capitalista no está especificada por obligaciones recíprocas con las que se está de acuerdo. Más bien el intercambio se organiza primariamente como comercio mercantil de mercancías y como negociaciones políticas inter-organizacionales e interestatales.

Las Solidaridades Normativas en el Sistema-Mundo. La integración juega un papel importante, pero secundario, en el sistema-mundo moderno. Las subunidades normativamente integradas tales como la familia, la comunidad local, las etnias y las naciones (comunidades nacionales) sirven importantes funciones para la operación del modo capitalista de producción. Ya mencioné la importancia de la economía doméstica como grupo concentrador de ingresos, que carga con el costo de la reproducción, la cría de hijos, los cuidados a los mayores y el sostenimiento psicológico del yo.

Probablemente la solidaridad concentradora de recursos más importante en el sistema-mundo moderno sea la nación, no por los efectos directos de esta concentración, sino por su vinculación con el estado. La mayoría de los estados modernos son estados-naciones en los que las funciones de organización política formal, la autoridad, la agregación de intereses, etc., están mezcladas con la ideología de los intereses nacionales.

El éxito en la competencia dentro del mercado mundial requiere que haya un estado fuerte e integrado detrás de una estrategia de producción competitiva de mercancías. Un estado como éste debe ser capaz y debe estar dispuesto a usar la fuerza para garantizar la proporción de los intereses de mercado de sus inversionistas nacionales (que pueden ser burócratas estatales o capitalistas “privados”). El uso de la fuerza internacional requiere un cierto grado de legitimidad, así como el mantenimiento de la paz y el orden nacionales.

Los conflictos de clase y la resistencia doméstica al uso del poder militar suelen suavizarse por la ideología del nacionalismo. La viabilidad del nacionalismo como una solidaridad es, por supuesto, reforzada por su frecuente correspondencia con el estado-nación. Pero también el nacionalismo es reforzado por la jerarquía centro/periferia, la desigualdad estructurada entre naciones “desarrolladas” y “subdesarrolladas”. A diferencia de la solidaridad de clase, que usualmente está atravesada por la jerarquía centro/periferia, el nacionalismo tanto en el centro como en la periferia es reforzado por las desigualdades entre países “avanzados” y “en desarrollo”. La solidaridad de clase dentro de los países centrales es reforzada por la percepción por los trabajadores centrales de que ellos comparten los intereses nacionales con sus “propios” capitalistas al explotar a los países periféricos y competir con otros países centrales. Un ejemplo de esto se presenta en el reciente estudio de Sidney Mintz (1985) del lugar del consumo de azúcar en el surgimiento del capitalismo industrial en Bretańa, en el que Mintz examina los vínculos entre el azúcar  del Caribe, cultivada por esclavos y el crecimiento del consumo de azúcar por el proletariado británico.

La antropología de Mintz del consumo de alimentos enfatiza el simbolismo social de qué y cómo comemos y sus conexiones con el poder. Él nota que el azúcar barata proporcionaba calorías rápidas para los trabajadores del centro al mismo tiempo que los capacitaba para consumir un renglón que, junto con el te, había sido en el pasado un lujo imperial disponible solamente para los ricos.

 

Presupuestos Culturales del Mercado Mundial

 

Como indica lo anterior, hay varias formas de comunidad (solidaridad) que están institucionalmente incluidas en la operación del sistema-mundo moderno. La integración normativa es importante para las familias, barrios, aldeas, ciudades, regiones subnacionales, etnias, agrupamientos tribales, clanes, clases y agrupaciones ocupacionales, partidos políticos y – lo más importante – naciones.

Estas varias formas de comunidad no son, sin embargo, la especie principal de pegamento que mantiene unido al sistema-mundo contemporáneo. Tampoco lo es la organización política, aunque ésta juega un importante rol en la mediación de la competencia. El pegamento principal de nuestro sistema global es la interdependencia producida por una red de diferenciación económica mediada por el mercado, una división del trabajo a la que Durkheim llamó “solidaridad orgánica”. Esta forma de integración no es una solidaridad en el sentido normativo, porque no requiere identificación con un interés colectivo mayor ni la compartición de definiciones consensuales de la conducta apropiada o del bien. Los mercados están constituidos por las actividades de compra y venta de grandes números de individuos (o firmas) que operan por su propia cuenta para maximizar los retornos. Las evaluaciones normativas de diferentes personas son ideales – típicamente irrelevantes. Pero, como apuntaba Durkheim (1964), el intercambio contractual de mercado si requiere un cierto nivel de consenso normativo, así como una cierta clase de derecho. Los actores deben llegar a acuerdos sobre los precios y sobre un medio generalizado de intercambio (dinero) y deben acordar que un socio de intercambio es tan bueno como otro, o más bien, que es tan bueno como su capacidad de pago. La institucionalización de un mercado establecedor de precios es problemática dentro de un grupo normativamente integrado y es aún más problemático entre diferentes grupos culturalmente vinculados. Phillip Curtin (1984) ha estudiado el desarrollo histórico mundial del intercambio de mercado a través de fronteras culturales. Curtin observa que el comercio entre grupos culturalmente distintos es llevado a cabo, con la mayor frecuencia, por un grupo separado normativamente integrado que se especializa en el comercio trans-cultural.

Curtin le llama a estas etnias comerciales especializadas, “diásporas comerciales” porque usualmente establecen enclaves dentro de los límites de los grupos culturales que ellos vinculan mediante el comercio. El trabajo de Curtin sobre el África Sub-Sahariana lo condujo a la idea de una diáspora comercial, que luego usó en una investigación más amplia del comercio trans-cultural que fue desde la antigua Mesopotamia hasta los puestos comerciales de las potencias coloniales europeas. Sin confianza y crédito, el comercio a largo plazo y a larga distancia es difícil de mantener y el comercio entre diferentes grupos culturales requiere consenso acerca de las nociones de justicia y valores equivalentes. Un grupo comercial especializado que está integrado sobre una base de parentesco o étnica aporta la organización social que puede mantener el intercambio de mercado trans-cultural. Curtin observa que las diásporas comerciales declinan según las culturas separadas cuyos intercambios ellas median, desarrollan suficientes entendimientos comunes para permitir el comercio directo, situación ésta a la que él llama el surgimiento de un “ecúmene comercial”. Un cierto nivel de entendimiento cultural facilita el vínculo de diferentes regiones culturales por la interdependencia de mercado.

Por supuesto, el surgimiento de un ecúmene comercial no implica que opere un mecanismo de mercado “perfecto” en el intercambio internacional. Por una razón, mucho del intercambio internacional (aún dentro de una economía-mundo capitalista) está condicionado por acuerdos políticos similares en forma al “comercio administrado por el estado” que era típico en los sistemas-mundo dominados por el modo tributario de producción. Y el supuesto de “universalismo de mercado”, de la equivalencia de todos los compradores y vendedores es también violado por el hecho de que el sistema-mundo capitalista permanece dividido en grupos normativamente integrados separados – primariamente naciones. También el equivalente universal, el dinero, se forma imperfectamente en el comercio internacional, como testimonia la historia de las instituciones monetarias internacionales (Vilar, 1976). De todas maneras, la profundidad del ecúmene comercial y la operación relativamente fuerte de los mercados internacionales establecedores de precios es indudablemente mayor en el sistema-mundo moderno que en sistemas-mundo anteriores en los que el capitalismo y las relaciones mercantiles eran menos prevalecientes. Las relaciones normativas que surgen entre estados-naciones y los actores transnacionales en una economía-mundo integrada al mercado están primariamente compuestos de las expectativas acerca del comercio justo y los protocolos de interacción diplomática. El análisis de estas estructuras normativas ha sido llevado a cabo bajo la rúbrica de “regímenes internacionales” (Keohane y Nye, 1977). El estudio de Charles Lipson de la protección de la propiedad privada en la periferia por los estados centrales describe bien los límites de estas estructuras normativas internacionales:

“…los derechos de propiedad estables y as relaciones contractuales son extremadamente difíciles de establecer a través de fronteras nacionales. Aunque las evaluaciones y expectativas colectivas son un rasgo importante de las relaciones internacionales, estas propiedades normativas son más débiles porque las comunidades  políticas, sociales y  culturales se constituyen primariamente a nivel doméstico, donde ellas típicamente se solapan y refuerzan unas a otras (como sugiere el término “estado-nación”). Así, si bien es difícil establecer el significado y valor de los derechos de propiedad domésticamente, internacionalmente es mucho más difícil”. (Lipson, 1985: 4, énfasis en el original).

A pesar de las limitaciones de las estructuras normativas internacionales, el estudio de los regímenes internacionales ha revelado cosas importantes acerca del orden mundial contemporáneo y las premisas y disputas que acompańan a la política mundial. Los estudios de Stephen Krasner (1985) y de Craig y Murphy (1984) demuestran cómo las discusiones sobre la justicia distributiva mundial en muchos respectos corren paralelamente a las ideologías de la desigualdad y la inequidad al nivel de las sociedades nacionales. El apoyo ideológico a las desigualdades socialmente estructuradas también juega un papel en la justificación y racionalización de las diferencias centro/periferia. Algunas de las barreras no mercantiles a la igualación salarial entre los trabajadores del centro y la periferia son ideológicas, como es también el caso con las diferencias salariales entre hombres y mujeres o negros y blancos. Michael Hechter (1975) ha mostrado que las definiciones de base cultural de los que están dentro y los que están fuera del grupo (p. ej., ingleses versus irlandeses) jugó un importante papel en el mantenimiento de la estructura de “colonialismo interno” dentro de las islas británicas. Pero debemos notar  que si bien las actitudes racistas y nacionalistas ciertamente tienen vida propia e indudablemente juegan un rol de apoyo en las estructuras de dominación, éstas son grandemente reforzadas por las instituciones económicas y políticas. Y este es aún más el caso cuando el objeto de análisis son las desigualdades internacionales. La estructura política del control de migración es una function compleja de las actitudes  populares, de la demanda económica de trabajo y del poder  político de las organizaciones y estados que compiten (Portes y Bach, 19885). Y el control de migración es ciertamente una de  las instituciones más  potentes que reproducen los diferenciales salariales centro/periferia.

 

Estructura de la Cultura Mundial Contemporánea

 

Tanto el contenido como el nivel de consenso entre participantes varían entre culturas. El consenso nunca es completo y tiende a decrecer con la complejidad. Como se vio anteriormente, Durkheim (1964) planteaba que hay una base normativa d el intercambio contractual en la sociedad de mercado, aunque difiere grandemente  de las obligaciones acostumbradas prevalecientes en sociedades con una división menos compleja del trabajo. En las sociedades que tienen una división compleja del trabajo en la que los productores individuales intercambian sus productos por los productos de otros impersonales mediante dinero, en algunos asuntos todavía existe consenso.

Pero una división elaborada del trabajo tiende a crear una dependencia objetiva de los productores individuales y de grupos, del intercambio de mercado, de manera que “ya deja de  requerirse de acuerdo consensual para que haya orden social”. Las personas pueden creer lo que quieran acerca de la religión o la estética. El intercambio de mercado solo requiere ciertos acuerdos sociales acerca del status formalmente igual de compradores  y vendedores, las obligaciones legales del contrato y los términos y contenido del valor de cambio. Este consenso necesario es algo mínimo en comparación con el grado de consenso acerca de la ontología y la sacralidad que existe en las sociedades simples y este consenso mínimo es respaldado por el derecho y las sanciones formales.

Las sociedades complejas se caracterizan por formas relativamente individualizadas y voluntarias de conciencia, en el sentido que los individuos ejercen muchas opciones al elegir entre identidades e ideologías culturalmente disponibles. El examen de Marx (1967a: 71-83) del “fetichismo de las mercancías” implica que la opacidad institucionalizada por las que las relaciones de mercado oscurecen las relaciones concretas entre productores es funcional para la operación del capitalismo, porque productores y consumidores están alienados del conocimiento de sus interdependencias reales. Críticos más recientes (Zaretsky, 1976; Bellah y cols., 1986) plantean que el consumismo y el privatismo que se  con la identidad individualizada en la sociedad capitalista alienan al individuo de la acción socialmente significativa. Está claro, no obstante, que las sociedades nacionales modernas continúan estando integradas, al menos en parte, mediante la conciencia colectiva. Los procesos durheimianos de mantenimiento del límite moral, así como los fuertes sentimientos de solidaridad, son evidentes respecto a la “comunidad nacional”. La nación es probablemente la solidaridad colectiva más importante en el sistema-mundo moderno. La hegemonía ideológica, como la analizó Antonio Gramsci (1971), ciertamente juega una p arte importante en la legitimación de las jerarquías política y económica dentro de las sociedades nacionales. Plantear esto, sin embargo, es también reconocer que el consenso y el acuerdo cultural se organizan primariamente a lo largo de líneas nacionales en el sistema-mundo contemporáneo y “no” a nivel del sistema completo. La organización de la conciencia y la identidad a lo largo de líneas nacionales es, de hecho, una importante característica de la economía-mundo capitalista. No es solo el carácter multicéntrico del sistema interestatal el que permite al capital mantener su movilidad y la capacidad de vencer en las maniobras a los movimientos opositores. Además, la tendencia de la cultura mundial a estar fragmentada en culturas nacionales y para que las solidaridades colectivas se organicen nacionalmente, refuerza la movilidad estructural de la acumulación capitalista. La pobre ejecutoria del internacionalismo proletario y el conflicto sangriento entre los estados socialistas contemporáneos ha sido resultado primariamente del sistema interestatal, pero también son el resultado de un nacionalismo virulento. Aquí la cuestión es que la construcción de naciones, la formación de solidaridades nacionales a partir de identidades colectivas anteriormente separadas, es ella misma el producto de la operación de largo plazo del sistema interestatal y de la economía mercantil. Que las naciones estén mejor integradas en términos de identidad colectiva en el centro que en la periferia es en gran parte consecuencia del colonialismo y la explotación económica que desarrollaron al centro y subdesarrollaron a la periferia. El colonialismo frecuentemente empleó una política de divide y vencerás que opuso a unos grupos étnicos contra otros, mientras en los países centrales la construcción efectiva de las naciones fue facilitada por la explotación de la periferia. El rasgo más sobresaliente de la cultura mundial es su carácter multinacional.

El lenguaje natural es el portador más importante de significado cultural y “no hay lenguaje global”. El lenguaje sigue estando diferenciado al nivel del sistema-mundo. Y así , la identidad colectiva como se expresa mediante sistemas simbólicos íntimamente entendidos, sigue siendo multinacional. Con esto no se está reivindicando que los sistemas simbólicos consensuales no estén surgiendo a nivel global. El imperialismo cultural y la hegemonía ideológica de la religión, la política, la economía y la ciencia europeas han producido obvios isomorfismos entre las culturas nacionales del sistema-mundo. Robert Wuthnow (1980) ha planteado convincentemente que la institucionalización de la ciencia y el surgimiento de diferentes tipos de movimientos religiosos han estado fuertemente condicionados por procesos del sistema-mundo. El desarrollo económico, la igualdad política y una racionalidad colectiva nacionalmente delimitada componen un conjunto subyacente de temas consensuales para la cultura mundial (Heintz, 1973). Cada nación expresa su propia identidad y términos de algún “carácter único” que es de todas maneras consistente con una u otra versión de estos temas básicos. Por otra parte, los valores civilizacionaes que constituyen la cultura europea  y por tanto la cultura de la dominación en el sistema-mundo eurocentrado, de ninguna manera son universalmente aceptados a pesar de la tendencia hacia similitudes morfológicas entre las culturas nacionales. Todavía son fuertemente sostenidos por grandes números de pueblos del mundo, importantes aspectos de tradiciones civilizatorias no-occidentales, con muy diferentes presupuestos acerca del universo (Galtung, 1981; Wallerstein, 1984b: capítulo 16). El estudio de los regímenes internacionales [p. ej., la evolución de acuerdos acerca de cuestiones específicas tales como la ayuda, la deuda, la inversión extranjera, el derecho marítimo, etc. (Krasner, 1985; Lipson, 1985; Wood, 1986)], así como discusiones de la justicia distributiva internacional confrontadas en el debate acerca de un “nuevo orden internacional” (Murphy, 1984), ciertamente han ilustrado el proceso de formación de consenso y disputa en el surgimiento de un orden mundial normativo. El estudio de Stephen Krasner (1985) de los debates entre estados centrales y periféricos, revela el rasgo, bien conocido a partir de estudios de otros casos de justicia distributiva, que los estados periféricos favorecen,  con probabilidad mucho mayor, un régimen internacional que controle los recursos sobre la base de intereses globalmente definidos, mientras que los estados centrales favorecerían con mayor probabilidad la distribución de recursos según la capacidad de los estados individuales de pagar.

Los sistemas de equivalencia lingüística se han institucionalizado en las prácticas de los traductores internacionales  y los lenguajes mundiales artificiales tales como las matemáticas son aceptados en todas partes. Es casi universal un solo método de reconocimiento del tiempo y se ejercen presiones por estandarizar otras mediciones.

Cada vez se consensualizan más protocolos de comunicaciones, seńales de tránsito, terminología médica, contabilidad económica nacional, indicadores sociales y hasta juicios estéticos y literarios. La literatura mundial, la historia mundial y hasta la teoría y las investigaciones sobre algo llamado el sistema-mundo, son tal vez expresiones del surgimiento de una cultura mundial unitaria (ver también King, 1984).

La identificación con la especie humana como un todo no es una solidaridad muy importante en la integración del sistema-mundo contemporáneo. Los límites de las solidaridades humanas han venido expandiendo su rango durante largo tiempo. El desarrollo de religiones “mundiales” como el cristianismo y el islam separaron el parentesco y los lazos sanguíneos de la definición de membrecía en el orden moral.

El contenido real de la idea de universalismo se ha expandido para incluir a la especie humana completa en la “hermandad del hombre”, el “ser-especie” de los socialistas del siglo diecinueve. Las discusiones contemporáneas de la aldea global o la nave espacial tierra, enfatizan el grado en que compartimos un destino común como especie. Y la mayoría de la ciencia social contemporánea asume la unicidad de la especie humana. Por supuesto, las ideas pueden ser expresadas o sostenidas por una minoría sin que sean institucionalizadas en las estructuras sociales. Cuando examinamos la naturaleza de la solidaridad contemporánea, se revela que la comunidad global está institucionalizada solo débilmente. Hay muchas religiones mundiales que compiten, incluyendo variantes de socialismo. Y el derecho internacional, aunque es enfatizado por Parsons (1961) en su examen del orden normativo a nivel internacional, todavía está pobremente institucionalizado. Hasta  los actores más centrales simplemente descartan la Corte Mundial cuando les conviene.

Durkheim usaba los cambios en los sistemas de derecho como una medida del tipo de solidaridad que se encuentra en una sociedad. De manera similar, muchas personas han examinado el sistema mundial de derecho para ver si está surgiendo una regulación normativa global. El funcionamiento de la Corte Mundial ha sido el foco de mucha discusión y críticas (p. ej., Falk, 1982). La importancia de la regulación normativa a nivel global indudablemente oscila con el nivel de conflicto en el sistema-mundo. Además, parece probable que el derecho internacional ha incrementado realmente su importancia en comparación con siglos anteriores. Pero esta tendencia no ha desplazado significativamente la lógica general del sistema-mundo hacia la de un sistema normativamente regulado. Es decir, aunque la regulación normativa puede haber aumentado en algún grado al nivel global, sigue siendo una fuerza muy débil. Las culturas complejas nunca son muy homogéneas. Parsons (1971) habla de culturas diferenciadas en las que las subunidades  se especializan en formas separadas, pero interdependientes de conciencia y significado. Así, los abogados piensan diferente a los doctores (tienen una subcultura), lo que de todas maneras es parte de una cultura integrada mayor.

Quizás  la cultura mundial que está surgiendo sea un todo civilizacional como éste. Muchos han planteado que ciertos temas culturales subyacentes han penetrado en todas partes en el sistema-mundo moderno, o por lo menos son compartidos por las elites nacionales en todas partes. Llamada diversamente “modernismo” u “occidentalismo”, esta cultura mundial ha sido extendida por el colonialismo y las relaciones de mercado a cada rincón de nuestra tierra. Su contenido ha sido descrito como enfocado sobre el desarrollo económico, la burocracia racional, el humanismo laico y la ciencia y la democracia política, aunque el status global de esta última es cuestionable a causa de la oscilación entre regímenes democráticos y autoritarios en la periferia y semiperiferia. De todos modos, debe ser significativo que queden pocas monarquías verdaderas en el mundo.

La legitimación del estado desde “abajo”, es decir, como una organización que opera en interés del “pueblo”, se ha hecho casi universal. Esto es muy diferente a las ideologías de los estados tributarios e imperios, que son agentes de los dioses (ver capítulo 6). Si hay algo como una cultura mundial, entonces el inglés es obviamente uno de sus idiomas principales. Esto ha sido el resultado de la extraordinaria expansión del Imperio Británico, pero también de la afortunada (o infortunada para los anglófonos) circunstancia que la hegemonía británica fue seguida por la de una potencia hegemónica portadora de un gen lingüístico similar, los Estados Unidos de América. Una potencia hegemónica central promociona su propia lengua y muchos hablantes la consideran una necesaria “lingua franca”. Ciertamente el número de idiomas hablados ha disminuido durante los últimos 500 ańos como resultado de la conquista europea de la tierra. Y el bilingualismo se ha expandido para aumentar las proporciones en tamańo de la población mundial que habla uno otro de los idiomas mayores. Pero los idiomas sintéticos (tales como las matemáticas) y los métodos de reconocimiento del tiempo, los métodos de medición del espacio, etc., se han extendido algo independientemente de los lenguajes naturales. Lingüistas como Sapir (1949) y Whorf (1956) han planteado que los significados no son traducibles entre grupos humanos que empleen supuestos incompatibles acerca de la naturaleza de la realidad. Todos hemos oído acerca de las dificultades para traducir ciertas palabras alemanas o francesas al inglés. Tanto más  difícil es expresar las nociones de los esquimales de la nieve o la atribución de los navajos de la acción modificada a lo que nosotros tomamos por objetos inanimados (p. ej., los chichones del tronco, en lugar de un chichón en el tronco). Los problemas de esta especie se resuelven (o son obliterados) cuando se llegan a institucionalizar las equivalencias de traducción, como cuando los traductores profesionales en las Naciones Unidas desarrollan soluciones estándar a los problemas de las equivalencias. Los matices originales se pierden, pero esto es de todas maneras la creación de un consenso global.

 

Imperialismo Cultural

 

La cultura suele reflejar las desigualdades socialmente estructuradas. Esto es, la cultura es en sí jerárquica y llega a reflejar y a reforzar la jerarquía. Marx decía que las ideas dominantes de una era son las ideas de sus gobernantes y Gramsci analizaba la hegemonía ideológica en términos de la capacidad de una clase dominante para legitimarse a sí misma propagando una cosmovisión dominantes (aunque no totalmente exclusiva). Mucho de lo que se ha llamado cultura mundial por Parsons (1961, 1971) y la escuela de la modernización, ha sido denominado imperialismo cultural occidental por otros (p. ej., Galtung, 1971). William Meyer (1987) ha realizado una operacionalización de “la tesis estructural del imperialismo cultural” que examina ciertas proposiciones clave con datos sobre 24 países en desarrollo. Él usa un análisis de regresión múltiple trans-seccional para examinar las relaciones entre dos indicadores de la penetración de un país por las noticias y los flujos de información occidentales y tres indicadores de la occidentalización de la economía, el sistema de educación y el consumo. Meyer no encuentra apoyo para la hipótesis del imperialismo cultural, pero este estudio a duras penas puede citarse como evidencia firme. El pequeńo número de casos (pequeńo para un análisis de regresión) y las operacionalizaciones problemáticas hacen que los resultados no sean confiables. Lo mismo puede decirse de otros estudios comparativos que han buscado examinar los efectos del imperialismo de los media (ver Stevenson y Shaw, 1984). Estas cuestiones son importantes y son una tierra relativamente no labrada para una investigación comparada cuidadosa. Si bien nadie puede negar la existencia de aspectos jerárquicos de la cultura mundial, yo plantearé que esta forma de imperialismo no es muy central para el funcionamiento y la reproducción de la desigualdad en el sistema-mundo moderno.

El imperialismo cultural ciertamente propaga la cultura popular central y las “estructuras de preferencias” que crean la demanda para el consumo de las mercancías del centro en todas las partes del globo. Esto se realiza en parte mediante la centralización de los sistemas de comunicaciones y de suministro de información en los países centrales (Schiller, 1969). La Coca-Cola, la Pepsi, el rock-and-roll y los programas de la televisión americana están en todas partes. Pero lo mismo que los grupos oprimidos dentro de las naciones a menudo han encontrado posible redefinirse a sí mismos, despojarse de los estilos de identidades aportados por los grupos dominantes y afirmar sus propias definiciones “tradicionales” o “únicas” del yo o del grupo, esta clase de resistencia también opera en la jerarquía centro/periferia. La psicología de liberación nacional es esencialmente la creación de nuevas identidades nacionales en reacción a las ideologías coloniales del pasado.

Esta forma de resistencia ha sido bastante exitosa, aunque no deja de ser problemática. La tendencia secular hacia la unificación de las comprensiones culturales sigue estando sometida a una resistencia importante. Los grupos y naciones que se sienten disminuidas por el cambio con la acreción de una cultura que se alega es “universal”, pueden con frecuencia redefinirse a sí mismos (Wuthnow, 1980). El tradicionalismo del régimen de Khomeini en Irán y las reivindicaciones de valores civilizatorios no occidentales impulsadas por muchos pueblos, muestran que la opresión que está simbólicamente organizada es mucho más fácil de combatir que la opresión que llega a estar institucionalizada en una división material del trabajo o un costoso aparato militar. Los negros se redefinen a sí mismos como bellos; los Testigos de Jehová pueden proclamarse a sí mismos como los más próximos a Dios y estas formas “étnicas” de resistencia pueden ayudar a los pueblos a sentirse mejor acerca de sus situaciones, pero las bases materiales de la opresión son más difíciles de superar. El nacionalismo de los países periféricos es, pues, un intento por las elites y los pueblos de redefinirse a sí mismos sobre un pie de mayor igualdad, en un sistema que consistentemente opera para marginalizarlos y como tales, estas fuerzas pueden con frecuencia ser entendidas como oposición a la explotación (Fox, 1987).

El nacionalismo de los países centrales, por otro lado, aparece como una negación atávica de las mejores tendencias universalistas de la sociedad moderna. Sin embargo, ambas especies son el producto de una economía política mundial que divide a unos pueblos de otros y promueve el conflicto por los recursos. El capítulo de Albert Szymanski (1981: 257-88) sobre la “hegemonía ideológica como mecanismo de dominación imperial” muestra el importante grado en que ha sido promocionada la cultura central en un esfuerzo por legitimar la explotación del centro/periferia. Szymanski también revela la facilidad con que los regímenes nacionalistas en la periferia pueden producir sus propios programas de televisión, etc. El costo decreciente de la tecnología de comunicaciones ha aportado el medio para contrarrestar la centralización del aporte de información y entretenimiento. En el sistema-mundo moderno es mucho más fácil para los pueblos oprimidos redefinirse a sí mismos, adoptar una auto-definición más positiva aún frente a las culturas “hegemónicas”, que cambiar la posición de una nación en la jerarquía económica y político/militar. Así, tenemos el fenómeno de la “sobre-modernización”. Muchos países en desarrollo adoptan las trampas del desarrollo: planificación estatal, educación masiva, monumentos nacionales, etc., sin ser capaces de crear las bases materiales del desarrollo económico.

Meyer y Hannan (1979) muestran que todos los países, independientemente de la tasa de crecimiento económico, expandieron sus sistemas de educación en el periodo entre 1950 y 1970. La explosión de la educación a escala mundial, sin embargo, no guarda relación con el desarrollo económico a escala mundial, porque es mucho más fácil crear estudiantes, escuelas y maestros, que instituir empresas productivas y/o lucrativas en el contexto de un mercado mundial competitivo. Por supuesto, algunos países han rechazado la modernización como imperialismo occidental y han buscado recrear instituciones e ideologías “originarias”. La revolución iraní es un ejemplo obvio, pero muchos otros países periféricos y semiperiféricos tienen elementos similares en sus ideologías nacionales.

Es bastante fácil realizar una tal redefinición y rechazo de la cultura mundial dominante, porque la cultura mundial misma es pluralista.

La participación en el mercado mundial, o incluso en el sistema internacional de diplomacia, no demanda tanto en materia de uniformidad cultural. Los puntos anteriores apoyan el planteo que la cultura mundial no es la manera principal en que se mantiene el orden en el sistema-mundo contemporáneo.  Pero un contraargumento podría defender que el sistema-mundo no está bien integrado y que esto se debe a una falta de consenso normativo. Muchos han percibido las relaciones internacionales no como un sistema sino más bien como una “anarquía de naciones” en la que cada una trata de obtener lo más posible. Está claro que la guerra es una parte institucionalizada de la competencia entre estados. La guerra es casi continua en la tierra y la guerra entre estados centrales se produce periódicamente por el proceso de desarrollo económico capitalista disparejo (ver capítulos 7 y 8).

Si bien la guerra indica que la competencia regularmente desemboca en conflicto, es erróneo caracterizar al sistema-mundo como una “anarquía de naciones”.

El sistema revela muchos patrones regulares de interacción, a pesar del hecho que no está fuertemente integrado por una cultura consensual. La interdependencia de mercado y el correspondiente balance político-militar de los mecanismos de poder operan para producir ciertos rasgos que contradicen la hipótesis de una guerra hobbesiana de todos contra todos. En primer lugar, la jerarquía centro/periferia es bastante estable. A pesar de cierta cantidad de movilidad hacia arriba y hacia abajo, cualquier área muy probablemente permanecerá en la posición en la que está desde hace tiempo. Y el número de estados soberanos ha aumentado, más bien que decrecido. En un sistema basado puramente en la conquista, esperaríamos que el número de estados soberanos disminuya al ir teniendo lugar la formación de imperio. Uno de los argumentos más persuasivos a favor de una cultura mundial fuerte es el de John W. Meyer. Meyer reivindica que ciertos valores, primariamente los de progreso económico y racionalidad, son institucionalizados como reglas normativas en el colectivo mundial. Como lo pone Meyer (1987:50), “Las explicaciones del sistema estatal a escala mundial que enfatizan los factores culturales están en el camino correcto. Sin embargo, su compromiso con una conceptualización estrecha de la cultura les ocasionó perder la conciencia de que la cultura del mundo moderno es más que un simple conjunto de ideales o valores que se difunden y operan separadamente en los sentimientos individuales en cada sociedad. El poder de la cultura moderna – como el del cristianismo medieval – radica en el hecho que es un conjunto de reglas compartidas y vinculantes exógenas a cualquier sociedad dada y localizadas no solamente en sentimientos individuales o de elite, sino también en muchas instituciones mundiales (relaciones  interestatales, agencias de empréstitos, definiciones y organización de la elite cultural mundial, cuerpos transnacionales, etc.).”

Las Naciones Unidas, aunque son organizacionalmente un cuerpo débil, simbólicamente representan muchas de las reglas del colectivo mundial… Ellas simbolizan las reglas de un sistema político en el que los estados nacionales son los ciudadanos constituyentes. Meyer plantea  que hay un fuerte conjunto de normas institucionales que responde de la estabilidad  del sistema interestatal, apoya la soberanía de los estados existentes y legitima la expansión de la regulación estatal dentro de las sociedades nacionales tanto en el centro como en la periferia.

Meyer nota que los estados periféricos expanden su jurisdicción interna y adoptan las trampas de la “modernidad” (sistemas de bienestar, sistemas educativos, etc.) aún en ausencia de mucho desarrollo económico doméstico y hay considerable apoyo empírico para este planteo (ver Meyer y Hannan, 1979). Estoy de acuerdo con Meyer que las reglas normativas institucionalizadas en las Naciones Unidas y los protocolos de diplomacia apoyan al sistema interestatal y la soberanía de los estados. Pero no estoy de acuerdo que estas normas sean la fuente principal de apoyo para estas importantes estructuras centrales del sistema-mundo moderno. El supuesto de Meyer que las normas son “compartidas y vinculantes” es simplemente incorrecto. Cuando las normas son vinculantes, el costo del incumplimiento es el oprobio ante los demás que se valoran (la vergüenza) o el auto-castigo motivado por la culpa. El incumplimiento de las normas de diplomacia o de la Carta de Naciones Unidas no es sancionado de estas maneras en el sistema-mundo contemporáneo. Mi explicación propia de la expansión, estabilidad y reproducción del sistema interestatal también se refiere a las instituciones, pero no a las reglas y valores incorporados en la cultura mundial. En los capítulos 6, 7 y 8 yo planteo que los rasgos de los estados y del sistema interestatal a los que Meyer (y otros) se refiere, son producidos por un modo de producción capitalista institucionalizado y por los esfuerzos de lo grupos por protegerse a sí mismos de las fuerzas de mercado y de la explotación por las potencias centrales. Estoy de acuerdo con que el consenso normativo y basado en valores ha aumentado a nivel global y que la cultura mundial está evolucionando como un sistema complejo diferenciado de valores institucionalizados. Pero también defiendo que estos rasgos emergentes todavía no juegan un rol integrativo fuerte en la dinámica del sistema-mundo contemporáneo. La integración de sistema está mediada primariamente por los mercados y esto está respaldado por el funcionamiento del sistema interestatal, que es un balance político/militar de poder coercitivo que regularmente (aunque no aleatoriamente) emplea la guerra como medio de competencia. La cultura mundial opera para legitimar la producción de mercancías y al sistema interestatal, pero no es un determinante importante de la dinámica de nuestro sistema-mundo. La conciencia puede, sin embargo, jugar  un papel importante en la transformación del sistema actual a uno basado más en el consenso y en la integración normativa.

 

El Futuro de la Cultura y la Comunidad Mundial

 

La tendencia hacia la integración cultural mundial que puede ser discernida en una convergencia creciente alrededor de temas básicos y el isomorfismo de las culturas nacionales todavía no ha alcanzado el punto en que los procesos normativos tengan un rol central en los procesos del sistema-mundo. La economía-mundo capitalista es un sistema histórico con tendencias contradictorias que eventualmente conducirán a su transformación en una especie cualitativamente diferente de sistema. Mi argumento anterior no debería ser interpretado como que las ideas no tendrán importancia en la transformación de este sistema. Por el contrario, yo tengo la esperanza que un análisis científico de las tendencias estructurales  profundas del sistema será útil para transformarlo. Como sugirió Polanyi (1944) para las sociedades nacionales, las fuerzas enormemente productivas del desarrollo capitalista son también enormemente destructivas de ciertos valores humanos que no entran fácilmente en el cálculo de la obtención “privada” (o parcial) de ganancias. La afirmación normativa  de estos valores colectivos es una importante parte de la construcción de una comunidad mundial que pueda planificar democrática y racionalmente la producción, la distribución y el desarrollo mundial. Así, el “universalismo” generado por la cultura capitalista necesita ser llevado adelante hasta un nuevo nivel de significado socialista, aunque  con una sensibilidad a las virtudes del pluralismo étnico y nacional (ver Chase-Dunn, ed., 1982b: capítulo 14). Las reivindicaciones hechas por Parsons (1971) y los demás teóricos culturalistas, que el universalismo normativo es un rasgo central del sistema-mundo capitalista existente, deben ser desmistificadas, pero la posibilidad de una tal sociedad mundial en el futuro debería ser reconocida. Ahora nos volvemos hacia una consideración del rol de los estados y del sistema interestatal en la economía-mundo capitalista. Las  páginas 8 a 11 de la Introducción contienen un resumen de las conclusiones a las que se llega en la 1Ş Parte.

Capítulo 6: Los Estados y el Capitalismo

 

Se ha implicado que la  perspectiva de sistemas-mundo es un enfoque “economicista” vulgar que defiende que la acción política está determinada por las estructuras  económicas. Es innegable que la relación entre la acción política y las estructuras socio-económicas es algo floja. Esto es bastante evidente cuando consideramos las conexiones extremadamente complicadas entre los intereses de clases y la acción política. Ellas de ningún modo son tan simples y directas como Marx y muchos marxistas han asumido (y deseado). Análogamente, si examinamos el vínculo entre la posición de sistemas-mundo de los estados y las políticas, las formas organizacionales y las estructuras de régimen de esos estados, no hay un ajuste simple y completo. Podemos estar seguros que no podemos explicar todo en la acción política y las estructuras estatales conociendo cómo y cuándo se inserta un país en la división jerárquica mundial del trabajo. Como concluye el excelente examen de JohnWilloughby (1986: 43) de la formación estatal central y periférica en el contexto de la internacionalización del capital:

Ni la conducta estatal imperial ni la subordinada pueden ser explicadas sin referencia a procesos nacionales e internacionales históricos más específicos. Ningún foco estrecho sobre las tendencias del capital puede por sí explicar la conducta del estado. El método no responde de ciertas tendencias estructurales generales en la evolución de la comunidad global, pero estos hallazgos solo aportan una base para entender el asunto del propio imperialismo. Sigue siendo necesario desarrollar un marco que pueda modelar las interacciones entre las naciones-estados centrales y periféricas y las organizaciones internacionales. De otro modo no será posible anticipar los contornos cambiantes de la subordinación político-económica y el conflicto, tan básicos para el mundo capitalista.

Dicho esto, no obstante, podemos observar ciertas regularidades generales que pueden ser útiles en la comprensión del sistema-mundo como un todo y también las restricciones y posibilidades de los estados particulares. (1) Aquellos que deseen asumir un enfoque menos determinista, más voluntarista, del estado y la política, suelen emprender la ruta metodológica weberiana, que enfatiza la variabilidad y busca explicar por qué es diferente en tal y tal lugar. Charles Ragin y David Zaret (1983) han esclarecido recientemente la distinción entre la explicación durkheimiana, basada en variables y la weberiana, basada en casos. La última enfatiza la explicación de la génesis de la diversidad, mientras la primera enfoca la explicación del modelo general más bien que el caso desviado. Ambas estrategias son útiles y deberían estar combinadas, como defienden Ragin y Zaret. Lo que ellos no apuntan y lo que suele faltar en esos análisis de estados particulares que enfatizan la contingencia histórica, es que la explicación de la variabilidad o la diversidad asume la adecuación del modelo general con el cual está siendo contrastado el caso particular. Lo que deseo hacer aquí es enfocar la formulación de un modelo general.

Este capítulo considera estudios recientes que comparan estados centrales, periféricos y semiperiféricos y que examinan generalizaciones acerca de la conexión entre la jerarquía centro/periferia y los rasgos de los estados. También examina la cuestión de la naturaleza del estado dentro de un modo capitalista de producción y esto, en el contexto de la perspectiva de sistemas-mundo. En dos capítulos siguientes se examinan las interconexiones entre el sistema interestatal, la geopolítica y las instituciones capitalistas. Aquí enfocaremos estados individuales.

żEs verdad que el estado capitalista típico solamente provee orden social y no interviene en los mercados ni en las decisiones de producción? O, para hacer la pregunta de otra manera, żel sistema capitalista como mejor se conceptualiza es operando dentro del contexto de un estado minimalista? żCuál es la relación real entre estados y mercados dentro del modo capitalista de producción? żSon los estados centrales típicamente más fuertes que los estados periféricos y se mantiene esto para el poder tanto interno como el poder vis-ŕ-vis otros estados? żSon los estados centrales típicamente más democráticos, menos centralizados y menos autoritarios que los estados periféricos y semiperiféricos? Si existe una tal correspondencia entre la forma de régimen y la posición del sistema-mundo, żqué explica esta correspondencia? Estas preguntas y otras afines son examinadas en este capítulo.

 

La Fuerza del Estado: Interna y Externa

 

Immanuel Wallerstein (1974) defiende que los estados centrales tienden a ser fuertes, tanto internamente como vis-ŕ-vis otros estados, mientras los estados periféricos tienden a ser débiles. Y él plantea que estas tendencias son reforzadas por ciertos rasgos estructurales del sistema-mundo, por los procesos en curso de explotación y opresión, que reproducen la jerarquía centro/periferia (ver también Rubinson, 1976; Kick, 1980). La formulación estado fuerte/estado débil ha sido criticada por los neo-weberianos, del mismo modo que el alegado “economicismo” del enfoque de Wallerstein (p. ej., Skocpol, 1977). Los críticos defienden que algunos estados no centrales son muy fuertes vis-ŕ-vis las fuerzas opositoras internas y que algunos estados centrales parecen más bien débiles internamente. Hay acuerdo general en que en las relaciones externas de estado con estado se mantiene la generalización de Wallerstein. Los estados centrales son siempre más poderosos que los estados periféricos vis-á-vis otros estados, en términos del poder militar y el poder económico que se derivan de la posición en la división internacional jerárquica del trabajo. Estos diferentes tipos de poder pueden no estar perfectamente correlacionados, ya que algunos estados enfatizan uno o el otro y debe prestarse atención al hecho que algunos estados cambian su posición relativa, moviéndose hacia arriba o hacia abajo en la jerrquía centro/periferia. La cosa que distingue una economía-mundo capitalista de los sistemas-mundo anteriores es el grado en que los estados en el centro descansan en la ventaja comparativa en la producción para el mercado mundial en lugar del poder político-militar. Esto no implica, sin embargo, que el estado capitalista normal o típico sea uno que no interfiere con el intercambio de mercado. El estado de laissez faire es, de hecho, más bien atípico, correspondiéndose con aquellos estados hegemónicos centrales que son grandes ganadores en el mercado mundial, sin necesidad de recurrir a una interferencia mercantil fuerte o estados pequeńos grandemente dependientes del intercambio internacional que no tienen la opción de ejercer influencia político-militar efectiva.

La correspondencia grosera entre la fuerza externa del estado y el status relativo en la jerarquía centro/periferia es un asunto de definición para aquellos que entienden que la geopolítica es la arena principal de competencia en el sistema-mundo moderno. Debe admitirse que la competencia político-militar es importante, pero si buscamos entender cómo difiere el sistema-mundo moderno de sistemas-mundo anteriores, tenemos que examinar la interacción entre los estados y la producción capitalista de mercancías.

Se admite que la cuestión del poder interno es más compleja que la cuestión del poder externo. Yo argumentaré que la forma del gobierno (ya sea éste democrático constitucional, monárquico o una u otra forma de autoritarismo centralizado) no está simplemente relacionada con la cuestión del poder estatal interno. Un estado democráticamente constituido puede ser débil o fuerte vis-ŕ-vis los grupos de oposición interna, igual que un estado autoritario. Y la fuerza del estado vis-ŕ-vis la oposición potencial y/o real varía con el tiempo (en relación consigo misma) en los estados tanto del centro como de la periferia, al igual que las formas constitucionales que asumen los estados y la composición de las alianzas de las clases que respaldan regímenes particulares.

La cuestión del poder interno de los estados es, como todas las discusiones de poder, problemática tanto teórica como empíricamente. Mucha de la literatura reciente que enfoca los estados analiza las “capacidades” del estado para implementar decisiones de política en campos específicos de la actividad social, política y económica (Skocpol, 1985). Esta es una útil conceptualización del poder interno del estado, pero necesita ser esclarecida en varios respectos. La cantidad de los varios recursos directamente controlados por agencias gubernamentales (asumiendo que estos puedan ser medidos cuantitativamente) necesita ser comparada con los recursos disponibles para los grupos internos proclives a resistir la política estatal. Y tanto el propio estado como sus grupos opositores contendientes necesitan se analizados, no como monolíticos, sino en términos del grado de acción unida versus subsecciones competidoras o incluso en conflicto. Un determinante importante del poder del estado vis-ŕ-vis la oposición interna es el grado en que los dirigentes estatales y las agencias estatales apoyan recíprocamente las acciones de los demás. En realidad, Arthur Stinchcombe ha hecho su definición de legitimidad (Stinchcombe, 1968: capítulo 4).

Debe notarse que una característica de los estados centrales hegemónicos más exitosos es ser relativamente descentralizados en su forma. Así, la República Holandesa ha sido una confederación de provincias en la que el gobierno central tiene formalmente poderes limitados. El Reino Unido de Gran Bretańa es también una confederación que, además de sus instituciones estables de democracia representativa y de las limitaciones constitucionales a la autoridad del estado central, le confiere una proporción relativamente alta de autoridad gubernamental a las jurisdicciones locales. Los Estados Unidos de América, una federación similar relativamente descentralizada (aunque el poder del estado federal ha aumentado grandemente con el tiempo), aún no tiene un sistema de educación nacionalmente dirigido ni una institución central pública seria de planificación económica nacional. Los USA comparten con otras potencias hegemónicas previas instituciones estables de la democracia representativa a los niveles local, de estado individual y federal de gobierno. El examen de Peter Evans de los vínculos transnacionales y los roles económicos de los estados centrales y semiperiféricos sugiere que los estados centrales suelen desplegar debilidad interna al tiempo que poseen fuerza externa. Él plantea esto como sigue:

Presidir una economía en la que el capital transnacional es la fracción dominante de la burguesía, inhibe la expansión del rol económico doméstico del estado en los países exportadores de capital. Los intereses del capital transnacional coalescen con las preocupaciones geopolíticas de las elites estatales alrededor de un aparato estatal “externamente fuerte, internamente débil. Los Estados Unidos de América son el ejemplo primario, Bretańa y Suiza aportan evidencia en apoyo. (Evans, 1985: 217).

El uso de Evans como mejor se aplica es cuando estamos considerando procesos como los que ocurren en las potencias hegemónicas centrales decadentes (ver capítulo 9). Es entonces que las exportaciones de capital se hacen relativamente grandes como oportunidades domésticas para contratos ventajosos. En estos estados,  los intereses anteriormente convergentes entre los diferentes tipos de capital y entre el capital y los grupos significativamente grandes de trabajadores centrales, muestran signos de divergencia creciente. Sin duda, el estado se hace más débil (en relación consigo mismo en un tiempo anterior) en tal situación, al irse haciendo crecientemente problemática la coalición de intereses que está detrás del estado. Pero sería inexacto caracterizar a los estados centrales como típicamente internamente débiles en relación con los estados semiperiféricos o periféricos. El poder de un estado como organización se reduce a la cantidad de recursos que puede movilizar en relación con la cantidad de recursos que pueden ser movilizados contra él. En los países centrales hay más recursos totales a movilizar, de manera que un estado pudiera necesitar movilizar grandes recursos contra un reto interno real o potencial. Pero la descentralización y las formas democráticas políticas no son indicaciones directas de debilidad del estado. De hecho, estas formas pueden ayudar a crear legitimidad y consenso entre partidarios significativos de un estado, socavando así los retos y la resistencia a la autoridad estatal.

Como implica la anterior discusión, la legitimidad es un componente importante de la fuerza interna del estado. Robert Philip Weber (1981) ha demostrado que hay una asociación en el tiempo en los cambios de contenido de la retórica política y el ciclo de Kondratieff. Weber realizó un análisis de contenido de los Discursos Británicos desde el Trono, desde 1795 hasta 1972, que revela un ciclo temático de 52 ańos y esto corresponde íntimamente a la onda K. Weber plantea que esto muestra que los problemas  de legitimidad política están vinculados a las contradicciones producidas por el desarrollo capitalista. Independientemente de cómo se explica esta relación empírica, el hallazgo confirma la existencia de una conexión entre los procesos “internos” de legitimidad y el ciclo económico largo del sistema-mundo.

Normalmente pensamos en la autonomía y la “soberanía”  como si estuvieran involucradas en la definición de la fuerza del estado. La soberanía es una cosa muy problemática frente a una consideración de estados periféricos. El ejemplo más extremo y obvio de falta de soberanía en la periferia es la colonia formal, una extensión del aparato estatal de una potencia central. Aunque este aparato puede ser muy poderoso vis-ŕ-vis los grupos de oposición en la periferia, no consideraríamos que fuera, de por sí, un estado internamente fuerte. A éste es probable que le falte legitimidad y siempre le faltará autonomía. La fuerza externa e interna del estado, por tanto, no son completamente independientes entre sí, ni siquiera a nivel de definición. La soberanía vis-ŕ-vis otros estados es un requisito para la fuerza interna tanto como para la externa, porque no tendría sentido caracterizar a un estado comprador o colonia formal (cuya existencia misma está garantizada primariamente por las fuerzas de un estado central) como un estado internamente fuerte. La fuerza estatal interna debe ser definida en términos de aquellos recursos que son controlados autónomamente por el estado particular que se considere. En la práctica, ésta es una distinción difícil de hacer,  pero debemos hacerla para  distinguir las colonias y los regímenes compradores de los estados fuertes.

Una cuestión relacionada con ésta, esbozada primero por Richard Tardanico (1978), la sugiere el uso convencional en la investigación comparativa de los ingresos o los gastos  gubernamentales como medidas de la fuerza estatal. Si bien estos son obviamente medidas directas de algunos de los recursos bajo el mando de un estado, una medida mejor sería la cantidad de recursos bajo el mando del estado durante un periodo en que el poder del estado es desafiado. Aunque la República Holandesa del siglo diecisiete tenía un presupuesto regular bastante pequeńo, el stadtholder de Ámsterdam podía vender suficientes bonos estatales en una sola visita al mercado de seguridades de Ámsterdam para financiar la movilización de la nación para una guerra efectiva contra sus estados centrales rivales (Barbour, 1963). Similarmente, las entradas per cápita (o per ingreso nacional) del gobierno británico eran más bajas que las entradas francesas durante todo el siglo diecinueve, excepto durante los ańos de movilización bélica, en que los recursos del estado británico saltaron súbitamente a un nivel mucho más alto que el del estado francés. El nivel relativamente bajo de ingresos per cápita, yo defendería, no significa que el estado británico fuera más débil que el estado francés durante la mayoría de los ańos del siglo diecinueve. Por el contrario, la capacidad del estado británico de movilizar mayores recursos cuando estos eran necesarios, significa que el estado como organización  fuera probablemente más fuerte internamente en Bretańa que el estado francés en Francia.

Un estado fuerte, entonces, está fuertemente apoyado por una alianza de capitalistas que está a su vez unificada y tiene intereses relativamente convergentes y que es fuente de  importantes recursos. Aquí hay analíticamente dos elementos: la magnitud de los recursos y la unidad relativa dentro de y entre las clases. Richard Rubinson (1978) ha analizado los procesos políticos por los cuales se forjaron poderosas coaliciones entre capitalistas y propietarios de tierras móviles hacia arriba en Alemania y en los Estados Unidos en el siglo diecinueve. Aunque los estados centrales mismos varían en términos de la unidad y magnitud de los recursos a los que tienen acceso, respecto a estas dos cuestiones ellos usualmente están en mejor forma que los estados periféricos, que generalmente sufren de niveles más altos de desarticulación política, así como de escasez de recursos.

Una importante diferencia entre un estado capitalista (que principalmente aporta orden y otras condiciones para la producción y el comercio lucrativos de mercancías) y los estados pre-capitalistas (directamente comprometidos en el modo tributario de producción en el que el poder político-militar era en sí mismo la fuente principal de apropiación de plusvalía) sugiere razones por qué un estado con bajo presupuesto puede ser, al mismo tiempo, muy poderoso vis-ŕ-vis la oposición tanto interna como externa. Los capitalistas quieren estados efectivos y eficientes; o sea, estados que aporten protección suficiente para una acumulación capitalista exitosa, al costo. Un estado que haga esto será fuertemente apoyado por grupos con grandes recursos y sin embargo, estos estados tendrán burocracias  relativamente pequeńas y presupuestos modestos.

Independientemente de los argumentos anteriores, la mayoría de los estudios transnacionales de la fuerza interna del estado  usan alguna medida de los recursos disponibles al gobierno y compara esta magnitud con alguna medida de los recursos totales disponibles en el país. La medida más común es la razón de los ingresos del estado con el PNB. La mayoría de estas investigaciones han examinado las causas del crecimiento relativo de los estados y el efecto de la fuerza del estado sobre otras variables (p. ej. Rubinson, 1977b).  Una reciente disertación de Ph.D. por SuHoon Lee (19886) demuestra que el crecimiento en capacidad extractiva de los estados periféricos y semiperiféricos (ingresos), su capacidad coercitiva (militar) y su capacidad integrativa (educación masiva) son primariamente consecuencia de las interacciones internacionales (como la involucración en guerras interestatales y en el mercado mundial) más bien que de factores internos. Camero (1978) halla que la capacidad extractiva de los estados centrales está altamente relacionada con su grado de involucración con el mercado internacional.

He aquí algunas evidencias adicionales relacionadas con la cuestión de la fuerza interna de los estados centrales y periféricos. La tabla 6.1 es tomada de información contenida en las Tablas Mundiales del Banco Mundial (1983). Esta tabla muestra los niveles promedio de consumo gubernamental como porcentaje del PNB para grupos de países de 1960 a 1981. Los grupos de países están compuestos por el Banco Mundial. En nuestros términos, los 21 llamados “economías industriales de mercado” (los 43 paíse con menos de $405 PNB per cápita en 1981) son todos periféricos, mientras las “economías en desarrollo de  ingreso mediano” incluyen a 106 países, tanto periféricos como semiperiféricos. Las llamadas “economías no de mercado del Este europeo” y los “exportadores de petróleo de altos ingresos” son excluidos de los grupos anteriores. (2)

--Tabla 6.1 aproximadamente aquí—

El renglón, consumo general del gobierno, se define como sigue:

El consumo general del gobierno comprende todos los gastos corrientes para compra de mercancías y servicios por cuerpos gubernamentales: eso es, gobiernos central, regionales y locales; fondos de seguridad social separadamente operados; y autoridades internacionales que ejercen funciones de gastos de impuestos o gubernamentales dentro del territorio nacional. Excluye los gastos de empresas públicas no financieras y de instituciones financieras públicas. El gasto corriente del gobierno general cubre los gastos por compensación de empelados, las compras de mercancías (excluyendo la adquisición de tierras y activos depreciables) y servicios de otros sectores de la economía, equipamiento militar y otras compras del extranjero. El gasto de capital en la defensa nacional (excepto para la defensa civil) se trata como consumo, mientras todos los gastos en formación de capital (incluyendo la defensa civil) se incluye en la inversión nacional bruta. (Banco Mundial, 1983 I: xi).

El consumo gubernamental como porcentaje del PNB no es en modo alguno la medida ideal de la fuerza interna del estado. Éste no toma en cuenta los recursos que se harían disponibles para  un estado que enfrenta una emergencia, importante componente éste de la fuerza del estado sugerido en el argumento anterior. Tampoco capta en absoluto la dimensión de unidad (o desunión) entre las agencias estatales ni los grupos opositores potenciales, ni tampoco incluye ciertos gastos de capital (p. ej., las compras de tierras) ni los gastos de las firmas propiedad del estado. Si toma en cuenta groseramente, sin embargo, la magnitud de los recursos económicos normalmente disponibles para el estado y pondera esto por el valor total de las transacciones económicas finales en la sociedad (PNB). Como tal, esto debería ser un aproximado grosero (en la comparación entre naciones) para el poder extractivo normal de un estado vis-ŕ-vis su sociedad nacional.

La tabla 6.1 muestra que el porcentaje del PNB atribuible al consumo gubernamental ha aumentado desde 1960 en todos los grupos. Esto apoya a otras investigaciones (Boli, 1980; Lee, 1986) que han demostrado aumentos en la formación de estados tanto en el centro como en la periferia. De mayor relevancia para la cuestión de la fuerza diferencial del estado, sin embargo, es la indicación en la tabla 6.1 de considerables diferencias entre zonas del sistema-mundo respecto a la capacidad extractiva de los estados. El nivel de capacidad extractiva promedio entre los estados del centro es significativamente más alto que el encontrado en países en desarrollo ya sean de ingreso mediano o bajo y esta diferencia continúa en el tiempo, a pesar de la elevación de cada grupo.

Las diferencias entre los grupos de ingresos medianos y bajos indica, con una excepción, que los estados semiperiféricos pueden ser internamente más fuertes que los estados periféricos. Esta conclusión contiene incertidumbre, no obstante, porque el grupo de los países de ingresos medianos incluye países tanto semiperiféricos como periféricos.

 

Una Visión Estado-Céntrica de la Explotación

 

La literatura reciente que enfatiza la relativa autonomía de los dirigentes estatales y su inclinación a expandir la burocracia estatal y a organizar un acceso estable y protegido a recursos para expandir el poder del estado y controlar en todo lo posible necesita ser considerada dentro del contexto de los diferentes modos de producción. Charles Tilly (1985) ha caracterizado a los estados-naciones modernos como acumuladores predatorios por cuenta propia, como bandas de extorsión que operan para obtener la mayor tajada posible de los recursos. Es importante recordar que, aunque ha habido una tendencia al crecimiento de los estados, tanto en el centro como en la periferia, sigue habiendo importantes diferencias entre la operación de los estados dentro de un sistema-mundo capitalista y la operación de estados dentro de sistemas en los que la recolección de tributos es la forma principal de acumulación. Los estados dentro del sistema-mundo contemporáneo ciertamente tienen una tendencia a expandir sus recursos. Los dirigentes estatales frecuente y regularmente intentan extender su poder encontrando o creando circunscripciones que supuestamente necesitan sus servicios y expandiendo el acceso estatal a los recursos. Pero los objetos de la política estatal y las continuadas limitaciones al uso del poder estatal necesitan ser considerados en el contexto de un sistema capitalista mundial.

La expansión de los estados centrales ha sido analizada por ciertos marxistas en términos de los necesarios correctivos a las contradicciones producidas por el “capitalismo monopolista”. Baran y Sweezy (1966) notaron que la expansión en la postguerra de Corea, del presupuesto militar de USA a niveles de tiempos de guerra, que creó una demanda permanente auspiciada por el estado, de importantes sectores de la industria privada de USA, fue proporcionalmente la misma parte de la economía de USA que quedaba ociosa debido a la sobre-capacidad antes del estallido de la 2Ş Guerra Mundial. El análisis de James O’Conner (1973) de la crisis fiscal del estado extiende esta especie de pensamiento a la expansión de los servicios de bienestar por el estado de USA, planteando que las contradicciones sociales del capitalismo monopolista requieren gastos estatales aún mayores para subsidiar la continuación de la acumulación privada.

Pero el trabajo de O’Conner también defiende que hay importantes limitaciones a la expansión ulterior de los gastos estatales y esta idea de las restricciones suele ser despreciada por los analistas estado-céntricos. En contra del tono que se suele encontrar en la literatura sobre la tendencia predatoria a la expansión de los dirigentes estatales, sigue habiendo poderosas fuerzas que limitan la tendencia a la expansión estatal. La imposición de impuestos ha sido resistida en todos los sistemas históricos, pero en un sistema capitalista, la propia clase dominante vive primariamente de las ganancias de la producción de mercancías más que de los ingresos por impuestos. Los pagos de impuestos restringen la obtención de ganancias de muchas maneras. Los impuestos a las firmas capitalistas elevan el costo de los productos y reducen la competitividad y por tanto, las ganancias. Así, como han apuntado Fred Block (1978) y muchos otros analistas, la propia estructura de la acumulación capitalista limita los estados a actividades que promocionan una atmósfera de “confianza de negocios”.

Los propios estados suelen ser importantes compradores de productos del sector privado, por supuesto. Y cada vez más los estados modernos están entrando directamente en la producción de mercancías. Bennet y Sharpe (1985: 71) resumen útilmente las diferencias entre las firmas de propiedad privada y pública. Las firmas públicas pueden operar con pérdidas si hay suficiente apoyo político para subsidiarlas. Pero hasta el capitalismo de estado está eventualmente sometido a las consideraciones de costo que emanan de los mercados competitivos. Si los estados producen para la exportación, ellos deben competir con productores extranjeros, de modo que las consideraciones de costo son importantes. Y aún cuando ellos produzcan solo para su propio mercado nacional monopolizado, existen restricciones importantes. Si ellos producen para un mercado interno protegido, los costos de mantener un monopolio interno varían con la disparidad entre el  precio interno y el mundial. Por encima de cierto diferencial, los costos de prevención del contrabando y/o la producción interna ilegal se hacen exorbitantes. Siempre que el sistema interestatal sea una arena competitiva, hay una tendencia a la “igualación de sobre-ganancias” en que las condiciones para el mantenimiento de monopolios son sometidas a una lógica de eficiencia en costo.

El historiador de Venecia, Frederic Lane (1979) ha analizado la interacción entre el poder estatal y el crecimiento económico de las firmas en términos de la noción de “renta de protección”.  Los estados, a los que él llama “empresas controladoras de la violencia”, tienen diferentes éxitos en el aporte de protección efectiva y eficiente a los mercaderes y productores de mercancías. En el contexto de un sistema interestatal competitivo y un mercado internacional establecedor de precios, la renta de protección es un importante componente de las ganancias que se obtienen por las firmas. Lane explica que:

Un cargo esencial en cualquier empresa económica es el costo de su protección contra la alteración por la violencia. Diferentes empresas compitiendo en el mismo mercado suelen pagar distintos costos de protección, tal vez como tarifas o sobornos, tal vez en alguna otra forma. La diferencia entre los costos de protección forma un elemento en el ingreso de la empresa que disfruta el costo de protección inferior. A este elemento del ingreso le llamaré renta de protección. (Lane, 1979 1213, énfasis en el original).

Aunque la noción de Lane ha sido aplicada primariamente a los estados “mercantilistas”, la renta de protección y la competencia entre estados para proveer protección relativamente eficiente para sus mercaderes y productores internacionales, continúa siendo una restricción importante a los gastos estatales en el sistema-mundo contemporáneo, porque el capital puede migrar hacia donde los costos de protección efectiva sean más bajos.

Por supuesto, como ha planteado William H. McNeill (1982), hay un efecto contextual por el cual el nivel de gastos de cualquier estado individual se justificará que vaya aumentando junto con el nivel general. McNeill defiende que el industrialismo con base en el mercado y las rápidas innovaciones en la tecnología militar han creado, en el contexto de la continuación de un sistema interestatal extremadamente competitivo, una virtual explosión (disculpen el humor sombrío) de los gastos militares.

La expansión de los estados en todas partes y su creciente tendencia a involucrarse directamente en el proceso de desarrollo económico, puede haber debilitado algo las restricciones a los gastos estatales que emanan del mercado mundial y la competencia por el capital inversionista, pero estas fuerzas siguen siendo importantes limitaciones a la expansión de la apropiación estatal de los recursos.

Raymond Duvall y John R. Freeman (1981) presentan un excelente análisis teórico del carácter empresarial del estado en los estados capitalistas dependientes, principalmente en los semiperiféricos. Ellos plantean la importante cuestión de que no existe tal cosa como “el estado capitalista” en general. La particular articulación de cada estado dentro el sistema-mundo mayor debe ser tomada en cuenta en cualquier teoría de la política económica estatal. El análisis de Peter Evans (1979) del viaje brasileńo, las alianzas, la negociación y la competencia entre dirigentes estatales, capitalistas locales y firmas transnacionales que operan en Brasil, apoya fuertemente el planteo de Duvall y Freeman de que el rol del estado en la acumulación no puede ser entendido sin atender a la inserción particular de cada país en el sistema mayor.

Es extremadamente difícil para los estados desconectarse del sistema-mundo mayor y crear una economía interna cerrada, aunque muchos lo han intentado. Los más exitosos en algunos respectos son los grandes estados semiperiféricos, especialmente China y la Unión Soviética, que han adoptado el socialismo de estado. A causa del gran tamańo real o potencial de la demanda interna y el acceso a los recursos naturales internos, estos estados han sido capaces de usar directamente el poder político para movilizar la industrialización interna. Ellos han sido capaces de tamponearse de las fuerzas de mercado internacionales y de las amenazas político-militares que tienden a obstaculizar la industrialización autárquica.

El poder estatal mercantilista (p. ej., Friedrich List) también fue usado para proteger las industrias nacientes de la competencia extranjera en los industrializadores exitosos más tempranos – Inglaterra, los Estados Unidos de América, Alemania y Japón (Senghaas, 1985) – y el poder estatal ha sido muy importante en la reciente industrialización de Brasil, México, la India y por supuesto, Corea del Sur y Singapur.

En contra de las implicaciones del análisis de Gersehnkron (1962), no son solo los industrializadores tardíos los que emplean la protección mercantilista y la intervención estatal para promover la acumulación capitalista. Tanto Inglaterra con USA, supuestos modelos de industrialización laissez faire, emplearon el poder estatal durante periodos cruciales. En Inglaterra la intervención estatal fue usada en los siglos diecisiete y dieciocho para reforzar los cierres de las propiedades agrícolas y para proteger la industria textil de la lana contra la competencia holandesa. En la Inglaterra isabelina, el gobierno actuó para restringir los negocios de los mercaderes extranjeros en Londres para ordenar abrir oportunidades adicionales para los intereses comerciales e industriales nacionales. El surgimiento de la ideología y la política del comercio libre solo ocurrió después de los éxitos iniciales y fueron grandemente motivados por el deseo de los nuevos capitalistas industriales de reducir las prerrogativas de los capitalistas propietarios de tierras garantizadas por el estado.

Similarmente los Estados Unidos de América emplearon el poder del estado para proteger el desarrollo capitalista, en contra de la imagen del estado de laissez faire. La revolución anti-imperial contra Bretańa preparó el escenario para una serie de luchas políticas por el uso del poder del estado. La intervención estatal ocurrió, durante largo tiempo, primariamente a nivel de los estados separados más bien que al nivel federal (Lunday, 1980). Esto involucró el desarrollo infra-estructural auspiciado por el estado, la concesión de monopolios comerciales y la regulación del uso de la tierra y el agua. La intervención a nivel federal se giró hacia una política de “Sistema Americano” cada vez más mercantilista en una serie de luchas y no pocos retrocesos, que fueron finalmente arreglados por la Guerra Civil. Mi propio estudio de la política tarifaria en USA entre 1812 y la Guerra Civil muestra, solamente en este terreno de política, cómo las coaliciones que se iban desplazando de capitalistas centrales, capitalistas periféricos, campesinos y trabajadores urbanos eventualmente condujeron al firme establecimiento del capitalismo central en los Estados Unidos de América (Chase-Dunn, 1980).

Es obvio que algunos estados son capaces de moverse hacia arriba en la jerarquía centro/periferia. Estos incluyen a los llamados por Gershenkron industrializadores tardíos. El análisis de sistema-mundo del “desarrollo nacional” ve estos casos de movilidad hacia arriba como excepciones contra el telón de fondo del más frecuente “desarrollo del subdesarrollo”. Esto no es solo un asunto de vocabulario. Las discusiones del estado y el desarrollo nacional que enfocan solamente la industrialización de las economías nacionales tienen dificultades para responder por el fenómeno de una jerarquía centro/periferia reproducida sobre la base del desarrollo disparejo, en la que aparece la industrialización, pero poca o ninguna reducción de la magnitud de la desigualdad del sistema-mundo.

Como han argumentado persuasivamente Peter Evans y John Stephens (1987), el control estatal y la libertad de mercado no son alternativas mutuamente incompatibles. Los estados actúan cada vez más tanto para controlar los mercados como para crearlos. En realidad, las políticas de los estados que promocionan exitosamente el desarrollo capitalista están orientadas, no solo al eficiente aporte de orden social, sino también a la creación de estructuras que promuevan empresas lucrativas. El capitalismo de estado no simplemente espera por que los empresarios tengan éxito para entonces ponerles impuestos. Actúa para crear oportunidades para los empresarios y algunas veces asume él mismo el papel empresarial. Evans (1986) ha analizado la creación brasileńa de una industria nacional de micro-computadoras por algunos “technicos” estatales que lograron crear una circunscripción para sí mismos, iniciando firmas nacionales productoras de computadoras. “Japan, Incorporated”, la organización de nivel estatal de un sistema educacional de la nación completa hacia la investigación y desarrollo de nuevos productos para el mercado mundial, es otro ejemplo del agresivo estado capitalista.

No es simplemente un asunto de intervención versus operación libre de mercados, sino de los objetivos y el contenido de las políticas estatales. Es indudablemente cierto que la intervención económica ha aumentado y se ha hecho mucho más sofisticada que cuando los estados imponían tarifas de importación y exportación primariamente como mecanismo para aumentar los ingresos. Pero la cuestión mayor es que esta especie de intervención no es pre-capitalista ni anti-capitalista, sino más bien la operación normal de los estados dentro de un modo capitalista de producción. La definición del capitalismo como negocio privado conducido en el contexto de un estado minimalista fue una representación errónea producida al enfocar un estado central (Bretańa) a la altura de su hegemonía, lo que es una situación más bien atípica.

 

Estados Periféricos y Semiperiféricos

 

Más bien que enfocar las historias de éxito excepcional, los estados móviles hacia arriba, se le debe prestar atención a los más usuales patrones que revela la relativa estabilidad de la jerarquía centro/periferia y sus restricciones a la acción estatal. Como han planteado muchos, hasta los estados centrales están limitados en términos de sus posibles acciones por el hecho de su interdependencia dentro del sistema-mundo mayor. Los conflictos político-militares y la competencia económica restringen el rango de políticas que puede adoptar un estado central. Y por supuesto, la operación de largo plazo del sistema completo condiciona la especie de estructura de clase, instituciones políticas, etc., que encontramos “al interior” de los estados centrales, así como de los estados periféricos (p. ej., Walton, 1981). De todas maneras, el espacio de maniobra es considerablemente mayor para los estados centrales que para los estados periféricos porque su acceso a los recursos es relativamente mayor y menos dependiente de fuerzas externas o restricciones por la oposición interna. La observación que  el capitalismo periférico descansa más pesadamente en la coerción política para mantener las relaciones de clase y para realizar la producción y la distribución puede vincularse a un análisis de las formas organizacionales de los estados y regímenes en la periferia.

El examen de Marx de la “acumulación primitiva” (Marx, 1967a: parte 8) discute el despojo y la desposesión que ocurrió en la expansión de la hegemonía europea. En un sentido la acumulación capitalista fue siempre y sigue siendo más “primitiva” en la periferia. Su confianza en la coerción política es más que una fase transitoria que ocurre durante la creación de las instituciones capitalistas. Los imperios mundiales pre-capitalistas utilizaron la coerción política directamente en el mantenimiento de las relaciones amo/esclavo o seńor/siervo. La recolección de tributo, impuestos y rentas era una forma relativamente visible de apropiación de la plusvalía comparada con la forma más opaca de explotación en la relación capitalista/proletario. De manera que el capitalismo periférico sí tiene una mayor similitud con las sociedades pre-capitalistas basadas en el modo tributario de  producción, que el capitalismo central.

Y sin embargo es erróneo conceptualizar el proceso de desarrollo que observamos en las áreas periféricas como un modo separado pre-capitalista de producción o un periodo de transición hacia el capitalismo pleno. Estos usos son más que diferencias meramente semánticas, porque un modo de producción debería ser grandemente auto-reproductor y un periodo de transición no debería durar siglos. Pero el capitalismo periférico, aunque cambia su forma y de algunas maneras sí asume aspectos del capitalismo central (más proletarización, más mercantilización, más formación del estado, más construcción de nación, etc.) nunca llega al destino de “capitalismo avanzado”. Es decir, la brecha relativa entre el centro y la periferia se reproduce, no se elimina (ver capítulo 12).

Así es que los estados periféricos sí se desarrollan, al igual que la economía de l a periferia. Pero ellos raramente se convierten en estados centrales. Las áreas periféricas experimentan formación estatal. La descolonización crea la soberanía formal. El estado se arroga mayores poderes sobre otras organizaciones sociales y políticas tales como tribus, comunidades aldeanas, organizaciones étnicas y religiosas, etc. La expansión de la educación masiva realiza los rituales mágicos de la construcción de nación produciendo y distribuyendo ideología nacional y el status político del ciudadano (Ramírez y Rubinson, 1979).

Y sin embargo, otros rasgos de los estados periféricos parecen más reticentes al “desarrollo”. La literatura sobre la modernización y la democracia argumenta que el desarrollo económico es necesario para institucionalizar una comunidad democrática. Sin embargo, aunque ha habido una buena cantidad de industrialización en muchos países periféricos y semiperiféricos, esto no ha dado como resultado en la mayoría de los casos un gobierno democrático.

Si deseamos analizar las posibilidades y restricciones de los estados periféricos y semiperiféricos, la primera cosa que tenemos que notar es que muchos de estos estados dependen de estados centrales, bancos transnacionales o firmas transnacionales con bases centrales para una parte significativa de sus recursos y estas formas de apoyo vienen con ciertas limitaciones explícitas o implícitas a la acción estatal. El estudio comparativo de Bruce Moon (1983) de las políticas exteriores de los estados periféricos demuestra que como mejor se interpretan los patrones de votación en las NU es en términos de estructuras más bien estables de dominación del poder central basadas en la dependencia de los estados periféricos, mejor que en términos de un conjunto más flexible de relaciones de negociación. Y el estudio de Nora Hamilton (1982) de los movimientos sociales mexicanos y el estado en los ańos de 1930, muestra los efectos de cambiar la política estatal central sobre los límites de la acción estatal periférica. Uno de los factores mayores que permiten una acción estatal significativamente populista y nacionalista (la expropiación de las compańías petroleras de propiedad de USA) por el régimen de Cárdenas fue el advenimiento de una política mucho más liberal de Roosevelt hacia América Latina. Cárdenas jamás hubiera podido llegar tan lejos si los USA hubieran mantenido una línea dura.

El cuidadoso estudio de Maurice Zeitlin (1984) de los antecedentes de clase de los estadistas chilenos del siglo diecinueve y las fuerzas de clase que estaban detrás de las dos guerras civiles en Chile intenta ser un antídoto contra una teoría de sistemas-mundo vulgar en la que las políticas de los estados periféricos esté determinada por manipulación directa de los estados centrales o de las firmas capitalistas con base central. Zeitlin efectivamente prueba lo contrario de interpretaciones anteriores, que reivindicaban que las manipulaciones de agentes imperiales británicos derrotaron el intento de José Manuel Balmaceda, de usar el poder estatal chileno para apoyar un tipo más autónomo de desarrollo económico. Pero sus hallazgos, que supuestamente demostraban que las luchas locales de clases (más bien que “factores externos”) explicaban la fracasada “revolución burguesa” de Balmaceda, realmente revelan un choque de intereses entre dos conjuntos de capitalistas periféricos: los invertidos en las minas de cobre (que estaban sufriendo de los precios declinantes y de la rígida competencia extranjera por los mercados de exportación) y los productores en auge de las exportaciones de nitrato (que estaban disfrutando grandiosas ganancias).

La política intentada por Balmaceda, de movilización estatal, fue apoyada primariamente por los intereses del cobre, que querían imponerle impuestos a los exportadores de nitrato para invertir en infraestructura que mejoraría su posición en el mercado mundial. Sí, esta es una explicación de lucha de clases, pero en ella los intereses y acciones de importantes fracciones de clases están pesadamente influidas por sus puntos de inserción y variadas fortunas en el mercado mundial. La noción de las “rondas de acumulación”, que es útil para entender el desarrollo regional disparejo en las áreas centrales (p. ej., Smith, 1984), se puede ver en operación en el auge y caída de los productos de exportación extractivos y agrícolas en las áreas periféricas. Estas secuencias de auge y explosión responden de una gran parte de los cambios políticos que ocurren en la periferia (Bunker, 1985).

La perspectiva de sistemas-mundo también tiene implicaciones para la naturaleza de la política en los estados semiperiféricos. Además de ser intermedios estos estados en términos de sus niveles de poder interno y externo, se piensa que el balance relativo de los tipos de producción periférico y central dentro de algunos estados semiperiféricos tiende a crear combinaciones de intereses de clases y forma de régimen que, según se plantea, diferencian a los estados semiperiféricos tanto de los centrales como de los periféricos. Un reciente volumen editado por Giovanni Arrighi (1985) presenta una colección de estudios que examinan la aplicabilidad del concepto de semiperiferia para entender los cambios políticos y cambios en los patrones de desarrollo económico del siglo veinte en los países  de la Europa del Sur.

Estos estudios exhiben los muchos problemas que hay al tratar de entender las historias  particulares de los países con un concepto que ha surgido del intento por describir y explicar rasgos y procesos que aparecen cuando enfocamos al sistema-mundo como un todo. Cuando usamos un telescopio, vemos diferentes patrones que cuando usamos un vidrio de aumento. De todas maneras, los estudios son ilustrativos, no solo porque aprendemos mucho acerca de los países que se examinan, sino porque el ejercicio esclarece algunos de los aspectos confusos de la idea de semiperiferia y algunos de los límites de su utilidad (ver capítulo 10).

 

La Forma de Régimen: Democracia y Autoritarismo

 

Es una observación común que, aunque los estados tanto centrales como periféricos exhiben formas de régimen autoritario, este rasgo se encuentra con mucha mayor frecuencia en los estados periféricos o semiperiféricos. Kenneth Bollen (1983) presenta un estudio transnacional de la relación entre la posición del sistema-mundo y la democracia política, que demuestra que es menos probable que los estados tanto semiperiféricos como periféricos tengan formas de régimen democráticas, que los estados centrales. Los hallazgos de Bollen también muestran que los estados periféricos tienen una probabilidad aún mayor de no ser democráticos que los estados semiperiféricos (Bollen, 1983: tabla 2). Este patrón notablemente mayor, requiere atención teórica.

Ha habido mucho estudio reciente de los estados semiperiféricos y periféricos, sus características organizacionales y las maneras en que el estado se vincula a la estructura de clases local. Michael Timberlak y Kirk Williams (1984) usan datos transnacionales para examinar la relación entre el nivel de penetración por las firmas transnacionales, la exclusión de los grupos no elitistas de la política y los niveles de represión por los gobiernos periféricos y semiperiféricos. Sus resultados muestran que la dependencia del capital extranjero no tiene un efecto directo sobre el carácter represivo del gobierno, pero está asociada con la exclusión política y afecta a la represión indirectamente mediante sus efectos sobre la exclusión. Así, entre los países periféricos y semiperiféricos, los más dependientes del capital extranjero son los que con mayor probabilidad tienen estados autoritarios.

El análisis de Guillermo O’Donnell (1978, 1979) del autoritarismo burocrático en los países del Cono Sur de América del Sur examina los vínculos entre las fases industriales del desarrollo económico semiperiférico, el surgimiento de demandas fuertes desde unos estratos grandes y activos compuestos por trabajadores del sector formal y pequeńos hombres de negocios y el surgimiento reactivo de un régimen autoritario. Las instituciones democráticas de Brasil y Argentina fueron utilizadas por los intereses políticamente agresivos de “clase media” para presionar con sus demandas sobre el aparato estatal. Son los países relativamente desarrollados en América Latina que han agotado el proceso de sustitución de importaciones y tienen estratos medios relativamente grandes y activos los que con mayor probabilidad desarrollan el autoritarismo burocrático. Las altas y bajas cíclicas de la economía mundial, interactuando con las diferentes fases del desarrollo nacional, producen una crisis política. Según O’Donnell el autoritarismo burocrático asume cuando los militares entran a imponer un orden tecnocráticamente legitimado, que se alega que representa a la nación como un todo. Esto ocurre en reacción a la crisis política y puede ser exacerbado por una baja en la economía mundial que requiere medidas de austeridad fiscal.

Clive Thomas (1984) ha examinado el autoritarismo de estados periféricos más recientemente descolonizados en África y el Caribe. Thomas enfoca los estados en los que la clase media de empresarios de negocios y la clase de los trabajadores urbanos formales  son minúsculas o están ausentes. En estos estados periféricos, plantea Thomas, el autoritarismo es una consecuencia de la ausencia de oportunidades en la economía local. Las formas políticas de explotación articuladas mediante el aparato estatal son virtualmente lo único que queda, de modo que la competencia fiera por el control del estado obstaculiza el surgimiento y el mantenimiento de las instituciones democráticas. Los regímenes tienden a formarse alrededor de un estado autoritario de un solo partido.

Cuando comparamos el análisis de O’Donnell con el de Thomas, lo primero que golpea la vista son las importantes diferencias entre los países semiperiféricos del Cono Sur con sus economías nacionales relativamente desarrolladas y clases medias significativas y los estados más periféricos del Caribe y África con sus pequeńos sectores urbanos. Los argumentos de O’Donnell para el surgimiento y reproducción de los regímenes autoritarios se basan en causas completamente diferentes (y opuestas) a las de Thomas. Para O’Donnell son los grandes grupos de clase media y los trabajadores urbanos clamando por tajadas del pastel los que estimulan reactivamente a los regímenes burocrático-autoritarios, mientras que para Thomas es la ausencia de estos grupos la que da por resultado los regímenes autoritarios.

Si bien estas explicaciones pueden parecer contradictorias, ellas se reconcilian fácilmente si empleamos dos explicaciones sugeridas por la literatura que compara los tipos de régimen. Una revisión reciente de esta literatura por Peter Evans y John Stephens (1988) sugiere una útil síntesis del enfoque sugerido por el estudio de Barrington Moore (1966) de la democracia y la dictadura y análisis marxistas recientes que enfocan el poder organizacional de la clase obrera urbana. (3) El análisis de Moore enfoca la estructura de clase agraria para explicar las diferencias de regímenes. Él plantea que aquellos países en que los grandes terratenientes formaron un bloque político significativo, tendieron a prevenir el surgimiento de estructuras estatales democráticas o a descomponer los regímenes democráticos que habían surgido. Por otro lado, en países donde los terratenientes eran o bien demasiado pocos para ser políticamente importantes o la estructura agraria de clase estaba compuesta mayormente por campesinos libres, el surgimiento de una clase obrera urbana industrial era capaz de crear y sostener un régimen democrático. Es necesario examinar la estabilidad de la democracia así como su existencia en cualquier punto del tiempo. Los estudios históricos de los estados europeos que examinan sus historias políticas durante períodos largos de tiempo son las más útiles para las comparaciones con los estados periféricos y semiperiféricos contemporáneos. El estudio más reciente de John Stephens (1987), que halla considerable apoyo para la tesis de Moore comparando estados europeos, es ejemplar a este respecto.

El enfoque de poder de clase es complementario con el enfoque de Moore en que enfoca el poder organizacional de la clase obrera urbana. Dicho crudamente, la industrialización expande a la clase obrera urbana, que se compromete en la lucha de clases, construyendo organizaciones políticas autónomas fuertes (sindicatos y partidos) que ejercen el poder sobre el estado  para extender los derechos de ciudadanía y los derechos de bienestar. Esto es, por supuesto, una manera de decir en términos marxistas la tesis de T. H. Marshall (1965).

Se sabe que el tamańo relativo de la clase obrera urbana y del estrato medio varía con el nivel de industrialización nacional y la posición de cada país en la jerarquía centro/periferia. Cuando ańadimos esto al enfoque de Moore sobre la estructura de clase agraria, aportamos una descripción bastante poderosa de por qué los estados centrales tienen democracias más estables que los estados periféricos y semiperiféricos. Por supuesto, esto no explica todos los casos y no explica por qué estas diferencias persisten a pesar de la creciente industrialización de la periferia y la semiperiferia.

Evans y Stephens (1988) ańaden otros dos factores. Ellos plantean que la industrialización tardía es más intensiva en capital y así crea una clase obrera industrial relativamente más pequeńa y esto debilita la asociación entre industrialización y democracia. También plantean ellos que la fuerza del estado y la democracia están en relación inversa, en contra del argumento que yo planteo anteriormente. En apoyo de este último planteo, ellos interpretan el estudio de Mouzelis (1986) de la oscilación semiperiférica entre el populismo y el autoritarismo (ver más adelante) como consecuencia de un aparato estatal precozmente sobre-desarrollado. Similarmente ellos atribuyen la naturaleza autoritaria de los nuevos países industrializados [NICs, por sus siglas en inglés – Nota del Traductor] asiáticos orientales a sus relativamente fuertes e intervencionistas aparatos estatales. Y por el contrario, caracterizan los antiguos estados caribeńos británicos (los mismos analizados por Thomas como autoritarios) como democráticos, a causa de la debilidad del aparato militar y estatal heredado del colonialismo británico.

El planteo de que la fuerza del estado está inversamente relacionada con la estabilidad de los regímenes democráticos es otro caso de la confusión (anteriormente examinada) de la fuerza del estado con el autoritarismo. Anteriormente yo planteé que los estados democráticos tienen mayor probabilidad de ser internamente fuertes que los autoritarios. No conozco ninguna investigación comparativa transnacional que haya abordado directamente esta cuestión. La comprobación empírica más fácil es la relación entre los ingresos gubernamentales per cápita (o per PNB) y la forma de régimen. Esto no respondería completamente la pregunta, a causa del problema mencionado anteriormente – hay una discrepancia potencial entre la cantidad real de recursos que un estado obtiene mediante los impuestos y la cantidad que obtendría de quienes lo apoyaran si su poder fuera desafiado. Aún así yo diría que la correlación entre esta aproximación algo deficiente a la fuerza interna del estado y el autoritarismo sería negativa en una comparación transnacional.

Del estudio de Thomas, Ramírez, Meyer y Gobalet (1973: tabla 11.3) se tiene algún apoyo para esta conjetura. Ellos demuestran que el nivel de desarrollo económico tiene un efecto negativo con el tiempo en la centralización del sistema de partidos y en la probabilidad de tener un régimen militar. Si la fuerza interna del estado está asociada con el nivel de desarrollo económico (como se indica en mi tabla 6.1), entonces es probable que los regímenes autoritarios estén asociados con (y tal vez sean causados por) estados más débiles y no más fuertes.

A las explicaciones de las relaciones de clases agrarias y del poder de la clase obrera, también podemos ańadir algunos otros rasgos que provienen de nuestro análisis del sistema-mundo capitalista. Ya hemos mencionado el ciclo largo de negocios de escala mundial (onda K) que afecta los desarrollos políticos en todos los estados. Hay varias fuerzas principales operando, que en combinación responden por las diferencias generales centro/periferia en forma de régimen. Todos los estados es más probable que asuman una forma autoritaria cuando son significativamente amenazados por la oposición interna o externa. Así, el autoritarismo es una seńal de debilidad y no de fuerza. Esto se aplica tanto a los estados centrales como a los periféricos. La mayoría de los análisis del fascismo lo entienden como una respuesta reactiva a la fuerte oposición de la izquierda. Se piensa que los estados socialistas se mueven hacia el autoritarismo como resultado tanto de la oposición interna como de amenazas que parten de los estados capitalistas extranjeros. Las crisis económica y política en el centro y en la periferia tienden a evocar una elevación de la centralización y de las acciones autoritarias por los estados. Hasta las democracias centrales fuertemente institucionalizadas hacen esto durante tiempos de guerra y un reciente comentario político de la Comisión Trilateral ha sugerido que la democracia en el centro pudiera tener que ser ajustada, al ir produciendo la creciente “cacofonía de las demandas de equidad una situación “ingobernable” (Wolfe, 1980).

Contra esta tendencia de los estados a volverse más autoritarios frente a una oposición creciente, hay una tendencia opuesta que afecta a todos los estados en la economía mundo capitalista (aunque no igualmente). Esta es la tendencia del capitalismo a sostener estructuralmente una ideología política de igualitarismo. La producción de mercancías y los mercados asumen que los compradores y los vendedores tienen una situación política igual y el proceso de la mercantilización de la fuerza de trabajo apoya una ideología en la que tanto los capitalistas como los trabajadores se definen como ciudadanos iguales que intercambian libremente trabajo y salarios. Estos apoyos institucionales a la ideología democrática ejercen presión sobre los estados para que adopten una forma de gobierno basada en la legitimación desde abajo, desde el “pueblo” o los ciudadanos. Más bien que estados como agentes de Dios, la mayoría de los estados modernos están constitucionalmente definidos como agentes del pueblo. Este empuje institucional a los estados modernos procede del proceso de mercantilización. Ha dado como resultado el desplazamiento casi en todo el mundo de una legitimación basada en el derecho divino de los reyes a la legitimación basada en el consentimiento de los gobernados. El autoritarismo es, por supuesto, contrario a la ideología democrática, pero la mayoría de las formas contemporáneas de autoritarismo son definidas como ejercicios temporales y necesarios, más bien que la restauración de la legitimación desde arriba. (4).

La presión ideológica hacia la democratización afecta al centro y a la periferia en diferentes grados precisamente porque la mercantilización es más completa en el centro que en la periferia. Esto explica en parte las diferencias centro/periferia tanto en el grado como en la forma de autoritarismo. No solo son regímenes autoritarios más comunes en la periferia, sino que algunos de estos están legitimados por las ideologías jerárquicas tradicionales. Los pocos monarcas realmente poderosos que quedan en el mundo están en Arabia Saudita, Tailandia y Nepal. Pero igualmente importante como causa de la correlación centro/periferia con la democracia y el autoritarismo son las diferencias en fuerza estatal tanto interna como externa. La relativa debilidad de los estados periféricos significa que ellos tienen mayor probabilidad de confrontar oposición fuerte y de encarar situaciones de crisis.

Estudios recientes demuestran que los estados periféricos en los que la mayoría de los ciudadanos son campesinos libres tienen dificultades para poner en vigor las políticas y apropiarse de los recursos cuando los campesinos se oponen (Hyden, 1980). Stephen Bunker (1983) ha mostrado que no es realmente la tenencia de la tierra como tal, sino más bien la combinación del control efectivo local del uso de la tierra con la producción de cosechas de exportación de los cuales dependen los planes de desarrollo del estado. Esta es una combinación crucial que le permite a los grupos opositores locales resistir efectivamente al estado periférico. Éstas y muchas otras combinaciones posibles que crean aperturas para ya sea la autonomía estatal o la resistencia local efectiva pudiera responder por una buena parte de la variación en la fuerza del estado y de esta manera afectar la tendencia a formar un régimen autoritario.

Además del efecto ideológico que tiene la mercantilización sobre la política, hay otra conexión entre el capitalismo central y la democracia. Es un hecho interesante que todas las potencias hegemónicas centrales, tanto las ciudades-estados como las naciones-estados, que han sido analizados como centros hegemónicos  de la economía-mundo capitalista europea por Braudel (1984) han sido repúblicas o federaciones, o ambas. Esto pudiera ser explicado por la conexión ideológica con la producción de mercancías, pero también pudiera ser debido a la necesidad para un estado hegemónico central de tener un aparato de estado que responda, que se pueda ajustar rápidamente a las necesidades cambiantes de una política estatal apropiada en un mercado mundial rápidamente cambiante y al ambiente geopolítico. Si esto tiene un sonido demasiado funcionalista, véase desde el lado opuesto. Aquellos estados centrales que ocurra que tiene un tal régimen democrático, pluralista, son mejor capaces, en combinación con otros ingredientes necesarios, para asumir el rol de potencia hegemónica en un sistema-mundo en el que la producción de mercancías sea una forma importante de competencia. Así, Venecia, Antwerpe, Génova, Ámsterdam, Londres y Nueva York fueron (son) ciudades mundiales en estados que son relativamente democráticos o al menos pluralistas, en comparación con los estados con los que ellos estuvieron (están) en competencia.

Este factor no contradice el análisis de Moore porque ninguno de estos estados, salvo Inglaterra, tuvieron una aristocracia terrateniente significativamente poderosa para sostener una monarquía centralizada. Las ciudades-estado, como dice Braudel, tenían la ventaja de dejarle la producción primaria a otros. Ámsterdam luchó con la Casa de Orange, de base terrateniente, pero esto no interfirió mucho con el uso mercantil del estado holandés. En realidad, esto era parte de lo que lo hacía un estado-nación fuerte con un importante mercado interno. La aristocracia terrateniente Inglesa estaba ella misma involucrada en el capitalismo tanto agrícola como urbano y jugó un rol importante y complementario en la geopolítica.

El asunto del poder de la clase obrera debe ser reinterpretado, pero no descartado. No se trata tanto de la revolución industrial con el sistema de factorías creando un proletariado industrial como se concibe usualmente. Muchas de estas potencias centrales sí contenían un significativo sector industrial y productivo que facilitaba su centralidad en el mercado mundial en expansión, sino que además de esto, el hecho de estar en el centro de un sistema-mundo, con tasas de ganancias más altas y mayores oportunidades de trabajo “limpio”, hacía de la lucha de clases un asunto menos contencioso que lo que era en otras áreas (ver capítulos 10 y 11). Esta extensión de la tesis de Lenin de la aristocracia del trabajo en el tiempo ańade una consideración a la explicación de la forma de régimen que no es sugerida por los análisis que enfocan solamente el desarrollo nacional e ignoran la jerarquía centro/periferia.

Wallerstein sugiere que la fuerza interna y el alcance espacial del poder estatal es una importante diferencia entre las áreas semiperiféricas y periféricas. Evans (1979) analiza el fortalecimiento del estado semiperiférico brasileńo después del golpe de estado de 1964 y la manera en que el estado efectivamente medió las negociaciones entre las firmas transnacionales y los capitalistas nacionales. Evans apunta que la efectividad y la autonomía del estado autoritario brasileńo variaron entre diferentes sectores de la economía, dependiendo de las características de producción y de mercado de las diferentes industrias. Bunker (1985: capítulo 4) muestra que la autonomía del estado brasileńo era bastante limitada cuando intentó regular una periferia extractiva interna, la región del Amazonas.

El trabajo de O'Donnell (1978, 1979) sobre el autoritarismo burocrático defiende que los estados semiperiféricos en América del Sur han sido bastante efectivos en la regulación de sus economías nacionales y han demostrado un alto grado de autonomía vis-ŕ-vis tanto de los grupos privados internos, como de las firmas transnacionales. La reciente reversión de estos mismos estados de regreso al populismo y las formas constitucionales democráticas apoya la idea de que ellos son estados relativamente fuertes, por lo menos si mi argumento acerca de la relación entre la forma de régimen y la fuerza del estado es correcto. Portes y Kincaid (1985) han planteado que el reciente desplazamiento de regreso a las formas democráticas en Argentina y Uruguay fueron resultado de una “crisis del autoritarismo” en que las políticas económicas de los regímenes autoritarios estaban agotadas y eran en gran parte inefectivas y el nivel de oposición se había elevado lo suficiente para promover un regreso al gobierno democrático, aunque bajo difíciles condiciones económicas y políticas (5).

Nicos Mouzelis (1986) ha explicado una teoría de la política semiperiférica que responde de una aparente onda cíclica de largo plazo entre los regímenes autoritarios y populistas, basada en las contradictorias tendencias del desarrollo capitalista dependiente. Mouzelis aplica su teoría a interpretar la historia política de Grecia desde la 2a Guerra Mundial, pero se pretende también una aplicación más amplia. Su explicación se basa en la idea de que los estados semiperiféricos difieren muy significativamente tanto del centro como de la periferia, porque ellos tienen un sector capitalista “moderno” relativamente grande que sin embargo está fuertemente ligado con la reproducción de un sector más tradicional de pequeńos productores de mercancías. Mouzelis plantea que el desarrollo tardío del capitalismo industrial en la semiperiferia, que siguió, más bien que precedió al desplazamiento político de la forma estatal oligárquico-patrimonial a la burguesa, creó una situación contradictoria en la que la “sociedad civil” (especialmente los sindicatos autónomos) es débil y por lo tanto, el estado se va desplazando sucesivamente entre los regímenes autoritario y populista, dependiendo de los éxitos o fracasos de corto plazo de los esquemas de desarrollo y las altas y bajas del mercado mundial.

Esta explicación difiere de la de O'Donnell en dos respectos. Primero, trata de explicar la política semiperiférica en términos estructurales de largo plazo más bien que enfocando los detalles de coyunturas particulares. Segundo, Mouzelis y O'Donnell difieren en sus descripciones de la fuerza o la debilidad de la “sociedad civil”. O'Donnell reivindica que los grupos de clase media que demandan más del estado son los que precipitan el autoritarismo, mientras para Mouzelis es la falta de organizaciones fuertes de apoyo de la clase media la que subyace la inestabilidad de la democracia. Ambos, por supuesto, podrían tener razón si existiera una relación no lineal entre la fuerza de la clase media y los regímenes autoritarios. Una clase media puede se suficientemente fuerte para presionar por demandas políticas, pero no suficientemente fuerte para resistir la oposición que tales demandas engendran.

La escala creciente de producción económica ha estimulado una mayor involucración de los estados en la economía y el uso cada vez más frecuente de la ideología del corporatismo. Al llegar a integrarse más completamente los circuitos económicos locales en las redes nacionales e internacionales, los estados llegan a ser las únicas organizaciones que son suficientemente grandes para ejercer el balance de la economía. La ideología corporativista, la noción de una unidad orgánica de interés inter-clases que es mediada por el estado, asume muchas formas. En los países semiperiféricos, los regímenes tanto burocrático-autoritarios como los populista-democráticos han utilizado la ideología corporativista.

Algunas de las implicaciones aparentemente contradictorias de los estudios de caso de estados particulares, con el análisis de estados localizados en la jerarquía centro/periferia pueden ser el resultado de la confusión entre diferentes tipos de comparación. Muchos estudios de caso comparan un estado consigo mismo en un punto anterior del tiempo, mientras que los estudios de sistemas-mundo con la mayor frecuencia comparan unos estados con otros. Así, un estado puede realmente ganar en fuerza interna en relación consigo mismo, como han reivindicado Evans y O'Donnell para Brasil, pero no muchos cambian su nivel de fuerza interna en comparación con otros estados. Otro ejemplo posible de esto es la caracterización de Evans de “externamente fuerte, internamente débil” de los estados centrales que exportan mucho capital (ver página 177 anterior). Hay considerables evidencias de que todos los estados están aumentando sus poderes vis-ŕ-vis la oposición interna, pero que las diferencias centro/periferia en fuerza interna del estado no están cambiando. Este planteo se apoya en la Tabla 6.1 y otros hallazgos. John Boli ha mostrado que la autoridad del estado vis-ŕ-vis otros grupos en la sociedad, como lo formalizan las constituciones nacionales, ha aumentado desde 1870 en los estados centrales, semiperiféricos y periféricos (Boli, 1979: tabla 13.5). Thomas y cols. (1979) muestran que la centralización de los regímenes ha aumentado en las regiones periféricas y semiperiféricas desde 1950, pero esto no ha ocurrido en los países centrales, que siguen siendo mucho menos centralizados y no exhiben ninguna tendencia (Thomas y cols., 1979: figura 11.2).

Para resumir, he argumentado que los estados centrales con más fuertes internamente y externamente que los estados periféricos y que son más democráticos. Esos rasgos de los esados se piensa que resulten de una combinación de varios procesos de sistema-mundo que interactúan con la construcción de nación, la formación del estado y las luchas de clases. Solamente una investigación comparativa ulterior puede ponderar estos varios factores y arreglas los asuntos en controversia. El asunto de la fuerza interna del estado necesita esclarecimiento conceptual y operacionalización empírica ulteriores, tanto como la relación entre la fuerza del estado y la forma del régimen. Por ahora hemos establecido como cierto que importantes características de los estados están asociadas con su posición en el sistema-mundo mayor. Volvamos ahora al análisis de una estructura mayor, el sistema interestatal que está compuesto por estos estados contendientes y desigualmente poderosos.

Capítulo 7: Geopolítica y Capitalismo: żUna Lógica o Dos?

 

Como hemos visto en los capítulos previos, el foco del sistema-mundo ha planteado de nuevo la cuestión de la relación entre procesos económicos y políticos en el modo capitalista de producción. Esto ha coincidido con un nuevo énfasis en la autonomía de los procesos políticos por los neo-marxistas que buscan corregir el énfasis excesivo en el determinismo económico que hay en los análisis marxistas anteriores. (1) Si bien enfoca muy directamente al estado capitalista y las relaciones de clase dentro del centro del sistema-mundo, Nicos Poulantzas (1973) y Perry Anderson (1974) han subrayado la autonomía de los procesos políticos y la “relativa autonomía” de los dirigentes estatales, de la determinación por los intereses de clase capitalistas. (2) Este énfasis en la autonomía de la política, desde hace tiempo central entre los politólogos, ha sido extendido a una crítica del alegado “economicismo” de la perspectiva de sistemas-mundo. A nivel internacional, esta crítica plantea que la geopolítica es un juego autónomo por derecho propio, que puede ser entendido separadamente de un análisis de las estructuras económicas mundiales. Theda Skocpol (1977, 1979) es la socióloga neo-weberiana que más explícitamente ha hecho este planteo, pero también ha sido hecho por varios politólogos que comparten un enfoque estado-céntrico de la ciencia social, p. ej., George Modelski (1978), Aristide Zolberg (1981) y Kenneth Waltz (1979).

Todos estos autores reivindican que Immanuel Wallerstein ha reducido la operación del sistema “internacional” a una consecuencia del proceso de acumulación capitalista. En realidad algunos han defendido que la geopolítica y la construcción de estado son por sí mismas motores del sistema-mundo moderno (p. ej., Winckler, 1979; Gilpin, 1981). Aquí yo argumentaré que el modo capitalista de producción exhibe una sola lógica en la que tanto el poder político-militar como la apropiación de plusvalía mediante la producción de mercancías para su venta en el mercado mundial juegan un rol integrado. Este capítulo examina una cuestión meta-teórica y presenta un argumento acerca de la interdependencia del sistema interestatal y el proceso de acumulación de capital.

Primero voy a proponer un cambio en la terminología. Los estudiosos del sistema-mundo del Centro Braudel han empleado el término “sistema interestatal” en sus discusiones de geopolítica. El término más frecuentemente usado por otros estudiosos de la geopolítica es “sistema internacional”. Las unidades que componen el sistema que deseo enfocar son los estados, no las naciones. Además de los estados-naciones, en los que el estado abarca y representa una sola “nación” (en el sentido de una comunidad nacional de personas que comparten una cultura) hay estados modernos que representan solamente una parte de una nación (p. ej., Corea del Sur) y otros estados que  dominan varias naciones. El fenómeno de las naciones y los procesos de construcción de naciones están ciertamente relacionados con los estados y el sistema interestatal, pero esta importante distinción no debería ser confundida en nuestra terminología. El sistema interestatal se refiere exclusivamente a las relaciones (económicas, políticas, sociales y militares) entre las organizaciones formales que monopolizan la violencia legítima dentro de un territorio específico. Los sistemas interestatales como entidades varían ellos mismos en cuanto a las especies de estados que los componen, la distribución relativa de poder entre los estados que están dentro de ellos y la naturaleza de las instituciones que regulan las relaciones entre los estados. En este capítulo estamos enfocando un sistema interestatal particular, que es el que surgió en Europa durante el largo siglo dieciséis y que subsiguientemente se extendió hasta abarcar la tierra. (3)

 

Una Cuestión Meta-Teórica

 

En este capítulo, más bien que argumentar a nivel meta-teórico acerca de la economía, la política y la economía política en general, basaré la discusión en los procesos particulares que han estado operando en la economía-mundo capitalista desde el siglo dieciséis. Pero antes de adelantar argumentos para mi defensa de que el sistema interestatal y el proceso de acumulación capitalista son parte de la misma lógica interactiva socio-económica, quisiera examinar brevemente un problema meta-teórico planteado por esta cuestión.

Para saber si lo más elegante es concebir al capitalismo como un proceso singular que incorpora una dinámica tanto económica como política o si, por otra parte, es más poderoso enfatizar la autonomía de estos procesos, deberíamos ser capaces de especificar formalmente y comparar una teoría unificada con una teoría que supone subsistemas económico y político separados.

Idealmente estas dos teorías deberían tener diferentes implicaciones para el cambio social concreto y para nuestra comprensión de la transformación dialéctica del capitalismo en un sistema cualitativamente diferente. Desafortunadamente, mi argumento aquí no procede a este nivel de claridad teórica. Más bien solamente aduzco una propuesta de superioridad para una teoría unificada. Pero es importante montar este argumento en el contexto del intento por desarrollar una perspectiva de sistema-mundo dentro de una teoría formalizada del desarrollo capitalista.

żPor qué la mayoría de los teóricos que enfocan la política tendieron a adoptar un enfoque estrechamente historicista del desarrollo capitalista? Marx hizo una amplia distinción entre el crecimiento de las fuerzas de producción (tecnología) que ocurre en el proceso de acumulación de capital y la reorganización de las relaciones sociales de producción (relaciones de clase, formas de propiedad y demás instituciones que estructuran el proceso de explotación y de acumulación). Samir Amin (1980a) ha aplicado esta amplia distinción al sistema-mundo. La ampliación del mercado mundial y la profundización de la producción de mercancías a más y más esferas de la vida ha ocurrido en conjunción con una serie de ciclos de negocios de 40 a 60 ańos, la onda K. La onda K está asociada con eventos políticos “no económicos” tales como guerras, revoluciones, etc. Esto ha causado que algunos economistas (p. ej., Adelman, 1965) planteen que las ondas largas no son realmente ciclos económicos en absoluto, sino que son desplazadas por eventos políticos “exógenos”.

Los vínculos causales entre las guerras, las revoluciones y los ciclos de negocios largos no son entendidos precisamente a pesar de la vasta literatura sobre ondas K (ver Barr, 1979), pero Amin (1980a) y Mandel (1980) han planteado el significativo argumento de que el proceso de acumulación se expande dentro de un cierto marco político hasta el punto en que ese marco deja de ser adecuado a la escala de producción y distribución mundial de mercancías. Así, las guerras mundiales y el auge y caída de las potencias hegemónicas centrales pueden ser entendidos como la reorganización violenta de las relaciones de producción en escala mundial, lo que permite que el proceso de acumulación se ajuste a sus propias contradicciones y comience de nuevo sobre una base política reorganizada. Las relaciones políticas entre potencias centrales y los imperios coloniales que son la estructura política formal de las relaciones centro/periferia, son reorganizadas en una manera que permite la creciente internacionalización de la producción capitalista y los desplazamientos espaciales que acompańan al desarrollo disparejo. La observación de que el capitalismo siempre ha sido “internacional” (y transnacional) no contradice la existencia de un incremento de largo plazo en la proporción de todas las decisiones de producción y las cadenas de mercancías que atraviesa las fronteras estatales – la tendencia secular hacia arriba de la transnacionalización del capital.

El examen anterior no establece una prioridad causal entre la acumulación y la reorganización política. Pero implica que estos son verdaderamente procesos interdependientes. La tendencia a un enfoque estrechamente historicista por parte de aquellos que enfocan los eventos políticos puede ser debida a la baja predictibilidad de la política y la involucración aparentemente más directa de la racionalidad colectiva humana en la acción política. Por otro lado, el énfasis excesivo en el determinismo y los modelos mecánicos por parte de aquellos que enfocan exclusivamente los procesos económicos puede ser debido a la mayor regularidad de estos fenómenos y su agregación semejante a ley de muchas voluntades individuales aparentemente independientes de las intenciones colectivas.

Estas percepciones son correctas en un grado considerable porque el capitalismo como sistema mistifica la naturaleza social de las decisiones de inversión, separando el cálculo de ganancia para la empresa del cálculo de las necesidades sociales más generales. Los movimientos anti-capitalistas han tratado de reintegrar la economía y la política en la práctica, pero hasta ahora la escala en expansión de la economía mercantil los ha evadido. La interacción de la economía mundial y el sistema interestatal es fundamental para una comprensión del desarrollo capitalista y también de su potencial transformación en un sistema más colectivamente racional. Ni el determinismo mecánico ni el historicismo estrecho son útiles en este proyecto.

 

Los Estados como Relaciones de Producción

 

Las críticas al trabajo de Wallerstein mencionadas anteriormente contienen supuestos implícitos acerca de la naturaleza del capitalismo, que tienden a conceptualizarlo como un proceso exclusivamente “económico”. Skocpol (1979: 22) formula la cuestión planteando que Wallerstein “asume que los estados-nación individuales son instrumentos usados por los grupos económicamente dominantes para perseguir el desarrollo orientado hacia el mercado-mundo en el país y las ventajas económicas internacionales en el extranjero.” Ella continúa explicando su propia posición:

pero aquí se adopta una perspectiva diferente, que es que los estados naciones son, más fundamentalmente, organizaciones equipadas para mantener el control de los territorios y poblaciones nacionales y para emprender la competencia militar real o potencial con otros estados en el sistema internacional. El sistema internacional de estados como estructura transnacional de competencia miliar no fue originalmente creado por el capitalismo. En toda la historia del mundo moderno, él representa un nivel analíticamente autónomo de la realidad transnacional – interdependiente en  su estructura y dinámica con el capitalismo mundial, pero no reducible a él (énfasis en el original).

Modelski (1978) y Zolberg (1981) argumentan incluso más fuertemente la autonomía del sistema interestatal en oposición a lo que ellos ven como reduccionismo económico de Wallerstein. Estos autores plantean la importante cuestión del grado en que es teóricamente valioso conceptualizar los procesos económicos y políticos como subsistemas independientes, pero al hacerlo sobre-simplifican la perspectiva de Wallerstein.

El trabajo de Wallerstein sugiere una reconceptualización del propio modo capitalista de producción de manera que las referencias al capitalismo no apuntan simplemente a las estrategias con orientación de mercado para acumular plusvalía. Según Wallerstein, el modo capitalista de producción es un sistema en el que los grupos persiguen tanto objetivos político-militares como estrategias de obtención de ganancias y los ganadores son aquellos que combinan efectivamente ambos. Así, el sistema interestatal, la construcción de estados y la geopolítica son el lado político del modo capitalista de producción.

Como se examinó en el capítulo 1, Wallerstein argumenta que un modo de producción es un rasgo del sistema-mundo completo, no de partes o subunidades. Su distinción entre economías-mundo e imperios-mundo como diferentes especies de  sistemas-mundo enfatiza importantes diferencias estructurales en la organización política formal entre redes económicas. En la visión de Wallerstein es muy importante que el capitalismo moderno se hizo dominante en el contexto de un sistema interestatal de estados en competencia. Esta visión es compartida por muchos otros analistas del auge de Occidente, que enfocan los rasgos descentralizados del feudalismo europeo que condujeron al surgimiento de una economía fuerte productora de mercancías. En los imperios-mundo más centralizados, la lógica del modo tributario de producción fue capaz de evitar el surgimiento del capitalismo.

Max Weber fue muy explícito acerca de la conexión entre el capitalismo y el sistema interestatal competitivo. Inspirado por el estudio de Leopold von Ranke de los estados europeos tempranos (4) (von Ranke, 1887; ver Weber, 1978: 354), Weber ańadió el sistema interestatal a su lista de condiciones estructurales necesarias para el surgimiento y reproducción del capitalismo moderno (ver Collins, 1986: capítulo 2). Después de mencionar en su Historia Económica General (Weber, 1981: 337) que los estados europeos eran “estados nacionales en competencia en una condición de lucha perpetua por el poder en la paz o en la guerra”, Weber continúa:

Esta lucha competitiva creó las mayores oportunidades para el capitalismo moderno occidental. Los estados separados tenían que competir por capital móvil, que les dictaba las condiciones bajo las cuales los ayudaría a conquistar el poder. Fuera de esta alianza del estado con el capital, dictada por la necesidad, surgió la clase del ciudadano nacional, la burguesía en el sentido moderno de la palabra. Por lo tanto, es el estado nacional cerrado el que le ofreció al capitalismo su oportunidad de desarrollo y mientras el estado nacional no ceda su lugar al imperio mundial, el capitalismo también perdurará.

En Economía y Sociedad Weber hace la siguiente elaboración:

“Finalmente, al comienzo de la historia moderna, los varios países comprometidos en la lucha por el poder necesitaron aún más capital por razones políticas y a causa de la economía monetaria en expansión. Esto dio como resultado aquella memorable alianza entre los estados en auge y las buscadas y privilegiadas potencias capitalistas, que fue un factor principal en la creación del capitalismo moderno y justifica plenamente la designación de “mercantilista” para las políticas de la época. …En cualquier caso, de aquel tiempo data esa la lucha competitiva europea entre estructuras grandes, aproximadamente iguales y puramente políticas que había tenido un impacto tan global. Se sabe bien que esta competencia política ha seguido siendo uno de los más importantes motivos del proteccionismo capitalista que surgió entonces y  que hoy continúa en diferentes formas. Ni el comercio ni las políticas monetarias de los estados modernos – aquellas políticas más íntimamente vinculadas a los intereses centrales del presente sistema económico pueden ser entendidos sin esta peculiar competencia y el “equilibrio” entre los estados europeos durante los últimos quinientos ańos – fenómeno que Ranke reconoció en su primer trabajo como la distinción histórico-mundial de esta era (1978: 3534).

A esto solo puedo ańadirle que los neo-weberianos deberían prestarle mayor atención a Weber.

Algunos marxistas, como Colin Baker (1978) también reconocen que la base política del capitalismo no es el estado sino el sistema interestatal. Los estados particulares varían en su énfasis en el engrandecimiento político-militar o en la acumulación del mercado, dependiendo, en parte, de su posición en el sistema mayor. Y el sistema como un todo alterna entre periodos en que hay un énfasis mayor en la competencia basada en el poder del estado versus periodos en los que un mercado mundial de competencia en precios relativamente más libre pasa al primer plano (ver capítulo 13).

Los estados centrales que tienen una clara ventaja competitiva en la producción son usualmente los más entusiastas abogados del comercio libre. Y, similarmente, los estados periféricos que están bajo el control de los productores capitalistas periféricos de bienes de bajos salarios para exportación al centro usualmente apoyan la “economía abierta” del intercambio internacional libre. Como apunta Stephen Krasner (1976), los estados centrales más pequeńos, que son pesadamente dependientes del comercio internacional, también tienden a apoyar un orden económico liberal. Los estados semiperiféricos y los estados centrales mayores de segundo orden, que luchan por la hegemonía, utilizan el proteccionismo tarifario y el monopolio mercantilista para proteger y expandir su acceso a la plusvalía mundial. Los periodos de rápido crecimiento económico a escala mundial generalmente se caracterizan por un mercado mundial de intercambio de mercancías no obstruido, ya que los intereses de los consumidores en los precios bajos llegan a sobrepasar los intereses de los productores en la protección (Chase-Dunn, 1980). En los periodos de estancamiento el proteccionismo es más frecuentemente utilizado para proteger la participación en la tajada decreciente.

Según el modelo propuesto en el capítulo 1, el modo capitalista de producción incluye a los productores de mercancías que emplean tanto trabajo asalariado en las áreas del centro, como trabajo forzado por coerción en las áreas periféricas. Las áreas periféricas no son vistas como “pre-capitalistas” sino más bien como partes integradas, explotadas y esenciales del sistema mayor. Las relaciones capitalistas de producción, en esta visión, no están limitadas al trabajo asalariado (que de todos modos se entiende como muy importante para la reproducción expandida de las áreas centrales) sino más bien las relaciones de producción están compuestas por la articulación del trabajo asalariado con el trabajo forzado por coerción en la periferia. Esta articulación es efectuada no solamente por el intercambio de mercancías en el mercado mundial, sino también por las formas de coerción política que las potencias centrales suelen ejercer sobre las áreas periféricas. El uso directo e indirecto del poder político-militar por los estados centrales es enfatizado por James Petras (1981) como la manera más central en que el imperialismo opera para restringir la acción política en las áreas periféricas. La investigación de Petras claramente revela la operación de esta especie de poder coercitivo y su importancia está fuera de duda. Albert Bergesen (1983) al combatir las acusaciones de que la perspectiva de sistemas-mundo es “circulacionista” (es decir, una teoría que se basa en las relaciones de intercambio más bien que en las relaciones de producción de clase) ha enfatizado la importancia del colonialismo, la propiedad por el centro y  otras formas directas de control.

Los estados y el sistema de estados competidores, que componen la comunidad mundial, constituyen el apoyo estructural básico para las relaciones capitalistas de producción. Marx veía que el estado estaba detrás de la opaca explotación del trabajo asalariado por el capital en la Inglaterra del siglo diecinueve. La involucración mucho más directa y obvia del estado en la extracción de plusvalía periférica a partir del trabajo esclavo o el trabajo del siervo era otra manera importante en la que el estado era esencial para las relaciones de producción. Y esta especie de coerción directa sobre el trabajo continúa operando bajo diferentes formas dentro de la periferia contemporánea y en las relaciones centro/periferia. El poder de los estados centrales refuerza la relación mercantilizada capital/trabajo en el centro, la extracción de trabajo por coerción en la periferia y las formas extra-económicas de explotación entre el centro y la periferia. Esto constituye la base de las relaciones de producción para el sistema capitalista.

Los estados son las organizaciones que suelen ser utilizadas por las clases que las controlan para ayudarlas a apropiarse de proporciones de la plusvalía mundial. Las fuerzas de mercado son o bien reforzadas o reguladas, dependiendo de la posición en el mercado mundial de las clases que controlan un estado particular. Cuando digo “clases que controlan el estado” estoy incluyendo a los dirigentes estatales. No soy un vulgar instrumentalista que esté argumentando que el estado es simplemente el comité ejecutivo de la burguesía. El grado en que los intereses de negocios controlan directamente un aparato estatal versus una situación en la que los dirigentes estatales realizan exitosamente una cierta autonomía balanceando diferentes intereses económicos es una importante característica variable de los estados.

Richard Rubinson (1978) ha planteado la importante cuestión de que los dirigentes estatales son muy capaces de seguir efectivamente una política de desarrollo nacional y movilidad hacia arriba en el sistema-mundo cuando hay una considerable convergencia de intereses políticos dentro de la clase dominante de una nación. Esto esclarece un asunto planteado por los teóricos de la “autonomía relativa”, que preguntan si el estado representa o no los “intereses generales” del capital. Como nos recuerda Barker (1978), la clase capitalista mundial exhibe un alto grado de competencia y conflicto inter-clasista. No hay un solo estado capitalista mundial que represente los intereses del capital como  un todo, de manera que los varios estados nacionales representan los intereses de subgrupos de capital. El grado en que lo hacen efectivamente depende del grado en que los intereses de los subgrupos dentro de un estado convergen o divergen como consecuencia de su posición y opciones de mercado dentro de la economía mundial mayor. Fred Block (1978) nos recuerda que los dirigentes estatales suelen expandir las capacidades del estado en respuesta a las demandas de los obreros y campesinos, de manera que los estados no solo llegan a institucionalizar los intereses de los capitalistas, sino, especialmente en el centro, asumen funciones redistributivas que benefician a los obreros.

Tanto las organizaciones políticas como los productores económicos están sometidos a un proceso de “eliminación por competencia” de largo plazo en la economía-mundo capitalista, mientras que en los antiguos imperios el monopolio de la violencia sostenido por un solo centro minimizaba la competencia tanto de mercado como política entre diferentes formas organizacionales. Esto responde por la transformación mucho más rápida tanto de la tecnología de producción como de la organización política por el capitalismo. Las propias estructuras estatales son sometidas a una versión política del proceso de “eliminación por competencia” que somete a las firmas a la competencia de precios en el dominio del mercado. Las estructuras estatales ineficiente, como las que imponen impuestos demasiado pesados a sus ciudadanos o no gastan sus ingresos de maneras que faciliten la competencia político-económica en la economía-mundo, pierden en la lucha por la dominación. En términos marxistas teóricos, el sistema interestatal produce una igualación de las ganancias adicionales, ganancias éstas que retornan debido al uso de la fuerza política para obligar a los monopolios locales. No hay monopolios a escala del centro. Aún las mayores organizaciones (tanto los estados como las firmas) están sometidas a las presiones de la competencia político-económica.

 

El Surgimiento del Capitalismo y el Sistema Interestatal

 

Zolberg (1981) y muchos otros (Ekholm y Friedman, 1982) han apuntado que no todos los sistemas-mundo pre-capitalistas eran imperios-mundo. El examen de Wallerstein implica que las economías-mundo anteriores eran de corta vida, tendiendo o bien a disolverse en sistemas locales desvinculados o a experimentar la formación de imperio. Pero Ekholm y Friedman (1982) han notado que muchos sistemas-mundo antiguos tenían sistemas interestatales que eran bastante estables en el sentido de que un mecanismo de balance de poder operaba para evitar la formación de imperio por periodos más bien largos. Su ejemplo más importante es la economía-mundo sumeria de ciudades-estados, pero otros han descrito sistemas interestatales más bien estables en la antigua China (Walker, 1953) y la India antigua (Modelski, 1964).

El hecho de que hubiera sistemas interestatales previos al surgimiento de la economía-mundo europea plantea la cuestión de si estos eran estructuralmente o conductualmente diferentes o no. Claramente, las reglas normativas de la diplomacia eran diferentes (ver Modelski, 1964), pero no está claro si estos eran determinantes importantes de la dinámica de un sistema interestatal. Un estudio comparativo de los sistemas interestatales que emplee una perspectiva de sistema-mundo tal vez pueda responder esta pregunta, pero un tal estudio aún no ha sido hecho (ver Chase-Dunn, 1986). Mi conjetura es que la diferencia más importante entre los sistemas interestatales antiguos y modernos es la naturaleza de la competencia entre estados y por lo tanto el contenido sustantivo de las políticas estatales. El sistema interestatal moderno se compone mayormente de estados que son significativamente controlados por capitalistas, lo que significa que los objetivos de protección y expansión del mercado constituyen una proporción mayor de la acción estatal que en los sistemas interestatales pre-capitalistas. Esta característica probablemente también conduce a otras diferencias. Es probable que las potencias hegemónicas amenazadas en los antiguos sistemas interestatales se comprometieran en una política de formación de imperio, mientras en la economía-mundo capitalista esto no ocurre.

El feudalismo es otra especie de sistema pre-capitalista que no es un imperio-mundo. Zolberg (1981) tiene razón en apuntar que el feudalismo clásico europeo (esto es, de alrededor del siglo nueve) no era un imperio-mundo, pero adicionalmente era una especie muy extrańa de sistema-mundo. Como residuo transicional del imperio-mundo romano, el feudalismo clásico europeo se caracterizaba por una matriz política y cultural organizada a través de una economía que estaba casi completamente desvinculada en seńoríos auto-subsistentes. Los estados medievales eran tan débiles que en la mayoría de los lugares y la mayoría del tiempo, el seńor de cada seńorío constituía un mini-estado. Anderson (1974a) y muchos otros han apuntado que era la “parcelación de la soberanía” dentro de este sistema muy descentralizado la que permitía que el modo capitalista de producción se expandiera en los intersticios institucionales y comenzar a dominar el intercambio, la producción y la política.

El crecimiento de la producción de mercancías para el intercambio tanto local como urbano/rural y de larga distancia fue estimulado por las limitaciones de la economía seńorial y las oportunidades para obtener ganancias presentadas por un sistema que tenía poca capacidad política regional para regular la producción y el intercambio. La constitución de ciudades como elementos relativamente autónomos dentro de la matriz segmentada de seńoríos capacitaba a los mercaderes y artesanos para obtener “poder estatal” dentro de una jurisdicción (la ciudad medieval) que luego podía ser usado para legitimar y respaldar militarmente el intercambio y la producción capitalistas. El hecho de que las ciudades exitosas pronto trataran de proteger sus ventajas de mercado con monopolios políticamente garantizados simplemente condujo a la economía de mercado a expandirse a otras partes y a aumentar sus dimensiones espaciales. Este proceso de crecimiento capitalista urbano también espoleó el fortalecimiento del estado-nación, al ser capaces los reyes de ganar recursos de los capitalistas para usarlos contra los seńores locales recalcitrantes. Así nacieron los estados-naciones y el sistema interestatal europeo. Fue la dinámica de la competencia mercantil y de producción de mercancías entre tanto el estado como las empresas privadas en el largo siglo dieciséis, junto con el surgimiento de una jerarquía centro/periferia, lo que condujo a Wallerstein a plantear que entonces fue que nació el sistema-mundo capitalista.

Anderson (1974b) insiste en que el absolutismo, la formación de monarquías fuertes centralizadas, fue primariamente una expresión de reorganización feudal frente a la crisis del feudalismo en Europa Occidental. En Europa del Este, según Anderson, la formación de estados fue una respuesta a la formación de un sistema estatal internacional militarmente amenazante que emanó de Europa Occidental. Su énfasis disminuye el rol que jugaron el crecimiento de la producción de mercancías y la emergente división centro/periferia del trabajo entre el Este y el Oeste en la formación y extensión del sistema interestatal europeo. Él subsume la política internacional mercantilista y el desarrollo auspiciado por el estado de sectores cruciales de la producción en su compleja definición de “absolutismo”. Yo plantearía que estos desarrollos pueden ser mejor entendidos como variantes  del capitalismo de estado que fueron apropiadas para la primera época de la economía-mundo capitalista.

En el sistema interestatal competitivo ha sido imposible para ningún estado solo monopolizar el mercado mundial entero y mantener la hegemonía indefinidamente. Las potencias hegemónicas centrales, como Bretańa y los Estados Unidos de América, en el largo plazo han perdido su dominio relativo con los productores más eficientes. Esto quiere decir que, a diferencia de los imperios agrarios, el éxito en el sistema-mundo capitalista se basa en una combinación de poder estatal efectivo y ventaja competitiva en la producción. La extracción de plusvalía descansa sobre dos piernas: la capacidad de usar el poder político para proteger (y expandir) la producción lucrativa de mercancías y la capacidad para producir eficientemente para la economía mundial competitiva. Este no es el sistema estado-céntrico que describen algunos analistas, porque los estados no pueden escapar durante mucho tiempo a las fuerzas competitivas de la economía mundial. Los estados que intentan desconectarse o que imponen excesivos impuestos a sus productores domésticos, se condenan a sí mismos a la marginalidad. Por otro lado, el sistema no es simplemente un mercado mundial libre de productores en competencia. La exitosa combinación de poder político y ventaja competitiva en la producción es un balance delicado.

Ha habido importantes diferencia entre los estados europeos en términos de las estrategias de desarrollo que ellos han seguido. Algunos han descansado más en la ventaja militar continental y en las estructuras fiscales centralizadas, mientras que otros, los más exitosos, han empleado una política general de protección estratégica de los intereses vitales de negocios de sus capitalistas nacionales. Una vez más, yo no reivindico que todos los estados emplean igualmente una política de apoyo a sus capitalistas. El concepto de renta de protección de Frederic Lane (1979) vuelve a ser relevante aquí. Algunos estados proveen protección efectiva “al costo” o cerca de él y permiten una expansión lucrativa de los negocios bajo su protección. Otros son menos eficientes y promueven un crecimiento menos económico aún cuando pudieran ser bastante capaces de extraer impuestos de sus propios ciudadanos. Todos los estados persiguen objetivos tanto militares como de mercado, pero la mezcla es diferente. Lo que hace que el juego difiera de los sistemas pre-capitalistas es la proporción relativamente mayor de la suma de todos los esfuerzos que son dedicados a estrategias de obtención de ganancias más bien que al cobro de tributos.

Los estados centrales más exitosos han alcanzado su hegemonía teniendo intereses de clase fuertes y convergentes, que unificaron la política estatal que está detrás de un impulso sostenido a la producción exitosa de mercancías y al comercio en la economía mundial. Los que llegan en segundo lugar a menudo han alcanzado alguna centralidad en la economía mundial basándose en un esfuerzo más directamente organizado por el estado, por alcanzar al estado hegemónico.

Podría argumentarse que la existencia de estados que siguen exitosamente una vía de desarrollo más político-militar es evidencia a favor de la tesis de que los procesos geopolíticos y económicos operan independientemente. La existencia de una tal vía de desarrollo es incuestionable (p. ej., Prusia, Suecia, Japón, URSS) pero la movilidad hacia arriba de estos estados estuvo ciertamente condicionada por su contexto, una economía-mundo en la que la producción de mercancías y la acumulación capitalista se estaban haciendo generales. Si todos los estados hubieran seguido una tal vía, el sistema-mundo moderno sería una especie bien diferente de entidad. Más adelante se plantea que la reproducción y expansión de la especie de sistema interestatal que surgió en Europa requiere las formas institucionales y procesos dinámicos que están asociados con la producción de mercancías y la acumulación capitalista. Primero, sin embargo, discutamos las maneras en que el sistema interestatal ayuda a preservar la dinámica del proceso capitalista de acumulación.

 

La Reproducción de la Acumulación Capitalista

 

Hay varias maneras en que el sistema interestatal competitivo le permite al proceso de acumulación capitalista superar temporalmente las contradicciones que crea y expandirse. El balance de poder en el sistema interestatal evita que ningún estado solo controle la economía-mundo y que imponga un monopolio político a la acumulación. Esto significa que los “factores de producción” no pueden ser políticamente controlados en el grado en que lo pudieran ser si hubiera un estado mundial general y abarcador. El capital es sometido a algunos controles por los estados, pero puede seguir fluyendo de las áreas en las que las ganancias son bajas a las áreas en las que las ganancias son más altas. Esto le permite al capital escapar a la mayoría de las reivindicaciones políticas que las clases explotadas intentan imponerle. Si los obreros tienen éxito en la creación de sindicatos que los capaciten para demandar salarios más altos, o si las comunidades demandan que las corporaciones gasten más dinero en los controles de polución, el capital usualmente puede escapar a estas demandas moviéndose a áreas donde la oposición sea más débil. Este proceso de “fuga del capital” puede verse operando también dentro de países con estados federales.

Con la mayor frecuencia las luchas de clase se orientan hacia y están restringidas dentro de estructuras estatales territoriales particulares. Así, el sistema interestatal provee el apoyo político para la movilidad del capital y también la base institucional para la expansión continuada del desarrollo capitalista. Los estados que evitan exitosamente que el capital doméstico emigre, no necesariamente resuelven este problema, porque los competidores extranjeros probablemente  obtengan ventaja de las oportunidades de producción menos costosas fuera de las fronteras nacionales, de modo que saquen los productos domésticos fuera del mercado internacional. (5).

La implicación de lo anterior es que el capitalismo no es posible en el contexto de un solo estado mundial, como reivindicó Weber. La transformación del sistema interestatal en un estado mundial eventualmente desarrollaría la regulación política de asignación de recursos. Si este estado mundial fuera socialista, incluiría más regular y plenamente las desiderata sociales en el cálculo de las decisiones de inversión. La dinámica del sistema actual, en el que los criterios de ganancias y de poder nacional son los controladores máximos del uso de los recursos, eventualmente se transformaría en un sistema en el que el desarrollo combina la eficiencia con un cálculo de los valores de uso individuales y colectivos de la sociedad humana. Un sistema colectivamente racional como éste no constituiría una utopía en la que los problemas de producción y distribución estuvieran completamente resueltos, sino que las luchas políticas por los recursos que estarían orientadas hacia un solo gobierno mundial general y abarcador exhibirían una dinámica de  largo plazo muy diferente del cambio político y el desarrollo económico que la que ha caracterizado la economía-mundo capitalista.

Ésta por supuesto que es una valoración optimista. También es posible que la formación de un estado mundial produzca una transformación en una nueva versión del modo tributario de producción. Tanto los modos socialistas como los tributarios utilizan primariamente medios políticos de acumulación, pero los modos tributarios emplean grandes sumas en la coerción, mientras el socialismo produce, distribuye e invierte democráticamente. Como quiera que sea, no obstante, el capitalismo ya no sería más el modo dominante de producción.

 

Reproducción Capitalista del Sistema Interestatal

 

Así, el sistema interestatal es importante para la viabilidad continuada del proceso de acumulación capitalista. Pero żes el proceso de acumulación igualmente importante para la generación y la reproducción del sistema interestatal? Primero, żqué quiero decir yo por reproducción del sistema interestatal? No estoy haciendo distinciones finas entre especies de sistemas interestatales como los introducidos por Partha Chatterjee (1975). Por  sistema interestatal quiero decir un sistema de estados desigualmente poderosos y en competencia. Estos estados están en interacción entre sí mediante un conjunto de alianzas que se desplazan y de guerras. Los cambios en el poder relativo de los estados altera cualquier conjunto temporal de alianzas que conduzca a una reestructuración del balance de poder. żCuándo es que no se produce un tal sistema? Si un sistema interestatal bien:

1 se desintegra debido a la disolución de los estados individuales;

2 reduce dramáticamente casi hasta cero la cantidad de intercambio material e interacción político-militar entre los estados; o

3 llega a ser dominado por un solo estado abarcador,

se puede decir que el sistema ha cambiado fundamentalmente (o sea, ha sido transformado, no reproducido). En esta definición las etapas de los sistemas interestatales clásica, imperial, bipolar y “contemporánea” identificadas por Chatterjee son subsumidas en un solo tipo amplio que es de todas maneras diferente de los imperios pre-capitalistas agrarios o del sistema económicamente auto-subsistente y “sin estado” que existió en la Europa feudal.

 

żQué Vino Primero?

 

Skocpol (1979) defiende que el sistema interestatal europeo existe desde antes del surgimiento del capitalismo (6) y con esto implica que esto evidencia su relativa autonomía. (7) Nadie niega que los estados son anteriores al capitalismo. La cuestión es la génesis de un sistema interestatal dinámico que sea auto-reproductor más bien que una etapa transicional en el camino hacia la formación de un imperio. Está claro que lo que ocurre es que los sistemas multiestatales que exhiben algunas de las características del sistema interestatal europeo existieron antes del surgimiento del modo de producción dominante capitalista. El “sistema internacional” multicéntrico que se desarrolló entre las ciudades-estado italianas y sus socios comerciales en el Este y el Oeste inventaron muchas de las instituciones de la diplomaría y las alianzas deslizantes que fueron más tarde adoptadas por los estados europeos. Como dice Lane del siglo dieciséis, “El sistema estatal italiano estaba siendo expandido hacia un sistema estatal europeo” (1973: 241). Si bien esto constituye un desarrollo previo, no puede ser evidencia a favor de la autonomía del sistema interestatal, como veremos. Muchas de las instituciones financieras y legales capitalistas posteriormente elaboradas en la economía-mundo capitalista europea fueron inventadas en las ciudades-estado italianas. El Mediterráneo cristiano fue parte de una economía regional intersticial proto-capitalista. Análogo al análisis de Marx del capitalismo mercantil, la economía regional mediterránea, aunque desarrolló las semillas de la producción capitalista como el trabajo como una mercancía, se basaba primariamente en el intercambio de “desiguales” entre sistemas sociales que no estaban integrados en una sola economía mercantil. (8) De todas maneras, esta economía regional proto-capitalista tuvo éxito en el desarrollo de varios rasgos institucionales que solo más tarde fueron plenamente elaborados en la economía-mundo capitalista que surgió en Europa y América Latina en el largo siglo dieciséis. Uno de estos fue el sistema interestatal, que como Zolberg (1981) también concuerda, solo se formó establemente después de su surgimiento en Europa.

Pero żno constituye la continuidad del sistema interestatal italiano y su fracaso en desarrollar un imperio-mundo un caso de independencia del sistema interestatal? Hay dos factores que militan en contra de esta conclusión. Los estados del sistema italiano eran ya más bien capitalistas, explicando así la debilidad de los intentos por formar imperio y que el sistema italiano se incorporara a la economía-mundo europea mayor, que ya estaba siendo dominada por el capitalismo de producción en el siglo dieciséis.

No estoy planteando que las instituciones capitalistas sean los únicos factores que posibilitan que el sistema interestatal resista la formación de imperio. Es probable que una matriz cultural común también trabaje contra la formación de imperio facilitando la difusión de tecnologías militares y de otros tipos y manteniendo así una distribución relativamente igual de poder entre los estados centrales en pugna. El sistema europeo compartía este rasgo (una matriz interestatal cultural común) con sistemas anteriores de larga vida como los de la antigua Mesopotamia, China y la India (Mann, 1986). De todas maneras, la extendida existencia de instituciones capitalistas tales como los mercados internacionales, el dinero, los bancos y las  oportunidades de inversión estabilicen ulteriormente a un sistema interestatal inhibiendo los esfuerzos de formación de imperio.

El planteo de Skocpol acerca del surgimiento previo del sistema interestatal también recibe apoyo de la interpretación de Anderson (1947b) del auge de los estados absolutistas en Europa Occidental y Oriental. Pero este planteo cabalga en la definición que cada cual tenga de capitalismo. Anderson sostiene con la escuela que ve el “modo de producción capitalista plenamente formado”, que éste se hace dominante solamente en el siglo dieciocho. La interpretación de Wallerstein plantea que el capitalismo “agrario” se hizo dominante en el largo siglo dieciséis. La interpretación de Anderson de los estados absolutistas en formación disminuye la importancia de la producción capitalista en las ciudades crecientes de la Europa feudal e ignora el surgimiento “proto-industrial” de la producción agrícola y artesanal para el mercado en las áreas rurales (ver Kriedte, Medick y Schlumbohm, 1981).

La interpretación de Wallerstein implica que el modo capitalista de producción se convirtió en el más importante estímulo para el cambio bien antes de las “revoluciones burguesas” en las que intereses explícitamente capitalistas llegaron al poder en los estados-naciones. La descripción de Anderson no niega la importancia, especialmente en el Occidente, del surgimiento de fuentes burguesas de poder y apoyo financiero, pero el elige decir que la copa está medio vacía en lugar de medio llena. Su examen de la formación de estados en Europa Oriental identifica correctamente el grado en el que fue reactiva al sistema interestatal competitivo y agresivo que surgió primero en el Occidente. El ignora, no obstante, la importancia del desarrollo de la división centro/periferia del trabajo  para los desplazamientos de estructura de clases que influyeron la formación de estados en el Este.

 

Una Alianza Externa

 

Una pista sobre la dependencia o independencia del sistema interestatal es su capacidad para reproducirse o capear las crisis sin llegar a transformarse en un imperio-mundo ni a experimentar la desintegración de su red de intercambio económico internacional. El análisis de Wallerstein del esfuerzo que hicieron los Habsburgo por transformar la todavía temblorosa economía-mundo capitalista del siglo dieciséis en un imperio-mundo (1974; 164-221) demuestra la importancia del capitalismo en la reproducción del sistema interestatal. Examinaré los últimos puntos en los que estaban montados desafíos similares al sistema interestatal (de Luis XIV, las guerras napoleónicas y las guerras mundiales del siglo veinte) y las causas de continuidad del sistema interestatal, pero primero quiero considerar otro  punto planteado por Zolberg (1981).

Zolberg plantea que el sistema interestatal europeo ocasionalmente incorporó  poderes que estaban fuera de la economía-mundo capitalista a alianzas que afectaron el resultado de la lucha político-militar. Su ejemplo principal  es la alianza entre Francia y el Imperio Otomano contra la casa de los Habsburgo. Wallerstein plantea que el Imperio Otomano era en sí un sistema-mundo separado, una “arena externa” fuera de la red económica que era la economía-mundo europea hasta el siglo diecinueve. Zolberg plantea que la alianza franco-otomana, que era importante para la capacidad de Francia de resistir el movimiento de los Habsburgo por encerrar la economía-mundo europea que surgía dentro de un solo imperio abarcador, prueba la autonomía del sistema interestatal. Es cierto que esta alianza y otras menos importantes entre estados europeos y estados ubicados en áreas fuera de la división euro-céntrica del trabajo, afectaba el curso de desarrollo del sistema-mundo moderno. Puede incluso ser cierto que sin esta alianza externa crucial el surgimiento del capitalismo central en Europa habría sido pospuesto por largo tiempo.

Esto muestra una vez más que el sistema interestatal era importante para la sobrevivencia y el crecimiento del capitalismo internacional. Sobre esto hay poco desacuerdo. żPero qué hubiera pasado al sistema interestatal europeo si el capitalismo internacional hubiera sido abarcado por el imperio Habsburgo? Obviamente tanto el capitalismo internacional como el sistema interestatal hubieran sido transformados en un imperio-mundo y probablemente de manera que en él el capitalismo como modo de producción hubiera estado subordinado a la lógica del tributo y la imposición de impuestos imperiales. Aunque estoy de acuerdo en que el capitalismo había llegado a ser dominante sobre la lógica del modo tributario de producción en el largo siglo dieciséis, es obvio que su dominio en esa primera época era algo tembloroso. El intento por convertir el sistema-mundo capitalista naciente en un imperio-mundo tributario fue tronchado no por la fuerza institucional del capitalismo solo, sino en conjunción con al algo fortuita alianza entre los franceses y una potencia “externa”, los turcos otomanos.

Como veremos más adelante, los últimos cambios al sistema interestatal fueron disminuidos por la lógica del capitalismo internacional solo. Zolberg tiene razón al apuntar hacia la alianza franco-otomana como evidencia de la importancia del sistema interestatal, pero en desafíos posteriores fueron las propias instituciones fortalecidas del capitalismo internacional las que evitaron que el sistema interestatal se convirtiera en un imperio-mundo.

Otra razón por la que Zolbeg plantea la existencia de una lógica autónoma del sistema interestatal es su confusión acerca de la diferencia entre imperios coloniales e imperios-mundo. Es perfectamente correcto que los estados centrales se comprometen con el imperialismo en el sentido de que usan el poder militar para dominar partes de la periferia. Estos imperios coloniales se expanden cíclicamente con el crecimiento del sistema-mundo moderno (Bergesen y Schoenberg, 1980). Pero este fenómeno es muy diferente de la imposición de un solo estado al sistema completo, incluyendo a los demás estados centrales.

 

Los Desafíos más Recientes

 

El sistema-mundo europeo se convirtió en un sistema-mundo global en una serie de ondas de expansión que eventualmente incorporaron a todos los territorios y pueblos de la tierra. Aunque después del siglo dieciséis ocurrieron alianzas político-militares con estados externos al sistema, ellas nunca fueron nuevamente tan cruciales para la sobrevivencia y el desarrollo del capitalismo como lo fue la alianza franco-otomana. Pero la economía-mundo capitalista continuó encarando desafíos a la sobrevivencia basados en sus propias contradicciones internas. El desarrollo económico disparejo y la vasta expansión de fuerzas productivas rebasaron la estructura de poder político, causando violentas reorganizaciones del sistema interestatal (guerras mundiales) para acomodar nuevos niveles de desarrollo económico. Este proceso puede verse en la secuencia de competencia en el centro, el auge y caída de los estados hegemónicos centrales que han acompańado la expansión y profundización del modo capitalista de producción (ver capítulo 9).

Después del fracaso de los Habsburgo ha habido otros tres esfuerzos por imponer un imperio-mundo a la economía-mundo capitalista: los de Francia bajo Luis XIV y Napoleón  y el de Alemania y sus aliados en las guerras mundiales del siglo veinte (Dehio, 1962; Toynbee, 1967). Cada uno de estos llegó en un periodo en que la potencia hegemónica central era débil. Luis XIV trató de expandir su monarquía a la totalidad de las potencias centrales durante la decadencia de la hegemonía holandesa. El esfuerzo de Napoleón ocurrió mientras Bretańa estaba todavía surgiendo al status hegemónico. Los intentos alemanes llegaron después de la decadencia de Bretańa y antes del surgimiento pleno de los Estados Unidos. Estos tres casos constituyeron amenazas a la existencia del sistema interestatal y de la economía-mundo capitalista.

 

Por qué las Potencias Hegemónicas no Tratan de Ser Imperio

 

Podría plantearse que uno u otro de estos no constituye realmente un esfuerzo serio por ser imperio. Ha habido mucha disputa acerca de las intenciones alemanas en la 1Ş Guerra Mundial (ver Fischer, 1967 y sus críticos) pero la cuestión real no son las intenciones, sino las consecuencias estructurales que una victoria alemana habría tenido para el sistema interestatal. Si el sistema de balance de poder y por tanto, la naturaleza multicéntrica del centro hubiera podido sobrevivir a una tal victoria, entonces estos eventos no representaban verdaderas amenazas al sistema interestatal como tal, sino meramente un desafío al balance de poder vigente. Si ningunos de estos esfuerzos presentaban una posibilidad real de imperio mundial (o sea, la formación de un estado central suficientemente grande para terminar la operación del sistema de balance de poder) debemos preguntar por qué no ha habido desafíos fuertes al sistema interestatal desde los Habsburgo.

Algunos autores implican que el tamańo de los estados europeos ha estado limitado por el rango de control territorial efectivo, pero esto no puede explicar la ausencia de formación de imperio en Europa. Después de todo, el Imperio Romano, usando obviamente tecnología militar más limitada, gobernó la mayoría del territorio posteriormente ocupado por los estados centrales de la economía-mundo europea. El modo de producción afecta grandemente a las optimalidades del tamańo estatal y las tendencias hacia la formación de imperio.

Es el desarrollo dinámico y disparejo del capitalismo lo que limita sistemáticamente las posibilidades de formación de imperio, reproduciendo así el sistema interestatal. Una de las cosas notables acerca de estos desafíos inefectivos al sistema interestatal es que ellos no fueron penetrados por las propias potencias hegemónicas centrales, sino más bien por los corredores de segundo orden de entre los estados centrales competidores. Esto plantea la pregunta de por qué las potencias hegemónicas centrales no tratan de imponer el imperio cuando se hace obvio que su ventaja competitiva en la producción de mercancías se está desvaneciendo. Similarmente pudiéramos preguntar, como hizo Zolberg del siglo dieciséis, por qué las fuerzas opositoras fueron capaces de evitar la conversión del sistema en un solo imperio. A estas dos preguntas yo respondería que son las estructuras transnacionales asociadas con la economía mercantil capitalista la que operó para alterar el balance a favor de la preservación del sistema interestatal.

Los estados centrales hegemónicos suelen usar el poder estatal para forzar los intereses de sus “propios” productores, aunque típicamente ellos no descansan en él tan pesadamente como otros estados centrales competidores. Pero, cuando una potencia hegemónica central comienza a perder su filo competitivo en producción a causa de la extensión de las técnicas de producción y los costos diferenciales del trabajo, se exporta capital del estado hegemónico central en decadencia a áreas donde las tasas de ganancias sean más altas. Esto redice el nivel al que los capitalistas de dentro del estado hegemónico central apoyarán al “nacionalismo económico” de su propio estado doméstico. Sus intereses llegan a extenderse por todo el centro. Otra manera de decir esto es que los estados hegemónicos centrales desarrollan subgrupos de sus clases capitalistas que tienen intereses divergentes; llega a haber un grupo de “capitalistas internacionales” que apoyan el comercio libre y un grupo de “capitalistas nacionales” que buscan protección tarifaria. Esto explica las políticas ambivalentes, contradictorias y zigzagueantes de las potencias hegemónicas centrales durante los periodos de su decadencia (Goldfrank, 1977; ver también el capítulo 9 más adelante).

Schumpeter (1955) apunta hacia la falta de patriotismo que evidencia muchos capitalistas (9) como prueba de que el capitalismo en sí es un sistema amante de la paz. Él reivindicaba que la guerra moderna es causada por sobrevivencias atávicas de la era pre-capitalista, que periódicamente agarran al mundo y conducen a la destrucción violenta en una escala masiva. Es importante distinguir entre el capitalismo como sistema y los sentimientos de quienes toman las decisiones de inversión. Si bien algunos capitalistas pueden ser amantes de la paz, es la exportación de capital inversionista a otros estados centrales durante la decadencia hegemónica el factor principal que explica por qué los estados hegemónicos centrales no tratan de imponer el imperio. Y es la reproducción del sistema interestatal, que presume la legitimidad de la guerra, lo que garantiza los brotes recurrentes de destrucción violenta.

 

żPor qué Fracasan los Desafíos?

 

żPor qué han fracasado las potencias centrales de segundo orden que buscaron imponer el imperio a la economía-mundo? La mayoría de los teóricos del sistema interestatal no han abordado esta cuestión como tal. La idea del balance de poder explica por qué, en un sistema multicéntrico, las alianzas entre los actores más poderosos se debilita. Las coaliciones de una triada, por ejemplo, balancean el poder mediante la alianza de los dos actores más débiles contra el más fuerte. Pero esta alianza se descompone cuando el más fuerte de los socios gana lo suficiente para convertirse en el actor único más fuerte (potencia hegemónica) porque la potencia más débil puede ganar más aliándose con la antigua potencia hegemónica decadente que ateniéndose a la alianza original. Esta simple teoría de juegos se extiende al sistema interestatal por los teóricos del equilibrio de poder, pero no responde nuestra pregunta sustantivamente. De nuevo, en el sistema-mundo moderno no es el actor más poderoso el que trata de imponer el imperio, sino más bien los corredores de segundo orden móviles hacia arriba, con menos de su porción “justa” de influencia política sobre las áreas más débiles del globo. La teoría de Organski (1968) explica por qué estos segundos corredores tratan, pero no por qué fracasan. (10).

Por supuesto que se podrían emplear explicaciones estrictamente históricas que hagan uso de factores coyunturales únicos, maniobra teórica (o más bien, maniobra a-teórica) ésta, que es fácil de efectuar cuando se están explicando solamente cuatro “eventos”. Aquí buscamos una explicación de lo que parece ser una regularidad del sistema-mundo basados en nuestras hipótesis acerca de su lógica estructural profunda.

Morganthau (1952) invoca una noción de una cultura mundial liberal, normativamente organizada, que moviliza exitosamente a una fuerza contraria contra la amenaza al sistema de balance de poder. Esta conceptualización de un sistema-mundo normativamente integrado, ya ha sido descrita y criticada en el capítulo 5. Si bien no niego que en todo el sistema se generalizan algunos patrones normativos, yo hago énfasis en el hecho que la cultura tiende a seguir las fronteras estatales y que el sistema mayor sigue siendo significativamente multicultural. Desde esta perspectiva esto está lejos de explicar el fracaso de la formación de imperio en términos de compromiso con normas internacionalmente compartidas.

Craig Murphy (comunicación personal) defiende que otra razón por la que las potencias hegemónicas centrales no tratan de imponer el imperio al sistema completo es la  visión ilustrada de ciertos estadistas centrales de que el sistema multiestatal es necesario para la sobrevivencia del capitalismo. Disraeli se sugiere como ejemplo. Este tipo de conciencia puede ser entendida como una respuesta a la dispersión del capital inversionista y los intereses de los consumidores, que acompańan a la hegemonía decadente del estado central líder. Dudo que la ideología internacionalista liberal juegue un rol muy independiente en la reproducción del sistema interestatal.

Por otra parte, anteriormente he sugerido que los sistemas interestatales en los que los estados comparten una cultura regional consensual tienen más probabilidad de resistir a la formación de imperio porque las nuevas tecnologías organizacionales y militares se difundirán rápidamente y mantendrán una igualdad grosera de poder entre los estados centrales contendientes. Esta explicación no invoca la integración normativa (la regulación de la conducta por una creencia consensual en las reglas), ni es dependiente del contenido específico de las formas culturales. Simplemente esto argumenta que la información más probablemente fluya a través de las fronteras estatales cuando los estados tengan sistemas ideológicos y culturales algo semejantes. Una tal condición existió entre los estados centrales del sistema-mundo europeo y esto podría explicar parcialmente el fracaso de la formación de imperio en Europa.

Mi argumento, sin embargo, es que tanto los intentos como los fracasos del imperio mundial pueden ser explicados primariamente como respuestas reactivas a las presiones del desarrollo disparejo en la economía-mundo. Ya notamos que los intentos fueron fomentados, no por los estados más poderosos en el sistema, sino más bien por potencias emergentes de segundo orden luchando por la hegemonía. Una cosa extraordinaria acerca de los cuatro casos es que parecen, retrospectivamente, haber sido salvajemente irracionales. Los países que adoptaron la estrategia del engrandecimiento llegaron mucho más allá de sus propias capacidades y fracasaron en generar suficiente apoyo de los países aliados.

Concuerdo con Modelski (1978) en que el expansionismo continental predominantemente orientado hacia la tierra de la monarquía francesa no fue una estrategia que pudiera conducir a la hegemonía en la economía-mundo capitalista. Es notable que los costos adicionales de un expansionismo puramente geopolítico (el “modelo florentino” de dominación de Oliver Cox [1959]) no podían competir exitosamente con la estrategia de bajo costo adicional, de permitir que un sistema político más descentralizado soportara los costos de administración mientras la apropiación de plusvalía es realizada por el comercio. Fue este “modelo veneciano” (nuevamente Cox) el que fue seguido por los estados que se convirtieron en potencias hegemónicas centrales (Holanda, Bretańa y los Estados Unidos) mientras los centralizadores políticos orientados hacia la tierra han sido relegados al rol de segundos corredores entre los estados centrales.

żPor qué no recibieron más apoyo los intentos de imperio franceses o alemanes?  Probablemente en parte porque los aliados potenciales dudaron del grado en que sus intereses serían protegidos bajo el nuevo imperio y porque la vía de crecimiento capitalista en el contexto del sistema multicéntrico parecía preferible para las burguesías emergentes de los estados aliados potenciales.

Si tengo razón, el sistema interestatal es dependiente de las instituciones y oportunidades que presente el mercado mundial para su sobrevivencia. Hay dos características del sistema interestatal que necesitan ser sustentadas: la división de soberanía en el centro (la rivalidad interimperial) y el mantenimiento de una red de intercambio entre los estados. La naturaleza mercantilizada de la economía-mundo capitalista asegura que los estados continuarán intercambiando, debido a las ventajas comparativas en la producción, natural y socialmente creadas. La salida del mercado mundial puede ser efectuada por periodos de tiempo cortos pero es costosa e inestable. Hasta los estados “socialistas” que han tratado de establecer un modo de producción separado, eventualmente han regresado a la producción para y al intercambio con el mercando de mercancías mayor.

El mantenimiento de la rivalidad interimperial es facilitado por un número de procesos institucionales. En cualquier punto del tiempo, los sentimientos nacionales y las diferencias de idioma y culturales hacen difícil la integración supernacional, como bien ilustra la CEE. A estos factores “históricos” se les puede seguir la pista hasta los procesos de largo plazo de formación de estados y construcción de naciones y estos procesos han sido condicionados, ellos mismos, por el surgimiento de la economía mercantil en los 500 ańos pasados.

Pero el rasgo institucional principal de la economía-mundo que mantiene la rivalidad interimperial es la naturaleza dispareja del desarrollo económico capitalista. Como se discutió anteriormente, las potencias hegemónicas centrales pierden su ventaja competitiva en la producción con otras áreas y esto causa la exportación de capital, que restringe a la potencia hegemónica de intentar imponer el imperio político. Los retadores de segundo orden, que pueden tratar de imponer el imperio, no pueden ganar suficiente apoyo de otros aliados centrales para ganar, o por lo menos históricamente ellos no han sido capaces de hacerlo. Esto es en parte porque el potencial de expansión ulterior y profundización de la economía mercantil y de desarrollo en el contexto de un sistema interestatal descentralizado, parece mayor para los aliados potenciales que el potencial de poder político y económico dentro del propuesto imperio. Las narrativas de éxito en la historia de desarrollo del sistema interestatal son suficientemente frecuentes para socavar la formación de imperio.

Sigamos ahora considerando las maneras en que las instituciones transnacionales del capitalismo interactúan con la geopolítica para reproducir el sistema interestatal.

Capítulo 8: La Guerra y los Sistemas-Mundo

 

Parte de este capítulo es una respuesta a la valiosa crítica de William R. Thompson (1983c) de una versión anterior del capítulo 7.[10]

Las cuestiones planteadas por el artículo de Thompson son abordadas y se considera un problema sobre el cual su análisis es conspicuamente silencioso. El examen de Thompson fracasa en abordar el argumento de que la reproducción del sistema interestatal es debida a la operación de instituciones específicas características de un modo capitalista de producción. Su comparación de variables generalmente “políticas”, en oposición a las “económicas”, ignora el rol de instituciones económicas históricamente específicas tales como la producción de mercancías, el trabajo asalariado, la riqueza mercantilizada y el capital, en la dinámica del sistema interestatal moderno. Yo haré más comparaciones de la economía-mundo capitalista moderna, para demostrar la importancia de las instituciones capitalistas para la reproducción del sistema interestatal moderno. Además, examinaré los argumentos y las investigaciones sobre la relación entre la onda económica larga (onda K) y las guerras mundiales.

Thompson y George Modelski (1978; ver también Modelski y Thompson, 1988) han contribuido con teorización e importantes investigaciones al estudio del sistema-mundo moderno. Aunque su conceptualización de ese sistema es algo diferente a la mía, ellos de todas maneras la reconocen como una estructura jerárquica en la que estados- naciones desigualmente poderosos contienden entre sí por una posición. En esto ellos se han movido mucho más allá de la visión aún ampliamente sostenida de que los estados-naciones pueden ser entendidos ya sea como “avanzados” o “en desarrollo” sin tener en cuenta el contexto mayor en el que están interactuando.

Por otro lado, tanto Modelski como Thompson proceden sin ninguna discusión del capitalismo. En su lugar, ellos enfocan la cuestión de la primacía de variables bien “económicas” o “políticas” (Modelski, 1982; Thompson, 1983c). Aunque ésta pudiera ser una abreviatura correcta, una comprensión de la dinámica subyacente del sistema-mundo moderno requiere la comparación de sus estructuras institucionales específicas  con las  de otros sistemas sociales históricos de gran escala. Yo no reivindico que las variables “económicas” sean más importantes para la dinámica del sistema moderno, sino más bien que varios rasgos  específicamente capitalistas de la economía política actúan  para reproducir el sistema interestatal. La noción de “sistemas históricos”, que difieren uno de otro de maneras fundamentales, está ausente del análisis de Thompson, pero es central en el mío.

 

Mercancías y Mercados

 

Thompson reduce el examen de las instituciones capitalistas al “crecimiento económico” y al “desarrollo disparejo”. Esto puede ser, en parte, debido a una falta de claridad en el trabajo que él estaba criticando (Chase-Dunn, 1981), que usa conceptos tales como el de producción de mercancías sin el beneficio de la explicación. En la teoría marxista, la producción de mercancías se refiere a la producción para la venta en un mercado establecedor de precios, de mercancías algo estandarizadas (incluyendo a los servicios). No todo es una mercancía. Algunos renglones son también producidos, no para el intercambio en el mercado, sino para el consumo directo por el productor. Otros renglones son producidos para intercambiar en un sistema normativo recíproco o en un sistema redistributivo políticamente administrado,  pero no para la venta en un mercado. Otras cosas son producidas para la venta, pero son suficientemente únicas para que sus condiciones de producción no estén regular y sistemáticamente sometidas a la competencia en precios, p. ej., los objetos de arte. Otras cosas son vendidas pero no son producidas para la venta, tales como la tierra sin transformar u otros recursos directamente apropiados a la naturaleza. La mercantilización es un proceso por el cual las relaciones sociales se hacen mediadas por los mercados. Un mercado establecedor de precios es aquel en que la interacción competitiva de un gran número de compradores y vendedores independientes determina las razones (los precios) a los cuales se intercambian las mercancías particulares.

La producción capitalista de mercancías existe cuando la riqueza, la tierra y el trabajo se han hecho en gran parte (aunque no completamente) mercantilizadas. La producción capitalista implica una división jerárquica del trabajo entre controladores de medios mercantilizados de producción (capital) y trabajadores cuyo trabajo produce mercancías para una venta lucrativa.

Empíricamente no hay mercados establecedores de precios perfectos. Los precios siempre están influidos en algún grado por factores normativos y políticos. Y no hay sistemas sociales completamente capitalistas, ni siquiera el nuestro. La producción capitalista de mercancías y los mercados han estado presentes en algún grado en la mayoría de los sistemas históricos desde al menos el surgimiento de las ciudades hace unos 5000 ańos en Sumeria (Ekholm y Friedman, 1982). En algunas partes de los sistemas-mundo pre-capitalistas, los capitalistas se hicieron políticamente dominantes y predominaron las relaciones capitalistas (p. ej., en los estados-ciudades tales como Dilmun, Sidonia, Tiro, Cartago, Malaca y Venecia), pero no fue hasta el largo siglo dieciséis de nuestra propia era que las instituciones capitalistas llegaron a dominar la lógica de desarrollo de la zona central de un sistema-mundo.

Deberíamos notar que las mercancías y los mercados son, en el análisis final, artefactos institucionales humanos. Como tales, ellos son históricamente variables. La mayoría de las sociedades humanas en la historia del desarrollo social han estado predominantemente basadas en ya sea la reciprocidad normativa o la producción y el intercambio políticamente determinados, en los que el mercado jugó solamente una parte muy limitada.

 

Los Capitalistas en el Poder

 

El análisis del capitalismo de Weber (1978) enfatiza la importancia del control político por los mercaderes y productores capitalistas. Las ciudades medievales europeas que, por revolución o acreción, cayeron bajo el control autónomo de los mercaderes, fueron importantes ejemplos tempranos del control capitalista institucionalizado de los sistemas legales y el poder coercitivo. Las ciudades capitalistas de la Europa noroccidental aportaron los recursos económicos que posibilitaron que los reyes le ganaran el poder a los seńores feudales y construir las monarquías absolutistas que formaron primero el sistema interestatal europeo (Anderson, 1974b). El primer estado-nación moderno (en oposición a las ciudades-estado anteriores) en llegar a estar grandemente controlado por los capitalistas fue la República Holandesa, que fue dominada por los mercaderes de Ámsterdam. Más tarde, la Guerra Civil Inglesa creó el segundo estado-nación burgués.

Los mercaderes y productores capitalistas obtuvieron el poder en la mayoría de os estados-naciones del sistema-mundo moderno, pero el control capitalista de los estados nunca ha sido completo. Algunos estados han sido directamente dominados por capitalistas, mientras otros están en manos de los dirigentes estatales que agregan los intereses de clases contradictorios, pero todos los estados incluyen a otras clases en sus coaliciones gobernantes en algún grado. Tanto el contenido clasista de la coalición gobernante como las restricciones del sistema-mundo son determinantes importantes de la política del estado.

 

Sistemas-Mundo Pre-Capitalistas

 

Cuando digo que la producción de mercancías domina la dinámica del sistema-mundo, no quiero decir que incluya todo. Debemos mirar la manera en que la producción de mercancías está sistemáticamente interrelacionada con las instituciones normativas y políticas. Todos los sistemas sociales son construidos sobre una articulación específica de instituciones normativas, coercitivas y económicas. En el sistema-mundo moderno, la producción capitalista de mercancías está integrada con un conjunto de procesos políticos: la formación de estados, la construcción de naciones y el juego geopolítico al que conocemos como sistema interestatal. Como los mercados y el dinero, estas instituciones políticas no son ni naturales ni a-históricas. Ellas son el producto de la invención humana y su estabilidad, cambio y/o transformación deben, por lo tanto, ser entendidos históricamente.

Sabemos que el proceso de formación de estados ha ocurrido de varias maneras desde el surgimiento de las civilizaciones agrarias hace 5000 ańos y que durante la mayoría de la historia de la civilización éste ha sido el más importante proceso por el cual las sociedades han ido aumentando en complejidad, jerarquía y tamańo. Los sistemas de parentesco fueron elaborados verticalmente en sistemas de clases en los que varias especies de impuestos o tributos fueron cobrados para apoyar a una clase gobernante no productora. Los templos y palacios así se hicieron controladores de la propiedad y del plus-producto. Las redes interregionales económicas de intercambio, con la mayor frecuencia fueron controladas por los estados en las economías-mundo pre-capitalistas. Estas frecuentemente fueron incorporadas por conquista a imperios-mundo basados en la extracción de tributos. En estos imperios-mundo la competencia por el poder político y el status fueron dominantes, aunque las formas institucionales particulares variaban grandemente entre sistemas-mundo pre-capitalistas. La mayoría de los sistemas basados en el modo tributario de producción tendieron hacia la formación de imperios en las que un solo aparato estatal llegaba a ejercer la dominación sobre toda el área central. Esto facilitó la extracción políticamente organizada de plus-producto. El trabajo asalariado que existía en algunos de los imperios tributarios estaba limitado a ciertos sectores y era una proporción muy pequeńa de la fuerza de trabajo. El trabajo esclavo, una forma parcialmente mercantilizada de control del trabajo que es directamente dependiente de la coerción política, era importante no solamente en las regiones periféricas, sino también en el centro en muchos imperios tributarios.

El rol relativamente grande jugado por la propiedad privada, los mercados, el trabajo asalariado y la producción de mercancías en el mundo greco-romano condujo a la invención de instituciones legales particularmente apropiadas para una sociedad capitalista. Este derecho posteriormente se convirtió en la base de los sistemas municipales legales en muchas ciudades capitalistas del Renacimiento Europeo. Pero en la Roma clásica, la dinámica principal de la expansión y la decadencia siguieron basándose en la conquista militar, los tributos, la imposición de impuestos y el uso del trabajo cautivo de esclavos (K. Hopkins, 1978). Las actividades de la clase gobernante se basaban mucho más en la acumulación privada de la ganancia que en los imperios-mundo pre-capitalistas anteriores, (1) pero la maniobra política y la competencia por el status siguieron siendo el juego principal (Finley, 1973).

 

El Sistema-Mundo Moderno

 

En la economía-mundo capitalista, la dinámica de sistema se produce por una sola lógica en la que la producción capitalista de mercancías interactúa con los procesos de geopolítica, formación de estados, formación de clases y construcción de naciones. En relación con los sistemas-mundo pre-capitalistas, el peso de la producción de mercancías es mucho más grande. Los ciclos de negocios, el cambio tecnológico rápido y los cambios relativamente rápidos de fortuna de las diferentes regiones son debidos a la operación de un mercado mundial que está mucho menos restringido por estructuras político-militares que lo que eran las redes comerciales de los sistemas anteriores.

Con esto no se dice que las estructuras políticas no sean importantes, sino más bien que una especie particular de estructura política es la más adecuada para la operación continuada de este sistema económico competitivo. Un sistema centralizado tiende a articular las restricciones políticas y normativas a la asignación de recursos y a facilitar la posibilidad para los monopolios de largo plazo de ventaja en la que las consideraciones de costo de producción no son importantes determinantes del ingreso. Los sistemas políticos descentralizados y competitivos permiten que la eficiencia de mercado sea un determinante mucho mayor de los precios y de la distribución de retribuciones. (2) La estructura multicéntrica del sistema interestatal permite que la ventaja competitiva en la producción sea un importante determinante continuado del éxito.

Algunos estados tienen éxito en hacerse más centrales en la economía-mundo capitalista mediante un modo de operación que tiene alguna semejanza con el de la República Romana, esto es, la conquista. Pero aún estos operan en le contexto de un sistema en el que ellos deben en última instancia consolidar sus ganancias desarrollando una capacidad productiva para tener éxito en el mercado mundial. Las vías hacia la movilidad hacia arriba son varias: la expansión militar, el comercio mercantil armado y la producción de mercancías han sido todas utilizadas en varias proporciones. Pero los estados más exitosos, los estados centrales hegemónicos, cada vez han descansado más en su capacidad para obtener grandes proporciones de los mercados para las mercancías más lucrativas y la pérdida de la ventaja de mercado en última instancia ha conducido a su decadencia geopolítica. Así, el sistema interestatal multicéntrico es importante para el mantenimiento de una lógica sistémica capitalista y para las instituciones específicas que más directamente encarnan esta lógica: los mercados de trabajo, el capital y las mercancías. Con esto está de acuerdo Thompson.

 

Las Instituciones Capitalistas Apoyan al Sistema Interestatal

 

Más problemático es mi planteo de que las instituciones capitalistas reproducen al sistema interestatal contemporáneo. Necesito definir claramente lo que es el sistema interestatal para que podamos decir cuándo éste ha sido reproducido o fundamentalmente cambiado y necesito especificar claramente mis reivindicaciones acerca de los intentos por transformar ese sistema. Thompson (1983c) correctamente apunta que mi definición del sistema interestatal se solapa algo con mi definición de economía-mundo.

Una economía-mundo es cualquier división territorial del trabajo (red de intercambio de bienes fundamentales) en la que hay múltiples entidades políticas y múltiples sistemas culturales. Así, las economías-mundo siempre tienen sistemas interestatales.

Un sistema interestatal, por contraste, se define como un sistema de tres o más estados en competencia directa o indirecta entre sí, en el cual ninguno de los estados es suficientemente poderoso para dominar al sistema completo. Podría existir un sistema interestatal en el que ocurriera interacción política sin intercambio de bienes materiales. En un sentido, el sistema europeo del feudalismo clásico en los siglos ocho y nueve fue un tal sistema. Los “estados” eran los seńoríos, unidades económicamente auto-subsistentes que interactuaban entre sí en un conjunto deslizante de alianzas militares. Si bien un tal sistema no es una economía-mundo, sí es un sistema interestatal.

El sistema interestatal moderno se compone de estados-naciones, países culturalmente integrados que contienen más de una ciudad, mientras las economías-mundo del pasado contenían mayormente sistemas interestatales compuestos de estados-ciudades e imperios. (3) Las economías-mundo pre-capitalistas han tenido sistemas interestatales en los que la competencia política y militar entre varios estados determinó la naturaleza y el grado de la mayoría de los intercambios materiales entre estados. Esto es el comercio “administrado por el estado” de Polanyi (1977). Las economías-mundo pre-capitalistas compuestas de estados-ciudades con la mayor frecuencia se basaban en relaciones de clases en las que cada clase gobernante urbana utilizaba instituciones políticas para extraer plus-producto de su propia vecindad rural. Los imperios se formaban cuando una de estas ciudades-naciones triunfaba por la guerra en la conquista de los demás y les extraía tributos y en la formación de un sistema centro/periferia basado en la dominación militar. Hoy día la guerra es menos central (aunque sigue siendo importante) para las obras del sistema-mundo moderno. (4)

La explicación de Modelski (1978) y Thompson (1983c) del auge y caída de las potencias hegemónicas centrales invoca una necesidad sistémica de orden. El orden internacional se conceptualiza como un “bien público” que es muy activamente provisto  por un solo estado central hegemónico. Esta explicación funcionalista tiene dificultades para explicar la decadencia de los estados centrales o las disminuciones en la cantidad de orden político sistémico. En mi  modelo, la paz relativa entre los estados está condicionada por un largo periodo de crecimiento económico en el que un solo estado hegemónico central apoya al orden tanto económico como geopolítico. Esta estabilidad, no obstante, tiene sus costos y surgen periodos de conflicto incrementado con la extensión a otros estados, de aquellas ventajas económicas y tecnológicas que capacitaron a la ‘gran potencia’ para hacerse hegemónica. Las guerras mundiales representan una reversión a la competencia militar y una reestructuración del orden político mundial que, hasta ahora, ha permitido subsiguientemente la ulterior expansión de la producción capitalista.

Mi planteo de que las instituciones capitalistas actuaban para evitar que el sistema interestatal evolucionara hacia un imperio-mundo condujo en el capítulo previo a tres preguntas:

1 żPor qué los intentos de crear un imperio-mundo han sido tan pocos y le parecieron, a los ojos de Thompson y Modelski (y a los ojos de la mayoría de los actores centrales), tan inviables?

2 żPor qué nunca los estados hegemónicos centrales han intentado establecer un imperio?

3 żPor qué los retadores de segundo orden de los estados hegemónicos no han estado dispuestos o han sido incapaces de crear un imperio-mundo?

Aquí elaboraré algunas consideraciones ulteriores planteadas por estas preguntas.

Un sistema interestatal es básicamente un juego en el que múltiples jugadores se comprometen en alianzas deslizantes para ganar ventajas. En una versión simple de tres estados de un tal juego, los dos estados más débiles se alían contra el más fuerte, p ero si sus recursos combinados son menos que los del estado más fuerte, él (el más fuerte) eventualmente ganará. Así, un sistema interestatal se convertirá en un imperio-mundo en cualquier momento que un estado solo dispuesto o una coalición de estados puede coordinar recursos mayores que las posibles coaliciones contra él (o ellos). żPor qué no ha ocurrido esto durante la historia de 500 ańos de la economía-mundo capitalista?

Algunos plantearían que la formación de estado en una escala suficiente es inviable debido a restricciones tecnológicas o culturales. Ya he mencionado en el capítulo previo, que Imperio Romano, utilizando tecnología relativamente primitiva y una raison d’état muy diferente, tuvo éxito en la unificación de un área que incluyó la mayoría del territorio más tarde ocupado por los estados centrales de la economía-mundo europea. El carácter óptimo del tamańo del estado varía grandemente con la lógica de cada sistema socio-económico. Cuando el tributo es la forma principal de extracción de excedente, la expansión de un solo estado hasta abarcar un sistema-mundo entero es una estrategia que da resultados. En un sistema en el que la plusvalía se extrae principalmente mediante la producción capitalista de mercancías, los costos totales son más cruciales para el éxito en el corto plazo.

Por supuesto que, a largo plazo ellos son cruciales en todos los sistemas, como puede ilustrar la caída del Imperio Romano y muchos otros imperios. Pero en un sistema de mercado, los propios capitalistas suelen imponer limitaciones a las capacidades de cobro de impuestos de los estados. Los costos totales con más cruciales para la producción lucrativa de mercancías que para el cobro exitoso de tributos e impuestos y la presión por mantener el costo del orden político bajo opera efectivamente en el corto plazo. La mayoría de los estados en un tal sistema están buscando proteger los mercados internos y extender las ventajas comerciales del mercado internacional a sus propios productores y mercaderes capitalistas. La construcción exitosa del estado en sí es algo condicionado por la capacidad de cada estado a proveer una protección efectiva y eficiente en costos a sus productores de mercancías. El análisis de Lane (1979) de los estados como “empresas controladoras de la violencia” que compiten entre sí para proveer protección, es tan aplicable al sistema interestatal contemporáneo como lo fue a las ciudades-estados capitalistas mercantiles de Venecia y Génova, que Lane estudió.

Las restricciones más directas y poderosas a los presupuestos estatales en una economía-mundo capitalista son parte de la razón por la que hay tan pocos intentos por tomar el sistema y crear un estado mundial. Los costos generales de un tal estado serían mayores que los costos de apoyar a estados-naciones competidores, especialmente a los productores capitalistas. Y un tal estado mundial centralizado, si bien mantiene la atractiva posibilidad de monopolio a escala mundial, también tiene el potencial de que los movimientos sociales anti-capitalistas coordinen sus actividades y concentren la acción política hacia un solo centro. Las corporaciones transnacionales podrían disfrutar algunas ventajas del control centralizado, pero tendrían una flexibilidad mucho menor para oponer entre sí a organizaciones políticas y estados.

żPor qué los estados hegemónicos centrales no cambian las reglas del juego e intentan retener su hegemonía organizando un imperio mundial? Es curioso que nadie, ni siquiera los ideólogos políticos marginales, jamás sugieren un tal proyecto. El mayor apoyo a las organizaciones internacionales (de una especie limitada) proviene de una potencia hegemónica durante su era dorada de hegemonía. Su ideología dominante de libre comercio, firmemente apoyada al principio por su ventaja relativa en la producción de mercancías para el mercado mundial, después parece tener una vida que va más allá de su base en la ventaja competitiva. Hay un elemento de momentum institucional e ideológico que va junto con la ideología de libre comercio y de internacionalismo liberal como política de guía en las potencias hegemónicas decadentes mucho después que la mayoría de los demás estados centrales se han desplazado de regreso hacia el nacionalismo económico.

Pero la base estructural que está detrás de esta aparente inercia ideológica es el poder de los capitalistas “internacionales” dentro de los estados hegemónicos centrales. Cuando una potencia hegemónica pierde su ventaja comparativa en la producción (porque los competidores en el extranjero adopten técnicas de producción y las mejoren y porque los costos del trabajo y los impuestos suban en una potencia hegemónica exitosa al usar los trabajadores y otros grupos de interés el poder político para obtener una parte en las ganancias) una cantidad significativa del capital procedente del país hegemónico se exporta a donde puedan obtenerse mayores ganancias. Esto les da a los “capitalistas internacionales”, los que han invertido en el extranjero, un interés continuado en el comercio libre y el orden internacional liberal. Ellos se oponen a las presiones políticas hacia el proteccionismo y tampoco apoyarían una política de expansión político-militar agresiva hacia otras potencias centrales si es que cualquiera la sugiere. Ellos, sin embargo, apoyan el mantenimiento del sistema interestatal tal como está a la sazón estructurado, contra posibles opositores que deseen crear un imperio o esculpir una región protegida. Algunos de los intereses de los trabajadores, los capitalistas nacionales e internacionales, divergen durante el periodo de decadencia hegemónica, pero como estos grupos están balanceados bastante parejamente, el resultado es una política económica nacional e internacional zigzagueante en los estados centrales hegemónicos decadentes. Este tópico se explorará ulteriormente en el capítulo 9.

żPero por qué las potencias en auge que desafían militarmente el dominio de las potencias hegemónicas decadentes no proceden a establecer el imperio? Alemania desarrolló una ventaja competitiva en la producción, pero a ella se le negó el acceso directo a las materias primas baratas de las áreas periféricas y a los mercados por el régimen internacional de comercio dominado por Bretańa. Los alemanes necesitaban aflojar las estructuras centro/periferia existentes, pero no necesitaban asumir los costos generales del imperio mundial. Como se mencionó en el capítulo anterior, si un retador llegara a proponer la creación de un imperio-mundo, sería difícil movilizar suficiente apoyo, porque la mayoría de los aliados poderosos potenciales probablemente calcularían sus oportunidades de que la producción lucrativa de mercancías en un mercado mundial fueran mayores que sus ingresos potenciales procedentes de la participación en un imperio.

 

Las Guerras Mundiales y la Reestructuración de la Economía-Mundo

 

El examen y la crítica por Jack Levy (1985) de diferentes conceptualizaciones de las guerras mundiales es una valiosa revisión de trabajos académicos recientes, incluyendo la perspectiva de sistemas-mundo, la teoría de los ciclos largos de Modelski y Thompson y la teoría de Robert Gilpin (1981) de la guerra hegemónica. Levy compara diferentes criterios para definir las guerras mundiales y critica aquellos enfoques que definen estos conflictos en términos de sus consecuencias – la reestructuración del sistema internacional. Levy reivindica que esto construye una circularidad lógica dentro de la definición de guerras mundiales, que hace imposible comprobar importantes proposiciones acerca de la relación entre las guerras y la estructura del sistema. Los criterios que él propone son independientes de las consecuencias y dan como resultado una lista de diez guerras “generales” desde el siglo dieciséis. Las disputas acerca de las definiciones y las listas de guerras han generado una profusa literatura. El argumento siguiente establece una tipología de las guerras y sus roles hipotéticos en el sistema-mundo.

Sin negar la importancia del surgimiento periódico de los estados hegemónicos en el desarrollo del sistema-mundo moderno, yo no estoy preparado para aceptar una explicación de la dinámica del sistema que se fundamente únicamente en términos del ascenso de estos estados líderes a la dominación militar. Esto necesita una reinterpretación del concepto de guerras mundiales como lo presentan Thompson y Modelski. Si bien concuerdo con Thompson en que las guerras mundiales representan intentos por reestructurar las relaciones políticas entre los estados para que se correspondan con las realidades económicas cambiantes, yo también pienso que ellas pueden ser vistas como una manera en que los estados tratan de convertir la fuerza político-militar en una mayor participación en la plusvalía mundial. Esto es, en parte, una función de la interdependencia de los factores políticos y económicos en el modo capitalista de producción. En cualquier caso, las guerras mundiales, definidas como aquellos conflictos en los que un estado trata de tomar y de esa manera destruir el sistema interestatal o las luchas en las que se determina el status de potencia líder, no son las únicas guerras importantes en la lucha entre los estados en la economía-mundo capitalista.

Extendiendo nuestra consideración más allá de las grandes potencias para incluir a la división jerárquica entera de la economía-mundo desde 1500, podemos identificar tres roles estructurales jugados por las guerras. Lo más fundamental es que ellas pueden representar a las luchas por el control o el dominio sobre el sistema interestatal completo. Aunque está claro que existen desacuerdos respecto al análisis de casos particulares, las guerras mundiales que Thompson identifica reflejan todas, en mayor o menor grado, a las luchas por la preeminencia. Las Guerras Napoleónicas y las Guerras Mundiales 1a y 2a pueden ser consideradas ejemplos extremos de este tipo. No hay respuesta definitiva a la pregunta contra-factual de qué hubiera pasado si la coalición fracasada en una de estas guerras se las hubiera arreglado para alcanzar sus objetivos; sin embargo, es difícil plantear que el sistema interestatal, tal como lo conocemos hoy, hubiera podido continuar existiendo si el intento napoleónico o los alemanes por conquistar la mayoría de la zona central hubiera tenido éxito.

En segundo lugar, las guerras pueden ser usadas para facilitar la movilidad hacia arriba o hacia abajo de estados individuales y la creación de una nueva estructura de poder que refleje con mayor exactitud las fortalezas y debilidades de actores principales. Hay toda una legión de ejemplos de guerras de esta naturaleza.

Durante el siglo dieciocho, cuando el poder económico y político estaban bastante parejamente distribuidos en todo el centro del sistema, las guerras de este segundo tipo eran más dominantes. La Guerra por la Sucesión Espańola dio como resultado el agotamiento de los recursos holandeses y la caída de Holanda del status de líder, pero no condujo a la inmediata creación de un estado sucesor. Francia quedó debilitada, pero era aún fuerte, manteniendo posesión de algunas de sus conquistas europeas, incluyendo la rica provincia de Alsacia y la ciudad de Estrasburgo. Su imperio colonial seguía siendo extenso y el nieto de Luis XIV retuvo el trono de Espańa. Inglaterra quedó fortalecida, pero no era todavía preponderante. Espańa se aferró a su imperio americano y Austria ganó extensos territorios en el continente europeo. Hinsley, por ejemplo, enfatiza el relativo grado de igualdad que caracterizaba a los estados líderes en el siglo dieciocho (1967: 176). Similarmente, Davis defiende que la hegemonía británica alcanzada en el siglo diecinueve no podía ser predicha un siglo antes (1973: 288). Bajo estas condiciones, la estructura jerárquica del centro era fluida y guerras como la Guerra de los Siete Ańos facilitaron el auge hacia la prominencia de estados en expansión como Prusia y Rusia.

Finalmente, las guerras pueden ser usadas para reestructurar las relaciones entre estados centrales y la periferia, manteniendo los cambios relativos en el poder entre los actores. Las guerras comerciales entre Bretańa y Francia durante el siglo dieciocho representan el ejemplo más obvio de esta especie. Sin embargo, todas las guerras importantes han dado como resultado cambios en el status de poderes centrales vis-ŕ-vis las áreas periféricas. Las guerras mundiales seguidas por el surgimiento de una nueva potencia hegemónica central han facilitado la descolonización. Las Guerras Napoleónicas y la 2a Guerra Mundial se destacan a este respecto. El libre comercio trabaja a favor del estado líder cuando su ventaja competitiva le asegura el dominio en el mercado. La potencia hegemónica es capaz de minimizar el costo del control político representado por el imperio formal. Por el contrario, cuando las guerras han dado como resultado solamente cambios en la posición relativa dentro de un marco más igual, las victorias han sido acompańadas por cambios en el control formal de áreas periféricas particulares, para reflejar el nuevo balance de poder. Bergesen y Schoenberg (1980) han documentado la íntima relación entre los periodos de multicentricidad dentro del centro y el desarrollo de imperios coloniales formales en contraste con los periodos de hegemonía y el movimiento hacia el libre comercio y la descolonización.

Está claro que ninguna de estas categorías de guerras son mutuamente excluyentes y que históricamente los conflictos mundiales usualmente han involucrado una combinación de ellas. En realidad el crecimiento de las redes de intercambio y las alianzas entrelazadas dentro del sistema-mundo han asegurado la extensión de los conflictos para que abarquen a estados con motivos ampliamente diferentes. Así, la Guerra de los Siete Ańos vinculó el conflicto entre Prusia, Austria y Rusia por el status central, con las luchas entre Bretańa y Francia por el control de los recursos de la periferia.

Al analizar la trayectoria de los conflictos militares suele ser casi imposible distinguir entre los objetivos reales de los participantes, sus objetivos declarados y el efecto que la victoria de uno o más actores se percibe que augura para el sistema completo por los demás estados. Para hacer el asunto más complicado, los objetivos de la guerra regularmente cambian con los éxitos y derrotas iniciales. Sin embargo, debería ser posible determinar el impacto del conflicto global sobre la reestructuración del sistema interestatal.

Cuando se examinan es estos términos, las guerras han operado para reducir las discrepancias entre las estructuras económica y de poder militar en el sistema-mundo. Algunos estados, como Prusia o Rusia, han usado el poder militar para aumentar su participación en la plusvalía mundial. Cuando esta vía da como resultado una base económica expandida para la acumulación de capital, como ocurrió con la adición de la Silesia rica en recursos a la comunidad  prusiana, entonces la posición mejorada del estado puede ser mantenida y extendida. Sin embargo, los costos de la expansión militar reducen el porcentaje de recursos nacionales disponibles para inversiones productivas. Cuando el poder militar no es convertido en productividad económica o cuando los costos fiscales de mantener la posición internacional del estado se hacen demasiado altos, el status central pudiera ser efímero. Así, la organización pasada de moda de la economía y la estructura social rusa se reflejó eventualmente en la pérdida de superioridad militar en las décadas que comenzaron con la Guerra de Crimea.

Por el contrario, los estados como Gran Bretańa y los Estados Unidos, que no tenían que luchar con el gasto de mantener una frontera terrestre amenazada y eran capaces de mantener bajos los costos de gobierno, tenían más capital que dedicar a las tareas de desarrollo económico durante sus periodos de expansión dentro del sistema. Esto puede ayudar a explicar el éxito, notado por Thompson y Modelski, de la ruta naval hacia el poder global. Los estados sin fronteras expuestas eran capaces de dedicar recursos al mantenimiento y desarrollo del poder marítimo. Cuando una potencia continental como Francia, bajo la dirección de Colbert, intentó desarrollar una flota comparable, el drenaje adicional de recursos nacionales necesarios para mantener tanto un ejército terrestre grande, como una armada expandida, provocaron considerable resistencia dentro de la nación.

Por encima de todo, entonces, comparto un acuerdo básico con Modelski y Thompson sobre la existencia desde el siglo dieciséis de un sistema-mundo multicéntrico sostenido unido por las relaciones políticas entre los estados y las redes de intercambio económico. Concuerdo respecto a la importancia del surgimiento periódico de una potencia económica y política preponderante.

Difiero del enfoque de los “ciclos de poder” en mi esfuerzo por ir más allá de una necesidad sistemática de orden para la construcción de un modelo causal que explicará tanto las razones del auge recurrente de estas potencias globales y su fracaso en mantener su posición dentro de la estructura de poder mundial. Creo que estas causas radican en las instituciones de desarrollo capitalista. La movilidad hacia arriba dentro del sistema ha sido conceptualizada como un proceso de dos caras. Si bien la ventaja productiva ha sido frecuentemente convertida en fuerza política por los estados líderes en el sistema, otros estados han sido capaces de usar la participación incrementada de plusvalía mundial ganada mediante la fuerza militar para estimular su propia expansión económica.

El desvanecimiento del status dominante también ha sido vinculado a la operación de la economía-mundo capitalista. Los cambios en la ventaja competitiva, los costos de control y los intereses divergentes entre capitalistas, trabajadores y burócratas del estado dentro de las potencias hegemónicas decadentes han sido adelantados como algunos de los mecanismos mediante los cuales se articula esta relación.

 

La Onda K y las Guerras

 

Un aspecto de la vinculación entre el sistema interestatal y la economía mundial se revela en la conexión entre el ciclo de Kondratieff (onda K) y la guerra, planteado por primera vez por el propio Kondratieff. En ańos recientes ha florecido una impresionante literatura de investigación acerca de este vínculo y aunque todavía existe considerable desacuerdo acerca de las conexiones causales involucradas, ahora ya se sabe algo de esto.

Un sector industrial completo de investigadores de las relaciones internacionales ha estado trabajando durante ańos para codificar el ritmo, los participantes, el territorio, los costos y la destructividad de la guerra en el sistema interestatal. El libro de Levy (1983), La Guerra en el Sistema Moderno de Grandes Potencias, 14951975, presenta una compilación reciente completa de datos sobre la guerra. Aunque la inspección visual de la frecuencia de las guerras y otras medidas revela una obvia secuencia de periodos de más o menos guerra, Levy informa que la guerra no exhibe ningunos rasgos estrictamente cíclicos. Joshua Goldstein (1988: 244) sin embargo, demuestra que una prueba estadística (la Función de Autocorrelación) aplicada a los datos de Levy sobre la severidad de las guerras (el número de muertes en combate por ańo) produce evidencias claras de un ciclo de 50 a 60 ańos durante el periodo que va de 1495 a 1975.

Thompson y Zuk (1982) y Goldstein (1988) usan las técnicas de análisis de series temporales para examinar la relación entre las guerras y la onda K. Goldstein usa varias series de precios y producción y las fechas dadas por cuatro investigadores anteriores (Braudel, Frank, Kondratieff y Mandel) para producir un conjunto de fechas de máximas y de mínimas para ondas K entre 1494 y 1975. Él plantea que la periodicidad estricta es un estándar inapropiado para los ciclos sociales. Así, él analiza secuencias de fases con periodos desiguales en su medición de la onda K. Los resultados de Goldstein revelan una clara asociación entre la onda K y el ciclo de severidad (muertes en combate por ańo) de la guerra entre potencias centrales. Él plantea que es más probable que ocurran guerras severas durante la fase de ascenso de la onda K y su trabajo empírico encuentra apoyo para esto. Esta conclusión es dependiente de las fechas que Goldstein usa para distinguir entre las fases de ascenso y descenso de la onda K (ver 1988: figura 11.3). Thompson (próximamente) duda de la solidez de la periodización de la onda K de Goldstein antes de 1790. Sin embargo, Thompson encuentra apoyo para la relación entre guerra y ascensos en los precios de las ondas K, en su propio análisis del periodo entre 1816 y 1914. De lo que no cabe duda es del hallazgo que la onda K y el ciclo de guerra están vinculados de alguna manera sistemática.

El ciclo de negocios se mide con mucha frecuencia por las series de precios. Goldstein plantea que hay un ciclo de estancamiento de la producción que precede al ciclo de precios en entre 10 y 15 ańos. El ciclo de guerras alcanza un pico entre los picos del ciclo de producción y el ciclo de precios en el modelo de Goldstein. Los datos sobre las series de largo plazo que indican producción real e indicadores afines, son más bien escasos, de modo que la mayoría del trabajo empírico se ha enfocado en la relación entre las series de precios y la guerra. Una parte de esa relación, a no dudarlo, es un asunto más bien simple de los efectos de la guerra sobre la inflación, asunto este que estudiaron Thompson y Zuk (1982). Ellos concluyen que la mayoría de los descensos en los precios de la onda K pueden ser atribuidos a la terminación de las guerras grandes, pero que los ascensos en los precios de la onda K ocurren regularmente antes del estallido de las guerras.

El modelo causal de Goldstein de la conexión entre la guerra y el ciclo de producción de la onda K plantea un lazo de retroalimentación negativa. Según Goldstein, las guerras ocurren durante los ascensos de producción de la onda K porque, aunque los estados siempre desean ir a la guerra, la guerra es cara, de manera que los estados la hacen cuando el crecimiento económico los está proveyendo de más recursos. Goldstein plantea que la guerra, por otro lado, tiene un efecto negativo sobre el crecimiento económico mediante el gasto improductivo y la destrucción de personas y propiedades. Así ambos ciclos se espolean entre sí. Como Thompson, Goldstein no considera la naturaleza capitalista de las instituciones y procesos que vinculan a la guerra y el crecimiento económico en el sistema-mundo moderno. Para él, los estados son simplemente máquinas de guerra que van una tras otra cuando ellos tienen recursos para hacerlas. Y como el crecimiento económico capitalista provee grandes recursos, la guerra es endémica.

El estudio de Goldstein revela detalles empíricos de la relación entre ciclos de negocios, guerras y el auge y caída de las potencias hegemónicas que deben ser tomados en cuenta en cualquier teoría del sistema-mundo. Él muestra que las ondas y picos de Kondratieff en la severidad de las guerras entre potencias centrales están íntimamente asociadas en el tiempo, ocurriendo nueve de cada diez picos en la guerra mundial desde 1500, cerca del final de una fase de ascenso del ciclo de precios. El hallazgo algo sorprendente que hay aquí es que, según Goldstein, las guerras mundiales regularmente ocurren durante un periodo de expansión económica. Esto es sorprendente por dos razones. La mayoría de las personas piensan acerca de la 2a Guerra Mundial, que es la única excepción entre los diez picos de guerra central desde 1500. Y muchas teorías de la guerra central se basan en la idea que la guerra es causada por la competencia incrementada enre los estados centrales [la así llamada “presión lateral” (Choucri y North, 1975)] que se ha asumido como la más severa durante periodos de estancamiento económico.

Al examinar las series de datos sobre los precios y varios indicadores de producción, innovación e inversión, Goldstein concluye que el ciclo de producción y el ciclo de precios están algo fuera de fase entre sí, con una demora del ciclo de producción de alrededor de 10 a 15 ańos por detrás del ciclo de precios. En el modelo de Goldstein (1988: 259) el ciclo de guerras hace un pico justamente entre el ciclo de producción y el ciclo de precios. Este modelo es, por supuesto, una descripción idealizada de los rasgos exactos que son solamente apoyados en general por al análisis de Goldstein de datos reales. Sin embargo, si la representación de Goldstein es correcta, podemos ser capaces de explicar por qué ha habido considerable desacuerdo entre los tiempos en la relación entre la guerra y la onda K. Goldstein sigue a Kondratieff y a muchos otros teóricos planteando que la guerra tiene mayores posibilidades de ser severa durante una fase de ascenso, pero su propio modelo implica que la guerra en realidad hace un pico que está entre el pico del ciclo de precios y el ciclo de producción. Si creemos que la psicología y la lógica de las decisiones de producción, así como la maestría en la conducción del estado están involucradas en la relación entre la guerra y la onda K, como enfatizaría la perspectiva wallersteiniana de sistemas-mundo, entonces lo más interesante es que se alegue que el pico de guerra ocurra después del pico del ciclo de inversión, en otras palabras, durante el comienzo del descenso de inversión y producción. Este es simultáneamente un periodo en el que los estados tienen muchos recursos disponibles para la guerra y los inversionistas capitalistas han comenzado a aflojar las inversiones, presumiblemente porque ellos perciben limitaciones a la adquisición de ganancias. La creciente competencia por los mercados y las oportunidades de inversión es debida a la superproducción por los productores de bienes centrales para el mercado mundial, en relación con la demanda efectiva y esta clase de competencia conduce a presión por el uso de poder extraeconómico, o sea, poder estatal, para proteger y/o expandir la participación en el mercado y las oportunidades de inversión.

Goldstein no distingue entre los precios de las diferentes especies de mercancías, pero otros investigadores han mostrado que los ciclos de precios varían entre las diferentes especies de mercancías. El estudio de Michael Barrat-Brown (1974) de los términos de comercio entre las áreas central y las periféricas demostró que hay diferencias en el grado de los cambios de precios, de manera que los términos de comercio de los bienes periféricos vis-ŕ-vis los bienes centrales, se elevan y caen en el tiempo y este hallazgo es confirmado por Paul Bairoch (1986: 205-8). Esto apoya al argumento de Wallerstein (1984b), que las mercancías centrales son superproducidas en algunos periodos en relación con la demanda efectiva, o sea, en relación con la distribución políticamente estructurada de los recursos en el sistema-mundo. Esto es causa de conflicto militar entre estados centrales y algunas veces resulta en la reestructuración del orden internacional bajo una nueva potencia hegemónica.

La demostración de Goldstein del vínculo entre los ciclos de guerra y la onda K es una evidencia extremadamente importante que va en apoyo del planteo que la geopolítica y la economía mundial son procesos interdependientes. Las conexiones entre el ciclo de guerras, la onda K y el ciclo hegemónico son examinadas en el capítulo siguiente. Aquí me gustaría citar las observaciones de Goldstein de cuatro tendencias, basándose en su análisis de la guerra durante los últimos 500 ańos:

Primero, la incidencia de la guerra entre grandes potencias va declinando y cada vez más ańos “de paz” separan las guerras de las grandes potencias. Segundo y relacionado con esto, las guerras de las grandes potencias se están haciendo más cortas. Tercero, no obstante, esas guerras se están haciendo más severas, con las bajas anuales durante la guerra aumentando más de un centenar de veces en los cinco siglos. Cuarto (y esto es lo más tentativo), el ciclo de guerra puede estarse alargando gradualmente en cada era sucesiva, desde alrededor de 40 ańos en la primera era, hasta unos 60 ańos en la tercera. La presencia de armas nucleares ha continuado estas tendencias en la guerra entre las grandes potencias desde los cinco últimos siglos – cualesquiera guerras entre grandes potencias en esta era probablemente serán menores, más cortas y mucho más mortíferas. (1985:432).

Volvamos ahora nuestra atención a la secuencia hegemónica.

Capítulo 9: El Auge y la Decadencia de las Potencias Hegemónicas Centrales

 

Aquí se plantea que hay tres estados que han sido hegemónicos en la economía mundial capitalista desde su consolidación en el largo siglo dieciséis – Las Provincias Unidas de los Países Bajos, el Reino Unido de Gran Bretańa y los Estados Unidos de América. Los periodos entre estas hegemonías se caracterizaron, defiendo yo, por una distribución (multicéntrica) relativamente igual del poder militar y la ventaja económica competitiva entre los estados centrales y por niveles relativamente más altos de conflicto y competencia dentro del centro. También pienso que estos periodos se caracterizaron por relaciones más bilaterales y políticamente controladas entre el centro y la periferia, en las que cada estado central intentó monopolizar el intercambio con su “propio” imperio colonial. Stephen Krasner (1976) ha defendido que los periodos en que una sola gran potencia ha sido hegemónica, se han caracterizado por relativamente más comercio libre entre las diferentes áreas de la economía mundial. La interacción entre el ciclo hegemónico, con su auge y caída de las potencias hegemónicas centrales y los cambios en la estructura de la jerarquía centro/periferia, se analiza en el capítulo 13. Este capítulo se enfoca en la propia zona central y en los procesos que causan el auge y caída de las potencias hegemónicas y considera la situación actual en los Estados Unidos como potencia hegemónica decadente contemporánea.

 

Auge y Caída en Diferentes Sistemas

 

Para comprender la dinámica de la actual decadencia de los Estados Un idos, primariamente compararé las hegemonías dentro del sistema-mundo moderno. Pero también pudiera ser útil comparar la situación actual con los ciclos de largo plazo de centralización y descentralización que ocurrieron en los modos pre-capitalistas de producción, tales como el auge y caída del Imperio Romano. Esto ha sido hecho en un reciente artículo por Galtung, Heiestad y Rudeng (1980). Ellos comparan la decadencia de Roma en la antigüedad con lo que ellos llaman la “decadencia del imperialismo occidental”. Ellos encuentran algunas similitudes a nivel de procesos culturales, pero según mi punto de vista, no logran captar las importantes diferencias estructurales y sistémicas entre el sistema-mundo moderno y el sistema-mundo romano.

Una importante diferencia entre el sistema-mundo romano y la economía-mundo capitalista es la organización del estado. En Roma, un solo aparato estatal general llegó a abarcar casi a toda la red económica, mientras que en la economía-mundo capitalista no hay ningún estado solo, sino que existe el sistema interestatal descrito en los capítulos previos. El sistema-mundo romano tenía un solo centro, mientras la economía-mundo capitalista es políticamente multicéntrica. Es verdad que en diversos momentos dentro del sistema-mundo moderno ha habido un solo estado que es el más poderoso, pero la potencia hegemónica nunca ha sido suficientemente poderosa para imponerle el imperio a todo el centro.

La consecuencia principal de esta diferencia estructural es su efecto en la dinámica de competencia, reproducción y crecimiento en estos dos tipos de sistemas. En el imperio-mundo romano, la competencia estaba primariamente mediada por un solo aparato estatal y aunque la monetarización de la economía era extensiva (Hopkins, 1978a), el mercado competitivo establecedor de precios no era suficientemente fuerte para estimular regularmente los incrementos en eficiencia económica por parte de los productores. La manera principal de ganar y mantener el ingreso era mediante la obtención de acceso al poder político. El derecho romano de propiedad y de contratación era bastante “moderno”, pero los mercados seguían dominados por el poder político y este poder estaba centralizado en un solo aparato estatal. El tipo principal de crecimiento era el extensivo, mediante la adición de control sobre tierras y esclavos. Como muestra Keith Hopkins (1978b: 62), la dinámica de la economía romana se alimentaba de la conquista. La organización militar y la tecnología de transporte romanas, con mucho las más avanzadas de la antigüedad, eventualmente alcanzaron sus límites espaciales de efectividad en el costo y la expansión territorial se detuvo.

El modo de producción esclavista requerían nuevos aportes al hacer trabajar hasta la muerte a los esclavos en los latifundios de Italia. El tributo como forma de extracción de plusvalía era la más remunerativa en las tierras acabadas de conquistar. El fin de la expansión territorial del imperio creó una escasez de esclavos y de tributo y condujo eventualmente a una reversión a la servidumbre en el campo.

La constitución política romana era única en el grado de su capacidad de incorporar grupos opositores al estado, mediante la extensión de la ciudadanía. Si bien el sistema político siempre fue más oligárquico que en la anterior democracia ateniense (Anderson, 1974a), la definición de membrecía era mucho más flexible y permitía que el poder y el status se compartieran con quienes estaban dispuestos a movilizar una oposición efectiva. La dinámica de cooptación  de la oposición condujo a cambios en las formas políticas [de la república al imperio (Brunt, 1971)] pero la necesidad de integrar las formas organizacionales dentro de un solo aparato estatal enlenteció la tasa de innovación organizacional y desanimó la experimentación. Con el tiempo, el p eso de la superestructura política se fue haciendo mayor que lo que la economía subyacente podía soportar. Como el sistema romano era tan centralizado, la caída de Roma también significó la caída del sistema. No era posible, en el corto plazo, que un nuevo centro surgiera para revitalizar el modo de producción y reiniciar su expansión sobre una base nueva. (1)

En contraste, la economía-mundo capitalista, con su comunidad más descentralizada, permite una competencia económica y política mucho mayor. La existencia  de un mercado mundial establecedor de precios (que incluye tanto al mercado nacional como al internacional), si bien no es un mercado “perfecto”, sí estimula regularmente a los inversionistas a aumentar la eficiencia de la producción (producir a un costo más bajo) para obtener una proporción mayor del ingreso. El desarrollo técnico de la productividad es facilitado por el hecho que no hay estado central que pueda imponerle control monopólico a la arena completa de competencia económica. Similarmente, el sistema interestatal multicéntrico estimula la “exportación de capital” porque la oposición política a la inversión lucrativa y a la explotación del trabajo está mediada por los estados-naciones individuales de los que se suele poder escapar atravesando las fronteras estatales.

La competencia política en la economía-mundo capitalista es también mucho más dinámica que en los imperios-mundo. El sistema interestatal franquea diferentes vías hacia el “éxito” en la competencia entre estados. Algunos enfatizan la expansión político-militar, mientras otros enfatizan una estrategia de producción competitiva de mercancías para el mercado mundial. En tal sistema político descentralizado, pueden surgir nuevas formas de organización política, no restringidas por ningún estado central y que sean de esa manera libres de competir entre sí por el dominio. Lo que hace de la economía mundial moderna una economía-mundo capitalista, no obstante, es su combinación única de un sistema interestatal con las instituciones de producción lucrativa de mercancías para el mercado y un alto nivel de mercantilización de la fuerza de trabajo. Estas  instituciones están entretejidas, junto con la naturaleza “privada” de las decisiones inversionistas, dentro de un sistema interestatal competitivo; y es la combinación estructural de todos estos elementos lo que crea el carácter cualitativamente único que diferencia al sistema-mundo capitalista de los sistemas-mundo anteriores.

El sistema moderno ha mostrado su flexibilidad en el periodo de 500 ańos de su expansión y profundización. A diferencia del imperio-mundo romano, ha cambiado su centro sin pasar a la involución como sistema. Así, el período actual con toda probabilidad no sea una decadencia del “imperialismo occidental” (ŕ la Galtung y cols., 1980), sino más bien la decadencia de la hegemonía de los Estados Unidos. Los principales desafíos a la supremacía de los Estados Unidos son planteados por otras potencias centrales, no por la periferia. Los posibles resultados, una nueva hegemonía y continuación del sistema o la transformación real de l a economía-mundo capitalista en un sistema cualitativamente diferente, son opciones que tienen similitudes solamente amplias y algo superficiales con la decadencia y caída del Imperio Romano.

La diferencia principal entre el sistema-mundo moderno y los sistemas-mundo anteriores es que la producción mercantil se ha convertido en la lógica dominante de la competencia en el centro del sistema. En el imperio-mundo romano y en muchos otros sistemas-mundo pre-capitalistas, había mucha producción de mercancías, pero esta florecía sobre todo en los intersticios. Esto era asunto de clientes, de libertos, o la especialidad de estados comerciales semiperiféricos, mientras la “perspectiva de mundo” era un juego que jugaban exclusivamente hombres más interesados en expandir el poder del estado como medio primario para la riqueza, el poder y el status. Fue el surgimiento de una especie diferente de estado en la región central de la economía-mundo europea, el estado hegemónico holandés empleando sus capacidades militares primariamente para aportar rentas de protección a sus capitalistas, lo que seńaló la consolidación de un sistema-mundo en el que el capitalismo se había convertido en el modo dominante de producción.

 

Definiciones de Hegemonía

 

Wallerstein (1984a) define la hegemonía en términos de ventaja económica comparativa – la concentración de un cierto tipo de producción mercantil dentro de las fronteras de un solo estado central. Recuérdese que la “producción central” es producción mercantil que utiliza tecnología relativamente intensiva en capital y trabajo calificado, altamente pagado. La hegemonía en este sentido es la ventaja comparativa debida a una combinación de desarrollo de producto – que produce los productos más  sofisticados y deseables – y precios competitivos – la capacidad de poner precio a los productos centrales exportados, a niveles que hacen difícil para las economía nacionales que compiten, evitar comprarlos y sin embargo, al mismo tiempo, obtener una ganancia vendiendo a tales precios. Wallerstein observa que la ventaja económica comparativa capacita a un país central penetrar los mercados domésticos de otros países centrales con mercancías intensivas en capital. La producción de este tipo de mercancías tiene, por supuesto, vinculaciones hacia adelante y hacia atrás más densas y derivados que multiplican los efectos de crecimiento de las inversiones dentro de la economía nacional.

Los politólogos que estudian el “sistema internacional” utilizan conceptualizaciones muy diferentes del poder global. George Modelski y William R. Thompson (1988) proponen una teoría de un ciclo largo de poder político-militar, en el que las grandes potencias se elevan y caen. Su teoría es similar en algunos respectos a la perspectiva wallersteiniana. Ellos reivindican estar estudiando el sistema mundial (sin el guión – ver Thompson, ed., 1983) y concuerdan en que los periodos de poder concentrado se corresponden con niveles relativamente más bajos de conflicto entre las potencias centrales, mientras que los periodos en los que hay  una distribución más igual de poder entre los estados centrales, tienden a ser más conflictivos. Pero ellos tienen una noción muy diferente de lo que constituye el poder concentrado (ellos no usan el término “hegemonía”). Para ellos el asunto central es el poder naval, que es un indicador de la capacidad de una gran potencia, de ejercer un “alcance global”. El poder naval predominante capacita a una gran potencia para mantener el orden a nivel de interacciones internacionales de larga distancia. Modelski y Thompson defienden que los ejércitos de tierra y los gastos militares generales no son útiles para el “alcance global” porque esos recursos son usables primariamente en la guerra regional o continental, no para la dominación del sistema global de poder. Este argumento ilustra la conceptualización “por capas” de Modelski y Thompson, del sistema mundial, en la que el nivel global de interacción se analiza como distinto, de una manera importante, a las interacciones locales y regionales.

Modelski ha definido a las “potencias mundiales” como “aquellas unidades que monopolizan (o sea, que controlan más de la mitad de) el mercado de (o el suministro de) el mantenimiento del orden en  la capa global de interdependencia” (1978: 216). Se dice que el sistema global ha experimentado desde el siglo dieciséis el auge y caída de cuatro de estas “potencias mundiales”: Portugal, Países Bajos, Bretańa y Estados Unidos (Modelski y Thompson, 1988). Según Modelski (1978), el poder de la “potencia mundial” realmente no se basa en controlar las acciones de otros estados líderes. Más bien una potencia mundial produce orden mediante la manipulación de alianzas para producir estabilidad relativa en el centro al tiempo que domina las interacciones europeas con el resto del globo.

Otros politólogos hablan de hegemonía en términos de “capacidad de poder”, lo que se define ampliamente como la capacidad de un estado para controlar o influir la conducta de otros estados, usando recompensas y castigos. Robert Gilpin (1981) explícitamente conceptualiza la hegemonía en términos de poder miliar relativo en general, aunque él analiza la concentración de innovaciones que aportan el sustento que está detrás de la ventaja miliar superior.

Para Wallerstein la hegemonía llega a incluir la dominación productiva, comercial y financiera dentro de la economía mundial. Pero la eficiencia productiva debe estar acompańada  por el poder estatal. La creación y mantenimiento de preeminencia económica requiere la capacidad política y militar para preservar una estructura de clases doméstica favorable a la acumulación capitalista, a la producción innovadora y a la prevención de restricciones externas a los flujos de capital o bienes. En este sentido, el poder político-militar es una base necesaria pero no suficiente para alcanzar la hegemonía en una economía-mundo capitalista.

El mercado libre, que inicialmente favorece las ventajas competitivas de una potencia líder, eventualmente da como resultado el flujo de capital e innovaciones tecnológicas a los estados competidores. Esto resulta en la pérdida de ventaja productiva por la potencia hegemónica. Además, los costos de mantener el orden global son soportados desproporcionadamente por el líder, dando como resultado la elevación de los costos de producción y el gasto excesivo de recursos nacionales en el sector militar improductivo. Los recientes esfuerzos de los Estados Unidos por animar a Japón y Europa Occidental a aumentar sus presupuestos militares reflejan un reconocimiento de los costos desproporcionados de mantener el orden mundial soportados por la potencia hegemónica. Adicionalmente, los intereses anteriormente convergentes de los diferentes grupos de capitalistas en una potencia hegemónica central se hacen más divergentes al ir perdiendo ventaja competitiva importantes sectores de la economía nacional.

Cuando buscan operacionalizar la capacidad de poder, muchos investigadores han usado lo que Thompson (1983b) algo desesperadamente llama una medida “ómnibus”, que combina un número de indicadores diferentes de recursos económicos y militares. Organski y Kugles (1980: 30-8) han argumentado fuertemente por la “salida total”, o sea, el PNB, como la mejor medida de capacidad de poder de las grandes potencias. También plantean ellos (1980: 68-84) que la salida total debería combinarse con una medida del desarrollo político, a la que ellos definen como la capacidad del estado para movilizar los recursos de su propia sociedad. Otro estudio que ha tratado explícitamente de medir la variación en el tiempo, del grado de concentración de poder entre las “grandes potencias” es el de Singer, Bremer y Stuckey (1979). Ellos combinaron un número de  indicadores económicos y militares, de la capacidad de los estados. Una medida compuesta similar fue construida por Ferris (1973). Curiosamente, ninguno de los indicadores usados son medidas del desarrollo económico, como se entiende usualmente, sino que son más bien indicadores que combinan el tamańo y el desarrollo,  como lo hace el PNB total. De  los estudios que he revisado, solamente el de Doran y Parsons (1980) utiliza medidas de desarrollo económico y ellos combinan éstas en un solo indicador compuesto junto con indicadores de tamańo.

De mi revisión de los estudios que han tratado de medir empíricamente los cambios en las capacidades relativas de poder de los estados, surgen algunas sorpresas. Aunque estos han sido hechos por politólogos, solo Modelski y Thompson enfocan exclusivamente el poder militar y examinan solamente  una especie particular de poder militar – el poder naval. Organski y Kugler plantean que el PNB total es la mejor medida general de capacidad de poder, aunque más tarde la combinan con una medida de la fuerza interna del estado. Ninguno de los estudios mide la hegemonía en términos del poder militar total. Ninguno de los estudios examina las medidas del desarrollo separadamente de las medidas de tamańo. Y ninguno de los estudios trata de examinar la relación entre los tipos económico y político de poder.

 

Causas y Condiciones del Auge y Decadencia de los Estados Hegemónicos Centrales

 

En esta sección se hace una hipótesis acerca de un conjunto de causas y condiciones del auge y decadencia de los estados centrales hegemónicos. Después presento una revisión breve de las tres hegemonías. Más tarde describo los pocos estudios cuantitativos de la secuencia hegemónica que han sido llevados a cabo.

El auge y la caída de los estados hegemónicos centrales pueden ser entendidas en términos de la formación de sectores líderes de producción central y la concentración de esos sectores, temporalmente, en el territorio de un solo estado, que de esta manera se convierte en el más poderoso económica y políticamente de los estados centrales. La decadencia ocurre cuando la potencia hegemónica pierde su  capacidad para desarrollar industrias de punta por delante de sus competidores. Este proceso puede ser entendido como un rasgo de la economía-mundo como un todo, en la medida en que involucra la interacción de variables sistémicas, como la onda de Kondratieff,  la aplicación de nuevas tecnologías a la producción (Mandel, 1978; Rostow, 1978 y Bousquet, 1980); y la reorganización violenta del sistema interestatal mediante la guerra. Como se anotaba en el capítulo previo, la fuerte asociación en el tiempo entre los ciclos largos de negocios y las guerras entre las potencias centrales ha sido empíricamente demostrada.

El carácter único de la perspectiva de sistemas-mundo radica en que examina la dinámica de estos ciclos a nivel de todo el sistema, así como los procesos exclusivamente nacionales involucrados. Los ciclos que ocurren son las consecuencias de la relativa superproducción en diferentes periodos de los diferentes tipos de mercancías (mercancías centrales y mercancías periféricas) y de los límites a la demanda efectiva que le imponen al consumo estructuras políticas particulares. Durante periodos de la expansión de la producción central, los sindicatos, gremios y otros grupos de interés políticamente organizados aumentan sus demandas de participación en el ingreso. La expansión de la producción central aumenta la necesidad de entradas de materias primas, muchas de las cuales son producidas en la periferia. Los términos de comercio entre centro y periferia se desplazan a favor de  la periferia, posibilitando que los productores periféricos y los estados que ellos controlan alcancen una posición de mercado relativamente más favorable y que hagan demandas más efectivas de una participación mayor en la plusvalía. Esto redunda en la lucha por la participación entre los estados centrales, donde los aumentos de salarios (y la “cacofonía de las demandas de equidad”) son satisfechos con menos facilidad por una explotación incrementada de  la periferia. Esta dinámica conduce a una lucha de clases elevada dentro de los países centrales y a una competencia incrementada entre los países centrales por participación en una reserva que ya no aumenta de la plusvalía mundial. Es notable que la hegemonía en el centro se consolide luego de guerras en las que los potenciales contendientes se han destruido recíprocamente, dejando una abertura para la dominación que va surgiendo de una nueva potencia hegemónica. El patrón que documenta Thompson (próximamente) y Goldstein (1988) es el siguiente: un retador en auge (B)  inicia la guerra contra una potencia hegemónica decadente (A). (A) hace una alianza con otro estado central en auge (C) para combatir el reto militar planteado por (B). (A) y (C) ganan la guerra y (C) emerge como la nueva potencia hegemónica.

El estudio de Goldstein examina la relación entre los ciclos de guerra/crecimiento y el auge y caída de las potencias hegemónicas centrales. Utilizando la conceptualización walleresteiniana de las tres hegemonías – la holandesa, la británica y la americana – demuestra que ellas están relacionadas, aunque no de una manera muy regular. Como lo dice Goldstein (1988:287):

Yo encuentro que la conexión entre las dinámicas causales de estos dos ciclos – las ondas largas y los ciclos hegemónicos – es débil. No están sincronizados y no hay un número exacto de ondas largas que constituyan un ciclo hegemónico. Más bien veo que los dos ciclos juegan entre sí en el tiempo, cada uno según su propia dinámica interna,  pero cada uno condicionado por e interactuando con el otro.

Y más adelante concluye:

Cada ciclo de hegemonía contiene varias ondas largas, pero no un número fijo. Cada una de las ondas largas dentro del ciclo de hegemonía termina en un pico de guerra que reajusta la estructura internacional de poder sin conducir a una nueva hegemonía. (Goldstein, 1988: 288, énfasis en el original).

En una nota al pie Goldstein continúa: “Todas las guerras de grandes potencias afectan las posiciones relativas en el orden ‘jerárquico’ internacional. Las guerras hegemónicas determinan la posición superior en ese orden” (1988: 288).

Aunque Goldstein sí expone un modelo causal que explica la relación entre crecimiento económico y guerras periódicas (ver capítulo 8), su explicación del vínculo entre estos ciclos y las tres hegemonías es más histórica. Él plantea que muchas contingencias vinculan los resultados particulares que se revelan por la secuencia hegemónica y los países particulares que se convierten en potencias hegemónicas, retadores, etc. Sin embargo, Goldstein no aborda las cuestiones más amplias de sistema que fueron el foco de los capítulos 7 y 8 anteriores: żpor qué se reproduce el sistema interestatal, más bien que evolucionar éste hacia imperio-mundo?; żpor qué las potencias hegemónicas ganadoras descansan más en la acumulación mediante el comercio que en la expansión militar?; y żpor qué las potencias hegemónicas que encaran su decadencia no optan por el imperio a escala mundial? También, żpor qué los retadores militares directos de las potencias hegemónicas nunca tienen éxito? Como se examinó en capítulos anteriores, estas  preguntas requieren atención a la peculiar naturaleza de la competencia y la acumulación en una economía-mundo capitalista.

Aunque Goldstein trata la secuencia hegemónica históricamente, es posible tratar de delinear las condiciones y procesos sistemáticos que contribuyen al auge y decadencia de los estados hegemónicos centrales. Veamos algunas similitudes de las tres potencias hegemónicas que sugieren las clases de procesos que pueden responder de su auge y decadencia.

 

Las Tres Etapas de una Hegemonía

 

Las hegemonías tienen tres etapas. La primera se basa en la ventaja competitiva en los bienes de consumo masivo que pueden penetrar los mercados de los productores centrales en los países competidores y que también pueden expandir el tamańo del mercado rebajando el precio del producto. La segunda etapa se basa en la expansión de la producción de bienes de capital y la tercera se basa en la exportación de servicios financieros y en la realización de funciones de plaza central para la economía-mundo (ver Wallerstein, 1984a).

En términos de las ciudades que se convirtieron en ciudades hegemónicas mundiales en la historia de los sistemas-mundo modernos, podemos comparar a Ámsterdam, Londres y Nueva York a las ciudades periféricas y a otras ciudades centrales no-hegemónicas (p. ej., Sevilla, París, etc.). Deberíamos examinar las condiciones que promueven el desarrollo de la producción en industrias centrales clave y las que facilitan el desarrollo de la necesaria fuerza estatal que respalde la expansión de la participación en los mercados mundiales.

Hay un número de condiciones que pueden contribuir a la determinación de qué país se convierta en una potencia hegemónica. La localización geográfica parecería jugar algún rol en la facilitación de la hegemonía. Las potencias hegemónicas han estado centralmente localizadas dentro de las redes económicas que ellas llegan a dominar. Esto, obviamente, es una ventaja en términos de costo de transporte, pero puede ir haciéndose menos importante al decrecer los costos del transporte. Una tecnología adecuada para un despegue en la producción competitiva central debe estar disponible, ya sea de inventores locales o mediante préstamo. Las tres hegemonías han involucrado “revoluciones industriales” en el sentido que tecnologías más eficientes económicamente fueron aplicadas, permitiendo la  producción de bienes de consumo masivo más baratos que para los competidores. Otra condición necesaria es la existencia de capital de inversión suficiente para desarrollar los nuevos tipos de producción en manos de los que estén dispuestos a arriesgarlo en empeńos empresariales. Cada potencia hegemónica en auge ha desarrollado temprano una agricultura diversificada, intensiva en capital, para el consumo doméstico y la exportación. Eventualmente ellas han desarrollado acceso a importaciones baratas de algunos alimentos básicos y materias primas, la mayoría de las veces producidas en la periferia, que han sido importantes aportes a la industria. El capital humano, o sea, el trabajo con las calificaciones relevantes para el nuevo tipo de producción, debe estar disponible. Todas estas condiciones contribuyen a la capacidad de un estado central emergente para formar un sector líder de la producción central, que pueda servir de base para la hegemonía.

Las condiciones políticas para el ascenso a la hegemonía son más bien complicadas. Un estado hegemónico debe ser poderoso vis-ŕ-vis los demás estados y debe también tener el fuerte apoyo de la coalición de clases que compone su régimen. La calidad  y la  unidad de esta coalición de clases son también importantes. Debe fuertemente incluir clases interesadas en seguir una estrategia de producción lucrativa para el mercado mundial. Aunque la capacidad del aparato del estado de apropiarse de recursos es indudablemente importante (Tilly, 1985), la concepción de poder estatal que estoy usando no es reducible al poder extractivo del gobierno. Como examiné en el capítulo 6, un estado es poderoso si las clases que lo apoyan le garantizan un gran apoyo durante las emergencias (Tardanico, 1978). Su capacidad para extraer plusvalía mediante impuestos no muestra automáticamente que es fuerte, en el sentido que le doy aquí. El estado holandés podía levantar una marina de la noche a la mańana, convenciendo a sus mercaderes de que se trataba de sus intereses, mientras que el estado francés, cuyos ingresos gubernamentales de tiempo de paz per cápita eran mucho mayores que los de los británicos durante todo el siglo diecinueve, no podía acopiar una suscripción tan grande durante tiempos de guerra.

El tamańo del estado también es importante y como le gusta a Wallerstein indicar, es posible ser demasiado grande así como también ser demasiado pequeńo (2), especialmente si hay regiones económicas con intereses contradictorios que son parte del mismo estado, como fue el caso con Francia. También se debería ańadir que la mayoría de los estados centrales hegemónicos tienen un sistema político relativamente igualitario y pluralista, comparados con los de sus competidores. Este pluralismo permite una rápida adaptación a los cambios en los intereses  de las clases en el centro de la coalición, así como alguna flexibilidad en respuesta a las demandas de los trabajadores y campesinos. Estas características pueden ser ventajosas en la economía mundial, al menos durante el periodo de movilidad hacia arriba. El igualitarismo relativo de la comunidad incorpora un mayor porcentaje de la población al proceso de desarrollo y aporta algunas soluciones (también temporales) al problema keynesiano de la demanda efectiva. Otra manera de decir esto es apuntar que los estados móviles en sentido ascendente tienen mayores mercados domésticos que sus competidores, a causa  de las distribuciones relativamente más iguales del ingreso (3).  La construcción de una nación, la formación de una solidaridad social fuerte a nivel nacional, es un  proceso que  caracteriza el surgimiento de las tres potencias hegemónicas. Esto contribuye a la estabilidad política y a la expansión del mercado doméstico. Debería indicarse que estas cualidades políticas no excluyen la existencia de una sub-clase doméstica (p. ej., Hechter, 1975; Zinn, 1980). Típicamente ésta sirve tanto como grupo de status marginal que refuerza la solidaridad de la nación mayor, como una fuente doméstica de explotación económica.

żCuáles son, pues, las condiciones que condujeron a la decadencia de un estado central hegemónico? Primero debe apuntarse que los estados centrales no declinan absolutamente. La economía-mundo entera continúa creciendo, aunque a tasas diferentes. Lo que ocurre es que los estados centrales pierden relativamente su hegemonía, pero no se sumergen en la periferia. La causa más importante de una decadencia relativa es la extensión de las industrias centrales líderes a otros países competidores del centro y a partes de la semiperiferia. Los estados hegemónicos intentan monopolizar los nuevos tipos de producción, pero sin éxito a causa de su incapacidad de controlar políticamente la difusión de las técnicas, del trabajo calificado y del capital de inversión. Los productores competidores en los demás estados intentan primero volver a ganar sus mercados domésticos, empleando a menudo la regulación política del comercio (proteccionismo), así como la adopción de las nuevas técnicas de producción (Senghaas, 1985). Más tarde algunos de ellos competirán con éxito con la potencia hegemónica en los mercados internacionales.

Otro factor que contribuye a la  pérdida de hegemonía podemos llamarlo el tiempo de recambio del capital fijo, especialmente de inversión (tanto privada como pública) en entradas infraestructurales al sistema de producción. Esto obviamente opera a nivel de la inversión  pesada en tecnologías tales como la construcción de plantas y la maquinaria cara, de gran escala. Los que llegan tarde tienen la ventaja de que pueden adoptar innovaciones técnicas más nuevas, mientras los inversionistas tempranos debe esperar a recuperar la inversión inicial. Las plantas de acero en los Estados Unidos y Japón son ejemplos bien conocidos de esto. Pero el mismo problema se puede ver en otras inversiones en el ambiente construido, que están menos obviamente sometidas a la lógica de las ganancias, pero que de todas maneras tienen un efecto en la producción competitiva.

Los sistemas de transportación, las estructuras urbanas, los sistemas de comunicaciones y los sistemas energéticos involucran inversiones de recursos que, una vez hechas, tienden a ser relativamente permanentes o no son fácilmente reorganizadas. El sistema de canales de Ámsterdam, más sistemático y espacioso que el de Venecia, es un rasgo permanente de la ciudad. El advenimiento de otras formas de transportación, más económicamente competitivas, no produce la reconstrucción de Ámsterdam, sino más bien la eliminación de algunas de sus actividades económicas hacia otras ubicaciones. Similarmente, la ubicación de las ciudades en los ríos está pesadamente influida por los costos de transporte en relación con una etapa particular de la tecnología del transporte. El advenimiento de embarcaciones mayores no produce la eliminación de las ciudades río abajo, excepto en el sentido que los puertos que tienen aguas más profundas se convierten en los nuevos centros de comercio. A nivel de naciones, los sistemas nacionales de transporte, los sistemas energéticos, los sistemas de comunicaciones y las localizaciones y división de funciones entre las ciudades, así como los tipos de tecnología utilizadas en las fábricas, son todas formas de inversión sujetas al tiempo de recambio del capital fijo. Un estado central de segundo término que esté desarrollando un nuevo tipo de producción central puede incorporar más fácilmente las últimas y más competitivas técnicas y rasgos de la producción social general que el estado central hegemónico que ya ha invertido. Este es uno de los componentes de las “ventajas del atraso” de Gershenkron (1962).

Se puede preguntar por qué los empresarios dentro de un estado hegemónico central decadente no  invierten dentro de sus economías nacionales para revitalizar la producción material e incrementar la productividad. Puede ocurrir que una compańía particular de acero tenga que esperar a que su capital invertido se deprecie antes de construir una nueva planta que use una tecnología más productiva, pero żpor qué otras corporaciones no hacen tales inversiones? Aquí podemos apuntar que la estructura de las tarifas nacionales juega un papel en la determinación de las ubicaciones de las inversiones. La protección tarifaria de las industrias nacionales aumenta en un periodo de crecimiento más lento, al buscar los estados proteger sus mercados nacionales contra la competencia internacional.  Puede ser en interés estratégico y nacional hacer nuevas inversiones en el acero y en realidad los estados suelen adoptar políticas que subsidian tales emprendimientos. Pero la lógica puramente orientada hacia la ganancia de la inversión es improbable que ayude a un país que esté perdiendo su posición competitiva en el mercado mundial. La construcción de una nueva planta de acero al lado de la planta vieja significa que el mercado nacional tendrá que ser compartido, mientras la compra de acero a productores más competitivos en el extranjero y la inversión en empresas más inmediatamente lucrativas (localizadas con frecuencia en otros países) es la estrategia más atractiva para los inversionistas privados.

Así, el nacionalismo económico por sí mismo podría prevenir la relocalización de ciertas industrias, pero los estados hegemónicos centrales decadentes son usualmente ambivalentes respecto a la elección entre nacionalismo e internacionalismo. Esto refleja los intereses contradictorios de sus capitalistas “nacionales” e “internacionales” así como los intereses contradictorios de los trabajadores como consumidores y como empleados (Hart, 1980). El camino de la “revitalización” auspiciada por el estado, por la que abogan los que están más preocupados en los estados hegemónicos centrales por los intereses de los productores nacionales (tanto el trabajo como el capital) puede ser tomado, pero otros estados competidores también emplearán esta estrategia y con mayor probabilidad lo harán efectivamente, porque las coaliciones de clases que controlan a estos otros estados están menos dominadas por quienes tienen inversiones internacionales (Evans, 1985). Los capitalistas internacionales dentro de un estado hegemónico central decadente pueden a menudo convencer a los consumidores de que es mejor mantenerse en la centralidad en el intercambio mundial y beneficiarse de importaciones de bajo costo, que adoptar un programa caro (y riesgoso) de revitalización económica.

Adicionalmente, los rasgos organizacionales tienden a tener una cierta inercia (o momentum, si la organización es un proceso). Una vez que una economía nacional llega a organizarse de una cierta manera, hay una tendencia a la cristalización alrededor de patrones que luego no son fáciles de cambiar. Si bien las formas organizacionales pueden ser más maleables que los rasgos infraestructurales examinados anteriormente (porque el capital material invertido es menos maleable), las rigideces sociales sí cristalizan alrededor de las formas organizacionales.

Una explicación frecuentemente citada para la decadencia británica a finales del siglo diecinueve era la reticencia de las firmas de propiedad familiar para adoptar la nueva forma corporativa emergente (Crouzet, 1982). En muchos sectores las firmas familiares aparentemente preferían el control continuado a las ganancias adicionales y así la industria británica llegó tarde a la adopción de la escala expandida y las nuevas formas organizacionales que se iban extendiendo en Alemania y los Estados Unidos. Albert Bergesen (1981) ha planteado que las corporaciones de Estados Unidos en el siglo veinte han desplegado una reticencia funcionalmente equivalente a adoptar una nueva innovación organizacional que se está extendiendo, la fusión estado-firma. También el gobierno federal de los Estados Unidos se va quedando detrás de casi todos los estados contemporáneos respecto a la planificación económica nacional, en  una era en que el capitalismo de estado está siendo exitosamente empleado por la mayoría de los competidores.

Otro factor es la oposición que crea la acumulación capitalista exitosa. El propio pluralismo político y el relativo igualitarismo que anteriormente era una ventaja competitiva, permite la formación de restricciones a la maniobrabilidad del capital e incrementa los costos de producción. El ejemplo más obvio de esto es la formación de organizaciones políticas que protegen y expanden los intereses de los trabajadores. Los salarios, tanto los directos como los sociales, tienden a subir en un estado central hegemónico exitoso. Los capitalistas que están haciendo grandes ganancias es más probable que acepten una cuenta salarial más alta, acompańada por un aporte de trabajo estable. Esto cambia cuando la competencia aumenta y las ganancias declinan.

Similarmente se van articulando políticamente otras restricciones a la revolución continua de la producción. El estado comienza a responder a las necesidades de los trabajadores centrales y a otros grupos (p. ej., consumidores, ambientalistas, etc.) y estas demandas “no-económicas” al capital pueden reducir la relativa lucratividad de la producción dentro del país, al menos en comparación con las ubicaciones fuera de frontera en que los trabajadores y otros grupos están menos organizados.

El Auge y la Decadencia de las Naciones de Mancur Olson (1982) enfatiza la elevación de los salarios como la más importante de las “rigideces sociales” que causan la decadencia de economías nacionales anteriormente exitosas. El análisis de Olson apunta hacia algunos rasgos organizacionales interesantes, que reducen la eficiencia relativa de la producción y aumentan los obstáculos al crecimiento económico y la revitalización. Las naciones en las que los grupos de interés están fragmentados y especializados, como los Estados Unidos, tienen más obstáculos e ineficiencias que naciones en las que las organizaciones generales como los partidos laboristas o socialistas representan amplias membrecías (p. ej., Suecia), porque estos últimos grupos de amplia base son mejor capaces de incorporar asuntos de  interés nacional a sus agendas políticas. Pero el análisis de Olson procede a partir del supuesto que la eficiencia puramente económica y la capacidad de competir efectivamente en los mercados mundiales son las mejores medidas del progreso. Así, la  implicación de política de su análisis es que los estados y las firmas deberían seguir siendo tan independientes como fuera posible de las demandas de los trabajadores u otros grupos de interés. Una definición más balanceada de progreso sugeriría que la lógica de crecimiento debería incluir las necesidades de los trabajadores, los consumidores y el medio ambiente. La “eficiencia” en todo el sistema-mundo tomaría estas necesidades en cuenta sin oponer entre sí a los trabajadores de diferentes países. Esto solo se puede lograr regulando democráticamente las decisiones inversionistas principales a nivel mundial.

Otra condición, que se suele relacionar con las crecientes restricciones políticamente articuladas al capital, es la exportación de capital inversionista. Los capitalistas responden a los diferenciales en las tasas de ganancia, de manera que el aumento de los costos de operación en la economía doméstica produce el incentivo a  invertir en otra parte y por ende, el fenómeno de la exportación de capital o “fuga de capital”. Esto significa que se hacen menos nuevas inversiones en la producción material en la economía doméstica, aunque sí continúan surgiendo nuevos sectores de punta, especialmente en la provisión de servicios financieros a la economía mundial mayor. Así, las ciudades del mundo localizadas en estados centrales típicamente se hacen más importantes para la economía del país en los últimos días de la hegemonía. Esto es a causa de que la centralidad en el intercambio que se desarrolló partiendo de la anterior centralidad en la producción es un recurso importante para la economía nacional y para el funcionamiento de la economía mundial mayor.

Pudiera darse el caso que, aunque se beneficie de la centralidad en un cierto grado, el estado central hegemónico llegue a soportar una proporción demasiado grande de los costos del mantenimiento del orden en la economía-mundo mayor. La operación suave del sistema-mundo requiere la represión de las desviaciones y el mantenimiento del orden, como cualquier sistema social. En el sistema contemporáneo, un importante grado de orden se mantiene mediante gastos político-militares. Los gastos militares pueden servir a algunas funciones económicas (p. ej., Baran y Sweezy, 1966), pero hay varios estudios que demuestran que ellos no contribuyen al crecimiento económico nacional (p. ej., Szymanski, 1973; Vävrynen, 1988). Los pequeńos o inexistentes gastos militares de Japón y Alemania desde la 2Ş Guerra Mundial han permitido que los recursos se concentren en la investigación y desarrollo de mercancías lucrativas. Los costos de mantenimiento del orden mundial tienen a ser soportados desproporcionadamente por el estado central hegemónico y esta carga no puede ser fácilmente extendida a todo el centro, aunque una potencia hegemónica decadente tratará de disminuir su participación en los costos. En algún punto, los costos de la centralidad llegan a contrapesar sus beneficios, usualmente después que los estados centrales competidores, que han estado operando bajo la sombrilla del estado hegemónico, comiencen a desafiar efectivamente la dominancia de la potencia hegemónica en los mercados mundiales.

 

Comparación de Hegemonías

 

Ahora evaluemos y califiquemos las generalizaciones de la sección previa, revisando las características de las tres potencias que han sido hegemónicas en la economía-mundo moderna (las Provincias Unidas de los Países Bajos, el Reino Unido de Gran Bretańa y los Estados Unidos de América) y al compararlos con la anterior hegemonía de Venecia y con las potencias que lucharon por la hegemonía sin conseguirla.

El Imperio Habsburgo (que incluía a la “espina dorsal” central de la economía-mundo europea en la primera mitad del largo siglo dieciséis) (Bousquet, 1980) se basó primariamente en la centralidad político-militar más bien que en la económica. La agresividad mercantil de los portugueses (Modelski, 1978) sirvió como la primera ola de expansión europea, pero como la posterior centralidad de Sevilla, Portugal no desarrolló una centralidad en la producción (4). La expansión portuguesa y la “acumulación primitiva” de capital monetario por los espańoles tuvieron efectos importantes, aunque complicados, sobre la economía-mundo europea emergente (Wallerstein, 1974: 67-84), pero no condujeron al desarrollo de la producción central en Lisboa ni en Sevilla. Algo así como el caso de Francia más tarde, Espańa incluía áreas con intereses que no conducían al desarrollo de actividades centrales y el estado estaba aplastado por la necesidad de mantener unidas a regiones centrífugas (Wallerstein, 1974). El intento por los Habsburgo de imponer el imperio a la economía-mundo capitalista aún no integrada plenamente, representó una lógica pre-capitalista de dominación, que se reflejó parcialmente en el modelo totalmente mercantil de explotación que era el rasgo principal de la expansión portuguesa y espańola a arenas externas. Estas potencias, sin bien muy importantes para la formación del nuevo sistema emergente, no eran ellas mismas estados centrales hegemónicos plenamente formados, de ese sistema. Los capitalistas tenían el poder estatal en las pequeńas ciudades-estados durante este periodo (Venecia, Antwerpe, Génova, Florencia), pero los estados mayores seguían dominados por clases orientadas hacia el régimen tributario.

Las Provincias Unidas de los Países Bajos se ajustan mucho mejor a la concepción walleresteiniana de hegemonía en una economía-mundo capitalista. La revolución holandesa creó una federación republicana en las que los capitalistas marítimos de Ámsterdam mantenían considerable poder. Las guerras religiosas trajeron refugiados a Ámsterdam con sus pericias y demás capital que pudieron llevar. La ciudadanía en Ámsterdam se adquiría al precio de ocho florines (Barbour, 1963). La ventaja competitiva en la producción se evidenciaba primero en las pesquerías de arenques, que capturaban una gran proporción de este mercado básico en el Báltico y en la economía atlántica en expansión. La construcción de buques era otro pilar de la producción central holandesa que le permitía a los mercaderes ganar en la competencia con las tenazas hanseático-inglesas del transporte comercial. El Fluyt, eficiente en costo, fue fácilmente adaptado a muchos usos especializados y manejado con efectividad por tripulaciones pequeńas (Wallerstein, 1980a). Angus Maddison (1982: 35, tabla 2.2) muestra que la economía holandesa estaba mucho más industrializada en el 1700 que la economía británica. Tanto Maddison como Wallerstein demuestran que la hegemonía holandesa se basaba en el capital de producción y en las industrias de punta, contrario a quienes han visto a los holandeses como capitalistas primariamente mercantiles.

El estado holandés se suele ver como pequeńo, pero en términos de la noción de fuerza estatal empleada en el capítulo 5, era estimable (Braudel, 1984: 193-5). John DeWitt, el Stadtholder de Ámsterdam, podía colectar suficientes fondos en un día en la bolsa de Ámsterdam (intercambio de acciones y mercancías) para derrotar a cualquier potencia marítima del mundo. Se ha dicho que el estado estaba dividido entre las ciudades capitalistas y la Casa de Orange, orientada hacia la tierra, pero en comparación con otros estados centrales, los capitalistas tenían verdaderamente una gran influencia. Durante las calamidades nacionales, los príncipes de Orange reunían a la población para defender la nación, mientras que durante la paz, los capitalistas urbanos menos patrióticos se salían con la suya. La federación y la forma republicana de gobierno capacitaba al estado para adaptarse fácilmente a las cambiantes contingencias económicas y militares y a los cambiantes intereses de su coalición central.

La ideología del libre comercio y los derechos de todas las naciones a hacer uso de los mares fueron propagados  por la intelligentsia holandesa durante el periodo en que la ventaja económica competitiva capacitó a los capitalistas de Ámsterdam para vencer en la competencia por las ventas a todos sus competidores (Wilson, 1957). Esto no resultó ser incompatible con una política de “comercio armado” empleada en la periferia para privar a los portugueses de su monopolio de las especias de las Indias Orientales (Perry, 1966).

Barbour (1963) defiende que en muchos respectos Ámsterdam es la última ciudad-estado, más similar a Venecia y Génova que a Inglaterra o los Estados Unidos, con lo que Braudel (1984) concuerda. La orientación holandesa hacia el mercado internacional marítimo no se diluyó por los compromisos con el engrandecimiento territorial continental. A este respecto, era muy parecida a Venecia. Es reveladora la comparación que hace Peter Burke (1974) entre los empresarios y rentistas holandeses y venecianos. El estado-ciudad veneciano era el estado central hegemónico de una economía regional mediterránea proto-capitalista (Braudel, 1984). El comentario de Barbour sobre los estados-ciudades y los estados-naciones del centro sugiere la observación de que los estados hegemónicos centrales son mayores a medida que se hace mayor el sistema como un todo.

Lane (1973) hace la observación que las clases gobernantes venecianas se orientaron hacia la tierra durante el periodo de su decadencia, lo que él interpreta como  un intento por formar un estado-nación que pudiera competir con los mayores estados de la economía-mundo europea en formación. Las Provincias Unidas parecen más bien pequeńas en términos de área terrestre y tamańo de la población en comparación con los demás estados de Europa, pero no obstante jugaron el rol de estado central hegemónico bastante efectivamente durante el siglo diecisiete (5). Las Provincias Unidas pueden ser vistas como una especie de punto medio entre Venecia e Inglaterra. El estado hegemónico se fue haciendo cada vez más un estado-nación y el tamańo del mercado nacional se fue haciendo cada vez más grande, siendo el mercado nacional de los Estados Unidos una inmensa proporción de la economía mundial que ellos dominan.

La decadencia holandesa exhibió las tendencias mencionadas en mi descripción de las etapas hegemónicas: el desplazamiento hacia los servicios financieros, la exportación de capital y la transformación de los capitalistas de empresarios a rentistas (Burke, 1974; Riley, 1980). Ámsterdam  siguió siendo un importante centro del comercio y las finanzas 300 ańos después que perdió la primera posición. Las ciudades del mundo declinan relativamente, no absolutamente.

El Reino Unido es el que mejor se ajusta a las etapas de hegemonía (6). El estudio de Eric Hobsbawm, Industria e Imperio, describe las tres etapas de hegemonía en el auge de la producción textil de algodón inglesa, en su reemplazo a mediados del siglo diecinueve por la producción y exportación de maquinaria, ferrocarriles y barcos de vapor y la creciente importancia de Londres a finales del siglo diecinueve como centro de los servicios financieros mundiales. La hegemonía holandesa, sin embargo, se ajusta a la formulación de las tres etapas bastante bien, aunque el periodo medio de exportación de barcos, armas y de proyectos de reclamación de tierras, se ajusta de un modo algo laxo a la noción de “bienes de capital”.

La revolución inglesa, como la holandesa, exhibe un relativo igualitarismo, pluralismo y la firme incorporación de diversos intereses capitalistas dentro de un estado flexible, capaz de movilizar inmensos recursos para la guerra internacional, manteniendo al mismo tiempo una burocracia algo dispersa y no-cara de tiempos de paz. Aquí se debería repetir que estamos describiendo rasgos del centro de un sistema capitalista mayor, no rasgos del capitalismo como un todo. No queremos repetir el error de identificar al capitalismo como sistema con el estado de laissez-faire.

A la unidad de la coalición central en el Reino Unido no le faltaron contradicciones, como puede verse por la historia del auge y caída de la Ley del Maíz. Pero los terratenientes capitalistas estaban mucho más integrados en la producción exitosa para el mercado mundial que los aristócratas de Francia. Francia fue un caso de estado-nación demasiado grande, en el que la formación de la monarquía absoluta se necesitaba por los intereses divergentes de las regiones económicas (Braudel, 1984: 315-51).

Las ciudades del oeste estaban ansiosas por participar en la economía atlántica en expansión, mientras la Occitania más vieja y orientada hacia el Mediterráneo (Wallerstein, 1974: 262-9; 1980a) desplegó las tendencias de movilidad hacia abajo características de otras áreas que se habían convertido en semiperiféricas al sistema. Las políticas mercantilistas y de industrialización de Colbert fueron obstaculizadas por el foco renovado en la diplomacia continental y el engrandecimiento político-militar (Lane, 1966). La “revolución burguesa” se demoró hasta 1789, en cuyo tiempo Inglaterra había avanzado marchando hacia las nuevas industrias centrales emergentes. París siguió siendo un centro cultural y diplomático de Europa, mientras Londres se convertía en la ciudad hegemónica de la economía global.

La exportación de capital desde Inglaterra en la última mitad del siglo diecinueve es legendaria (Crouzet, 1982). El capital inglés fue tanto hacia la periferia como hacia otros estados centrales. Que este fenómeno no era en absoluto nuevo lo muestra el anterior caso holandés. Esto debe verse menos como una causa de la extensión de los nuevos tipos de producción central a otras áreas que como una respuesta a esa extensión. El examen del “climaterio” de la madurez británica (Phelps-Brown y Handfield-Jones, 1952) suele alegar una pérdida de espíritu empresarial entre los líderes de negocios, que nos recuerda a las zorras de Pareto; pero éste, como el desplazamiento holandés hacia ingresos rentistas de bajo riesgo y estables, puede entenderse principalmente como una respuesta a las cambiantes oportunidades de inversión. El capital inversionista no desapareció; se fue para el extranjero.

Algún tiempo después de 1850, los ingresos promedio de los trabajadores en Bretańa comenzaron a elevarse (Emmanuel, 1972; Braudel, 1984). Este fue en gran parte el resultado de la exitosa formación de los sindicatos y las organizaciones políticas de la clase trabajadora, que consiguió obtener alguna influencia en el estado británico. El poder creciente del trabajo organizado elevó el costo de la explotación en Bretańa y creó resistencia política a la maniobrabilidad del capital. Estos factores siguieron animando la exportación de capital inversionista. Los Estados Unidos exhibían muchas de las características generales que he atribuido a los estados hegemónicos centrales. Las jóvenes industrias centrales de Nueva Inglaterra en el siglo dieciocho (construcción de barcos, bacalao salado, destilación de ron hecho con azúcar del Caribe y la manufactura ligera) surgieron en tándem con las oportunidades de lucro provistas por la localización semiperiférica de los comerciantes de Nueva Inglaterra como transportadores entre el centro y la periferia en la economía atlántica en expansión – los llamados “comercios en triángulo”. Una alianza entre los comerciantes de Nueva Inglaterra, los granjeros de las colonias del medio y los plantadores del Sur, con la ayuda del ejército y la armada franceses, consiguieron crear un estado soberano a partir de una colección de colonias británicas. La política del estado federal hacia la protección y el desarrollo de la industria central variaba con el precio del trigo en el mercado mundial (7).

El “Informe sobre las Manufacturas” de Alexander Hamilton recomendaba una política proteccionista y de sustitución de importaciones que desarrollaría el mercado doméstico y capacitaría a los Estados Unidos para convertirse en una potencia central, pero la política de Hamilton no fue adoptada inmediatamente. Los capitalistas mercantiles de Nueva Inglaterra fueron al principio ambivalentes, obteniendo mucha de su ganancia a partir de llevar el algodón del Sur a las tierras medias inglesas. Se aliaron con el Sur para oponerse a la protección hasta que, “En 1825, la gran firma de W. y S. Lawrence de Boston volvieron su interés y su capital de la importación hacia la manufactura doméstica y el resto de State Street lo siguió. Igualmente hizo Daniel Webster, que ahora se convertiría al más elocuente apoyo de la protección en el Congreso”[10] (Forsythe, 1977).

En general los capitalistas periféricos sureńos, que exportaban materias primas a la industria central en Inglaterra, se oponían al proteccionismo porque éste elevaba el costo de los bienes manufacturados importados y se arriesgaba a una venganza tarifaria británica. Los manufactureros norteńos generalmente apoyaban las tarifas. El “sistema americano” de Henry Clay era una política de protección a los manufactureros domésticos, combinada con gastos en infraestructura de transporte auspiciados por el estado, para integrar la agricultura y la manufactura en el mercado doméstico. Los granjeros apoyaron esta política cuando el precio mundial del trigo era bajo. Durante las subidas de precio, los granjeros se ponían al lado del Sur, ya que también ellos se interesaban primariamente en las exportaciones.

El Sur esclavista era la economía periférica más exitosa que el mundo haya jamás conocido y buscaba extender su control político al Occidente y al estado federal. Luego de una serie de confrontaciones y compromisos, el “irreprimible conflicto” se arregló por la Guerra Civil, que dio como resultado la consolidación del control por el capital central, en alianza con el trabajo central y los granjeros occidentales. En los ańos de 1880, los Estados Unidos alcanzaron status central en el sistema-mundo.

La ulterior elevación a hegemonía por los Estados Unidos fue debida a una combinación de producción para el mercado doméstico y el mercado internacional. Es algo más difícil que para las anteriores hegemonías holandesa y británica identificar una sola mercancía de consumo masivo que condujera al desarrollo de un nuevo sector, alrededor del cual se consolidó la hegemonía económica. Las mercancías agrícolas fueron importantes exportaciones durante todo el auge de los Estados Unidos, como lo son aún hoy. Las mercancías agrícolas pueden ser productos o bien centrales o bien periféricos, dependiendo de la manera en que son producidas. El algodón cultivado por esclavos era claramente una mercancía periférica intensiva en trabajo. El trigo occidental y otras exportaciones agrícolas se hicieron cada vez más intensivas en capital, de manera que ahora ellas son definitivamente productos centrales en relación con la especie de producción agrícola que ocurre en el resto de la economía-mundo.

El éxito de la producción central en el Norte industrial durante el siglo diecinueve condujo a la exportación temprana de textiles de algodón y no mucho después a la exportación de maquinaria. Los efectos eléctricos y los automóviles se convirtieron en importantes exportaciones de consumo masivo, junto con otros productos industriales. Como se examinó anteriormente, el mercado doméstico parece haber jugado un rol relativamente mayor en el desarrollo temprano de los Estados Unidos que el mercado doméstico de las hegemonías anteriores. Esto fue posible a causa de la expansión territorial exitosa y relativamente igualitaria de los Estados Unidos (igualitaria, en el sentido que la adquisición de tierras por propietarios pequeńos y de tamańo mediano fue sustancial).

Comparemos la hegemonía de los Estados Unidos con las hegemonías holandesa y británica. El tamańo del mercado doméstico de la potencia central hegemónica aumentó con el tamańo del mercado mundial. Las tres hegemonías se elevaron después que las potencias centrales competidoras se debilitaron ellas mismas en guerras intra-centrales. Su éxito se basó más en las ventajas económicas competitivas en la producción de mercancías materiales que en la superioridad militar, aunque ambas fueron importantes. La maduración de la hegemonía trajo consigo una centralidad política y militar creciente, así como una ventaja económica. La decadencia, en cada caso ha tenido más que ver con alcanzar a las potencias centrales competidoras, que con disminuciones absolutas en los niveles de producción o de consumo.

La hegemonía de los Estados Unidos difiere de las hegemonías holandesa y británica en algunas maneras importantes, no obstante (Goldfrank, 1983). La duración de la hegemonía de los Estados Unidos probablemente será relativamente corta y esto puede corresponderse con la creciente frecuencia de otros ciclos del sistema-mundo que han sido notados por Albert Bergesen y Ronald Schoenberg (1980: 271). Entonces no tiene sentido extrapolar mecánicamente partiendo de anteriores secuencias de auge y decadencia centrales. Una extrapolación basada en los finales del siglo diecinueve sería como sigue: La fase descendente de Kondratieff, que comenzó en 1873, podría compararse con el periodo de comienzo de los ańos de 1970. Los Estados Unidos aún tendrían relativa centralidad pero comenzarían a preocuparse por su competitividad económica y su capacidad de hacer las suyas en la comunidad mundial. Un periodo de competencia central aumentada traería la elevación de las tarifas, una expansión colonias incrementada, la división (y redivisión) de la periferia. Este periodo sería seguido por el verano indio eduardiano, ascenso económico que comenzó en 1895.

La economía mundial parecería volver a ganar estabilidad y crecimiento, pero las preparaciones bélicas y las alianzas deslizantes darían como resultado una puja por la hegemonía político-militar por parte de una potencia móvil hacia arriba que no haya logrado alcanzar mucha integración en la estructura de poder mundial (Alemania en 1914, la Unión Soviética en la segunda década del siglo veintiuno). Esta extrapolación predeciría el estallido de una nueva guerra mundial en algún momento temprano en el siglo veintiuno y una reorganización resultante de la estructura política mundial que permitiría que una nueva potencia hegemónica central – no la Unión Soviética, pero tal vez Japón – surgiera y un nuevo periodo de acumulación capitalista comenzara.

El periodo que aparentemente se va acortando, de ciclos del sistema-mundo pudiera revelar cambios inminentes en la dinámica del sistema que podrían alterar el escenario anterior. Desde fines del siglo diecinueve, el sistema como un todo ha comenzado a experimentar ciertos “efectos de techo” naturales y sociales. Previamente los aspectos contradictorios de la lógica de desarrollo capitalista han conducido a reorganizaciones coyunturales de la estructura política del sistema mediante la guerra dentro del centro. Esto es lo que ha empujado la decadencia de las viejas potencias hegemónicas y el auge de las nuevas, capaces de operar en escalas más apropiadas al tamańo expandido y a la naturaleza intensificada del sistema. Estas reorganizaciones han permitido al proceso capitalista de acumulación comenzar de nuevo sobre una nueva base; es decir, adaptarse a los problemas creados por su naturaleza contradictoria y continuar la expansión y la intensificación. En el siglo veinte los efectos de techo han dado por resultado problemas estructurales para el sistema mucho más profundos que previamente (Chase-Dunn y Rubinson, 1979). La inclusión de virtualmente todo el territorio y la población global a la economía-mundo capitalista a finales del siglo diecinueve eliminó la posibilidad de expansión a áreas previamente no-integradas. Y la descolonización formal de la periferia, aún cuando no ha eliminado (ni siquiera reducido) la división jerárquica centro/periferia del trabajo, ha aumentado los costos de explotación de la periferia. Esto reduce la cantidad de plusvalía procedente de la periferia disponible para resolver conflictos de clases dentro de los países centrales.

żCómo crean estos efectos de techo una situación que sea diferente a la que encararon los holandeses o los británicos en fases similarmente tardías de sus hegemonías? Una diferencia es consecuencia de la densidad incrementada de regulación política del proceso de acumulación de capital en todo el sistema. Si bien la mayoría de esta regulación es controlada nacionalmente, por lo que es más un aumento del capitalismo de estado que un cambio en la lógica del proceso competitivo de acumulación (Chase-Dunn, ed., 1982b), hay formas incipientes de regulación económica supranacional y esto da una posibilidad mayor que nunca antes para que el estado hegemónico central le de una solución política ingenieril a la tendencia hacia el incremento de la confrontación sangrienta. Ulrich Pfister y Christian Suter (1987), en su excelente estudio de las crisis financieras internacionales recurrentes, plantean que la capacidad de la estructura de la deuda mundial contemporánea, de prevenir (o posponer) el colapso, se debe al nivel incrementado de coordinación internacional entre los bancos, aportado por instituciones tales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. El proceso de formación estatal mundial es poco probable que pueda llevar a cabo un monopolio efectivo de la violencia legítima en los próximos 40 ańos, pero este resultado tiene mayor probabilidad de ocurrencia que nunca antes. El estado central hegemónico y especialmente ese sector de su clase dominante que tiene la mayor dispersión de inversiones en todo el globo, tiene el mayor interés en mantener tanto el orden actual como la paz global (Goldfrank, 1977).

Desde el punto de vista de este ciclo de competencia central, żdónde se encuentran los Estados Unidos en la actualidad? La hegemonía de los Estados Unidos en la producción central probablemente comenzó en los ańos de 1920. Pero no fue hasta después de la 2Ş Guerra Mundial que los Estados Unidos adoptaron activamente el rol de líder político hegemónico. Este liderazgo maduró en el periodo de 1945-70 de la Pax Americana. La hegemonía económica comenzó a declinar desde alrededor de 1950 en adelante. En 1950 los Estados Unidos produjeron el 42 por ciento de los bienes y servicios mundiales: para 1960 esto había caído al 35.8 por ciento y para 1970 era del 30 por ciento (Meyer y cols., 1975: tabla 2) (8). La declinación de la posición de los Estados Unidos vis-ŕ-vis otros estados centrales está convincentemente demostrada por Rupert y Rapkin (1985).

Albert Bergesen y Chintamani Sahoo (1985) muestran que la posición dominante de las firmas basadas en los Estados Unidos han declinado en relación con la posición de las firmas europeas y japonesas en varias industrias mundiales desde los ańos de 1950. La centralidad financiera no comenzó a resbalar hasta 1971, aunque desde más temprano eran visibles signos de intranquilidad debidos a los déficits en la balanza de pagos, así como las presiones para comprometerse en la protección del comercio (Block, 1977).

Examinando las tendencias en su medición de red de la estructura del comercio mundial de mercancías a diferentes niveles de procesamiento, Smith y White (1986) muestran que el centro se va haciendo cada vez más multicéntrico (menos jerárquico) entre 1965 y 1980. Este hallazgo apoya la noción que la declinación de la hegemonía de Estados Unidos corresponde a una distribución más igual de la ventaja competitiva en la producción central.

La derrota en Vietnam suele verse como un indicador de la centralidad política y militar declinante de los Estados Unidos. Tal vez más importantes han sido las brechas en la OTAN. Varios intentos por volver a ganar la unidad conducida por los Estados Unidos, tales como la Comisión Trilateral, han sido menos exitosos. El esfuerzo de Reagan por calentar la Guerra Fría con el “imperio avieso” y actuar con dureza con Libia, Granada y los Sandinistas en Nicaragua puede entenderse en gran parte como un intento por restablecer la hegemonía política de Estados Unidos en un mundo que se está haciendo menos económicamente centralizado.

Así, la edad de oro de la hegemonía de los Estados Unidos claramente ya ha pasado, pero los Estados Unidos continuarán siendo el mayor mercado nacional y la potencia militar más poderosa durante algún tiempo en el futuro. La operación interna del proceso de desarrollo económico disparejo (que se ve en el surgimiento de ciudades en el cinturón de sol) prolongará la hegemonía de los Estados Unidos, así como el hecho que las corporaciones basadas en los Estados Unidos tienen ventajas de escala que no pueden ser fácilmente igualadas por las firmas (privadas o públicas) de otros estados centrales. Y aunque los Estados Unidos son dependientes de importaciones de materia prima debido a su alto nivel de consumo, son menos dependientes que muchos de sus competidores a causa de las reservas internas de recursos. Así, podemos esperar que los Estados Unidos mantengan su centralidad económica y política, pero nunca pueden recuperar la altura de la hegemonía alcanzada durante los ańos que siguieron a la 2Ş Guerra Mundial.

Podría parecer probable que los Estados Unidos intentara organizar un enfoque de todo el centro a los problemas de una economía mundial que se estanca, porque todavía son los que más tienen que perder por los niveles crecientes de conflicto en el centro. Pero este intento probablemente sería socavado por la creciente competencia intranacional e internacional en un periodo de estancamiento económico (Kaldor, 1978). La relativa armonía del trabajo y el capital que ha caracterizado las relaciones de clases en los Estados Unidos desde los ańos de 1950 probablemente se moverá en una dirección más similar a la de los demás estados centrales – conciencia de clase y lucha aumentada entre el trabajo y el capital.

Dos tendencias pudieran anunciar una reorganización de la política de Estados Unidos. El sistema de partidos políticos de los Estados Unidos ha socavado la política de clases en más de un modo. El sistema electoral de “ganador se lleva todo” debilita el examen de las cuestiones, ya que todos los contendientes electorales “serios” juegan a quedarse en el medio. Los partidos mayores han sido apoyados por alianzas entre clases formadas sobre una base seccional que se deriva de la historia política regional de los Estados Unidos, que data de los tiempos de la Guerra Civil. Y la política de base clasista ha sido socavada por la distribución “tallada en diamante” del ingreso en los Estados Unidos, que ubica a la mayoría de las familias en los rangos de ingresos medios, así como también, por supuesto, por la identificación de personas de todas las clases con la nación “americana”.

Las diferencias seccionales están siendo emparejadas por el desarrollo del cinturón de sol, tendencia ésta que debilita la dominación del Sur por los “dixícratas”. Esto hace al Sur más similar al Norte y puede reducir las diferencias regionales que han sido una importante razón de que los partidos principales hayan resistido a la organización conforme a líneas de clase. Hay otro factor que también puede aumentar la relevancia de los intereses de clase en la política de los Estados Unidos – la tendencia hacia un “encogimiento de la clase media” descubierto en la estadística de la distribución del ingreso desde 1978 (Rose, 1986: tabla 5).

Estas tendencias pueden muy bien cambiar el vocabulario de la política en los Estados Unidos hacia la consideración seria de los intereses de la clase trabajadora y las cuestiones del control democrático de la economía y a este respecto los Estados Unidos pudieran alcanzar a otros estados centrales. Por otro lado, investigaciones recientes han mostrado que la estructura de clases en los Estados Unidos no ha experimentado una proletarización creciente en los ańos recientes. Wright y Martin (1987) muestran que entre 1960 y 1980 la proporción de la fuerza de trabajo empleada a la sazón, compuesta por trabajadores no-supervisores asalariados, declinó del 54.3 por ciento al 50.5 por ciento. Los administradores, los supervisores y los “expertos” aumentaron todos su peso en la fuerza de trabajo. Si bien Wright y Martin interpretan la mayoría de esta tendencia como debida a la aparición en los Estados Unidos de una economía “post-industrial”, ellos contemplan también una explicación de sistema-mundo:

La teoría marxista de la proletarización es una teoría acerca de la trayectoria de los cambios en las estructuras de clase en el capitalismo como tal, no en unidades nacionales del capitalismo. En  un periodo de rápida internacionalización del capital, por lo tanto, las estadísticas nacionales probablemente dan una imagen distorsionada de las transformaciones de las estructuras de clase capitalistas. Si estos argumentos son correctos, entonces cabría esperar que los cambios en la estructura clasista del capitalismo mundial estuvieran distribuidos de manera dispareja globalmente. En particular habría al menos alguna tendencia a que las localizaciones de clase administrativas se expandieran más rápidamente en los países capitalistas centrales y las posiciones proletarias se expandieran más rápidamente en el Tercer Mundo. (1987: 22-3).

Este desplazamiento continuado hacia una estructura de clase más semejante a la central puede trabajar contra las demás tendencias anotadas anteriormente respecto a posibles cambios en la política de los Estados Unidos. Mientras la declinación de la hegemonía y la distribución crecientemente desigual del ingreso puede estimular alguna proletarización a lo largo de líneas clasistas y alterar el foco de la política, es improbable que los Estados Unidos experimenten ningún giro abrupto hacia el socialismo en el futuro cercano.

Los intereses de clase en conflicto acerca de la política económica internacional continuarán haciendo difícil para los Estados Unidos diseńar una alianza a nivel de todo el centro. Frente a la creciente competencia por materias primas, la estrategia más probable involucrará la solidificación de los lazos económicos y políticos con algunas áreas de la periferia. Esto sería el equivalente funcional de un imperio colonial de los viejos tiempos, aunque los términos de la alianza probablemente serían menos explotadores para las áreas periféricas que lo que fueron los anteriores imperios coloniales. Esto por razón de que la recolonización formal es imposible (aunque es interesante pensar por qué), de manera que los acuerdos comerciales y los pactos militares deben exhibir, al menos superficialmente, las formalidades de una relación entre iguales. Por supuesto, la ideología de liberalismo internacional nunca ha evitado las intervenciones abiertas en los “patios” periféricos. Pero podemos asumir que el nivel de resistencia periférica es ahora mayor, así como el nivel de resistencia a las aventuras imperiales dentro de los países centrales, en comparación con eras anteriores del sistema-mundo.

La tendencia de los estados centrales a solidificar relaciones con áreas periféricas particulares pudiera debilitar la tendencia, observada desde la 2Ş Guerra Mundial, a conflictos violentos entre potencias centrales que serían librados en la periferia. La exportación de la confrontación violenta a las áreas menos poderosas del globo ha sido la regla durante el periodo de la Pax Americana. Pero en un periodo de multicentricidad, las guerras que estallen en la periferia pueden convertirse más fácilmente en guerras mundiales.

 

La Medición de la Secuencia Hegemónica

 

La mayoría de los estudios de la secuencia hegemónica han sido del tipo llevado a cabo anteriormente, una narrativa que tiende a confirmar los puntos de vista teóricos del narrador. El ejemplo clásico es El Balance Precario de Ludwig Dehio (1962), una historia diplomática de los choques entre las grandes potencias de Europa. La Política de Asimilación y sus Consecuencias de Charles Doran es un fascinante análisis de la manera en que los cambios en el poder relativo de los estados centrales afectan las decisiones de los estadistas. Incluso Goldstein (1988), que hace un sofisticado análisis cuantitativo de l as ondas de Kondratieff y los ciclos de severidad de las guerras, simplemente adopta la designación walleresteiniana de las hegemonías holandesa, británica y de los Estados Unidos y lanza una narrativa cuando llega a la secuencia hegemónica.

Ha habido, no obstante, unos pocos estudios que han intentado medir la secuencia de concentración y dispersión de poder entre los estados centrales. Estos han sido llevados a cabo primariamente por politólogos que estudian el sistema internacional y ellos han empleado ideas muy diferentes acerca de lo que constituye el poder hegemónico, como se revisó anteriormente.

Sería importante, dado que los estudiosos de la secuencia hegemónica han hecho reivindicaciones teóricas muy diferentes, comparar diferentes medidas, estudiar el desarrollo temporal y la magnitud del auge y la decadencia hegemónica y descubrir las interacciones causales entre los tipos económico y político-militar de poder. Debería anotarse aquí que solamente uno de los estudios existentes (Thompson, 1986) ha empleado una medición que pudiera ser entendida incluso como una aproximación grosera a la noción wallersteiniana de hegemonía (ver más adelante). Por supuesto, es difícil medir las ventajas comparativas en la producción central y la capacidad para penetrar los mercados extranjeros, especialmente si queremos comparar cuantitativamente nuestras mediciones en periodos largos de tiempo. Yo defenderé, no obstante, que ciertas mediciones del desarrollo económico nacional son buenas aproximaciones a la idea de ventaja comparativa en la producción central. Después de todo, el PNB per cápita está altamente correlacionado con la productividad nacional del trabajo (PNB por trabajador), especialmente cuando comparamos un gran número de países. Otras mediciones conocidas para los investigadores en comparaciones nacionales que están altamente correlacionadas con el PNB per cápita también pueden servir bastante bien como estimados de la ventaja comparativa en la producción intensiva en capital. Es bien conocido que la distribución del producto nacional entre sectores económicos – especialmente el porcentaje del producto total en la agricultura – tiene una alta correlación negativa con otras mediciones del desarrollo económico en las comparaciones entre naciones, con gran número de países, tal como el porcentaje de la fuerza de trabajo en la agricultura.

Voy a defender que estas mediciones del desarrollo económico pueden servir como aproximaciones groseras para el status central relativo en el sentido wallersteiniano, al menos hasta que podamos encontrar los recursos para desenterrar datos más directamente relacionados con la noción de ventaja comparativa en la producción central. Algunos resultados del análisis de la distribución de las mediciones del desarrollo económico entre países centrales para los siglos diecinueve y veinte se presentan en lo que sigue.

Pero primero permítaseme informar lo que otros investigadores han encontrado. George Modelski y William R. Thompson (Modelski and Thompson, 1988) han completdo un monumental proyecto de codificación que estima la cantidad de poder naval controlado para cada una de las grandes potencias de Europa desde 1494 hasta el presente. Para ser categorizada como una “potencia global”, una nación debe controlar o bien el 10 por ciento de los “barcos capitales” o el 5 por ciento de los gastos navales totales de las grandes potencias. La “potencia mundial” (potencia hegemónica en mi terminología) posee inicialmente al menos el 50 por ciento de los recursos navales disponibles para todas las potencias globales. En la teoría Modelski/Thompson, el ciclo largo de poder global se mueve de una guerra central a la siguiente. Después de una guerra central, una “potencia mundial” teóricamente controla una cantidad preponderante de poder naval, suficiente para permitirle servir de policía del sistema internacional y mantener la paz. Esta preponderancia del poder, sin embargo, se va deteriorando con el tiempo hasta que es desafiada por un país cuyo poder está creciendo.

Como Modelski y Thompson enfocan el poder naval y no los ejércitos de base terrestre, su lista de potencias hegemónicas y el tiempo de los ciclos hegemónicos resultan bastante similares a la secuencia planteada por Wallerstein. Ellos enfocan el más alto nivel de control global, que es la arena de los barcos de línea, los barcos capitales y más tarde, los transportadores de aviación. La razón de que la lista de potencias hegemónicas de Modelski/Thompson sea similar a la de Wallerstein es que el poder naval y el alcance global son formas especialmente importantes de control en una economía-mundo capitalista en la que los mercados internacionales y el comercio centro/periferia son importantes en la determinación de quién gana y quién pierde.

Hay, no obstante, algunas diferencias importantes entre el “ciclo largo” y la narrativa wallersteiniana de potencias hegemónicas. Modelski (1978) reivindica que Portugal fue la primera “potencia mundial”. Y como muchos otros politólogos que estudian las “grandes potencias”, Rusia es vista como un importante jugador que comienza en el siglo dieciocho. Los británicos son descritos como que han disfrutado el status de potencia global en dos “ciclos largos”, uno en el siglo dieciocho y un segundo en el siglo diecinueve, siguiendo a las Guerras Napoleónicas. Varios estados europeos menores, que se convirtieron en países centrales “desarrollados” en el siglo diecinueve, nunca llegaron a estar en la lista de las grandes potencias.

El enfoque de Modelski/Thompson es similar en algunos respectos a la teoría “de transición” de Organski y Kugler (1980). Ellos plantean que las guerras centrales importantes ocurren cuando una gran potencia en auge insatisfecha, desafía al régimen internacional (del cual ha sido en gran parte excluida) haciendo la guerra contra un estado anteriormente muy poderoso que cae en la decadencia o se estanca. Organski y Kugler no formulan una secuencia hegemónica a nivel de sistema-mundo, pero sí ven las tasas disparejas de crecimiento económico como la causa principal de los cambios en el poder relativo entre los estados centrales. Como se mencionó anteriormente, ellos operacionalizan esto midiendo el PNB total.

Siempre he pensado que la hegemonía (en el sentido de ventaja comparativa en la producción central) exhibe un patrón semejante a ondas en la que las depresiones son periodos de distribución relativamente igual de la ventaja comparativa entre las potencias centrales y los picos son la era dorada del poder económico y militar de una potencia hegemónica. Este cuadro se tipifica, siguiendo la Industria e Imperio de Eric Hobsbawm (1968), por el auge de la ventaja productiva británica durante la revolución industrial de finales del siglo dieciocho, consolidada después de la victoria sobre Francia en 1815, con un pico alrededor de 1860 y el comienzo de un descenso lento en los ańos de 1870.

El cuadro que pintan Modelski y Thompson es muy diferente. Para ellos el pico del ciclo está inmediatamente después de una guerra central en la que la nueva potencia global victoriosa está en el zenit de su ventaja naval sobre los contendientes. El lento deterioro comienza inmediatamente (en 1815 en el ejemplo anterior) y la guerra central estalla nuevamente cuando una nueva potencia es capaz de imaginar que derrota a la vieja potencia hegemónica. Modelski y Thompson apuntan que el retador militar nunca gana, pero que el conflicto da como resultado una estructura de poder internacional reorganizada, usualmente centrada en un país que estaba aliado a la antigua potencia hegemónica.

El análisis de Thompson (1983a) de sus propios datos conduce, no obstante, a una modificación del anterior modelo de transición planteado en hipótesis. Él indica que el patrón de un retador naval crecientemente poderoso no se revela regularmente en su análisis del poder relativo de los estados centrales, aunque hay una tendencia a que la ventaja de la potencia hegemónica se deteriore. En lugar de esto, él plantea un “modelo de transición en dos pasos” en el que una potencia mundial secundaria trata de expandirse regionalmente mediante aventuras militares de base terrestre y esta guerra regional se convierte en una guerra global cuando la vieja potencia hegemónica y otra potencia central aliada perciben el desafío regional como un desafío global (9).

Como lo dice Thompson:

Lo que no está nada claro, además, es si los retadores primarios se dan cuenta, al comenzar, todo el grado en que sus actividades regionales serán vistas como amenazadoras, ya sea por la potencia mundial ‘reinante’ o por su eventual sucesor. żDe qué otro modo podemos explicar la sorpresa repetida con que los retadores primarios confrontan la intervención de las fuerzas militares inglesas, británicas y americanas? żDe qué otra manera vamos a explicar, especialmente en el siglo veinte, que la guerra estalle antes que los retadores hayan alcanzado la base de capacidad que ellos mismos han proyectado como necesaria para la competencia global? (Thompson, 1983a: 112).

Antes de comentar más sobre el proyecto de Thompson/Modelski voy a describir otro estudio de la concentración de poder entre estados centrales, el hecho por Singer, Bremer y Stuckey (1979). Este es uno de los estudios que desarrolla lo que Thompson (1983b) llama una medición “ómnibus” de la concentración de poder, que combina seis indicadores separados. Los indicadores usados son:

“demográfico” – el número de personas que viven en ciudades con tamańos de población mayores que 20,000; y la población total de la nación;

“industrial” – consumo total de energía; y producción total de hierro o acero; y

“militar” – gastos militares y el número de personas que hay en las fuerzas armadas (Singer, 1979: 273).

Aquí se debe notar que ninguna de las variables usadas en la medición compuesta es un indicador del nivel de desarrollo. Todas ellas combinan aspectos del tamańo de una nación con su nivel de desarrollo. Entonces, simplemente ser un gran país le puede dar una cifra alta en cualquiera de los indicadores.

Las cifras resultantes fueron usadas para calcular una medida de la concentración o dispersión relativa de  poder entre las “grandes potencias”. Esto se hizo sumando los calores de cada indicador para todas las naciones que se piensa que componen el círculo de las grandes potencias y luego calculando el porcentaje de esa suma que le toca a cada país; después, promediando los porcentajes entre los seis indicadores para determinar el resultado final para cada país. Estas cifras de países luego fueron usadas para calcular una estadística inventada por Ray y Singer (1973) para estimar la concentración de poder en un sistema internacional. Las cifras resultantes de concentración se presentan para puntos de tiempo de cinco ańos desde 1820 hasta 1976 (Singer y cols., 1979: 277).

Thompson (1983b) usa la misma fórmula de concentración (el índice Ray-Singer) para comparar sus datos sobre el poder naval con la medida de Singer (y cols., 1979). Él le llama a la medida de Singer, la medida C.P.G., por Correlatos del Proyecto de Guerra, uso que adoptaré yo. La figura 9.1 está tomada de Thompson (1983b: 152) y muestra la relación entre el índice de concentración, calculado usando los datos navales de Thompson y el indicador C.P.G. desde 1816 hasta 1960. La inspección de este gráfico revela que los índices de concentración suben durante períodos de guerra central. El índice de Thompson cae dramáticamente después de la Guerra Napoleónica, en contra de la noción de un deterioro lento y varias medidas parecen elevarse lentamente, “amontonándose” más bien que haciendo pico durante el siglo diecinueve antes de dispararse hacia arriba durante las 1Ş y 2Ş Guerras Mundiales.

(LA FIGURA 9.1 POR AQUÍ)

Aunque lo anterior plantea interrogantes acerca del patrón de concentración de la hipótesis de Modelski y Thompson, realmente no nos dice mucho acerca de la versión wallersteiniana de hegemonía. Esto es porque ninguno de los indicadores usados en los anteriores estudios examina la distribución del desarrollo entre las potencias centrales. Un artículo de Kugler y Organski (1986) presenta datos que muestran la distribución relativa del PNB total entre el círculo de “grandes potencias” desde 1870 hasta 1980. Kugler y Organski utilizan parte de la metodología C.P.G., sumando el PNB total para todos los países y luego calculando el porcentaje de cada país del total. Ellos usan los resultados de esta tabla para impugnar lo que defienden muchos autores que han escrito sobre hegemonía. Ellos muestran, por ejemplo, que Rusia tenía un porcentaje mayor del PNB total entre las potencias principales en 1870 que el Reino Unido.

El problema con esta medida “económica” es que confunde tamańo con desarrollo. Por esta misma medida, la India es una “potencia mayor”, mientras Bélgica no lo es. Por supuesto, todo depende de lo que se quiere decir con hegemonía. Más adelante comencé la tarea de juntar algunos indicadores que examinan la distribución de la producción central entre estados centrales. He recalculado los porcentajes de la presentación de los PNBs en Kugler y Organski (1986: tabla 1). Esto produce un conjunto de números que muestran el PNB relativo per cápita en lugar del PNB total (ver tabla 9.1). Si bien éste no es en modo alguno un indicador ideal de la concentración de la producción central, debería ser un estimador mucho mejor de la hegemonía del tipo de Wallerstein que la medida del PNB total empleada por Kugler y Organski (10).

(TABLA 9.1 POR AQUÍ)

La tabla 9.1, con ser una versión transformada de la tabla de Kugler y Organski, contiene algunos países que no eran países centrales en 1870, tales como Japón y Rusia y no contiene otros países que eran países centrales en 1870, como Países Bajos, Suiza y Bélgica. Si bien esta tabla muestra que, por la medida del PNB per cápita, Bretańa era realmente el país más desarrollado en 1870, también indica que los Estados Unidos lo habían alcanzado para 1880. Sabemos que el PNB per cápita puede ser alto por la producción de materias primas valiosas así como por la producción central. Aunque los Estados Unidos había logrado bastante industrialización para 1880, su PNB también se elevó por un sector agrícola que estaba poniendo suelos vírgenes extremadamente fértiles en producción. Esto y los conocidos altos salarios pagados en los Estados Unidos, puede explicar el alto PNB per cápita temprano de los Estados Unidos (11).

La tabla 9.1 también indica que, en términos de PNB per cápita, el predominio británico hizo un pico en los ańos de 1890. Esto es bastante después del enlentecimiento del crecimiento británico estudiado por Crouzet (1982: capítulo 12), que ostensiblemente comenzó en los ańos de 1870. Crouzet (1982: 377) muestra que las tasas de crecimiento británicas entre 1870 y 1913 en producción total, producción per cápita y producción por hombre-hora fueron más bajas que en Alemania, Suecia y los Estados Unidos y hasta Francia aumentó su producción per cápita y su producción por hombre-hora ligeramente más rápido que Bretańa en este periodo. Pero las tasas de crecimiento británicas no son significativamente diferentes de las cifras promedio para diez países europeos durante este periodo. La depresión de los ańos de 1870 fue dura para todos los países y es posible que la relativa decadencia británica no ganara momentum real hasta los ańos 1890.

Otra aproximación grosera al desarrollo de la producción central lo dan las cifras sobre la distribución de productos entre sectores económicos (Mitchell, 1975). La tabla 9.2 contiene información sobre Bretańa y Francia tan remota como de 1790, mostrando la transformación de la estructura de las economías nacionales europeas y de Estados Unidos en términos de las proporciones del producto nacional en la agricultura. Esta medida, en recientes comparaciones entre naciones, utilizando grandes números de países, es conocido que tiene una alta correlación negativa con el PNB per cápita. La revolución industrial de los siglos dieciocho y diecinueve ocurrió primariamente en la manufactura, aunque sabemos que también ocurrieron importantes aumentos de productividad en la agricultura. Sin embargo, todos los países centrales, como muestra la tabla 9.2, han experimentado un cambio estructural tal, que la agricultura se ha convertido en una proporción decreciente del producto total. La tabla 9.2 muestra el tiempo de esa transformación entre los países.

(TABLA 9.2 POR AQUÍ)

 Como podemos ver, el Reino Unido ya tenía una proporción más baja de producto en la agricultura en 1790 que Francia (12). Esto probablemente se deba a los cambios de estructura que ha habían ocurrido debido al crecimiento previo de la industria en Bretańa. La proporción de producto en la agricultura disminuyó rápidamente en Bretańa entre 1790 y 1830, mientras en Francia varió alrededor del 50 por ciento. Para 1850, la proporción francesa comenzó a descender y continuó haciéndolo lentamente hasta 1969. La proporción británica continuó una rápida declinación hasta que alcanzó el 4 por ciento en 1930. En 1850 la proporción de Alemania era del 47 por ciento, comparable con la de Francia, mientras Bretańa ya había caído al 21 por ciento.

En 1860 tenemos datos para Italia, Suecia y Noruega, así como para Alemania. La transformación alemana había comenzado lentamente. Italia era todavía predominantemente agrícola y no comenzó a cambiar hasta 1890. Noruega y Suecia eran ya menos agrícolas en 1860 que los demás países, excepto Bretańa. Suecia no cambió mucho hasta los ańos de 1890, mientras Noruega ya estaba poco a poco transformándose desde 1860 en adelante. En 1870 tenemos datos para Dinamarca y los Estados Unidos. Dinamarca era todavía muy agrícola, aunque comenzó su transformación inmediatamente. Los Estados Unidos tenían solamente el 21 por ciento de su producto en la agricultura en 1870. Solamente Bretańa era más industrializada, con el 15 por ciento. El temprano emparejamiento de los Estados Unidos con Bretańa está ulteriormente apoyado por el cálculo de Gilpin (1975: 89, tabla 7) del porcentaje de la distribución de la producción manufacturera mundial y también por el estudio de Thompson (1986) de la concentración de las industrias de punta (ver más adelante). Por otro lado, Maddison (1982: tabla C5) indica que el cincuenta por ciento de la fuerza de trabajo de los Estados Unidos todavía estaba en la agricultura en 1870.

He examinado la concentración relativa de varios tipos específicos de producción económica y otros indicadores (Chase-Dunn, 1976). Varios de estos indicadores fueron presentados por Eric Hobsbawm en Industria e Imperio 1968: diagramas 23-25c). Hobsbawm calculó sus cifras en términos de razones, el porcentaje de varias cosas tales como el comercio mundial, la producción industrial, la producción de carbón, la producción de hierro en lingotes, la producción de acero y el consumo de algodón que ocurrió en o era atribuible a Bretańa. Cuando estas concentraciones se calculan en esta forma de razón, hay dos cosas notables. Excepto por la producción de hierro en lingotes y el porcentaje del comercio mundial que es comercio británico, todos los indicadores de la hegemonía económica británica declinan a partir del momento de la primera medición, usualmente alrededor de 1800. Admito que esto no significa que la hegemonía económica británica pico fuera antes de 1800, pero más bien la manera en que se ha calculado el indicador hace muy difícil que la ventaja británica aumente. Esto es porque, para la mayoría de los indicadores, los británicos fueron los primeros productores. Por ejemplo, pudiéramos desear examinar la distribución cambiante de las líneas ferroviarias. Como los británicos desarrollaron el primer ferrocarril de vapor, la razón de la ventaja británica respecto a las demás potencias comienza en el infinito. Los británicos tienen uno y las demás potencias tienen cero. Es difícil continuar a partir de ahí. Por esta razón he construido una medida alternativa que examina cifras de diferencias más bien que las cifras de la razón. Así, con una cifra de diferencia el primer caso es un valor de uno en lugar de infinito.

Cuando examinamos las mismas distribuciones utilizando cifras de diferencias realmente encontramos picos durante el siglo diecinueve, o más usualmente “amontonamientos”. La ventaja británica sobre la suma de las cantidades para franceses, alemanes y estadounidenses, generalmente se eleva hasta un punto entre 1870 y 1890 y luego declina. Por ejemplo, la línea de ferrocarril instalada por kilómetro de área terrestre hace un pico alrededor de 1870. La producción de acero crudo hace un pico en 1890. El consumo de algodón crudo hace dos picos, uno en 1880 y nuevamente en 1890. La producción de hierro en lingotes hace un pico alrededor de 1880. La producción de carbón hace un pico alrededor de 1885. El ingreso nacional per cápita hace un pico entre 1890 y 1900, pero después se eleva nuevamente entre 1910 y 1913. El comercio exterior no hace realmente un pico en el siglo diecinueve, sino que más bien se eleva y continúa elevándose, como muestra Hobsbawm (1968: diagrama 26), hasta alrededor de 1930. Similarmente, la energía de máquinas de vapor hace un pico en 1880 y luego se eleva aún más después de 1890.

Hay dos cosas que se pueden inferir de lo anterior. La generalización acerca de que la hegemonía británica alcanza en general un pico en los ańos de 1870 debe ser considerada como una especie de promedio. Cuando miramos a sectores particulares o tipos particulares de producción, los picos vienen en diferentes momentos. Y en algunos respectos la hegemonía británica continuó hasta el siglo veinte. Esto fue particularmente cierto en términos de la centralidad británica en el comercio internacional. Los Estados Unidos no comenzaron a se potencia hegemónica con respecto al comercio internacional hasta los ańos de 1930.

Thompson (1986) ha presentado un estudio que enfoca a las industrias líderes como medida de ventaja económica en la secuencia hegemónica. Él usa la descripción de Rostow (1978) de los sectores líderes en el desarrollo nacional para construir una lista y una periodización de los sectores líderes en el desarrollo de la economía mundial (Thompson, 1986: tabla 3). Entonces él calcula las proporciones nacionales para varias grandes potencias comenzando en 1790 para cada una de las industrias de punta y después promedia las proporciones entre industrias para cada país central, produciendo una medida de la concentración/dispersión de la producción central en industrias de punta (Thompson, 1986: tabla 5). Los resultados de Thompson producen un auge y declinación tanto para el Reino Unido como para los Estados Unidos y él compara esta medida con la medida de Thompson/Modelski de la concentración del alcance naval global y de la fuerza aérea. Este importante trabajo empírico se acompańa de un profundo examen de la interacción entre el poder económico y el militar en la secuencia hegemónica.

La medida de Thompson de la concentración de sectores de punta es sin duda el mejor esfuerzo hasta el momento para operacionalizar el auge y caída de la ventaja económica competitiva en la secuencia hegemónica. Y al igual que la mayoría de los buenos estudios empíricos, produce algunas sorpresas. Contrario a la descripción encontrada en Hobsbawm (1968) y sugerida por mi anterior análisis, la medida de Thompson muestra a la hegemonía británica haciendo un pico más temprano, entre 1810 y 1830 y su medida también indica que la hegemonía de los Estados Unidos hace pico más temprano que lo que suponía la mayoría de los analistas. Según la medida de Thompson, los Estados Unidos sobrepasan a Bretańa alrededor de 1890 y la hegemonía de Estados Unidos hace pico en 1920 y luego nuevamente en menor grado en 1950 (Thompson, 1986: figura 6).

Aún cuando este estudio es mucho mejor que cualquier estudio anterior a causa de poseer datos más completos para puntos anteriores en el tiempo y una mejor operacionalización de la ventaja productiva central, el estudio de Thompson no puede ser todavía considerado como la palabra final. Su elección de los sectores de punta y la periodización que de ellos hace son controversiales. Uno de sus sectores, la producción de hierro en lingotes, era una vieja industria en 1790. Una mejor elección hubiera sido la energía de máquinas de vapor (Landes, 19687: 221). También los países que Thompson incluye en su comparación para calcular un índice de concentración son controversiales. El incluye a Rusia, por ejemplo, desde 1790. Rusia puede haber sido una “gran potencia” en el sistema interestatal, pero difícilmente era un país central por cualquiera de las medidas de desarrollo económico. Thompson deja fuera otros países que eran indudablemente áreas centrales, tal como los Países Bajos – largo tiempo una potencia central; Bélgica, que para 1840 se estaba industrializando rápidamente; y Suiza, que para 1870 estaba bastante industrializada (ver Senghaas, 1985).

Como nuestras definiciones de centralidad son en parte lo que está en disputa, necesitamos datos del mayor número posible de países, desde tiempos tan remotos como los podamos obtener. Esto nos capacitará para comparar diferentes métodos de medición de la concentración de la producción central de punta y producir una comprensión más cierta de la secuencia de concentración/dispersión. Esto también nos capacitará para estudiar las relaciones causales entre la ventaja económica competitiva y el poder político/militar, asunto que es central para todas las teorías de hegemonía, pero que hasta ahora sólo ha sido arańado empíricamente. El estudio de Thompson es un importante paso adelante, pero se necesita hacer mucho más.

La anterior comparación de hegemonías revela que la mayoría de los rasgos de los tres casos examinados se ajustan a nuestra descripción general de l as causas y condiciones del auge y la decadencia. Pero aquí también se necesitan más investigaciones que comparen a las potencias hegemónicas exitosas con los contendientes centrales menos exitosos. Si la secuencia hegemónica es en verdad un fenómeno estructuralmente basado, producido por la dinámica del sistema-mundo mayor, podremos preguntarnos cómo afectará la operación futura de los procesos de sistema el auge y la decadencia de las potencias hegemónicas.

Debería esperarse que los Estados Unidos mantengan el internacionalismo económico más tiempo que otros estados centrales, del modo que los británicos rehusaron adoptar la protección mucho después que los demás estados centrales lo habían hecho. Ellos también deberían ser los mayores proponentes de la cooperación en todo el centro, ya que son los que más tienen que perder en caso de conflicto. La reciente política internacional de los Estados Unidos ha sido decididamente ambivalente. Al mismo tiempo que la Comisión Trilateral ha continuado proclamando la cooperación dentro del centro y el comercio libre, la administración Reagan ha aumentado los gastos militares y hay presiones crecientes hacia el proteccionismo. La mayoría de los movimientos hacia la revitalización industrial han tomado la débil forma del “socialismo de limón”, salvando a una pocas grandes firmas que no podían continuar sin subsidios gubernamentales. Las contradicciones estructurales dentro de las potencias hegemónicas centrales esbozadas anteriormente hacen que los movimientos en cualquier dirección de política sean inefectivos. Esto no significa declarar que la declinación de los Estados Unidos sea inevitable, pero sí implica que, dadas las tendencias del sistema-mundo mayor, una reversión real es extremadamente improbable.

Las conclusiones principales de la 2Ş Parte sobre los estados, el sistema interestatal y la secuencia hegemónica, están resumidas en las páginas 11 a 14 de la introducción. La 3Ş Parte enfoca más de cerca la jerarquía centro/periferia y el capítulo 13 examina las posibles conexiones causales entre los ciclos del sistema-mundo, incluyendo la secuencia hegemónica y los cambios periódicos en la estructura de las relaciones centro/periferia.

3Ş Parte: Zonas del Sistema-Mundo

 

Los cuatro capítulos siguientes examinan la noción de que una de las estructuras más importantes del sistema-mundo moderno es la jerarquía centro/periferia, un sistema espacial socialmente estructurado de las relaciones de poder/dependencia.

En el capítulo 10  examinamos cómo terminologías afines han sido empleadas por otros estudiosos y consideramos posibles definiciones analíticas de la jerarquía centro/periferia. Propongo una definición de la semiperiferia y un uso de la imaginería de zonas que evita la búsqueda de fronteras empíricas entre las categorías. Se considera la naturaleza anidada de la jerarquía centro/periferia, así como las reorganizaciones que han sido caracterizadas como varias “nuevas divisiones internacionales del trabajo”. Se examina el problema de la homogeneidad de la periferia y se revisan investigaciones que revelan diferencias de importantes consecuencias entre las áreas periféricas, dependiendo del tipo de sociedad originaria que estaba presente antes de la incorporación al sistema-mundo eurocéntrico. También se examina la idea que la forma de incorporación varió con los cambios en la naturaleza organizacional del centro en el momento de la incorporación. Después revisamos los esfuerzos que se han hecho por medir la posición de los países en la jerarquía centro/periferia, los problemas involucrados y algunas soluciones propuestas.

En el capítulo 11 se confronta la cuestión de la función de la jerarquía centro/periferia para la reproducción del capitalismo. żHan sido el colonialismo y el imperialismo aspectos necesarios del capitalismo en el centro, o han sido estos solo subproductos desafortunados resultantes de malentendidos o de un atavismo vestigial? żFue la acumulación primitiva simplemente una etapa por la que el capitalismo fue llevado a la periferia o ha sido ésta una forma de acumulación primaria que fue y es necesaria para la reproducción del capitalismo en el centro? Más bien que resolver este problema por definición, se propone una explicación basada en la importancia de la explotación periférica para la reproducción de las relaciones de clases en el centro y en el sistema interestatal multicéntrico. Se revisan varios mecanismos que se alega que reproducen la jerarquía centro/periferia, como es la investigación entre naciones que examina los efectos de esos mecanismos en el desarrollo nacional.

En el capítulo 12 examino los cambios recientes en las características sociales estructurales que han ocurrido en los países centrales y periféricos. Fenómenos tales como la industrialización dependiente, la sobre-urbanización y el florecimiento del sector informal urbano reciben consideración. Luego revisamos las evidencias respecto a las tendencias en la magnitud de las desigualdades centro/periferia. żHa habido una pauperización absoluta de la periferia, como reivindican algunos autores, o se han desarrollado tanto el centro como la periferia, aunque a tasas diferentes, resultando en una brecha relativa creciente?

El capítulo 13 examina hipótesis que vinculan a los ciclos en el sistema-mundo completo, con los cambios cíclicos en la relación centro/periferia. La onda de Kondratieff, las ondas de severidad de la guerras centrales y la secuencia hegemónica son examinadas en conexión con alegadas oscilaciones en la estructura centro/periferia tales como el apretamiento y aflojamiento alternos de las redes regionales de comercio, los periodos de protección al comercio versus periodos de intercambio de mercado mundial relativamente más libres, ondas de expansión colonial, ondas de exportaciones de capital desde el centro hacia la periferia y crisis financiera internacional cíclica, que son disparados por impagos de las deudas periféricas.

 

Capítulo 10: Centro y Periferia

 

Este capítulo examina la significación analítica de centro y periferia. Se desempaquetan en sus dimensiones subyacentes estas categorías conceptuales y se examina la controversia acerca de los diferentes usos. Se define también la noción de semiperiferia y se considera la cualidad anidada de la jerarquía centro/periferia. Se describe el problema de los límites entre las zonas centrales, periféricas y semiperiféricas y se revisan varios enfoques de la operacionalización de la relación centro/periferia. Después consideraremos el problema de la periferización como un proceso y examinaremos la literatura que considera la incorporación de diferentes modos de producción locales a la economía-mundo capitalista. Se critican investigaciones recientes de historiadores económicos que disputan la importancia de la explotación de la periferia para la industrialización central. Y revisamos la literatura acerca de la reorganización de la forma de la relación centro/periferia que ha sido caracterizada como la “nueva división internacional del trabajo”.

 

Terminología

 

Las diferencias regionales han sido de interés desde hace tiempo para los sociólogos, antropólogos, geógrafos, politólogos y economistas. La relación entre “civilización” y “barbarie” es quizás la forma más antigua de la comparación entre regiones desarrolladas y menos desarrolladas. Los teóricos de la modernización utilizaron la distinción entre modernidad y tradición para comparar a sociedades que se pensaba que estaban en diferentes niveles de desarrollo.

Se ha descubierto que las regiones llamadas desarrolladas y subdesarrolladas suelen estar en interacción entre sí y que esta interacción con frecuencia altera de manera importante las estructuras de ambos participantes (p. ej., Lattimore, 1940). La idea de jerarquía regional ha sido aplicada al sistema contemporáneo internacional por los teóricos de la dependencia que examinan la dominancia y la dependencia, por los politólogos que estudian las interacciones entre los países del “Norte” y los del “Sur” (p. ej., Doran, Modelski y Clark, 1983) y por los marxistas que estudian los países imperialistas y los explotados. Autores tales como Raúl Prebisch (1949), Johan Galtung (1971) y Samir Amin (1974) han empleado los términos “centro” y “periferia”, mientras André Gunder Frank (1969) originalmente hablaba de la “metrópolis” y los “satélites”. Varios otros términos, tales como grandes potencias, países ricos y pobres, Primer Mundo, Segundo Mundo, Tercer Mundo y Cuarto Mundo, han sido usados.

Los términos que emplearé han sido propuestos por Immanuel Wallerstein. Estos serán definidos más adelante, pero aquí simplemente relacionaré las palabras. Hablamos de una potencia hegemónica central, de otras potencias centrales y de potencias centrales de segundo orden. Hablamos de áreas periféricas, de periferias extremas y de arenas externas – las que quedan fuera de los límites del sistema-mundo. Al decir centro se sugiere que se trata de un área y no de un punto. Periferia significa una gran categoría, no solo un borde externo. El esquema se refiere a un sistema de estratificación socialmente estructurado que está espacialmente diferenciado a causa de las formas territoriales asumidas por organizaciones importantes, especialmente los estados. Como implica lo anterior, es posible la movilidad vertical dentro de esta estructura de desigualdad, aunque se entiende que la jerarquía general se reproduce por varios procesos que operan en el sistema-mundo. Estos procesos son examinados en el capítulo 11. Aquí enfocaremos la naturaleza de la desigualdad espacial que produce una economía-mundo capitalista.

 

Centro y Periferia en General

 

La economía-mundo contemporánea no es el único sistema-mundo que ha tenido una jerarquía centro/periferia. Verdaderamente Kasja Ekholm y Jonathan Friedman (1982) han planteado que todos los sistemas-mundo, pasados y presentes, tienen jerarquías centro/periferia y se basan en un modo de producción general similar “imperialista del capital”. Ellos indican que todos los sistemas-mundo parecen pasar por periodos de concentración y dispersión de poder y riqueza, experimentar un desarrollo disparejo y exhibir la dominación y la explotación de las áreas periféricas por las áreas centrales. Mucha de la literatura acerca de la evolución de los estados e imperios apoya la noción que los sistemas centro/periferia han sido importantes dimensiones de la organización en los sistemas-mundo antiguos (p. ej., Rowlands, Larsen y Kristiansen, 1987). Es típico para un área central extraer plus-producto de las áreas periféricas. Parece probable, no obstante, que ha habido importantes diferencias cualitativas en las maneras en que estas jerarquías centro/periferia han estado organizadas. Una interesante diferencia entre el sistema-mundo moderno y la mayoría de los sistemas-mundo pre-capitalistas es el grado relativo de desigualdad dentro de las sociedades centrales y periféricas. Los países centrales en el sistema moderno tienen relativamente menos desigualdad, mientras en los sistemas pre-capitalistas las sociedades centrales tendían a estar más estratificadas. Recientemente yo he esbozado el comienzo de una comparación de las jerarquías centro/periferia en diferentes tipos de sistemas-mundo, que busca determinar sus similitudes y diferencias sistemáticas, pero este trabajo está solamente en una etapa de prospecto (Chase-Dunn, 1986). Aquí definiré el centro y la periferia de una manera que es específica de nuestro sistema-mundo contemporáneo, aunque se necesitará una definición más general para el estudio comparativo de diferentes tipos de sistemas-mundo.

 

El Centro y la Periferia en un Sistema-Mundo Capitalista

 

La cuestión analítica que debe ser examinada es la naturaleza esencial de la jerarquía centro/periferia en un sistema-mundo en que el capitalismo es el modo dominante de producción. Es relativamente fácil compilar una lista de rasgos sociales estructurales que distinguen las áreas centrales de las periféricas. Así, los estados centrales son interna y externamente fuertes, contienen naciones relativamente integradas y tienen economías nacionales articuladas en las que la producción es relativamente intensiva en capital y los salarios son relativamente altos. Los estados centrales tienen relativamente menos desigualdad económica y política que los estados periféricos.

Estas generalizaciones son verdaderas, pero no nos dicen cuál es la cualidad esencial de la jerarquía centro/periferia. Por supuesto, pudiera ser que no haya una sola dimensión subyacente, más importante que las demás. Sin embargo, algunos autores han postulado específicamente una definición analítica central del carácter central y del carácter periférico y sería teóricamente valioso tener una definición claramente especificada. Aquí examinaré las varias formulaciones previas y presentaré una nueva síntesis.

En general la jerarquía centro/periferia es una estructura de dominación y explotación, por supuesto. Como en todos los sistemas socio-económicos de base clasista, el plus-producto – el producto material de los productores directos en exceso al que se requiere para reproducir a esos productores – es apropiado por una clase de no-productores. Pero żcómo se organiza y se ejecuta esta apropiación en el sistema-mundo moderno?

Lo más fácil es comenzar con las maneras en que ésta no se ejecuta. Primero, como se plantea en el capítulo 5, no está organizada primariamente mediante mecanismos normativos. Esto no quiere decir que no estos no tengan importancia pero, en comparación con la coerción política y el intercambio de mercado, los mecanismos normativos de control y apropiación juegan solo un rol de apoyo. En segundo lugar, la coerción política, aunque sigue siendo importante, es mucho menos central al proceso de apropiación que en los imperios-mundo anteriores y en las economías-mundo en las que eran dominantes varias formas de los modos tributarios de producción. El cobro de impuestos es ciertamente importante como la fuente de recursos para los estados, pero el cobro de impuestos y de tributos no son las formas más centrales de apropiación en el sistema-mundo moderno.

No estoy de acuerdo con quienes enfocan el poder político-militar como la dimensión principal de la relación “Norte/Sur”. La coerción política opera más directamente en las áreas periféricas que en las áreas centrales y la coerción política (incluyendo a la vigencia del derecho y las fuerzas policiales dentro de los estados-naciones y el uso y la amenaza de la fuerza militar en las relaciones entre estados) ciertamente juega un importante rol en el mantenimiento de las relaciones de poder que son condiciones necesarias para la operación de la producción capitalista de mercancías. Pero, en comparación con los sistemas-mundo históricamente previos, este sistema-mundo descansa mucho menos en la coerción político-militar directa y descansa más en la explotación económica que se organiza mediante la producción y venta de mercancías. El problema se convierte en: żcómo podemos definir analíticamente la mezcla típica de coerción política y remuneración económica que permite a las áreas centrales dominar y explotar a las áreas periféricas en el sistema-mundo contemporáneo? Y una vez que hayamos definido el carácter de centro y el de periferia, żcómo podemos medir esta dimensión?

Hay varios problemas que surgen de una revisión de las definiciones y exámenes que encontramos en la literatura sobre las relaciones centro/periferia. Uno tiene que ver con las unidades o actores que son los nodos de las relaciones centro/periferia. Otro es, por supuesto, la naturaleza de las cualidades relacionales que se alega que son centrales. Y otro más es la forma hipotética de la distribución de las actividades centrales y periféricas.

Muchos autores han reivindicado o implicado que la dimensión económica principal de la jerarquía centro/periferia es la división del trabajo entre la producción industrial de bienes procesados versus la producción extractiva de materias primas o mercancías agrícolas. Se han hecho varias piezas importantes de investigación, que examinan las diferencias en el “nivel de procesamiento” de las mercancías. Estas suelen implicar que la distinción del nivel de procesamiento es la dimensión principal de la jerarquía centro/periferia. Este argumento se deriva de un estudio de 1945 por Albert Hirschman (1980), que examinaba los efectos del nivel de procesamiento de las exportaciones e importaciones sobre el poder económico nacional. Hirschman y más tarde Galtung (1971) razonaba que una economía nacional que produce principalmente bienes altamente procesados tendrá una tasa superior de crecimiento, a causa de las vinculaciones hacia adelante y hacia atrás más integrados dentro de la constelación de actividades económicas en la economía nacional y de esta manera tendrá mayores producciones derivadas y efectos multiplicadores de las inversiones nuevas. Las economías regionales en las que se producen primariamente materias primas extractivas o productos agrícolas, probablemente estarán menos diferenciadas internamente, menos vinculadas internamente, de manera que es improbable que las nuevas inversiones estimulen mucho el crecimiento local.

Otro argumento en apoyo al nivel de procesamiento defiende que es más fácil aplicar las innovaciones y las nuevas tecnologías al sector industrial que al sector de materias primas y/o al agrícola, porque el sector industrial es menos dependiente de factores “naturales”, por lo que es más dúctil a la reorganización. Stephen Bunker (1984) defiende que las economías extractivas exportan grandes cantidades de energía derivada del medio ambiente y de esa manera agotan rápidamente al ecosistema local, lo que a su vez tiende a socavar la posibilidad de actividades económicas más diversificadas. Estos efectos negativos de las actividades extractivas pueden ser (en teoría y algunas veces en la práctica) superados por grandes inversiones para resguardar o reconstruir el ecosistema local, pero es improbable que los propietarios de las empresas extractivas hagan tales inversiones preservacionistas. De tal manera, las actividades extractivas tienden a evitar el desarrollo de actividades industriales diversificadas de tipo central en la misma región.

Los investigadores del Centro Braudel tienen un enfoque algo diferente. Wallerstein define las actividades centrales y las actividades periféricas como características distintas de los nodos en las cadenas de mercancías. Como se describe en el capítulo 1, las cadenas de mercancías son interconexiones con forma de árbol entre los procesos de producción, distribución y consumo, que sueles cruzar las fronteras estatales. Cada producto final puede ser analizado en términos de los materiales, el trabajo, el sostenimiento del trabajo, la transportación, el procesamiento intermedio, el procesamiento final y el consumo final. Wallerstein argumenta que los nodos o loci de actividad a lo largo de estas cadenas de mercancías pueden ser distinguidos en términos de las retribuciones que reciben. Las actividades centrales reciben retribuciones desproporcionadamente altas, mientras las actividades periféricas reciben retribuciones bajas. Y esta distinción se concibe como dicotómica, de modo que cada actividad es o bien central o bien periférica. Un área central es la que tiene una alta proporción de actividades económicas centrales y viceversa para un área periférica. Un área semiperiférica se define como una región que contiene una mezcla relativamente igual de actividades centrales y periféricas.

Giovanni Arrighi y Jessica Drangel (1986) han hecho un valioso esfuerzo por esclarecer la definición analítica de las actividades centrales y periféricas. Ellos concuerdan con Wallerstein en que la distinción de las actividades centrales/actividades periféricas debería concebirse como dicotómica, pero no están de acuerdo con la tendencia de Wallerstein a igualar la actividad central con la producción intensiva en capital (mecanizada). Wallerstein y otros teóricos (p. ej., Chase-Dunn y Rubinson, 1977) han criticado la noción (anteriormente examinada) que iguala la dimensión centro/periferia con una división del trabajo entre las manufacturas procesadas y la producción de materias primas o mercancías agrícolas – el nivel de procesamiento. Se plantea que la producción tanto de materias primas como la agrícola puede ser llevada a cabo como producción central si la tecnología intensiva en capital se combina con el trabajo calificado bien pagado. Así, la distinción entre agricultura central y agricultura periférica, así como la industria central y la industria periférica se hace posible, teniendo que ver las diferencias subyacentes con el nivel de ganancias y salarios y estos se asume que están asociados con el grado relativo de intensidad de capital.

Si bien Arrighi y Drangel (1986) concuerdan en que es un error simplemente identificar la actividad central con el nivel de procesamiento, ellos también cuestionan la identificación de la actividad central con la producción relativamente intensiva en capital. Ellos más bien definen la actividad central como aquella actividad económica (no necesariamente de producción) que recibe retribuciones relativamente altas, independientemente de cuál es la naturaleza sustantiva de la actividad. Arrighi y Drangel adoptan una definición schumpeteriana de actividad central, basada en la innovación empresarial. Schumpeter (1939) planteaba que la fuerza motriz que está detrás de la acumulación capitalista es la capacidad de los empresarios organizacionales de desarrollar nuevas actividades que los capacitan para capturar una gran proporción de las retribuciones a la actividad económica. Esto puede ocurrir en el ámbito del desarrollo y producción de productos, pero también puede ocurrir en las actividades financieras o comerciales. Arrighi y Drangel argumentan que la actividad central consiste en la capacidad de algunos actores para capturar retribuciones relativamente mayores, protegiéndose a sí mismos en algún grado de las fuerzas de la competencia. La actividad periférica, por otro lado, está expuesta a una fuerte competencia, por lo que el nivel de retribuciones (ganancia, renta y salarios) es bajo.

La definición  de Arrighi y Drangel es provocativa y contiene similitudes con otros trabajos recientes sobre la naturaleza del capitalismo central. Braudel (1984) enfoca a la haute finance, una combinación de finanzas y capital comercial ayudada por los monopolios instigados por el estado, como la esencia del capitalismo central. Esto diferencia similarmente a la centralidad de cualquier tipo particular de producción.  Se nos recuerda también la noción de Raymond Vernon (1966) del ciclo de producto, en el que los innovadores centrales crean nuevos productos que ellos son capaces de vender a altos precios (rentas tecnológicas) hasta que los productos son copiados por otros productores que recortan el precio y utilizan ingredientes más baratos, haciendo desplazar la producción del producto hacia el sector competitivo (periférico). También el examen de Arrighi y Drangel recuerda la distinción hecha por James O'Connor (1973) entre el sector monopólico y el sector competitivo y la distinción afín entre el mercado primario del trabajo y el mercado secundario del trabajo, empleada en las teorías de segmentación del mercado del trabajo.

Si bien estos enfoques pudieran parecer similares en la superficie, ellos difieren en términos de los mecanismos subyacentes por los cuales se generan las retribuciones diferenciadas. La idea del ciclo de producto implica que los costos de investigación y desarrollo para desarrollar nuevos productos son recuperados mediante las rentas tecnológicas – la capacidad de un innovador para recibir un alto precio por un producto nuevo. Aquí no hay explotación. Los capaces de crear productos nuevos para los cuales existen mercados potenciales reciben una ganancia justa por sus inversiones de investigación y desarrollo. Por otro lado, las industrias monopolizadas u oligopolizadas pueden recibir una retribución por explotación a causa de su capacidad para controlar los precios, lo que da por resultado “plus-ganancias”. Se implica que la protección de las fuerzas competitivas no es debida tanto a la innovación como a la capacidad de las firmas de obtener protección política de los estados o por el costo prohibitivamente alto de entrar en la producción de bienes que han alcanzado una elevada intensidad de capital y grandes retribuciones a la escala de producción.

 

Producción Central

 

Voy a definir la actividad central como cierta especie de producción, la producción de mercancías relativamente intensivas en capital (mercancías centrales) que emplean trabajo relativamente calificado, relativamente bien pagado. Esta es una idea relacional, porque el nivel de intensidad en capital que constituye  la producción central durante un periodo específico se define como relativo al nivel promedio de intensidad en capital en el sistema-mundo como un todo. Como la intensidad promedio en capital es una tendencia creciente, las formas de producción que una vez fueron producción central pueden convertirse en producción periférica en un tiempo posterior.

La intensidad en capital involucra la utilización de técnicas que facilitan alta productividad por hora de trabajo. Así, un gran componente de la producción intensiva en capital es la utilización de maquinaria, o bienes de capital, en el proceso de producción. La intensidad en capital es similar a la idea de Marx de la composición orgánica del capital – la razón de capital a trabajo que se emplea en el proceso de producción. También está íntimamente relacionada a la idea de productividad del trabajo, aunque tanto la intensidad en capital como la velocidad y la calificación del esfuerzo humano están involucradas en la productividad del trabajo. La intensidad en capital y el uso de trabajo calificado usualmente están combinados, al menos cuando consideramos el proceso total de producción. Pudiera no hacer falta trabajo calificado para operar las máquinas, pero sí requiere trabajo calificado construirlas y mantenerlas funcionando.

Un área central es un área en la que se concentra producción relativamente intensiva en capital. La producción intensiva en capital suele estar en el sector manufacturero o industrial de una economía nacional, pero también puede esta en el sector de servicios, el sector agrícola u en otros sectores. La definición de producción central no está restringida a la “industria”, aunque éste suele ser el sector más intensivo en capital. La agricultura en las áreas centrales usualmente es también intensiva en capital en relación con la agricultura de otras zonas del sistema-mundo y lo mismo se aplica a los servicios.

Para mí no tiene sentido dicotomizar la distinción entre producción central y periférica. La dicotomización crea el falso problema de dónde ubicar el punto de corte. La dimensión centro/periferia es más bien una variable continua entre constelaciones de actividades económicas  que varían en términos de sus niveles promedio relativos de intensidad en capital versus intensidad en trabajo.

żCuál es la unidad que puede designarse como comprometida en las actividades centrales o periféricas? Wallerstein usa el término “nodo” para designar el locus de la actividad central o periférica en una cadena de mercancías. Este término es intencionalmente vago, porque todas las designaciones más específicas tienen problemas. Una posibilidad es la firma, la unidad de capital, la organización que se apropia de la ganancia. Pero algunas firmas son transnacionales y combinan los tipos tanto central como periférico de producción. Y algunos aspectos importantes de la producción central, tales como las vinculaciones relativamente densas hacia delante y hacia atrás, pueden no ser características de firmas centrales individuales. Las ciudades son una posibilidad, porque ellas también son loci de acumulación y ellas pueden tener las firmas que atraviesan las firmas, que suelen asociarse con la producción central. Pero no todas las regiones tienen ciudades y algunos aspectos de las relaciones entre ciudades son importantes para la distinción centro/periferia.

Una tercera posibilidad es el estado-nación. El problema con enfocar una economía nacional, definida como unidad jurídica, es que las redes económicas reales no suelen seguir las fronteras estatales. En verdad, en el sentido de sistemas económicos completamente auto-contenidos, no ha economías nacionales en el sistema-mundo. Pero las regiones y los estados-naciones sí difieren en términos de sus niveles relativos de integración económica, como apuntan los teóricos de la dependencia y los investigadores marxistas tales como Amin y De Janvry. Amin (1974) y De Janvry (1981) definen al capitalismo central como acumulación capitalista auto-reproductora, relativamente integrada, mientras que el capitalismo periférico se entiende como una economía regional desarticulada que es altamente dependiente de las importaciones desde y las exportaciones hacia el centro. Vale la pena recordar que los estados centrales son también dependientes de la existencia de una economía-mundo mayor, pero también es importante reconocer el grado y la naturaleza muy diferentes de esta dependencia. La integración diferencial de las regiones y estados-naciones desde hace tiempo ha sido y sigue siendo un importante rasgo de la jerarquía centro/periferia y este aspecto de la jerarquía requiere que enfoquemos las regiones más bien que las actividades de las firmas individuales al definir las formaciones centrales y periféricas.

La unidad de centralidad o de perifericidad será entonces la “región”. Esto sigue siendo vago, pero claramente no es la firma ni el estado-nación. Las ciudades, pero también los sistemas de ciudades y áreas rurales pueden ser regiones de producción relativamente intensivas en capital o intensivas en trabajo.

Arrighi y Drangel ponen en tela de juicio la identificación de las actividades centrales  con la producción intensiva en capital, porque la producción industrial se está convirtiendo en una actividad que está ubicada en la semiperiferia y la periferia y ellos también apuntan que las actividades “no-productivas” suelen ser más lucrativas y rendir más altos salarios que las actividades que están directamente asociadas con la producción industrial.

Arrighi y Drangel (1986: 54) muestran que la proporción promedio de la fuerza de trabajo en el sector industrial ha disminuido en los países centrales, mientras ha aumentado en los países semiperiféricos y periféricos. Ciertamente, ha ocurrido industrialización en la semiperiferia y en mucha de la periferia, pero yo defiendo que esto no ha hecho disminuir el nivel de desigualdad entre el centro y la periferia en términos de la intensidad en capital de la producción. La proporción de la fuerza de trabajo empleada en el sector industrial en los países centrales ha bajado precisamente porque la intensidad en capital se ha elevado. La manufactura robótica no requiere una gran fuerza de trabajo en la fábrica. Como la intensidad en capital ha continuado elevándose en el centro durante la industrialización de la semiperiferia, la distribución general no ha cambiado mucho. Si la distribución de la intensidad en capital se fuera a hacer más igual, también habría una descentralización del poder económico que amenazaría la operación del capitalismo.

En cuanto a la observación de Arrighi y Drangel de que la producción intensiva en capital no siempre da las retribuciones más altas, esto es cierto, pero también es necesario examinar las constelaciones económicas de actividades. Los especuladores de la bolsa pudieran disfrutar de la más alta tasa de ganancia y esta actividad pudiera aumentar en un período de desarrollo disparejo en el centro y estancamiento del crecimiento en todo el sistema-mundo, porque el capital monetario no puede encontrar inversiones productivas lucrativas en un mundo en el que la capacidad productiva excede grandemente a la demanda efectiva. Pero esto no debería llevarnos a la conclusión de que estos “empresarios innovadores” han logrado mudarse a una nueva forma de acumulación que tendrá éxito en el plazo largo (o siquiera el mediano). Más bien esta forma de actividad especulativa es más una seńal de crisis a nivel mundial que una nueva forma de acumulación central (ver capítulo 4).

Por otra parte, se debe admitir que la asociación entre la intensidad en capital y el nivel de retribuciones no es exacta. La acumulación exitosa puede conducir o no a una economía regional diversificada, relativamente intensiva en capital. El auge y caída de las ciudades periféricas espectaculares y los enclaves extractivos  son evidencias de esto. El desarrollo exitoso de una economía central involucra toda suerte de inversiones que no son inmediatamente lucrativas, así como toda suerte de regulaciones políticas y políticas estatales que faciliten el desarrollo de largo plazo más bien que simplemente la acumulación de corto plazo. El hecho de que Arrighi y Drangel (1986: 44) reivindiquen que Libia se haya mudado al centro (basados en su uso del PNB per cápita como medida del status central) revela la debilidad de su identificación de la actividad central con las retribuciones de corto plazo basadas en cualquier especie de actividad. Libia está asentada sobre una fortuna de petróleo, pero por cualquier otra medida, excepto el PNB per cápita, Libia claramente no es un estado central. Esto nos lleva al siguiente problema, que es el de la operacionalización de la distinción centro/periferia. Pero antes de revisar los estudios que se han hecho y las controversias acerca de la medición, consideremos el problema de la jerarquía centro/periferia como una estructura multinivel anidada.

 

Anidamiento

 

La jerarquía centro/periferia es una dimensión a escala de sistema, de desigualdad estructurada, pero al mismo tiempo es también una jerarquía regionalmente anidada. Los estados del sistema interestatal son obviamente importantes unidades de esta jerarquía, pero los estados no son internamente homogéneos. Como sugieren los términos de Galtung, “la periferia del centro” y “el centro de la periferia”, hay importantes desigualdades regionales dentro de los países. Muchos de los procesos de desarrollo disparejo que estudiamos a nivel del sistema-mundo también ocurren dentro de los países (Hechter, 1975; N. Smith, 1986) y estos no son solamente procesos análogos. Ellos suelen estar históricamente ligados entre sí. En los Estados Unidos, la Guerra Civil transformó al Sur de un área periférica de la economía atlántica a una periferia interna de un estado central en auge. Y recientemente el cinturón de sol se ha convertido en un nuevo centro de acumulación capitalista que está ayudando a sostener la hegemonía decadente de los Estados Unidos (Feagin, 1985). Los Apalaches han sido desde hace tiempo una región de refugio de subsistencia, partes de la cual se especializaron en la producción extractiva periférica. Las jerarquías urbanas que caracterizan a los sistemas nacionales de ciudades son otra manifestación de estratificación regional dentro de los países, como lo es la dimensión urbana/rural.

Adicionalmente, el sistema-mundo está anidado dentro de regiones internacionales así como en regiones dentro de los países. Un análisis de la jerarquía del sistema-mundo no debe ignorar las formas anidadas de desigualdad que ocurren en las sub-regiones continentales. El examen del sub-imperialismo (p. ej., Marini, 1972) sugiere que las potencias regionales, tales como Brasil en América del Sur o Nigeria en África, algunas veces juegan el rol del centro vis-ŕ-vis países periféricos contiguos. Otra jerarquía anidada es el sistema de ciudades mundiales. Ésta incluye redes urbanas nacionales, las grandes ciudades mundiales de los estados hegemónicos centrales (Ámsterdam, Londres, Nueva York), las importantes ciudades centrales dentro de otros países centrales y las metrópolis de los países periféricos, que suelen ser primadas dentro de sus redes urbanas nacionales (Chase-Dunn, 1985a; D. Meyer, 1986). Así, el anidamiento ocurre a varios niveles y es este  conjunto de límites de red que se desplazan, frecuentemente en conflicto entre sí, lo que constituye el terreno institucional sobre el que tiene lugar la competencia en el sistema mundo (1). Por otro lado, la calidad anidada de la relación centro/periferia no es transitiva. John W. Meyer una vez decía en broma que “todo el mundo es la periferia de alguien”. Aún con un anidamiento sustancial, la estructura multinivel del centro/periferia forma una jerarquía altamente estratificada de dominio y dependencia. Las evidencias respecto a esta desigualdad se examinan en el capítulo 12.

 

La Semiperiferia

 

La idea de la semiperiferia es uno de los conceptos más fructíferos introducidos por Immanuel Wallerstein. Ha sido ampliamente usado, pero han importantes desacuerdos acerca de las definiciones y algunos investigadores han criticado a Wallerstein por vaguedad y uso contradictorio (ver Lange, 1985). Las sugerencias que he hecho anteriormente acerca  de la jerarquía centro/periferia implican un reexamen del concepto de semiperiferia.

Wallerstein emplea dos elementos en su definición de la semiperiferia – la dicotomía entre actividades centrales y periféricas y la noción de que una frontera estatal abarca un balance aproximadamente igual de actividades tanto centrales como periféricas. Así, por esta definición, no ha actividades semiperiféricas como tales. Hay más bien estados semiperiféricos que contienen un balance de actividades tanto centrales como periféricas.

Wallerstein plantea también que la existencia de estados semiperiféricos actúa para despolarizar la jerarquía centro/periferia aportando actores intermedios cuya propia presencia reduce el relieve del potencial conflicto a lo largo de la dimensión centro/periferia de la desigualdad. Él ha examinado también las oportunidades de movilidad hacia arriba de los estados semiperiféricos durante la fase de estancamiento del ciclo de Kondratieff (Wallerstein, 1979a; capítulo 5).

Como yo he reconceptualizado las actividades centrales y periféricas como un continuum de formas de producción relativamente intensivas en capital/trabajo, es hipotéticamente posible, según mi uso, que un área semiperiférica contenga un nivel uniformemente inmediato de producción respecto al continuum centro/periferia. La idea de la semiperiferia es importante porque nos capacita para enfocar cómo la existencia de regiones intermedias afecta la dinámica centro/periferia en el sistema-mundo como un todo. También nos anima a examinar las maneras en que los actores intermedios tienen diferentes estrategias y los estados intermedios tienen diferentes posibilidades de desarrollo, diferentes en el sentido de sistemáticamente diferenciadas a las regiones ya sean típicas centrales o típicas periféricas. Wallerstein no reivindica que la semiperiferia sea una zona o un conjunto de estados homogéneos. Más bien él defiende que estar en una ubicación semiperiférica vis-ŕ-vis la jerarquía centro/periferia es una condición que anima ciertos tipos de conducta.

La idea de que los estados semiperiféricos contienen un balance de actividades tanto centrales como periféricas es útil porque es probable que esta condición produzca intereses económicos y políticos contradictorios dentro de las fronteras de un mismo estado. Wallerstein plantea que esta fue una importante razón por la que Francia fue incapaz de aspirar de manera más efectiva a la hegemonía en los siglos diecisiete y dieciocho. Aunque Francia era definitivamente una potencia central, el esfuerzo por mantener unido un vasto territorio,  con intereses regionales en conflicto, redujo los recursos disponibles para la competencia con Inglaterra por la hegemonía y produjo una política económica internacional ambivalente y vacilante.

La noción de una mezcla de actividades centrales y periféricas es útil,  pero hay otro tipo de semiperiferia, que es la que contiene actividades que son predominantemente intermedias en términos del nivel relativo de intensidad en capital/intensidad en trabajo. Esto no tiene exactamente las mismas consecuencias que la forma mixta. El uso de Wallerstein a veces sugiere que algunas clases de relaciones de clase son de forma intermedia, indicando así la semiperifericidad. En su examen del Mediterráneo cristiano semiperiférico del largo siglo dieciséis, Wallerstein (1979a: capítulo 2) defiende que las cosechas compartidas eran una clase de relaciones rurales intermedias entre la agricultura de hacendados de las áreas centrales y la servidumbre y la esclavitud de las áreas periféricas. Esta idea de una forma intermedia de control del trabajo es similar en algunas maneras a mi noción de niveles intermedios en el continuum intensidad en capital/intensidad en trabajo. Esto sugiere que hay ciertamente algunas actividades que son conceptualizadas de  manera útil como semiperiféricas y que la prevalencia de estas actividades en una región o estado puede constituir un área semiperiférica (2).

Yo estoy planteando que hay dos especies analíticas de semiperiferias: las del tipo uno son aquellos estados en los que hay una mezcla balanceada de actividades centrales y periféricas y las del tipo dos son aquellas áreas o estados en los que hay un predominio de actividades que están a niveles intermedios respecto a la distribución en el sistema-mundo vigente de producción intensiva en capital/intensiva en trabajo.

Obviamente, mucho se queda afuera en términos de la clase de especificación que necesitaremos para operacionalizar estas definiciones de la semiperiferia. Por el momento deseo mirar a las implicaciones de lo anterior para nuestras expectativas acerca de  la conducta semiperiférica.

En capítulos previos he planteado (y lo elaboraré en los capítulos que siguen) que la jerarquía centro/periferia apoya la reproducción de la acumulación capitalista al polarizar el conflicto de clases dentro de los estados centrales y también dentro de los estados periféricos en los que el estado ha caído bajo el control de políticos que desean usar la retórica anti-imperial para suavizar los conflictos domésticos. Este argumento general también  se aplica a la competencia dentro de las clases dominantes. Esperamos más solidaridad nacional entre los diferentes grupos de capitalistas en el centro y la retórica anti-imperial puede tener un efecto integrador sobre los diferentes tipos de capitalistas periféricos dentro de los estados periféricos.

Estos efectos armonizadores de la jerarquía centro/periferia sobre las relaciones dentro de las clases y entre clases es menos probable que operen en la semiperiferia. Los efectos armonizadores funcionan de manera diferente en diferentes grupos. Entre  los capitalistas del centro, la solidaridad nacional es más fácil de alcanzar porque hay más oportunidades de escapar, de modo que la competencia es menos intensa. Para los trabajadores del centro los salarios son más altos, las condiciones de trabajo, mejores y los capitalistas del centro tienen mayor probabilidad de hacer concesiones económicas y políticas a los trabajadores precisamente porque están menos presionados por las fuerzas competitivas.

Estas generalizaciones solo se aplican grosso modo. Dentro de países centrales individuales, dependiendo de la herencia de formas institucionales que quedan de luchas pasadas, el estado vigente de la economía-mundo y las perspectivas futuras de la economía nacional, estos efectos pueden variar considerablemente. Lo mismo se aplica a las siguientes generalizaciones acerca  de los estados periféricos y semiperiféricos. Es importante también conocer la trayectoria particular de un área al tratar de entender su conducta política y económica. Los países móviles hacia abajo es probable que sean muy diferentes a los móviles hacia arriba, aún cuando ellos pudieran estar al mismo nivel en la jerarquía centro/periferia.

Las periferias en las que el estado está sustancialmente controlado por las potencias centrales o son dependientes de corporaciones transnacionales con bases en el centro, experimentan niveles incrementados de competencia entre grupos contendientes de capitalistas periféricos y conflictos de clases exacerbados, aunque estos pudieran ser en gran parte invisibles la mayor parte del tiempo a causa de la represión apoyada externamente. Estas condiciones explican los altos niveles de inestabilidad política y la probabilidad de regímenes autoritarios, así como la debilidad interna de los estados periféricos. Cuando se hacen con el poder del estado políticos periféricos que tienen la voluntad de emplear la retórica anti-imperial, esto reduce algo estos conflictos domésticos, dependiendo del grado de implementación de las políticas anti-imperiales. Los estados periféricos que implementan políticas anti-imperiales radicales, reducen el nivel de los conflictos de clase domésticos, pero se enfrentan al grave peligro de intervención por una potencia central ofendida.

En los estados semiperiféricos los efectos de la jerarquía centro/periferia son diferentes. Ambos tipos de estados semiperiféricos definidos anteriormente pueden tener oportunidades de movilidad hacia arriba en la jerarquía centro/periferia y esto afectará la política nacional y la política del estado. El tipo uno, un balance de actividades centrales y periféricas, experimentará conflicto político acerca de la política estatal a causa de los intereses regionales en conflicto. El tipo dos, un nivel relativamente uniforme pero intermedio de actividades semiperiféricas, tendrá muchas menos probabilidades de experimentar conflicto entre las diferentes especies de capitalistas. El tipo dos, no obstante, puede experimentar conflictos de clases exacerbados porque los trabajadores en las industrias intermedias pueden ser capaces de organizarse nacionalmente a causa de la similitud de sus condiciones de trabajo y es improbable que ellos disfruten de buenos salarios o de beneficios sociales, al menos en comparación con los trabajadores del centro.

El conflicto de clases puede también estallar en las semiperiferias de tipo uno, especialmente durante periodos de crisis estatal, pero es probable que haya problemas de solidaridad entre los trabajadores en el sector central y los trabajadores del sector periférico. Podemos notar las similitudes aquí entre la definición de Wallerstein de estados semiperiféricos (el tipo dos anterior) y a noción de Trotsky de desarrollo combinado y disparejo, que él empleó magistralmente en su historia de la Revolución Rusa (Trotsky, 1932: capítulo 1) (3).

Lo más importante sobre las semiperiferias es que es más probable que surjan movimientos políticos interesantes en ellas. Los movimientos tanto de la derecha como de la izquierda han encontrado con frecuencia tierra fértil en los estados semiperiféricos y centrales de segundo orden (Goldfrank, 1978). La base de esta fertilidad política se deriva de la ubicación contradictoria de las áreas semiperiféricas en el sistema-mundo mayor.

La semiperifericidad produce desafíos al modo dominante de producción partiendo de los movimientos anti-sistémicos y es tierra fértil para los países móviles hacia arriba que logran tener éxito dentro del sistema. Las tres potencias centrales hegemónicas fueron anteriormente áreas semiperiféricas (Chase-Dunn, 1988). Un factor que puede determinar parcialmente el camino que tomen las áreas semiperiféricas es el grado relativo y la naturaleza de la estratificación interna. Las semiperiferias más estratificadas tienen probabilidad de producir revoluciones sociales que desafían la lógica del capitalismo, mientras las semiperiferias menos estratificadas y políticamente liberales pueden alcanzar el grado de armonía de clases necesario para la movilidad hacia arriba dentro de la economía-mundo capitalista.

Es probable que surjan movimientos anti-sistémicos también en las áreas periféricas, pero ellos tienen menor probabilidad de sobrevivir ahí porque los recursos para resistir la intervención del centro son magros. Los experimentos más exitosos con el socialismo han surgido en estados semiperiféricos y hay razones para creer que las áreas semiperiféricas continuarán produciendo poderosos desafíos al modo capitalista de producción en el futuro.

 

Límites Zonales

 

Si la jerarquía centro/periferia es realmente un conjunto de zonas discretas, deberíamos ser capaces de determinar los límites entre las zonas y de conocer sin ambigüedad la zona en la que cada país o área está localizada. Arrighi y Drangel (1986) han descubierto una distribución trimodal bastante regular de países, basados en el PNB per cápita como medida de la posición en la  jerarquía centro/periferia. Nemeth y Smith (1985) y Smith y White (1986) han usado un análisis en red del nivel de procesamiento de las importaciones como medida de la estructura centro/periferia y esto revela una jerarquía de cuatro niveles con dos semiperiferias distintas, una caracterizada como “fuerte” y otra como “débil”. Para mí, el vocabulario de zonas es simplemente una abreviación. No veo ninguna ventaja en pasar tanto tiempo tratando de definir y ubicar empíricamente los límites entre las zonas, porque entiendo la jerarquía centro/periferia como un continuum complejo. Como hay movilidad hacia arriba y hacia abajo en el sistema, debe haber casos de países o áreas que estén entre las zonas, al menos temporalmente. Para mí no importa si hay “realmente” tres zonas, cuatro zonas o veinte zonas.

El vocabulario de zonas es simplemente una metáfora útil, como lo es la noción de semiperiferia. No creo que necesitemos cosificar nuestras palabras en el grado en que gastemos tiempo discutiendo acerca de los límites exactos de las zonas. Hay muchos problemas más importantes, tales como la magnitud de las desigualdades, la operacionalización de la jerarquía centro/periferia y la desigualdad, que deberían recibir nuestros esfuerzos. Para mí las designaciones de estados de segundo orden o periferias extremas algunas veces son útiles, pero no quisiera tratar de ubicar subzonas o reivindicar que hay realmente cuatro zonas en lugar de tres. El trabajo de Thomas Hall (1986) sobre el continuum de integración al sistema-mundo similarmente pone en tela de juicio el valor de una simple dicotomía entre esas áreas que están fuera y las que están dentro de un sistema-mundo.

 

Una Jerarquía Multidimensional

 

La definición de centro y periferia descrita anteriormente enfoca los niveles relativos de intensidad en capital de la producción de mercancías. Este es un indicador de la base económica del poder nacional en una economía-mundo capitalista, pero otros teóricos conceptualizan la jerarquía centro/periferia más directamente en términos de relaciones de poder entre los estados. Así, James Petras y cols., (1981) enfatizan el poder militar de los países imperialistas – su capacidad de usar la fuerza coercitiva para controlar la conducta de los demás países. Hemos examinado varios intentos por medir el poder militar de los estados centrales en el capítulo 9. Estas medidas directas del poder militar pudieran ser utilizadas en el estudio de los países periféricos y semiperiféricos. Después de todo, la mayoría de los analistas concuerda en que la fuerza externa del estado es un importante componente de la jerarquía del sistema-mundo. Las investigaciones que se han hecho sobre diferentes tipos de dependencia económica (revisadas más adelante) demuestran que éstas con frecuencia no están altamente correlacionadas entre sí en la comparación entre naciones. Esto implica que la jerarquía centro/periferia pudiera ser multidimensional.

Otra dimensión ha sido estudiada por Singer y Small (1966; Small y Singer, 1973). Ellos han codificado una medida del ordenamiento del status internacional, basada en el intercambio de diplomáticos entre países. Lo que se necesita es un estudio empírico, entre naciones, de largo plazo, de las relaciones entre los diferentes tipos políticos, militares y económicos de relaciones de poder/dependencia, para determinar cómo estas dimensiones interactúan entre sí. Un tal estudio podría no resolver la cuestión de la mejor manera de definir analíticamente la jerarquía centro/periferia, pero sería muy útil en la investigación ulterior sobre las causas y efectos de la posición de un país en la jerarquía.

 

Medición de la Posición en el Sistema-Mundo

 

Ahora volvamos al problema de la medición cuantitativa de la posición de las áreas en la jerarquía centro/periferia. Los estudiosos del sistema-mundo no concuerdan en modo alguno en qué unidades deben compararse. La mayoría de los estudios empíricos examinan estados-naciones o colonias, empleando límites políticos para designar las unidades de análisis. Esto es problemático porque estos límites son por sí una creación del sistema que estamos estudiando y ellos también tienen efectos sobre los procesos que deseamos estudiar. La realidad que deseamos estudiar es una jerarquía multinivel, multidimensional, anidada, compuesta de individuos, hogares, comunidades, ciudades, clases, sindicatos, partidos, firmas, grupos étnicos, estados, regiones internacionales, zonas y las características emergentes del sistema-mundo completo. No obstante, el objetivo de la ciencia es simplificar una realidad compleja de manera que nos ayude a explicar patrones y a predecir resultados. Así, no tiene sentido hacer un mapa que sea tan complicado como el territorio. Queremos simplificar nuestro análisis en tanto tomamos en cuenta los problemas de inferencia que pueden resultar de nuestras simplificaciones.

Arrighi y Drangel (1986) plantean que su conceptualización de la jerarquía centro/periferia puede ser adecuadamente operacionalizada usando el PNB per cápita. Este mismo indicador podría ser usado para mi conceptualización de la producción central como producción relativamente intensiva en capital. Un indicador mejor de mi concepto sería la cantidad de producto dividida por el número de horas trabajadas, porque la intensidad en capital es muy aproximadamente la misma que la productividad del trabajo. Pero una aproximación correcta para lo anterior es el PNB per cápita, porque cuando consideramos un gran número de países, hay una alta correlación entre el número de horas trabajadas y el tamańo de la población. Una aproximación mejor sería la razón del PNB al tamańo de la fuerza de trabajo activa.

El PNB per cápita es también una medida relativamente factible para estudios de la posición del sistema-mundo porque está disponible para un gran número de países por periodos de tiempo bastante largos (4). Y como sabemos que un número de otros indicadores están altamente correlacionados con el PNB per cápita en la comparación entre naciones en las décadas recientes, podríamos usar esas medidas como aproximaciones para el PNB per cápita (y así para la posición del sistema-mundo) llegando hasta el siglo diecinueve o tal vez hasta más lejos. Tengo en mente el nivel de urbanización, la proporción de la fuerza de trabajo en la agricultura y el consumo de energía per cápita. La proporción del producto nacional en la agricultura fue usada de esta manera en la tabla 9.2, en el capítulo 9.

Es algo irónico que la propia medida que se usa con la mayor frecuencia por los partidarios de la modernización como indicador del “desarrollo” nacional – el PNB per cápita – se pueda argumentar que es también un indicador de la posición en el sistema-mundo. Y ambas escuelas de pensamiento tendrían reservas similares. El PNB per cápita de Kuwait (o de Libia) no es debido a su éxito en la producción central sino más bien a su pequeńa población combinada con los gigantescos recursos en petróleo. La posesión de una mina de oro no es un buen indicador ni del desarrollo económico ni de la posición en el sistema-mundo. Pero, una vez más, aunque hay excepciones, en la mayoría de los casos el PNB per cápita alto designa una alta productividad por hora de trabajo, debido al empleo de técnicas de producción intensivas en capital.

En el otro extremo del espectro también hay problemas. La producción no llevada al mercado es difícil de evaluar. Dudley Seers (1983) cuenta suficientes historias de horror de sus días como economista del desarrollo en África, para asustar a cualquier usuario de las cifras de PNB de los países periféricos. Pero cuando comparamos grandes números de países para agruparlos en categorías amplias, los problemas asociados con la evaluación de la producción de jardín se reducen considerablemente.

Una medida mejor, que consigue eliminar los auges de enclaves extractivos se basa en la idea del nivel de procesamiento. Algunas medidas bastante sofisticadas que usan información sobre el comercio mundial han sido analizadas, como se verá más adelante. Si bien éstas están bastante altamente correlacionadas con el PNB per cápita cuando comparamos todos los países, ellas no conducen a la errónea conclusión de que Libia es un estado central.

Hasta donde yo conozco, se ha hecho muy poco por construir una medida cuantitativa de la posición en el sistema-mundo para los países y las colonias en el siglo diecinueve. Para periodos de tiempo más recientes, tenemos datos mucho mejores, por supuesto y las investigaciones recientes han intentado operacionalizar la  posición en el sistema-mundo, así como las clases específicas de relaciones de dominación/dependencia. Como desde hace tiempo se piensa en el PNB per cápita como una medida de desarrollo económico, la mayoría de los análisis de datos entre naciones no lo han empleado como una medida de la posición general en el sistema-mundo. Más bien varios estudios han examinado tipos específicos de dependencia internacional. El primer análisis comparativo entre naciones de la penetración de los países periféricos por la inversión extranjera directa fue realizado por Albert Szymanski (1971) en su tesis doctoral en la Universidad de Columbia. Este tipo de dependencia ha sido ahora extensamente estudiada y sus efectos sobre el desarrollo nacional son bastante bien entendidos (Bornschier y Chase-Dunn, 1985). Estos efectos son revisados en el capítulo 11. La dependencia económica que se deriva de patrones comerciales asimétricos fue medida por primera vez por Hirschman en su El Poder Nacional y la Estructura del Comercio Exterior (1980) que se publicó en 1945. Desde entonces el estudio de la dependencia comercial se ha desarrollado hasta convertirse en una extensa literatura. Varias clases de dependencia por la deuda también han sido estudiadas, comenzando con el trabajo de Keith Griffin (1969).

Los estudios anteriores y muchos otros operacionalizaron la dependencia internacional como atributos variables de cada país, usualmente derivados determinando el grado de alguna conexión internacional y ponderándola por alguna medida del tamańo nacional. David Snyder y Edward Kick (1979) aplicaron el análisis de redes a las relaciones internacionales para desarrollar una medida de modelo de bloque de la posición en el sistema-mundo. Ellos usaron una forma dicotómica de análisis de grupo para determinar las similitudes estructurales entre grupos de países basados en cuatro matrices internacionales de interacción. Las cuatro matrices que ellos analizaron fueron el valor del comercio entre países, las intervenciones militares, el intercambio de diplomáticos y la existencia de tratados.

La técnica de modelación por bloques usada por Snyder y Kick gastaba una gran cantidad de información para las medidas métricas, tales como el comercio, porque reducía cada célula a un cero o un uno. Y las relaciones interesantes entre las dimensiones económica y política se quedaban sin analizar, ya que las cuatro dimensiones se combinaban para producir una sola estructura que agrupaba a los países en categorías que eran posicionalmente similares en las cuatro dimensiones combinadas. De todos modos esta medida de red de la posición en el sistema-mundo ha alcanzado un amplio uso en las investigaciones entre naciones, aunque estudios posteriores le han modificado para corregir categorizaciones aparentemente erróneas (p. ej., Bollen, 1983).

Otra medida de red ha sido desarrollada por Roger Nemeth y David A. Smith (1985). Usando la idea de que el nivel de procesamiento es la clave de la jerarquía centro/periferia, Nemeth y Smith combinan cinco matrices comerciales que contienen diferentes clasificaciones de las mercancías de importación. Las cinco categorías comerciales fueron determinadas analizando por factores las matrices comerciales de 53 clasificaciones comerciales de dos dígitos. Esto produjo grupos de mercancías examinando empíricamente sus asociaciones en patrones de comercio mundial más bien que tratando de decidir de antemano qué mercancías incorporan más altos grados de procesamiento. Esta medida estructural de la red comercial produce un centro, dos semiperiferias y una periferia (5). Nemeth y Smith también muestran que estar  en la periferia y en lo que ellos llaman la “semiperiferia débil” está asociado con tasas de crecimiento relativamente más lento del PNB per cápita, mientras que estar en el centro o en la “semiperiferia fuerte” se asocia con niveles más altos de crecimiento.

La cuestión de los efectos de diferentes clases de relaciones de dependencia y la posición general en el sistema-mundo serán examinadas en el siguiente capítulo. Aquí deseo apuntar que la medición de la posición en el sistema-mundo ha sido llevada a cabo solo para tiempos muy recientes y que hasta para estos sigue habiendo considerable controversia acerca de cómo debería ser mejor operacionalizada la jerarquía centro/periferia. Todavía es poco lo que sabemos acerca de las interacciones entre diferentes formas de dependencia económica y política, pero lo que sí sabemos es que las relaciones de dominación/dependencia en el sistema-mundo son empíricamente multidimensionales. Esto queda claro a partir del hecho de que muchas de las medidas de diferentes tipos de dependencia no están altamente correlacionadas entre sí in las comparaciones entre naciones. Así, un país periférico puede ser dependiente en un respecto pero no en otros. Tampoco tenemos una buena comprensión de la interacción entre los diferentes tipos de dependencia y la posición en el sistema-mundo.

 

El Proceso de Periferización

 

La conceptualización de la extensión de la economía-mundo europea al globo completo ha planteado una serie de cuestiones teóricas espinosas, así como otras tantas empíricas difíciles. Amin (1980a) plantea que no deberíamos asumir que la periferia que resultó de la incorporación de arenas externas al sistema-mundo capitalista eurocéntrico es una zona uniforme y Eric Wolf (1982) ha demostrado esto claramente. Hubo una serie de importantes determinantes de las estructuras sociales particulares locales y regionales que fueron creadas en el proceso de periferización, la más importante de las cuales fue la naturaleza de la estructura social existente antes que llegaran los europeos.

El globo ya estaba cubierto con sistemas- mundo de varias especies cuando los europeos comenzaron su expansión. La naturaleza de los sistemas sociales originarios, sus capacidades para resistir militarmente, sus susceptibilidades a los bienes comerciales (y las enfermedades) ofrecidos por los europeos y su posesión de cosas valoradas por los europeos,  todos afectaron la naturaleza y el tiempo de incorporación. Las civilizaciones más desarrolladas y poderosas fueron capaces de mantener a los europeos a raya más tiempo, a pesar de la fuerte atracción que sus riquezas ejercías sobre los europeos. Y las regiones con muy pocas riquezas no fueron incorporadas temprano porque nos europeos no estaban interesados, a menos que existiera alguna utilidad estratégica o de transportación en una ubicación particular. A causa del hecho que las potencias centrales europeas estaban compitiendo entre sí, algunas áreas fueron formalmente colonizadas simplemente para evitar que las potencias competidoras las tuvieran, fenómeno al cual se ha llamado “colonialismo anticipatorio”.

La importancia continuada de las estructuras sociales de pre-conquista la indican las recientes investigaciones comparativas de Gerhard Lenski y Patrick Nolan (1984; también Nolan y Lenski, 1985). Ellos muestran que los países que tenían una herencia tecnológica de métodos hortícolas (con palo de excavar) de producción en la agricultura  continúan mostrando niveles inferiores de desarrollo en los ańos de 1960 y 1970 que los países que tenían una herencia de agricultura tecnológicamente más avanzada, empleando el arado, la energía animal y la irrigación. Ellos también contrastan, dentro de la categoría de sociedades agrarias (más avanzadas tecnológicamente) aquellas que habían hecho la transición de la horticultura a la agricultura de arado más recientemente y aquellos que hicieron la transición desde hace tiempo. Lo interesante es que ellos muestran evidencias en apoyo de una versión de la hipótesis de las “ventajas del atraso” demostrando que las tasas de crecimiento y los niveles de desarrollo del grupo de países que han desarrollado más recientemente la agricultura de arado son más altas que las de los países agrarios que la desarrollaron desde hace tiempo (Nolan y Lenski, 1985). Aunque otros factores probablemente responden por algunas de las diferencias que encontraron Lenski y Nolan, sus hallazgos apoyan la idea que los rasgos de las estructuras sociales de pre-integración continúan teniendo relevancia para los patrones contemporáneos de desarrollo.

Otros han apuntado a que la naturaleza de las estructuras sociales periféricas también está afectada por el tiempo y las circunstancias particulares de la incorporación. Algunos sostienen que la etapa de capitalismo que existe en el centro en el momento de la incorporación tiene importantes efectos en la especie de estructura colonial que se crea en la periferia. Si bien mi análisis de las etapas del capitalismo como ciclos y tendencias del desarrollo del sistema-mundo (capítulo 3) describiría los cambios en el centro de manera algo diferente, no disputaría yo que las formas organizacionales particulares que existieron en un periodo, así como las peculiaridades de la potencia conquistadora y su situación vis-ŕ-vis las potencias centrales competidoras, tuvieron importantes consecuencias para la especie de estructuras sociales periféricas que surgieron. Tanto éstas como las diferencias originales entre las estructuras sociales originarias y el rol particular realizado por los grupos originarios han sido recientemente demostrados por el excelente estudio de Hall (1986) de la incorporación de los Estados Unidos suroccidentales a la economía-mundo capitalista.

Otro asunto que debería ser tenido en mente cuando se piensa en la periferia como un todo y en las variaciones dentro de ella, es la cuestión de la retirada y el flujo de la influencia desde el centro. En el capítulo 13 examinaremos las ondas de expansión colonial y la exportación de capital desde el centro hacia la periferia.

También debería notarse que tanto la naturaleza como la intensidad de la influencia del centro sobre las áreas periféricas varían con el tiempo. Esto se ve en la secuencia de los auges en las cosechas comerciales periféricas, el auge y caída de especies particulares de economías extractivas y el surgimiento, durante periodos de bajo interés por las potencias centrales, de estructuras sociales y económicas más autónomas en la periferia. El estudio de André Gunder Frank (1979b) de la transformación de la agricultura en el México colonial (Nueva Espańa) desde 1521 hasta 1630 muestra cómo las fuerzas de mercado generadas por la expansión de la minería de plata vincularon a muchos granjeros y criadores de animales a las cadenas de mercancías conectadas con el centro europeo. Cuando en un área la plata se acababa, estos productores de cosechas comerciales revertían a la economía de hacienda, sistema rural éste grandemente auto-suficiente que contenía muchos de los atributos sociales del feudalismo. La discusión acerca de si la estructura social periférica es “capitalista” o no necesita tomar en cuenta la retirada y el flujo de la penetración a la periferia por el centro.

El aserto de que la jerarquía centro/periferia es un rasgo estructural importante del sistema-mundo ciertamente no implica que el centro determine todo lo que pase en la periferia o que los pueblos periferizados sean objetos inertes de la explotación y la dominación. Como con las estructuras de clases, la estructura centro/periferia es una tensión dinámica de dominancia y resistencia. Esto ha sido demostrado por una serie de estudios, especialmente por antropólogos, que han buscado entender las vinculaciones entre los procesos locales y los del sistema-mundo y los métodos mediante los cuales los pueblos periferizados resisten la dominación del centro (6).

Es importante mantener en mente los puntos anteriores cuando estamos haciendo un estudio de una situación particular de periferización. No obstante, yo defendería que a pesar de los resultados de Lenski y Nolan citados anteriormente, es probable que el fortalecimiento secular de los procesos económicos y políticos a nivel de sistema-mundo haya dado como resultado una creciente homogeneización de la periferia – una especie de convergencia en la que las diferencias originales han tendido a reducirse. Me doy cuenta que parece haber fuerzas contemporáneas, tales como el nacionalismo cultural y la industrialización dependiente, que podrían continuar diferenciando a la periferia. Sin embargo, el grado de mercantilización y el alto nivel alcanzado por la tendencia hacia la globalización de la producción por las firmas transnacionales cada vez más someten a las áreas periféricas a fuerzas que homogeneízan sus estructuras sociales a lo largo de las líneas del capitalismo periférico. Esto también incluye las consecuencias de los esfuerzos de los pueblos periféricos por resistir la explotación y la dominación centrales. Si bien estos esfuerzos de resistencia pueden diferir unos de otros en términos de las formas culturales particulares que adoptan, sus formas organizacionales se están haciendo morfológicamente similares y la homogeneidad general relativa de las estructuras sociales en las áreas periféricas va en aumento.

 

La Necesidad del Imperialismo

 

Ya he reivindicado que la jerarquía centro/periferia era y es un rasgo necesario del sistema-mundo que permite que el modo capitalista de producción se ajuste a sus propias contradicciones. En otra parte se han presentado una serie de interpretaciones contrarias. Algunos marxistas (p. ej., Albert Szymanski [1981] y David Harvey [1982]), han planteado que el imperialismo capitalista (la exportación de capital a las áreas periféricas, la extracción de materias primas y la penetración de nuevos mercados) es simplemente una alternativa que existe para el capital central, pero no es necesario para la reproducción y expansión de las relaciones sociales capitalistas. Esto supone la posible existencia de un mundo en el que la jerarquía centro/periferia haya desaparecido y sin embargo el capitalismo siga siendo el modo dominante de producción.

Otros (p. ej., Chirot, 1977) han reivindicado que el imperialismo fue simplemente un error. Se alega que los estados europeos conquistaron y sometieron a la periferia, no porque fuera lucrativo, sino porque ellos estaban sufriendo de una falsa ideología – la creencia en que el colonialismo sería lucrativo y que el contagio producido por el conocimiento de que otras potencias lo estaban haciendo. Era una especie de profecía que se auto-confirmaba. Algunos activistas en la periferia compartieron aparentemente esta fantasía. Podemos recordar al revolucionario irlandés que, en 1916 declaró que Irlanda sería libre de la dominación inglesa de manera que se podría convertir en una nación soberana “con sus propias colonias”.

Mi argumento, examinado en mayor profundidad en el capítulo siguiente, es que la explotación de la periferia por el centro hizo una importante y necesaria contribución a la acumulación capitalista en el centro en los siglos anteriores y que la explotación periférica continúa siendo importante a causa de sus efectos en la política dentro de y entre los países centrales. Brevemente, la explotación de la periferia y la amenaza de la fuga de capital hacia la periferia han actuado para evitar que los sindicatos y partidos socialistas dentro de los países centrales desafíen con éxito al capital central. Así, las áreas centrales del sistema-mundo siguen dominadas por los capitalistas. Las revoluciones socialistas han ocurrido, no en el centro como predijo Marx, sino más bien en la semiperiferia y en la periferia. Los problemas que se han confrontado con el desarrollo económico y político en el contexto de un sistema-mundo aún dominado por el capitalismo han recrudecido ulteriormente la hegemonía política e ideológica del capital. La implicación aquí es que una futura disminución en la magnitud de las desigualdades centro/periferia reducirá los efectos políticos de amortiguación sobre la política de las clases dentro del centro y harán más probable la transformación del sistema-mundo hacia el socialismo.

Pero regresemos a la cuestión de la importancia de la jerarquía centro/periferia para el desarrollo económico capitalista. Hay dos estudios recientes publicados por historiadores de la economía, Patrick O’Brien (1982) y Paul Bairoch (1986), que disputan la importancia del colonialismo europeo para la industrialización de Europa en el siglo diecinueve. Esencialmente estos autores reivindican que el colonialismo europeo antes de 1800 no era económicamente importante para el desarrollo de la producción industrial en Europa. O’Brien defiende que el comercio con África, Asia y América Latina constituía solo una pequeńa proporción de la producción económica en Europa y una pequeńa proporción del comercio internacional también. Él también reivindica que los renglones importados de la periferia no eran importantes para el desarrollo económico europeo, consistiendo principalmente de bienes de lujo y lingotes de oro. Y él plantea que las ganancias obtenidas por las inversiones en el comercio y la producción periféricos no eran anormalmente altas una vez que se tome en cuenta el factor de riesgo y que estas ganancias no jugaban un rol muy grande en la formación de capital que espoleó la revolución industrial. O’Brien también disputa la reivindicación de que el comercio centro/periferia fuera importante en la diversificación de la producción central en Europa Occidental, aunque no niega el impacto adverso que tuvo la colonización sobre las áreas periféricas. Él reivindica que las importaciones de lingotes de oro y plata de América Latina no tuvo efectos significativos que produjeran crecimiento en Europa.

Bairoch (1986) asume la posición similar de que el colonialismo no fue un estímulo importante para el desarrollo económico europeo antes de 1800. Él plantea que Europa no se hizo dependiente de la energía y las materias primas coloniales hasta después de la revolución industrial. Además de estar de acuerdo con muchos de los puntos anteriores planteados por O’Brien, Bairoch muestra que las colonias que poseían las potencias europeas no contenía una población numéricamente grande comparada con la población de Europa antes de 1880 (7). Bairoch defiende que previamente a la industrialización, la colonización europea era una “colonización tradicional” en la que había solo pequeńas diferencias entre el nivel de vida de los colonizadores y los colonizados. Bairoch apunta correctamente hacia lo que notamos anteriormente, que las jerarquías centro/periferia solamente se encontraban en muchos imperios pre-industriales, pero él defiende que esta sociedades eran limitadas en su capacidad para explotar las áreas periféricas por “las restricciones militares y económicas… que ponían un cierto límite al grado de un sistema imperial” (Bairoch, 1986: 195).

Los argumentos de Bairoch y O’Brien pueden ser puestos en tela de juicio sobre varias bases. O’Brien usa los conceptos de sistema-mundo para enmarcar su argumento, pero tanto él como Bairoch cometen varios errores en su uso de las categorías estadísticas, al menos si se supone que sus evidencias son relevantes para las hipótesis del sistema-mundo. El examen de O’Brien del pequeńo porcentaje de comercio internacional compuesto por los intercambios entre Europa y los continentes de Asia, África y América Latina y su caracterización de los renglones intercambiados como sin importancia para el desarrollo central ignoran el considerable comercio báltico (8) y el rol de las periferias más cercanas, tales como Gales e Irlanda. Para Wallerstein, un importante trozo de la periferia de la anterior economía-mundo fue Polonia, región que estaba importando bienes manufacturados desde Europa Occidental y exportando grano. Las exportaciones polacas de grano definitivamente contribuyeron a la diversificación y la creciente intensidad en capital de la agricultura holandesa e inglesa en el siglo diecisiete, al librarse las tierras y el trabajo en el centro de la producción de trigo. El comercio holandés con Suecia y sus dependencias bálticas jugó un rol similar.

Bairoch reivindica que el colonialismo “tradicional”, tipo que según se alega incluía al colonialismo europeo antes de 1800, no involucraba la explotación central significativa de la periferia y no dio por resultado diferencias muy grandes en el nivel de vida entre las áreas centrales y periféricas. Y él ignora intencionalmente a las ciudades-estados tales como Venecia en su comparación de los niveles de vida, a pesar de que Braudel (1984) enfoca a estos como a las áreas centrales de la economía-mundo europea. El argumento de Bairoch de que el colonialismo “tradicional” no era importante para el desarrollo central contradice las reivindicaciones de Ekholm y Friedman (1982) que encuentran a la explotación centro/periferia jugando un rol central en el desarrollo disparejo que ocurrió en el primer sistema-mundo de base estatal, el de Sumeria en el tercer milenio AC. Casi todos los historiadores de la antigüedad piensan que el proceso de formación de imperio llevado a cabo por los asirios, los persas y los romanos involucró grados significativos de explotación centro/periferia.

La reivindicación de Bairoch de que la magnitud de las desigualdades que resultaron del colonialismo “tradicional” era pequeńa puede ser debida a que se compararon unidades equivocadas. Lenski y Lenski (1982) reivindican que los imperios agrarios fueron los sistemas sociales más desiguales que jamás hayan existido. Pero aún si fuera verdad que as desigualdades centro/periferia fueron cuantitativamente menores en los sistemas-mundo antiguos, de aquí no resulta que ellas no fueran importantes en el proceso de auge y caída de los imperios. Sabemos, por ejemplo, que la urbanización estaba a un nivel muy bajo en las sociedades “tradicionales” en comparación con las industriales, pero ciertamente era significativo que todos construían ciudades. El amontonamiento de todas las sociedades “tradicionales” en un solo montón no es algo que podamos esperar de los historiadores. Las tasas geométricas de cambio y las desigualdades groseras que vemos en el sistema-mundo moderno no nos impiden ver la importancia de diferencias cuantitativamente menores pero de todos modos significativas entre los sistemas-mundo pre-capitalistas.

Bairoch solo mira a las colonias de los estados europeos, ignorando a la mayoría de las dependencias no-coloniales, tales como Polonia. O’Brien no se limita a las colonias, pero sigue excluyendo al Báltico y a las periferias más cercanas de su consideración de las relaciones centro/periferia. Bairoch y O’Brien continúan pintando con grandes brochazos cuando enfocan el centro. Bairoch incluye a Europa como un todo, ˇincluyendo a Rusia! Así, sus cifras mostrando la relación entre las poblaciones de Europa y las colonias europeas (ver Nota 7) son bastante erróneas si en lo que estamos interesados es en las relaciones centro/periferia. Él hubiera podido haberse limitado a aquellas potencias europeas que tenían colonias en el extranjero. En lugar de esto,  él incluye a la Polonia periférica junto con las semiperiféricas Italia y Rusia, así como a Grecia (parte del Imperio Otomano que según Wallerstein era una arena externa hasta el siglo diecinueve), en la categoría de “Europa”.

O’Brien apunta a que sus estadísticas que indican la pequeńa importancia del comercio centro/periferia contienen algunos casos que se desvían, pequeńos países como Portugal, Países Bajos ˇe Inglaterra! Los Países Bajos e Inglaterra no eran solo países pequeńos, al menos en la perspectiva de sistema-mundo. Ellos eran potencias centrales hegemónicas que se especializaron en la producción de mercancías centrales para la venta en el mercado mundial y que ejercían el poder naval global en apoyo a su estrategia de acumulación mediante el comercio. Lo que diferenciaba a la economía-mundo europea de los sistemas-mundo anteriores era que esta especie de acumulación era dominante en el área central. Los sistemas anteriores habían visto a potencias semiperiféricas intersticiales, tales como los fenicios y Venecia, jugar un tal rol, pero la República Holandesa fue el primer estado capitalista en ser hegemónico en un sistema centro/periferia.

Tanto Bairoch como O’Brien parecen creer que la revolución industrial que comenzó en Bretańa en la última mitad del siglo dieciocho fue la primera revolución industrial y la más importante división entre la sociedad moderna y la tradicional. Ellos ignoran periodos anteriores de cambio institucional y crecimiento económico, tal como la extensión y profundización de la producción de mercancías en toda Europa y la concentración de la producción central competitiva en Holanda en el siglo diecisiete. Ellos ignoran también importantes diferencias entre los estados europeos, algunos de los cuales continuaron efectuando una expansión militar en gran parte continental, mientras que otros seguían el camino de la producción de mercancías para el mercado mundial.

Tanto O’Brien como Bairoch reivindican que los alimentos tropicales importados de las colonias por el centro no fueron importantes para el desarrollo central. A esto es posible oponerse desde dos fundamentos. Primero, la provisión de alimento de bajo costo para el consumo masivo disminuyó el costo del trabajo dentro de los países centrales. La disminución del costo de vida para los trabajadores hizo posible (en teoría) rebajar los salarios sin matar a la fuerza de trabajo. Por otro lado, las evidencias indican que los salarios promedio subieron en el centro. Las importaciones de alimentos tropicales contribuyeron pronto a unas  relaciones de clases relativamente armoniosas dentro de los países centrales. Como muestra el estudio de Sidney Mintz (1985) del consumo de azúcar en Inglaterra, el azúcar pasó de ser un lujo caro consumido solamente por la clase dominante, a ser un alimento básico barato, que contribuía con una considerable proporción a las calorías consumidas por la clase trabajadora. Un patrón similar ocurrió con el consumo de té y estas formas ampliadas de consumo de anteriores lujos operaban simbólicamente para permitirles a los trabajadores centrales adquirir símbolos de riqueza, con lo que se “beneficiaban” del imperialismo y la industrialización. Los efectos de esto, combinados con la reorganización de la división internacional del trabajo que expandió las ocupaciones de clase media en las áreas centrales, actuaron para sostener las coaliciones de clases y amortiguar los desafíos políticos al capital y a los estados capitalistas centrales.

Bairoch admite que los pequeńos porcentajes que los mercados periféricos ańadieron a la demanda de exportaciones centrales “pueden tener una influencia considerable en la lucratividad de un sector industrial particular” (Bairoch, 1986: 211). O’Brien estima que “el comercio con la periferia generó un flujo de fondos suficiente, o potencialmente disponible, para financiar alrededor del 15 por ciento de los gastos de inversión brutos emprendidos durante la Revolución Industrial” en Inglaterra (O’Brien, 1982: 7). Él reivindica que ésta no es una cantidad significativa y que Bretańa y probablemente también Holanda, son atípicamente altas a este respecto en comparación con los demás países de Europa Occidental. Él también reivindica que, aunque la industria textil británica era significativamente dependiente de las importaciones de algodón crudo y de los mercados de exportación en la periferia, esta industria no era crucial para el crecimiento general de la industrialización en Europa.

Muchos de estos hechos podrían ser fácilmente reinterpretados para apoyar la importancia de la periferia para la industrialización central. El quince por ciento de la formación de capital no es una proporción pequeńa. Y como se argumentó anteriormente, Holanda y Bretańa no son simplemente casos desviantes, ni tampoco son sin importancia. También la mayoría de los historiadores económicos le dan a la industria textil del algodón una importancia mucho más central en la transformación del sistema de factoría y la producción industrial urbana que ocurrió en el siglo diecinueve (p. ej., Braudel, 1984: 571-574; Crouzet, 1982: capítulo 7). Bairoch y O’Brien ignoran una serie de las distinciones más finas hechas por la perspectiva de sistemas-mundo y permiten que las tasa geométricas de cambio que ocurrieron en el siglo diecinueve tardío abrumen la importancia de desarrollos menores, pero aún significativos, que ocurrieron más temprano en la historia de la economía-mundo europea. Estos factores contribuyen a su conclusión errónea de que la periferia no jugó ningún papel en el desarrollo del centro.

 

Reorganizaciones de la Jerarquía Centro/Periferia

 

La jerarquía general centro/periferia es un sistema socialmente estructurado de desigualdad económica y político-militar. Las formas que esta jerarquía ha asumido han cambiado mientras la propia jerarquía ha sido preservada. Las primeras incursiones que comenzaron el proceso de periferización en muchas áreas involucraron el pillaje y saqueo por las potencias europeas (9). Marx describía esta “acumulación primitiva” así:

El descubrimiento del oro y la plata en América, la extirpación, esclavización y sepultación en las minas de la población originaria, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión de África en un coto de caza de pieles negras, seńaló la rosada aurora de la era de la producción capitalista. (Marx, 1967a: 751).

Este uso directo de la fuerza coercitiva se ha movido lentamente en la dirección del poder económico institucionalizado, basado en el derecho y la propiedad privada, aunque el elemento de coerción en las relaciones centro/periferia y dentro de la periferia sigue siendo mayor que dentro del centro. La esclavitud y la servidumbre han sido en gran parte abolidas en la periferia. Y otras formas de control del trabajo obviamente coercitivas, tales como el trabajo por contrato, la servidumbre acordada, el peonaje de la deuda, los trabajadores por tributo a la aldea (mita), etc., han declinado. Otros grupos han aumentado: los “semiproletarios” que viven en enclaves de aldeas y que trabajan por salario estacionalmente o “temporalmente” durante sus ańos más productivos, los proletarios rurales, los precaristas y los campesinos formalmente libres que son propietarios de sus pequeńas parcelas, pero que son forzados a vender sus cosechas comerciales a los monopolios o a juntas estatales de mercado (Paige, 1975: 13). Lo mismo ha ocurrido con el “sector formal” de los proletarios que trabajan en grandes firmas, con frecuencia protegidos de alguna manera por regulaciones estatales que les garantiza salarios mínimos, etc.

Pero esto ha sido acompańado por un florecimiento del sector informal de los asalariados no protegidos, que suelen trabajar para pequeńas firmas en el sector “competitivo” (Portes, 1981).

Las categorías de trabajo libre y trabajo obligatorio por coerción no captan plenamente las especies de control del trabajo que ocurren en la jerarquía centro/periferia. Más bien el trabajo central es “protegido” en un grado mayor por la regulación estatal y las instituciones de bienestar, aunque esto parece menos evidente durante el actual periodo de ataque a los salarios de los trabajadores tanto en el centro como en la periferia. De todos modos sigue ocurriendo que el trabajo del centro está más protegido que el trabajo periférico. El proceso disparejo de formación de estados y de desarrollo económico les permite a los trabajadores centrales acceso a estados más fuertes y a los sectores más lucrativos e intensivos en capital en el sistema-mundo. El proceso de proletarización ha ocurrido tanto en el centro como en la periferia, con un retardo en la periferia. Y con el rasgo adicional de que los proletarios del centro pueden ganar no solamente el status de “libres” sino una cierta cantidad de protección política vis-ŕ-vis el capital y vis-ŕ-vis la competencia de los demás trabajadores.

Debe notarse también que el colonialismo, la organización directa del control formal político/militar a las áreas periféricas por los estados centrales, en gran parte desapareció. Esto ciertamente no significa que las formas político-militares de poder hayan cesado de operar en la jerarquía centro/periferia. Seguimos viendo la “diplomacia de cańoneras”, el uso abierto y encubierto de la fuerza y el uso de la ayuda militar y económica a los regímenes periféricos amigos que apoyan a la jerarquía centro/periferia. Pero tal vez el peso del poder político-militar versus el de base económica se ha desplazado un poco. El crecimiento de las corporaciones transnacionales ha desplazado el uso del poder estatal central hacia el apoyo a los derechos de propiedad en la periferia, como demuestra el estudio de Charles Lipson (1985) del desarrollo de instituciones que protegen el capital extranjero.

Varios autores han sugerido la importancia de reorganizaciones mayores en la división centro/periferia del trabajo. John Walton (1985) habla de la tercera “nueva división internacional del trabajo” y Dale Johnson (1985: 22-8) ofrece un examen similar de las etapas de la dependencia. La primera división internacional del trabajo correspondió a lo que otros han llamado “dependencia clásica” – a exportación de materias primas desde la periferia hacia el centro y la exportación de bienes manufacturados del centro a la periferia. Ésta involucró la “desindustrialización” de aquellas áreas periféricas que estaban produciendo productos que entraban en competencia con las exportaciones centrales. Esta primera división internacional del trabajo evolucionó durante un largo periodo de tiempo en el que varias rondas de auges de cosechas comerciales y auges de la minería visitaron las áreas periféricas disparejamente, en ondas cíclicas y en flujo y reflujo.

La segunda “nueva” división internacional del trabajo, según Walton, comenzó en los ańos de 1930 cuando algunos países periféricos comenzaron el proceso de industrialización dependiente. Respaldados por las políticas estatales de sustitución de importaciones, los capitalistas nacionales trataron de captar el mercado doméstico de bienes manufacturados. Intentos similares habían sido hechos en el siglo diecinueve por grupos en Chile (Zeitlin, 1984) y México (Hale, 1968) sin mucho éxito, pero la transformación política de los Estados Unidos, Alemania y varias áreas hasta entonces periféricas en Europa, que ocurrió durante el siglo diecinueve, hizo posible la formación de nuevos centros de industrialización capitalista central (Chase-Dunn, 1980; Senghaas, 1985). Estos casos de movilidad hacia arriba en el centro no fueron, sin embargo, el patrón más típico. La mayoría de las áreas continuaron estando periferizadas. Es dudoso que mucho de los nuevos países industrializados (NICs, por sus siglas en inglés) sean capaces de lograr algo más que una industrialización dependiente. El análisis de Peter Evans (1979) de la competencia y la negociación entre los burócratas estatales, los capitalistas domésticos y las corporaciones transnacionales (TNCs, por sus siglas en inglés) por la participación en el mercado nacional brasileńo muestra que aún en países donde la sustitución de importaciones ha sido la más exitosa, los TNCs han logrado controlar muchos sectores del mercado doméstico.

La tercera nueve división internacional del trabajo de John Walton es la globalización de la producción por las firmas transnacionales. Esto ha sido revelado en la búsqueda de recursos por todo el mundo y en la producción de componentes industriales en la periferia para su exportación al centro. Volker Bornschier (1976) muestra evidencias de que el grueso de las inversiones manufactureras de las TNC en la periferia sigue estando enfocado en la producción para el mercado doméstico, pero también ha habido una expansión de la producción transnacional en “zonas de libre empresa” en la periferia. Esta es la “nueva división internacional del trabajo” estudiada por Frbel, Heinrichs y Kreye (1980).

Si bien estas reorganizaciones de la jerarquía centro/periferia han alterado algunas de las formas organizacionales y los mecanismos institucionales que operan en el sistema-mundo (como se examina en los capítulos 3 y 4) la dinámica más básica del sistema no ha cambiado. En la revisión de las investigaciones comparativas formales que contiene el próximo capítulo se presentan evidencias en apoyo de este punto de vista.

Capítulo 11: Reproducción de la Jerarquía Centro/Periferia

 

Este capítulo examina los diferentes argumentos acerca de cómo se reproduce la jerarquía centro/periferia como rasgo estructural del sistema-mundo capitalista. Anteriormente se ha planteado que el subdesarrollo es más que simplemente una etapa transitoria en el camino hacia el capitalismo central. Muchos estudiosos del imperialismo han examinado las fuerzas que impulsan al capitalismo a expandirse hacia a periferia. Las fuerzas de expansión – oportunidades de materias primas baratas, trabajo de más bajo costo y una demanda de mercado expandida – nos dicen por qué la periferia llega a ser explotada, pero no nos dicen por qué los procesos de subdesarrollo que recrean la jerarquía centro/periferia se sostienen. La pregunta real es: żpor qué es necesaria la periferia para la reproducción del capitalismo central, o qué le pasaría al capitalismo central si la jerarquía centro/periferia desapareciera? Es insatisfactorio simplemente defender que el capitalismo y la jerarquía centro/periferia son inseparables por definición. Necesitamos examinar la cuestión de la “necesidad del imperialismo” directamente y el examen siguiente revisa varias perspectivas teóricas con el propósito de responder esa pregunta.

Debería declararse de entrada que muchas, incluso la mayoría de las teorías revisadas no se atienen a la proposición de que la existencia de la periferia es un requisito para la sobrevivencia del capitalismo central. Más bien la mayoría de los teóricos sostienen que la periferia es simplemente una manera conveniente para mejorar ciertas contradicciones causadas por su propia lógica, pero que estas contradicciones tienen otras soluciones posibles, de manera que la periferia es fortuita (para el centro), pero no necesaria (p. ej., Harvey, 1982). Revisaré la extensa literatura reciente combinando flexiblemente los argumentos según su énfasis principal, método éste que causa algunas dificultades, porque la mayoría de los argumentos son, de hecho, multivariados. De todas maneras, es necesario algún orden de presentación. Otra dificultad es la diferente orientación en el tiempo de las varias teorías revisadas. Algunos enfocan procesos que se cree que están ocurriendo solamente desde la 2Ş Guerra Mundial, mientras que otros intentan formular una teoría que se aplique a la jerarquía centro/periferia en un periodo mucho más largo. Las consideraciones de las varias explicaciones no pueden escapar a los argumentos que se encuentran en el capítulo 3 acerca de las etapas del capitalismo y en el capítulo 10 acerca de las reorganizaciones de la forma de la jerarquía centro/periferia. La intención, sin embargo, es construir una explicación que responda por la reproducción de largo plazo de la jerarquía centro/periferia.

La consideración de las fuerzas impulsoras que están detrás de la expansión a las áreas periféricas no explica, por sí misma, las consecuencias de esa expansión. La expansión a algunas áreas, tales como los Estados Unidos, resultó en la extensión del capitalismo central, proceso éste relativamente auto-generado de acumulación capitalista, mientras la expansión a otras áreas produjo el más usual capitalismo periférico dependiente y reprodujo la jerarquía centro/periferia de nivel mundial. żCuáles son los mecanismos sistemáticos que dan “efectos de repercusión”, las propiedades subdesarrollantes acumulativas de las desigualdades internacionales (Myrdal, 1957) que pesan más que los “efectos de extensión”, el desarrollo más parejo de la acumulación capitalista del tipo central en el espacio?

Además de un examen de los varios mecanismos teóricos que han sido propuestos para reproducir a la periferia, revisaré el corpus de las investigaciones entre naciones que han sido hechas sobre algunos de estos mecanismos. Por varias razones, esas investigaciones no aportan la palabra final, pero sí lanzan alguna luz sobre la pregunta mayor.

Se ha afirmado que hay una serie de mecanismos que son los fundamentos de la jerarquía centro/periferia. Neil Smith (1984) reivindica que el desarrollo disparejo en el modo capitalista de producción se deriva de la contradicción básica entre valor de uso y valor de cambio. Arghiri Emmanuel (1972) propone una teoría del intercambio desigual que se dice que responde de la extracción de plusvalía de la periferia por el centro y varios autores han hecho elaboraciones y criticado su teoría. Otros (p. ej. Petras y cols., 1981) han sugerido que el apoyo principal de la de la jerarquía centro/periferia es el poder estatal. Así, el estado imperial de los Estados Unidos actuando como policía mundial apoya la operación del FMI, el Banco Mundial y otras instituciones de la burguesía central. Otros (p. ej., Chase-Dunn y Rubinson, 1977) ven el proceso de construcción de estado en el centro como menos monolítico, pero sin embargo plantean que las diferencias centro/periferia en la fuerza del estado responden por el subdesarrollo continuado de la periferia. Y otros (p. ej., Biersteker, 1978) siguen el desarrollo desigual internacional de la producción de mercancías hasta los monopolios y /o las maquinaciones políticas de las corporaciones transnacionales de base central. Immanuel Wallerstein (1983a) plantea que las diferencias en el proceso de formación de clases entre el centro y la periferia y las consecuencias políticas de esas diferencias responden por la reproducción de las desigualdades internacionales. Alain de Janvry (1981) defiende que la confianza periférica en los mercados de exportación reproduce una estructura económica desarticulada en la periferia que queda como necesariamente dependiente del sector central para los mercados.

Por supuesto que es posible que todos los anteriores mecanismos operen juntos, variando con el tiempo en su importancia relativa. Ya hemos notado en el capítulo 10 que la forma de organización asumida por la jerarquía centro/periferia varía con el tiempo y en algún grado de un lugar a otro. Aquí deseo revisar algunos de los argumentos y examinar el problema para hacer investigaciones que determinen cuáles son los mecanismos más importantes de la desigualdad centro/periferia.

El geógrafo marxista Neil Smith (1984) ha planteado recientemente que el desarrollo disparejo a los niveles urbano, regional, nacional e internacional es el resultado de las tendencias contradictorias de diferenciación e igualación inherentes en el proceso de acumulación capitalista. El valiente esfuerzo de Smith por fundamentar una teoría del desarrollo disparejo en el modelo de acumulación de Marx no contiene una explicación sistemática de la reproducción de la jerarquía centro/periferia, sin embargo. Él hace notar que la necesidad que tiene el capital de trabajo barato y de materias primas baratas son contradictorias con la necesidad de expandir la producción en la periferia para ampliar los mercados, pero no explica por qué el capital continúa manteniendo la desigualdad internacional en lugar de usar  a la periferia como un nuevo locus de acumulación de tipo central (Smith, 1984: 141). Está implícito en el enfoque de Smith que no hay nada necesario acerca de la jerarquía centro/periferia para el capitalismo. Como dice él, “el énfasis en la acumulación más que en el consumo es solamente eso, no obstante, un énfasis” (Smith, 1984: 141). El capital central continúa reproduciendo desigualdad internacional simplemente porque está trabajo en sus viejas maneras. Como dice Smith, “Empíricamente, no obstante, y a pesar de la dramática industrialización que se ha instalado en los ańos de 1970 en economías seleccionadas del Tercer Mundo, parece improbable una industrialización general y sostenida. Esta clase de reestructuración está, hasta ahora, bloqueada por patrones heredados de acumulación de capital” (Smith, 1984: 158). Si bien estoy de acuerdo con la predicción de Smith, la base puramente contingente que él aduce para esto es algo frustrante, especialmente si estamos en busca de una explicación  sistemática para  la reproducción de la jerarquía centro/periferia.

Arghiri Emmanuel (1972) reivindica que el intercambio desigual es el fundamento del desarrollo disparejo. El intercambio desigual, como lo define Emmanuel, se afirma que es una base principal para la extracción de plusvalía de la periferia por el centro y que da como resultado el subdesarrollo de la periferia. Resumiré la teoría de Emmanuel y los demás enfoques que abordan los diferenciales salarias del centro/periferia o las diferencias en los procesos de formación de clases entre el centro y la periferia. También revisaré los argumentos que enfocan:

-- la naturaleza de la división centro/periferia del trabajo entre los productores de materias primas y manufacturas (composición comercial),

-- las explicaciones estado-céntricas,

-- la desarticulación de las estructuras económicas periféricas y

-- las actividades económicas y políticas de las firmas transnacionales.

Después presentaré mi propia explicación sistemática de la reproducción centro/periferia. Entonces examinaremos las recientes investigaciones entre naciones, que son relevantes para la cuestión de la reproducción centro/periferia.

 

Los Diferenciales Salariales

 

La teoría de intercambio desigual de Emmanuel explica cómo se transfiere la plusvalía de la periferia al centro por la operación de los precios en el mercado internacional. Trabajando a partir de la teoría de Marx de la composición orgánica del capital, Emmanuel distingue entre dos especies de intercambio desigual: el que ocurre debido a diferencias entre sectores en la composición orgánica del capital (la razón de capital a trabajo en el proceso de producción) y el que ocurre debido a diferencias entre sectores en los salarios promedio que se pagan por cantidades equivalentes de trabajo. Emmanuel define el primer tipo como una transferencia normal entre sectores con diferencias en el nivel de composición orgánica. Sí afecta el intercambio centro/periferia, porque la producción central promedio tiene una composición orgánica mayor (más capital por hora de salario) que la producción periférica. Amin (1977) defiende que éste solo es un componente significativo de la explotación centro/periferia que es reproducida por la monopolización de tecnologías más productivas en el centro. Pero para Emmanuel el tipo más importante de intercambio desigual es el que es debido a las diferencias salariales que se revierten a los trabajadores que realizan especies similares de trabajo. Él hace notar que los trabajadores centrales reciben salarios mucho más altos como promedio que los trabajadores periféricos, aún cuando las diferencias en productividad debidas a la tecnología son tomadas en cuenta. Por ejemplo, un carpintero en los Estados Unidos puede ganar diez veces más que un carpintero en México a pesar de su uso de tecnología de trabajo similar. Amin (1980b) ha calculado que hay realmente una diferencia en salarios entre el centro y la periferia, que va mucho más allá de las diferencias en productividad.

Amin resume sus estimados para 1976 como sigue:

Para la industria, si bien la productividad es de alrededor de la mitad de lo que es en el centro, los salarios son solamente un séptimo; en la agricultura, mientras la productividad es el 10 por ciento de lo que es en el centro, los ingresos de los campesinos son de un veinteavo del centro; y en otras actividades una actividad de cerca de un tercio de la del centro se compara con salarios de un séptimo. Como las razones de las productividades son uniformemente menos desfavorables en la periferia que las razones de remuneración, se desprende que hay una sobreexplotación del trabajo en la periferia que alcanza un total de tanto como $300 billones y que está en gran parte escondida en la estructura de precios. (Amin, 1980b: 18-19)

De Janvry y Kramer (1979) han criticado ciertas dificultades lógicas en la formulación de Emmanuel de la teoría del intercambio desigual. Ellos defienden que la teoría solamente se sostiene cuando hay una especialización completa entre los países en términos de los bienes producidos para la exportación y que las disparidades iniciales de salario tenderán a desaparecer si el capital y el trabajo son móviles. Bill Gibson (1980) muestra que la teoría de Emmanuel puede ser generalizada para responder del comercio en el que la especialización de las exportaciones no es completa. Y él analiza una matriz de 67 sectores del comercio mundial que aporta evidencias de que en realidad hay una gran transferencia de valor de la periferia al centro como resultado de las diferencias salariales más allá de las diferencias de productividad.

Hay acuerdo sustancial acerca de la importancia de los diferenciales salarias entre el centro y la periferia en la explotación que ocurre a nivel mundial. Pero el desacuerdo es amplio sobre la cuestión de los orígenes y procesos que reproducen el diferencial salarial. Emmanuel plantea que los salarios son una variable exógena. Las diferencias originales existen porque las naciones tienen diferentes herencias “históricas y morales” y estas diferencias se reproducen porque el trabajo está relativamente restringido de migrar entre las fronteras nacionales. Si realmente la movilidad libre del trabajo fuera permitida, la migración eventualmente eliminaría los diferenciales salariales centro/periferia. Emmanuel sugiere que, por varias razones, el capital es más móvil que el trabajo, pero su teoría no incluye un análisis sistemático de los procesos que reproducen el diferencial salarial centro/periferia. Otros teóricos sí abordan esta cuestión, pero sus explicaciones difieren. Las revisaremos más adelante.

Adicionalmente a las causas, hay alguna disputa acerca de las consecuencias del intercambio desigual. Si bien hay amplio acuerdo en que él responde por una sustancial transferencia de valor hacia el centro desde la periferia, los estimados de la cantidad real varían considerablemente (ver Gibson, 1980). Y las consecuencias de las tasas relativas de crecimiento en los países periféricos también están en disputa. Muchos economistas neoclásicos reivindican que las exportaciones al centro deberían tener efectos positivos de crecimiento (crecimiento impulsado por las exportaciones), mientras que Emmanuel y otros reivindican que la especialización en las exportaciones de bajos salarios tiene un efecto retardatario sobre el crecimiento. Las evidencias sobre esto se examinan en la siguiente sección. Otra explicación del subdesarrollo que enfoca los diferenciales salariales entre el centro y la periferia es la formulada por Raúl Prebisch (1949). Su argumento se enfoca en las retribuciones a los crecimientos de productividad. Él reivindica que los trabajadores del centro son institucionalmente capaces de vincular sus salarios con los incrementos de productividad porque ellos tienen sindicatos fuertes y un importante acceso al poder del estado central, mientras en la periferia los aumentos de productividad conducen a precios más bajos para los productos periféricos y aumentos en el desempleo (y menores salarios) ya que los trabajadores se hacen redundantes por la tecnología más productiva. Los capitalistas periféricos no tienen el poder de mercado para evitar las disminuciones de precios, como suelen tener los capitalistas centrales y los trabajadores periféricos no tienen el poder institucional para vincular los aumentos de productividad con los aumentos salariales. Así, el centro se beneficia de las importaciones periféricas más baratas, mientras la periferia se perjudica por los productos centrales más caros y los trabajadores periféricos experimentan bajos salarios continuados y desempleo elevado. Si bien la teoría de Prebisch enfoca las diferencias salariales, puede verse que la variable clave es el acceso diferencial al poder estatal y los sindicatos fuertes. En lo que sigue se examinan teorías que enfocan explícitamente esa dimensión.

 

Formación de Clases

 

Otros teóricos enfocan los procesos diferenciales de formación de clases entre el centro y la periferia. Immanuel Wallerstein (1983a) ve la reproducción de las formas no-salariales de explotación en la periferia como la clave para la reproducción de la jerarquía centro/periferia. Otros enfocan la interacción entre la dominación y el status económico de las mujeres en la periferia. Claudia von Wehrlof (1984) defiende que la dimensión más fundamental de la opresión y la explotación en la economía-mundo capitalista (tanto del centro como de la periferia) es la que explota el trabajo no pagado de las mujeres y de los “semi-proletarios” campesinos. La ceguera definicional que no logra calcular la contribución de trabajo gastado dentro de los hogares y dentro de los sectores no-monetizados periféricos para la reproducción de la fuerza de trabajo mundial es vista como fundamental para la naturaleza del sistema moderno, más bien que como una repercusión vestigial de un anterior modo de producción. Wallerstein (1983a) plantea que la reproducción sistemática de formas no-salariales de trabajo es el mecanismo principal que evita la igualación de la acumulación capitalista central. Otros autores (p. ej., Ward, 1984), trabajando a partir de la perspectiva de “mujeres y desarrollo”, defienden que es la combinación de la tecnología occidental de salud y la especie de desarrollo económico dependiente que ocurre en la periferia, la que inhibe la transición demográfica y empeora el status económico de las mujeres. En lo adelante se examinarán estos tópicos.

 

Composición Comercial

 

Varios autores han planteado que es la forma particular de la división internacional del trabajo la que responde por la reproducción de la jerarquía centro/periferia.

Johan Galtung (1971) reivindica que lo que afecta diferencialmente las tasas de crecimiento económico nacional es el “nivel de procesamiento” de las exportaciones en relación con las importaciones. La forma clásica de la división centro/periferia del trabajo era la exportación de materias primas de la periferia al centro y la exportación de bienes manufacturados del centro a la periferia. Galtung y otros (p. ej., Hirschman, 1980) planteaban que las producciones derivadas y los multiplicadores que estaban asociados con la manufactura diversificada son mayores que los asociados con la producción de materias primas, por lo que el centro experimentará un crecimiento económico más rápido que la periferia y la brecha se reproducirá.

Stephen Bunker (1984) caracteriza las economías extractivas como el elemento principal que reproduce la jerarquía centro/periferia. El agotamiento de recursos y la demanda cambiante responden por los costosos ciclos de auge y depresión de las economías extractivas periféricas. Como los recursos materiales están ubicados al azar en relación con las aglomeraciones urbanas, la restricción de las empresas derivadas y de las multiplicadoras en la extracción de materias primas es exacerbada por los altos costos de relocalización de la infraestructura social y económica al irse agotando los recursos o cuando la demanda internacional cambia. Los valores de uso se pierden para la región, tanto mediante las exportaciones de los recursos como mediante la alteración de los ecosistemas de los cuales son extraídos. El intercambio desigual del trabajo es acompańado por el intercambio desigual de materia y energía. Las clases dominantes engendradas por tales economías tienden a invertir el capital disponible en infraestructura y organización para el transporte y el intercambio antes que en la industria. Las instituciones políticas están en gran parte adaptadas a control el acceso a los recursos naturales. Ninguna de ellas está diseńada para la protección o la explotación racional de los recursos en los que se basa la economía. La región extractiva se empobrece ecológicamente por un proceso que no genera economías productivas alternativas. La demanda del centro de materias primas y la organización social periférica que las extrae, se combinan para reproducir la jerarquía centro/periferia.

Otro tipo de mecanismo de base comercial que se plantea que apoya la jerarquía centro/periferia es la capacidad de las áreas centrales de mantenerse como líderes en el desarrollo de la nueva tecnología de producción. Esto les da el filo a los productores centrales en la competencia internacional con los productores no-centrales, aún cuando haya industrialización en la periferia. La teoría del ciclo de producto elaborada por Raymond Vernos (1966) describe la concentración de la investigación y el desarrollo en las áreas centrales, donde se introducen los nuevos productos. Los monopolios tecnológicos que capacitan a los desarrolladores para vender los nuevos productos a un alto precio (la renta tecnológica) van eventualmente disminuyendo a medida que otros productores introducen productos competitivos comparables. La competencia en precios eventualmente hace mudar la producción del producto hacia la periferia, donde los costos de trabajo son menores. Así, son mayores las retribuciones a las firmas que pueden introducir nuevos productos y el proceso mediante el cual estos productos se difunden por el sistema que reproduce las desigualdades internacionales. La división del trabajo entre la investigación y desarrollo del “sector monopólico” y la producción del “sector competitivo” de productos estándar se convierte en el diferencial clave dentro de la división centro/periferia del trabajo.

 

La Desarticulación de las Estructuras Económicas Periféricas

 

Osvaldo Sunkel (1973) fue tal vez el primero de la escuela de la dependencia en enfocar la desintegración y desarticulación de las estructuras económicas nacionales que es característico del capitalismo periférico. Criticando la escuela de la modernización, que enfocaba el “cuello de botella” entre  los sectores moderno y tradicional, Sunkel planteaba que las desigualdades extremas y la desarticulación de las economías periféricas están funcionalmente relacionadas con la reproducción de las desigualdades internacionales. Sunkel y André Gunder Frank (1969) defendían que los importantes vínculos sociales, económicos y políticos entre los sectores “moderno” y “tradicional”, más bien que su separación, eran responsables de la reproducción del sector tradicional y del enlentecimiento del desarrollo de los países periféricos.

Alain de Janvry (1981) ha reformulado este énfasis temprano en la desarticulación, en una teoría bien especificada de los rasgos del capitalismo periférico y central. El capitalismo central es un proceso auto-reproductor de acumulación capitalista, que está sometido a ciertas contradicciones, en particular, la tendencia a producir más mercancías que puedan ser vendidas, dado un cierto nivel de la demanda efectiva. La tendencia hacia la saturación del mercado puede ser temporalmente resuelta por el desarrollo de nuevos productos, la elevación de salarios y de niveles de consumo y/o la expansión a nuevos mercados en la periferia. El capitalismo central, por lo tanto, contiene dentro de él una tendencia a resolver las crisis económicas mediante la expansión de la demanda de consumo y/o los gastos estatales, aunque estas formas de ajuste están limitadas por la competencia entre los estados centrales por porciones del mercado mundial. El capitalismo periférico, por otro lado, es primariamente dependiente de la producción de productos no vendidos en el mercado doméstico. Así, no hay una dinámica que estimule la expansión del consumo doméstico. Más bien la reproducción de los bajos niveles de remuneración para la mayoría de los trabajadores es sostenida por una coalición política entre los capitalistas periféricos dependientes y las firmas transnacionales centrales y los estados centrales que se benefician de las exportaciones relativamente baratas. Esto estimula la reproducción de formas de trabajo semi-proletarizado, que recibe salarios extremadamente bajos, a menudo por debajo del nivel necesario para reproducir al trabajador durante una vida. Estos bajos salarios suelen ser subsidiados por formas no-mercantiles de producción de subsistencia o un sector urbano informal que opera a un nivel de precio bajo, debido a la incorporación de actividades de subsistencia y formas de trabajo familiares no pagadas, o de ayuda mutua.

De Janvry examina la relación entre su modelo de capitalismo central y capitalismo periférico en términos de los rasgos de necesidad y posibilidad. Para el capitalismo periférico, el capitalismo central es tanto necesario como fuente de demanda de mercado e importaciones necesarias, como aporta ciertas oportunidades para actividades lucrativas de negocios. Para el centro, por otro lado, la existencia de la periferia no es necesaria. Su existencia más bien aporta ciertas oportunidades, pero el capitalismo central podría proceder a reproducirse en ausencia de un sector de la economía mundial en el que esté operando el capitalismo periférico. Esto es porque las oportunidades para la producción de bajo salario, materias primas baratas y alimentos y la expansión de mercados, son deseables pero no esenciales. Hay posibilidades de resolver estos problemas también dentro de la economía central. Así, para de Janvry, “El capitalismo periférico y el patrón asociado de acumulación primitiva no es una realidad sui generis con sus propias leyes distintas de movimiento, sino que es solo una fase por más que históricamente excepcional y prolongada en el desarrollo del capitalismo en áreas particulares del sistema-mundo” (De Janvry, 1981: 22, énfasis ańadido).

De Janvry esboza versiones de su modelo de capitalismo periférico desarticulado tanto para la economía de enclave de exportación, como para las economías de industrialización por sustitución de importaciones. En el segundo han sido internalizados ciertos circuitos y hay un mercado doméstico creciente, pero el proceso de sustitución de importaciones conduce a nuevas formas de dependencia de las importaciones de bienes de capital procedentes del centro y sigue habiendo un sector tradicional desarticulado. Esta extensión fue bosquejada anteriormente por Sunkel (1973), pero de Janvry la describe dinámicamente como una lucha entre los capitalistas compradores [en espańol en el original – N. del T.] aliados con los capitalistas centrales y nacionales que apoyan políticamente el desarrollo de un mercado doméstico. Se alega que esta lucha responde por las oscilaciones periódicas entre  regímenes populistas y autoritarios en los países semiperiféricos.

 

La Explotación Corporativa Transnacional

 

Varias explicaciones enfocan las instituciones de los bancos privados transnacionales y las firmas de producción basados en el centro (TNCs, por sus siglas en inglés) como las organizaciones clave que reproducen la jerarquía centro/periferia. La mayoría de éstas se enfocan en las décadas recientes. Se plantea que la dependencia del capital en acciones y los empréstitos retarda el desarrollo económico en la periferia. Las corporaciones centrales descapitalizan a los países periféricos repatriando mucho más de lo que invierten y actúan políticamente para reforzar a los regímenes periféricos que apoyan el patrón de desarrollo económico disparejo que produce grandes desigualdades al interior de las naciones en la periferia. La forma clásica de explotación era la producción de materias primas extraídas y de bienes agrícolas para la exportación hacia el centro. Es obvio que esos productores no tienen interés en elevar el ingreso de las masas en la periferia, porque esas masas no son una fuente significativa de demanda para sus productos. Aunque muchas firmas transnacionales han comenzado produciendo bienes para el mercado doméstico en los países periféricos y semiperiféricos, estas firmas aún apoyan a regímenes que perpetúan las desigualdades entre las pasas pobres y los grupos dominantes que viven bien y su pandilla relativamente pequeńa de subalternos de clase media. En contra de las teorías de quienes suponen que el crecimiento de la manufactura transnacional en la periferia le da a las firmas extranjeras un incentivo para apoyar las políticas que aumentarían los ingresos de las masas (porque ellas ahora están vendiendo dentro del mercado doméstico), Bornschier y Chase-Dunn (1985: capítulo 2) han planteado que el continuado nivel cercado al de subsistencia de los ingresos de la gran mayoría de los pueblos periféricos no brinda una oportunidad para los mercados expandidos de las transnacionales de base central. Estas firmas continúan aportando recursos para apoyar las desigualdades existentes, porque la mayoría de sus productos son o bien bienes de capital consumidos por el sector estatal u otras grandes firmas, o si no son bienes relativamente caros (p. ej., bienes duraderos de consumo) para el cual las masas no constituyen ni en el futuro previsible constituir una fuente de demanda efectiva. Una cantidad de recursos de las TNC que se concentran en mantener el patrón vigente de desarrollo disparejo, recibe una retribución mayor que si esos recursos se usaran para alterar el régimen a favor de una distribución más pareja del ingreso. El aumento del ingreso cercano a la subsistencia de los hogares no crea demanda para los bienes caros, sino que más bien conduce a un mayor consumo de alimentos y otros bienes básicos. Así, aún cuando las corporaciones transnacionales estén produciendo para el mercado doméstico, ellas actúan políticamente para sostener una estructura periférica desarticulada que deja a una gran proporción de la población fuera del proceso de desarrollo.

 

Explicaciones Estado-Céntricas

 

Varios teóricos reivindican que es la estructura imperial del poder político/militar la que reproduce la jerarquía centro/periferia. Este argumento lo plantean explícitamente James Petras y cols. (1981). El subdesarrollo en la periferia y la explotación económica de la periferia por el centro son apoyados por el poder político/militar de los estados centrales. Durante el periodo de colonialismo formal, los estados centrales ejercieron el control directo de las áreas periféricas. En el sistema-mundo contemporáneo son los Estados Unidos, asumiendo ellos mismos el rol de policía mundial, los que abiertamente o de manera encubierta apoyan a regímenes periféricos que están abiertos a la explotación por el capital central. Otros estados centrales también desempeńan un rol similar en “sus propios patios periféricos” y el mantenimiento de la jerarquía es también respaldado por organizaciones internacionales tales como el Banco Mundial y el FMI, que están bajo control de los estados centrales (1).

Una versión más complicada del enfoque estado-céntrico se esboza en Chase-Dunn y Rubinson (1977). Aquí el proceso de intercambio desigual se teoriza como vinculado a formas diferenciales de construcción del estado, la formación de bloques de poder y la lucha de clases que ocurren en el centro y en la periferia. Esta perspectiva combina el enfoque estado-céntrico con elementos de otras explicaciones. Ésta hace una pregunta que no se hacen los teóricos del poder imperial descritos anteriormente: żqué reproduce las desigualdades político-militares entre los estados? Sabemos que algunos estados cambian sus posiciones en la jerarquía político-militar mundial. Prusia, los Estados Unidos, Japón y la Unión Soviética se unieron todos al círculo de las “grandes potencias”, mientras Portugal, Espańa y Bretańa han experimentado declinaciones en su poder militar relativo. Pero żpor qué no se ha hecho más desigual la distribución misma de poder militar? żCuáles son los procesos que concentran un gran poder militar entre unos pocos estados centrales, aún cuando hay un auge y caída en términos de poder relativo en estados particulares?

Richard Rubinson (1978) también examina los procesos que le han hecho posible a algunos estados moverse hacia arriba en la jerarquía centro/periferia en su análisis de las transformaciones políticas que ocurrieron en Alemania y los Estados Unidos en el siglo diecinueve. Estos casos representaron ejemplos raros de movilidad exitosa hacia arriba en el sistema-mundo. Los países más típicos que permanecieron en la semiperiferia y la periferia, o bien no tuvieron movimientos de transformación política o tuvieron movimientos que fracasaron en sus intentos por desarrollar las bases institucionales del capitalismo central (p. ej., Zeitlin, 1984) (2). Las propuestas teóricas desarrolladas en Chase-Dunn y Rubinson (1977) describen a interacción de cuatro procesos que reproducen la jerarquía centro/periferia: la formación de bloques de poder, la formación de estado, el intercambio desigual y la lucha de clases. El intercambio desigual ya ha sido examinado anteriormente. Lo que sigue aquí es una sinopsis de la formación de bloques de poder, la formación de estado y la lucha de clases.

 

Formación de Bloques de Poder

 

Un bloque de poder es una coalición de clases y subgrupos de clases que apoyan a un estado. La formación de bloques de poder es el proceso mediante el cual los intereses de una coalición político-económica son institucionalizados dentro de un aparato estatal. Para asegurar ventajas económicas estables son necesarios medios políticos, por lo que los grupos de capitalistas intentan constantemente convertir su poder económico en poder político. Consecuentemente se desarrolla una lucha por el poder del estado entre los subgrupos de la clase capitalista dentro de estados particulares. Históricamente, en aquellas áreas donde los capitalistas periféricos que producían productos primarios para exportación controlaban el estado, este tipo de producción se hizo prevaleciente y la posición de las clases manufactureras y mercantiles originarias tendió a declinar. En aquellas áreas donde los capitalistas manufactureros y comerciales dominaron al estado, aquellos intereses económicos tendieron a mantenerse. Esto es porque la posesión de autoridad política es un importante mecanismo que reproduce la división internacional del trabajo. Una vez que un conjunto de intereses económicos se hace dominante dentro de un aparato estatal, esos tipos de producción se hacen relativamente más seguros y resistentes a los desafíos de capitalistas que tengan necesidades contradictorias vis-ŕ-vis la política económica estatal. La victoria política de los productores centrales en los estados centrales es complementaria con y actúa para sostener la victoria política de las capitalistas periféricos en las áreas periféricas. Consecuentemente, la división económica del trabajo se llega a estructurar en una división geopolítica del trabajo.

Durante l a era de la división “clásica” del trabajo entre el centro y la periferia, que se basaba en las industrias manufactureras y la producción de materias primas, el proceso de formación de bloques de poder reforzó esta división del trabajo. En el centro, una alianza de capital comercial, financiero e industrial favoreció políticas estatales relativamente flexibles, que permitieron el desarrollo continuo del capitalismo central. Las coaliciones poderosas y flexibles apoyaron a un estado fuerte y los conflictos por la política económica estatal se resolvían de manera relativamente amistosa. En la periferia el bloque de poder usualmente se componía de una alianza entre los productores de materias primas que eran dependientes de los mercados centrales. Los productores nuevos, que desafiarían las proporciones de mercado de los capitalistas centrales existentes, tendían a ser excluidos del poder estatal en la periferia, aunque con frecuencia ocurrían desafíos a este arreglo feliz entre capitalistas centrales y periféricos. En la mayoría de los países periféricos los retadores perdían y el estado continuaba en manos de capitalistas periféricos atados a la división del trabajo centro/periferia vigente.

Este modelo puede adaptarse al más reciente periodo de “industrialización dependiente”. En muchos países la anterior caracterización sigue siendo apta, pero en otros, el nivel de industrialización por sustitución de importaciones se elevado, de manera que necesitamos tomarlo en cuenta en las negociaciones entre capitalistas locales, capitalistas transnacionales y los dirigentes estatales periféricos y semiperiféricos. El trabajo de Peter Evans (1986) deja claro que los propios dirigentes estatales suelen ser importantes actores, creando algunas veces círculos de apoyo en el sector privado que apoyan los programas que desarrollen una producción de tipo central. Más delante se considera de manera más general el caso de los estados semiperiféricos.

 

Formación de Estado

 

La formación de estado es el proceso mediante el cual los estados aumentan o disminuyen su fuerza, tanto en relación con sus propias poblaciones como en relación con actores extranjeros. Los procesos de formación de bloques de poder y de formación de estado están íntimamente relacionados. Las áreas centrales tienen estados fuertes, estados en los que la autoridad política es bastante extensa y estable. Las áreas periféricas tienen estados relativamente débiles, en los que la autoridad política es menos extensa y estable (recordar capítulo 6). Un estado fuerte es el que tiene la capacidad de movilizar grandes recursos siempre que lo necesite. La fuerza del estado, en este sentido, es parcialmente una función del grado en que el apoyo de las clases dominantes de un país está institucionalizado dentro de la maquinaria del estado. La relación entre la formación de bloques de poder y la formación de estado surge de las demandas y requerimientos políticos de las diferentes especies de intereses económicos institucionalizados dentro de los estados. Antes de explicar por qué diferentes tipos de bloques de poder producen diferentes tipos de formación de estado, es necesario recordar a importancia de la acción del estado en la economía-mundo capitalista competitiva, tal como se examinó en la 2Ş Parte. Los estados fuertes pueden ser mecanismos efectivos para proteger a los actores económicos de los riesgos e incertidumbres inherentes en la producción competitiva de mercancías en el mercado mundial. Los estados como empresas controladoras de la violencia pueden aportar importantes rentas de protección a sus capitalistas y bajo algunas condiciones los estados pueden intervenir efectivamente para apoyar nuevos tipos de producción que pueden mantener o aumentar la proporción de plusvalía mundial que retorna a los capitalistas domésticos (Rueschemeyer y Evans, 1985).

A causa de la importancia de los estados en el proceso de acumulación capitalista, todos los capitalistas desean utilizar el poder estatal para regular en mercado para su ventaja propia. Así, los grupos dominantes de capitalistas tratan de institucionalizas sus intereses dentro del estado. Pero el tipo de formación estatal es dependiente de la naturaleza del bloque de poder. El bloque industrial comercial-financiero en los estados centrales produce estados fuertes, mientras que el bloque orientado a las exportaciones en los estados periféricos produce estados débiles. Esta diferencia se deriva de los diferentes requisitos políticos y demandas de estos tipos de producción.

Los efectos de la naturaleza del bloque de poder en el grado de formación de estado pueden separarse en los de causas externas e internas. Existen dos mecanismos externos. Primero, cuando los intereses en un estado están compuestos primariamente de capital industrial y comercial, se le hacen grandes demandas al estado de crear una política exterior agresiva. Esto es porque una producción económica tal requiere acceso a los mercados extranjeros, tanto para las materias primas como para la venta de bienes de capital y de consumo. Los capitalistas comprometidos en este tipo de producción estarán compitiendo por el acceso a esos mercados. Uno de los medios más efectivos para competir es emplear una política exterior comercial y militar agresiva. Así, podemos esperar que las demandas de una política tal conducirán a un aumento en la autoridad y fuerza del estado, ya que los capitalistas comerciales e industriales apoyan aumentar su fuerza para seguir esas políticas. Los países donde los grupos capitalistas dominantes están produciendo productos primarios para la exportación experimentarán muchas menos demandas de política exterior. Es improbable que los capitalistas periféricos que producen exportaciones de materias primas apoyen una política exterior extensa, porque sus ganancias no suelen estar afectadas por una política económica estatal agresiva. Es casi imposible afectar la demanda de tales bienes primarios mediante la acción estatal (3). Así, habrá menos vectores de interés económico empujando al estado hacia una política exterior agresiva y consecuentemente la autoridad y la fuerza del estado serán menores.

La segunda consideración externa que afecta el crecimiento relativo de los estados surge de los estados fuertes que intentan activamente debilitar a los estados periféricos. Los estados centrales emplean este proceso porque el debilitamiento de los estados periféricos es una manera de monopolizar aún más los mercados y de asegurar un suministro estable de materias primas.

Entre las razones internas, los estados fuertes surgen en el centro porque se necesita una regulación política extensa para auspiciar y proteger las actividades industriales y comerciales centrales. Por ejemplo, se requiere una sofisticada política de intercambio y comercio tanto para proteger las industrias domésticas como para aportar la infraestructura necesaria para la producción industrial. Como la producción en el centro es mucho más extensa y diversificada, se harán muchas más demandas políticas al estado y consecuentemente, habrá un mayor grado de formación de estado.

Una vez que se desarrollan estados fuertes, ellos se convierten en un mecanismo central para reproducir la división centro/periferia del trabajo. Al cambiar el mercado mundial y crearse nuevas áreas de ganancias, un estado fuerte, que ha incorporado a una gran variedad de intereses dentro de sí, está en disposición tanto de sentir las presiones para desplazar la ventaja política a alguna nueva área emergente de ganancias y de ser capaz – a causa de su mayor autoridad – de efectuar este desplazamiento de la ventaja política a nuevos tipos de producción.

Las coaliciones políticas entre clases y la formación de estado pueden asumir formas distintas en la semiperiferia. A causa de la mezcla de actividades centrales y periféricas en algunos estados semiperiféricos, las diferentes especies de capitalistas tienden a tener intereses muy opuestos. Algunos tienen alianzas con las potencias centrales basadas en su control de las actividades periféricas, mientras otros favorecen políticas más independientes que expandirían las actividades de tipo central. Así suele ocurrir que el propio aparato estatal se convierta en el elemento dominante de la formación de un bloque de poder y sea capaz de conformar las coaliciones políticas entre los grupos económicos. En los países semiperiféricos con potencial para la movilidad hacia arriba, la movilización estatal del desarrollo ha sido frecuentemente un rasgo importante. Los países móviles hacia arriba que descansan en alianzas con las potencias centrales tienden a desarrollar regímenes militares derechistas (p. ej., Brasil desde 1964 hasta hace poco) mientras los que intentan un desarrollo más confiado en sí mismos van moviéndose hacia la izquierda (p. ej., China y la Unión Soviética). Ya sean izquierdistas o derechistas, los países semiperiféricos móviles hacia arriba tienden a emplear más políticas dirigidas por el estado y movilizadas por el estado que los países centrales.

Los países periféricos tienden a tener altos niveles de inestabilidad política y regímenes ya sea de derecha respaldados por las potencias centrales, o de izquierda y opuestos al centro. Pero en la periferia las oportunidades para una movilidad real hacia arriba en el sistema (la expansión de actividades centrales) son mucho más limitadas, de manera que las fuerzas de clase que respaldan un desarrollo de tipo central tienden a ser débiles. Los movimientos antiimperialistas pueden tomar el poder estatal y tratar de movilizar por el desarrollo (p. ej., Angola, Cuba, Vietnam, Mozambique, Nicaragua, etc.), pero el desarrollo de actividades de tipo central requiere recursos que los pequeńos países periféricos usualmente no tienen. Son necesarios un tamańo del mercado interno, fuerza del estado, recursos naturales y suficiente poder político para aislar al país de las potencias centrales, si tal movilización antiimperialista no se va a convertir bien en una repercusión aislacionista o en un contragolpe de la CIA. Aquellas áreas que escapan al sistema pero que no se desarrollan económicamente son pronto reconquistadas (p. ej., Haití, Birmania). No obstante, estas restricciones al desarrollo exitoso en oposición al sistema se reducen mientras más se hacen posibles hacer alianzas con otros estados socialistas, más desarrollados.

 

Lucha de Clases

 

El cuarto mecanismo por el que se reproduce la división del trabajo en el centro/periferia es la operación del conflicto de clases en escala mundial. Las clases se entienden convencionalmente en términos de su operación dentro de las sociedades nacionales y por lo tanto la lucha de clases se ve teniendo lugar primariamente dentro de países. Las clases económicas objetivas atraviesan las fronteras nacionales para formar una estructura que solamente puede ser entendida en términos del sistema-mundo. Amin (1980b) desarrolla este tipo de análisis en su examen del proletariado mundial y de la burguesía mundial.

Como las mayores organizaciones políticas en la economía mundial son los estados nacionales, las luchas de clases tienden a orientarse hacia estas estructuras estatales. De aquí que ahí esté la contradicción entre la base económica de la formación de clases y la base política de la lucha de clases. La lucha de clases asume la forma de una competencia por el control de estructuras estatales particulares y esto fragmenta a las clases objetivas y estabiliza al sistema mayor. El internacionalismo proletario aún no ha sido una fuerza unificadora efectiva ni siquiera entre los trabajadores del centro de estados diferentes, no ya entre los trabajadores del centro y los periféricos. El sistema interestatal tiende a confinar la lucha de clases dentro de los estados-naciones. Esto tiene el efecto de reproducir la división centro/periferia del trabajo al producir alianzas de clases  que estabilicen políticamente el modo global de producción.

La explotación tiene lugar a lo largo de dos dimensiones principales: entre el capital y el trabajo y entre el centro y la periferia. La explotación de la periferia por el centro ayuda al capital a cooptar al trabajo central en una alianza nacional. Similarmente, la oposición a la explotación en el centro algunas veces produce alianzas entre el capital doméstico y el trabajo en la periferia. En muchas áreas semiperiféricas, por otro lado, han sido más difíciles las alianzas interclasistas porque la jerarquía centro/periferia presenta alternativas contradictorias. Existen posibilidades simultáneas reales en algunos países semiperiféricos para ya sea una alianza con las potencias centrales o para una movilización para el desarrollo auto-céntrico. El estado es la organización clave y su control es fuertemente impugnado entre grupos con intereses ampliamente opuestos. Esto da como resultado ya sea regímenes autoritarios que suprimen fuertemente la lucha de clases o luchas de clases que dan como resultado que los movimientos izquierdistas tomen el poder estatal. Las contradicciones entre capital y trabajo son silenciadas en el centro y algunas veces en la periferia por la operación de la contradicción centro/periferia, pero en la semiperiferia la lucha de clases puede exacerbarse. Estos es parte de la explicación del surgimiento de alianzas de las clases sociales democráticas y el sindicalismo de negocios en el centro. Esto explica también en parte por qué los movimientos socialistas basados en el poder de los trabajadores y campesinos ha llegado primero al poder estatal en la semiperiferia (Rusia y China).

El ascenso al poder de movimientos socialistas en la periferia no contradice lo anterior. Estos la mayoría de las veces han sido luchas antiimperialistas que han tomado el poder sobre la base de alianzas de clases anti-centrales. Por supuesto, las alianzas de clases nacionalistas han sido importantes también en la semiperiferia, pero la intensidad de la lucha de clases doméstica involucrada en la creación de los regímenes socialistas ha sido mayor en la semiperiferia que en la periferia. La cuestión aquí no es explicar completamente la base clasista de todos los estados, sino apuntar a que una consecuencia de la explotación centro/periferia es estabilizar las alianzas interclasistas en el centro y en la periferia. Esto refuerza el sistema interestatal y ayuda a reproducir la división centro/periferia del trabajo. La función política de la semiperiferia, según Wallerstein, es estabilizar el sistema concentrando las formas políticas desviadas en una posición intermedia. Esto también tiende a despolarizar y estabilizar la dimensión centro/periferia de la explotación.

 

Una Teoría Política de la Necesidad del Imperialismo

 

Más allá de la cuestión más simple del mecanismo que reproduce la jerarquía centro/periferia en el corto plazo, está el asunto de la necesidad de la existencia de un sector periférico para la reproducción de las relaciones sociales capitalistas en el centro. Ya hemos mencionado que muchos académicos marxistas (p. ej., Szymanski, 1981; de Janvry, 1981; Harvey, 1982) defienden que la periferia y el capitalismo periférico es simplemente una fase en el camino hacia la extensión del capitalismo central (capitalismo plenamente desarrollado) a todo el globo. Se alega que las áreas periféricas brindan oportunidades para hacer ganancias, pero son vistas como necesarias para el capitalismo central. Este es el caso, se dice, porque las áreas periféricas permiten que el proceso de acumulación capitalista en el centro se ajuste a sus propias contradicciones, que también pueden ser resueltas periódicamente dentro del propio capitalismo central. Así, hipotéticamente, todo el mundo podría convertirse en el ámbito del capitalismo central sin crear una crisis sistémica para el capitalismo. Las grandes desigualdades entre los países centrales y los periféricos podrían llegar a reducirse y la misma forma de acumulación podría operar en todas las áreas.

Mi posición propia es que la jerarquía centro/periferia es necesaria para el capitalismo a causa de los efectos políticos que tiene en el centro la explotación de la periferia. Estos ya han sido planteados en el examen anterior de la formación de bloques de poder, la formación del estado y la formación de clases. Yo defiendo que el capitalismo como modo de producción debe ser entendido en algo más que en términos económicos y que los procesos políticos son más que simplemente coyunturales e históricos. El capitalismo como un sistema histórico crea oposición a sí mismo y se debe ajustar y acomodar a esta oposición. Esto ocurre en la forma de ajustes lentos, pero también mediante “crisis” económicas y políticas que reestructuran ciertas relaciones, pero que permiten que la lógica del capitalismo se reproduzca. Así, el auge y caída de las potencias centrales y el desarrollo disparejo (que ocurre tanto en el centro como entre el centro y la periferia) operan como un proceso de ajuste que impulsa al capitalismo a expandirse en una escala espacial cada vez mayor. Los movimientos anti-sistémicos que tratan de cambiar la lógica del modo de producción son sobrepasados y reincorporados y con frecuencia terminan aportando nuevas maneras para que el capitalismo se ajuste a sus propias contradicciones.

El rol de la periferia y de la semiperiferia en este proceso de expansión, intensificación, crisis y lucha, es doble. La explotación de la periferia por el centro aporta una medida extra de plusvalía que puede se usada por los capitalistas del centro como fuente de nueva formación de capital o como recompensa para los trabajadores centrales, o como recurso para sostener a estados centrales poderosos. También puede ayudar a resolver conflictos entre diferentes grupos de capitalistas del centro. La disponibilidad de materias primas baratas y especialmente de alimentos baratos en el centro es un beneficio a los trabajadores centrales así como a los capitalistas centrales. La división jerárquica del trabajo que concentra los empleos más limpios y de mayor calificación en los países del centro crea una estructura de clases allí que es mucho más dúctil a la construcción de nación y un aparato estatal fuerte. De toda una serie de maneras diferentes, la lucha de clases dentro de los países centrales se hace menos antagónica a causa de la existencia de una periferia mundial. Esto opera directamente permitiendo salarios más altos en el centro e indirectamente apoyando la ideología nacionalista que compara (favorablemente) la nación central con las áreas periféricas, aunque estos factores operan de manera diferente en diferentes países centrales (ver Lipset, 1977, 1981).

El desarrollo disparejo ocurre dentro del centro así como entre el centro y la periferia y las estructuras de clase dentro de los países centrales no son homogéneas. Mi teoría no supone que todos los trabajadores del centro se hayan beneficiado con el imperialismo ni que las relaciones de clases dentro del centro siempre hayan sido pacíficas. La estructura de la clase trabajadora dentro de los países centrales está compuesta solo parcialmente por la aristocracia del trabajo de los trabajadores del sector primario. Estos han organizado exitosamente sindicatos de negocios en los que los salarios están atados a la productividad en el contexto de un acuerdo de paz industrial. Pero este régimen ha sido resultado de una larga lucha en la que algunos trabajadores militantes buscaban desafiar la lógica del capitalismo y construir la lógica del socialismo. Los radicales perdieron esas batallas con otros que buscaban una relación menos antagónica con el capital central en gran parte a causa de los incentivos materiales que el capitalismo central podía aportarle a la aristocracia del trabajo de los trabajadores del sector primario.

Por otro lado, todavía hay una gran proporción de trabajadores en algunos países centrales (especialmente en los Estados Unidos) que reciben salarios bajos dentro del sector competitivo y la economía sumergida, así como una subclase bastante grande de personas marginalizadas. La “relativa armonía” de las relaciones de clases dentro de los Estados Unidos no es el resultado de la cooptación uniforme de todos los trabajadores, sino de las desigualdades que oponen entre sí a diferentes grupos de trabajadores, convirtiendo a cada uno en “grupo especial de interés” y socavando la solidaridad a escala de toda la clase y la conciencia socialista. En otros países centrales con clases trabajadoras más homogéneas, los partidos del trabajo han alcanzado un modus vivendi con el capital, basado en compartir los beneficios del desarrollo económico.

El desarrollo disparejo dentro del centro es también evidente con el ciclo largo de negocios y la ventaja comparativa cambiante en la producción de mercancías que ocurre entre estados centrales. No es el caso que la región del centro sea uniforme, ni que las estructuras políticas que conforman la distribución de las retribuciones no cambien. Los altos salarios y el “salario social” que está metido dentro del estado de bienestar no son invulnerables, como es obvio en el actual periodo de relocalización económica. Cuando la competencia y los altos salarios e impuestos crean un encogimiento de las ganancias del capital central, el régimen de los sindicatos de negocios y las redes de bienestar es atacado por políticas de austeridad, desinversión de capital y fuga de capital – este último a menudo hacia la periferia o la semiperiferia (Walton, 1981; Ross y Trachte, próximamente). Así, la explotación de la periferia socava los desafíos socialistas al capitalismo en el centro y le permite al capital central limitar la cuenta salarial en el centro, amenazando con chantaje de empleo o mudando realmente la producción a la periferia de bajos salarios.

Varios autores (Amin, 1980a; Braudel, 1984: 614) han planteado que la relación positiva entre los salarios y los aumentos de productividad en el centro solo comenzaron a operar a mediados del siglo diecinueve. De ser esto cierto, podría plantearse que la explicación política de la necesidad de la periferia no es aplicable antes de entonces. Las evidencias de esta reivindicación se basan en un estudio de los salarios de los artesanos y trabajadores de la construcción ingleses desde el siglo trece hasta el veinte (Phelps-Brown y Hopkins, 1955). Braudel muestra que los salarios de un albańil estaban inversamente relacionados con los auges y declinaciones en el nivel de los precios de consumo hasta mediados del siglo diecinueve, en cuyo tiempo la relación se hizo positiva (ver Braudel, 1984: 616, figura 58). Amin ha defendido que los salarios de la clase trabajadora en el centro estuvieron al nivel de subsistencia hasta bien después de la revolución industrial en el centro y él argumenta que la relación centro/periferia cambió como resultado de la introducción dentro del centro de un régimen que ataba los salarios de ciertos trabajadores a los aumentos de productividad. Amin defiende que la explicación política de la función de la periferia para la reproducción del capitalismo central esbozada anteriormente se aplica solamente al periodo posterior a 1850.

Me gustaría sugerir una interpretación diferente, que extiende el mecanismo político más atrás en el tiempo. Primero, la explicación política no enfoca solamente los salarios de los trabajadores del centro. El argumento también se extiende a la forma de la estructura general de clases dentro de los estados centrales y a la relaciones entre los diferentes subgrupos de la clase capitalista dentro de los países centrales. Así, aunque los albańiles y tal vez amplias secciones de la clase trabajadora estuvieran recibiendo ingresos de subsistencia hasta mediados del siglo diecinueve, la forma de la estructura de clases en las áreas centrales era menos jerárquica que en las áreas periféricas y la calidad de la relación entre los diferentes tipos de capitalistas era diferente. El tamańo de l a clase media, la oportunidad de mayores cantidades de trabajo calificado y la capacidad de los capitalistas relativamente exitosos de aliarse unos con otros en apoyo de un estado (consecuentemente) fuerte, son condiciones que anteceden a la extensión de unos salarios mayores que los de subsistencia a una porción considerable de la clase trabajadora central.

El argumento de que el colonialismo y la explotación de la periferia ayuda a resolver los conflictos entre diferentes grupos de capitalista dentro de los estados centrales es apoyado por varias observaciones diferentes que han sido hechas acerca de la conexión entre el imperialismo y la política central. Volker Bornschier (1988) defiende que el colonialismo “auspició un cambio político no-revolucionario, favorable a la industrialización”  al amortiguar el conflicto entre secciones más viejas de la clase dominante central (cuyos ingresos habían estado basados parcialmente en privilegios garantizados por el estado) y la burguesía industrial nueva que estaba surgiendo. Otros (p. ej., Schumpeter, 1955) han observado que mucha de la burocracia colonial británica fue empleada por los segundos hijos de los aristócratas terratenientes.

Pero Cain y Hopkins (1986) muestran que el partido dominante en la burocracia imperial británica estaba compuesto de capitalistas agrícolas antes de 1850 (el llamado “capitalismo de caballeros”) y que, cuando el viejo sistema colonial fue reemplazado por el libre comercio, fueron los barones comerciales y financieros de la Ciudad de Londres los que tomaron la política imperial, no los manufactureros. En cualquier caso, parece plausible que la disponibilidad de recursos derivados de la explotación imperial puede ayudar a suavizar los conflictos entre los sectores emergentes de capital y aquellos grupos que experimentan una declinación en sus fortunas como resultado de la dinámica del desarrollo disparejo dentro del centro.

No tenemos datos sobre la distribución relativa de los ingresos en las anteriores áreas centrales y periféricas que pudieran ser utilizados para detectar el patrón ahora familiar – una distribución con forma de diamante del ingreso en el centro versus una distribución de  forma de pirámide en la periferia. Pero Braudel sí aporta algunas indicaciones documentales de que los salarios solían ser más altos en los estados centrales. De la Venecia del siglo quince él dice:

Pero la paz de la escena social veneciana es de todos modos asombrosa. Es cierto que hasta los más humildes trabajadores manuales lo suficientemente afortunados para habitar en el corazón de una economía-mundo podrían recoger mendrugos de la mesa de los capitalistas. żFue ésta una de las razones para que no hubiera problemas? Los salarios en Venecia eran comparativamente altos. Y cualquiera que fuera su nivel, nunca era fácil reducirlo (Braudel, 1984; 135).

Pudiera ser que una versión de la imaginería de Braudel, de un sistema-mundo en capas (con el capitalismo encima, eventualmente extendiéndose hacia abajo), fuera útil aquí. Quizás los efectos más importantes de la explotación por el centro de la periferia fueron primero sobre las relaciones entre los propios capitalistas, creando la unidad y el apoyo para un estado fuerte y animando políticas estatales en servicio de la acumulación capitalista (en oposición a la tributaria) exitosa. Más tarde, al irse centrando el sistema-mundo en los estados-naciones centrales más bien que en las ciudades-estados centrales, la incorporación se extendió a una clase media de subalternos e incluso más tarde llegó a incluir también a los trabajadores centrales. El examen de Braudel de la hegemonía holandesa implica que los trabajadores tanto rurales como urbanos, recibían ingresos relativamente altos. Él cita a Pieter de la Court (1662) diciendo:

Nuestros campesinos están obligados a pagar tan altos salarios a sus trabajadores y ayudantes, que (los últimos) se llevan una gran proporción de las ganancias y viven más confortablemente que sus seńores; el mismo inconveniente se experimenta en los pueblos entre los artesanos y sus sirvientes, que son más insoportables y están menos obligados que en ninguna otra parte del mundo (Braudel, 1984: 179-180).

Otro problema con la extensión de la explicación política para la necesidad de la periferia tiempos atrás es la falta de cualquier desafío socialista al capitalismo antes de   la existencia de los sindicatos y partidos de la clase obrera moderna. Eric Hobsbawm (1959) ha contrastado las organizaciones modernas de la clase obrera con las formas de acción tomadas por los que él llama “rebeldes primitivos”. Hay que estar de acuerdo en que el socialismo no era una alternativa viable al capitalismo antes de mediados del siglo diecinueve por muchas razones. Aún si los cartistas hubieran podido lograr establecer una forma democrática de racionalidad colectiva en Inglaterra, el bajo nivel de la tecnología productiva le hubiera puesto graves límites a la capacidad de que un tal régimen sobreviviera, especialmente en el contexto de un sistema-mundo mayor aún dominado por el capitalismo. Pero los desafíos socialistas no eran los únicos desafíos (ni entonces ni ahora) a la lógica del capitalismo. Wallerstein apunta a que la posibilidad de reversión al modo tributario de producción, mediante el establecimiento (por los Habsburgo) de un imperio-mundo en escala central, pudo ser evitada solo por un estrecho margen.

En la 2Ş Parte se ha planteado que el modo capitalista de producción es dependiente de la existencia de un sistema interestatal competitivo en el que el centro siga siendo políticamente multicéntrico. La formación de un estado mundial a escala de todo el centro probablemente reduciría la operación de las organizaciones capitalistas que limitaran y desorganizaran el establecimiento de control político sobre las decisiones de inversión. Por supuesto, el control político sobre las decisiones de inversión puede ser de varias especies. Muchos han apuntado hacia la similitud estructural entre un imperio-mundo tributario e hipotético gobierno mundial socialista. Ambos establecen regulaciones políticas sobre las decisiones de inversión mayores en la economía mundial, aunque presumiblemente uno operaría a las órdenes de una mayoría democrática de los ciudadanos del mundo, mientras el otro sería el instrumento de una nueva clase dominante basada en alguna forma moderna del modo tributario de producción. En la práctica estas dos situaciones son algo difíciles de distinguir (porque, como Marx y Engels dijeron, cada nueva clase representa sus propios intereses como intereses universales), pero ese no es el problema que estoy abordando aquí.

Lo que estoy argumentando más bien es que la existencia de un sector periférico de la economía-mundo es una estructura necesaria de apoyo para la reproducción del sistema interestatal y por ende, del capitalismo en el centro. Este es el caso en razón del efecto de la explotación centro/periferia sobre el nacionalismo de los trabajadores del centro y los capitalistas del centro y porque la competencia por la explotación de la periferia intensifica las rivalidades inter-imperialistas entre los estados centrales. Como este último efecto ciertamente ha aumentado, como observaba Lenin (1965), ya que el globo completo ha sido llevado hacia dentro de la economía-mundo capitalista a causa de la necesidad de re-dividir territorios que ha habían sido reclamados por uno y otro estado central. Pero esta competencia interestatal por las áreas periféricas y las arenas externas ya era fuerte antes de que la economía-mundo capitalista se hubiera hecho completamente global.

Los intentos por transformar el sistema interestatal en un imperio-mundo a escala de todo el centro estuvieron en parte motivados por la competencia por la extracción de materias primas de las áreas periféricas y el fracaso de estos intentos fue en parte el resultado del acceso superior a las materias primas periféricas que tenían los estados hegemónicos centrales y sus aliados, lo que los capacitó para rechazar los intentos de imperio mundial.

Así, la existencia de una jerarquía centro/periferia le ha permitido al capitalismo en el centro reproducirse y expandirse, socavando los desafíos políticos al capitalismo dentro de los estados centrales y reforzando la estructura multicéntrica del sistema interestatal, que en sí misma es una base estructural necesaria del capitalismo.

 

Estudios Entre Naciones de los Efectos de la Dependencia

 

Si bien los argumentos anteriores no están todos formulados al mismo nivel de generalidad, todos ellos tienen implicaciones para la manera en que se reproduce la jerarquía centro/periferia. La mayoría de los autores no hacen la pregunta en términos del mantenimiento de un rasgo estructural del sistema-mundo, sino más bien argumentan en términos de las consecuencias para el desarrollo nacional. Aquí debemos mencionar un punto que se examinará en mayor detalle en el capítulo 15 sobre los métodos – las evidencias que muestran que algo que afecta al desarrollo nacional no son directamente evidencias acerca del nivel de sistema-mundo. Éste es el problema de agregación – la falacia ecológica a la inversa. Es posible que un cierto mecanismo cause el subdesarrollo de algunas economías nacionales, pero no la reproducción de la desigualdad internacional. Esto podría ocurrir si el mecanismo en cuestión enlenteciera el desarrollo de algunos países en relación con los demás, pero de todos modos los países periféricos estaban, en promedio, alcanzando al centro. Así, aunque revisaremos más adelante las investigaciones entre naciones que examinan los efectos de varios mecanismos sobre el desarrollo nacional, no son posibles conclusiones firmes acerca de la reproducción de la jerarquía centro/periferia a partir de estos resultados. Consideraremos estudios que examinan las tendencias recientes en la magnitud de las desigualdades centro/periferia en el capítulo siguiente. Todavía no se han hecho estudios formales que evalúen directamente las evidencias acerca de las causas de la reproducción del centro/periferia a nivel de sistema-mundo, pero esto no debería impedirnos usar las evidencias menos formales que tenemos para evaluar los mecanismos hipotéticos.

Aquí vamos a revisar las investigaciones comparativas entre naciones que han sido hechas acerca de los efectos de varias especies de dependencia sobre el crecimiento económico de la periferia. Generalmente la teoría de la dependencia implica que tener un alto nivel de dependencia causa una tasa relativamente más lenta de desarrollo económico. Hay varios tipos de dependencia que han sido estudiados por el método de comparación entre naciones.

1 la dependencia de la ayuda extranjera y los empréstitos,

2 la dependencia del capital accionista,

3 la composición del comercio en términos de los niveles de procesamiento de las exportaciones y las importaciones (composición del comercio),

4 la concentración de las exportaciones en términos de la especialización en mercancías particulares (concentración mercantil) y la concentración de los socios comerciales, usualmente el porcentaje de las exportaciones que va al socio de exportaciones mayor (concentración en un socio).

Un estudio ha examinado los efectos de la exportación de bienes de bajos salarios, que se plantean como hipótesis que son centrales en la teoría de intercambio desigual.

 

Dependencia de la Inversión Extranjera

 

La dependencia del capital accionista extranjero,  medida por el grado en que una economía nacional contiene una alta proporción de stocks de capital que sea propiedad de corporaciones extranjeras, se ha encontrado que tiene un efecto retardatario sobre el crecimiento económico y que también está asociada con un grado relativamente mayor de desigualdad en el ingreso nacional (Bornschier y Chase-Dunn, 1985). En contra de los argumentos de algunos teóricos de la industrialización dependiente, esto también es cierto para la dependencia del capital extranjero invertido en la manufactura (Bornschier  y Chase-Dunn, 1985: capítulo 7).

Así, tanto la dependencia clásica (la inversión en exportaciones extractivas y agrícolas) como la industrialización dependiente, probablemente reproducen la jerarquía centro/periferia al enlentecer la tasa de desarrollo económico en los países dependientes. Los estudios de varios mecanismos que se ha encontrado que median los efectos retardatarios de la dependencia de la inversión sobre el desarrollo están resumidos en Bornschier y Chase-Dunn (1985). Las evidencias indican que un importante mecanismo que responde por el efecto negativo de crecimiento es la descapitalización que resulta de la repatriación de las ganancias por las TNCs .

 

Dependencia del Comercio

 

La dependencia del comercio tiene varias dimensiones, como esbozaron Rubinson y Holtzman (1981). Galtung (1971) muestra que la concentración en un socio de exportación y la concentración en mercancías están negativamente correlacionadas con el PNB per cápita, mientras que la composición del comercio (la exportación de bienes manufacturados y la importación de materias primas) está positivamente correlacionada con el PNB per cápita. Así, estas medidas de la dependencia comercial están distribuidas como se esperaba a través de la jerarquía centro/periferia. Este resultado se confirma usando una medida más sofisticada de la composición comercial desarrollada por Firebaugh y Bullock (1986). Pero queda la pregunta acerca de los efectos de estas varias formas de dependencia comercial sobre el desarrollo económico. Rubinson y Holtzman (1981: 93) revisan 13 estudios cuantitativos entre naciones de los efectos de estas varias formas de dependencia del comercio sobre el crecimiento del PNB per cápita. Ellos concluyen que la concentración de mercancías no tiene efectos sistemáticos. También llegan ellos a la conclusión de que la composición del comercio afecta positivamente al crecimiento económico. Así, se ha encontrado que la exportación de bienes manufacturados y la importación de materias primas, como esperaban Galtung y otros, están asociadas con tasas superiores de desarrollo económico.

Como se describió en el capítulo previo, Nemeth y Smith (1986) han construido una medida basada en red de la posición de los países en el sistema-mundo, sobre la base de la composición de las importaciones. Su análisis de red produjo cuatro niveles del sistema-mundo: un centro, una semiperiferia fuerte y una débil y una periferia. Usando estas categorías en un análisis de panel entre naciones para determinar los efectos sobre el crecimiento económico, Nemeth y Smith confirman en general los resultados de otros estudios de la composición del comercio. Tanto la semiperiferia débil como la periferia muestran efectos negativos sobre el porcentaje de la tasa de crecimiento del PNB per cápita, pero la semiperiferia fuerte exhibe un efecto positivo que es similar en tamańo al efecto positivo que está asociado con estar en la categoría central (Nemeth y Smith, 1985: 548-53).

Bornschier y Hartlieb (1981), sin embargo, encuentran que, cuando se incluyen medidas de atributo de la dependencia comercial en un análisis de regresión múltiple junto con una medida de la dependencia de la inversión extranjera y otras variables de control apropiadas, ninguna de las variables de dependencia del comercio tiene efectos significativos sobre el crecimiento del PNB per cápita entre 1965 y 1977 (Bornschier y Hartlieb, 1981: 38). Esto sugiere que los aparentes efectos de la composición del comercio indicados en otros estudios pueden haber sido el resultado de su asociación con la penetración por las firmas transnacionales.

 

Exportaciones de Bajo Salario y Mercados de Trabajo Internacional Divididos

 

Kristen Williams (1985) informa los resultados de un estudio entre naciones que se empeńa en evaluar explicaciones que compiten entre sí, del desarrollo internacional disparejo: la economía neoclásica, la teoría del intercambio desigual de Emmanuel y la hipótesis de Prebisch de las retribuciones desiguales a los aumentos de productividad. Williams examina datos de países tanto del centro como de otros no-centrales para demoras temporales de cinco, diez y quince ańos entre 1960 y 1975. Ella examina las causas de los aumentos de salarios, de los aumentos de productividad, de los cambios en la composición orgánica del capital y del crecimiento del PNB per cápita. Sus resultados son sorprendentes para  todas las posiciones teóricas examinadas.

Ella somete a prueba la hipótesis de que el comercio con países de altos salarios enlentece la tasa de crecimiento del PNB per cápita para países no-centrales (derivada de la teoría de intercambio desigual de Emmanuel) pero no le encuentra apoyo (Williams, 1958:57). Tampoco se encuentra apoyo para el modelo de la periferia de Prebisch. Los aumentos de productividad y/o la composición orgánica del capital aumentan tanto los salarios como el crecimiento en la periferia, resultado éste que Williams interpreta como apoyo para el modelo neoclásico. Ella encuentra un efecto negativo del crecimiento de las exportaciones periféricas sobre la productividad y los salarios y por tanto, sobre el crecimiento económico. Éste no es el efecto de intercambio desigual predicho por Emmanuel, pero tampoco es consistente con la teoría neoclásica del crecimiento “impulsado por la exportación”. El crecimiento en el volumen de las exportaciones periféricas disminuye el crecimiento económico porque rebaja tanto la productividad como los salarios.

Williams encuentra que la dinámica del centro la explica un modelo bastante diferente. “El modelo neoclásico no parece ajustarse. Los aumentos de productividad no parecen conducir ni al crecimiento de los salarios ni al crecimiento económico… En lugar de esto, una de las predicciones del modelo de Emmanuel sí parece tener algún apoyo empírico. Los aumentos de salarios parecen conducir al crecimiento. De hecho, los aumentos de salarios parecen tener el impacto mayor sobre el crecimiento” (Williams, 1985: 65). Más tarde ella plantea que esto probablemente se deba más a la consecuencia keynesiana de aumento de la demanda, que a nada que tenga conexión con la teoría de Emmanuel del imperialismo comercial. Williams sugiere una versión de teoría del mercado laboral dividido para que responda por sus hallazgos. “Para la periferia, los salarios bajos estimulan un desarrollo intensivo en trabajo, que tiene baja productividad, de manera que los salarios se estancan” (Williams, 1985:68). Esto se relaciona indirectamente con el comercio internacional más bien que directamente, como teorizó Emmanuel. Los diferenciales salariales entre el centro y la periferia son mantenidos por los controles de inmigración y por la capacidad de los productores centrales de evitar tener que competir directamente con los productores periféricos. La especialización en el desarrollo de nuevos productos de alta tecnología y el ciclo de productos que desplaza estos hacia la periferia una vez que la competencia de precios comienza a operar,  es consistente con la imaginería de “sector monopólico/sector competitivo” que encuentra apoyo en las investigaciones de Williams.

 

Dependencia de la Deuda

 

Un foco creciente en la dependencia de la ayuda y la dependencia de los empréstitos internacionales ha acompańado la crisis financiera internacional que se ha hecho evidente en esta década. Ulrich Pfister y Christian Suter (Pfister y Suter, 1987; Suter, 1987; Suter y Pfister, 1986) han hecho un excelente trabajo sobre los ciclos largos de las crisis financieras internacionales. Estas investigaciones se revisan en el capítulo 13 sobre los cambios cíclicos en las relaciones centro/periferia. Robert Wood (1986) también ha hecho excelentes investigaciones sobre el régimen de ayuda internacional y su relación con la crisis de la deuda. Yo aquí revisaré las evidencias entre naciones sobre los efectos de la ayuda y la dependencia de la deuda sobre el desarrollo económico.

Los primeros intentos groseros por estimar el efecto de la dependencia de la deuda (p. ej., Chase-Dunn, 1975:734) aportaron algunas evidencias de que el per cápita de la deuda externa pública – los empréstitos al gobierno y empréstitos garantizados por el gobierno en 1965 – tuvieron un efecto negativo sobre el crecimiento del consumo de energía eléctrica per cápita entre 1965 y 1970. El efecto estimado sobre el crecimiento per cápita del PNB fue también negativo, pero no significativo estadísticamente. La dependencia de la deuda se encontró también que está asociada entre secciones con niveles superiores de desigualdad en el ingreso entre los hogares. La razón de que estos hallazgos fueran débiles fue la limitada disponibilidad de datos (4).

Ulrich Pfister (1984) demuestra más concluyentemente que la deuda extranjera acumulada total se correlaciona negativamente con el crecimiento del PNB per cápita entre 1975 y 1981, en un grupo de 77 países en desarrollo. Cuando se estudian las deudas acumuladas con bancos privados, la relación negativa es incluso mayor. Esta relación se mantiene cuando se usan variables adicionales de control en los análisis multivariados. Es interesante que Pfister encuentra que la inclusión de una medida de penetración por firmas transnacionales no financieras (TNCs) no disminuye el efecto estimado de dependencia de la deuda, pero el efecto estimado de dependencia de la inversión (penetración por las TNCs) es mucho menor que cuando la dependencia de la deuda no se incluye con él en la misma ecuación de regresión. Esto implica que o bien el efecto negativo de dependencia de la inversión de capital por acciones es espurio, debido a su asociación con la dependencia de la deuda o, como sugiere Pfister (1984: 11), pudiera ocurrir que los créditos bancarios sean una “variable mediadora en el proceso de descapitalización inducido por la operación de las corporaciones multinacionales”.

Pfister también muestra que los flujos corrientes de ayuda extranjera entre 1975 y 1977 tienen un efecto positivo sobre el crecimiento del PNB per cápita y estos efectos tienen el mayor valor para una sub-muestra de 31 países en desarrollo de bajos ingresos. No obstante, la deuda acumulada debida a la ayuda económica no afecta positivamente al crecimiento, sugiriendo que “los retornos de esta especie de flujo financiero son de hecho más bien bajos y que no ponen a la economía del país receptor en un camino de crecimiento más rápido a largo plazo” (Pfister, 1984: 16).

Pfister también examina los procesos que median el efecto de crecimiento negativo de la deuda con bancos extranjeros. Presenta evidencias de que este efecto no es debido a los altos niveles de servicio de la deuda porque, aunque el alto servicio de la deuda esté asociado con deudas acumuladas altas, no está relacionado con el crecimiento económico.

Sell y Kunitz (1986 – 87) encuentran que el nivel de endeudamiento en los ańos de 1970 está asociado con declinaciones más lentas de la tasa de mortalidad entre un grupo de países periféricos de Asia y las Américas, pero ese endeudamiento creciente estuvo asociado con tasas más altas de declinación de la mortalidad. Ellos plantean que el enlentecimiento en la declinación de las tasas de mortalidad periféricas en los setentas y en los ochentas no fue debido a efectos asintóticos de haber alcanzado ya altas esperanzas de vida, sino más bien a la creciente participación de los países en la economía mundial bajo condiciones que introducen nuevas especies de peligros para la salud al mismo tiempo que el progreso contra peligros para la salud más viejos se va haciendo más lento.

Uno de los enfoques estado-céntricos (el de Petras y cols., 1981) enfoca el poder del estado central hegemónico como el mecanismo principal que está detrás de la reproducción de la jerarquía centro/periferia. Una manera de la que se alega que esto opera es mediante los efectos sobre los estados periféricos de los programas de ayuda militar aportados por la potencia hegemónica. Hartman y Walters (1985) han examinado los efectos de la dependencia nacional sobre la ayuda militar de los Estados Unidos (de 1946 a 1973) sobre el crecimiento del PNB per cápita en 32 países no-centrales. Su análisis entre naciones demuestra que la ayuda militar de los Estados Unidos tiene un efecto positivo fuerte y estable sobre el crecimiento económico entre 1960 y 1973. Si bien se puede pensar que esto socave la tesis del “estado imperial”, porque la ayuda militar causa desarrollo en lugar de subdesarrollo, Hartman y Walters hacen notar que los casos “de éxito” fueron un pequeńo número de países (Taiwán, Corea del Sur, Turquía y Grecia) que recibieron una enorme cantidad de ayuda, como resultado de su conexión con el esfuerzo de los Estados Unidos por “contener al comunismo”. Ellos hacen notar que este camino hacia el desarrollo puede ser difícil de repetir para otros países, porque “la receta de las cantidades masivas de ayuda militar de los Estados Unidos no es un medio confiable para alcanzar desarrollo sostenido, autónomo de largo plazo, ya que no está bajo el control directo de la nación receptora” (Hartman y Walters, 1985: 453).

Las medidas de red de la posición en el sistema-mundo han sido usadas en estudios que examinan las causas del crecimiento económico y otros aspectos del desarrollo. Snyder y Kick (1979) usaron su medida de modelo de bloque que combinaba cuatro matrices diferentes de interacción internacional (descritas en el capítulo previo) dentro de un análisis entre naciones para determinar sus efectos sobre el desarrollo económico. Las ubicaciones periféricas y semiperiféricas producidas por su medida de red están asociadas con tasas relativamente más lentas de crecimiento económico, mientras los países centrales muestran tasas superiores de crecimiento. Kukreja y Milev (1988) han usado la medida de Snyder y Kick (corregida por Bollen, 1983) para demostrar una relación entre secciones con una medida de la diversidad industrial de las economías nacionales. Ellos muestran que las economías nacionales periféricas y semiperiféricas es menos probable que tengan una división compleja del trabajo, tal como se mide por la distribución de la fuerza de trabajo entre nueve sectores económicos. La medida de red de Nemeth y Smith (1985), que se basa en matrices de comercio internacional (ver capítulo previo), también se ha mostrado que está relacionada con diferentes tasas de crecimiento económico. Nemeth y Smith muestran que sus categorías de centro y de semiperiferia “fuerte” están asociadas con tasas relativamente más altas de crecimiento económico, mientras que sus categorías de semiperiferia débil y periferia están asociadas con un desarrollo económico más lento.

 

Otros Efectos de la Dependencia

 

Un análisis entre secciones hecho por Volker Bornschier y Thanh-huyen Ballmer-Cao (1979) presentó evidencias comparativas que apoyan la proposición de que la desigualdad relativa en ingresos entre los hogares está asociada con mayores grados de penetración por las corporaciones transnacionales. Esto ha sido ulteriormente confirmado en recientes investigaciones por Charles Ragin y York Bradshaw, que analizan datos para el periodo de 1938 a 1980. Ragin y Bradshaw (1986) muestran que una medida de indicador múltiple de la dependencia económica detiene el desarrollo económico, deprime la tasa de mejora en la calidad física de vida y aumenta las desigualdades distributivas entre países. Varios otros estudios confirman hallazgos similares (ver Bornschier y Chase-Dunn, capítulo 8).

Las investigaciones de Kathryn Ward (1984) sobre los efectos de la dependencia de las inversiones sobre el status de las mujeres y las tasas de fertilidad ilumina otra manera en que la jerarquía centro/periferia se puede reproducir. La revisión por Ward de la literatura sobre mujeres y desarrollo aporta varias proposiciones causales acerca de los efectos de la dependencia económica internacional sobre la posición de las mujeres en las sociedades en desarrollo y la tasa de fertilidad. Ella postula que la especie de desarrollo económico que ocurre en un contexto de alta dependencia de la inversión extranjera disminuye las oportunidades económicas de las mujeres en relación con los hombres y también mantiene el valor económico de los hijos para la producción de subsistencia. Esto último obstruye la reducción de la fertilidad. La dependencia, predice ella, se asociará con menos oportunidades económicas para las mujeres en el sector de trabajo asalariado. Además, algunas de las influencias potencialmente liberadoras y culturales anti-natalistas que podrían de otro modo difundir desde el centro hacia la periferia, son bloqueadas por las consecuencias del subdesarrollo y el status económico inferior de las mujeres.

Analizando datos de 126 países, Ward encuentra que sus hipótesis son generalmente apoyadas. Se encuentra que tanto la dependencia de las inversiones como la dependencia del comercio tienen efectos negativos directos e indirectos sobre la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo y el nivel de participación de las mujeres en esta fuerza de trabajo. Estos hallazgos también se mantienen cuando se examinan separadamente los sectores agrícolas e industriales. Se muestra que la fertilidad está grandemente determinada por el desarrollo económico y los programas de planeamiento familiar (efectos negativos) y por la mortalidad infantil (efectos positivos). Causas menores, pero significativas de la fertilidad son la desigualdad de ingresos, la dependencia de las inversiones y del comercio (positiva) y el status educacional y económico de las mujeres (negativo). Así, las investigaciones de Ward demuestran que ciertos aspectos de la jerarquía centro/periferia son causas directas e indirectas de la explosión poblacional en la periferia, así como de la perpetuación de la opresión patriarcal de las mujeres. Un estudio más reciente por Patrick Nolan (1980) encuentra solamente una débil relación entre la medida de red de Nemeth y Smith (1985) de la composición del comercio y la fertilidad, no obstante.

Peter Evans y Michael Timberlake (1980) mostraron que la dependencia de la inversión en los países periféricos está asociada con un empleo relativamente grande en el sector de servicios y Jeffrey Kentor (1981) demostró que la dependencia de la inversión tiene un efecto positivo sobre las medidas de urbanización y sobre-urbanización y que estos efectos están parcialmente mediados por la expansión del sector de servicios. El efecto sobre el crecimiento del sector de servicios fue confirmado por Robert Fiala (1983) para la década de los ańos 1950, pero se encontraron efectos más débiles para los ańos de 1960. Moshe Semyonov y Noah Levin-Epstein (1986) han mostrado que la independencia de la inversión expande la parte del sector de servicios que está asociada con los servicios a los productores, pero no los servicios a los consumidores.

 

Conclusiones

 

żQué podemos concluir a partir de los estudios entre naciones respecto a la operación de los mecanismos que reproducen la división centro/periferia del trabajo? Desgraciadamente, debido al problema de agregación mencionado anteriormente, los estudios de desarrollo nacional no pueden ser usados como evidencias conclusivas acerca de cuáles son los procesos más importantes que producen desigualdades internacionales. Aún cuando ha sido mostrado que la dependencia de la inversión es una causa importante de crecimiento económico relativamente lento en los países periféricos, de aquí no sigue necesariamente que ella responda por la reproducción de las desigualdades internacionales. Nadie ha estudiado la relación entre los cambios en el nivel de la dependencia de la inversión a nivel mundial y los cambios en las desigualdades internacionales con el tiempo.

Los hallazgos entre naciones revisados anteriormente, no obstante, sí nos aportan buenos estimados en este punto acerca de cuáles mecanismos reproducen la jerarquía centro/periferia. La dependencia de la inversión por acciones y la dependencia de la deuda son probablemente más importantes que las varias formas de dependencia del comercio. Hay poco apoyo para la hipótesis (derivada de la teoría de Emmanuel) de que las exportaciones de bajo salario directamente retarden el desarrollo nacional. Estos hallazgos se basan en investigaciones sobre las pocas últimas décadas, por lo que no deberían ser generalizados a periodos anteriores. Para estar más seguros necesitamos estudios por periodos más largos de tiempo y estudios que examinen la dimensión centro/periferia al nivel de sistema-mundo más bien que a nivel del desarrollo nacional. Los pocos estudios que se han hecho son descriptivos en el sentido en que examinan los cambios en la magnitud de las desigualdades centro/periferia pero no examinan las causas de estos cambios. Estos se revisan en los dos próximos capítulos.

Capítulo 12: Tendencias Recientes

 

Este capítulo revisa estudios que han examinado los cambios recientes en la distribución de los rasgos sociales estructurales entre los países centrales, periféricos y semiperiféricos. Las investigaciones han mostrado los grandes cambios que han ocurrido en ciertos rasgos sociales estructurales en los países periféricos en las décadas recientes. Como se mencionó en el capítulo 10, varios autores han reivindicado que la división internacional del trabajo se ha movido a una nueva etapa. La industrialización ha comenzado en muchos países periféricos y semiperiféricos y algunos países anteriormente periféricos, como Corea y Taiwán, han mostrado fuertes seńales de moverse hacia el status central. Otras tendencias organizacionales que han aumentado en los países periféricos y semiperiféricos en las décadas recientes son:

la urbanización,

la creciente primacía en población de las mayores ciudades dentro de los países en desarrollo,

el crecimiento de la educación masiva,

la expansión de las estructuras estatales,

el rápido crecimiento de la población y

el desplazamiento de la estructura de la fuerza de trabajo hacia afuera de la agricultura y hacia la industria y los servicios.

Todas estas seńales de “desarrollo” (en el sentido de la modernización) son vistas con algún escepticismo, no obstante, por quienes advierten que algunas especies de desarrollo están ocurriendo mucho más rápidamente que otras y que el nivel general de la desigualdad entre el centro y la periferia aparentemente no ha disminuido. Examinaremos los estudios que miran hacia la magnitud de las desigualdades centro/periferia. Pero primero permítasenos revisar los recientes cambios organizacionales dentro de las zonas del sistema-mundo.

En el capítulo 6 examinamos evidencias acerca del poder interno de los estados, que reveló que el poder extractivo de los estados vis-ŕ-vis sus sociedades está aumentando, tanto en el centro como en la periferia, pero que los estados centrales continúan teniendo mayor capacidad extractiva que los estados periféricos (ver tabla 6.1).

Patrick Nolan (1984) presenta los niveles medios de varias características sociales estructurales en el centro, en la periferia y en la semiperiferia, para 1960 y 1970, así como las tasas promedio de crecimiento para los países de estas zonas para varios periodos hasta 1970. Sus tablas (Nolan, 1984: 112-16) generalmente revelan las esperadas diferencias entre países centrales, semiperiféricos y periféricos en medidas tales como el porcentaje de la fuerza de trabajo en la agricultura, en la industria y el empleo terciario, así como el porcentaje del PNB en la agricultura y la manufactura. Nolan muestra que los países periféricos y semiperiféricos están cambiando en la dirección del centro en todas estas medidas entre 1960 y 1970. Usando una categorización de los países ligeramente diferente en zonas del sistema-mundo, Michael Timberlake y James Lunday (1985) muestran cambios similares en los promedios de países de las estructuras de la fuerza de trabajo nacional entre 1950 y 1970 (Timberlake y Lunday, 1985: 334). Ellos también usan datos nacionales para examinar la estructura de la fuerza de trabajo mundial como un todo, más bien que promediar las cifras nacionales (Timberlake y Lunday, 1985: 335). Cuando ellos descomponen la fuerza de trabajo en zonas, los resultados son muy similares al análisis producido promediando las cifras de países.

El estudio de Timberlake y Lunday, aunque examina las mismas especies de datos que Nolan (1984), apunta hacia un rasgo no examinado por Nolan. Timberlake y Lunday comparan el porcentaje de la fuerza de trabajo en el sector secundario (primariamente manufacturero) con el porcentaje de la fuerza de trabajo en el sector terciario (primariamente de servicios). Ellos construyen una razón de estas dos proporciones, con el terciario en el numerador y el secundario en el denominador y se refieren a ésta como la razón T/S. Su tabla 15.1 (1985: 335) muestra que la razón T/S para el centro y la semiperiferia varía entre 1.01 y 1.25 de 1950 a 1970. Pero la razón T/S para la periferia es mucho más alta, de alrededor de 1.8. Este hecho se examina en términos de la noción de “sobre-desarrollo” y el “terciario inflado”, refiriéndose a la existencia de un sector terciario relativamente mayor en los países periféricos. Timberlake y Lunday teorizan que lo que crea esta especie de estructura económica en los países periféricos es el patrón centralizado de acumulación capitalista en el sistema-mundo. Una gran porción del sector terciario periférico media la relación entre las exportaciones extractivas y de cosechas mercantiles en intercambio por importaciones del sector secundario desde el centro. Aunque el porcentaje de la fuerza de trabajo periférica en la industria creció del 10.6 por ciento en 1950 al 14.3 por ciento en 1970, esto todavía es una proporción muy pequeńa comparada con los países centrales, donde este porcentaje aparentemente hizo un pico a alrededor del 40 por ciento. Lo interesante es que los 26 países categorizados por Timberlake y Lunday como si estuvieran en la semiperiferia no muestran niveles más altos de la razón T/S que los países centrales.

Timberlake y Lunday (1985: 337) también examinan las razones T/S centrales desde 1850 hasta 1970 y las razones T/S periféricas desde 1900 hasta 1970. Ellos muestran que la razón T/S promedio de los países centrales se elevó de 0.68 en 1850 a 1.24 en 1970, demostrando el patrón descrito por la literatura en la sociedad “post-industrial”. Tanto el sector de servicios como el sector secundario (industrial) han crecido, pero el sector de servicios ha crecido más rápidamente y continúa creciendo, mientras el sector industrial ha crecido relativamente más lentamente y parece haber alcanzado un pico. Para los países periféricos sólo hay datos disponibles comenzando en 1900, pero estos muestran que la razón T/S promedio para los países periféricos era ya mucho más alta en 1900 – 1.25 para los países periféricos versus 0.81 para los centrales. Para 1970 los países periféricos habían aumentado su razón T/S promedio a 1.76, aunque ésta no ha aumentado desde 1950, cuando era ligeramente superior, a 1.79.

Un patrón similar se revela cuando examinamos los niveles de urbanización atravesando las zonas del sistema-mundo. Firebaugh muestra que el nivel de urbanización (el porcentaje de la población que vive en ciudades mayores de 20,000 habitantes) ha aumentado tanto en el centro como en la periferia desde 1920, primer ańo en que Firebaugh fue capaz de computar los niveles promedio de urbanización para ambos grupos de países. Los grupos de Firebaugh (1985: 295) incluyen a 11 países centrales de Europa Occidental y un número no especificado de países periféricos. En 1920 el nivel promedio de urbanización para el centro fue del 31 por ciento, mientras en la periferia fue del 7 por ciento. En 1940 el centro había aumentado su nivel de urbanización al 36 por ciento, mientras la periferia solamente había cambiado al 10 por ciento. Para 1960 el nivel promedio de urbanización en los países centrales estudiados por Firebaugh había alcanzado el 44 por ciento, mientras el nivel entre países periféricos fue del 17 por ciento. Firebaugh apunta que la “brecha de urbanización” entre el centro y la periferia aumentó entre 1920 y 1960, pero que esta tendencia está abocada a revertirse, al alcanzar los países centrales niveles techo de urbanización, mientras los países periféricos continúan urbanizándose.

Otro rasgo de los sistemas nacionales urbanos es el grado de primacía urbana que exhibe la distribución del tamańo de ciudades en un país. Algunos sistemas urbanos nacionales son planos en el sentido de que los tamańos en orden de población de las ciudades no forman una jerarquía de tamańos porque las ciudades son de tamańo similar. Muchas ciudades tienen jerarquías de tamańos de ciudades que se conforman aproximadamente a la “regla de orden de tamańo”. La regla de orden de tamańo especifica una distribución del tamańo de ciudades en la que la ciudad mayor es dos veces mayor que la segunda mayor, tres veces mayor que la tercera mayor, etc. Un sistema de ciudades tiene un alto nivel de “primacía urbana” cuando la ciudad mayor es mucho más grande que lo que sería el caso en una distribución por orden de tamańos. Desde hace mucho se ha observado que muchos países periféricos tienen mayor primacía urbana que muchos países centrales y que la primacía urbana parece ser un rasgo frecuente, aunque no universal, de los sistemas de ciudades periféricas.

Muchos autores han buscado explicar esta diferencia en términos de patrones de colonialismo o los efectos de la dependencia en el sistema-mundo. Las investigaciones recientes que examinan las distribuciones del tamańo de las ciudades para los países del sistema-mundo desde 1800 revelan que, en verdad, ahora hay significativas diferencias entre el centro y la periferia en términos de niveles promedio de primacía urbana, pero estas diferencias son de origen relativamente reciente (Chase-Dunn, 1984, 1985b). Para países latinoamericanos, la diferencia surgió en los ańos de 1930 y 1940. Esto sugiere que las estructuras del colonialismo no son responsables por los altos niveles de primacía urbana desde que el colonialismo latinoamericano terminó en los ańos de 1820. Cualquiera que haya sido la causa de esta diferencia centro/periferia, es algo que ha tenido sus efectos en décadas relativamente recientes.

Otro rasgo relacionado con la urbanización de la estructura centro/periferia es la distribución de los tamańos de ciudad del sistema-mundo como un todo. Chase-Dunn (1985a) ha estudiado los cambios en la distribución de los tamańos de ciudad de las tres mayores ciudades en el sistema-mundo, comenzando con la Europa pre-moderna de 800 DC hasta 1975. Esto muestra que el nivel de primacía urbana en el sistema mundial de ciudades varía cíclicamente y se corresponde generalmente con los cambios en la distribución del poder militar y la ventaja económica comparativa entre las potencias centrales. Sin embargo, ha habido una tendencia en las décadas recientes para algunas de las mayores ciudades del mundo a estar localizadas en países semiperiféricos. Para 1975 cuatro de las diez mayores ciudades en el mundo estaban localizadas en países semiperiféricos. Además, el sistema mundial de ciudades se ha ido aplanando desde 1875 y ha alcanzado un grado de descentralización del tamańo de las ciudades no visto desde el siglo doce. En términos del tamańo de la población, la jerarquía mundial de ciudades se está haciendo mucho menos jerárquica y mucho de esto se debe al rápido crecimiento de unas pocas ciudades extremadamente grandes en países semiperiféricos.

 

Cambios en la Importancia de los Diferentes Tipos de Dependencia

 

Hay evidencias de un desplazamiento en el balance relativo de las diferentes formas de dependencia con el tiempo. Bornschier y Chase-Dunn (1985: 52) muestran que desde los ańos de 1960 hasta los de 1970 declinaron tres medidas de la dependencia promedio del comercio de los países periféricos (ver también la tabla 13.2 en el siguiente capítulo) (1), mientras la dependencia de la inversión extranjera privada por firmas transnacionales y tres medidas de la dependencia de la deuda con el capital no-accionario aumentó grandemente. Se encuentra que las crecientes tendencias de dependencia de la inversión y dependencia de la deuda se mantienen para varias sub-categorías de países no-centrales. Un examen de las categorías del Banco Mundial de Países de Bajos Ingresos, Países de Ingresos Medianos, Nuevos Países Industrializados y miembros de la OPEP muestra que tanto un índice de la penetración del capital corporativo (tabla 12.1) como la deuda total pendiente como proporción del PNB (2) (tabla 12.2)

(TABLAS 12.1 Y 12.2 POR AQUÍ)

 

Tendencias en la Magnitud de la Desigualdad en el Sistema-Mundo

 

Ha habido mucha discusión del grado de la desigualdad a nivel mundial, pero muy poco trabajo empírico. Los autores disputan que si hay o no una brecha creciente y algunos reivindican que la economía-mundo capitalista ha traído pauperización tanto absoluta como relativa a la periferia. Yo revisaré aquí los pocos estudios que nos permiten estimar los cambios en la magnitud de las desigualdades en el sistema-mundo y examinaré la complicada cuestión de los efectos generales del desarrollo capitalista sobre la calidad de la vida en las áreas periféricas.

A la primera cosa a la que hay que apuntar es a que la mayoría de los estudios cuantitativos enfocan al periodo posterior a la 2Ş Guerra Mundial, especialmente los 1950 y los 1960, en los que la economía mundial estaba generalmente creciendo, si bien a diferentes tasas en diferentes lugares. Es innegable que muchos grupos han experimentado la pauperización absoluta, tanto material como cultural, como resultado de su contacto con el sistema-mundo europeo en expansión. El colapso demográfico de las poblaciones del Nuevo Mundo poco después de la conquista por Espańa fue un resultado tanto de las enfermedades epidémicas (Crosby, 1972) como de la explotación socialmente estructurada (Frank, 1979b). Y desde esta primera era de pillaje y esclavización, ha habido muchos otros tiempos y lugares en que el desastre absoluto así como la relativa privación ha seguido como consecuencia directa de la incorporación de la gente al sistema-mundo en expansión. La explotación cultural y material y la pauperización son cosas muy difíciles de cuantificar. La destrucción de las culturas originarias, como la extinción de las especies genéticas, es imponderable.

La destructividad y la creatividad de un modo de producción deberíamos evaluarla por comparación con otros modos (Wallerstein, 1983a; Wallerstein, 1984b: capítulo 14). Cuando comparamos el sistema-mundo moderno con sistemas-mundo anteriores, yo tiendo a concordar con Marx. No es el mejor de todos los mundos posibles, pero sí representa un progreso por encima de sistemas anteriores en muchos respectos. Los sistemas anteriores eran también explotadores, especialmente una vez que se inventaron los estados. Ellos también destruyeron las culturas originarias y extendieron las enfermedades y mataron a las personas por la sobreexplotación y la guerra recurrente. La calidad del bienestar cultural y espiritual es difícil de comparar, pero ni siquiera en esto los críticos de la cultura moderna me han convencido de que el común denominador contemporáneo más bajo esté por debajo del de civilizaciones anteriores.

En términos materiales, el problema es algo más sencillo. Debemos considerar el crecimiento poblacional y el nivel material de vida. Los modos anteriores de producción permitían que la especie humana aumentara sus números, pero solo lentamente (Coale, 1974). Como apuntaba Marx, la capacidad del capitalismo de revolucionar la tecnología productiva es su rasgo más progresista, aunque éste es una bendición mezclada más de lo que Marx se dio cuenta. El rápido aumento en los números de seres humanos en el siglo veinte ha sido grandemente debido a una combinación de tecnología más productiva con medidas de salud pública. Si bien reconozco que el crecimiento rápido de la población crea problemas, creo que el crecimiento poblacional es una consecuencia positiva. Ciertamente la capacidad de la tierra para soportar es limitada, pero todavía no nos hemos acercado a ese límite. Los principales problemas de la polución y el agotamiento de recursos son causados por una falta de racionalidad colectiva respecto a las consecuencias de largo plazo. Estos son problemas políticos de nivel mundial, que es capitalismo como sistema socio-políticos probablemente sea incapaz de resolver, pero no deberíamos permitir que estas observaciones nos cieguen a los desarrollos básicamente progresistas en la tecnología productiva y médica. Es demasiado fácil para los residentes de los países centrales subvalorar los suministros de alimentos básicos y las fuentes de energía no-animales. El neo-ludismo no facilita una apreciación de la racionalidad colectiva general que se necesita para expandir sabiamente la productividad y el uso de la energía.

Cuando examinamos la calidad de las vidas individuales a través de la periferia completa, no queda en absoluto claro que haya habido una pauperización absoluta en el largo plazo. Las evidencias recientes (descritas más adelante) sugieren que el nivel material promedio de vida se ha elevado ligeramente hasta en la periferia del sistema-mundo en las décadas recientes. Los casos anteriores de pauperización absoluta probablemente involucraron porciones mayores de la población mundial, mientras que los episodios más recientes de pauperización absoluta se han hecho menos frecuentes y menos extensos. De ser esto cierto, el problema ha llegado a ser más un asunto de pauperización relativa más bien que absoluta. Las evidencias acerca de los cambios recientes en la distribución de ciertos recursos son revisadas más adelante.

Hay, sin embargo, un sentido en el que la noción de pauperización absoluta es absolutamente aplicable al sistema-mundo moderno y éste es el asunto de la destructividad y escala de la guerra. El porcentaje de la población total involucrado en la guerra, la severidad de la guerra en términos de la proporción de la población total que resulta perjudicada y la proporción de recursos sociales destruidos, han aumentado rápidamente en los últimos siglos y especialmente en este siglo (Galtung, 1980: 7). El potencial ahora, como todos saben, es la destrucción no solo de las realizaciones de los empeńos humanos, sino también de tres mil millones de ańos de evolución biológica. Cualquier modo de producción que produce tal consecuencia es culpable de mucho más que la pauperización absoluta. Es en conexión con la producción de la guerra que la naturaleza progresista histórica del capitalismo se pone en duda.

 

żPauperización Absoluta o Privación Relativa?

 

żCuáles son las evidencias acerca de las tendencias recientes en las desigualdades a nivel mundial? Todas las regiones de la tierra han experimentado aumentos en la producción per cápita durante el período de la 2Ş Posguerra Mundial. Por supuesto, los niveles promedio del PNB per cápita no nos dicen acerca de las distribuciones intra-nacionales. Es bien sabido que algunos grupos en algunas regiones han experimentado declinaciones en el bienestar material y el grado de estas declinaciones absolutas ciertamente ha crecido durante el reciente periodo de enlentecimiento económico a escala mundial (Frank, 1981: 125-31). żPero sobrepasan estos bolsones de declinación absoluta a las áreas de crecimiento, de manera que el nivel promedio de vida en la periferia haya declinado desde la 2Ş Guerra Mundial?

En un estudio llevado a cabo por Bourguignon, Berry y Morrison (1983) se examinan las cuestiones de los niveles absoluto y relativo de pobreza. Las conclusiones respecto a los cambios en la distribución relativa del ingreso y el consumo en este estudio son calificadas por otro artículo de los mismos autores (Berry, Bourguignon y Morrison [1983]) en el que se alerta que los errores de medición en la determinación de los niveles relativos de desigualdad mundial no permiten mucha certidumbre acerca de las tendencias. Sin embargo, el primer artículo es importante porque combina datos tanto intra-nacionales como internacionales sobre la desigualdad de los ingresos en los hogares para estimar los cambios en el nivel de desigualdad mundial desde 1950 hasta 1977.

Respecto a la pauperización absoluta, Bourguignon y cols. (1983) informan que el número local de personas pobres que están por debajo de la línea de pobreza de un ingreso $200 al ańo, aumentó entre 1950 y 1977. Esto podría entenderse como un indicador de pauperización absoluta, pero otros hechos conducen a una conclusión diferente. Si bien el número absoluto de personas por debajo de la línea de pobreza aumentó, esto se debió en gran parte al crecimiento de la población en los países más pobres. Cuando Bourguignon y cols. examinan la proporción de  la población mundial que está por debajo de la línea de pobreza, ésta disminuyó del 43 por ciento al 28 por ciento en el periodo estudiado. Esto quiere decir que aunque el número de personas pobres aumentó absolutamente, ellos disminuyeron como proporción de la población mundial total.

Otros estudios indican que la pauperización no ha aumentado. Los estudios de esperanza promedio de vida en los países periféricos muestran aumentos (Sell y Kunitz, 1986: 87; tabla 1). Los estudios de contenido proteico y calórico del consumo alimentario en la periferia muestran niveles estables y un índice del consumo per cápita para las “economías de bajo ingreso” muestra un aumento desde 1960 hasta 1981 (Banco Mundial, 1983, volumen 1: 548). Ragin y Bradshaw (1986; tabla 1) muestran que un indicador de la calidad física de vida en los países pobres aumentó sustancialmente entre 1938 y 1980. Así, no hay evidencias de una declinación absoluta en el nivel material promedio de vida cuando examinamos la periferia como un todo. Esto puede no mantenerse para áreas o grupos específicos y es posible que haya ocurrido una declinación más extendida desde 1981 al causar la crisis económica una dislocación severa en muchos países. Sell y Kunitz, 1986-87) plantean que la reciente crisis de la deuda y el estancamiento de la economía mundial ha traído consigo “el fin de una era en la declinación de la mortalidad”.

żQué conclusiones podemos sacar acerca de las tendencias en la distribución de las proporciones relativas de los recursos mundiales? El estudio de Bourguignon y cols. (1983) encontró que el 40 por ciento más pobre de la población mundial recibió solamente el 4.9 del ingreso mundial en 1950, pero solamente el 4.2 por ciento en 1977 y que la brecha entre la mitad más pobre y la más rica de la población mundial, aumentó. Aún cuando éste es el único estudio que combina datos tanto intra-nacionales como internacionales sobre la desigualdad, las tendencias reveladas deben ser vistas con alguna incertidumbre, a causa de los problemas en la medición examinados por Berry y cols. (1983). De todas maneras, es bastante seguro que la magnitud de la desigualdad de ingreso mundial no disminuyó en este periodo. Ragin y Bradshaw (1986; tabla 1) examinan dos indicadores de bienestar, los teléfonos por población de 1,000 personas y una medida compuesta  de la calidad física de la vida. Ambos muestran un aumento en la brecha relativa entre los países del centro y los de la periferia entre 1938 y 1980.

Examinemos ahora la distribución de algunos otros recursos. La mayoría de los estudios de la distribución global de recursos comparan las medias de los grupos de países. Los estudios que computan promedios para grupos de países son informativos, pero no nos permiten mucha certidumbre acerca de los cambios en la magnitud total de la desigualdad, porque los países en cada grupo son mantenidos constantes en el tiempo. Como es probable que algunos países individuales estén cambiando de filas, los estimados de esta especie no aportan conocimiento firme acerca de los cambios en la magnitud de las desigualdades. La tabla 12.3 presenta cifras que muestran cambios en la concentración/dispersión relativa de varias especies de recursos o rasgos sociales estructurales a través de los grupos de percentiles de la población mundial. El uso de grupos de percentiles en vez de grupos de países permite que los cambios en las filas de países ocurran sin perturbar los estimados de las proporciones de percentiles.

La tabla 12.3 usa datos de países para computar la proporción de “recursos” mundiales que tienen los grupos de percentiles de la población mundial. Para cada recurso, los países incluidos en las distribuciones generales son los mismos para todos los puntos en el tiempo, de manera que la adición o eliminación de países no afecta las proporciones. Las proporciones son calculadas ordenando a los países en términos del indicador per cápita o “de nivel”, tal como el PNB per cápita. Todos los países están relacionados de alto a bajo, en términos de PNB per cápita y también se relacionan sus PNBs y poblaciones totales. Después se examina al grupo de países que tienen más alto PNB per cápita, que incluye casi al 20 por ciento de la población mundial, para determinar qué proporción del PNB mundial producen ellos (3).

(TABLA 12.3 POR AQUÍ)

La tabla 12.3 muestra la concentración de la producción económica, medida por el PNB y el consumo de energía. Examina la estructura económica mundial, según indica la proporción de la fuerza laboral agrícola y la proporción de la fuerza laboral industrial y examina también la forma de la urbanización mundial. Esto muestra cambios en la distribución de estos rasgos a los quintiles superior e inferior de la población mundial, así como el 60 por ciento mediano y las proporciones por las que responden los Estados Unidos.

La conclusión principal que indica el patrón general de la tabla 12.3 es que la distribución de estos rasgos no ha cambiado mucho en el periodo de 20 ańos que va de 1960 a 1980. Ciertamente no ha habido disminución en la distribución relativa de la productividad, según indica el PNB. Una cosa algo sorprendente es que el grupo del medio no ha aumentado en este periodo, ni el grupo superior ha disminuido, a pesar del bien conocido fenómeno de los “nuevos países industrializados”. Los Estados Unidos han caído considerablemente, del 32.1 por ciento del PNB mundial en 1960 al 26.9 por ciento en 1980. Esto es una continuación de la posición declinante de los Estados Unidos en la producción mundial de mercancías, lo que se demostró por Meyer y cols. (1975: tabla 2) que ya estaba ocurriendo desde 1950. El quintil más pobre muestra una disminución del 1.4 por ciento al 0.8 por ciento. Recuérdese, no obstante, que ésta es una proporción relativa y no una disminución absoluta (4).

El consumo de energía muestra una distribución similar en 1960 al PNB, pero en las décadas siguientes ocurre un cambio importante. El quintil superior pierde el 13 por ciento del consumo de energía, que va para el grupo mediano. Esto podría deberse a la industrialización de los países semiperiféricos. Cuando examinamos qué países fueron los que más o menos crecieron entre 1970 y 1980 en consumo per cápita de energía, descubrimos dos factores que responden del cambio en la distribución mundial. Primero, tres países productores de alto consumo de energía del quintil superior experimentaron grandes declinaciones en su consumo de energía: Trinidad, Bahrein y Kuwait. El Reino Unido y Luxemburgo, ambos del quintil superior, también experimentaron grandes declinaciones. Al otro extremo de las cosas, se registraron grandes aumentos por un número de países del grupo medio: Libia, Austria, Yugoslavia, Japón (5), Rumania, Corea del Sur, Hungría, Grecia, Espańa, Portugal e Irlanda. Estos junto con el crecimiento moderado de otros países semiperiféricos del grupo medio y el consumo declinante en los países de dentro del quintil superior (mencionados antes) fueron suficientemente grandes para sobrepasar los aumentos experimentados por otros países en el quintil superior, tales como Noruega, Australia, Canadá, los Estados Unidos, Arabia Saudita, Islandia, Finlandia, Países Bajos, Checoslovaquia, Alemania Oriental y Bélgica. Una combinación de las declinaciones por parte de algunos de los productores de petróleo (más el Reino Unido y Luxemburgo) más el crecimiento entre los países del Europa del Este y países semiperiféricos que se están industrializando (así como Japón y Australia) responde por el desplazamiento en la distribución del consumo mundial de energía.

Es interesante que el desplazamiento en el consumo de energía, que es debido al menos en parte a la extensión de la industrialización a los países semiperiféricos, no se refleja en la distribución del PNB. Un análisis sectorial del crecimiento del PNB podría ayudar a resolver esta aparente inconsistencia. Es posible que los servicios financieros y las industrias de alta/baja tecnología localizadas primariamente en países centrales se hayan expandido lo suficiente en el periodo estudiado para paliar el componente de crecimiento industrial semiperiférico de la distribución mundial del PNB. Mucha de la industrialización semiperiférica ha sido en industrias pesadas intermedias, que consumen grandes cantidades de energía por unidad del PNB.

Cuando consideramos la distribución de las características económicas estructurales, hay algunas tendencias interesantes. La fuerza laboral agrícola mundial se está desplazando hacia aquellos países que son ya los más altos en términos de la proporción de la fuerza de trabajo que está en la agricultura. De 1960 a 1980, la proporción de los campesinos y trabajadores agrícolas del mundo que se ubicaba en el quintil de países de más baja proporción de la fuerza laboral en la agricultura, declinó del 3.8 por ciento al 2.6 por ciento y también se experimentaron declinaciones por el grupo medio. Los países del quintil que estaba más alto en el porcentaje de la fuerza de trabajo en la agricultura – o sean, los países periféricos – aumentaron su proporción de los campesinos y trabajadores del campo del 33.2 por ciento al 40.4 por ciento. Este hallazgo sugiere un giro diferente de la noción de que las economías nacionales se están desarrollando por el desplazamiento de trabajadores fuera del sector agrícola. Es cierto que esto está ocurriendo en la mayoría de los países, pero esto está ocurriendo mucho más rápido en los países más desarrollados, de manera que la estructura de la fuerza laboral mundial se está desplazando hacia una mayor concentración de los trabajadores del campo en los países menos desarrollados.

Cuando examinamos la distribución global relativa de los trabajadores industriales, el rasgo principal es la estabilidad en cada uno de los grupos, aunque el quintil más bajo haya aumentado del 6.2 por ciento al 7.2 por ciento. Esta estabilidad es interesante, porque los países más desarrollados no están aumentado el porcentaje de su fuerza laboral en la industria y muchos están experimentando declinaciones en esta proporción al continuar creciendo su sector de servicios. Los Estados Unidos, como se muestra, experimentaron una reducción en su proporción de su fuerza laboral en la industria, del 12.9 por ciento al 9.5 por ciento en el periodo estudiado. Esta “exportación del proletariado” es más bien pequeńa, no obstante, cuando examinamos el quintil superior como un todo. Su proporción de la fuerza laboral industrial mundial declinó del 42.7 por ciento al 41.0 por ciento.

La urbanización, por otro lado, revela cambios bastante sustanciales en su distribución mundial. Los países más urbanizados declinaron en su proporción de habitantes de ciudad en el mundo, del 38.4 por ciento en 1960 al 34.1 por ciento en 1980. Tanto el grupo medio como el quintil inferior experimentaron aumentos. Esto significa que el bien conocido fenómeno de urbanización rápida en la periferia está redistribuyendo los habitantes de ciudad del mundo. Por supuesto, la urbanización – que es la proporción de una población que vive en ciudades – está sometida a efectos de techo, de manera que son imposibles incrementos por encima del 100 por ciento, así como que es probable que la concentración decline en un mundo en el que algunos países se han urbanizado completamente, mientras otros están todavía en camino a la urbanización. Se puede esperar no obstante, que efectos de techo similares reduzcan las diferencias centro/periferia en la distribución de la fuerza laboral mundial entre sectores económicos, pero para estos las desigualdades son o bien estables o bien se están haciendo mayores. Yo sugeriría que la reducción en las diferencias centro/periferia en urbanización es indicativa, no de que la periferia esté alcanzando al centro respecto al rasgo estructural de la modernización, sino más bien de la integración directa creciente de las poblaciones de los países periféricos al mercado laboral mundial, incluyendo a los sectores informales en rápida expansión en las grandes ciudades de la periferia (Portes y Walton, 1981). Así, esto no es evidencia de la reducción de la desigualdad centro/periferia, sino más bien una inclusión más directa de los pueblos periféricos a la estructura de dominio y dependencia internacionales. Como se informa en el capítulo previo, Jeffrey Kentor (1981) ha mostrado que la dependencia de la inversión extranjera causa urbanización aumentada en la periferia y que esto está mediado por la expansión del empleo en el sector terciario. La urbanización periférica es, pues, un fenómeno muy diferente al patrón urbano-industrial del desarrollo que ha ocurrido en los países centrales.

Otra tendencia reciente es la extensión de la producción de armas militares al “Tercer Mundo”. Algunos autores (citados en Neuman, 1984) reivindican que esto es una indicación de la dispersión del poder en el “sistema internacional”. Las investigaciones de Stephanie Neuman (1984) confirman que el número de países que producen armar y el número de armas producidas han aumentado desde 1969, pero la proporción relativa de producción de armas no ha aumentado establemente. La tabla 1 de Neuman (1984: 1701) muestra que el valor en dólares de las exportaciones de armas desde  países del Tercer Mundo como porcentaje de las exportaciones mundiales de armas durante el periodo desde 1969 hasta 1978 varió desde el 2.10 por ciento hasta el 8.84 por ciento, pero no hubo tendencia regularmente creciente durante el periodo. Aunque el número de países que producen armas aumentó dramáticamente de 1950 a 1980 (de 4 a 26), la mayoría de los sistemas de armas son producidos en unos pocos países semiperiféricos en industrialización. Argentina, Brasil, China, la India, Israel, África del Sur, Taiwán y Corea del Sur (30 por ciento de los 26 productores del Tercer Mundo) son responsables del 75 por ciento de la producción del Tercer Mundo en el periodo desde 1975 hasta 1980. Respecto a los tipos de armas producidas, Neuman (1984: 174) concluye que ellas son “…renglones de defensa más pocos, más viejos y menos complejos – los llamados componentes militares y sistemas ‘de cosecha’ e ‘intermedios’…” Así, como la extensión de la producción industrial en general, la cantidad y los tipos de desarrollo en la semiperiferia indica tal vez alguna movilidad hacia arriba por parte de unos pocos países, pero no una disminución general en la magnitud de las desigualdades centro/periferia.

 

Conclusiones

 

La conclusión más importante a partir de las evidencias revisadas en este capítulo es que, a pesar de la innegable industrialización de muchos estados periféricos y semiperiféricos, no hay evidencias de una reducción en la magnitud de las desigualdades centro/periferia. Así, los informes sobre la caída de la jerarquía centro/periferia son ciertamente prematuros.

Por otro lado, hay pocas evidencias de la pauperización general absoluta de la periferia. Algunos estudios muestran pequeńos incrementos mientras otros muestran poco cambio en varios indicadores de las esperanzas de vida promedio y del nivel de vida en la periferia. Todavía no hay datos disponibles para el reciente periodo desde 1981, periodo en el cual ha habido hambrunas y crisis económicas en varias regiones de la periferia. Los datos en toda la periferia acerca de este periodo de tiempo podrían dar un resultado diferente. Mi mejor aproximación es que es la pauperización relativa, más bien que la absoluta, la que tendrá efectos políticos significativos a largo plazo.

Capítulo 14: Construcción de la Teoría

 

Los recientes ataques al estructuralismo y a la teorización formal en las ciencias sociales han ocurrido dentro del contexto de un desplazamiento ideológico global hacia la derecha. La renovación de las glorificaciones del siglo diecinueve, del libre mercado y las ganancias empresariales, por los neoconservadores ha sido sorprendente, pero aún más curioso es la deriva hacia la izquierda del centro. Esto ha ocurrido en muchas formas – el énfasis en la modernización del sector estatal y en el incremento de su productividad, el desplazamiento hacia los mercados y los incentivos de ganancia en los estados “socialistas” y el apoyo eurocomunista al nacionalismo, al capitalismo de estado y la austeridad. Sabemos que la academia y la política mundial no son islas separadas, de manera que resulta tentador afirmar una conexión entre el énfasis renovado en el individualismo metodológico y el desplazamiento que aleja de los análisis de las fuerzas estructurales e institucionales tanto en la ideología política como en la ciencia social.

Cuál es exactamente esta conexión, no puedo decirlo. El Zeitgeist  parece afectarnos a todos nosotros y a todas nuestras actividades. No estoy planteando que todos los que hayan atacado al estructuralismo marxista sean instrumentos de los capitalistas. Más bien lo que deseo plantear es que la construcción de una teoría estructural formal de la acumulación capitalista sigue siendo una meta importante para la ciencia social y una contribución potencialmente valiosa a la creación de una sociedad mundial más humana, igualitaria y balanceada y que sea menos probable que nuestro experimento colectivo se convierta con la vida en humo.

En mi visión, el estructuralismo de Louis Althusser y sus discípulos ha sido atacado sobre una base equivocada. El esfuerzo por formular una teoría estructural del desarrollo capitalista, ahora entendido a nivel de sistema-mundo, es un esfuerzo necesario si queremos obtener colectivamente control de este jinete sin cabeza, de este gigante sin dirección (o con múltiples direcciones) que casi ciertamente nos está lanzando a todos hacia el precipicio.

 

Una Defensa de la Teoría

 

E. P. Thompson (1978) es tal vez quien ha hecho el ataque más influyente a la teoría estructuralista althusseriana, en su ensayo “La Pobreza de la Teoría”. Thompson plantea que los hombres y mujeres son más que simplemente ocupantes de posiciones estructurales, meramente agentes de fuerzas sociales. Ellos son actores históricos que negocian activamente y luchan por crear sus propias vidas y por cambiar (o mantener) las instituciones sociales existentes. Una teoría estructuralista está condenada, porque implica una visión mecánica de los seres humanos, desesperadamente atrapados y empantanados  por fuerzas sociales que están fuera de su control. Esto debilita la acción propositiva y promueve el fatalismo. Las teorías estructurales son también ellas mismas armas ideológicas mediante las cuales es legitimado el poder y este poder se usa para oprimir y explotar a las personas. El estalinismo y la Tercera Internacional son sugeridos como ejemplos pertinentes.

Como sustituto del estructuralismo, Thompson propone su propio método de análisis histórico, que enfatiza la autoría de la cultura por los individuos y clases comprometidos en las luchas por sobrevivir y crear un mundo mejor. Se hace énfasis en la contingencia histórica de los resultados, así como en los elementos de la conciencia y la organización intencional.

A Thompson se ha unido un gran número de otros marxistas académicos que han planteado argumentos similares respecto a áreas particulares del asunto, o en términos filosóficos y metodológicos generales. La crítica del estructuralismo marxista ha tenido éxito en la movilización de un amplio rechazo que favorece a los estudios historicistas, voluntaristas y particularistas (de área o locales). La creciente popularidad de la crítica desconstruccionista, que demuele todas las teorías como instrumentos textuales del poder político, también es evidente (1).

Aquí yo formularé mi propia crítica al estructuralismo althusseriano y defenderé un esfuerzo renovado por construir una teoría formal de la estructura profunda del capitalismo, más bien que un rechazo a todas las teorías.

 

El Continuum Historicista/Estructuralista

 

Primero deseo plantear la existencia de un continuum entre dos posiciones metateóricas extremas en la filosofía de la ciencia social y ubicar varias posiciones intermedias en ese continuum. Los puntos finales son los que han sido llamados análisis nomotético versus ideográfico. Hay una larga historia de discusión dentro de todas las disciplinas de ciencias sociales entre estos dos casos muy diferentes. En realidad muchas de las disciplinas exhiben un patrón algo cíclico de variación en términos de la popularidad de los enfoques a lo largo de este continuum (p. ej., Harris, 1968). El análisis nomotético intenta formular leyes generales que expliquen las regularidades, patrones y formas de cambio que exhibe un fenómeno. En ciencia social, las formulaciones más completamente nomotéticas afirman que un solo modelo ahistórico puede responder por todos los sistemas sociales humanos, grandes o pequeńos, primitivos, antiguos, o modernos. Talcott Parsons y sus seguidores representan esta posición, defendiendo que la idea de estructura social (compuesta por status y relaciones normativamente definidos) y una lista de necesidades sistémicas pueden ser útilmente aplicadas a diadas de dos personas, grupos pequeńos, organizaciones, sociedades nacionales y sistemas globales.

El análisis ideográfico, el otro extremo del continuum, enfoca lo que es único acerca de una persona, un periodo de tiempo, o una ubicación. Más bien que preguntar lo que tienen en común los casos, enfatiza sus diferencias. Pinta con riqueza de detalles, dedicándose a evidencias la mentalidad, tanto cognitiva como afectiva, de un escenario histórico. A esto es a lo que yo denomino historicismo (2).

Si bien este esfuerzo constituye un ejercicio válido y valioso en las humanidades, muchos de sus proponentes afirman que un enfoque más generalizador le impone a los seres humanos una falsa filosofía de la ciencia física. Se defiende que los seres que pueden alterar su propia conducta  inteligentemente y en maneras difíciles de predecir, no son bolas de billar. Los científicos sociales responden que hasta la “descripción grosera” implícitamente hace comparaciones y utiliza generalizaciones para hacer inteligibles sus declaraciones narrativas (3).

Perry Anderson (1980) le ha formulado una valiosa respuesta al ataque de E. P. Thompson a la teoría estructuralista, que rescata mucho de lo que es valioso en el aparato althusseriano, al tiempo que reconoce la naturaleza dialéctica de la determinación estructural y la acción voluntarista. Anthony Giddens (1979) ha abordado esta cuestión en mayor detalle y su obra es tal vez el esfuerzo más sistemático para resolver el problema, pero uno se cansa pronto del examen de estructura, agencia y acción a un nivel puramente abstracto. Yo no estoy concordando con los historicistas en que toda teoría o pieza de investigación deba contener personas, lugares y eventos, como ha planteado Charles Tilly (1984), pero la ausencia de un contexto especificado que esté detrás del examen de Giddens lo deja a uno dudando. El examen de estructuras, agencia, poder, ideología y cambio social a un nivel tan completamente abstracto y general suena muy parecido a la palabrería. Pero quizás yo solo esté revelando mi propia predilección por una variante cerca del medio del continuum.

Entre los polos extremos de la generalización total y la descripción pura, hay un número infinito de combinaciones posibles de ambos, no solo variando la mezcla cuantitativa, sino también asignando alcance y naturaleza de maneras diversas. Muchos sociólogos han planteado que una “gran teoría” es vacua (p. ej., C. Wright Mills, 1959). Por otro lado, se alega que las “teorías de mediano alcance” aplicadas a contextos particulares son científicamente más válidas y socialmente más útiles (Merton, 1957).

Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1979) introducen su importante estudio de la dependencia en América Latina con una descripción de su método “histórico-cultural”, que enfatiza las diferencias entre varios tipos cualitativos de situaciones de dependencia y las posibilidades de maniobra dentro de las restricciones estructurales que emanan del centro (ver también Bennet y Sharpe, 1985: 9-13).

Immanuel Wallerstein ha caracterizado a su unidad focal de análisis como los “sistemas históricos”, término éste que captura claramente la antinomia dialéctica entre los análisis ideográficos y nomotéticos. El enfoque de Wallerstein enfatiza la interacción entre la historicidad de los sistemas socio-económicos y sus elementos estructurales o esenciales profundos. En esto él es similar a Marx. Marx criticaba las generalizaciones ahistóricas de la economía política clásica, que ignoraban las cualidades únicas de los diferentes modos de producción. Los supuestos acerca de una naturaleza humana intemporal, apuntaba él, oscurecen los orígenes sociales de las instituciones y las transformaciones cualitativas que ocurren en el desarrollo de las sociedades humanas. Más bien que intentar modelar todos los sistemas socio-económicos, Marx enfocó el capitalismo, un modo histórico de producción con su propia lógica única de desarrollo y tendencias contradictorias. Pero, mientras Marx intentó formular su modelo estructural profundo explícitamente en los volúmenes de El Capital, las observaciones de Wallerstein acerca de la teoría y su enfoque algo casual de la especificación teórica revelan una actitud semi-fenomenológica. La declaración de política editorial en la revista del Centro Braudel, Review, se refiere a “la naturaleza transitoria (heurística) de las teorías”. La inclinación de Wallerstein por la narrativa primero y el examen teórico en segundo lugar y su récord ambivalente y contradictorio acerca de la definición de sus propios conceptos, lo colocan más cerca del extremo historicista del continuum que Marx o Althusser.

Althusser y sus seguidores han sido criticados por estructuralismo excesivo y por los pecados supuestamente asociados que se relacionan en el anterior examen de E. P. Thompson. Pero no creo que estos sean los problemas principales con el enfoque de Althusser. Una teoría estructural de las leyes tendenciales del capitalismo, más bien que implicar un universo determinista en el que la acción política es necesariamente fútil, es más bien una guía a los débiles vínculos y las aperturas para una política socialista positiva, o debería serlo. No hay contradicción aquí, porque nadie reivindica que toda acción social esté determinada por fuerzas estructurales. Una teoría estructural marxista, como apuntaba Engels (1935) desde hace tiempo, es un esfuerzo por decir cómo se están moviendo las fuerzas históricas y por indicar lo que es posible para el “socialismo científico” dentro de ese contexto. Tanto las teorías estructurales como las descripciones históricas pueden ser usadas para legitimar el poder político. Una teoría buena (o verdadera) puede ser usada para fines malos, pero esta posibilidad no es óbice para destruir todas las teorías.

El enfoque de Althusser y de Balibar (Balibar, 1970) es valioso precisamente porque ellos hacen la distinción entre:

1 el modo de producción – un nivel abstracto de análisis que especifica tendencias estructurales esenciales de un sistema socio-económico y

2 el nivel de la formación social – un nivel concreto y directamente observable de eventos históricos e instituciones sociales que puede contener más de un modo de producción, así como rasgos más puramente coyunturales, que pueden combinarse para determinar los eventos históricos.

La distinción entre la estructura profunda y el nivel coyuntural de eventos históricos está contenida dentro del análisis general. Althusser y sus discípulos son más explícitos acerca del contenido del nivel estructural profundo y le ponen mayor énfasis a la importancia causal que lo que hace Wallerstein u otros académicos que están más cerca del extremo historicista del continuum.

Por supuesto, no es solo un asunto del énfasis relativo de estructura y coyuntura, sino también el contenido sustantivo de la distinción. Entre las estructuras, Parsons hace de las normas y valores las variable maestras. De gran importancia para el contenido sustantivo de una teoría es cómo entiende uno exactamente la distinción entre “base” y “superestructura” (o entre esencia y epifenómenos). En el capítulo 1he propuesto una reformulación del modelo de Marx de la acumulación capitalista, que no solamente cambia el marco de análisis al nivel de sistemas-mundo, sino que también plantea que ciertos elementos, tales como la formación de estado, la construcción de nación y la formación de clases (que Marx consignaba a lo coyuntural) deberían en su lugar incorporarse al modelo de la estructura profunda. Aquí no estoy defendiendo esas decisiones teóricas sustantivas, sino más bien la decisión previa de continuar el proyecto de producir una teoría estructural.

Mi propia crítica a Althusser y cols. no enfoca el proyecto estructuralista, sino el contenido de la teorización (ver capítulo 1), así como el fracaso de los althusserianos en ocuparse de la confrontación entre la formulación teórica y la investigación empírica. La filosofía de la praxis empleada por los althusserianos define la confrontación con el mundo empírico en términos de actividad política. Yo no concuerdo en que la práctica política sea un sustituto de la investigación comparativa sistemática designada para distinguir entre formulaciones teóricas contendientes. Al rechazar la investigación comparativa sistemática como un método burgués, los althusserianos se empantanaron en un mundo escolástico de interpretación textual, análisis deductivo racionalista y debate político. Muchos de los marxistas que estaban ocupados con el mundo real de los movimientos sociales vigentes, fuera del contexto inmediato de los debates políticos franceses, se alejaron del estructuralismo. Así, Manuel Castells, proponente temprano él del estructuralismo althusseriano, abrazó al historicismo en la forma de una especie de romanticismo populista (ver Molotch, 1984), lanzando a la teoría junto con la bańera.

Mi defensa del análisis empírico comparativo está contenida en el párrafo siguiente. Aquí solo deseo apuntar hacia que el razonamiento deductivo, la exposición lógica y la crítica de los conceptos teóricos y proposiciones es solo la mitad del proceso de producción de la teoría científica. La otra mitad es la investigación empírica inductiva. La tendencia central de la sociología americana ha sido el error opuesto – investigación sin teoría. Como han apuntado Arthur Stinchcombe (1968) y muchos otros, la investigación solo puede distinguir entre teorías que predigan diferentes cosas, de manera que es importante formular las teorías contendientes de maneras que quede claro lo que ellas implican y lo que no implican acerca del mundo empírico (4). Se admite que este demandante ideal de cómo debería proceder la construcción de teoría, raramente se satisface y yo no he sido capaz de satisfacerlo completamente en este libro. De todas maneras, por más arcaico que parezca, esa es una de las principales justificaciones que ofrezco de mi esfuerzo teórico y de la revisión de los resultados de investigaciones comparativas.

 

La Ontología

 

En muchas discusiones con estudiosos y colegas en sociología, he descubierto el curioso supuesto de una conexión entre la escala espacial y el nivel de abstracción. Muchos parecen asumir que el sistema-mundo es abstracto, mientras que una persona individual es concreta. También he observado este error en las obras publicadas de distinguidos científicos sociales (p. ej., Tilly, 1984: 14). Pero al reflexionar, todo el mundo admitirá que no hay una conexión necesaria entre el tamańo y la abstracción. El sol no es más abstracto que la tierra. Yo no soy más abstracto que una hormiga. El sistema-mundo no es directamente observable a la vista y esto puede ser una parte de la razón por la que alguna gente piensa en él como más abstracto que los niveles menores de análisis. Pero tampoco es la tierra visible como un todo para la mayoría de los ojos. Y sin embargo, todos estaríamos de acuerdo en que ella y muchas otras cosas como los átomos y el sistema solar, son entidades concretas. La psicología de la percepción visual ha establecido que empleemos ideas hasta en nuestra percepción de lo inmediatamente visible. Pero esto no quiere decir que todo sea igualmente abstracto. Aunque yo necesito el concepto de “silla” para ver la silla, yo y la mayoría de los filósofos creemos que una silla es más concreta que (digamos) la belleza.

En la ciencia social, la mayoría de nosotros creemos que los individuos realmente existen y que son más concretos que las clases o las naciones. Desde Lukacs hemos sido prevenidos de cuidarnos de la reificación de la sociedad (5). Pero John W. Meyer, un estructuralista consumado, ha apuntado que reificamos con mayor frecuencia al individuo. Como todos sabemos de nuestros cursos de pre-graduados, el yo es socialmente construido y los individuos biológicos son conceptualizados muy diferente en las diferentes especies de sociedades. Pero asumamos que los individuos existen. Al nivel más concreto, el sistema-mundo se compone de todas (o casi todas) las personas en la tierra y las interconexiones materiales (directas e indirectas) entre ellas. Es un gran objeto de análisis de la ciencia social, pero no es abstracto, o no más abstracto que los demás objetos menores.

Pero la escala no afecta los patrones que son observables. Cuando usamos un telescopio, vemos cosas muy diferentes que cuando usamos el ojo desnudo o un microscopio, aún cuando todos estos apunten hacia la misma “realidad”. No tiene mucho sentido discutir acerca de cuáles son los patrones u objetos reales, concretos. Más bien, si estamos escribiendo historia pudiéramos escoger enfocar una u otra escala de análisis por su propio mérito, igual que elegimos entre diferentes estilos estéticos. Pero si estamos haciendo ciencia, vamos a desear entender los procesos causales por los cuales cambian los patrones y nos preguntaremos qué nivel de análisis responde de más variación en una variable de salida designada (explanandum). Este último esfuerzo puede requerir el estudio de diferentes niveles de análisis simultáneamente, cuestión ésta que se examina en el próximo capítulo.

 

Modelos del Sistema-Mundo

 

La modelación del mundo es una empresa que ha transcurrido grandemente sin conexión con la perspectiva de sistemas-mundo. Aquí comentaré las posibles relaciones entre estos dos proyectos y designaré tres tipos de modelos que son parte del esfuerzo por construir una teoría de los sistemas-mundo.

La modelación del mundo es un esfuerzo de recolección de datos y simulación emprendido por diferentes grupos de investigadores. Mucho de este trabajo es valioso, porque enfoca a la economía mundial como un todo, como unidad de análisis y usa datos empíricos para pronosticar tendencias. Los modelos teóricos usados para crear las simulaciones ha variado grandemente de un proyecto al otro, pero ninguno de los proyectos principales ha utilizado esta especie de teoría desarrollada en este libro, teoría que usa el modelo de acumulación de Marx, del desarrollo capitalista, como su punto de partida. Yo concordaría con Patrick McGowan (1980) en que, a pesar de los muy diferentes paradigmas empleados por los modeladores del mundo y por la perspectiva de sistemas-mundo, estos dos proyectos pueden ser útiles el uno al otro.

 

Niveles de Especificación

 

Me gustaría distinguir entre tres niveles a los cuales podemos especificar los modelos del sistema-mundo moderno. Al primero le podemos llamar modelo descriptivo. Este tipo de modelo especifica las relaciones en el tiempo entre los diversos ciclos y tendencias que son rasgos del sistema-mundo, que varían con el tiempo. Un tal modelo está implicado por el examen de los ciclos y tendencias del capítulo 2 y hay varios autores que han presentado tales modelos temporales (p. ej., Chase-Dunn, 1978: 170; Hopkins y Wallerstein, 1979: 496-7). Esta suerte de modelo no especifica relaciones causales entre los rasgos variables. Más bien simplemente predice relaciones temporales regulares entre diferentes variables. Este nivel descriptivo de análisis se presenta raramente sin algún examen de las relaciones causales. Es un esfuerzo teórico valioso por derecho propio, para hacer hipótesis explícitas acerca de las regularidades temporales, porque facilita la formulación de cuestiones empíricas.

El segundo tipo de modelo es una especificación de las relaciones causales entre las variables que son rasgos del sistema-mundo como un todo o rasgos de subunidades, como las zonas, naciones-estados, etc. Un ejemplo de un tal modelo está dado en la figura 13.2 y una serie de ejemplos similares están contenidos en la crítica de McGowan (1985) del estudio de Bergesen y Schoenberg (1980) de los ciclos de colonialismo. Los procedimientos para comprobar estos modelos causales se examinan en el capítulo siguiente. Su valores que pueden hacer explícitos nuestros argumentos acerca de qué causa qué y por lo tanto pueden ser útiles en la evaluación de los diferentes argumentos teóricos sobre los procesos en el sistema-mundo.

Un tercer tipo de especificación teórica es el que formula una teoría de la estructura profunda o el motor principal que impulsa al sistema-mundo. La teoría de Marx del modo capitalista de producción es un tal modelo. Este plantea la existencia de tendencias estructurales que pueden responder por la dinámica de largo plazo del crecimiento y reproducción de un sistema socio-económico. La especificación de un tal modelo estructural profundo puede ser formalizada de varias maneras diferentes. Parte del modelo de Marx ha sido formalizado como una teoría axiomática de declaraciones lógicamente relacionadas por Nowak (1971). Morishina (1973) ha especificado matemáticamente aspectos importantes del modelo de acumulación de Marx. Los modelos de la estructura profunda no necesitan estar completamente formalizados, pero la formalización hace que los supuestos sean más claros y hace más fácil ver las implicaciones empíricas de un conjunto de declaraciones teóricas centrales.

Debería apuntarse a que el lenguaje de la estructura profunda versus las apariencias de nivel superficial, no requiere la filosofía nominalista del idealismo hegeliano. No necesitamos asumir que hay “realmente” una esencia inobservable debajo de las complejidades de las apariencias empíricas. El modelo de la estructura profunda es como un mapa. Es una simplificación del territorio que nos ayuda llegar a donde queremos ir, explicar y predecir tanto como sea posible.

Es deseable que el mapa sea tan simple como sea posible, siempre que siga siendo útil. Aquí, nuevamente, encontramos el continuum entre el historicismo y la teoría completamente ahistórica. El historicismo copia el territorio en su rico detalle, sin intentar simplificar. Por otro lado, el mapa de la teoría ahistórica completamente general es tan simple que solamente los rasgos más analíticos están dibujados, o sea,  la red de longitud y latitud. Estos rasgos aportarán una guía aproximada para todas las ubicaciones, pero no aportarán información suficiente para que sea útil para la mayoría de los propósitos particulares (6). Así, no es tanto una cuestión de la existencia real de la estructura profunda, sino más bien de la utilidad del modelo para la explicación, la predicción y la acción. Y en este sentido hay variados grados de veracidad más bien que una verdad absoluta.

 

Formación de Conceptos

 

Cardoso (1977) plantea que los conceptos no deben ser rígidamente definidos y/o convertidos en variables unidimensionales, porque la realidad social que se esté estudiando es una realidad dinámica, contradictoria, que una tal precisión sobre-simplificaría. Esta objeción puede estar parcialmente basada en la noción de Marx de que los conceptos teóricos en las ciencias sociales deben ser el reflejo del carácter relacional y contradictorio de los procesos sociales mismos (Marx, 1973). Pienso que ésta es una idea metodológica importante, pero no debe evitar que hagamos claras definiciones tentativas para ver cuán útiles nos pueden ser en la explicación de la realidad empírica. La operacionalización de un concepto no nos compromete permanentemente ni a la definición ni al indicador particular que empleemos para medirlo. Cardoso tiene razón en apuntar hacia que deberíamos estar conscientes de los supuestos que están detrás de la conversión de un concepto como el de dependencia, en una variable unidimensional. En realidad, las evidencias de las investigaciones entre naciones confirman que la dependencia es un fenómeno multidimensional (ver capítulo 9).

Mucha de la preocupación acerca de la naturaleza implícitamente estática y mecanicista de los modelos formales causales (p. ej., Bach, 1977) parece ser resultado de un malentendido de la lógica del análisis causal. Toda la investigación no-experimental es un intento por inferir procesos causales subyacentes a partir de datos sobre los cuales tenemos poco control. El tipo de variables usadas (cualitativas, métricas, lineares o curvilíneas, multidimensionales o no) y la lógica y naturaleza de las relaciones causales que están implicadas en un modelo particular, dependen de la imaginación teórica del investigador. Es verdad que los modelos más comúnmente comprobados asumen una causación de una sola vía y relaciones lineales entre variables, pero estos supuestos no son en modo alguno necesarios para la modelación causal.

 

Dialéctica y Contradicción

 

Cardoso (1977) y Bach (1977) plantean que la imaginería causal convencional no debería ser aplicada a los procesos de dependencia y de sistemas-mundo porque estos procesos son dialécticos y contradictorios. Presumiblemente estos autores están haciendo una reivindicación acerca de la realidad objetiva; si podemos tener claridad acerca de lo que quiere decir un proceso dialéctico, no hay razón inherente por la que no se pueda especificar y comprobar un modelo dialéctico.

Muchos estudiosos de la estructura social prefieren usar la dialéctica como ayuda heurística para pensar sobre los procesos de cambio social. Como tales, las nociones generales de contradicción, oposición y transformación cualitativa pueden ser muy útiles para interpretar situaciones históricas complejas y esta ayuda heurística no es en absoluto incompatible con las proposiciones causales de una especie más convencional. Cuando afirmamos que hay una relación causal negativa entre, por ejemplo, la dependencia de la inversión extranjera y el crecimiento económico (Bornschier y Chase-Dunn, 1985), no negamos la naturaleza interactiva y reactiva de las relaciones entre las corporaciones transnacionales, los estados periféricos y los trabajadores periféricos. Lo que estamos afirmando es que, como un todo, en muchos casos, a largo plazo, ceteris paribus, mientras más dependiente es un país del capital extranjero, mayor es la probabilidad de que se desarrolle más lentamente. La posibilidad de que pueda haber excepciones, o de que algunos países puedan ser capaces de combinar con éxito la inversión extranjera con una cierta especie de crecimiento, no prueba que sea falso el supuesto general. Proposiciones de esta especie pueden fácilmente combinarse con una heurística dialéctica.

Más problemática es la especificación de proposiciones dialécticas formales dentro de un modelo. Si defendemos que un proceso particular o relación es dialéctico, es posible especificar formalmente el significado de este aserto. Aunque no le guste a muchos dialécticos, podemos traducir la noción de contradicción a la lógica causal convencional. Así, la contradicción puede ser entendida como:

n  vectores causales que afectan a una variable dependiente de maneras opuestas,

n  variables que se afectan una a otra (causación recíproca), o

n  una variable que se afecta negativamente a sí misma (retroalimentación negativa).

Es cierto que la mayoría de los modelos causales en las investigaciones sociales emplean solamente  supuestos bastante sencillos acerca de la retroalimentación, la causación recíproca y la interacción, pero han sido modeladas exitosamente formas mucho más complejas de causación, con herramientas matemáticas bastante estándares.

La mayoría de los dialécticos serios, no obstante, no quedan satisfechos con una traducción tan sencilla de las nociones centrales de la dialéctica (contradicción, oposición y transformación cualitativa) a la lógica causal convencional. Ellos plantean que la lógica aristotélica excluye la existencia simultánea de opuestos, de manera que se requiere una nueva lógica y unas nuevas matemáticas. Se ha comenzado a trabajar para crear una lógica y unas matemáticas dialécticas formalizadas (Rescher, 1977; Alker, 1982). Este tipo de trabajo pudiera eventualmente permitirnos construir modelos dialécticos que especifiquen claramente la significación de oposición, contradicción, síntesis y transformación cualitativa, en maneras que las hagan empíricamente desconfirmables. Esta línea de trabajo fue sugerida por Erik Wright (1978: capítulo 1). Él elaboró una serie de “modos de determinación” que son particularmente apropiados para la tarea de modelación de las estructuras causales de la teoría marxiana.

 

Teoría Crítica, Determinismo y Práctica Política

 

La teoría estructuralista, la modelación formal y los estudios comparativos cuantitativos han sido atacados por quienes plantean que los estudios de dependencia y de sistemas-mundo deberían exponer y condenar las estructuras de dominación. La teoría crítica y el deconstruccionismo quieren exponer a la ciencia social positiva como ideología burguesa y plantean el argumento de que tanto la filosofía del conocimiento como la metodología comparativa usadas en la ciencia social normal son realmente mistificaciones de base clasista. Cardoso (1977) defiende que las investigaciones comparativas cuantitativas son necesariamente no-críticas porque deben usar el manto de la ciencia objetiva “libre de valores”.

Mi defensa general de los métodos cuantitativos comparativos está contenida en el capítulo siguiente. Aquí deseo argumentar a favor del valor político de un esfuerzo renovado en el ámbito de la teoría estructural. Si ya tuviéramos una teoría adecuada de la acumulación capitalista y comprensión suficiente de la dinámica de los procesos del sistema-mundo y de la naturaleza de la transformación de los modos de producción, entonces podríamos continuar hacia aplicaciones particulares de este conocimiento en las luchas sociales. Pero la actual “crisis del marxismo” revela que ciertos problemas básicos acerca de la naturaleza del capitalismo y el socialismo no han sido resueltos aún. Es por eso que es políticamente sensato ejercer esfuerzos en dirección a la reformulación de una teoría positiva de la acumulación capitalista. Si pudiéramos simplemente aceptar el modelo de Marx y aplicarlo al mundo del siglo veinte, entonces no necesitaríamos producir una teoría nueva (o revisada). Una teoría estructural, no obstante, es más que un llamado a la acción. Es un modelo de cómo realmente funcional el sistema socio-económico, su dinámica de crecimiento y de competencia y las contradicciones inherentes que producen las presiones hacia la transformación.

Bach (1977) y Cardoso (1977) plantean que la construcción de modelos formales implica una visión determinista del desarrollo, que ignora los esfuerzos voluntarios de los individuos y las clases para resistir y para alterar las estructuras que los están explotando y subdesarrollándolos. Por el contrario, los modelos en ciencia social con la mayor frecuencia son probabilísticos más bien que deterministas, permitiendo así la complejidad e indeterminación de la conducta humana. El conocimiento de la probabilidad de un resultado social, dadas ciertas condiciones, es un potencial contribuyente a la libertad humana. No nos convertimos en más determinados por comprender las leyes de la naturaleza o las tendencias de los sistemas sociales. Por el contrario, nos hacemos más libres. Por ejemplo, los modelos de dependencia que muestran el tamańo y la naturaleza de los efectos promedio sobre una economía nacional causados por un aumento (o una disminución) en la dependencia de la inversión extranjera pueden ser útiles para ayudar a los que hacen la política en los países periféricos para evitar las consecuencias negativas de la explotación por las corporaciones transnacionales.

También está la cuestión de los usos de los modelos causales y las investigaciones cuantitativas para informar la práctica política. Hay muchas organizaciones políticas y movimientos que podrían hacer buen uso de los resultados de las investigaciones comparativas sobre los procesos del sistema-mundo. Pero al igual que los que hacen las políticas y los planificadores no pueden aplicar los modelos mecánicamente a cualquier situación, asimismo en política (y especialmente en política) la práctica es más un arte que una ciencia a causa de la naturaleza compleja y coyuntural de la tarea. Esto quiere decir que, como en medicina, los resultados de las investigaciones deben ser usados por practicantes informados y artísticos.

Tal como yo lo veo, el uso principal de una teoría estructural de la economía-mundo capitalista es su potencial para ayudarnos a distinguir los cambios sociales y las fuerzas políticas que reproducen al capitalismo, de aquellas que contribuyen a su transformación y a identificar los “eslabones débiles” en los que los esfuerzos políticos por la transformación pueden ser más fructíferos. Si el siglo veinte es el comienzo de un periodo de transición a un sistema-mundo socialista, pero los estados “socialistas” existentes son partes funcionales de la economía-mundo capitalista (Chase-Dunn, ed., 1982b), necesitamos una teoría claramente especificada del capitalismo que nos ayude a distinguir las nuevas formas emergentes que contribuyan a la transformación del sistema de las que lo reproducen, lo expanden aún más y lo profundizan. Y nuestra nueva teoría también debería tener implicaciones para la cuestión de la agencia en la construcción del socialismo.

Capítulo 15: Métodos de Investigación

 

Muchos de los feudos metodológicos de larga data dentro de las ciencias sociales, han sido extendidos a la cuestión de la manera correcta de estudiar sistemas-mundo. El continuum de ejemplos metateóricos examinados en el último capítulo, generalmente se corresponde con un conjunto de preferencias respecto a la metodología. Digo generalmente, porque algunos teóricos desaprueban a las investigaciones empíricas de cualquier forma, mientras algunos “empiristas crudos” desdeńan la teoría. Pero entre los que están dispuestos a arriesgarse a entrar en contacto con el enredado mundo empírico, hay una vasta brecha entre los proponentes del estudio de casos y los proponentes del análisis comparativo sistemático. Como con la metateoría, hay muchas posiciones intermedias. Algunos investigadores se diferencian entre tipos cualitativos. Algunos combinan los estudios de casos con el análisis cuantitativo de un gran número de casos (p. ej., Paige, 1975).

Charles Ragin y David Zaret (1983) contrastan el enfoque individualizante de Weber con el enfoque generalizador de Durkheim. Weber construyó tipos ideales para analizar las diferencias entre el Oriente y el Occidente. Durkheim analizó grandes números de casos para verificar un modelo general que se quería aplicar a todos los casos. Ragin y Zaret argumentan convincentemente que ambas estrategias son valiosas, dependiendo de las metas del estudio. Y ellos hacen un valiente esfuerzo por demostrar la complementariedad de estas estrategias. Los adherentes a estos casos metodológicos no siempre necesitan comprometerse en una confrontación en la que los historiadores y especialistas de área afirman que era diferente en Barcelona en 1934, mientras los teóricos de sistemas-mundo replican que ese era solo un caso más de lucha en el terreno del sistema-mundo.

Cualquiera de estas estrategias (la individualizante o la generalizadora) puede ser útilmente aplicada al sistema-mundo, dependiendo de lo que estemos tratando de conseguir. Un enfoque puramente historicista enfocaría las cualidades coyunturales únicas del sistema-mundo durante un periodo particular. Como hay solo un sistema-mundo, el estudio de caso parece el más apropiado. Si se cree que los modelos estructurales que buscan desenredar la dinámica fundamental son inapropiados y engańosos (reivindicación ésta que se reduce al aserto de que la realidad es o bien tan compleja o que cambia tan rápido que su estructura no puede ser especificada con exactitud) entonces solo es posible una historia. Una historia puede ser útil, no obstante, solamente cuando se supone un modelo más estructural. Los modelos estructurales no responden de todo. Todavía está por hacerse la crónica de los eventos coyunturales. Las mentalidades, las luchas de los individuos y las clases necesitan ser descritas e interpretadas.

Por otra parte, el mismo caso individual puede también ser estudiado estructuralmente. No es cierto que un estudio de caso excluya un análisis estructural. Es posible formular modelos de los procesos estructurales que están operando en un solo caso y comprobar esos modelos usando una versión generalizada de la lógica de los análisis de series temporales. El análisis de series temporales mide cambios en las variables con el tiempo y nos capacita para comprobar los modelos de las relaciones causales entre estas variables. Más adelante se consideran los problemas que este enfoque encuentra cuando tratamos de aplicarlo al sistema-mundo. Aquí simplemente deseo plantear que tener un solo caso no nos limita a los métodos históricos o cualitativos.

 

Estudios entre Naciones

 

En contra de lo que ha sido argumentado por algunos autores (p. ej., Bach, 1980), el estudio de otros niveles de análisis puede ser bastante relevante a la teoría de sistemas-mundo.

Aunque le dedicaré mucho espacio más adelante a examinar cómo podemos estudiar el sistema-mundo como un todo, esto no implica que los estudios de otras unidades de análisis tales como individuos, organizaciones, clases, estados, zonas, etc., sean irrelevantes para nuestra comprensión del sistema-mundo. En verdad nuestra concepción del sistema-mundo como una estructura holística, incluye estos niveles. No se trata meramente de la capa mayor de interacción a larga distancia. Ella incluye también todos los vínculos de corto alcance. Esto se refleja en nuestra conceptualización de la economía mundial como un todo, que se compone de todas las economías nacionales junto con las estructuras económicas internacionales y transnacionales y con las redes de intercambio. En realidad algunos procesos del sistema-mundo deben ser estudiados examinando unidades menores de análisis tales como los estados-naciones o las firmas transnacionales. Por ejemplo, los estudios de los efectos de la ubicación en la jerarquía centro/periferia sobre el desarrollo económico nacional, deben usar a los países como la unidad de análisis y este seguramente es un problema de investigación que emana de la teoría de sistemas-mundo. El análisis del sistema-mundo tiene implicaciones para los procesos que operan a muchos niveles, no solamente al nivel del sistema-mundo como un todo (1).

 

El Problema de Galton

 

La comparación de casos es una forma útil y significativa de investigación para evaluar proposiciones que son implicadas por la teoría de sistemas-mundo.

La estrategia del análisis comparativo no emana, como algunos han implicado, solamente de la práctica de la investigación por encuestas en sociología. Los diseńos de investigación no-experimental tienen una larga historia en las ciencias naturales, así como en economía. El hecho de que los sociólogos aprendieran la lógica de la comparación mediante la técnica del análisis de encuestas, es en gran medida un accidente histórico, aunque este legado sí afecta algunas de nuestras prácticas (p. ej., el individualismo metodológico) y nuestro vocabulario. Similarmente, el uso de los modelos probabilísticos ha sido afectado por la lógica del muestreo. Seguimos hablando de “tamańo de la muestra” cuando lo que queremos decir es el número de casos que estamos analizando. Pero la lógica de la probabilidad tiene muchas aplicaciones útiles, más allá del problema del muestreo.

Podemos sacar inferencias válidas de comparar un número de casos solamente cuando esos casos pueden ser tratados como casos independientes, del proceso bajo estudio. Éste es uno de los preceptos básicos de la lógica comparativa (Zelditch, 1971). No podemos aumentar nuestro número de casos significativamente, incluyendo el mismo caso dos veces, porque éste no es un caso independiente. Este problema fue esclarecido por primera vez en la ciencia social por la crítica de Sir Francis Galton del método comparativo propuesto por Edward Tylor. Tylor había propuesto que los procesos sociales estructurales y culturales podían ser estudiados comparando las correlaciones de atributos entre culturas. Galton apuntaba a que algunas de las correlaciones resultantes se derivarían de la difusión cultural más bien que de la interdependencia funcional de las instituciones. Raoul Naroll (1968) sugirió que este problema podría ser resuelto comparando casos en los que la difusión cultural no pudiera haber ocurrido. Esta es una manera de “controlar para excluir” los efectos de una variable, en este caso de la difusión. Una solución más general es medir la no-independencia e incluir las fuentes hipotéticas de no-independencia en el modelo, manteniéndolas así controladas. Esto se hace de varias maneras diferentes.

Una pieza sobre los métodos de estudio de las sociedades nacionales, escrita por Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein (1967) (y de la cual después se retrajeron) sugería un conjunto de distinciones que son útiles aquí. Hopkins y Wallerstein defendían que las sociedades nacionales se desarrollan debido a causas que son internas, relacionales y contextuales. Las causas internas son las características variables de la propia sociedad nacional. Causas relacionales son aquellas variables que inciden sobre una sociedad nacional debido a sus relaciones con otras sociedades nacionales, por ejemplo, la dependencia de una economía nacional de la inversión extranjera. Las variables contextuales emanan de las características de la situación mundial como un todo, por ejemplo, el nivel de industrialización mundial. Una vez que hemos conceptualizado las fuentes de no-independencia entre un conjunto de casos y las hemos operacionalizado, podemos usar el método del análisis comparativo cuantitativo (2). No es necesario encontrar casos que estén completamente desconectados entre sí.

 

Los Métodos Correctos

 

Mi posición es algo ecléctica sobre la cuestión de los métodos correctos. Yo pienso que tanto los estudios históricos interpretativos como los estudios comparativos cuantitativos, pueden ser enfoques útiles del sistema-mundo. Los estudios históricos son útiles porque algunas cosas son realmente coyunturales y son imposibles de analizar estructuralmente y también porque ellos suelen generar hipótesis y conceptualizaciones que estimulan la formulación de teorías estructurales. También, una vez que hemos establecido con éxito una o más teorías estructurales, los estudios de caso que echan una mirada más cercana a un proceso sobre la tierra pueden ayudar a decirnos exactamente cómo operan las fuerzas estructurales. Como mejor se seleccionan estos casos o instancias es después que el análisis comparativo ya ha mostrado a grandes rasgos el proceso estructural. Los mecanismos que vinculan las variables causales los podemos investigar estudiando casos “típicos” y las contingencias las podemos examinar mirando a los casos inusuales.

En contra del espíritu liberal anterior, algunos militantes de sistemas-mundo defienden que el estudio correcto del sistema-mundo requiere una nueva metodología, o al menos que excluye la utilidad de algunos métodos, especialmente el análisis comparativo cuantitativo. Terence Hopkins (1978) y Robert Bach (1980) argumentan que deberíamos repensar completamente nuestros supuestos metodológicos y epistemológicos cuando tomamos al sistema-mundo como objeto de estudio. Ellos llaman al desarrollo de un nuevo método, más apropiado para entender la naturaleza del sistema-mundo moderno. El razonamiento tras sus preocupaciones necesita ser examinado en una atmósfera que esté libre el humo del estéril debate entre historicistas y estructuralistas o entre los adeptos del análisis cuantitativo versus el cualitativo. Estas viejas fronteras “étnicas” suelen motivar intensos debates, pero raramente producen nuevos conocimientos.

Robert Bach (1980) organiza su argumento acerca de la deseabilidad de un nuevo mundo, alrededor de dos ideas: la noción del “proceso singular” y la idea de un todo “espacio-temporal”. Se dice que el sistema-mundo está caracterizado por un conjunto de procesos singulares, que son rasgos del sistema completo y no pueden ser entendidos analizando las sub-partes o unidades más pequeńas. Esta reivindicación es parte de la instancia del holismo teórico, que sostiene que la lógica del sistema socio-económico A – el modo capitalista de producción A – es un rasgo de todo el sistema y que toda la lógica causal y de desarrollo dentro de un sistema-mundo empírico deben ser aspectos de esta lógica del todo. Este asunto ha sido examinado al nivel teórico en el capítulo 1. Básicamente excluye la posibilidad de que el modo dominante de producción esté articulado con otros modos e iguala los límites lógicos de un modo de producción con las fronteras espaciales de un sistema-mundo. Bach busca extender este holismo teórico a un holismo metodológico. Su argumento implica que solo el estudio del sistema-mundo como un todo es relevante para entender el sistema-mundo.

 

El Problema de Agregación

 

Una razón por la que Bach puede haberse preocupado con las comparaciones de subunidades es el problema de agregación. Este problema es analizado generalmente por Michael Hannan (1971). Éste es el error de inferencia que se corresponde con lo opuesto de la falacia ecológica. La falacia ecológica ocurre cuando una asociación entre dos variables a nivel de un conjunto de unidades mayores de análisis (p. ej., los tractos censarios) es usada como evidencia en apoyo de una afirmación acerca de una relación análoga a nivel de una unidad menor de análisis (p. ej., hogares, individuos). Por ejemplo, puede observarse que hay una correlación entre el nivel promedio de educación y el ingreso promedio de los hogares cuando comparamos tractos censarios, pero esto no es evidencia para esta asociación a nivel de hogares. No es imposible que doctores pobres y personas ricas que abandonaron la escuela secundaria vivan en el mismo barrio. A la inversa, las evidencias de una asociación a nivel de una unidad menor no son evidencias de una asociación análoga a un nivel superior. Éste es el problema de agregación que se menciona en el capítulo 11, en el contexto del examen de las investigaciones entre naciones y sus implicaciones para cuestiones acerca de los mecanismos que reproducen la jerarquía centro/periferia.

El problema de agregación no implica, sin embargo, que sea insignificante agregar las características de subunidades para construir una medida de un rasgo de una unidad mayor. El producto económico mundial puede ser exitosamente estimado sumando los PNBs de todos los países.

 

Comparaciones de Subunidades

 

El problema de agregación tampoco implica que las comparaciones entre naciones o de otras subunidades sean irrelevantes para la teoría de sistemas-mundo. El auge y decadencia de las potencias hegemónicas, los efectos de las relaciones internacionales de dependencia del poder sobre el desarrollo nacional, los efectos de la ubicación en la jerarquía centro/periferia sobre la formación de clases y las luchas de clases – todos estos son procesos del sistema-mundo que pueden ser útilmente estudiados comparando unas sociedades nacionales con otras. Simplemente no es el caso que la teoría de sistemas-mundo solo tenga implicaciones para procesos que operen a nivel de todo el sistema.

Mucha de la razón para rechazar las comparaciones entre naciones de grandes números de países, aparentemente se desprende de malentendidos acerca de los supuestos que hay detrás de tales investigaciones. Los críticos han defendido que el análisis cuantitativo entre naciones implica  que todos los estados-naciones son los mismos o que el desarrollo nacional es un proceso estático, mecanicista, determinista (p. ej., Cardoso, 1977; Palma, 1978; Bach, 1980). El análisis cuantitativo de un gran número de casos no implica ninguna de estas cosas, como explicó claramente Richard Rubinson (1977a). Así, aunque hay “procesos singulares” que operan a nivel del sistema-mundo completo y es cierto que el análisis de unidades más pequeńas no puede directamente comprobar las proposiciones acerca de éstas (el problema de agregación), la teoría de sistemas-mundo también tiene implicaciones para procesos que operan dentro de y sobre unidades más pequeńas, tales como los estados-naciones y las firmas transnacionales. Estos pueden ser útilmente estudiados comparando sistemáticamente los casos y tomando en cuenta la no-independencia en el modelo teórico y el diseńo de investigación empírica.

 

Espacio y Tiempo

 

El segundo concepto que Robert Bach usa en su argumento a favor de una nueva metodología para las investigaciones de sistemas-mundo es la idea de “el todo espacio-temporal” (Bach, 1980). Él reivindica que el sistema-mundo capitalista tiene un rasgo que hace difícil aplicarle las herramientas estándar de investigación comparativa. Se alega que los procesos que operan a nivel del sistema completo no son solo singulares, sino que son procesos en los que el tiempo y el espacio son rasgos integrales más bien que simplemente dimensiones sobre las cuales se ordenan los ejemplos.

Éste es un planteo fascinante, que seguramente estimulará mucho interés entre los geógrafos sociales, que siempre están buscando maneras nuevas y teóricamente interesantes de conceptualizar el espacio (p. ej., N. Smith, 1984). Pero, żqué quiere realmente decir Bach? Él dice que el tiempo y el espacio son rasgos integrales de los procesos de los sistemas-mundo. El tiempo y el espacio son rasgos de todos los procesos sociales en el sentido de que ellos entran en la determinación de los resultados. Bach es algo vago respecto a cómo este declarado rasgo especial del sistema-mundo difiere de los procesos sociales que operan a niveles menores. Posiblemente él quiere decir que el significado social del tiempo y el espacio es un importante rasgo de las estructuras culturales y económicas del capitalismo. Esto es indudablemente cierto, pero yo no logro ver cómo esto apoya la reivindicación de Bach de que los métodos comparativos convencionales son inapropiados para los estudios de sistemas-mundo.

Ciertamente hay problemas especiales relacionados con las dimensiones temporal y espacial que surgen cuando tratamos de estudiar el sistema-mundo completo. Muchos de estos se examinan más adelante. La aplicación irreflexiva de cualquier metodología, incluyendo la interpretación histórica, es poco sabia. Pero a mí no me convence el argumento de Bach de que deberíamos sacar al análisis entre naciones o las investigaciones de encuestas, o el método comparativo formal en general, de nuestra caja de herramientas antes de abordar el sistema-mundo.

 

Características del Sistema-Mundo

 

Al proponer el estudio comparativo formal de las características y procesos variables del sistema-mundo como un todo, estoy afirmando, como mínimo, que tal sistema existe y puede ser estudiado por derecho propio. La reivindicación más fuerte de que este sistema mayor tiene una gran importancia causal para el desarrollo de instituciones y entidades menores, solamente puede ser sometido a investigación empírica una vez que los procesos del sistema-mundo hayan sido especificados y operacionalizados. El foco de esta sección es sobre los problemas para estudiar la relación entre diferentes características variables del sistema completo. Esto es distinto al problema para estudiar los efectos contextuales de las características del sistema-mundo sobre el desarrollo nacional o los efectos relacionales de la posición de una nación en el sistema mayor sobre su propio desarrollo. Por ahora estoy enfocando las relaciones causales entre diferentes características del sistema-mundo completo.

Ahora hay un solo sistema-mundo, pero históricamente ha habido muchos y un científico social debe hacer comparaciones sistemáticas entre estos casos para hacer que las evidencias confirmen una hipótesis. Wallerstein hace esto efectivamente, con su comparación entre la economía-mundo europea emergente y el imperio-mundo chino en el siglo dieciséis (1974: 52-63). Este enfoque se examina en la última sección de este capítulo. Otra estrategia, la que se va a considerar aquí, es emplear métodos que posibiliten la comparación de un solo sistema consigo mismo en el tiempo. Podemos usar la lógica generalizada del análisis de las series temporales para comprobar las proposiciones acerca de las relaciones entre las características a escala de todo el sistema, que varían con el tiempo. El análisis de series temporales es una técnica estadística para comprobar modelos causales en los que las unidades de compasión son puntos en el tiempo (Hibbs, 1974). Así, se compara a un sistema consigo mismo en el tiempo, para examinar las relaciones entre características variables. Esto requiere que las variables teóricamente relevantes hayan sido conceptualizadas y operacionalizadas y que haya disponibles datos conmensurables durante un periodo de tiempo suficientemente largo para que los procesos de interés operen.

 

Operacionalización y Medición

 

La idea de emplear el análisis de series temporales para estudiar el sistema-mundo plantea una serie de cuestiones empíricas críticas. żCuáles son las fronteras espaciales del sistema y cómo han cambiado ellas durante el tiempo? żPueden los datos recolectados sobre estados-naciones ser usados para estudiar procesos del sistema-mundo? żPueden las variables ser medidas durante periodos suficientemente largos para hacer posibles inferencias válidas? żLa lógica del análisis causal se aplica a los eventos del sistema-mundo de una manera directa? żSe pueden someter los procesos de largo plazo a la investigación comparativa y a la comprobación de proposiciones? Las respuestas completas a estas preguntas dependen de la proposición particular que se esté estudiando, pero daré ejemplos y sugeriré posibles enfoques.

 

1          Mapeo espacio-temporal

Cualquier esfuerzo por aplicar la lógica general del análisis de series temporales al sistema-mundo como un todo debe ser capaz de especificar los límites espaciales del sistema. Para medir las características que varían con el tiempo, debemos conocer qué áreas incluir y cuáles excluir. Por ejemplo, mi estudio de los cambios en la distribución rango-tamańo de las ciudades del mundo (Chase-Dunn, 1985a) requirió decisiones acerca de qué ciudades incluir en la economía-mundo eurocéntrica en diversos puntos del tiempo. Yo empleé el “mapeo espacio-temporal” grosero producido por los investigadores del Centro Braudel (Fernand Braudel Center, sin fecha), pero esto es en sí una especificación tentativa y preliminar.

El problema de los límites espaciales de un sistema-mundo es a la vez teórico y operacional. Es necesario tener una conceptualización teórica clara de los límites espaciales antes que podamos abrirnos caminos en el problema de la medición. Pero no habría sido ingenioso implicar que estos dos problemas están completamente separados en la práctica. Una definición teórica que es completamente imposible de operacionalizar es inútil. Así, debemos usar nuestro conocimiento de la información potencialmente disponible en conjunción con la construcción de una definición teórica.

Yo argumenté en el capítulo 1 a favor de una separación entre las nociones de límites lógicos y espaciales. La lógica estructural profunda de un sistema puede cambiar sin cambios en sus límites espaciales y viceversa. Así, la lógica del sistema no debería usarse para trazar límites espaciales entre sistemas-mundo. Esta separación hace posible que haya más de un modo de producción dentro de un sistema-mundo existente. Esto simplifica el problema de los límites espaciales al de establecer alguna forma (especificada) de conexión. No es necesario decidir qué lógica estructural profunda está operando en cualquier instancia para determinar los límites espaciales de un sistema.

Sin embargo, la especificación teórica de los límites espaciales sigue siendo problemática, aún después que la hayamos separado del problema del modo de producción. Hay definiciones encontradas y la mayoría de los investigadores concuerdan en que los límites espaciales son “borrosos”. Diferentes aspectos de un sistema-mundo (p. ej., el político-militar y el económico) pueden tener extensiones espaciales algo diferentes. Por ejemplo, una región puede haber sido formalmente incorporada como colonia a una potencia central, pero no estar aún vinculada a la red económica mundial, o viceversa. El carácter borroso también se relaciona con el tiempo. Immanuel Wallerstein defiende que el proceso de incorporación opera durante por lo menos un periodo de cincuenta ańos, dentro del cual es difícil decir si una región particular está dentro o fuera. Esto implica que un mapeo que emplee intervalos más cortos es necesariamente algo arbitrario. Thomas Hall (1986) ha planteado que la incorporación debería ser conceptualizada como un continuum de tipos. Este enfoque introduce una fuente adicional de “borrosidad”.

La definición más simple de Wallerstein de límites espaciales de un sistema-mundo enfoca los vínculos que hay en una red interdependiente de intercambio de “mercancías fundamentales”, con lo que él quiere decir alimentos y otras necesidades de la vida cotidiana. Él excluye el intercambio de “preciosidades” (lujos), que se alega que no tienen consecuencias importantes para las partes que intercambian o sus sociedades. Charles Tilly (1984: 62) plantea que los límites espaciales de un sistema-mundo deberían ser entendidos generalmente en términos de coherencia e interdependencia. Él apunta correctamente a que permitir que cualquiera conexión que sea, constituya una base para la inclusión, da como resultado que la mayoría de las áreas del globo hayan sido partes de un mismo “sistema” durante milenios, uso éste empleado por Lenski y Lenski (1982). La noción de que todo está conectado de algún modo a todo lo demás, si bien es indudablemente cierto, no resulta muy útil para una ciencia de la sociedad humana.

Tilly propone una “regla de oro de la conexión” basada (lo que no es sorpresa) en el control político. Él sugiere que los límites de un sistema mundo se pueden trazar como sigue:

las acciones de los que detentan el poder en una región de una red, rápidamente (digamos, en un ańo) y visiblemente (digamos, por los cambios realmente informados por observadores cercanos) afectan el bienestar de al menos una minoría significativa (digamos, un décimo) de la población en otra región de la red (1984: 62).

Las definiciones, tanto de Wallerstein como la de Tilly, tienen problemas conceptuales y operacionales. La de Tilly es más precisa, pero la precisión hay que admitir que esta precisión es arbitraria. De todas maneras, para operacionalizar solemos estar forzados a hacer tales dicotomías arbitrarias y es útil reconocerlas como tales, porque pudiéramos desear alterarlas más tarde, cuando otros problemas empíricos se hagan más evidentes.

La definición de Tilly no especifica los límites de “la red” y parece implicar a un sistema que tiene un solo centro. Tanto el sistema-mundo moderno, como muchos antiguos, eran (y son) multicéntricos, por lo que requieren que conceptualicemos tanto las conexiones económicas y políticas directas, como las indirectas.

David Wilkenson (1987) sugiere una tercera definición de interconexión, basada en el conflicto político-militar interactivo. Wilkenson propone que las comunidades que están comprometidas en una competencia político-militar sostenida entre sí, deberían ser consideradas partes del mismo “sistema-mundo/civilización”.

El esfuerzo de Wallerstein por eliminar al intercambio de preciosidades es problemático, cuando miramos los sistemas-mundo primitivos y antiguos y hasta el sistema-mundo moderno anterior, como ha argumentado convincentemente Jane Schneider (1977). Los bienes de prestigio han jugado un importante rol político en la mayoría de los sistemas-mundo pre-capitalistas y ciertamente se ha argumentado que las economías de prestigio inter-societales han constituido el elemento más importante en algunos sistemas-mundo pre-modernos (p. ej., Blanton y Feinman, 1984). También como apunta Schneider, los lingotes fueron usados como medio para alquilar mercenarios tanto en el sistema moderno como en los antiguos y esto difícilmente sea un asunto que pueda considerarse epifenoménico a la reproducción de las estructuras de poder. El asunto aquí es que las redes de bienes fundamentales constituyen un nivel de red a causa del costo del transporte, mientras que el rango de preciosidades es mucho mayor, pero estas últimas deben ser tomadas en cuenta en cualquier teoría que busque explicar el cambio social.

Quizás necesitemos definir los sub- y súper-sistemas-mundo, basados en esta distinción. Si es así, la economía-mundo del siglo dieciséis europeo era un subsistema dentro de un súper-sistema-mundo mayor, multicéntrico y euroasiático. Esta especie de especificación de límites complica las cosas en algún grado, pero nos permite continuar con el análisis de los sistemas-mundo sin consignar transacciones claramente importantes al cesto de los epifenómenos.

Independientemente de las cuestiones teóricas, deseo  continuar hacia algunos de los problemas de medición. Asúmase que tenemos una clara definición teórica de límites espaciales. Ya mencioné el problema de la borrosidad. Este es un caso del problema de error de medición y hemos desarrollado un conjunto de herramientas para lidiar con esto. Si el error de medición está distribuido aleatoriamente, no distorsionará el resultado de los estudios de asociaciones entre variables. Si está sistemáticamente sesgado, puede afectar estos resultados y eso es un problema mayor. En el contexto de los límites del sistema-mundo, es probable que tengamos mejor información y más información mientras más cerca lleguemos del centro y a medida que sea más reciente el periodo de tiempo que estemos estudiando. Estos errores sistemáticos de medición deberían ser tenidos en mente siempre que busquemos comprobar cualquier proposición particular.

Otra cuestión puede ser obvia, pero no siempre es apreciada. Esto lo aprendí de mi experiencia con las investigaciones entre naciones. La escala espacial y temporal de la investigación cambia la significación del error de medición. En conexión con el tópico de que se trate, el error asociado con el límite espacial de un sistema-mundo puede ser extremadamente importante si de lo que se trata es de explicar lo que ocurrió en una ciudad particular, pero tiene muchas menos consecuencias si lo que se está tratando de medir es el nivel de una característica del sistema-mundo como la distribución de tamańo de ciudad en el mundo. En otras palabras, es bastante importante si Constantinopla está dentro o fuera, si lo que se está estudiando es Constantinopla, pero es menos importante si lo que se está estudiando es el sistema-mundo completo.

 

Validez y Confiabilidad

Como se mencionó anteriormente, los problemas de operacionalización de variables difieren grandemente, en dependencia de la era que se esté estudiando. Para los periodos de inicio usualmente debemos confiar en información parcial y extrapolarla al sistema como un todo. Así, Braudel y Spooner (1967) estiman la creciente integración de la Europa del siglo dieciséis comparando las tendencias en los precios de los alimentos en las ciudades europeas para las cuales hay series de precios disponibles. Para periodos posteriores hay información más completa en todo el sistema disponible y está en una forma crecientemente comparable.

La operacionalización de variables abstractas en periodos de tiempo largos suele requerir el uso de diferentes indicadores en diferentes periodos. Así, por ejemplo, el tiempo de la hegemonía holandesa en ventaja económica competitiva, podría se medido en términos del grado en que los productos y servicios holandeses reemplazaron a los de los competidores en los siglos dieciséis y diecisiete. Los sectores líderes particulares que fueron importantes en este periodo son, por supuesto, muy diferentes de los que indicaron la ventaja competitiva relativa de la economía británica en el siglo dieciocho tardío y en el diecinueve (ver Thompson, 1986 y capítulo 9 anterior). Así, la validez de estas medidas de la concentración de la ventaja competitiva en el centro es dependiente de la exactitud de los juicios acerca de cuáles son las industrias líderes de punta durante periodos largos de tiempo.

 

3          Limitaciones de la Agregación de Datos sobre Estados-Naciones

La propia estructura de las instituciones recolectoras de datos puede distorsionar a información disponible de maneras sistemáticas que crean problemas de inferencia (Wallerstein, 1983b). Por ejemplo, muchas de las series de datos más comparables son medidas de características de los estados-naciones. Este hecho institucional, que se deriva de la importancia de los estados-naciones como recolectores de impuestos y controladores de los flujos, hace difícil el estudio de ciertos procesos del sistema-mundo. Por ejemplo, Frederic Lane (1966: 496-504) y Jane Jacobs (1984) argumentan que las ciudades son la unidad de análisis más importantes para el estudio del crecimiento económico. Samir Amin (1980) defiende que las clases y las interacciones clasistas a nivel mundial son importantes determinantes de las estructuras estatales y del desarrollo económico. Si estas reivindicaciones son ciertas, los datos que son agregados a partir de información sobre los estados-naciones puede representar equivocadamente la operación de los procesos de operación del sistema-mundo. La tabla 12.3 estima las características del sistema completo, agregando datos del estado-nación. Ésta muestra las tendencias en la concentración de los recursos desde 1960 hasta 1980. Esta tabla tiene interesantes implicaciones para el estudio de la brecha entre los países centrales y periféricos, pero no nos dice qué cambios pueden haber ocurrido en la distribución de recursos entre ciudades del mundo o clases sociales. Si la tabla hubiera sido agregada partiendo de datos de ciudad o datos de clase, los resultados podrían haber sido muy diferentes.

 

4          Transformación de los Datos de Estado-Nación

Es posible, sin embargo, transformar datos basados en estados-naciones, para hacerlos más adecuados para la investigación del sistema-mundo. Por ejemplo, si queremos conocer la distribución del ingreso monetario mundial entre los hogares, podemos usar datos de PNB (ingreso nacional) más información procedente de estudios de la distribución intra-nacional del ingreso entre los hogares, para producir un estimado de la distribución mundial del ingreso entre los hogares. Esto ha sido hecho en la investigación informada por Bourguignon, Berry y Morrison (1983), examinada en el capítulo 12.

Similarmente podemos estimar la distribución del ingreso entre las clases sociales en el mundo, usando datos de salario ocupacional procedentes de la Organización Internacional del Trabajo. Los estudios de clase social usando las características ocupacionales (p. ej., Wright, 1976) pudieran ser comparados con las categorías ocupacionales usadas por la OIT. Por este método pudimos producir un estimado de la distribución del ingreso mundial entre las clases sociales.

El examen detallado de las cuentas nacionales, la información censaria y el uso de estudios especiales para estimar parámetros en todo el sistema pueden ciertamente aportar medidas teóricamente relevantes, que no dependen del estado-nación como unidad de análisis. La existencia de datos de Producto Nacional Bruto significan que, en algún punto del proceso de recolección de datos, debe haber información (o al menos, estimados) sobre las transacciones monetizadas completadas por individuos, hogares, firmas, sectores y el estado. Esta información puede ser agregada sobre una base distinta a la nacional, si primero puede ser obtenida en detalle suficiente para todo el sistema. Mucha de esta información detallada, no obstante, no está disponible para periodos que no sean los más recientes, de manera que el estudio de procesos de largo plazo debe usar información menos completa. Aunque esto reduce el nivel de certidumbre que podemos tener en los resultados, estos importantes procesos no deberían ser ignorados por esta razón.

El uso de datos de estado-nación no debería ser despedido como herramienta para estudiar el sistema-mundo (3). Para algunos propósitos teóricos, los estados-naciones son la unidad relevante de análisis y la agregación de datos nacionales, o el estudio de  patrones “internacionales” de interacción, puede arrojar luz sobre hipótesis acerca del sistema-mundo. Por ejemplo, el modelo causal propuesto en el capítulo 13 plantea la hipótesis de que los cambios en la distribución relativa de la ventaja productiva entre los estados centrales afecta el patrón de intercambio y control entre estados centrales y áreas periféricas. Aunque para estas ambas variables no son los estados mismos los que sean los únicos actores, el hecho que los actores estén ubicados dentro de o asociados con estados particulares o áreas coloniales, es de importancia teórica directa. Y así, los datos que están organizados por estado-nación resultan apropiados para comprobar la proposición.

 

5          Combinación de Datos de Diferentes Países en el Mismo Indicador

El ejemplo dado anteriormente, del intento de medir la distribución relativa de la ventaja competitiva entre los estados centrales, involucra la combinación de datos de diferentes países en el mismo indicador. Los problemas de trabajar con datos históricos de comercio procedentes de una sola nación, son muchos (p. ej., Schlote, 1952: 3-40), pero estos se complican inmensamente cuando uno trata de combinar estos datos procedentes de diferentes países. Por ejemplo, yo he estimado un aspecto de la hegemonía británica sobre los Estados Unidos, determinando el grado de penetración de las manufacturas de algodón británico en el mercado de confecciones textiles de los Estados Unidos desde 1800 hasta 1900. Esto involucró la construcción de una razón del valor (o la cantidad) de las manufacturas de algodón británicas importadas a los Estados Unidos, respecto al valor (o la cantidad) de todos los textiles consumidos en los Estados Unidos (Chase-Dunn, 1980: 215). Los datos para el numerador de esta razón se encuentran en fuentes británicas, mientras los datos para el denominador son de fuentes de Estados Unidos. Diferentes categorías de mercancías y diferentes unidades de cantidad y de valor son usadas en las dos fuentes. Esto requiere una cuidadosa atención a lo apropiado de combinar las diferentes categorías.

Otra manera en la que los datos de diferentes países se combinan, es en la producción de las medidas producidas por el análisis de redes. Estas medidas han sido examinadas en la sección sobre la medición de la posición en el sistema-mundo, en el capítulo 10. El uso de matrices de comercio internacional puede ser una manera valiosa de estudiar la forma del sistema-mundo y cómo ésta cambia con el tiempo (p. ej., Smith y White, 1986). Y esta especie de medida también ha sido usada para estudiar las causas de sistema-mundo, del desarrollo nacional. Esto se realiza usando la ubicación de cada país dentro de un bloque producido por el análisis de redes como un atributo de ese país en el análisis entre naciones (p. ej., Snyder y Kick, 1979; Nemeth y Smith, 1985). Recuérdese también el planteo de que estas medidas de red son superiores porque son más “relacionales” que otras medidas y mi reticencia en la Nota 5 del capítulo 10.

6          Series de Datos No-Continuas

Otra dificultad para intentar construir series de datos para periodos de tiempo largos, es que los métodos de recolección de datos y las convenciones de presentación suelen cambiar radicalmente con el tiempo. Esto crea series no-continuas, que pueden poner en peligro la tarea de determinar el tiempo de un descenso o ascenso en una fluctuación. Por ejemplo, en el ejemplo anterior queremos saber cuándo los textiles británicos comenzaron a penetrar en el mercado de los Estados Unidos y cuándo comenzó la producción doméstica a sacar fuera los textiles británicos. El tiempo de estos dos cambios en la dirección de las tendencias es crucial para nuestra comprensión de la hegemonía británica y su interacción con el desarrollo de los Estados Unidos. Las series no-continuas hacen difícil esta determinación. Y adicionalmente, las decisiones acerca de qué comparar, qué categorías de mercancías, tasas de cambio, precios, etc., para usarlas en la computación de la razón, afectan nuestros estimados del tiempo de estas reversiones de tendencias. Tales decisiones se han de tomar cuidadosamente. Un excelente estudio que refleja con profundidad estas dificultades es el examen de Modelski y Thompson (1988) del poder marítimo mundial.

 

7          Amplitud de un Punto en el Tiempo: El Error de Medición en el Tiempo

He aquí otra cuestión acerca de la aplicabilidad de la lógica causal convencional a las investigaciones del sistema-mundo. Uno de los cánones básicos del análisis causal mantiene que un cambio en una variable A causa un cambio en la variable B si y solamente si el cambio asociado en la variable A precede al cambio en la variable B en el tiempo. El futuro no puede causar al pasado. En la práctica solemos usar eventos históricos como las guerras, los cambios de régimen, las crisis económicas, etc., como indicadores de cambios estructurales subyacentes. El problema es que estos eventos suelen no ser indicadores simultáneos directos de los cambios estructurales subyacentes que deseamos medir con ellos, de manera que la secuencia aparente en el tiempo de los indicadores (eventos) puede no reflejar la verdadera causalidad entre las variables.

El tiempo exacto de, digamos, el estallido de una revolución o una guerra puede estar determinado por factores que son coyunturales o que solo están vagamente relacionados con procesos subyacentes del sistema-mundo. Y sin embargo, la propensión a que ocurra la guerra o a la revolución  dentro de un cierto periodo amplio, puede en verdad estar conectada con procesos estructurales subyacentes. Si estamos usando un evento como indicador de una variable estructural, el tiempo exacto del evento (p. ej., el día y el mes) puede representar principalmente un error de medición, mientras que el hecho que el evento ocurra dentro de un periodo más amplio (p. ej., diez ańos) pudiera ser el hecho relevante para nuestros propósitos de medición.

Otra manera de pensar en esto es que, cuando estamos considerando procesos estructurales de muy largo plazo, la amplitud relevante de un punto en el tiempo pudiera ser muy amplia. Esto es, los eventos que indican cambios en las variables subyacentes pueden ser “simultáneos” aún cuando estén separados por ańos en el tiempo histórico. André Gunder Frank (1978: 20) afirma que la simultaneidad de eventos separados en el espacio, aunque no es prueba de una relación causal, es una pista importante para el análisis del sistema-mundo. Lo que yo planteo es que la simultaneidad pudiera definirse con suficiente amplitud que permita que los errores de medición debidos a demoras entre los cambios estructurales subyacentes y los “eventos” que usamos para indicarlos (4). Y también el hecho de que el evento A ocurra unos pocos meses o ańos más tarde que el evento B, no debe ser tomado como prueba de que A (o más bien la variable que lo indica) no pueda haber causado B. Su secuencia en tiempo histórico puede no reflejar la dirección de  la verdadera causalidad estructural.

 

8          Pocos Casos de Procesos de Largo Plazo

Otra dificultad que debe confrontar el análisis de las series temporales de datos del sistema-mundo es el problema de los pocos casos. Si uno está estudiando un proceso de muy largo plazo, p. ej., la onda K, ha habido solamente once de estos ciclos desde el comienzo del sistema-mundo eurocéntrico. Esto quiere decir que una comprobación de cualquier teoría acerca de las causas de estos ciclos, de algún modo no será concluyente a causa del pequeńo número de “casos” (ejemplos). Esto es la intersección entre lo que es históricamente único y lo que es científicamente comprobable. Los grados de libertad se van agotando rápidamente a medida que la complejidad de la explicación excede el número de casos independientes que podemos estudiar. Esto no significa que debamos abandonar la lógica general del análisis de series temporales, sino más bien que debemos estar dispuestos a aceptar niveles bajos de certidumbre. Un ejemplo lo aporta el estudio de Goldstein (1988) de las guerras centrales y las ondas K. Él encuentra que su modelo se apoya en diez de los once casos. Esto es muy probable que haya ocurrido por casualidad, pero solo unos pocos casos contrarios más hubieran puesto en duda su modelo como explicación general. Con pocos casos es fácil probar que una hipótesis es falsa, pero es difícil probar que es cierta.

 

9          Secuenciación y “Tiempo de Ciclo”

Joshua Goldstein (1988: capítulo 8), en su examen de los problemas de métodos que se encuentran cuando se estudian las características variables del sistema-mundo, des cribe un enfoque de los ciclos sociales que yo encuentro muy útil. Goldstein apunta a que los ciclos sociales son raras veces perfectamente periódicos, a diferencia de algunos de los ciclos que ocurren en los procesos físicos. Así, los intentos por descomponer los ciclos económicos largos en sus componentes, que usan el análisis de Fourier o el espectral (p. ej., Adelman, 1965), son engańosos porque asumen que los ciclos sociales deberían aproximarse mucho a ondas sinusoidales. Goldstein propone en lugar de esto la noción de “tiempo de ciclo” en la que a los ciclos sociales se les permite tener periodos variables. Generalmente se reconoce que la onda de Kondratieff varía en longitud, de un pico al otro, desde alrededor de 40 hasta alrededor de 60 ańos. Goldstein plantea que deberíamos confiar más en la secuenciación de eventos y en las reversiones de tendencias que en su espaciamiento exacto a lo largo de la dimensión temporal. Estos es una valiosa sugerencia, aunque deberíamos ser algo cuidadosos acerca de su aplicación. Ya hemos mencionado anteriormente una preocupación afín a ésta, acerca de la relación entre los eventos y las variables estructurales subyacentes: la amplitud de un punto en el tiempo. Ese examen puso en tela de juicio la confianza completa en la prioridad temporal como indicador de la dirección de la causación.

Otro problema es el del grado de variación periódica del ciclo que es permisible. Si nuestros datos indicaran, por ejemplo, que las ondas K variaron en su periodo desde (digamos) veinte hasta ochenta ańos, probablemente reconsideraríamos el valor de un modelo “cíclico”. Robert Philip Weber (1987) ha explicado las diferencias analíticas entre tres especies de “ciclos”. Los ciclos débiles no tienen una periodicidad “bastante constante” y se les denomina fluctuaciones. Los ciclos moderados tienen una periodicidad “bastante constante” y los ciclos fuertes tienen, además, amplitud regular y simetría. Habrá que determinar en la práctica lo que constituye “bastante constante” en las investigaciones del sistema-mundo. Las ondas K y las ondas de severidad de las guerras son ciclos moderados. La secuencia hegemónica probablemente sea una fluctuación, con curvas en los picos de aproximadamente la misma longitud y depresiones de longitudes muy diferentes.

 

Otros Diseńos de Investigación

 

Anteriormente hemos examinado problemas asociados con el estudio de las relaciones entre características variables del sistema-mundo como un todo. Éste es solo uno de varios diseńos de investigación posibles, que han sido o pudieran ser usados para estudiar los procesos del sistema-mundo. El examen que sigue compara a otros seis tipos amplios de diseńos de investigación no-experimental. Propone la aplicación de dos nuevos enfoques: los diseńos para comprobar modelos de multinivel y las comparaciones entre sistemas-mundo.

Los seis tipos de diseńo de investigación son:

1        estudios de series temporales de países individuales,

2        estudios entre naciones,

3        historias de eventos,

4        un diseńo que examina los efectos de las variables contextuales del sistema-mundo sobre el desarrollo nacional,

5        modelos multinivel y dos diseńos de investigación para comprobarlos y

6        estudios entre sistemas-mundo.

Cada una de estas categorías es realmente una amplia colección de enfoques posibles, en términos de la manera en que los aspectos temporales y espaciales de comparación son utilizados para estudiar los procesos causales.

Primero, sin embargo, consideremos el problema de la elección de una unidad de análisis. Ésta es una decisión de investigación que debería ser determinada por consideraciones teóricas. Idealmente elegiríamos unidades en las que estén operando casos independientes y comparables del proceso de interés teórico. Pero, frecuentemente y especialmente en los estudios de sistemas-mundo, diferentes unidades de análisis se afectan recíprocamente y es difícil encontrar casos completamente independientes. Anteriormente hemos delineado la solución del problema de Galton – la inclusión de la no-independencia planteada como hipótesis, en el modelo teórico y en el análisis comparativo. Pero la vara para medir la independencia relativa sigue siendo útil en la selección de una unidad de análisis. Otras consideraciones también afectan la elección de una unidad de análisis, tales como la disponibilidad de datos comparables y la existencia de instrumentos de política que hacen posible emplear los hallazgos de la investigación en la práctica política. Estas últimas consideraciones, no deberían abrumar a las consideraciones teóricas, no obstante. Si la disponibilidad de datos duros o “la relevancia de política” fueran consideraciones primarias, nunca estudiaríamos al sistema-mundo como un todo.

Si la variable dependiente es una característica de los países, tal como el crecimiento económico nacional, entonces la mejor elección de unidad de análisis es el país. Sería posible hacer inferencias acerca del crecimiento nacional sobre la base de un estudio de firmas, regiones o ciudades, pero tales inferencias estarían sometidas a supuestos que podrían introducir errores. Tradicionalmente la investigación comparativa cuantitativa ha requerido un conjunto rectangular de datos en el que la dimensión de “casos” contiene ejemplos de una sola unidad focal de análisis. Habiendo elegido una unidad focal de análisis, podemos usar la información sobre otras unidades, o sobre la relación de la unidad focal con otras unidades o sistemas mayores, pero todas estas deben ser transformadas en atributos de la unidad focal. Estas transformaciones también involucran supuestos que podrían estar preńados de error, de manera que más adelante buscamos desarrollar un diseńo de investigación multinivel en el que el mismo modelo pueda contener datos sobre diferentes unidades de análisis. Pero, primero revisemos diseńos de investigación más típicos, en los que hay una sola unidad de análisis.

 

1          Estudios de Series Temporales de Países Individuales

 

El análisis de series temporales es un método de comprobar hipótesis causales usando datos recolectado en el tiempo (Hibbs, 1974). Así, si creemos que la dependencia retarda el crecimiento económico, podemos medir los cambios en el tiempo en el nivel de dependencia y crecimiento económico para un solo país y comprobar la hipótesis. En este método, los puntos en el tiempo son la unidad de análisis. Los resultados de las investigaciones entre naciones sugieren ciertas limitaciones prácticas a este diseńo. Primero, el análisis de regresión múltiple, que es una técnica útil para estimar relaciones causales entre variables, requiere al menos 30 puntos de fechas para que los estimados sean estables. El lapso de tiempo entre los puntos debe ser una función del tiempo en el que tiene lugar un cambio significativo en las variables de interés. La mayoría de las variables de interés para la teoría de la dependencia o el análisis del sistema-mundo, son características estructurales de unidades sociales grandes y éstas solo cambian lentamente. Esto quiere decir que, por ejemplo, los puntos en el tiempo anuales no son usualmente casos suficientemente independientes del proceso bajo estudio. Pudieran ser necesarios  intervalos de cinco o de diez ańos entre las mediciones y 30 intervalos de cinco ańos abarcan un periodo de 150 ańos. Para la mayoría de las variables, será difícil medir con exactitud la variación durante un periodo tan largo, a causa de las deficiencias de los datos disponibles.

Esta limitación práctica hace a la mayoría de los estudios de un solo país imprácticos para propósitos de comprobación de hipótesis formales. Sin embargo, un tal diseńo puede ser útil para estudiar variables que cambian significativamente en periodos más cortos, o para determinar las particularidades del país en consideración. La modelación de procesos de sistemas-mundo como ellos ocurren en un solo país, permiten construir en condiciones que pueden ser específicas para cada país (p. ej., Duvall y Freeman, 1981). Tales modelos deberían presumiblemente calmar a algunos de los críticos más historicistas de los estudios cuantitativos, tales como Cardoso (1977).

 

2          Diseńos entre Naciones

 

En los 17 estudios sobre los efectos de la dependencia económica internacional revisados por Bornschier y cols. (1978) se emplean siete diseńos diferentes entre naciones. Todos estos diseńos combinan datos procedentes de diferentes países y ellos difieren principalmente en la manera en que se emplea la dimensión temporal. Todos ellos usan medidas de la dependencia que caracterizan la posición relacional de un país en la economía-mundo mayor, o sea, vis-ŕ-vis otros países. Los diseńos que emplean medidas del cambio en el tiempo son superiores a los que no nos emplean a causa de las relaciones causales entre el crecimiento económico y la dependencia económica internacional y a causa de la naturaleza retrasada en el tiempo de los efectos de dependencia.

Más bien que repetir la descripción y evaluación de estos diseńos (que están contenidos en Bornschier y cols., 1978), voy a enfocar un diseńo que particularmente útil para los estudios del sistema-mundo. Se le llama “de secciones acumuladas”, pero con mayor propiedad se le podría denominar análisis de panel acumulado (Hannan y Young, 1977). Este diseńo emplea datos sobre países medidos en distintos puntos en el tiempo y usa puntos, tanto de países como del tiempo, como la unidad de comparación (países-tiempos). Pone juntas en un análisis a las secciones (o paneles) de diferentes periodos de tiempo. Este diseńo es particularmente apropiado para estudiar variables estructurales que cambian lentamente, tales como la distribución de tamańos de ciudad de un país (Chase-Dunn, 1979). El número de puntos de fecha se aumenta considerablemente, superando así una de las limitaciones de otros diseńos de investigación entre naciones, que es el número relativamente pequeńo de casos. En 1970 hay solamente alrededor de 150 países. Si estudiamos periodos antes del periodo de descolonización de la 2Ş posguerra mundial, el número de países soberanos disminuye considerablemente. Si un proceso de interés teórico cambia solo lentamente, un breve retardo en el tiempo contiene mayormente un error de medición. El análisis de panel acumulado permite el uso de puntos de medición más ampliamente espaciados y la especificación de retardos más largo en el tiempo, porque el número de “casos” aumenta cuando se analizan los “países-tiempos”.

Un posible problema con el análisis de panel acumulado es su suposición de que la estructura de la causación permanece constante entre los diferentes periodos de tiempo. Los ciclos y tendencias del sistema-mundo mayor pueden alterar la estructura de los procesos causales que operan a nivel nacional. Volker Bornschier (1985: tabla 1) ha encontrado que la estructura causal del crecimiento económico nacional que se mostró que había operado durante la rama de ascenso de la onda K de la 2Ş posguerra mundial, cambió dramáticamente en el periodo de descenso desde 1976 hasta 1981. Estos cambios pueden en sí ser periódicos (cíclicos), como cuando la relación entre el nacionalismo económico y el crecimiento nacional se altera según si el sistema mayor se está expandiendo económicamente o estancándose, o transformacional en el sentido de que la estructura de causación se altera de una manera completamente nueva.

 

3          Análisis de la Historia de Eventos

La mayoría de los diseńos de investigación que analizan más de un punto en el tiempo, usan intervalos regulares de tiempo para la medición de las variables. Así, los diseńos de panel entre naciones usualmente miden las variables cada cierto número de ańos, a intervalos regulares. Las historias de eventos registran el tiempo exacto real en que ocurrieron los eventos y usan esta información temporal adicional acerca del tiempo y la secuenciación al comprobar los modelos causales (Allison, 1984; Tuma y Hannan, 1984). El uso más obvio de este enfoque es para el análisis de variables categóricas en el que el tiempo de los cambios entre estados discretos puede ser determinado exactamente, pero Tuma y Hannan (1984) han extendido el uso del análisis de la historia de eventos, también a las variables continuas.

Hannan y Carroll (1981) han usado el análisis de la historia de eventos para reanalizar un estudio de panel entre naciones, de las causas de los cambios en las estructuras políticas formales de los regímenes (Thomas, Ramírez, Meyer y Gobalet, 1979). El estudio analiza diferentes causas de nivel nacional y relacionales internacionales de cambios en el nivel de centralización del régimen (ver capítulo 6). Sus hallazgos difieren de los del estudio anterior y como su análisis emplea más información acerca de los tiempos y las secuencias, ellos concluyen que el análisis de la historia de eventos es un método superior para los estudios macro-comparativos.

Es difícil argumentar contra el uso de información más completa, pero el reanálisis que hacen Hannan y Carroll sugiere un número de  precauciones. Anteriormente hemos examinado el problema de la amplitud de un punto temporal. Es verdad que los rasgos grandemente coyunturales determinan el tiempo exacto de los eventos, o más bien que alteran (aleatoriamente, quizás) la longitud del retardo entre un cambio significativo en una variable estructural y el evento que usamos para  indicar esta variable estructural; entonces, el uso del tiempo “exacto” y la secuenciación puede introducir ruido más bien que nueva información.

También el uso de un diseńo de investigación más complicado puede traer problemas adicionales de disponibilidad de datos. Hannan y Carroll fueron forzados a abandonar uno de los dos indicadores de posición en el sistema-mundo usados en el estudio previo, por esta razón. La dependencia de la inversión no está disponible durante todo el periodo de tiempo que ellos estudian y no está disponible en estimados anuales. Por eso ellos abandonaron esta medida en el análisis. Encontraron que la otra medida de posición en el sistema-mundo, la concentración de socios de exportación, no operaba como causa de cambios en la forma del régimen, en contra de los hallazgos de análisis de panel de Thomas y cols. (1979). Esto fortaleció la conclusión presentada por Tuma y Hannan (1984: 321) de que la interpretación de sistema-mundo no ha sido confirmada por el análisis de la historia de eventos.

Esto plantea la cuestión de los costos y beneficios del desarrollo de métodos más y más sofisticados. La mayoría de los nuevos métodos aumenta los costos en recursos y estrechan el rango factible de investigación. Las ganancias en mejores inferencias deben ser sopesadas contra estos costos y restricciones aumentados. Cuando la elección de métodos determina qué problemas serán estudiados, entonces es la cola la que mueve al perro. Esta es una de las razones por qué los científicos sociales que aprecian la teoría se cansan de la rápida revolución de las técnicas metodológicas. El análisis de la historia de eventos puede realmente convertirse en una mejor manera de estudiar los procesos del sistema-mundo, pero los esfuerzos por compararlo con los métodos más viejos deberían ser más cautelosos acerca de conclusiones que se basan en menos información, más bien que en más.

 

4          Efectos de Sistema-Mundo sobre las Sociedades Nacionales

 

La mayoría de los estudios de sistema-mundo entre naciones que han sido hechos, examinan los efectos de la posición de un país dentro de una estructura mundial jerárquica. Hopkins y Wallerstein (1967) distinguen entre estas características relacionales (atributos de los países debidos a su posición en una estructura mayor) y las características contextuales del sistema-mundo como un todo. Ellos apuntan a que, por ejemplo, al aumentar el nivel de industrialización mundial, puede hacerse más difícil que cualquier nación se industrialice. John  Boli (1980: tabla 5.4) emplea un ingenioso método para comprobar tales proposiciones. A él le preocupa la manera en que los cambios en la concentración de poder económico mundial afectan la dominación de los estados sobre sus propias poblaciones. Él mide el porcentaje del comercio mundial controlado por la nación comercial mayor en siete puntos decenales y luego estima el efecto de esta variable contextual mundial sobre la característica nacional (dominación mundial), combinando las dos variables en un solo análisis. Si bien los países siguen siendo la unidad focal de análisis, cada país recibe la cifra de la variable mundial en cada uno de los siete puntos en el tiempo y se reúnen las siete secciones temporales. Este diseńo de investigación podría ser fructíferamente empleado para comprobar otras hipótesis acerca de los efectos de los cambios en las características del sistema-mundo sobre el desarrollo nacional.

 

5          Análisis Multinivel

Podemos imaginar modelos teóricos en los que diferentes especies de unidades sean incluidas simultáneamente (Teune, 1979). Nosotros incluimos implícitamente muchos niveles de análisis cuando hacemos un modelo de una sola unidad. Por ejemplo, cuando estudiamos países o firmas, imaginamos que la conducta de y la interacción entre los individuos o clases, están sistemáticamente relacionadas con el modelo, pero usualmente no especificamos estas relaciones. En la discusión de los efectos contextuales anterior, yo di un ejemplo de cómo Boli (1980) comprueba la hipótesis de que el cambio en un nivel causa cambio en otro. Pero una comprensión más completa de la realidad social especificaría la interacción entre muchos niveles diferentes de unidas que se solapen, algunas jerárquicamente anidadas, algunas cortando los límites de otras.

Los diseńos de investigación multinivel nos capacitarán para responder preguntas acerca del tamańo relativo de los efectos inter-nivel. El debate “interno-externo” con frecuencia ha asumido erróneamente que la teoría de sistemas-mundo solamente aborda procesos que operan al nivel internacional, mientras que el sistema-mundo se concibe holísticamente, conteniendo procesos internacionales, nacionales y dentro de la nación. En otras palabras, todas estas cosas son “internas” al sistema-mundo.  Pero de todas maneras pudiéramos desear preguntar acerca de la importancia relativa de los procesos de nivel internacional versus los procesos de nivel nacional, en la determinación de ciertos resultados. żTiene la posición de un país en el sistema-mundo mayor, o alternativamente, tiene la naturaleza de su estructura nacional de clases mayores consecuencias para el desarrollo nacional? Esta comparación tendría que ser especificada con mayor exactitud, pero esta es la especie de pregunta que podría ser respondida por los diseńos de investigación que pueden comprobar los modelos multinivel.

Imagínese, por ejemplo, un modelo teórico en el que hay dos unidades focales de análisis, tales como ciudades y países. Los atributos de las demás unidades (firmas, clases, el sistema-mundo) se plantea como hipótesis que afectan tanto a las ciudades como a los países en un solo modelo. Este modelo puede ser representado por la figura 15.1.

(FIGURA 15.1 POR AQUÍ)

La figura 15.1 solo muestra las unidades de análisis en este modelo multinivel. Cualquier teoría real analizaría los atributos o características variables de estas unidades. Ahora consideremos qué tipos de diseńo de investigación podrían ser usados para estimar un tal modelo y cómo podrían organizarse los conjuntos de datos para permitir esta estimación. La manera más común en la que estos modelos son estimados es el uso, en este caso, de dos diferentes matrices de datos. En el primer conjunto de datos (matriz A) la base de casos serán los países, porque la variable dependiente es un atributo de los países y todas las demás unidades serán variables que implícitamente serán tratadas como atributos de los estados-naciones. En el segundo conjunto de datos (matriz B) la base de casos serán las ciudades y análogamente todas las variables serán implícitamente tratadas como atributos de las ciudades. Estas dos matrices podrán contener ambas la misma información, pero esta información tendrá que ser reorganizada para estimar ambas ecuaciones.

 

Serie Temporal Multinivel de una Sola Matriz

 

Hay, sin embargo, un diseńo de investigación que permitirá la estimación de ambas ecuaciones partiendo de una sola matriz de datos. Este diseńo puede ser descrito como el análisis de series temporales con datos sobre diferentes unidades. Potencialmente él puede permitir que cualquiera de las unidades que se incluyen en el modelo, sea analizada como la variable dependiente, de manera que los modelos multinivel puedan ser estimados a partir de una sola matriz de datos. Una matriz de este tipo se ilustra en la figura 15.2.

(FIGURA 15.2 POR AQUÍ)

En este diseńo, los puntos en el tiempo son la unidad focal de análisis. Esto difiere de las secciones agrupadas o el método usado por Boli (ver arriba) en que los puntos en el tiempo no están combinado con ninguna otra unidad individual. Esto permite una gran flexibilidad en la elección de la variable dependiente, aunque una vez que una variable dependiente se ha elegido, todas las variables independientes serán implícitamente tratadas como atributos de la unidad de la variable dependiente.

żCuáles son los supuestos detrás de un diseńo como éste? Cuando hacemos un análisis simple entre naciones (un punto en el tiempo, muchos países), estamos asumiendo que los países son casos en los que opera el proceso que queremos estudiar. Comúnmente pensamos en las diferencias entre países como en una variación en el espacio, porque los países son unidades territorialmente organizadas y no ocupan el mismo espacio. Pero esto es simplemente una conveniencia. Los países no son casos completamente independientes, de manera que construimos su no-independencia en nuestros modelos, en la forma de variables relacionales o contextuales que tratamos como atributos de los países. La cuestión aquí es que la separación espacial en sí no nos dice acerca de las relaciones (o su ausencia) entre los países (Naroll, 1968).

Si hay una relación que se plantea como hipótesis entre países, que afecta a la variable dependiente de interés, debemos incluirla en el modelo y si no incluimos una variable, estamos asumiendo que ésta no está relacionada con las demás variables independientes y que se puede relegar con seguridad al término del error. En los diseńos de series temporales que se examinaron anteriormente, la dimensión conveniente, de la cual hay que colgar las observaciones de casos, es temporal más bien que espacial y como la variación en el espacio, la variación en el tiempo puede o no revelar casos independientes (p. ej., la autocorrelación). La no-independencia debe ser incluida en el modelo y no lograr hacerlo dará por resultado una especificación equivocada y errores de inferencia.

La ventaja de usar el tiempo más bien que el espacio para el análisis multinivel es que es una dimensión que es común a todas las unidades, independientemente de su organización espacial, por lo que podemos incluir unidades que son partes de otras unidades, o las que se solapan con otras, siempre que especifiquemos sus relaciones causales correctamente en nuestro modelo. La mayoría de las discusiones del análisis multinivel enfocan unidades que están jerárquicamente anidadas (p. ej., Hannan y Young, 1976) pero ésta no es una condición necesaria para el diseńo que se propone aquí.

Este diseńo también permite una gran cantidad de flexibilidad en la agrupación de las unidades, de manera que podemos fácilmente comprobar métodos alternativos de agregación. Hipotéticamente un tal diseńo podría incluir información sobre todas las unidades de análisis y sobre cada uno de los casos individuales a todos los niveles. Estos datos podrían ser agregados de muchas maneras diferentes o ser usados en forma desagregada. Las limitaciones y los intercambios involucrados con el uso de este diseńo multinivel de una sola matriz, son examinadas por Chase-Dunn, Pallas y Kentor (1982). Ellos también explican cómo usar el análisis de panel para resolver problemas de identificación en los diseńos multinivel que examinan diferentes matrices de datos para cada unidad de análisis.

Tengo la esperanza que el examen anterior estimule la consideración ulterior de los métodos para comprobar los modelos multinivel. Podemos ser capaces de resolver alguna de la confusión y el desacuerdo acerca de la importancia de los niveles mayores y más pequeńos de análisis para determinar los resultados, si los incluimos juntos en los mismos modelos.

 

6          Estudios Entre Sistemas-Mundo

 

A pesar de mi planteo de que el análisis de las series temporales del sistema-mundo moderno puede ser usado en el proceso de construcción de una teoría del sistema-mundo, se podría argumentar que no se puede comprobar una teoría de la estructura profunda, estudiando solamente un sistema-mundo. En verdad podría ser el caso que si queremos entender lo que hay de estructuralmente distintivo en el sistema-mundo contemporáneo, necesitamos compararlo con sistemas que sean realmente diferentes. En cualquier caso, pudiéramos ser capaces de ganar una comprensión de los procesos mediante los cuales los modos de producción son transformados, estudiando casos anteriores de transformación y comparándolos con la situación contemporánea.

żEstuvo el auge y caída de los imperios-mundo directamente relacionado con la transformación de los modos de producción o fue esta relación más complicada? żCómo nos ayudan (o nos obstaculizan) los conceptos que hemos desarrollado para estudiar la economía-mundo capitalista cuando comenzamos a analizar sistemas-mundo realmente diferentes? żEs cierto que ha habido muchos imperios-mundo, pero pocas economías-mundo (o mayormente de corta vida)? żCuántos sistemas-mundo distintos ha habido en la historia del desarrollo social humano? żQué tipología es útil para clasificar los sistemas-mundo de manera que podamos entender en qué son ellos sistemáticamente diferentes y en qué son iguales?

Yo he comenzado a trabajar en algunas de estas preguntas (Chase-Dunn, 1986), así como otros investigadores (p. ej., Ekholm y Friedman, 1982; Blanton y Feinman, 1984; Mathien y McGuire, 1986; Kohl, 1987; Rowlands y cols., 1987). Pero aquí me gustaría examinar la factibilidad de un diseńo entre sistemas-mundo, que usara los sistemas-mundo como unidad de análisis y nos capacitara para comprobar proposiciones causales acerca de los procesos en el sistema-mundo, comparando grandes números de sistemas-mundo.

Esta idea trae a la mente inmediatamente un número de problemas. Muchas de las dificultades que encontramos cuando hacemos comparaciones entre naciones, se encuentran de nuevo, solo que la mayoría de ellas es peor. żSon los sistemas-mundo suficientemente comparables para ser considerados una unidad de análisis comparativo formal? żY qué hay de la independencia de las unidades (problema de Galton)? Los problemas de disponibilidad y comparabilidad de datos son ciertamente estupendos. żEs posible obtener una muestra representativa de los sistemas-mundo históricos?

Obviamente, se necesitaría que una gran cantidad de trabajo conceptual y teórico precediera cualquier intento serio por construir un conjunto de datos compuesto de sistemas-mundo. Los problemas de los límites espaciales examinados anteriormente tendrían que ser resueltos o al menos esclarecidos suficientemente de manera que pudieran compararse las especificaciones contendientes. Los enfoque teóricos contendientes tendrían que estar claramente especificados, de manera que pudiéramos dirigir nuestra atención y recursos productivamente. La idea de la jerarquía centro/periferia tendría que ser reconceptualizada de una manera que facilitara las comparaciones entre sistemas-mundo, sin evacuar su contenido teórico. żExisten ya los conjuntos de datos relevantes? Rein Taagepera (1978) ha organizado un conjunto de datos que contiene datos del tamańo territorial y la duración temporal de más de 100 imperios históricos desde 3,000 AC hasta el presente. Pudiera haber otros conjuntos de datos como éste.

Hay dos tradiciones principales de investigación macro-comparativa, que deberían ser examinadas buscando sugerencias acerca de cómo resolver estos problemas. La investigación entre naciones es obvia. La otra es la Carpeta del Área de Relaciones Humanas (CARH), un esfuerzo masivo hecho por antropólogos por crear un conjunto de datos comparativos para el análisis de las culturas (Murdock, 1957). La CARH usa sociedades más bien que sistemas-mundo como la unidad de análisis y la mayoría de las características variables codificadas no son relevantes para las preguntas teóricas formuladas por la perspectiva de sistemas-mundo. Douglas White y Michael Burton (1987) están comprometidos en un esfuerzo por ańadir variables del sistema-mundo a la Muestra Estándar Entre Culturas, subconjunto representativo de las sociedades contenidas en la CARH. Ésta promete ser una valiosa contribución a la investigación comparativa de sistemas-mundo y tiene la ventaja de basarse sobre una enorme cantidad de trabajo previo. Pero, si bien este enfoque puede potencialmente responder preguntas acerca del efecto de las variables del sistema-mundo sobre el desarrollo societal, no puede ser usada para estudiar variables dependientes que sean características de los propios sistemas-mundo. Sospecho que las grandes preguntas respecto a la transformación de los modos de producción, solo pueden ser respondidas usando los propios sistemas-mundo como la unidad de análisis.

No abogo a favor de la gran ciencia por la propia gran ciencia. Un proyecto que estudie grandes números de sistemas-mundo podría fácilmente consumir el presupuesto completo de la Fundación Nacional de la Ciencia para las ciencias sociales. Las afirmaciones acerca del valor potencial de un tal proyecto deberían ser criticadas y se deberían hacer estudios preliminares para explorar el valor de una estrategia que compare sistemas-mundo. Mi estimación, no obstante, es que los sistemas intersocietales desde hace tiempo han sido las unidades en las que han operado los procesos históricos y de desarrollo más importantes, por lo que los estudios basados en estas unidades se encontrará que aportan una mejor comprensión del cambio social.

Las conclusiones principales de la 4Ş Parte sobre metateoría y métodos están resumidas en las páginas de la 16 a la 18 de la Introducción. Ahora vamos a una consideración de algunos de los principales problemas no resueltos sugeridos por el previo enfoque estructural del sistema-mundo moderno.

 

 

Table 6.1 General government consumption as a percentage of GDP

at current market prices: means

 

_______________________________________________________________________________

 

Groups of countries     1960 1965 1970 1981

_______________________________________________________________________________

 

Low income developing economies  8.3a    10.3a    11.1a    10.7

 

 

Middle income developing economies    11.2 9.7 12.3 13.5

 

 

Industrial market economies 15.1 15.4 16.4 17.3

 

_______________________________________________________________________________

 

 

 

aExcludes People's Republic of China

 

 

Source:  World Bank, World Tables, 1983 volume 1, p. 502

Table 9.1  Relative distribution of Gross National Product per capita among                       the major powers.

 

_______________________________________________________________________________

 

      UK  France   Germany  USA  Japan    Russia/USSR  

_______________________________________________________________________________

 

1870 25.2 19.1 16.8    20.2 9.1      9.6

 

 

1880 23.5 19.3 16.8    24.2 7.1      9.1

 

 

1890 26.7 19.1 16.5    23.2 6.7      7.8

 

 

1900 25.3 19.3 17.1    23.6 6.9      7.6

 

 

1913 22.5 18.5 18.0    26.4 7.4      7.1

 

 

1925 21.2 18.1 14.7    27.9 10.3      7.8

 

 

1938 21.1 14.6 18.7    23.9 11.1     10.5

_______________________________________________________________________________

 

 

The proportions of the sum of GNPs for all the countries have been weighted       by each country's population. 

 

Source:  Adapted from Kugler and Organski (1986:10).  Populations are from           Banks (1971).

 

Table 9.2  Percentage of national product in agriculture

 

_____________________________________________________________________________________________________________

         Britain   France   Germany   Italy   Sweden   Norway    Denmark  USA   USSR  Netherlands    Belgium

 

c.1790      40       49

 

c.1810      36       51

 

c.1820      26       48

 

c.1830      24       51

 

c.1850      21       45       47       

 

c.1860        18       45       45       57       38       34

 

c.1870        15       43       39       57       39       33       48     21

 

c.1880        11       41       36       57       37       --       44     16

 

c.1890        9       37       32       51       32       27       35     17

 

c.1900        7       7       30       51       28       22       29     17

 

c.1910        --       35       25       42       25       23       30     17

 

c.1920        6       --       --       48       22       --       23     15

 

c.1930        4       --       18       31       13       17       19     9   39

 

c.1940        4       22       15       30       12       12       17     9   29       11

 

c.1950        6       15       10a      32       11       14       20     6   25       13       9

 

c.1960        4       9       6a      15       8       10       14     5   20       11       7

 

c.1969        3       6       4a      11       4       6       9     4   19       7       5

 

_______________________________________________________________________________________________________________

 

aWest Germany

 

Sources: Mitchell, 1975:799, table K2.  For US, Historical Statistics of the United States, Volume 1.  p. 238.

Table 10.1 Comparison of Population of Europe and its Colonies, 17001913

 

 

______________________________________________________________________________

 

                                              Colonies compared to               Year Europea     European Colonies         Europe (in percent)

______________________________________________________________________________

 

     1700 140       16       11

 

     1750 160       22       14

 

     1800 207      120       58

 

     1830 242      240      100

 

     1860 294 270; 680b 92; 252

 

     1900 414 490; 960b 118; 232

 

     1913 481 530; 1030b    110; 214

 

Population in millions.

 

aIncludes Russia.

 

bThe first figure excludes China, the second includes it.

 

Source: Bairoch (1986:197)

 

Table 12.1 Transnational corporate penetration indexa: Group Averages

 

____________________________________________________________________

 

Year LICsb    MICs NICs OPEC

____________________________________________________________________

 

 

1967                     5.2 10.1       7.1     6.2

 

1971                     5.7 11.1       8.2     9.1

 

1975 6.3  13.4      10.7     8.0

 

1979                    13.0 28.3      21.4        19.4      

 

Nunber of Countries     33          31        10           7         

 

                                                                      

 

 

aThis index is a measure of the extent to which a country is dependent on   transnational firms.  It uses data on the book value of foreign direct    investment weighted by an estimate of the stock of domestically owned      capital.  See Bornschier and Chase-Dunn (1985:chapter 4).

 

bLICs = Low Income Countries, MICs = Middle Income Countries, NICs = Newly  Industrializing Countries, OPEC = Members of the Organization of Petroleum  Exporting Countries

 

Source:  Bornschier and Heintz (1979) and updates.

 

Table 12.2:  Total debt outstanding as a proportion of GNP, market prices: group averages

 

 

_____________________________________________________________________

 

Year      LICs    MICs     NICs    OPEC

______________________________________________________________________

 

1970                      .18        .16        .10       .09         

 

1973                      .19        .18        .09       .10          

 

1975                      .26        .22        .15       .12         

 

1976                      .28        .24        .15       .14         

 

1977                      .31        .27        .17       .17         

 

1978                      .34        .31        .18       .27         

 

1979                      .36        .32        .18       .26         

 

1980                      .37        .32        .18       .23         

 

Number of countries     29-34      29-32       8-10       5-7          

 

                                                                      

 

 

aMeans are calculated for only those countries which had data available in   1975.  Sample size varied from year to year within the ranges indicated.   Data for Iraq and Iran are generally not available for the OPEC group   after 1977.

 

Sources:  GNP from World Bank (various years) World Debt Tables.  Debt, 1970-74, OECD (various years), Geographical Distribution of Financial Flows to Developing Countries:  1975-80 OECD (1982).      

 

Table 12.3 Concentration of resources among countries in the world-system: 19601980a

 

___________________________________________________________________________________________________________________

 

Resources or Social Structural Features        Percentages

___________________________________________________________________________________________________________________

          1960 1970 1980

Economic Production  The proportion of world GNP going to:  

the countries highest on GNP per capita with 20% of world population   79.2     79.8    81.1

the middle countries on GNP per capita with 60% of world population    19.4     18.9    18.1

the countries lowest on GNP per capita with 20% of world population    1.4       1.3       .8

the United States       32.1 28.5    26.9

              N = 112

 

     The proportion of world energy consumed by:

the countries highest on per capita energy consumption with 20% of world population    83.3 80.3    69.9

the middle countries on per capita energy consumption with 20% of world population    16.1 18.8    29.1

the countries lowest on per capita energy consumption with 20% of world population      .6    .9      1.0

the United States       36.0 32.4    27.8

              N = 126

 

Economic Structure The proportion of the world's agricultural work force living in:

the countries lowest on % of work force in agriculture with 20% of world population    3.8   3.3    2.6

the middle countries on % of work force in agriculture with 60% of world poulation 63.0 58.0    57.0

the countries highest on % of work force in agriculture with 20% of world poulation 33.2 38.7    40.4

the United States       1.0    .6      .4

              N = 129

 

     The proportion of the world's industrial work force living in:

the countries highest on % of work force in industry with 20% of world population    42.7 41.1    41.0

the middle countries on % of work force in industry with 60% of world population    51.1 53.3    51.8

the countries lowest on % of work force in industry with 20% of world population    6.2   5.6    7.2

the United States       12.9 11.6    9.5

              N = 129

 

Urbanization  The proportion of the world city-dwellers living in:

the countries highest on % urbanization with 20% of world population   38.4 37.3    34.1

the middle countries on % urbanization with 60% of world population    56.2 56.6    58.9

the countries lowest on % urbanization with 20% of world population      5.4    6.1    7.0

the United States       14.3    12.9    11.0

              N = 133

___________________________________________________________________________________________________________________

 

aPercentages are based in sets of countries for which data are available for all time points.  Thus  comparisons over time are not confounded by missing data. 

 

Source: All data are taken from World Tables, 1983, volume  II, except for GNP which was supplied by the World Bank's Economic Analysis and Projections Department.

Table 13.1 Colonial governors sent, 1415-1969

 

_______________________________________________________________________________

 

Century  Expansion Traded or Taken    Divided or Consolidated Totals _______________________________________________________________________________

 

15th      6            0              0       6

 

16th     49            1              0      50

 

17th     76           11              5      91

 

18th     47           25             17      89

 

19th    100           11              2     113

 

20th         53           13              0      66

_______________________________________________________________________________

 

 

Totals      331           61             24     415

_______________________________________________________________________________

 

 

 

Source: Henige (1970).

 

 

Table 13.2 Recent trends in export partner concentration (percentages),

1970-1980

 

 

_______________________________________________________________________________

 

     Number of

Type of Country    Countries 1970 1980

_______________________________________________________________________________

 

Industrial       18    24.2 24.1

 

Centrally planned      6    33.6 29.0

 

OPEC     6    33.4 37.3

 

NICs     8    28.4 25.8

 

Middle Income    25    31.0 28.7

 

Low Income       20    37.6 30.9

_______________________________________________________________________________

 

All Countries    83    31.1 28.6

_______________________________________________________________________________

 

 

Source: Mller, (1988).

Adref b22nded

v. 3/5/98

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Arrighi, Giovanni 1990 "The three hegemonies of historical capitalism," Review   13,3:365-408 (Summer).

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